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Gerión.

Anejo VI (2002) 7 ISBN: 84-95215-39-X


La prehistoria mítica de Roma ISNN: 1576-2564

Sumario

Págs.

Introducción.............................................................................................. 11

I. Los aborígenes ................................................................................. 17


1. Origen y significado del concepto de aborígenes...................... 17
2. Los autores griegos .................................................................... 27
3. Aborígenes = ligures .................................................................. 38
4. Las tradiciones latinas más antiguas: Catón .............................. 47
5. Varrón y Dionisio de Halicarnaso.............................................. 66

II. Los sículos ....................................................................................... 79


1. Antíoco de Siracusa, Sicelo y Roma.......................................... 79
2. Las tradiciones sículas en el Lacio y en Roma.......................... 89
3. Los sicanos en el Lacio .............................................................. 102

III. Los pelasgos .................................................................................... 109


1. Los pelasgos y la fundación de Roma ....................................... 115
2. Los pelasgos y la etnogénesis latina: el oráculo de Dodona ..... 123

IV. Los arcadios ..................................................................................... 135


1. Los elementos secundarios: Dárdano y Télefo .......................... 135
2. Evandro ...................................................................................... 145

Conclusión: La etnogénesis latina............................................................ 169

Bibliografía............................................................................................... 181
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La prehistoria mítica de Roma ISNN: 1576-2564

Introducción

Es un hecho comúnmente conocido, incluso fuera del estrecho círculo


de los estudiosos de la Antigüedad, que a los ojos de los romanos su ciu-
dad había sido fundada por Rómulo. Con este acto se inicia la historia de
Roma, puesto que para que la cualidad de civilizado sea reconocida a un
pueblo, era condición necesaria e imprescindible haber tenido su origen en
un medio urbano1. Sin embargo, Rómulo no llevó a cabo su empresa fun-
dacional sobre un territorio desierto, ni era un extranjero que llegó de ultra-
mar a establecerse sobre una tierra vacía, al estilo de la colonización griega
y como los griegos se imaginaban el origen de muchas ciudades. Rómulo
es un personaje procedente del acervo legendario latino, adoptado por
Roma como héroe fundacional en un momento relativamente avanzado.
Rómulo tenía su pasado y su ascendencia, aspectos que se hunden en el
fondo mitográfico del Lacio primitivo. Existe por tanto una historia ante-
rior a Roma, pero en la cual no sólo se mueven las tradiciones indígenas,
sino que también hay una componente nada despreciable proporcionada
por la historiografía griega.
En un memorable artículo, E. J. Bickerman2 demostró cómo los griegos
consideraban la archaiologhía una ciencia, en virtud de la cual los relatos
y figuras de la mitología se transformaban en acontecimientos y persona-
jes históricos, creándose así una prehistoria científica que no tiene paralelo
en todo el mundo antiguo. Pero, resalta Bickerman, siendo griegos tanto el
material como el método, tal prehistoria se convierte en helenocéntrica, de

1
Cf. M. MESLIN, L’homme romain, Paris, 1978, p. 34.
2
E. J. BICKERMAN, «Origines gentium», CPh, 47, 1952, 65-81.

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Jorge Martínez-Pinna Introducción

forma que el origen de un pueblo bárbaro necesariamente se integra en el


esquema griego. Es una posición que no difiere mucho de la que poste-
riormente adoptará la historiografía judeo-cristiana, resumida en el cono-
cido principio según el cual todos los pueblos descienden de Noé. Roma no
podía ser la excepción, de manera que ya en época relativamente temprana
comienzan a operar las especulaciones griegas para integrar al mundo
romano, y por tanto también latino, en su propio universo.
La aportación fundamental de los griegos a la interpretación del
pasado más lejano del Lacio está definida por la figura de Eneas. A este
héroe troyano se remite la primera noticia conocida en la historiografía
griega acerca de Roma. Se trata de un fragmento de Helánico de Lesbos,
autor poco anterior a Tucídides, que imaginaba la fundación de Roma
como obra de Eneas3, introduciendo de esta manera un elemento deter-
minante en las tradiciones futuras. Y en efecto, Eneas llegó a tener para
los romanos un valor excepcional, puesto que les permitía, sin renunciar
a su propio origen, gozar de una prestigiosa nobleza helénica, de esencial
interés en las relaciones políticas y diplomáticas con el mundo griego.
Por ello se convirtió en necesidad ineludible que los analistas comenza-
ran la historia de Roma no con la gesta de Rómulo, sino remontándose al
menos hasta la llegada de Eneas. Rómulo y Eneas vienen a representar
por tanto dos puntales básicos en la configuración del pasado más remoto
de Roma.
En las versiones más antiguas, tanto griegas como latinas, Eneas y
Rómulo aparecen vinculados por un lazo parental muy próximo, pues
generalmente el segundo era considerado hijo o nieto del primero. Pero
cuando en las postrimerías del siglo III se fijaron nuevas coordenadas cro-
nológicas, que distanciaron notablemente las respectivas fechas de la des-
trucción de Troya y de la fundación de Roma, se creó un vacío que fue
necesario ocupar. De esta forma surge la llamada dinastía albana, una cons-
trucción artificial que arrancando de Ascanio, hijo de Eneas y fundador de
Alba, culminaba en los ascendientes inmediatos de Rómulo4. Este período

3
Helánico, FGH 4F84 (= Dion., 1.72.2). Otro autor contemporáneo, Antíoco de
Siracusa, se refería también a Roma, aunque sólo conocemos una breve alusión (FGH
555F6 [= Dion., 1.73.4]): véase infra, cap. II.1.
4
Sobre la dinastía albana, pueden verse C. TRIEBER, «Zur Kritik des Eusebius: die
Königstafel von Alba Longa», Hermes, 29, 1894, 124-142; M.ª C. GARCÍA FUENTES,
«Eneas, Ascanio y los reyes de Alba», HispAnt, 2, 1972, 21-34; R. A. LAROCHE, «The

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Vol. 20 Núm. 1 (2002): 9-10
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comprendido entre Eneas y Rómulo puede ser considerado como la prehis-


toria de Roma, pero, y permítaseme la paradoja, una «prehistoria histó-
rica», desde el momento en que los personajes que desfilan por este gran
escenario se mueven en un universo urbano y organizado.
Pero la llegada de Eneas al Lacio no se produjo tampoco sobre un
espacio vacío. Si en el mencionado fragmento de Helánico nada se dice
sobre las gentes que habría encontrado Eneas tras su desembarco, cuando
de nuevo el héroe troyano, a partir de finales del siglo IV, se introduce de
manera definitiva en las tradiciones sobre los orígenes de Roma, las refe-
rencias a la población indígena son continuas. Estamos por tanto ante una
nueva fase de la prehistoria de Roma, aquélla anterior a la llegada de
Eneas y que podemos denominar «prehistoria mítica». Se trata de un
período sumamente artificial. No nos encontramos ante un conjunto de
leyendas que con el paso del tiempo han ido asetándose y tomando cierto
valor de autenticidad, hasta convertirse en elementos canónicos y por
tanto casi intocables de la historia de Roma. No es comparable a la
influencia e importancia de la leyenda troyana. Tampoco hay que consi-
derar que esta visión del más lejano pasado del Lacio sea una reminis-
cencia legendaria de antiguos hechos históricos, como algunas voces
defienden poniendo en relación tal o cual episodio con los restos arqueo-
lógicos de la edad del bronce hallados en Roma5, o con una supuesta pre-
sencia o directa influencia de gentes micénicas en el Lacio6. Igualmente
debemos alejar la idea de que estas leyendas contienen un núcleo de ver-
dad histórica, como sucede con la saga homérica en relación a la edad
oscura griega, según propone A. Carandini7. Hay que partir del hecho de
que es una construcción artificial, que va creciendo sin guía alguna, a
impulsos independientes unos de otros, y que sólo adopta una forma defi-

Alban King-List in Dionysius I, 70-71», Historia, 31, 1982, 112-120; G. BRUGNOLI,


«Reges Albanorum», en Atti Convegno Virgiliano, Perugia, 1983, 157-190; IDEM, «I reges
Albani di Ovidio», en Alba Longa. Mito storia archeologia, Roma, 1996, 127-134.
5
Así, respecto a la mítica Saturnia sobre el Capitolio, M. PALLOTTINO, Origini e sto-
ria primitiva di Roma, Milano, 1993, pp. 95 ss.
6
El poblamiento de Evandro y la cultura micénica: P. M. MARTIN, «Pour un appro-
che du mythe dans sa fonction historique. Illustration: le mythe d’Evandre», Caesarodu-
num, 9, 1974, 132-151; D. MUSTI, «Dardano», en Enciclopedia Virgiliana, Roma, vol. I,
1984, p. 444. En términos generales, E. PERUZZI, Mycenaeans in Early Latium, Roma,
1980.
7
A. CARANDINI, La nascita di Roma, Torino, 1997.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Introducción

nitiva en el siglo I a.C., gracias sobre todo al interés erudito de los anti-
cuarios y con influencia muy variable en los historiadores. Prueba de ello
son las diferentes versiones y puntos de vista que se encuentran en auto-
res contemporáneos como Dionisio de Halicarnaso, Livio o el poeta Vir-
gilio.
A pesar de este carácter tan artificioso, la prehistoria mítica ofrece un
indudable interés para el historiador, ya que en su seno se produce un acon-
tecimiento de excepcional importancia, como es la etnogénesis latina y por
ende también romana. Este proceso que conduce a la formación del pueblo
latino encierra en su propio desarrollo aquellas condiciones que van a per-
mitir a Roma presentarse ante los griegos como una ciudad civilizada, par-
tícipe de una similar esencia que posee desde sus más remotos orígenes. En
otras palabras, y aunque sin alcanzar la significación de la leyenda troyana,
aquí se encuentran en parte las credenciales que alejan a los romanos del
concepto de pueblo bárbaro y que le otorgan carta de nobleza. En su con-
secuencia última, la presencia de Roma en Grecia y la incorporación de
ésta a su dominio directo no puede entenderse como la destrucción de la
civilización helénica a manos de un pueblo bárbaro, sino al contrario, como
un regreso de los romanos a su país de origen. Pero también desde la pers-
pectiva opuesta, la etnogénesis es invocada por los enemigos de Roma
como prueba de su barbarie y motivo de rechazo, y por tanto como justifi-
cación ideológica de una política de enfrentamiento8. En definitiva, es en
este lejano período donde descansa la estirpe del fundador y por tanto del
pueblo al que representa. La imagen de Roma de cara al exterior no es sino
el reflejo de su origen.

8
La bibliografía sobre la cuestión es inmensa. A título de ejemplo, pueden consul-
tarse H. FUCHS, Der geistige Widerstand gegen Rom in der antiken Welt, Berlin, 1938; E.
WEBER, «Die trojanische Abstammung der Römer als politisches Argument», WSt, 6, 1972,
213-225; F. P. RIZZO, «Riflessi «troiani» nella storia dei rapporti fra Roma ed il mondo elle-
nistico», en Studi ellenistico-romani, Palermo, 1974, 7-92; E. GABBA, «Storiografia greca
e imperialismo romano (III-I sec. a.C.)», RSI, 86, 1974, 625-642; IDEM, «Sulla valorizza-
zione politica della leggenda delle origini troiane di Roma fra III e II secolo a.C.», en I
canali della propaganda nel mondo antico (CISA 4), Milano, 1976, 84-101; A. MOMI-
GLIANO, «How to reconcile Greeks and Trojans», en MKNAW, 45, 1982, 231-254 (= Set-
timo contributo, Roma, 1984, 437-462; Roma arcaica, Firenze, 1989, 325-345 [trad. ital.];
De paganos, judíos y cristianos, México, 1992, 426-465 [trad. esp.]); J.-L. FERRARY, Phil-
hellénisme et impérialisme, Paris, 1988; M. SORDI, Il mito troiano e l’eredità etrusca di
Roma, Milano, 1989.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Introducción

El presente libro toma entonces como objeto de estudio este período


más lejano, cuyo principio se pierde en el tiempo mitistórico y que toca a
su fin con la presencia de Eneas en el Lacio. En otras palabras. Se centra
en los cuatro pueblos (aborígenes, sículos, pelasgos y arcadios) que habi-
taron en el Lacio antes de la llegada de Eneas. Los objetivos son por tanto
más bien modestos, pretendiendo tan sólo una aproximación a estas cues-
tiones y en momento alguno una solución definitiva. Algunos problemas
aparecen únicamente planteados y muchos de ellos, aun tratados de manera
más amplia, exigen sin duda un mayor desarrollo. Conscientemente han
sido marginados de su contenido las tradiciones relativas a personajes con-
cretos, con excepción de Evandro, quien por su propia definición, al asu-
mir sobre su persona todo el significado que supone la presencia de los
arcadios, representa en sí mismo esta componente en la formación del pue-
blo latino. Ciertamente no se debe ignorar a determinadas figuras que, pro-
cedentes del fondo mitográfico latino, se mueven en este universo primi-
tivo. Tal es el caso de Caco en relación a Roma, sobre el cual solamente se
incluyen unos breves apuntes a propósito de Evandro, o el de aquellos otros
que en su conjunto definen la dinastía de los reyes aborígenes, que enca-
bezada por Jano y Saturno, culmina, a través de Pico y Fauno, con Latino,
figura que actúa de tránsito entre la «prehistoria mítica» y la «prehistoria
histórica». En gran medida, estos personajes asisten como espectadores al
proceso de la etnogénesis latina, sin ocupar en momento alguno un prota-
gonismo activo. Unicamente Latino, en su condición de rey indígena que
recibe a Eneas, interpreta un papel de cierta importancia, pero ya en una
situación, dentro de la cronología mítica en la que nos movemos, que
excede los límites impuestos a este libro. Confío que el lector sepa discul-
par estas ausencias, sobre las cuales no renuncio a ocuparme en futuros tra-
bajos.
Mi agradecimiento ante todo al Departamento de Historia Antigua de
la Universidad Complutense de Madrid, que ha tenido a bien aceptar esta
pequeña contribución en su serie de los anejos de la revista Gerión, y espe-
cialmente al director y al secretario de la misma, los profs. José M.ª Bláz-
quez y Santiago Montero. Asimismo, su realización se ha visto beneficiada
gracias a la financiación obtenida a través del proyecto de investigación
BHA2000-1243, del Ministerio de Ciencia y Tecnología, y del grupo de
investigación HUM-696 de la Junta de Andalucía.

Málaga, junio de 2002.

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I
Los aborígenes

1. ORIGEN Y SIGNIFICADO DEL CONCEPTO DE ABORÍGENES

Fuit enim gens antiquissima Italiae. Con estas palabras define a los
aborígenes el anticuario latino Verrio Flaco, a través del epítome que cono-
cemos de su obra1, reflejando una impresión muy generalizada en las fuen-
tes literarias sobre la gran antigüedad de este pueblo. Aunque el texto men-
ciona a Italia, y no es ésta la única ocasión en que los aborígenes son
referidos al conjunto de la península2, se trata realmente de una extensión
a partir del Lacio, pues en líneas generales las tradiciones que pueden
recorgerse sobre estas gentes las relacionan casi exclusivamente con la
región latina3. Incluso en algunas fuentes se quiere especificar con mayor
precisión el territorio que stricto sensu correspondía a los aborígenes,
según se deduce de Cicerón cuando alude a que Rómulo disponía de sufi-
cientes recursos ut in agrum Rutulorum Aboriginumque procederet4. En
este caso parece limitarse la presencia aborigen a la región laurentina, sugi-
riendo por tanto una identificación con los laurentes, sin duda porque en la

1
Paul. Fest., 17L.
2
Por ejemplo, Catón, fr. 5 P = fr. I.6 Ch (= Serv., Aen., 1.6): primo Italiam tenuisse
quosdam qui appellabantur Aborigines; Iust., 43.1.3: Italiae cultores primi Aborigines
fuere; Tzet., In Lyc. Alex. 1253: ο ’Ιταλο πρωτον βορεγινες ... καλο υτο.
3
Véase A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, Tübingen, 1853, vol. I.1, p. 198:
«Die vorhistorischen Bewohner Latiums werden in der Regel Aboriginer genannt», con
referencia a las fuentes.
4
Cic, Rep., 2.3.5.
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

creación historiográfica de este legendario pueblo hubo una destacada par-


ticipación de Lavinium. Sea como fuere, los aborígenes se localizan en el
Lacio y en no pocas ocasiones, sobre todo por parte de los historiadores
griegos, Roma es la principal destinataria de las tradiciones relativas a este
pueblo.
Pero esta unanimidad geográfica se quiebra cuando se trata de ver si los
aborígenes fueron o no los primeros habitantes del Lacio, naciendo al res-
pecto una división entre los que defienden la autoctonía y otros que creen
que su presencia en la región es el resultado de una migración. Pero incluso
entre estos últimos no existía un total acuerdo, pues según recoge Dionisio
de Halicarnaso en la presentación del problema5, además de una proceden-
cia griega, circulaban otras versiones. Para algunos, cuyos nombres Dioni-
sio no menciona, los aborígenes carecían de una concreta especificación
étnica, sino que eran vagabundos, originarios de lugares muy diversos y
que vivían de la rapiña y el saqueo; por ello se asimilaban a los léleges,
nombre que caracteriza a gentes sin patria y que a su vez constituían una
mezcla de varios pueblos6. Otros por el contrario, hacían de los aborígenes
unos colonos enviados por los ligures, pueblo que habitaba en el noroeste
de Italia, en la región colindante con la Galia.
En cierta medida, estas diferencias en cuanto al origen se reflejan en las
distintas etimologías que circulaban en la Antigüedad sobre el término
Aborigines. Así, en correspondencia con la teoría de la autoctonía, una de
las propuestas lo hacía derivar de ab y origo, con lo que se daba a entender
que los aborígenes habitaban en el Lacio desde el comienzo de los tiem-
pos. Una segunda etimología se identifica con la idea de la migración al
basarse en el verbo latino errare, «vagar», de donde derivaría una forma
primitiva Aberrigenes, señalando el carácter errático y vagabundo de este
pueblo. Por último, no faltaban quienes creían que la palabra en cuestión
procedía del sustantivo griego ρος, «montaña», al que se añade la prepo-
sición latina ab, de forma que los aborígenes habrían recibido este nombre
por su costumbre de habitar en las alturas. Pero además de estas etimolo-
gías, recogidas por Dionisio y por el anónimo autor de la obra comúnmente

5
Dion., 1.10.
6
Sobre los léleges como realidad histórica, véase sin embargo el reciente trabajo de
R. DESCAT, «Les traditions grecques sur les Lélèges», en Origines gentium, Bordeaux,
2001, 169-177.

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conocida con el título de Origo gentis Romanae y que sin duda alguna tie-
nen su referente inmediato en Varrón7, los aborígenes eran conocidos por
otros nombres que denuncian asimismo su variable procedencia. Así, Vir-
gilio alude a la primitiva población del Lacio con las palabras truncis et
duro robore nata, en lo que parece ser una extraña concepción de la autoc-
tonía en la que los individuos nacieron de los árboles, quizá reflejo de una
antigua e indocumentada forma *Arborigines8. También Licofrón se sale
de la norma al llamar Βορεγονοι a los antiguos habitantes del Lacio9, uti-
lizando un término que ha suscitado una intensa discusión entre los moder-
nos, según veremos a continuación.
La elección entre una de las formas lingüísticas utilizadas por los anti-
guos para designar a los aborígenes es una necesidad de no escaso interés,
puesto que permite determinar el origen de la palabra y, siguiendo esta vía,
también del concepto que representa. Desterradas de entrada algunas pro-
puestas, como Aberrigenes por absurda y Arborigines por inexistente
documentalmente10, las miradas de los modernos se han dirigido hacia la
clásica Aborigines o bien hacia el término griego Βορεγονοι como aque-
llas con mayores posibilidades de ser la forma originaria. Los defensores
de la segunda opinión parten del hecho de que Licofrón, en la primera
mitad del siglo III a.C., representa el primer testimonio conocido relativo a
la población más antigua del Lacio, la que habría encontrado Eneas a su
llegada a Italia. Ciertamente anterior a Licofrón es Calias de Siracusa,
quien habla de Latino, rey de los aborígenes que recibió a Eneas y sus tro-
yanos, para lo que utiliza la transcripción griega del término latino
(βασιλες τω ν ’Αβοριγνων)11. Pero esta noticia no es directa, sino que
ha llegado hasta nosotros a través de Dionisio, por lo que cabría la posibil-

7
Dion., 1.10.1-2; 13.3; OGR, 4.1-2. Véanse J.-C. RICHARD, «Varron, l’Origo gentis
Romanae et les Aborigènes», RPh, 57, 1983, p. 36; D. BRIQUEL, Les Tyrrhènes peuple des
tours, Roma, 1993, pp. 126 ss.
8
Verg., Aen., 8.315. Sobre el particular, D. BRIQUEL, «Virgile et les Aborigènes»,
REL, 70, 1992, pp. 81 ss.; G. GUILLAUME-COIRIER, «Arbres et herbes. Croyances et usages
ratachés aux origines de Rome», MEFRA, 104, 1992, pp. 340 ss.
9
Lyc., Alex., 1253.
10
W. FRÖHNER, «Catoniana», Philologus, 15, 1860, p. 350, veía sin embargo en
Arborigines la forma más antigua, representando por tanto «die echten italischen autoch-
thonen».
11
Calias, FGH 564F5 (= Dion., 1.72.5).

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dad de que este último alterase la forma griega originaria para adaptarla al
término latino Aborigines corriente en su época, finales del siglo I a.C., o
que incluso hubiese añadido por su cuenta la expresión «rey de los aborí-
genes» para distinguir a Latino12. En conclusión, habría que conceder a
Βορεγονοι la prioridad para designar a los primeros habitantes del Lacio.
Además, desde un punto de vista lingüístico, esta solución no presentaría
problemas añadidos, puesto que a través de la forma ’Αβορειγενεις, pre-
sente en Macrobio13, se llegaría fácilmente a la latina Aborigines. Las dife-
rencias entre estos autores surgen sin embargo a la hora de explicar el sig-
nificado del término Βορεγονοι, sobre lo cual nada dicen los antiguos,
por lo que siguiendo diferentes etimologías, son dos las soluciones que en
principio se ofrecen como válidas. Para unos, la palabra se formaría a par-
tir de ρος, para lo cual recuperan una de las antiguas etimologías pro-
puestas acerca de los aborígenes y hablan de ellos como «pueblo de las
montañas»14. Un segundo grupo, por el contrario, rechaza la visión anterior
y fijando una relación con βορ ιος, lo interpreta en el sentido de «gentes
del norte», si bien con distintas variantes en cuanto al concepto de septen-
trional15.
Sin embargo, la opinión que ve en el término latino Aborigines la
forma primigenia del nombre de este pueblo cuenta, según creo, con argu-
mentos más sólidos. Un trabajo de N. Golvers sobre la vertiente lingüística
del problema viene a demostrar que la derivación de las distintas formas
griegas, incluida Βορεγονοι, se comprende con mayor facilidad a partir
del prototipo latino Aborigines que no el proceso contrario16. Además, el

12
J. GEFFCKEN, Timaios’ Geographie des Westens, Berlin, 1892, p. 43.
13
Macr., Sat., 1.7.28, quien derivaría de Varrón. Posiblemente se trate de un error
ortográfico: J. PERRET, Les origines de la légende troyenne de Rome, Paris, 1942, p. 363,
n. 4.
14
TH. ZIELINSKI, «Boreigonoi», en Iresione. 2, Paris-Lemberg, 1936, 38-48; P.
KRETSCHMER, «Turnus und die Mehrdeutigkeit italischer Eingennamen», Glotta, 20, 1932,
p. 198; A. BERNARDI, «Dai populi Albenses ai Prisci Latini nel Lazio arcaico», Athenaeum,
42, 1964, pp. 235 ss.; IDEM, Nomen Latinum, Pavia, 1973, pp. 10 ss.
15
J. GEFFCKEN, Timaios’ Geographie des Westens, pp. 42 ss.; C. ROBERT, Die grie-
chischen Heldensage, Berlin, 1926, vol. III.2.2, pp. 1529 ss.; M. MAYER, «Die Morgeten»,
Klio, 21, 1927, p. 297; E. TAIS, «Βορεγονοι e Aborigini: riflessioni e proposte», Sileno,
9, 1983, pp. 183 ss.
16
N. GOLVERS, «The Latin Name Aborigines. Some Historiographical and Linguis-
tic Observations», AncSoc, 20, 1989, 193-207. Previamente se habían inclinado por esta

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La prehistoria mítica de Roma
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nombre latino se explica por sí solo al estar construido a partir de ab y


origo, sin necesidad de incluir un intermediario griego, que tomando como
base un término de difícil interpretación como Βορεγονοι, concluye en
una expresión latina que contiene en sí misma un significado propio y dife-
rente17. Existe naturalmente la posibilidad de que los latinos, no compren-
diendo la forma griega, la hayan adaptado a su lengua transformando su
sentido18. Pero se trataría de un proceso complejo, que no se explica con
facilidad, pues parece como si primero exitiese el término y luego el con-
cepto, cuando lo lógico sería lo contrario, esto es buscar el término apro-
piado para definir un concepto previo. El nombre latino de los aborígenes
es tan sumamente artificial, que resulta difícil no entenderlo como origi-
nario y para describir una situación novedosa y reciente. Por lo mismo,
tampoco es posible aceptar con facilidad que el término esconda el nom-
bre de un antiguo pueblo histórico, en el sentido que los aborígenes deben
ser identificados con los ausonios19, con los Albenses20 o incluso con unos
supuestos «protosabinos»21. Todos los datos disponibles nos llevan a supo-
ner que el término Aborigines es latino y que por tanto fue creado en un
ambiente asimismo latino, como denominación del pueblo que habitaba en
la región desde los más remotos tiempos, sin haber sido precedido por nin-
gún otro: significa en consecuencia la expresión latina de la idea griega de
la autoctonía22.

interpretación, entre otros, F. STOLZ, «Beiträge zur lateinischen Wortkunde», WSt, 26,
1904, pp. 318 ss.; J. PERRET, Les origines de la légende troyenne de Rome, pp. 363 ss.;
W. A. SCHRÖDER, M. Porcius Cato. Das erste Buch der Origines, Meisenheim, 1971,
p. 104.
17
Véase F. DELLA CORTE, «I Sabini in Virgilio, i mores dei Romani e l’origine dei
Sabini in Catone», en Preistoria, storia e civiltà dei Sabini, Rieti, 1985, pp. 59 ss.
18
Cf. S. MAZZARINO, Il pensiero storico classico, Roma, 1994, vol. II, pp. 92 ss.
19
J. BÉRARD, La Magna Grecia (trad. ital.), Torino, 1963, pp. 451 ss.
20
A. BERNARDI, trabajos citados en la anterior n. 14 (cf. G. D’ANNA, Problemi di let-
teratura latina arcaica, Roma, 1976, p. 88, n. 86).
21
A. PIGANIOL, Essai sur les origines de Rome. Paris, 1917, pp. 34 ss.; P. M. MAR-
TIN, «Contribution de Denys d’Halicarnasse à la connaissance du uer sacrum», Latomus,
32, 1973, pp. 35 ss.
22
Sin ánimo de exhaustividad, a los autores mencionados en la anterior n. 16, pue-
den añadirse, como defensores de esta idea, A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, vol.
I.1, p. 199; G. DE SANCTIS, Storia dei Romani, Firenze, 1980, vol. I, p. 180, y más recien-
temente F. DELLA CORTE, loc. cit., y D. BRIQUEL, «Denys, témoin de traditions disparues:
l’identification des Aborigènes aux Ligures», MEFRA, 101, 1989, pp. 107 ss. En opinión

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

Frente a cualquier otra forma de etnogénesis, los atenienses desarrolla-


ron el concepto de autoctonía, a imagen de su legendario rey Erictonio,
como explicación de su propio origen23. Aunque con claros antecedentes en
la literatura del último cuarto del siglo V a.C., como se observa en Las
avispas de Aristófanes o en la tragedia Ion de Eurípides, fue sobre todo en
el siglo siguiente cuando la idea de la autoctonía se valora en Atenas de una
manera global y altamente positiva. El recurso a su carácter autóctono pro-
porcionaba a los atenienses —siempre naturalmente desde su propio punto
de vista— un título de nobleza que les situaba en un nivel más elevado
frente a los restantes griegos. Así, como justificación para ocupar la hege-
monía, los atenienses invocaban este argumento sobre su procedencia, lo
que automáticamente les hacía superiores a sus rivales, cuyo origen se rela-
cionaba normalmente con una migración. Si bien la autoctonía no fue una
invención ateniense, lo cierto es que en el siglo IV la inmensa mayoría de
las noticias conocidas sobre este origen tienen su referente en Atenas,
incluso aquellas que aunque relativas a otros griegos, se fijan en el arque-
tipo ateniense.
Con razón se pregunta D. Briquel24 si todas las tradiciones conocidas
sobre la autoctonía, y en especial cuando este concepto se aplica a los pue-
blos bárbaros, tienen el mismo valor que el caso ateniense. Ciertamente la
respuesta no puede ser más que negativa, como concluye el mismo Briquel.
En efecto, a través de numerosos ejemplos se constata cómo la concesión
de la autoctonía a un determinado pueblo no tiene como objetivo ennoble-
cerle, sino que más bien al contrario persigue alejarle lo más posible de un
presunto origen helénico, con lo cual se le relega a una condición de bar-
barie y por tanto de inferioridad. Parece fuera de toda duda que en estos
casos tal tradición ha sido acuñada en ambiente griego. Sin embargo, si
encontramos que son los propios indígenas los creadores de su origen

de J. PERRET, sin embargo, el término significaría «originels» y no «dès l’origine», des-


vinculándose por tanto de la autoctonía (Les origines de la légende troyenne de Rome,
p. 640).
23
Sobre la autoctonía ateniense, pueden verse, entre otros, E. MONTANARI, Il mito
dell’autoctonia. Linee di una dinamica mitico-politica ateniese, Roma, 1981; N. LORAUX,
Les enfants d’Athèna, Paris, 1981. En un sentido general, sobre la tierra en cuanto signifi-
cado de maternidad, es muy interesante cuanto escribe M. ELIADE, Tratado de historia de
las religiones (trad. esp.), México, 1972, pp. 226 ss.
24
D. BRIQUEL, Les Tyrrhènes peuple des tours, pp. 87 ss.

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 22


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

autóctono, la valoración final no puede ser la misma25. Un ejemplo para-


digmático de estas diferentes consideraciones sobre la autoctonía lo prota-
gonizan sin duda los etruscos.
Como sucede con otros muchos pueblos, también sobre los etruscos
existían diversas versiones acerca de su origen, que en su mayoría lo situa-
ban en el Egeo26. Una variante discordante con esta tónica general, pero
que en realidad no tuvo mucho éxito, les consideraba sin embargo autóc-
tonos. Esta tradición se encuentra recogida únicamente por Dionisio de
Halicarnaso27, a quien no interesaba otorgar a los etruscos un lejano origen
griego para eliminar de Roma cualquier resto de barbarie: Roma nunca fue
una π
λις Τυρρηνς, sino que su carácter helénico se conservó puro desde
su más remoto pasado28. Pero tal como está planteada, al margen de la
investigación que posteriormente desarrolla el propio Dionisio29, esta tra-
dición requiere una intervención griega, como bien señala Briquel, quien
finalmente se inclina por Filisto y los ambientes historiográficos de la
corte del tirano Dionisio I de Siracusa como creadores de la noticia. Esta
en el fondo no pretende sino desprestigiar a los etruscos privándoles de un
origen helénico que les era reconocido de manera generalizada, para de
esta manera justificar la política de hostilidad en el Tirreno practicada por
Siracusa30.
Sin desautorizar esta interpretación, más bien al contrario, incluso con-
viviendo con ella, existen también indicios para pensar que los etruscos
acuñaron por sí mismos una tradición sobre su origen que se aproxima a la
autoctonía, impresión que se deduce del contenido de algunos documentos

25
Cf. E. J. BICKERMAN, «Origines gentium», CPh, 47, 1952, p. 76.
26
Sobre los orígenes pelásgico y lidio de los etruscos en sus diversas tradiciones,
deben consultarse las completas monografías de D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, Roma,
1984, y L’origine lydienne des Étrusques, Roma, 1991, respectivamente.
27
Dion., 1.26.2.
28
Al respecto sigue siendo fundamental el libro de D. MUSTI, Tendenze nella storio-
grafia romana e greca su Roma arcaica. Studi su Livio e Dionigi d’Alicarnasso (QuadUrb
10), Roma, 1970; también de este mismo autor es oportuno consultar «Etruschi e Greci
nella rappresentazione dionisiana delle origini di Roma», en Gli Etruschi e Roma, Roma,
1981, 23-44. Sobre la dualidad Ελληνς−Τυρρηνς con interesantes consideraciones,
puede consultarse el trabajo de G. VANOTTI, «Roma polis Hellenis, Roma polis Tyrrhenis»,
MEFRA, 111, 1999, 217-255.
29
Cf. Dion., 1.30.1-2.
30
D. BRIQUEL, Les Tyrrhènes peuple des tours, pp. 129 ss.

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La prehistoria mítica de Roma
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tardíos. Ante todo, especial importancia tiene la llamada profecía de


Vegoia31, que parece iniciarse con una exposición cosmogónica, según la
cual la acción del creador, Júpiter-Tinia, no sólo se centró en la ordenación
del cosmos, sino que además sentó las bases del ius terrae Etruriae. Este
último establecía la inmutabilidad de la propiedad de la tierra, que había
sido determinada en el momento mismo de la creación por el dios
demiurgo, lo cual inevitablemente lleva a considerar como originarios asi-
mismo a sus propietarios. La profecía de Vegoia lleva pues implícita la cua-
lidad de los etruscos como autóctonos, no stricto sensu como nacidos del
suelo, pero sí al menos como primeros y legítimos habitantes de la tierra
etrusca32. El problema ahora no es otro que determinar si las ideas expre-
sadas en la profecía de Vegoia son producto de las circunstancias del
momento en que se redactó el texto, finales del siglo II o comienzos del
I a.C.33, o si por el contrario proceden de una larga tradición nacional. Aun-
que la documentación etrusca es siempre escasa, la lógica nos debe con-
ducir hacia la segunda opción, lo que se ve avalado por algunos indicios.
Así, sabemos que las revelaciones de otro profeta etrusco, Tages, trataban
asimismo, entre un contenido muy variado, del ius terrae Etruriae, que se
enmarcaba en el contexto de la Etrusca disciplina34. La figura de Tages no
es un creación reciente35. Cicerón, que transmite la primera noticia cono-
cida sobre este personaje36, tuvo como fuente a su amigo etrusco A. Cecina,
quien sin duda le dio a conocer una antigua tradición de su pueblo. Posi-

31
El texto se encuentra en Gromatici veteres, I.350 (Lachman). Sobre el mismo, es
obligado consultar el completo estudio de A. VALVO, La «profezia di Vegoia». Proprietà
fondiaria e aruspicina in Etruria nel I secolo a.C., Roma, 1988.
32
D. BRIQUEL, «Versions étrusques de l’autochtonie», DHA, 12, 1986, pp. 298 ss.;
M. SORDI, «Storiografia e cultura etrusca nell’Impero Romano», en Atti II Congresso
Internazionale Etrusco, Roma, 1989, vol. I, pp. 46 ss. (= Prospettive di storia etrusca,
Como, 1995, pp. 194 ss.); L. AIGNER-FORESTI, «Gli Etruschi e la loro autocoscienza»,
en Autocoscienza e rappresentazione dei popoli nell’antichità, Milano, 1992,
pp. 102 ss.
33
Sobre la cronología de este texto, muy discutida, A. VALVO, La «profezia di
Vegoia», pp. 19 ss.
34
Serv., Aen., 1.2.
35
Sobre este personaje, con fuentes y bibliografía, J. R. WOOD, «The Myth of Tages»,
Latomus, 39, 1980, 325-344; A. J. PFIFFIG, «Zum ‘Puer senex’», en Festschrift H. Kenner,
Wien, 1985, 277-279 (= Mi zinaku amprusale, Wien, 1995, 506-510).
36
Cic., Div., 2.23.50.

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 24


La prehistoria mítica de Roma
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blemente Tages aparece representado en una cista prenestina de bronce del


siglo III a.C., en actitud de surgir del suelo y transmitir sus enseñanzas a
los allí convocados37. Según la versión de Censorino38, Tages vio la luz en
el territorio de Tarquinia —lo que también es mencionado por Cicerón— y
se dirigió a los lucumones que entonces gobernaban las ciudades de Etru-
ria, lo que parece indicar que esta tradición se relaciona con los momentos
de esplendor de la liga etrusca bajo la hegemonía de Tarquinia, que inme-
diatamente vinculó a su héroe nacional Tarchon con el profeta Tages39.
Estamos por tanto en el siglo IV a.C.
La leyenda de Tages recuerda en cierto sentido al héroe ateniense Eric-
tonio, proximidad que no pasó desapercibida a la observación de Censo-
rino, por lo que cabe preguntarse si no tuvo lugar en Etruria un proceso
paralelo al ateniense: la imagen de Tages surgiendo de la tierra sirve de
impulso al desarrollo de una concepción sobre la autoctonía del pueblo
etrusco, no precedido por ningún otro en la tierra que habitaban y que le

37
R. HERBIG, «Etruskische Rekruten?, en Charites. Studien zum Altertumswissens-
chaft, Bonn, 1957, pp. 182 ss.; A. J. PFIFFIG, Religio Etrusca, Graz, 1975, p. 38. Por el con-
trario, otros interpretan la escena en relación a la adivinación por sortes que se practicaba
en Praeneste: F. COARELLI, en Roma mediorepubblicana, Roma, 1973, pp. 258 ss.; F.-H.
PAIRAULT-MASSA, Iconologia e politica nell’Italia antica, Milano, 1992, pp. 165 ss.
38
Cens., Die nat., 4.13.
39
Lyd., Ost., 2-3. Acerca de este pasaje, muy controvertido, véanse J. R. WOOD,
«The Etrusco-Latin liber Tageticus in Lydiis De Ostentis», MPhL, 6, 1981, 94-125; D.
BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, pp. 492 ss. Sobre el célebre espejo de Tus-
cania con escena haruspicinal, en el que supuestamente aparecerían representados estos
dos personajes, Tarchon y Tages, con diferentes opiniones, M. PALLOTTINO, «Uno spec-
chio di Tuscania e la leggenda etrusca di Tarchon», RAL, 6, 1930, 49-87 (= Saggi di anti-
chità, Roma, 1979, vol. II, 689-707); M. CRISTOFANI, «Il cosiddetto specchio di Tarchon:
un recupero e una nuova lettura», Prospettiva, 41, 1985, 4-20; M. TORELLI, «‘Etruria
principes disciplinam doceto’. Il mito normativo dello specchio di Tuscania», en Studia
Tarquiniensia, Roma, 1988, 109-118. L. B. VAN DER MEER, Interpretatio Etrusca. Greek
Myths on Etruscan Mirrors, Amsterdam, 1995, pp. 97 ss. Según creo, la figura identifi-
cada en el espejo con las palabras pava tarχies no debe ser tenida como personificación
de Tages, rechazo que expresan M. Cristofani y M. Torelli, sino que representa a un
harúspice en el momento de realizar la inspección de la víscera que sostiene en su mano
izquierda. La reciente publicación de la tabula Cortonensis, donde figura el término
pava, ayuda a reafirmar esta interpretación: C. DE SIMONE, «La tabula Cortonensis: tra
linguistica e storia», ASNP, 3, 1998, pp. 29 ss.; por su parte, L. AGOSTINIANI y F. NICO-
SIA, Tabula Cortonensis, Roma, 2000, p. 101, dudan en la traducción de pava como
harúspice.

25 Gerión. Anejo VI (2002) 17-78


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

había sido concedida por Tinia en el momento de la creación40. Esta tradi-


ción no se contradice con aquellas otras versiones sobre el origen extran-
jero de los etruscos, especialmente la lidia, que fue la que arraigó con
mayor fuerza, hasta llegar a adquirir incluso cierto carácter «oficial». El
vínculo entre ambas puede subyacer en una tradición trasmitida por Estra-
bón, quien habla del lidio Tirreno como fundador de la dodecápolis
etrusca, cuya jefatura encomendó al héroe indígena Tarchon, quien había
nacido con los cabellos blancos, una definición de puer senex que le apro-
xima estrechamente a Tages41. Esta versión, que sin duda contiene un mar-
chamo tarquiniense, imagina el origen del pueblo etrusco a partir de un
sustrato indígena, personificado en Tarchon, y una componente egea que
tiene su referente en el lidio Tirreno. No muy distinta es la visión que los
latinos se hacían de su propia etnogénesis.
Si ahora regresamos al caso latino, protagonizado por los aborígenes,
el planteamiento no es pues muy diferente, aunque sí reviste particularida-
des un tanto especiales. Como hemos visto con anterioridad, el pueblo de
los aborígenes expresa por sí mismo un concepto local de autoctonía,
manifestación de la singularidad latina frente a un origen exclusivamente
extranjero que le era concedido por las fuentes griegas. Pero aquí nos
encontramos con la salvedad de que no existe un verdadero mito de autoc-
tonía y los aborígenes tampoco representan un pueblo histórico, real. Hasta
donde sabemos, todo parece reducirse a una especulación lingüística, pero
necesaria por imperativos ideológicos y de coherencia historiográfica.
Estamos por tanto ante una creación por completo artificial, que no se fun-
damenta en antiguas tradiciones, sino que ha sido elaborada a partir de un
modelo ya existente y en época relativamente reciente42. La invención de
los aborígenes no es tanto un hecho romano como sobre todo lavinate.
Roma ya disponía de su propia tradición, vinculada a Rómulo, mientras
que Lavinium captó para sí la leyenda troyana al presentarse como funda-
ción de Eneas: éste desembarca en el país de los aborígenes, que no es otro
que el territorio laurente, cuyos reyes formaron con el tiempo una dinastía

40
L. PARETI, Le origini etrusche, Firenze, 1926, pp. 13 ss. En contra, D. BRIQUEL,
«L’autochtonie des Étrusques chez Denys d’Halicarnasse», REL, 61, 1983, pp. 70 ss.
41
Str., 5.2.2 (C. 219). Sobre esta tradición puede verse el análisis de D. BRIQUEL, L’o-
rigine lydienne des Étrusques, pp. 127 ss., quien llega sin embargo a conclusiones dife-
rentes a las aquí expuestas.
42
Cf. A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, vol. I.1, pp. 200 ss.

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 26


La prehistoria mítica de Roma
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mítica que reinó sobre los aborígenes. Posiblemente se trate de un producto


del ambiente que se creó en Lavinium cuando tras la incorporación del
Lacio al dominio romano, esta ciudad se alzó como centro religioso y cul-
tural de toda la nación latina43. Esta «capitalidad» de Lavinium no sólo se
materializa an el ámbito ritual, sino también mediante la creación de tradi-
ciones que elevan a la ciudad al rango de metrópolis latina, en competen-
cia con Alba44. En este contexto, se podrían señalar como pertenecientes al
acervo lavinate, además de la invención de los aborígenes como población
originaria del Lacio, la capitalización del mito de Eneas45 y la recreación
de Latino con un significado lavinate. Bajo esta perspectiva, el siglo
IV a.C. y Atenas se presentan, según creo, como dos puntos de referencia
válidos que pueden explicar satisfactoriamente el surgimiento de los abo-
rígenes, lo cual en ningún momento está en contradicción con los datos dis-
ponibles. Y en efecto, el análisis de los diferentes testimonios de los anti-
guos acerca de este legendario pueblo confirmará que esta propuesta
cronológica es la que concilia mayores posibilidades.

2. LOS AUTORES GRIEGOS

Con anterioridad a Catón, primer autor conocido que habla in extensis


sobre los aborígenes, tan sólo en muy pocas ocasiones se tiene noticia
cierta sobre este pueblo. De hecho, únicamente pueden invocarse al res-

43
G. K. GALINSKY, Aeneas, Sicily, and Rome, Princeton, 1969, pp. 145 ss.
44
Sobre el particular, pueden verse entre otros A. ALFÖLDI, Early Rome and the
Latins, Ann Arbor, 1965, pp. 246 ss.; K. GALISNKY, «Aeneas in Latium: Archäologie, Myt-
hos und Geschichte», en 2000 Jahre Vergil, Wiesbaden, 1983, pp. 47 ss.
45
Así parece demostrarlo la remodelación en forma de heroon de un túmulo del siglo
VII, generalmente considerado como lugar de culto en honor de Eneas: P. SOMMELLA,
«Heroon di Enea a Lavinio», RPAA, 44, 1971/72, 47-74. La posibilidad de que este túmulo
ya fuese escenario de un culto heroico en el siglo VI y consagrado a Latino (C. COGROSSI,
«Atenea Iliaca e il culto degli eroi», en Politica e religione nel primo scontro tra Roma e
l’Oriente, 79-98, esp., pp. 89 ss.; A. GRANDAZZI, «Le roi Latinus: analyse d’une figure
légendaire», CRAI, 1988, pp. 492 ss.; D. BRIQUEL, «À propos d’une inscription redécou-
verte au Louvre: remarques sur la tradition relative à Mézence», REL, 67, 1989, pp. 90 ss.),
me parece indemostrable. Una posición sumamente escéptica es asumida por J. POUCET,
«Un culte d’Énée dans la région lavinate au quatrième siècle avant Jésus-Christ?», en
Hommages R. Schilling, Paris, 1983, 187-201.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

pecto las referencias de Calias y de Licofrón, ya citadas, así como otra, más
que hipotética, en un fragmento de Nevio que luego consideraremos. La
información que proporcionan los dos primeros es muy parca, pues sola-
mente mencionan a los aborígenes como el pueblo que recibió en el Lacio
a Eneas, sin la menor alusión a su origen o a otras particularidades. Sin
embargo, que la noticia más antigua conocida proceda de Calias, historia-
dor siracusano que redactó su obra a comienzos del siglo III a.C., consti-
tuye un dato bastante significativo, pues se trata de un griego occidental y
por tanto más en contacto con las tradiciones romanas, a través de las cua-
les conocería la existencia de los aborígenes y de su rey Latino. No en vano
la primera mención de Rómulo se localiza, hasta donde sabemos, en un
autor asimismo siciliano, Alcimo, quien mezcla al fundador tradicional de
Roma, Rómulo, con personajes que parecen creados específicamente para
la ocasión, ofreciendo en definitiva una reconstrucción sumamente ecléc-
tica46. De manera no muy diferente se comporta Calias, quien ciertamente
conoce las tradiciones indígenas, pero prefiere otorgar mayor protagonis-
mon al elemento griego, de acuerdo con la tónica dominante en la histo-
riografía helénica anterior al siglo II a.C. Así, atribuye la fundación de
Roma a los hijos de Latino y de Rhome, quien conserva la función de epó-
nima de la ciudad que en su momento ya le había conferido Helánico de
Lesbos47. El aspecto que interesa destacar ahora es la mención de los abo-
rígenes y su relación con los troyanos, lo que lleva implícita una primera
exposición de la etnogénesis latina a partir de la unión de dos elementos,

46
Alcimo, FGH 560F4 (= Fest., 326-328L): Alcimus ait, Tyrrhenia Aeneae natum
filium Romulum fuisse, atque eo ortam Albam Aeneae neptem, cuius filius nomine Rhomus
condiderit urbem Romam.
47
Calias, FGH 564F5 (= Dion., 1.72.5)): Καλλας δ τς ’Αγαθοκλ ους πρξεις
ναγρψας Ρµην τιν Τρωδα τω ν φικνουµ νων µα τοις λλοις Τρωσν ες
’Ιταλαν γµασθαι Λατνω τ  βασιλει τω
ω ν ’Αβοριγνων κα γεννη σαι τρεις παιδας,
Pωµον κα Pωµλον κα <Τηλ γονον> ... οκσαντας δ π
λιν, π τη ς µητρς
ατη   θ σθαι τονοµα. El texto de Dionisio presenta una laguna cuando habla sobre la des-
cendencia de Latino y de Rhome y que afecta también al nombre del fundador de Roma. La
inclusión de Telégono se justifica a partir de Syncellus (363 Bonn), quien además especi-
fica que los fundadores de Roma fueron Rhomos y Rómulo (véase TH. MOMMSEN, «Die
Remuslegende», Hermes, 16, 1881, pp. 3 ss.). Sobre la tradición contenida en este frag-
mento de Calias pueden consultarse E. MANNI, «La fondazione di Roma secondo Antioco,
Alcimo e Callia», Kokalos, 9, 1963, pp. 265 ss.; T. P. WISEMAN, Remus. A Roman Myth,
Cambridge, 1995, pp. 52 ss.; J. MARTÍNEZ-PINNA, «Rhome: el elemento femenino en la fun-
dación de Roma», Aevum, 71, 1997, pp. 87 ss., con diferentes apreciaciones.

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La prehistoria mítica de Roma
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uno indígena y otro griego, fusión simbolizada en el matrimonio entre el


rey Latino y la troyana Rhome. Partícipes de similar estímulo son otras tra-
diciones griegas, de autores anónimos, en las que de nuevo Latino, rey de
los aborígenes, acoge a Eneas fugitivo y a su muerte lega una parte del
reino a Rómulo y Rhomos, hijos o nietos del héroe troyano48. A la vista de
la relación parental tan próxima que existe entre Eneas y Rómulo, la crea-
ción de la versión-madre que dio origen a estas variantes no debe ser pos-
terior al siglo III a.C. o inicios del siguiente.
Por su parte, el texto de Licofrón contempla un aspecto que no carece
de interés. Cuando menciona a los aborígenes, dice que su territorio se
extendía π ρ Λατνους ∆αυνους49. Dentro de la oscuridad que
envuelve al poema, las indicaciones geográficas son bastante confusas50,
de ahí las dificultades en comprender la mencionada expresión acerca de
la localización de los aborígenes. A partir de Esteban de Bizancio51, que
cita a Licofrón repitiendo el verso pero con la variante Λακου ∆αυνου
se han propuesto diversas lecturas, como una referencia a la ciudad fren-
tana de Larino52, cercana al país de los daunios, o bien al promontorio
Lacinio53, en el sur de la península. Estas opiniones se basan en defini-
tiva en que la mención de los latinos que figura en el texto carece de sen-
tido, pues latinos y aborígenes habitaron el mismo territorio aunque en
épocas diferentes. Sin embargo, es necesario admitir que Licofrón iden-
tificaba el país de los Βορεγονοι con el escenario donde Eneas va a
cumplir su destino, es decir el Lacio histórico, por lo que tanto Larino, en
la vertiente adriática de la península, como el promontorio Lacinio, que

48
FGH 840F40a (= Dion., 1.73.2). La singularidad de la noticia radica en que Dio-
nisio afirma que estas versiones figuran en los analistas romanos, quienes se basaron en
unas «tablas sagradas» (ν εραις δ λτοις), clara referencia a los archivos pontificales: cf.
W. SCHUR, «Griechische Traditionen von der Gründung Roms», Klio, 17, 1920/21,
pp. 143 ss. Basándose en este dato, A. MEURANT, L’idée de gémellité dans la légende des
origines de Rome, Bruxelles, 2000, pp. 152 ss., los califica como «fragments de la dissi-
dence latine»; pero los Annales pontificales eran escritos de carácter analístico, abiertos
también a la influencia de tradiciones griegas.
49
Lyc., Alex., 1254.
50
Cf. J. PERRET, Les origines de la légende troyenne de Rome, p. 659.
51
Stpeh. Byz., 321M, s.v. ∆ανιον.
52
E. CIACERI, La Alessandra di Licofrone, Catania, 1901, pp. 320 ss.
53
G. D’ANNA, «Lycophron, Alex. 1254», en Studi A. Ardizzoni, Roma, 1978, vol. I,
281-290.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

se asoma al mar Jónico, representan dos puntos muy lejanos como para
servir de referencia útil. Por otra parte, más difícil resulta aceptar, en el
contexto en que nos encontramos, una relación de estos topónimos con
los nombres personales de Latino y de Dauno, el padre de Turno, en el
sentido que los aborígenes poseían la tierra que fue gobernada por estos
legendarios reyes54. La inclusión de los daunios, sin embargo, es más
plausible, de forma que no es necesario corregir ∆αυνους por
Σαυνους, según propone C. von Holzinger en su edición de Licofrón55.
Hay que tener en cuenta que la etnografía griega de los siglos IV y
III a.C. no distinguía con claridad los pueblos de la Italia central, obser-
vándose con cierta frecuencia una confusión entre Σαυνιται y
∆αυνιται56, de forma que no veo estrictamente necesario pensar que se
trate de une referencia explícita a la presencia de daunios en Campania,
y mucho menos en el Lacio, con la suficiente entidad como para ser el
elemento más definitorio de la región. El término «daunios» habría que
entenderlo más bien como relativo a un pueblo partícipe de la cultura
osca que habitaba en la fachada tirrénica de Italia, concretamente en
Campania, por tanto gentes de extracción samnita.
El problema principal posiblemente se encuentra en la interpretación de
la preposición π ρ, que admite dos posibilidades, «más allá de» o
«sobre»57. La primera, quizá mejor fundamentada desde el punto de vista
lingüístico, suscita sin embargo mayores dificultades, pues implica un con-
trasentido con la tónica del relato: las treinta fortalezas, con Lavinium a la

54
Así, J. CARCOPINO, Virgile et les origines d’Ostie, Paris, 1919, p. 685, n. 9; F. DELLA
CORTE, La mappa dell’Eneide, Firenze, 1985, p. 214. También D. BRIQUEL, «Le problème
des Dauniúns», MEFRA, 86, 1974, p. 15, relaciona a los daunios con los retulos de Ardea.
55
C. VON HOLZINGER, Lycophron’s Alexandra, Leipzig, 1895, p. 341. La enmienda es
aceptada por L. MASCIALINO, Licofrón. Alejandra, Barcelona, Alma Mater, 1956, ad v. 1254.
56
Véanse al respecto D. MUSTI, «Il processo di formazione e diffusione delle tradi-
zioni greche sui Daunii e su Diomede», en La civiltà dei Dauni nel quadro del mondo ita-
lico, Firenze, 1984, p. 98 (= Strabone e la Magna Grecia, Padova, 1994, p. 179), quien con
total propiedad habla de un «periodo costruttivo» en la comprensión griega de los pueblos
de Italia. Asimismo es útil D. MARCOTTE, «Samnites, Lucaniens et Brettiens: l’Italie sabe-
llique dans l’ethnographie grecque», en Origines gentium, 285-295.
57
Por la primera se inclinan J. GEFFCKEN, Timaios’ Geographie des Westens, p. 41; D.
MUSTI, «Il processo di formazione e diffusione delle tradizioni greche sui Daunii e su Dio-
mede», p. 102. En favor de la segunda se manifiesta J. HEURGON, Recherches sur l’histoire,
la religion et la civilisation de Capoue préromaine, Paris, 1942, p. 281.

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 30


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

cabeza, que Eneas fundará en las tierras de los aborígenes no significan


otra cosa que una referencia a los pueblos latinos, de los cuales el héroe tro-
yano se constituye en lejano progenitor, de acuerdo con una versión que ya
va imponiéndose como canónica. Es preferible la segunda opción, según la
cual los aborígenes habitaban sobre latinos y «daunios». Licofrón mezcla
aquí dos niveles cronológicos, de manera que esta referencia geográfica
hay que entenderla en el sentido de que los aborígenes ocupaban en un
lejano pasado las mismas regiones que en época histórica correspondían a
estos dos pueblos. Es por tanto muy posible que Licofrón, que se inspira en
una fuente griega occidental58, se esté refiriendo al territorio controlado
por Roma con posterioridad a la guerra latina culminada en el año 338 a.C.,
es decir el Lacio —tanto el Vetus como el Adiectum— y el norte de Cam-
pania, habitada entonces por gentes oscas de origen samnita59. En mi opi-
nión, no muy diferente es el sentido que ofrece un testimonio más o menos
contemporáneo a la fuente de Licofrón. Se trata de un fragmento de Aris-
tóteles que narra el incendio de los barcos por parte de las mujeres troya-
nas, motivo etiológico de la fundación de Roma60. Las indicaciones geo-
gráficas que figuran en el texto denuncian cierta confusión en la mente de
su redactor, al decir que las naves aqueas desembarcaron τν τ
πον
τουτον της ’Οπικης, ς καλειται Λατνιον. Con el nombre de ópicos,
las fuentes griegas de los siglos V-IV a.C. denominaban a las poblaciones
indígenas de Campania, bien a los oscos y sobre todo a los ausonios/aurun-

58
Como se sabe, tradicionalmente se ha visto en Timeo la fuente fundamental de
Licofrón para la llamada «noticia romana». Sin embargo, con buenos argumentos G.
AMIOTTI, «Lico di Reggio e l’Alessandra di Licofrone», Athenaeum, 60, 1982, 452-460,
propone conceder esta cualidad a Lico, padre adoptivo de Licofrón, comprendiéndose así
mejor cómo «l’Alessandra diventa un documento fondamentale per valutare l’impressione
suscitata nei contemporanei e, in particolare, nei greci dell’Italia meridionale, dall’ascesa
della potenza romana nel IV secolo a.C.» (p. 460).
59
Cf. W. SCHUR, «Griechische Traditionen von der Gründung Roms», p. 140: «Das
Boreigonerland ist also identisch mit dem erweiterten Latium der dritten Jahrhundert, das
Völker latinischer und sabellischer Zunge umfaβt». En similar sentido, M. SORDI, I rap-
porti romano-ceriti e l’origine della civitas sine suffragio, Roma, 1960, p. 11, según la cual
«la fonte alla quale Licofrone attingeva aveva presente la situazione politica della seconda
metà del IV secolo».
60
Aristóteles, fr. 558R = FGH 840F13a (= Dion., 1.72.3-4). Sobre el particular, me
permito remitir a J. MARTÍNEZ-PINNA, «Helánico y el motivo del incendio de los barcos: un
hecho troyano», GIF, 48, 1996, 21-53.

31 Gerión. Anejo VI (2002) 17-78


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

cos61. Así, Antíoco de Siracusa identifica a ópicos y ausonios62, línea que


sigue el propio Aristóteles, quien en un pasaje de la Política dice textual-
mente: κουν δ τ µ ν πρς τν Τυρρηναν ’Οπικο κα πρ
τερον
κα ν υν καλοµενοι τν πωνυµαν Ασονες63. Como puede obser-
varse, en esta rápida panorámica de la costa tirrénica de Italia, Aristóteles
sólo menciona dos entidades étnicas, los etruscos y los ópicos, pero entre
ambos se encontraban los latinos. El Lacio por tanto queda asumido por
una de ellas, sin duda la segunda a tenor de lo que figura en el fragmento
anterior, donde la tierra llamada Latinion se atribuye a los ópicos. Así pues,
en la visión de Italia recogida por el filósofo, el territorio comprendido
entre el Tíber y el norte de Campania constituye una unidad, concepto no
muy distante del que sugiere el verso de Licofrón relativo a los aborígenes.
Otro autor griego que se refiere a los aborígenes se esconde tras un
incierto historiae Cumanae compositor, recogido en última instancia por
Festo64. Este anónimo historiador es por lo general identificado con Hipe-
roco de Cumas65, aunque ciertamente sin apoyos firmes, pues con el nom-
bre genérico de Κυµαικ, según se titulaba la obra de Hiperoco, puede
entenderse un conjunto de crónicas locales pertenecientes a diversas épo-
cas y agrupadas en un cierto momento, o en el mejor de los casos un ori-
ginal que con el paso del tiempo habría experimentado remodelaciones y
variantes66. No hay razones de peso para atribuir todos los fragmentos
conocidos de procedencia cumana a un único autor. Pero aun en el caso de
dar por buena tal paternidad, está la cuestión de la cronología de Hiperoco,
que por el momento no encuentra una respuesta satisfactoria67. Sin duda

61
Cf. J. HEURGON, Recherches sur l’histoire, la religion et la civilisation de Capoue
préromaine, pp. 42 ss.; D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 553 ss.
62
Antíoco, FGH 555F7 (= Str., 5.4.3 [C. 242]).
63
Arist., Pol., 1329b.
64
Fest., 328L.
65
Este pasaje es incorporado por F. JACOBY a los fragmentos de Hiperoco: FGH
576F3.
66
Cf. A. ALFÖLDI, Early Rome and the Latins, pp. 56 ss.; I. OPELT, «Roma = Ρµη
und Rom als Idee», Philologus, 109, 1965, p. 50; E. GABBA, «Considerazioni sulla tradi-
zione letteraria sulle origini della Repubblica», en Les origines de la République romaine,
Vandoeuvres, 1967, pp. 144 ss.
67
Para unos habría que situarle en la época de Augusto (F. JACOBY, FGH IIIb. Kom-
mentar, Leiden, 1955, p. 608; H. STRASBURGER, Zur Sage von der Gründung Roms, Hei-
delberg, 1968, p. 9, n. 10; W. A. SCHRÖDER, M. Porcius Cato, p. 105), si bien la tendencia

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

alguna, todo esto dificulta la determinación del momento en que la noticia


fue creada. Pero antes de nada, conviene presentar el texto:

<...> historiae Cumanae compositor Athenis quosdam profectos Si-


cyonem Thespi[ad]asque; ex quibus porro civitatibus, ob inopiam
domiciliorum, conpluris profectos in exteras regiones, delatos in Ita-
liam, eosque multo errore nominatos Aborigines; quorum subiecti
qui fuerint +caeximparum+ viri, unicarumque virium imperio mon-
tem Palatinum, in quo frequentissimi consederint, appellavisse a
viribus regentis Valentiam: quod nomen adventu Evandri Aeneaeque
in Italiam cum magna Graece loquentium copia interpretatum, dici
coeptum Rhomen.

A pesar de las lagunas y corrupciones, el relato se comprende bien en


sus líneas generales. Habla de unas gentes que originarias de Atenas, se
asentaron en Sicione y en Tespies, pero la mayor parte tuvo que emigrar a
causa de una carestía, llegando finalmente al Lacio, donde tomaron el
nombre de aborígenes por lo mucho que habían vagabundeado; sobre el
Palatino, una de las colinas de la futura Roma, fundaron una ciudad a la
que llamaron Valentia por la fuerza de su jefe, pero mucho después llega-
ron Evandro y Eneas y rebautizaron al poblamiento con el nombre de
Rhome.
Por varios aspectos, el contenido de esta leyenda es sorprendente, de
ahí las diversas interpretaciones que se han propuesto acerca de su pro-
cedencia. Así, G. D’Anna, quien considera a Hiperoco el historiador del
tirano Aristodemo, sitúa su origen en la Cumas de comienzos del siglo
V a.C. y tendría un sentido antietrusco, con la pretensión de eludir cual-
quier referencia a Rómulo como fundador de Roma y convertir a ésta en
una ciudad griega68. Por su parte, G. Vanotti la incluye en ese conjunto
de leyendas nacidas en ambientes griegos de Occidente, de las que se
hablará más adelante, que tenían como finalidad atraer a Roma frente al

más extendida se inclina por una cronología entre finales del siglo IV y comienzos del II
a. c. (F. ALTHEIM, Untersuchungen zur römischen Geschichte, Frankfurt, 1961, vol. I,
pp. 200 ss.; E. GABBA, «Considerazioni sulla tradizione letteraria sulle origini della Repub-
blica», pp. 144 ss.; C. LETTA. «La tradizione storiografica sull’età regia: origine e valore»,
en Alle origini di Roma, Pisa, 1988, pp. 72 ss.).
68
G. D’ANNA, «Il mito di Enea nella documentazione letteraria», en L’epos greco in
Occidente, Taranto, 1989, pp. 237 ss.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

imperialismo de Dionisio I y de sus aliados celtas, de los que Roma


había sido víctima69. También se ha invocado un origen ateniense70, en
la línea de aquellas tradiciones relativas a una colonización mítica de
Cerdeña y de Cumas por parte de gentes tespias con antecedentes en
Atenas, como veremos inmediatamente. Sin embargo, todas estas inter-
pretaciones no resultan admisibles, en especial por el nivel cronológico
en que se mueven, pues ignoran elementos internos del relato que nece-
sariamente conducen a una fecha más reciente: por ejemplo, la localiza-
ción en el Palatino de la primitiva ciudad, lo que necesariamente obliga
a su redactor a conocer la versión canónica romana protagonizada por
Rómulo.
Un primer hecho a tener en cuenta es el nombre de la ciudad fundada
por los aborígenes sobre el Palatino, una extraña pre-Roma que es deno-
minada con una forma indígena, latina, Valentia, por parte de unas gentes
que proceden de Grecia. En principio, la única explicación posible es que
ha tenido lugar una mezcla de dos versiones, como sugiere C. Letta71. En
efecto, en el comentario serviano a la Eneida y en Solino se hace referen-
cia a una versión sobre este cambio de nombre, pero atribuyendo al pri-
mero de ellos, Valentia, una paternidad latina, mientras que habría sido
Evandro quien lo sustituyó por Roma como palabra de origen griego72. Esta
versión habría sido acuñada, según reconoce el interpolador a Servio, por
Ateio Filólogo, autor del siglo I a.C., corrigiendo una anterior más simple:
«sembra evidente —escribe Letta— che il macchinoso passaggio da Valen-
tia a Rhome vuole pedantemente correggere una precedente teoria secondo
cui il nome greco Rhome fu dato direttamente dagli Aborigeni, considerati
di stirpe greca; ed è probabile che la necessità di questa correzione dovette
essere avvertita quando venne meno la credenza nella grecità degli Abori-
geni». El proceso se reconstruiría entonces de la forma siguiente: el relato
griego mencionaría el origen ateniense de los aborígenes y su llegada a Ita-
lia, donde fundaron una ciudad a la que llamaron Rhome; pero Verrio
Flaco/Festo suprimió esta última parte e incluyó la versión de Ateio, que

69
G. VANOTTI, «Roma polis Hellenis, Roma polis Tyrrhenis», pp. 239 ss.
70
O. GRUPPE, en BPhW, 32, 1911, col. 999 ss.; A. COPPOLA, «L’Occidente: mire ate-
niesi e trame propagandistiche siracusane», en Hesperìa. 3, Roma, 1993, pp. 105 ss.;
EADEM, Archaiologhía e propaganda, Roma, 1995, pp. 82 ss.
71
C. LETTA. «La tradizione storiografica sull’età regia: origine e valore», pp. 71 ss.
72
Serv. auct., Aen., 1.273; Solin., 1.1.

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 34


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

daba prioridad cronológica al nombre de Valentia, sin caer en la cuenta de


la contradicción en que incurría.
Pero esta interpretación choca con serias dificultades. Por una parte,
Ateio no menciona a los aborígenes y calla asimismo el nombre de Eneas;
la única referencia a los primitivos pobladores aparece en Solino bajo los
términos iuventus Latina, que no hay por qué identificar a los aborígenes.
Además, la relación del nombre de Roma con el concepto de fuerza, espe-
cialmente en su versión griega, es un tópico muy extendido73, por lo que
tampoco existen razones de peso para vincular directamente la versión de
Ateio con la del anónimo historiador cumano. Pero sin duda el hecho que
más difícilmente puede explicarse, dentro de esta reconstrucción, es el ori-
gen del nombre de los aborígenes tal como aparece en la narración de
Festo.
Aunque no lo menciona expresamente, el anónimo historiador inter-
preta el nombre de los aborígenes a partir de Aberrigenes, ya que fueron
así llamados multo errore. Ahora bien, como hemos visto con anterioridad,
esta forma es una derivación reciente del original Aborigines y su creación
corresponde a manos latinas. Esta idea de los aborígenes como gentes
errantes surge sin duda en un momento avanzado, muy posterior a su con-
cepción originaria como autóctonos, quizá como consecuencia de una
aproximación a los pelasgos, pueblo vagabundo por excelencia y cuya pre-
sencia llegó a arraigar con fuerza en la península Itálica. Dionisio de Hali-
carnaso considera a aborígenes y a pelasgos unidos por una relación de
parentesco, y no es el único que veía una estrecha proximidad entre ambos
pueblos74. En el relato transmitido por Festo se detectan además otros inte-
resantes puntos de contacto con los pelasgos, como ya llegó a observar J.
Bayet75. Así, el itinerario que habrían recorrido estos aborígenes por tierras

73
Cf. I. OPELT, «Roma = Ρµη und Rom als Idee», cit.; B. ROCHETTE, « Ρµη =
!µη», Latomus, 56, 1997, 54-57.
74
Dion., 1.17.1. Poco antes, al mismo Dionisio (1.10.2) recuerda que otros autores
establecían una estrecha relación entre aborígenes y léleges, pueblo este último que, dada
su naturaleza errabunda, fue a la larga identificado con los pelasgos. Sobre la proximidad
entre aborígenes y pelasgos, en razón a esta condición «vagabunda», pueden verse J.
BAYET, «Les origines de l’arcadisme romain», MEFR, 38, 1920, pp. 90 ss.; J. BÉRARD, La
Magna Grecia, p. 450. Cf. asimismo C. AMPOLO, en Plutarco. Le vite di Teseo e di Romolo,
Milano, 1988, p. 263.
75
J. BAYET, loc. cit. en la nota anterior.

35 Gerión. Anejo VI (2002) 17-78


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

griegas antes de su definitivo desplazamiento a Italia, que se encuentra


jalonado por ciudades de profundas raíces pelásgicas. Este hecho se debe
relacionar con otras tradiciones que hablan asimismo de tespios, que con
antecedentes atenienses, habrían colonizado la isla de Cerdeña bajo la guía
de Iolao, hasta que al cabo del tiempo fueron rechazados y se asentaron en
Cumas76. Las leyendas sobre la presencia mítica de ateniense y tespios en
Cerdeña han sido atribuidas por A. Coppola a ambientes áticos del siglo
V a.C., incluyendo en este mismo grupo la relativa a Roma, como ante-
riormente veíamos77. Sin embargo, esta reconstrucción es un tanto forzada,
pues aunque si bien es factible que las primeras de tales tradiciones, aque-
llas referidas a Cerdeña y Cumas, puedan tener un marchamo ateniense,
que incluso pudo haber utilizado la vía pelásgica, la del anónimo historia-
dor cumano por el contrario parece más bien un desarrollo tardío, que pre-
tende extender a Roma un origen similar al que estas tradiciones atribuían
a Cumas.
También podría invocarse como vínculo con los pelasgos el nombre
griego de la ciudad, Rhome, relacionado con la idea de la fuerza, !µη, de
sus primitivos pobladores y de su jefe, símbolo en definitiva del poder que
en ambientes griegos se reconocía a Roma. Una apreciación de este tipo es
impensable en el siglo V, cuando Roma apenas contaba en el horizonte
griego, por lo que difícilmente puede ser anterior a la segunda mitad del
siglo IV, momento en que la ciudad se presenta como una potencia itálica
con grandes aspiraciones hegemónicas. Es precisamente en este contexto
donde debe situarse, casi con toda probabilidad, la primera noticia cono-
cida relativa a esta idea, como veremos con más detalle en el capítulo
correspondiente: se trata de una tradición anónima, transmitida por Plu-
tarco, que atribuye a los pelasgos la fundación de Roma78. Es difícil ver
entre ambas leyendas una relación directa79, aunque es indudable que las
dos giran en torno a la misma idea, siendo la relativa a los pelasgos más
coherente, la que presenta mayores visos de antigüedad.

76
Diod., 5.16. Pausanias (10.17.5) también refiere esta leyenda, pero ignora lo rela-
tivo a Cumas. Sobre esta colonización ateniense en Cerdeña habla asimismo Esteban de
Bizancio, 21 M, s.v. ’Αγραυλ.
77
A. COPPOLA, Archaiologhía e propaganda, pp. 69 ss.
78
Plut., Rom., 1.1. Sobre esta tradición, infra, cap. III.
79
En un sentido afirmativo se expresa J. BAYET, «Les originies de l’arcadisme
romain», pp. 91 ss.

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 36


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

Un último aspecto a tener en cuenta es la extraña asociación entre


Evandro y Eneas, lo cual no deja de ser una creación reciente. Según G.
D’Anna, se trataría de una variante de la pareja formada por Eneas y Odi-
seo como fundadores de Roma, tal como aparece en Helánico de Lesbos80.
Sin embargo, resulta más evocadora al respecto la Eneida de Virgilio,
donde se escenifica un encuentro entre ambos héroes en el que recuerdan
sus lazos parentales, lo cual da pie a la formalización de una alianza81.
Naturalmente no puede pensarse que una tradición derive de otra, pero sin
duda ambas son consecuencia de un mismo estímulo: la presencia arcadia
en el Lacio viene de la mano de la leyenda troyana. Por otra parte, no puede
dejar de observarse que ninguno de estos héroes aparece como fundador de
Roma, sino que se limitan a cambiar el nombre a una ciudad creada tiempo
atrás por los aborígenes. La ausencia de una plena cualidad fundacional en
la figura de Evandro no puede sorprender, pues como veremos en su
momento, este héroe arcadio ve restringida su actuación a la legendaria
Palantea, una «ciudad» que carece de continuidad. Sin embargo, respecto
a Eneas, la pérdida de su condición de fundador de Roma tiene lugar en el
siglo IV, cuando es relegado a progenitor del pueblo latino y fundador de
Lavinium. La leyenda que nos ocupa no puede haber surgido por tanto pre-
viamente a esta fecha.
A la vista de todas estas consideraciones, la tradición del anónimo his-
toriador cumano no creo que se eleve más allá del siglo II a.C.82, incluso de
un momento avanzado del mismo. A esta conclusión llevan dos elementos
contenidos en el relato, uno en la primera y otro en la segunda parte del
mismo: la concepción de los aborígenes como Aberrigenes y la presencia de
Evandro. Aunque surgida en ambiente griego, esta versión requiere un inter-
mediario latino, ya demostrado en la localización de la ciudad fundada
sobre el Palatino e imprescindible ahora en la etimología de los aborígenes

80
Helánico, FGH 4F84 (= Dion., 1.72.2). Sobre este fragmento, F. SOLMSEN,
«Aeneas Founded Rome with Odysseus», HSCPh, 90, 1986, 93-110; C. AMPOLO, «Enea ed
Ulisse nel Lazio da Ellanico (FGrHist 4F84) a Festo (432L)», PdP, 47, 1992, 321-342;
J. MARTÍNEZ-PINNA, «Nota a Helánico, FGH 4F84: Eneas y Odiseo en el Lacio», en Home-
naje a F. Gascó (Kolaios, 4), Sevilla, 1995, 669-683; G. VANOTTI, «Ellanico e l’Occidente»,
en Hesperìa. 4, Roma, 1994, pp. 128 ss.
81
Verg., Aen., 8.126 ss. Acerca de este encuentro y su significado, D. MUSTI, «Evan-
dro», en Enciclopedia Virgiliana, Roma, vol. II, 1985, pp. 439 ss.
82
A la misma conclusión llega I. OPELT, «Roma = Ρµη und Rom als Idee», p. 52.

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La prehistoria mítica de Roma
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y en la aceptación en medios romanos de unos antecedentes pelásgicos, lo


que difícilmente puede ser anterior a la fecha indicada. La narración trans-
mitida por Festo es una mezcla de diversas leyendas, readaptadas a un fin
determinado, que no es otro que exponer los orígenes griegos de Roma.
Para ello el redactor cumano recurre a una leyenda sobre su ciudad en la que
participan gentes tespias y con referente ateniense, posiblemente de cuño
pelásgico, que la reelabora situando en el centro a los aborígenes, cuyo ori-
ginario carácter de pueblo autóctono es sustituido por una procedencia
griega. A esta tradición, ya manipulada, añade la idea del poder de Roma,
haciendo constar que lo posee desde sus orígenes, con esa extraña duplici-
dad de términos valentia/!µη, pero unos orígenes por completo griegos;
por último, hace participar conjuntamente a Eneas y a Evandro, operaciones
destinadas todas ellas a resaltar la pureza del origen helénico de Roma.

3. ABORÍGENES = LIGURES

Sin duda alguna, también hay que referir a ámbito griego —o en cual-
quier caso extralatino— otra tradición sobre los aborígenes que no deja de
ser sorprendente y de no fácil explicación. Se trata de la noticia, recogida por
Dionisio de Halicarnaso, que convierte a los aborígenes latinos en una colo-
nia de los ligures83. Ciertamente no es ésta la única ocasión en que los ligu-
res aparecen en las leyendas sobre el Lacio primitivo84, pero sí asumiendo un
papel de destacado protagonismo, pues con ella se pretende en definitiva
convertir a los latinos en general, y a los romanos en particular, en descen-
dientes de este pueblo del norte de Italia. Los autores modernos encuadran
por lo general la noticia en el conjunto de todas esas tradiciones que podría-
mos calificar como «hiperbóreas», esto es relativas a la presencia legendaria
de pueblos del norte en ambientes italianos, y más específicamente romanos.
El punto de partida se sitúa en aquellas genealogías míticas que convirtieron
a celtas, ilirios y gálatas en parientes próximos de los sículos, ya que sus res-

83
Dion., 1.10.3: λλοι δ Λιγων ποκους µυθολογο υσιν ατο"ς γεν σθαι
των µοροντων ’Οµβρικοις. Inaceptable cuanto afirma V. CALESTRANI, «Aborigeni e
Sabini», Historia, 7, 1933, 374-401, quien reconoce en Teopompo al creador de la noticia
y le atribuye valor histórico.
84
Fest., 424L; Serv. auct., Aen., 11.371. Sobre estas tradiciones se tratará en el capí-
tulo siguiente, pues en ellas los ligures aparecen arrastrados por los sículos.

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 38


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

pectivos héroes epónimos, Celto, Ilirio y Galas, habrían sido fruto de los
amores habidos entre la ninfa siciliana Galatea y el cíclope Polifemo85.
Hace ya mucho tiempo se reconoció en estas leyendas la obra de escri-
tores pertenecientes al entorno de Dionisio I de Siracusa, que de esta forma
pretendían justificar las relaciones políticas del tirano con los pueblos del
norte, necesarias para culminar con éxito su ambicioso proyecto de hege-
monía itálica86. En este contexto histórico se produce un hecho de singular
importancia, como fue la derrota de los romanos frente a las bandas celtas
de Brenno y la ocupación de la ciudad, acontecimiento que tuvo una amplia
repercusión en Grecia y al que siguió una alianza entre Dionisio y los cel-
tas87. El saqueo que en aquella ocasión sufrió Roma habría sido utilizado
con fines propagandistícos por algunos sectores griegos en un sentido hos-
til hacia Dionisio, ofreciendo una imagen del tirano como amigo de los bár-
baros y opuesto al helenismo, pues consideraban a Roma una ciudad griega.
Así habría que interpretar, en opinión de A. Fraschetti, la presentación de
este acontecimiento por parte de Heráclides Póntico, quien en un fragmento

85
La exposición más completa de esta genealogía se encuentra en Apiano, Ill., 2,
pero ya era conocida por Timeo, FGH 566F69 (= Etym. Magn., 220G, s.v. Γαλατα). En
este fragmento se menciona únicamente a Galates como hijo de Polifemo y Galatea y epó-
nimo de Γαλατα, región que hay que identificar con la Galia, lo cual no implica que
Timeo desconociese la genealogía completa que figura en Apiano, como acertadamente
sugiere D. BRIQUEL, «Des Aborigènes en Gaule: à propos d’un fragment de Timagène», en
Hesperìa. 5, Roma, 1995, p. 243; además basándose en este pasaje, el mismo Briquel cree
conveniente sustituir el Galas de los manuscritos de Apiano por Galates, corrección fácil-
mente asumible.
86
Así lo planteaba ya O. GRUPPE, Griechische Mythologie, München, 1909, vol. I, p.
361. Recientemente, L. BRACCESI, «Diomedes cum Gallis», en Hesperìa. 2, Roma, 1991,
pp. 91 ss.; IDEM, Grecità di frontiera, Padova, 1994, pp. 94 ss., ha destacado la importan-
cia de los pueblos representados por estos epónimos en los intereses adriáticos de Dioni-
sio de Siracusa. En esta misma línea: P. ANELLO, «Polifemo e Galateia», Seia, 1, 1984, 9-
51; A. COPPOLA, «Ancora sui Celti, Iperborei e propaganda dionigiana», en Hesperìa. 2,
103-106; G. VANOTTI, «L’archaiologhia siciliana di Filisto», en Hesperìa. 3, Roma, 1993,
pp. 119 ss.; M. SORDI, «L’Europa di Filisto», en Studi sull’Europa antica, Alessandria,
2000, vol. I, pp. 74 ss.
87
Iust., 20.5.4. Cf. M. SORDI, I rapporti romano-ceriti e l’origine della civitas sine
suffragio, pp. 64 ss.; A. ALFÖLDI, Early Rome and the Latins, pp. 358 ss.; M. BONAMENTE,
«Rapporti tra Dionisio il Vecchio e i Galli in Italia», AFLPer, 1974-75, 39-59; L. BRAC-
CESI, «Ancora sulla colonizzazione siracusana in Adriatico (Dionigi, Diomede e i Galli)»,
en Tra Sicilia e Magna Grecia, Roma, 1989, 57-64.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

transmitido por Plutarco, hablaba de Roma como una lejana π


λις ’Ελλενς
conquistada por un ejército de hiperbóreos: como señala Fraschetti, Herá-
clides habría utilizado una fuente procedente «da ambienti greci dell’Italia
meridionale, ostili a Dionisio e alla sua politica di espansione in Italia, che
vedevano in Roma, nemica dei Galli alleati di Dionisio, anch’essa come una
‘città greca’»88. En sentido similar hay que leer los primeros párrafos del
libro XX de Trogo Pompeyo/Justino, donde se acusa a Dionisio de haber
atacado a todos los pueblos de estirpe helénica que habitaban en Italia, ela-
borando una larga lista en la que se incluyen los etruscos y los latinos89.
Para hacer frente a estas recriminaciones, los ambientes próximos al
tirano se ven en la necesidad de presentar una visión favorable sobre este
mismo hecho, justificando la actuación político-militar llevada a cabo
tanto por Siracusa como por sus aliados. En este sentido, recientemente se
ha invocado una tradición según la cual Latino, héroe epónimo del pueblo
latino, fue concebido por Hércules en una doncella hiperbórea, llamada
Palanto, en la colina que por ella recibió el nombre de Palatino, solar de
la futura Roma, y a continuación Hércules se la entregó a Fauno, quien la
convirtió en su esposa90. Con esta leyenda se quiere expresar que los cel-
tas no «invadieron» el Lacio, sino que su actuación responde a otros cri-
terios perfectamente aceptables: su presencia en Roma es un ν
στος, esto
es el regreso a una tierra que antiguamente les había pertenecido y con
cuyos habitantes tenían una ascendencia común91.

88
Heráclides, fr. 102 Wehrli (= Plut., Cam., 22.3); A. FRASCHETTI, «Eraclide Pontico
e Roma ‘città greca’», en Tra Sicilia e Magna Grecia, Roma, 1989, 81-95 (la cita en p. 94).
Véanse asimismo D. BRIQUEL, Le regard des autres, Besançon, 1997, pp. 13 ss.; G.
VANOTTI, «Roma polis Hellenis, Roma polis Tyrrhenis», pp. 236 ss. Quizá en idéntico sen-
tido anti-siracusano habría que considerar la noticia de Teopompo (FGH 115F317 [= Plin.,
Nat. Hist., 3.57]) sobre la conquista de Roma por los galos.
89
Iust., 20.1.1-16. Sobre este texto, A. FRASCHETTI, «Eraclide Pontico e Roma ‘città
greca’», pp. 91 ss.; D. BRIQUEL, Le regard des autres, pp. 23 ss. M. SORDI, I rapporti
romano-ceriti e l’origine della civitas sine suffragio, p. 65, n. 2, piensa en Teopompo como
la fuente más adecuada para el pasaje en cuestión, Timeo según R. DONCEEL, «Timée et la
mention d’une fondation chalcidienne de Nole dans Trogue-Pompée et Silius Italicus»,
BIBR, 34, 1962, 27-55. Cf. D. MUSTI, «La nozione storica di Sanniti nelle fonti greche e
romane», en Strabone e la Magna Grecia, pp. 203 ss.
90
Dion., 1.43.1; Fest., 245L; Solin., 1.14-15.
91
L. BRACCESI, «Diomedes cum Gallis», pp. 97 ss.; IDEM, Grecità di frontiera,
pp. 103 ss.; A. COPPOLA, Archaiologhìa e propaganda, p. 97. Ya A. SCHWEGLER, Römische

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

Ciertamente la presencia de los hiperbóreos en el Lacio no deja de ser


un hecho bastante singular, sólo explicable, como sucede con el mencio-
nado fragmento de Heráclides Póntico, tras su identificación con los cel-
tas92, pues unos y otros habitan en el lejano norte. Sin embargo, la locali-
zación de los hiperbóreos en el valle del Po y en el Véneto era reconocida
ya por Hesíodo, quien en un texto muy fragmentario los pone en relación
con el ámbar, cuyo comercio descendía en efecto desde el norte de Europa
hasta alcanzar el Mediterráneo en el golfo de Venecia93. Pero a pesar de
todo, como señala D. Briquel, «gli Iperborei sono rimasti una realtà este-
riore alla zona, senza reale legame con le popolazioni ivi stanziate. Il loro
aspetto adriatico ha suscitato poco interesse»94. No obstante, los etruscos
del valle del Po, más en contacto por razones comerciales con las pobla-
ciones de la Europa central, no parecen que olvidasen tales vínculos, pues
según ha mostrado A. Mastrocinque, llegó a desarrollarse en la región un
culto dedicado a Hércules Hiperbóreo, cuyo fundamento mítico no sería
otro que las estrechas relaciones del héroe griego con estas gentes expre-
sadas sobre todo en el trabajo de la cierva de Cerinea95. Y es precisamente
de la mano de Hércules como se produce la llegada de las tradiciones
hiperbóreas al Lacio, pero de una manera poco intensa, pues de hecho se
limitan a la referida leyenda de Hércules y Palanto. La cuestión radica
ahora en determinar si esta leyenda es completamente independiente o si
por el contrario se incluye en el conjunto de las tradiciones de Hércules en
el Lacio. Según creo, la respuesta ha sido prefectamente formulada por
D. Briquel, quien demuestra que se trata de una versión secundaria y más
reciente de aquellas otras en las que la amante del héroe griego es una

Geschichte, vol. I.1, p. 216, n. 21, sugería la posibilidad de elevar la noticia a Timeo o
incluso a Antíoco de Siracusa.
92
En opinión de G. ZECCHINI, I druidi e l’opposizione dei Celti a Roma, Milano,
1984, pp. 22 ss., los hiperbóreos no representarían sino la faceta mítica de los celtas; muy
interesante al respecto cuanto escriben R. DION., «La notion d’Hyperboréens», BAGB,
1976, 143-157, y F. MARCO, «#Εσχατοι νδρω ν: la idealización de celtas e hiperbóreos
en las fuentes griegas», DHA, 26, 2000, 121-147.
93
Hesíodo, fr. 150. Sobre la cuestión, A. MASTROCINQUE, L’ambra e l’Eridano, Este,
1991.
94
D. BRIQUEL, «Il mito degli Iperborei: dal caput Adriae a Roma», en Concordia e
la X Regio, Trento, 1995, p. 191.
95
A. MASTROCINQUE, «Eracle «Iperboreo» in Etruria», en Ercole e l’Occidente,
Trento, 1993, 49-61.

41 Gerión. Anejo VI (2002) 17-78


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

joven indígena, motivo muy frecuente en las leyendas sobre Hércules en


Occidente96.
Quizá más importancia tiene un segundo argumento que aduce Briquel.
Este investigador confiere mayor trascendencia al relato de Solino, quien
cita como fuente a Sileno97, historiador del círculo de Aníbal y a quien
acompañó en su expedición a Italia98. Las tradiciones sobre los hiperbóreos
no debían ser además desconocidas a Sileno, pues éste era siciliano y es
muy probable que la difusión de tales leyendas en Italia, a partir del siglo
IV, haya sido responsabilidad de las ciudades griegas occidentales99. Aní-
bal se sentía muy próximo a Hércules, con el que pretendía identificarse, y
al mismo tiempo se presentaba como caudillo de los pueblos celtas asenta-
dos en el valle del Po, que vieron en él la posibilidad de sacudirse el domi-
nio romano, de forma que la empresa italiana rememoraba tanto el itinera-
rio de Hércules como la expedición de Brenno contra Roma: es muy
significativo al respecto lo que se lee en la biografía de Aníbal redactada
por Cornelio Nepote, cuando al narrar el paso de los Alpes por el caudillo
cartaginés, dice que nadie, excepto Hércules, había logrado cruzar la cor-
dillera con un ejército100. En opinión de Briquel, el entorno se Aníbal se
ofrece pues como el más apropiado para la gestación de la tradición hiper-
bórea relativa a Roma, y todos los indicios disponibles parecen conducir en
esa dirección.
Pero Briquel sí acepta la idea según la cual los siracusanos tenían que
presentar de forma menos desfavorable el ataque celta contra Roma, aun-
que no mediante esta vía, sino a través de la tradición sobre los aborígenes
y los ligures que conocemos por Dionisio de Halicarnaso. La solución se
busca invocando la ayuda de los sículos. Según Filisto de Siracusa101, los

96
D. BRIQUEL, Le regard des autres, pp. 39 ss.; IDEM, «Il mito degli Iperborei: dal
caput Adriae a Roma», p. 193.
97
Sileno, FGH 175F8 (= Solin., 1.15).
98
K. MEISTER, «Anibale in Sileno», Maia, 23, 1971, 3-9; D. BRIQUEL, «La propa-
gande d’Hannibal au début de la deuxième guerre punique: remarques sur les fragments de
Silènos de Kalèactè», en IV Congreso Internacional de Estudios Fenicios y Púnicos,
Cádiz, 2000, vol. I, 123-127.
99
Así lo planteaba ya J. BAYET, Les origines de l’Hercule romain, Paris, 1926,
pp. 67 ss.
100
Nep., Hann., 3.4.
101
Filisto, FGH 556F46 (= Dion., 1.22.4).

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La prehistoria mítica de Roma
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sículos eran ligures, que habiendo sido expulsados de su lejano país por
umbros y pelasgos y conducidos por Sicelo, de quien recibe su nombre el
nuevo pueblo, descendieron la península y pasaron a Sicilia, donde se asen-
taron definitivamente. Los sículos son pues ligures, pero ese mismo pueblo
también era considerado, de manera general, como una de las primitivas
capas de población que habitaron en el Lacio, como en efecto veremos en
su momento. Aplicando de hecho la propiedad transitiva según la cual si A
(aborígenes) = B (ligures) y B=C (sículos), resulta que A=C, se concluye
en una proximidad entre aborígenes y sículos, lo que por otra parte no está
atestiguado de manera expresa, de forma que la tradición que identifica a
aborígenes con ligures se debe por tanto atribuir a la historiografía siracu-
sana de la primera mitad del siglo IV102. Como pruebas indirectas de esta
interpretación, se recurre por un lado a la interpretación de los Βορεγονοι
como «gentes del norte», según considerábamos en páginas anteriores, y
por tanto fácilmente asimilables a ligures y a celtas, y por otro a la tradi-
ción según la cual los primeros habitantes de la Galia habrían sido asi-
mismo los aborígenes, noticia recogida por Timágenes de Alejandría a par-
tir de autores más antiguos103.
Sin embargo, esta interpretación no es por completo satisfactoria y se
hace necesario reconsiderarla. Ante todo creo que conviene descartar estos
dos últimos argumentos indirectos, y más especialmente el relativo a los
Βορεγονοι. Según veíamos en su momento, esta forma griega es una deri-
vación de la original latina Aborigines, y por tanto de aparición más tardía,
y si bien su significado más pertinente es el de «gentes del norte», esto no
implica que deban ser llevados a las regiones más septentrionales de Italia,
allí donde se establece el contacto con los hiperbóreos. El significado es
muy ambiguo, pues el carácter norteño de este pueblo, como se deduce de
su nombre, siempre hay que determinarlo en relación a un punto o a una
región que necesariamente se sitúa más al sur; y tratándose de un término
griego, casi por fuerza ese punto de referencia ha de identificarse con un
área de cultura asimismo griega. Ya hemos visto cómo esas poblaciones

102
D. BRIQUEL, «Denys, témoin de traditions disparues», pp. 107 ss.; A. COPPOLA,
Archaiologhìa e propaganda, pp. 94 ss. Previamente, J. BAYET, «Les origines de l’arca-
disme romain», p. 89, pensaba en Filisto como fuente de Dionisio.
103
Timágenes, FGH 88F2 (= Amm. Marc., 15.9.3): Aborigines primos in his regioni-
bus quidam visos esse firmarunt; Celtos nomine regis amabilis et matris eius vocabulo
Galatas dicto.

43 Gerión. Anejo VI (2002) 17-78


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

más septentrionales se corresponden con los hiperbóreos, identificados a


los celtas/galos, de manera que los Βορεγονοι tienen que localizarse más
al sur. El pasaje de Licofrón antes comentado es la única guía fiable.
En cuanto a la noticia de Timágenes sobre los aborígenes de la Galia,
ciertamente resulta difícil precisar su significado. En un reciente trabajo
sobre este fragmento, D. Briquel lo sitúa en el contexto de la propaganda
favorable a Dionisio de Siracusa acerca del ataque de los celtas contra
Roma, poniéndolo en relación, como acabamos de ver, con la identifica-
ción de los aborígenes como ligures que menciona Dionisio de Halicar-
naso104. Sin embargo, el texto de Amiano Marcelino que contiene este frag-
mento de Timágenes resulta muy poco explícito. En él es posible distinguir
dos partes: en la primera se dice que los aborígenes constituían la pobla-
ción primitiva de la región y en la segunda que estos modificaron su nom-
bre, pasando a llamarse celtas por un bondadoso rey y galos por el de su
madre. Esta segunda parte se relaciona sin duda con la genealogía legen-
daria sobre celtas, ilirios y galos que hemos visto, por lo que quizá podría
vincularse a círculos siracusanos, aunque teniendo en cuenta que si bien la
anónima madre del rey posiblemente sea Galatea, nada se dice de Poli-
femo. Pero lo que ya no está tan claro es que esta genealogía sea por com-
pleto indisociable de la mención de los aborígenes y que en última instan-
cia todo tenga el mismo origen. En su estudio sobre Timágenes, M. Sordi
destaca cómo el excursus sobre la Galia que conocemos a través de Amiano
debió ser un relato sumamente elaborado, para el que se utilizaron fuentes
muy diversas; asimismo, observa cómo la presentación de la prehistoria de
la Galia que se lee en Amiano ofrece estrechas analogías con aquella otra
sobre Roma según Trogo Pompeyo/Justino, lo que lleva a pensar en una
dependencia de este último respecto a Timágenes105. Ahora bien, en el epí-
tome de Trogo redactado por Justino los aborígenes no tienen una proce-
dencia extranjera, sino que son considerados, de acuerdo con la tradición
canónica romana, los primeros habitantes de Italia, y por tanto y con mayor
motivo del Lacio106. Si en efecto el mismo esquema parece repetirse en uno
y otro autor, fácilmente se puede suponer que Timágenes no pensaba en un

104
D. BRIQUEL, «Des Aborigènes en Gaule», cit.
105
M. SORDI, «Timagene di Alessandria: uno storico ellenocentrico e filobarbaro»,
ANRW, II.30.1, 1982, esp. pp. 779, 787, 795 ss.
106
Iust., 43.1.3.

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Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

origen galo de los aborígenes latinos, sino que debió inspirarse en una
fuente, posiblemente masaliota, que trataba de importar a la Galia el
modelo latino, incluidos los aborígenes. En conclusión, la presencia de este
legendario pueblo en la Galia como sustrato originario quizá sea conse-
cuencia de una directa influencia latina, mejor que una manipulación con-
traria a Roma.
Pero el mismo relato de Dionisio ofrece elementos para buscar otras
procedencias. En él se especifica que los aborígenes fueron colonos envia-
dos por los ligures, empleando el término ποκους, lo que parece indicar
que el desplazamiento obedece al mecanismo característico de la coloniza-
ción griega arcaica. Este hecho entra en contradicción con la mencionada
versión de Filisto sobre las vicisitudes de los ligures, como ya hemos visto
con anterioridad, que habla de una migración tras haber sido expulsados de
su tierra; pero aun en el caso de que una parte de los ligures, en el camino
hacia su nueva patria, se hubiesen asentado en el Lacio, tal establecimiento
no se corresponde en absoluto al concepto de la apoikia. Pero además, esta
migración de los ligures-sículos tiene su referencia en el Adriático, donde
se concentraban grandes intereses estratégicos de Siracusa107. Por otra
parte, si Filisto hubiese asimilado a ligures y aborígenes, Dionisio, que
transmite el mencionado fragmento de este historiador siracusano, sin duda
alguna lo habría hecho constar. Briquel es consciente de esta dificultad, lo
cual le lleva a pensar que los ligures ascedientes de los aborígenes serían
«d’autres représentants du groupe ligure que ceux dont Sicélos avait fait
des Sicules»108. Pero una opción de este tipo no es tan sencilla, pues
implica el desarrollo de dos teorías distintas en el seno del mismo ambiente
historiográfico y de forma contemporánea, dualidad que no puede ser fácil-
mente superada.
Según me parece, esta leyenda no fue ideada como justitificación de
una presencia ligur en Roma, en sintonía con las tradiciones sobre los

107
Cf. Plin., Nat. Hist., 3.112. La presentación adriática de los sículos en relación a
los intereses políticos de Dionisio de Siracusa es reconocida de manera casi general: pue-
den verse al respecto E. WIKÉN, Die Kunde der Hellenen von dem Lande und den Völkern
der Apenninenhalbinsel bis 300 v. Chr., Lund, 1937, pp. 81 ss.; G. COLONNA, «I Greci d’A-
dria», RSA, 4, 1974, pp. 10 ss.; IDEM, «La Romagna fra Etruschi, Umbri, Pelasgi», en La
Romagna fra VI e IV secolo a.C., Bologna, 1985, pp. 57 ss.; G. VANOTTI, «L’archaiologhia
siciliana di Filisto», pp. 118 ss.
108
D. BRIQUEL, «Des Aborigènes en Gaule», p. 249.

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La prehistoria mítica de Roma
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hiperbóreos, que descansan en la asimilación de este pueblo con los cel-


tas y por tanto utilizables en más de una ocasión en el curso de la histo-
ria de la República romana, bien en el siglo IV, a propósito de las bandas
de galos que recorrían Italia, bien durante la guerra de Aníbal, tras la
incorporación de la Galia Cisalpina al dominio de Roma. La identifica-
ción de aborígenes y ligures responde quizá a otros intereses, aunque
siempre contrarios a Roma, pues de hecho parece que se intenta despre-
ciarla utilizando sus mismos argumentos. En efecto, los ligures tenían
muy mala reputación entre los romanos, sobre todo si hemos de juzgar
por unos fragmentos de Catón donde se les califica de inleterati menda-
cesque y fallaces109, lo cual probablemente no fuera desconocido al anó-
nimo creador de esta leyenda. Además, el hecho de considerar a los abo-
rígenes como una apoikia de los ligures, puede ser incluso más
peyorativo, ya que las expediciones coloniales estaban por lo general
compuestas por el sobrante social y en cierto sentido implica una depen-
dencia hacia la metrópolis. Por tanto, esta versión no pretende sino loca-
lizar el origen del pueblo romano en el nivel más bajo de un pueblo en sí
mismo ruin, como a ojos romanos eran los ligures. El desprecio no puede
ser mayor. Así las cosas, ¿quién pudo ser el autor? La respuesta me
parece sumamente difícil, pues tan sólo puede suponerse con cierto grado
de seguridad que se trata de un griego, opuesto a Roma y como muy
pronto de la segunda mitad del siglo III a.C., esto es a partir del momento
en que los ligures penetran en el horizonte estratégico romano. Teniendo
en cuenta que los ligures fueron aliados de Aníbal en su expedición ita-
liana, resulta tentador volver de nuevo la mirada hacia los círculos histo-
riográficos procartagineses. Pero en realidad, tratar de ir más lejos con
los datos y planteamientos actualmente en vigor, creo que es una aven-
tura no carente de riesgo.

109
Catón, frs. 31-32P = frs. II.1-2Ch. Estos pasajes son recordados en el comentario
a la Eneida de Virgilio (Serv. auct., Aen., 11.715; Serv., Aen., 11.700), pues cuando el poeta
presenta a un guerrero ligur en combate con Camila, no pierde ocasión para tacharle de
mentiroso, primero a él solo y después a todo el pueblo de los ligures al cual representaba.
Sin embargo, G. A. MANSUELLI, «Le fonti storiche sui Liguri. I», RSL, 49, 1983, p. 8,
piensa que Catón «non alludeva tanto ad un aspetto comportamentale, quanto all’inesis-
tenza di una memoria storica, cioè ad un aspetto culturale». Pero ambas connotaciones
negativas no se oponen entre sí: cf. G. TRAINA, «Roma e l’Italia: tradizioni locali e lettera-
tura antiquaria», RAL, 4, 1993, p. 596.

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 46


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

4. LAS TRADICIONES LATINAS MÁS ANTIGUAS: CATÓN

El papel de los aborígenes en los escritores latinos previos a Catón


levanta muy serios problemas, dada la enorme exigüidad de los testimonios
disponibles. Se sabe que Fabio Pictor hablaba sobre Hércules en Italia y
conocía asimismo a Evandro como introductor de la escritura en el
Lacio110, pero ninguno de sus fragmentos recuerda a los aborígenes. Sin
embargo, la presencia de este pueblo se intuye en una perspectiva que no
ha de ser muy distante a la que se lee en la tradición canónica111. Más pro-
blemática se presenta la situación en los poetas Nevio y Ennio, cuyos res-
pectivos relatos sobre la llegada de Eneas al Lacio, en términos generales,
no en los detalles, debían ser bastante semejantes entre sí; uno y otro
siguen un tronco de tradición distinto al de los historiadores, pues entre
otras diferencias, presentan a Rómulo como hijo de una hija de Eneas,
Ilia112.
En los fragmentos conservados de ambos poetas no se encuentra men-
ción expresa de los aborígenes y los habitantes primitivos del Lacio, aque-
llos que habrían recibido a Eneas, se perciben de manera muy difusa. Así,
el único verso de Ennio que puede invocarse al respecto se refiere a los
Prisci Latini, a los que califica con los términos casci populi113. Ahora
bien, sabemos por un fragmento de Saufeio que los aborígenes fueron tam-
bién llamados Cascei114, sin duda en razón a su antiquísimo origen. ¿Se
esconde acaso en los casci populi de Ennio una referencia velada a los abo-
rígenes?115 Sin embargo, puede también interpretarse que los latinos, de
antiquísimo origen, eran el pueblo que habitaba el Lacio cuando se pre-

110
Hércules: fr. 1Ch; Evandro: fr. 1P = 2Ch (= Mar. Vict., GLK, VI.23).
111
G. D’A NNA , Problemi di letteratura latina arcaica, p. 99, supone que habría
sido Fabio Pictor quien introdujo el episodio de la guerra entre aborígenes y troya-
nos.
112
Serv. auct., Aen., 1.273: Naevius et Ennius Aeneae ex filia nepotem Romulum con-
ditorem urbis tradunt; Serv., Aen., 6.777: Dicit [Ennius] Iliam fuisse filiam Aeneae; quod
si est, Aeneas avus est Romuli.
113
Enn., fr. 19 V (= Var., L. L., 7.28): Quam Prisci casci populi tenuere Latini.
114
Saufeio, fr. 2P (= Serv., Aen., 1.6): Saufeius Latium dictum ait, quod ibi latuerant
incolae, qui quoniam in cavis montium vel occultis caventes sibi a feris beluis vel a val-
tioribus vel a tempestatibus habitaverint Cascei vocati sunt, quos posteri Aborigines cog-
nominarunt.
115
Así lo entendía A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, vol. I.1, p. 202.

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La prehistoria mítica de Roma
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sentó Eneas116. Respecto a Nevio, un enigmático pasaje del libro I de su


Bellum Punicum menciona a unos «hombres de los bosques e ineptos para
la guerra»117. Es común interpretar este verso como una referencia a la
población que encontró Eneas a su llegada al Lacio, por tanto a los aborí-
genes118. A primera vista, tal identificación resulta por completo pertinente
y cuadra con otros indicios acerca de la visión que los antiguos dan de este
pueblo. Así, la expresión silvicolae homines inevitablemente recuerda la
mencionada alusión de Virgilio, que en más de un aspecto se inspiró en
Nevio, a la población primitiva del Lacio como surgida de los árboles. De
igual manera, esa carencia de facultades bélicas de los aborígenes coincide
con la presentación que de ellos hace el autor de la OGR en un pasaje que
probablemente derive de Catón, como veremos en seguida. En general, la
idea de los aborígenes como un pueblo inmerso en un bajo nivel cultural se
encuentra con bastante frecuencia en las noticias que proporcionan los
antiguos acerca de estas gentes.
Sin embargo, la identificación de los aborígenes con estos hombres
agrestes plantea algunos dificultades de no fácil solución. En primer lugar,
tenemos la situación del fragmento en el conjunto del poema de Nevio,
problema de enorme envergadura y en el que por fortuna no es necesario
entrar de lleno, sino tan sólo señalar algunos datos. Como acabamos de ver,
su transmisor lo atribuye al libro I, pero teniendo en cuenta que los viajes
de Eneas posiblemente ocupaban también parte del libro II, no deja de sus-
citarse una cierta contradicción, de ahí que una parte de los editores de
Nevio prefiera identificar a los silvicolae homines con un pueblo que
habría encontrado Eneas en la costa de Africa o en cualquier otro punto de
su itinerario119. En similar sentido podría invocarse que otro fragmento, en
el que se presenta a Anquises realizando una operación augural con vistas
a la fundación de una ciudad, que no sería otra que Lavinium, es situado en

116
G. DURY-MOYAERS, Énée et Lavinium, Bruxelles, 1981, p. 82.
117
Naev., fr. 21 M (= Macr., Sat., 6.5.9): silvicolae homines bellique inertes.
118
J. PERRET, Les origines de la légende troyenne de Rome, p. 640; E. PASOLI, «Sul
fram. 21 Morel del Bellum Punicum di Nevio», en Poesia latina in frammenti, Genova,
1974, 67-83; A. ALFÖLDI, Die Struktur des voretruskischen Römerstaates, Heidelberg,
1974, p. 114; G. D’ANNA, Problemi di letteratura latina arcaica, pp. 21 ss.; R. GODEL,
«Virgile, Naevius et les Aborigènes», MH, 35, 1978, p. 277.
119
Véase sobre estas cuestiones R. GODEL, «Virgile, Naevius et les Aborigènes»,
pp. 275 ss.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

el libro III120, por tanto muy alejado del supuesto desembarco de Eneas en
el Lacio y su encuentro con los aborígenes en el libro I. En segundo lugar,
según parece la ciudad de Alba existía con anterioridad a la llegada de Eneas
al Lacio, con cuyo rey, Amulio, entró en contacto el héroe troyano, quien
contrajo matrimonio con una princesa real, episodio que también conoce
Ennio121. Este hecho presupone que los más antiguos pobladores del Lacio
conocían la estructura urbana, lo cual no se adapta con facilidad a su anterior
definición como hombres de los bosques. La única solución posible es quizá
la que propone G. D’Anna, según la cual Eneas habría desembarcado en el
país de los laurentes, donde encontró a los silvicolae homines y su rey Latino,
para en un segundo momento dirigirse a Alba, donde reinaba Amulio122. Esto
implica que en el Lacio primitivo, mítico-histórico, existían diversos pueblos
con distinto grado de civilización, los aborígenes en un nivel socio-cultural
muy bajo y los albenses habitantes de ciudades, lo cual no es fácil aceptar.
En toda la tradición, tanto la anterior como la posterior a Nevio, los aboríge-
nes definen una única capa de población que se extiende por todo el Lacio.
Realmente no sabemos cómo presentaban Nevio y Ennio este antiguo
Lacio sobre el que se asentaron los troyanos de Eneas. A título de hipóte-
sis, y partiendo del supuesto que Virgilio se inspira en ciertos aspectos en
la épica anterior, es posible ofrecer una reconstrucción en términos gene-
rales y siempre sometida a la sospecha de la incertidumbre. Virgilio ofrece
una presentación de la prehistoria del Lacio que en gran medida se separa
de la que seguían los historiadores y anticuarios contemporáneos123. El

120
Naev., fr. 3 M (= Prob., Ad Verg. Ecl., 6.31): Postquam avem aspexit in templo
Anchisa, / sacra in mensa penatium ordine ponuntur, / immolabat auream victimam pulch-
ram. Véase sobre el significado fundacional, G. D’ANNA, Problemi di letteratura latina
arcaica, pp. 84 ss.; IDEM, «Alba Longa in Nevio, Ennio e nei primi annalisti», en Alba
Longa. Mito, storia, archeologia, Roma, 1996, pp. 107 ss. Por su parte, J. PERRET, quien
considera que los viajes de Eneas ocupaban sólo el libro I, traslada a este último el fr. 3 y
lo interpreta como un sacrificio que realiza Anquises en el momento de la partida de Troya
(Les origines de la légende troyenne de Rome, p. 479).
121
Naev., fr. 24 M (= Non., 116.31 M); Enn., fr. 26 V (= Fort., GLK, VI.284). Véase
G. D’ANNA, «Alba Longa in Nevio, Ennio e nei primi annalisti», pp. 110 ss.
122
G. D’ANNA, Problemi di letteratura latina arcaica, p. 89, n. 87; IDEM, «Alba Longa
in Nevio, Ennio e nei primi annalisti», pp. 114 ss.
123
Sobre este tema, F. DALLA CORTE, La mappa dell’Eneide, pp. 239 ss.; G. MADDOLI,
«Latini», en Enc. Virg., Roma, vol. III, 1987, pp. 129 ss.; D. BRIQUEL, «Virgile et les Abo-
rigènes», cit., esp. pp. 77 ss.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

poeta nunca menciona el término Aborigines, según Servio por razones


métricas124, pero sí conoce su existencia, y así cuando se refiere a los ante-
pasados del rey Latino utiliza la expresión ab origine reges, lo que motiva
el mencionado comentario de Servio. Para Virgilio eran los latinos, y no los
aborígenes, quienes definían la población primitiva del Lacio y aquellos
que encontró Eneas cuando definitivamente desembarcó en Italia, pero la
imagen que ofrece de ellos es la que comúnmente se otorga a los aboríge-
nes. Estos primitivos latinos son descritos como gentes incivilizadas, sur-
gidas de los árboles y carentes de toda cultura y tradición, hasta que
Saturno, ejemplo de héroe civilizador, les dio leyes e inauguró unos aurea
saecula, según relata Evandro a Eneas125. Y así, gracias a la acción de los
diferentes reyes, los latinos pasan de un estadio de barbarie a vivir en ciu-
dades, de forma que cuando Eneas llega a esta tierra, se encuentra con una
sociedad urbana y civilizada. Que Virgilio tuviese intereses muy concretos
en ofrecer esta visión del Lacio primitivo es más que probable, según es
comúnmente aceptado126, de acuerdo con la ideología y propaganda que
emanan del círculo de Augusto. Pero quizá tampoco habría que descartar
una influencia de la tradición épica presente sobre todo en Nevio.
Como ya se ha señalado con anterioridad, el primer autor que trató
extensamente sobre los aborígenes, al menos hasta donde podemos saber
con certeza, fue Catón, quien distanciándose de la visión de los poetas,
estableció una doctrina ampliamente seguida por la historiografía poste-
rior. Sin embargo, no es menos cierto que su idea sobre este legendario
pueblo nos ha llegado de manera muy fragmentaria y no exenta de con-
tradicciones. Pero las pocas pinceladas que se perciben de su obra mues-
tran que no sólo se interesó por la cuestión de su origen, sino que debió
ofrecer un panorama bastante completo, procurando proporcionar una

124
Serv., Aen., 7.184: ab origine pro ‘Aboriginum reges’, sed est metro prohibitus.
Cf. sin embargo, D. BRIQUEL, «Virgile et les Aborigènes», pp. 79 ss.
125
Verg., Aen., 8.314-323: haec nemora indigenae Fauni Nymphaeque tenebant /
gensque virum truncis et duro robore nata, / quis neque mos neque cultus erat, nec iungere
tauros / aut componere opes norant aut parcere parto, / sed rami atque asper victu uena-
tus alebat. / primus ab aetherio venit Saturnus Olympo / arma Iovis fugiens et regnis exsul
ademptis. / is genus indocile ac dispersum montibus altis / composuit legesque dedit,
Latiumque vocari / maluit, his quoniam latuisset tutus in oris.
126
Véase J. PERRET, «Problèmes topographiques au royaume de Latinus», en Mélan-
ges R. Dion, Paris, 1974, pp. 174 ss.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

definición que llegó a cuajar con cierto éxito en los planteamientos de


autores más recientes.
Un primer aspecto a considerar, y que resulta bastante incómodo, es el
relativo a la procedencia de los aborígenes, pues las opiniones atribuidas a
Catón en el fondo son contradictorias127. En primer lugar está el testimonio
de Dionisio de Halicarnaso, según el cual los más prestigiosos de los his-
toriadores romanos, y cita expresamente a Catón y a Sempronio Tuditano,
afirman que los aborígenes eran griegos procedentes de Acaya, que llega-
ron a Italia varias generaciones antes de la guerra de Troya128. Dionisio
hace esta afirmación con gran rotundidad, transmitiendo la impresión de
que, en efecto, los historiadores romanos, no sólo los mencionados sino
«otros muchos», eran de esta opinión, pero que ninguno de ellos hacía la
menor indicación «sobre la nación griega a la que pertenecían, ni sobre la
ciudad de la que partieron, ni sobre la época de su migración, ni sobre el
jefe que la dirigió, ni sobre las circunstancias que les obligaron a abando-
nar su patria»; y lo que parece más grave, tampoco citaban historiador
griego alguno que apoyase tal opinión. Este comentario levanta por sí
mismo ciertas sospechas de veracidad, impresión que se refuerza cuando al
final de su demostración sobre el origen griego de los aborígenes, Dioni-
sio repite la misma fórmula, «Catón, Sempronio y muchos otros»129.
Resulta cuanto menos extraño que entre tantos autores latinos que coinci-
dían en la misma idea, ninguno se preocupara lo más mínimo por averiguar
algo más sobre la procedencia de los aborígenes, indicando tan sólo un ori-
gen aqueo. Teniendo en cuenta el obsesivo interés de Dionisio por demos-
trar el carácter helénico de Roma desde su más lejano pasado, y cono-
ciendo que en la tradición romana el sustrato de población originario estaba

127
Cf. U. W. SCHOLZ, «Zu Catos Origines I», WJA, 4, 1978, pp. 101 ss.
128
Dion., 1.11.1 (Catón, fr. 6 P = fr. I.4 Ch; Sempronio, fr. 1 P = fr. 1 Ch): Ο δ
λογιτατοι τω ν Pωµαικω ν συγγραφ ων, ν ος στι Π
ρκι
ς τε Κτων τς
γενεαλογας τω ν ν ’Ιταλ$α π
λεων πιµελ στατα συναγαγ&ν κα Γιος
Σεµπρνιος κα λλοι συχνο, 'Ελληνας ατο"ς εναι λ γουσι τω ν ν ’Αχα($α ποτ
οκησντων, πολλαις γενεαις πρ
τερον το υ πολ µου το υ Τρωικο υ
µεταναστντας. Οκ τι µ ντοι διορζουσιν οτε ϕ υλον Ελληνικν ο  µετειχον,
οτε π
λιν ξ *ς παν στησαν, οτε χρ
νον οθ’ *γεµ
να τη ς ποικας οθ’
ποαις τχαις χρησµενοι τν µητρ
πολιν π λιπον· Ελληνικ ω τε µθω
χρησµενοι οδ να τω ν τ Ελληνικ γραψντων βεβαιωτν παρ σχοντο.
129
Dion., 1.13.2.

51 Gerión. Anejo VI (2002) 17-78


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

definido por los aborígenes, era condición casi necesaria en su demostra-


ción convertir a estos últimos en griegos emigrados, y nada mejor que
invocar la autoridad de historiadores romanos, y en especial de Catón por
su conocida aversión hacia lo griego, que sirviesen de fundamento al desa-
rrollo de su teoría. No se trata de acusar a Dionisio de falsario, pero desde
luego no sería ésta la única vez que manipula los datos en beneficio de su
propio interés130.
Entre los modernos existe sin embargo una tendencia generalizada a
dar por bueno este testimonio de Dionisio sobre Catón, a pesar de las difi-
cultades que, como en seguida veremos, suscita su aceptación. En el mejor
de los casos, se cree que si bien Catón no pensaba que los aborígenes pro-
cedían de Grecia, sí lo reseñó como una teoría extendida ya en su época.
Así, J. Perret defiende que fue Nevio quien acuñó el término y el concepto
de Aborigines, pero que habría sido Fabio Pictor, historiador filohelénico,
quien les concedió un origen griego131. Por su parte, C. Letta piensa que
Catón refería la noticia como opinión ajena, aunque él no la seguía, pero el
simple hecho de mencionarla denuncia que esta tradición estaba ya admi-
tida entre los romanos; su creación sería obra de historiadores griegos, pre-
sente quizá ya en Timeo y desde luego en Hiperoco de Cumas, de donde
habría pasado a Fabio Pictor, quien utiliza frecuentemente la «crónica
cumana», y de ahí a Catón132. Pero estas interpretaciones son meras supo-
siciones, cuyo fundamento es además muy endeble. No se conoce frag-
mento alguno de Timeo que hable sobre los aborígenes, y aunque se acepte
que la «noticia romana» de Licofrón refleja sus ideas, no se encuentra indi-
cio en el poema de que los Βορεγονοι procedan del Egeo. Y algo similar
sucede con Fabio Pictor. Por otra parte, el texto de Hiperoco de Cumas que
se invoca como prueba del origen griego de los aborígenes no es otro que
el ya comentado atribuido al enigmático historiae Cumanae compositor,
cuya identificación con Hiperoco y ubicación en el siglo III a.C. no está
nada claro, como ya sabemos.

130
Cf. D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, p. 404: «si Denys n’est pas vraiment un
faussaire, il lui arrive cependant de modifier ce qu’il trouve dans ses lectures pour l’adap-
ter à sa vision personnelle». Véase asimismo J. MARTÍNEZ-PINNA, «Catón y la tesis griega
sobre los aborígenes», Athenaeum, 87, 1999, esp., pp. 107 ss.
131
J. PERRET, Les origines de la légende troyenne de Rome, pp. 640 ss.
132
C. LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di Catone», Athenaeum, 72,
1984, pp. 424 ss.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

De mejores apoyos goza la opinión de D. Briquel. Según este autor, la


invocación a Sempronio Tuditano resulta sospechosa, pues no es éste uno
de los historiadores que utiliza Dionisio como fuente, por lo que su men-
ción junto a Catón debe proceder no de una consulta directa, sino a través
de un intermediario, que no sería otro que Varrón. En palabras de Briquel,
«Denys aurait trouvé mention conjointe de Caton et de Sempronius Tudi-
tanus dans une note consacrée par le Réatin à la doctrine grecque des Abo-
rigènes» 133. Esta interpretación entra en lo posible, pues Dionisio depende
mucho de Varrón para el tema de los aborígenes, pero según creo, no
resuelve el problema principal, que no es otro que la creencia por parte de
Catón de una procedencia helénica de este legendario pueblo, hecho que no
se encuentra avalado por el contenido de otros fragmentos.
Según el gramático Servio, Catón decía que los aborígenes fueron los
primeros habitantes de Italia y que habiendo llegado los frigios (troyanos)
de Eneas, se unieron a ellos y dieron lugar al pueblo latino134. Este frag-
mento presenta también sus dificultades, sobre todo desde el momento en
que Servio menciona a Salustio como seguidor de la visión de Catón. Se
trata de un pasaje situado en los comienzos de su Conjuración de Catilina,
donde Salustio repasa muy brevemente la historia de Roma para mostrar
cómo las costumbres se pervirtieron cuando la ciudad, que nació de humil-
des orígenes, se convirtió en grande y poderosa. Aquí Salustio describe a
los aborígenes con términos muy duros, definiéndoles como gentes por
completo incivilizadas, que se dulcificaron tras su fusión con los troya-
nos135. El problema entonces no es otro que determinar hastan dónde
alcanza la influencia de Catón sobre Salustio, y en esto las opiniones no
son concordantes.

133
D. BRIQUEL, «Denys d’Halicarnasse et la tradition antiquaire sur les Aborigènes»,
Pallas, 39, 1993, pp. 26 ss. (la cita en, p. 27).
134
Catón, fr. 5 P = fr. I.6 Ch (= Serv., Aen., 1.6): Cato in originibus hoc dicit, cuius
auctoritatem Sallustius sequitur in bello Catilinae, primo Italiam tenuisse quosdam qui
appellabantur Aborigines. Hos postea adventu Aeneae Phrygibus iunctos Latinos uno
nomine nuncupatos.
135
Sall., Cat., 6.1-2: Vrbem Romam, sicuti ego accepi, condidere atque habuere ini-
tio Troiani, qui Aenea duce profugi sedibus incertis vagabantur, cumque eis Aborigines,
genus hominum agreste sine legibus, sine imperio, liberum atque solutum. Hi postquam in
una moenia convenere, dispari gente, dissimili lingua, alius alio more viventes, incredibile
memoratu est quam facile colaverint: ita brevi multitudo diversa atque vaga concordia
ciuitas facta erat.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

En este pasaje, Salustio se inclina por una versión de los orígenes de


Roma que no circulaba ya en su época, pues otorga a Eneas la cualidad de
fundador, lo que le desvincula de la tradición canónica romana. G. D’Anna
piensa que Salustio siguió las ideas de su maestro Ateio Filólogo, quien
como veíamos en páginas anteriores, se inscribía en ese grupo de autores
que explicaba la fundación de Roma desde un punto de vista griego, utili-
zando el juego de palabras Valentia/ Pµη 136. Por tanto, Salustio no deriva
de Catón, sino que todo se debe a una confusión de Servio137. Como apoyo
indirecto de esta interpretación podría invocarse el hecho siguiente: las
palabras que Salustio dedica a los aborígenes son repetidas por el pseudo-
Aurelio Víctor sin mencionar a Catón, a quien utiliza en otros pasajes de
su obra, pero cita expresamente a Salustio con intención crítica al compa-
rar su visión con la de Virgilio, quien ofrece la imagen de un pueblo ya
civilizado138. Sin embargo, no veo claramente la relación entre lo que dice
Salustio y lo que conocemos de Ateio. Con anterioridad señalaba las difi-
cultades que surgen al vincular de forma directa a Ateio con el fragmento
del desconocido cronista cumano que mencionaba a los aborígenes y a
Eneas. Pero además, el héroe troyano no figura en esta tradición como fun-
dador, y sí en Salustio, y asimismo sorprende que unas gentes de proce-
dencia griega, tal como son considerados los aborígenes, carezcan de todo
atisbo de civilización, según los presenta el historiador romano. Realmente
no puedo explicar de manera por completo satisfactoria por qué Salustio
prefiere aquellas antiguas versiones griegas que hacían de Roma una fun-
dación de Eneas, aunque quizás haya que entender sus palabras no como
expresión de una auténtica fundación, sino en el sentido de que fue enton-
ces, con la llegada de Eneas y la formación del pueblo latino, cuando se
establecieron los cimientos de la civilización romana. Pero al margen de
este hecho, los restantes elementos que conforman su versión sí se ajustan
a criterios presentes en la tradición romana y pueden perfectamente tener
en Catón su primer punto de referencia.

136
Serv. auct., Aen., 1.273: Ateius adserit Romam ante adventum Evandri diu Valen-
tiam vocitatem, sed post Graceo nomine Romen vocitatam.
137
G. D’ANNA, Problemi di letteratura latina arcaica, pp. 116 ss.; IDEM, «Il mito
di Enea nella documentazione letteraria», pp. 236 ss. También se manifiesta en este sen-
tido E. S. GRUEN, Culture and National Identity in Republican Rome, Ithaca, 1992,
p. 59, n. 61.
138
OGR, 8.3.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

Según creo, Salustio tomó de Catón no sólo la etnogénesis de la nación


latina, formada a partir de la unión de troyanos y aborígenes, sino también la
caracterización de estos últimos como gentes incultas, así como la diferencia
de raza, lengua y costumbres existentes entre ambos pueblos139. Asimismo,
es posible que Salustio, de acuerdo con la tradición romana y a tenor de la
definición que proporciona sobre los aborígenes, considerara a estos últimos
como la población originaria del Lacio y por tanto autóctona, con lo cual se
produciría una nueva coincidencia con Catón. En efecto, el mencionado frag-
mento transmitido por Servio utiliza, en referencia a los aborígenes, la expre-
sión primo Italiam tenuisse, lo que claramente da a entender que se trata de
los primeros habitantes del Lacio, y por extensión de Italia. Esta considera-
ción choca con el origen griego que, según Dionisio, Catón atribuía a los
aborígenes, ya que la única manera de conciliar ambas versiones es mediante
la suposición de que la llegada de este pueblo se produjo sobre una Italia
vacía, lo cual no parece posible. Si hay que elegir entre Servio y Dionisio
sobre quién transmite el auténtico pensamiento de Catón, sin duda el primero
goza de mayores ventajas, pues el comentarista simplemente traslada lo que
lee, no le mueve interés alguno en manipular los datos140, mientras que Dio-
nisio está muy determinado por una idea cuya demostración se impone como
una ineludible obligación. En definitiva, no sabemos con certeza si Dionisio
mintió o no, pero lo que me parece que no ofrece dudas es que Catón no
miraba hacia Grecia cuando trataba sobre los aborígenes.
Como podemos observar, una de las características más señaladas de
los aborígenes en la perspectiva de Catón era su naturaleza agreste. Un
indicio se encuentra sin duda en un fragmento, que ha pasado bastante
desapercibido, conservado en el comentario de Servio a Virgilio, donde a
propósito de la población del Lacio que se enfrenta a Eneas, se alaba la
dureza y austeridad, en virtud de su estirpe, de estas gentes141 Esta obser-

139
Así ya J. PERRET, Les origines de la légende troyenne de Rome, p. 535.
140
Esto no quiere decir que en ocasiones Servio cometa errores a la hora de transcri-
bir la opinión de otros autores y en concreto de Catón, como certeramente señala J.-C.
RICHARD, «Ennemis ou alliés? Les Troyens et les Aborigènes dans les Origines de Caton»,
en Hommages R. Schilling, Paris, 1983, 403-412, a propósito de las relaciones entre Latino
y Eneas tras el desembarco de éste en el Lacio.
141
Catón, fr. 76P = fr. III.9Ch (= Serv., Aen., 9.600): durum a stirpe genus Italiae dis-
ciplina et vita laudatur, quam et Cato in originibus et Varro in genti populi Romani com-
memorant.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

vación se reafirma por un hecho que figura en la OGR a propósito del


enfrentamiento que tiene lugar entre las fuerzas de Eneas y Latino nada
más desembarcar el primero en el Lacio. Frente a la superior preparación
bélica de los troyanos, militariter instructos, dice el pseudo-Aurelio Víctor,
los aborígenes oponían una desordenada multitud de combatientes lapidi-
bus ac sudibus armati, esto es armados con piedras y palos142. Como señala
J.-C. Richard, observando la coincidencia entre Catón y lo expuesto por
Salustio, las primeras muestras de civilización habrían llegado a Italia a tra-
vés de los troyanos: «l’exemple des res militaria a sur ce point valeur de
preuve»143. Esta descripción difícilmente se conjuga con la idea de un pue-
blo venido de ultramar, al que por el mero hecho de la migración, se le debe
suponer en posesión de una mínima organización y aptitud bélicas, lo que
todavía es más chocante si se le concede una procedencia griega.
La consideración de los aborígenes como gente incivilizada está muy
anclada en la idea que los antiguos se hacían sobre estas gentes. Y no sólo
por lo que dice Salustio, basándose en Catón, sino que otras noticias por
completo independientes ahondan en la misma idea. Así, vemos cómo
Lucio Saufeio, autor latino coetáneo de Cicerón, dibujaba a los aborígenes
como un antiquísimo pueblo del Lacio que habitaba en cavernas144. Por otra
parte, aquella etimología a partir de ab y ρος, que definía a los aboríge-
nes como gentes de la montaña, debe explicarse sin duda en este mismo
contexto. Como veremos en su momento, Dionisio la escogió porque se
adaptaba perfectamente a su propósito de situar la procedencia de los abo-
rígenes en Arcadia, país de naturaleza montañosa, pero no fue invención
suya, sino que la tomó de Varrón. Este último, en su De gente populi
Romani, decía que después del diluvio, los seres superiores se habían refu-
giado en las montañas, donde permanecieron tras la victoria sobre los
gigantes; pero como ha demostrado J.-C. Richard, se trata de una referen-
cia a los dioses, no a los aborígenes145. La cualidad montañesa de estos últi-
mos es por el contrario sinónino de agreste, salvaje, de quienes practican

142
OGR, 13.1.
143
J.-C. RICHARD, «Ennemis ou alliés?», p. 411.
144
Saufeio, fr. 2 P (= Serv., Aen., 1.6). El vínculo entre esta descripción primitiva
de los aborígenes y la visión de Virgilio (supra n. 125) puede encontrarse en Serv.,
Aen., 8.315.
145
Varrón, en Serv., Aen., 3.578; J.-C. RICHARD, «Varron, l’Origo gentis Romanae et
les Aborigènes», p. 34.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

una economía de subsistencia y opuestos por tanto a los que habitan en la


llanura, más dedicados a la agricultura y abiertos al exterior; en definitiva
se trata de una condición paralela a su bajo nivel cultural. Esta oposición
llanura-montaña se deja ver también en el propio Dionisio, cuando al rela-
cionar las diferentes opiniones que circulaban sobre los aborígenes, una de
ellas les tenía por gentes sin pasado, mezcla de pueblos errantes que, pro-
tegidos en sus fortalezas, se dedicaban a la rapiña y al pastoreo146.
Esta misma idea de gente incivilizada aplicada a la población primitiva
del Lacio se puede leer en Virgilio, como acabamos de ver, aunque él no
utiliza el término Aborigines. Esta situación se repite en el autor de la
OGR, quien se inspira en Virgilio para la redacción de los tres primeros
capítulos. Cuando el pseudo-Aurelio Víctor se refiere a los súbditos de
Jano como primer rey de Italia, menciona ante todo su simplicitas y alude
a la autoctonía, para a continuación declararles abiertamente primitivos y
salvajes147. Al igual que el poeta, este anónimo autor no cita expresamente
a los aborígenes, sobre los que hablará más adelante, sino que utiliza la
forma indigenae, prácticamente similar a autóctonos y por tanto asimila-
bles a los aborígenes148.
Por último, la visión negativa de los aborígenes no dejó de ser utilizada
por los enemigos de Roma como instrumento de propaganda. Justino pone
en boca de Mitrídates VI frases despectivas hacia los romanos, a los que
acusa de odiar a las monarquías por el vergonzoso recuerdo de sus propios
reyes, y emplea en referencia a Rómulo la expresión pastores Aborigi-
num149. Como ha demostrado D. Briquel, en este párrafo, que muy posi-

146
Dion., 1.10.2, quien explica por esta razón la forma Aberrigenes. No deja de ser
significativo que esta misma etimología se encuentre ímplicita en la tradición atribuida por
Festo (328L) al desconocido historiador cumano, quien sin embargo ofrece una imagen de
los aborígenes completamente distinta.
147
OGR, 1.2: quod eorum parentes atque originem ignorabant, caelo et terra editos...
ipsi crederent; 3.1: indigenas rudes incultosque.
148
J.-C. RICHARD, «Varron, l’Origo gentis Romanae et les Aborigènes», p. 31; A.
MOMIGLIANO, «Some Observations on the ‘Origo Gentis Romanae’», JRS, 48, 1958, p. 65.
Cf. Serv., Aen., 8.134: indigenae, id est inde geniti, υτ
χθονες; 8.328: indigenae sunt
inde geniti, ut de Faunos dixit; advenae da un loco venientes. La expresión indigenae
Fauni Nymphaeque que utiliza Virgilio (Aen., 8.314), y que repite Censorino (Die nat.,
4.11), reenvía hacia la noción de los aborígenes, como señala D. BRIQUEL, «Virgile et les
Aborigènes», p. 78; cf. Gell., Noct. At., 6.21.7; 16.10.7.
149
Iust., 38.6.7.

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blemente deriva del historiador Metrodoro de Skepsis, conocido por su


antiromanismo, se resalta el desprecio que el rey del Ponto siente hacia sus
enemigos, invocando para ello datos obtenidos de la propia tradición
romana. Así, vemos cómo a la cabeza de la serie aut aruspices Sabinorum
(Numa Pompilio) aut exules Corinthiorum (Tarquinio Prisco) aut servos
vernasque Tuscorum (Servio Tulio), sitúa a los pastores Aboriginum por la
condición de gente bárbara e incivilizada que caracterizaba a este pueblo150.
En líneas generales, la conformación de los aborígenes coincidía con aqué-
lla que los filósofos atribuían al hombre primitivo, según se observa en la
descripción que del mismo proporciona Lucrecio y que, como señala R.
Godel, se ajusta a la idea que sobre este legendario pueblo transmiten los
antiguos151.
Mayores problemas plantea otro fragmento de Catón, transmitido esta
vez por Lido, según el cual Evandro y los arcadios llegaron a Italia e intro-
dujeron el dialecto eolio entre los bárbaros152. La noticia se enmarca en la
teoría de la influencia eolia sobre el latín, desarrollada sobre todo en el siglo
I a.C. y que tiene uno de sus principales protagonistas en Varrón, cuyo nom-
bre acompaña al de Catón en el texto de Lido. La duda surge a propósito de
Catón, en el sentido de si las preocupaciones lingüísticas que subyacen en
dicha teoría existían en su época153. Dar una respuesta segura a esta última
cuestión no es tarea fácil, pero me parece que la referencia a Catón esconde,
cuanto menos, un interés de éste por expresar una influencia griega en el

150
D. BRIQUEL, «Pastores Aboriginum (Justin 38, 6, 7): à la recherche d’une histo-
riographie grecque anti-romaine disparue», REL, 73, 1995, 44-59; IDEM, Le regard des
autres, pp. 137 ss. Además, al definir a Rómulo como aborigen, Mitrídates ignora toda la
tradición troyana de Roma, con lo que priva a ésta de su principal vínculo con el mundo
griego.
151
Lucr., 5.925 ss. Cf. R. GODEL, «Virgile, Naevius et les Aborigènes», p. 279. En este
sentido ya se manifestaba A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, vol. I.1, p. 201, quien la
comparaba con la imagen tradicional de los cíclopes.
152
Catón, fr. 19 P = fr. I.19 Ch (= Lyd., Mag., 1.5): +ς φασιν - τε Κτων ν τ ω Περ
Pωµαικη ς ’Αρχαι
τητος Βρρων τε πολυµαθ στατος ν Προοιµοις τω ν πρς
Ποµπιον ατ ω εγραµµ νων, Ενδρου κα τω ν λλων ’Αρκδων ες ’Ιταλαν
λθ
ντων ποτ κα τν Αολδα τοις βαρβροις νσπειρντων φωνν.
153
Pueden verse diferentes opiniones, con amplia bibliografía, en E. GABBA, «Il latino
come dialetto greco», en Miscellanea A. Rostagni, Torino, 1963, 188-194; W. A. SCHRÖ-
DER, M. Porcius Cato, pp. 176 ss.; D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 446 ss.; C.
LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di Catone», pp. 428 ss.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

campo lingüístico-literario sobre el Lacio primitivo. Es evidente que esta


teoría del dialecto eolio como componente de la lengua latina reposa en
última instancia en la tradición sobre la presencia de Evandro en el Lacio y
las aportaciones que el héroe arcadio introdujo en la región, especialmente
la escritura. La noticia era ya conocida por los primeros analistas, según el
testimonio de Mario Victorino154, quien menciona a Fabio Pictor, Cincio
Alimento y Gn. Gelio, pero no a Catón. Pero tal omisión no implica nece-
sariamente que este último ignorase la tradición sobre la escritura, pues
Evandro sí es conocido por Catón155, de manera que perfectamente, según
palabras de C. Letta, muy crítico por otra parte frente a la veracidad del
fragmento, «si può ammettere che egli [Catón] accennasse a una diffusione
della conoscenza del greco nel Lazio da parte di Evandro»156.
El fragmento suscita además dos cuestiones que tocan muy de cerca a
los temas que ahora interesan. Por un lado, en él no se menciona expresa-
mente a los aborígenes, sino que se habla de βρβαροι. Teniendo en
cuenta que Evandro en Italia se relaciona exclusivamente con el Lacio y
que fueron los aborígenes aquellos que, según acuerdo unánime de la tra-
dición, recibieron a Evandro, tales «bárbaros» no pueden ser otros que los
aborígenes. Realmente no creo procecente que Catón utilizase la palabra
barbarus —aunque poco antes está documentada en Plauto con un sentido
similar al original griego157—, considerando además que es muy probable
que Lido sólo manejase a Varrón, donde se encontraría la referencia a
Catón. Pero en cualquier caso, el empleo de este término refleja la idea
generalizada sobre los aborígenes como gente salvaje e incivilizada, fami-
liar asimismo a Catón. Por tanto, este hecho compromete de nuevo ese
supuesto origen griego de los aborígenes, pues si estos eran unos «bárba-
ros» que desconocían la escritura o la lengua griega, difícilmente Catón
podría concederles una procedencia helénica. Una segunda cuestión se
plantea en que al tomar por auténtico, aunque sólo sea en su núcleo, este
fragmento, se entraría en colisión con la afirmación anterior de que Catón
hacía esperar a la llegada de los troyanos la aparición de las primeras mani-
festaciones de civilización en el Lacio. Sin embargo, no tiene por qué supo-

154
Mar. Vict., GLK, VI.23.
155
Catón, fr. 56 P = II.26 Ch (= Solin., 2.7), acerca de la fundación de Tibur.
156
C. LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di Catone», p. 429.
157
Plaut., Bacc., 121; Most., 828.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

nerse tal contradicción, ya que Eneas y Evandro se mueven en planos cro-


nológicos no muy distantes entre sí, y especialmente en las tradiciones del
siglo II a.C., como se observa en el relato del historiador cumano donde
ambos héroes se presentan conjuntamente en el Lacio.
Otros fragmentos de Catón se centran en aspectos geográficos e histó-
ricos de los aborígenes, radicando aquí importantes novedades al extender
la presencia de este pueblo a la vecina Sabina. Según la visión que propor-
ciona Catón, los sabinos habitaban en un principio en la región de Amiter-
num, en la Sabina interna, desde donde iniciaron una expansión que les
llevó hacia el oeste, expulsando a los aborígenes que ocupaban la cuenca
de Reate, próxima al Lacio158. En otro lugar, pero sin que sepamos su con-
texto, dice Catón que los aborígenes dominaron sobre la mayor parte del
terrritorio que poseyeron los volscos159. Este último fragmento indica que
los aborígenes llegaron a poblar todo el Lacio, incluido su sector meridio-
nal, ya que la región mencionada en el texto se identifica generalmente con
el ager Pomptinus160, correspondiente en cierta medida con la localización
propuesta en su momento por Licrofrón. Relacionar estos fragmentos entre
sí no es sencillo, pues además pertenecen a dos libros distintos de los Ori-
gines. En principio se podría pensar que los aborígenes ocuparon el Lacio
tras haber sido expulsados por los sabinos de la región de Reate, de acuerdo
con la reconstrucción propuesta por Varrón. Esta es la interpretación por la
que se inclina D. Briquel161, tras considerar como menos probables otras

158
Catón, fr. 50 P = fr. II.21 Ch (= Dion., 2.49.2-3): Κτων δ Π
ρκιος τ µ ν
νοµα τ ω Σαβνων /θνει τεθη να ϕησιν π Σβου το υ Σγκου δαµονος πιχωρου,
το
υτον δ τν Σγκον π
τινων πστιον καλεισθαι ∆α. πρτην δ’ ατω ν ο0κησιν
ποφανει γεν σθαι κµην τιν καλουµ νην Τεστρο υναν γχο υ π
λεως
’Αµιτ ρνης κειµ νην, ξ *ς ρµηθ ντας τ
τε Σαβνους ες τν Pεατνην µβαλειν
’Αβοριγνων µα <Πελασγοις> κατοικοντων κα π
λιν ατω ν τν
πιϕανεσττην Κοτυλας πολ µω χειρωσαµ νους κατασχειν. κ δ τη ς Ρεατνης
ποικας ποστελαντας λλας τε π
λεις κτσαι πολλς, ν ας οκειν τειχστοις,
κα δ κα τς προσαγορευοµ νας Κ1  ρεις (el fragmento continúa proporcionando la
medida de las distancias que separan la región de los mares Tirreno y Adriático).
159
Catón, fr. 7 P = fr. I.5 Ch (= Prisc., Gramm., V. 182 H; VI.230 H): Agrum quem
Volsci habuerunt campestris plerus Aboriginum fuit.
160
A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, vol. I.1, p. 198, n. 1; W. A. SCHRÖDER, M.
Porcius Cato, p. 111; D. MUSTI, «L’immagine dei Volsci nella storiografia antica», en I
Volsci (QuadAEI 20), Roma, 1992, p. 28.
161
D. BRIQUEL, «Denys d’Halicarnasse et la tradition antiquaire sur les Aborigènes», p. 25.

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 60


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

dos, una primera que situaría simultáneamente a los aborígenes en el Lacio


y en la cuenca de Reate y la segunda que contemplaría un desplazamiento
de este pueblo desde el Lacio hacia Sabina. La opción de nuestro colega
francés suscita, sin embargo, algunas dificultades no fácilmente supera-
bles. Por un lado, se pueden invocar razones de economía narrativa, pues
este fragmento se sitúa en el libro II de los Origines, cuando trata la histo-
ria del pueblo sabino, no la del Lacio, que ocupa el libro I, por lo que el
acontecimiento no debió ser fundamental para la historia de los aborígenes
según la relataba Catón. Naturalmente puede suceder que tal episodio fuese
también narrado de manera extensa en el libro I, pero resulta extraño que
Dionisio, que copia a Varrón, no mencione a Catón si ambos seguían la
misma versión. Pero más importancia tiene sin duda una segunda cuestión,
a saber ¿qué pueblo habitaba el Lacio previamente a la llegada de los abo-
rígenes desde Sabina? Si se admite que Catón y Varrón coinciden, la res-
puesta no puede ser otra que los sículos, puesto que así lo propone el anti-
cuario reatino, pero ninguno de los fragmentos de Catón alude a este
último pueblo. Es más, la ciudad latina de Tibur, a la que Dionisio,
siguiendo a Varrón, atribuye un origen sículo, según Catón fue fundada por
el arcadio Catilo, compañero de Evandro162. Y no es ésta la única ocasión
en que se observa una falta de acuerdo entre Catón y Varrón sobre el naci-
miento de una ciudad: también respecto a Cures, fundada por los sabinos
según el primero y por el aborigen Modio Fabidio en opinión de Varrón163.
Hasta donde podemos saber, Catón nada dice sobre sículos y pelasgos164 en

162
Cat., fr. 56 P = fr. II.26 Ch (= Solin., 2.7); Dion., 1.16.5. Sobre las tradiciones rela-
tivas al origen de esta ciudad, M. T. LANERI, «Una strana narrazione catoniana sulla fon-
dazione di Tivoli (in Solin. 2.7-8)», Sandalion, 18, 1995, 133-146; D. BRIQUEL, «La
légende de fondation de Tibur», ACD, 33, 1997, 63-81; W. LAPINI, «Solino e la fondazione
di Tivoli», BStudLat, 28, 1998, 467-477; A. MEURANT, «La valeur du thème gémellaire
associé aux origines du Tibur», RBPhH, 76, 1998, 37-73.
163
Catón, fr. 50 P = fr. II.21 Ch (= Dion., 2.49.3); Varrón, en Dion., 2.48.
164
El texto de Dionisio que transmite el fragmento de Catón relativo a la expulsión
de los aborígenes de la región de Sabina (supra n. 158), al hablar de la población que exis-
tía en la cuenca reatina, tras la palabra ’Αβοριγνων introduce un µα que resulta de difí-
cil compresión, por lo que algunos editores, a partir de J. J. Reiske, restituyen
’Αβοριγνων µα Πελασγοις. Pero tal reconstrucción no resulta satisfactoria, puesto
que en definitiva se basa en la creencia de que Catón, como luego Varrón, admitía la con-
vivencia de aborígenes y pelasgos en Sabina, lo cual en modo algunos puede ser demos-
trado por otras vías.

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La prehistoria mítica de Roma
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el Lacio, lo cual puede ser una coincidencia debida al estado fragmentario


en que nos ha llegado su obra, pero también entra en lo posible que tal
silencio sea resultado del hecho de que estos pueblos todavía no habían
sido plenamente integrados en las tradiciones romanas como sendas capas
de población mítica.
De especial interés se presenta el vínculo que establece Catón entre
aborígenes y sabinos, pues aunque aparezcan como enemigos, entre ambos
existen elementos comunes de no escasa importancia. Por ello se hace
necesario tratar, aunque brevemente, sobre el origen del pueblo sabino,
acerca del cual se conocen dos fragmentos de Catón en principio contra-
dictorios, pues lo relacionan con dos epónimos diferentes, Sabino, hijo de
una divinidad indígena, y Sabo, un lacedemonio emigrado. Las cuestiones
que plantean estos fragmentos, enmarcados en un contexto más general
que abraza diferentes opiniones y planteamientos de los antiguos acerca
del pueblo sabino, han dado lugar en los últimos tiempos a una intensa dis-
cusión con interesantes aportaciones desde todos los puntos de vista165,
debate en el que no pretendo entrar. Para los fines que aquí se persiguen,
el aspecto más importante es aquél relativo al origen del pueblo sabino
desde la perspectiva de Catón y lo que esto significa. En el primero de los
fragmentos166 Catón utiliza una fuente local y en él se dice que los sabinos
fueron así llamados por el héroe indígena Sabino, hijo del dios Sanco, iden-
tificado comúnmente al latino Dius Fidius167; el contenido del texto no

165
Sin ánimo de catálogo, deben recordarse J. POUCET, «Les origines mythiques des
Sabins à travers l’oeuvre de Caton, de Cn. Gellius, de Varron, d’Hygin et de Strabon», en
Études Étrusco-Italiques, Louvain, 1963, 155-225; C. LETTA, «I mores dei Romani e l’ori-
gine dei Sabini in Catone», en Preistoria, storia e civiltà dei Sabini, Rieti, 1985, 15-34;
D. MUSTI, «I due volti della Sabina: sulla rappresentazione dei Sabini in Varrone, Dionigi,
Strabone, Plutarco», DdA, 3.2, 1985, 77-86 (= Strabone e la Magna Grecia, 235-257);
G. TRAINA, «Roma e l’Italia», pp. 619 ss.; D. BRIQUEL, Les Tyrrhènes peuple des tours,
pp. 140 ss.; IDEM, «La tradizione letteraria sull’origine dei Sabini: qualche osservazione»,
en Identità e civiltà dei Sabini, Firenze, 1996, 29-40.
166
Catón, fr. 50 P = II.21 Ch (= Dion., 2.49.2). El texto se encuentra en la n. 158.
167
Var., L. L., 5.66; Dion., 4.58.4; Ovid., Fast., 6.213 ss.; Fest., 276L: cf. J. POUCET,
«Semo Sancus Dius Fidius, une première mise à point», RecPhLing, 3, 1972, 53-63. En
el texto transmitido por Dionisio figura Zeus Pistios, lo que sin duda hay que interpretar
como directa traducción griega del latín Fidius, pero que asimismo evoca un epíteto
divino itálico, como se puede ver en la Patanaí Piístíaí de la tabla samnita de Agnone
(E. SCHWEYZER, «Zur Bronze von Agnone», RhM, 84, 1935, pp. 11 ss.; G. DEVOTO,

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 62


La prehistoria mítica de Roma
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especifica de manera explícita la autoctonía de los sabinos168, pero mucho


menos puede utilizarse como prueba de un origen extranjero. En el
segundo de los fragmentos169 el indígena Sabino es sustituido por el espar-
tano Sabo, del que no se ofrece ninguna otra información170. ¿Cómo enten-
der esta tradición? Por un lado, se podría pensar que los sabinos son lace-
demonios, que se instalaron en la región conducidos por Sabo, formando
un nuevo pueblo que fue denominado a partir de su guía, según un meca-
nismo que cuenta con numerosos paralelos. Pero también es posible que
sobre una población ya existente en la Sabina, se asentase un espartano, o
un pequeño grupo de ellos, que por su superior nivel de civilización impuso
sus propios criterios. Esta segunda opción parece la más probable, puesto
que el mismo Dionisio recuerda una tradición local que hablaba sobre un
grupo de espartanos que, descontentos con la legislación de Licurgo, aban-
donaron su patria y acabaron instalándose entre los sabinos, a los que trans-
mitieron algunas de sus costumbres más señaladas, como el valor guerrero,
la frugalidad y la seriedad que preside todos sus actos171. La relación entre
lacedemonios y sabinos, nacida en virtud de la austeridad de sus respecti-
vos modos de vida, es ciertamente antigua, anterior en todo caso a Catón y
muy anclada en las propias tradiciones locales: incluso la primera versión

«Il panteon di Agnone», SE, 35, 1967, pp. 189 ss.) y sobre todo en el ΖωÛηι Πιζηι de la
inscripción RV-19 del santuario lucano de Rossano di Vaglio: M. LEJEUNE y (D. ADAMES-
TEANU), «Il santuario lucano di Macchia di Rossano di Vaglio», MemAccLinc, 16, 1971,
pp. 69 ss., quien sin embargo prefiere interpretar Ioui Fonti; por el contrario más acertado
V. PISANI, «La rappresentazione di «f» e l’iscrizione di Mogliano», Glotta, 52, 1974,
p. 128, quien ve aquí un equivalente de Fidio.
168
Por esta opinión se inclina D. BRIQUEL, «La tradizione letteraria sull’origine dei
Sabini», pp. 35 ss.
169
Catón, fr. 51 P = II.22 Ch (= Serv. auct., Aen., 8.638): Cato autem et Gellius a Sabo
Lacedaemonio trahere eos originem referunt. Porro Lacedaemonios durissimos fuisse
omnis lectio docet. Sabinorum etiam mores populum Romanum secutum idem Cato dicit:
merito ergo ‘severis’, qui et a duris parentibus orti sunt, et quorum disciplinam victores
Romani in multis secuti sunt.
170
Una versión posterior, atribuida a Julio Higino (fr. 9 P = Serv. auct., Aen., 8.638),
hace de Sabo un persa, quien tras haber pasado por Esparta, llegó a Italia y colonizó la
región de Sabina una vez expulsados los sículos. Se trata indudablemente de una versión
secundaria, reelaboración de la anterior, destinada a explicar ciertos paralelismos toponí-
micos entre la Sabina y el mundo oriental: J. POUCET, «Les origines mythiques des Sabins»,
pp. 203 ss.
171
Dion., 2.49.4-5.

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La prehistoria mítica de Roma
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de Catón no está al margen de una perspectiva espartana172. El tema de la


incidencia de las instituciones lacedemonias en Italia se eleva a finales del
siglo IV a.C. y tiene su origen en la propaganda de Tarento, necesaria en su
política de proximidad a la confederación samnita, invocándose al respecto
no sólo una syngheneia entre Esparta, metrópolis de Tarento, y los itálicos,
sino también el valor guerrero y la moralidad como fundamento de la
sociedad173. Pero estas tradiciones se refieren fundamentalmente a los sam-
nitas, no a los sabinos, aunque estos últimos se vieron incluidos en el
mismo conjunto por su condición de origen de todos los pueblos sabélicos.
Por tanto, hemos de pensar que hasta el siglo III no se crean e introducen
en ambiente sabino los vínculos que les atarán a los espartanos.
La actitud de Catón frente a la supuesta influencia lacedemonia sobre
los sabinos no debió ser desfavorable, puesto que representaba un con-
junto de valores con los que él se identificaba174, pero de ahí a aceptar para
los sabinos un origen espartano, media una gran distancia. No se trata, sin
embargo, de negar que Catón conociese la versión espartana, que todo se
limita a un error del comentarista de Virgilio que transmite el frag-
mento175. El historiador romano pudo perfectamente incluir en su relato
ambas tradiciones, ya que una y otra confluyen en un mismo punto: las
costumbres austeras de los sabinos176. Pero la versión espartana hay que

172
Cf. C. LETTA, «I mores dei Romani e l’origine dei Sabini in Catone», pp. 32 ss.,
quien señala cómo las ciudades abiertas fundadas por Sabino recuerdan a Esparta, arque-
tipo de ciudad sin murallas. Véase asimismo Plut., Rom., 16.1.
173
Entre estas tradiciones destaca la referida a los samnitas y transmitida por Estrabón,
5.4.12 (C. 250). Véanse sobre este asunto las interesantes observaciones de J. BÉRARD, La
Magna Grecia, pp. 454 ss.; M. SORDI, «I Sanniti fra Roma e i Greci nel IV sec. a.C.»,
Abruzzo, 13, 1975, 95-100; A. MELE, «Il pitagorismo e le popolazioni anelleniche d’Italia»,
AION(arch), 3, 1981, 61-69; D. MUSTI, «La nozione storica di Sanniti nell fonti greche e
romane», pp. 203 ss.; E. DENCH, From Barbarians to New Men, Oxford, 1995, pp. 53 ss.
174
Cf. por ejemplo el fr. 83 P = fr. IV. 7 Ch (= Gell., Noct. At., 3.7.1-19) a propósito
de Leónidas.
175
Así, J. POUCET, «Les origines mythiques des Sabins», pp. 160 ss.; S. MAZZARINO,
Il pensiero storico classico, vol. II, p. 90.
176
Por una convivencia de ambas versiones en Catón se muestran, entre otros,
L. MORETTI, «Le Origines di Catone, Timeo ed Eratostene», RFIC, 80, 1952, p. 293;
C. LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di Catone», pp. 432 ss.; IDEM, «I mores
dei Romani e l’origine dei Sabini in Catone», pp. 30 ss.; D. MUSTI, «I due volti della
Sabina», p. 85 (= Strabone e la Magna Grecia, pp. 253 ss.); D. BRIQUEL, «La tradizione let-
teraria sull’origine dei Sabini», pp. 30 ss.

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 64


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

entenderla no como la principal, sino como «refuerzo» por las conce-


cuencias que se extraen de ella. El discurso de Catón sobre el origen de
los sabinos probablemente hay que integrarlo en una actitud de rechazo
hacia Fabio Pictor, quien presentaba a este pueblo como amante de la
riqueza, contra lo que se levanta Catón defendiendo la postura contraria,
esto es el carácter serio y adusto de los sabinos, algo que no les viene de
su supuesta procedencia espartana, sino por ser un pueblo itálico, es decir
autóctono177. En este sentido, es muy fuerte la tentación de ver las ideas
de Catón reflejadas en Estrabón, quien habla de los sabinos como una raza
antigua y autóctona178.
La consideración de los sabinos como autóctonos, lo que trae consigo
la práctica de una vida austera, ajena a la riqueza y a la molicie, le permite
a Catón establecer un paralelismo con los aborígenes, asimismo autóctonos
y al margen de la civilización, de donde pueden extraerse conclusiones
ideológicas de no escaso interés. Sin entrar a valorar la existencia de una
idea de «pansabinismo» en Catón, parece indudable que la visión que
ofrece sobre los aborígenes reviste una fuerte impregnación de sabinismo.
La participación de los sabinos en la formación de Roma estaba completa-
mente asumida por los antiguos, pero se localizaba en la primera Roma, la
de Rómulo. Catón intenta llevarla más lejos en el tiempo y para ello nada
mejor que recurrir a los aborígenes, situados en los mismos comienzos de
la historia del Lacio. El emplazamiento de este primitivo pueblo en la
Sabina pretende, en cierto sentido, hacerle partícipe de las características
históricas del territorio y de sus habitantes. Catón coloca en un mismo
plano cronológico a sabinos y a aborígenes, con lo cual afirma la mayor
antigüedad de los primeros sobre el pueblo latino, que no nace sino tras la
llegada de Eneas y los troyanos. Pero esta primacía en el tiempo incluye
otro aspecto de gran importancia para Catón. Las virtudes y valores de los

177
Fabio, fr. 8 P = fr. 10 Ch (= Dion., 2.38.3). En este sentido, S. MAZZARINO, Il pen-
siero storico classico, vol. II, pp. 89 ss.; C. LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origi-
nes di Catone», pp. 435s; D. MUSTI, «I due volti della Sabina», pp. 78 ss. (= Strabone e la
Magna Grecia, pp. 238 ss.).
178
Str., 5.3.1 (C. 228): /στι δ κα παλαι
τατον γ νος ο Σαβινοι κα
ατ
χθονες. Así, J. POUCET, «Les origines mythiques des Sabins», pp. 213 ss.; D.
MUSTI, «I due volti della Sabina», pp. 83 ss. (= Strabone e la Magna Grecia,
pp. 250 ss.). En contra, D. BRIQUEL, «La tradizione letteraria sull’origine dei Sabini»,
p. 30.

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sabinos son los mismos que Catón atribuye al pueblo romano179, que en su
papel de potencia dominante, debe alzarse como ejemplo de moralidad en
oposición al mundo griego, causante de la introducción en Italia de la
tryphé y la luxuria, prácticas diametralmente opuestas a los principios que
subyacen en las mores tradicionales de Roma180. Los aborígenes participa-
ban también de este universo, pues cuando Catón habla de ellos como gen-
tes de escasa civilización, al momento surge una comparación con los sabi-
nos y sus virtudes: al igual que estos, los aborígenes definían asimismo un
pueblo antiguo y autóctono, escaso de recursos pero en posesión de gran-
des valores morales. Las virtudes tradicionales de los romanos proceden
pues de los sabinos, pero también de los aborígenes, que constituyen la
cepa del pueblo latino y al tiempo participan de la esencia del carácter
sabino.

5. VARRÓN Y DIONISIO DE HALICARNASO.

Como acabamos de ver, en cierto sentido Catón defendía una visión


sabino-céntrica de la prehistoria de Italia181, idea que tiene un cualificado
continuador en Varrón. Nacido en la ciudad sabina de Reate, Varrón eleva
su región de origen a la condición de centro de Italia, de manera que no
sólo los otros pueblos de la península proceden de esta zona182, sino que
asimismo la propia Roma tiene sus raíces en la cuenca reatina, para lo cual
recurre, como no podía ser de otra forma, a los aborígenes. En este punto
Varrón enlaza con la reconstrucción de Catón, con la cual coincide en
algunos aspectos de importancia, aunque también se distancia de su ante-

179
Catón fr. 51 P = fr. II.22 Ch (Serv. auct., Aen., 8.638): Sabinorum etiam mores
populum Romanum secutum idem Cato dicit.
180
Véase C. LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di Catone», pp. 19 ss.,
quien destaca la paradoja que se observa al respecto en Catón. Cf. sin embargo las obser-
vaciones de E. S. GRUEN, Culture and National Identity in Republican Rome, pp. 52 ss.,
69 ss.
181
Cf. C. LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di Catone», pp. 418 ss.
182
Véanse al respecto J. COLLART, Varron grammairien latin, Paris, 1954, pp. 230 ss.;
J. POUCET, «Les origines mythiques des Sabins», pp. 175, 198 ss.; D. BRIQUEL, «La zona
reatina, centro dell’Italia: una visione della penisola alternativa a quella romana», en La
Salaria in età antica, Roma, 2000, pp. 81 ss.

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La prehistoria mítica de Roma
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cesor. Al escribir un siglo más tarde, Varrón recoge nuevas tradiciones,


desconocidas o ignoradas a propósito por Catón, que le llevan a configu-
rar un panorama sobre la prehistoria del Lacio bastante más complejo,
incluyendo la participación de pueblos que parecen haber estado ausentes
en Catón, como los sículos y los pelasgos, lo que por fuerza ha de influir
en su visión sobre los aborígenes. Lo esencial de nuestros conocimientos
sobre la cuestión nos llega sobre todo a través de Dionisio de Halicarnaso,
quien utiliza de manera amplia a Varrón para elaborar su relato sobre el
más antiguo poblamiento del Lacio y de la Sabina. Sin embargo, no todo
lo que se lee en Dionisio acerca de los aborígenes procede de Varrón, pues
el historiador griego aporta innovaciones de no escaso calado surgidas de
su propia investigación. En síntesis, aunque sabemos que Varrón hablaba
profusamente sobre los aborígenes183 —recuérdese cómo la exposición
sobre las diferentes etimologías acerca de su nombre que se lee en Dioni-
sio y en la OGR tiene su referente en Varrón—, no es fácil hacerse una
idea clara sobre cuál era la visión exacta que tenía sobre este legendario
pueblo.
A tenor de lo que dice Dionisio, que invoca la autoridad de Varrón, los
aborígenes ocupaban en un principio la cuenca de Reate, pero no ofrece
información alguna acerca de su origen. Dionisio defendía la tesis de la
procedencia griega, invocando al respecto la autoridad de Catón, pero no la
de Varrón, que constituye su fuente fundamental, de donde es posible supo-
ner que este último no se inclinaba por la misma opinión. Otros indicios,
como la idea de Cutilia como centro de Italia, según veremos, o la expli-
cación a través del eolio, y vinculado a la presencia de los pelasgos, de cier-
tos topónimos de la cuenca reatina, inducen a pensar que para Varrón los
aborígenes eran autóctonos, lo que parece confirmarse por un pasaje de Isi-
doro184. Pero esta autoctonía de los aborígenes es diferente a la concepción

183
Sobre los aborígenes, Varrón trataba en dos obras distintas, De gente populi
Romani y Antiquitates rerum humanarum: cf. J.-C. RICHARD, «Varron, l’Origo gentis
Romanae et les Aborigènes», p. 31.
184
Isid., Etym., 9.2.74: Pelasgi nominati. quia cum velis passis verno tempore
advenisse Italiam visi sunt et aves. Primo enim eos Varro Italiam adpulisse commemo-
rat. A favor de la idea de la autoctonía se encuentran entre otros F. DELLA CORTE,
«L’idea della preistoria in Varrone», en Atti Congresso Internazionale di Studi Varro-
niani, Rieti, 1976, vol. I, pp. 113 ss.; D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp., 473 ss.;
E. GABBA, Dionysius and The History of Archaic Rome, Berkeley, 1991, p. 114;

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La prehistoria mítica de Roma
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tradicional, ya que no es latina sino reatina: en otras palabras, los aboríge-


nes no son autóctonos del Lacio, a donde tan sólo llegan como emigrados
y se establecen tras expulsar a los sículos, considerados entonces como los
pobladores más antiguos de la región latina. En su lugar de origen, los abo-
rígenes habitaban una serie de ciudades cuya relación detalla Dionisio185.
En medio de esta descripción, dice que la metrópolis de los aborígenes, la
ciudad de Lista, fue conquistada por los sabinos y tras intentar en vano
recuperarla, sus antiguos posesores consagraron el territorio a los dioses
para atraer la maldición divina sobre aquellos que se aprovecharan de sus
frutos186. Esta noticia parece coincidir con la visión de Catón acerca de la
expulsión de los aborígenes de la región de Reate por parte de los sabinos,
pero en el relato de Dionisio tan sólo se habla de Lista y como señala J.
Poucet, «des autres cités aborigènes et notamment de la zone de Réate,
aucun texte conservé de Varron ne la retrace»187. Es más, inmediatamente
después Dionisio narra la llegada de los pelasgos y su encuentro con los
aborígenes en el lago Cutilia188, tradición que, como veremos, toma en
parte de Varrón. A primera vista puede pensarse en una contradicción,
puesto que si los aborígenes habían sido expulsados por los sabinos de la
zona reatina, difícilmente podrían encontrarse después con los pelasgos en
esta misma región; además los sabinos no vuelven a aparecer en el relato
de Dionisio hasta el libro II, cuando hace un inciso acerca de diferentes
versiones sobre el origen de este pueblo189. Pero más probable es que
Varrón se refiriese a estos dos hechos en obras diferentes o mejor en dos
ocasiones distintas, aunque en cualquier caso situaría la conquista de la
región reatina por los sabinos después del encuentro de aborígenes y pelas-
gos.
Haciéndose eco de tradiciones ya por completo asentadas y de las cua-
les Catón no da noticia cierta, Varrón consideraba que el Lacio estaba

L. DESCHAMPS, «Pourqoui Varron situe-t-il au Lac de Cutilia l’Ombilic de l’Italie?»,


Euphrosyne, 20, 1992, p. 305. Por su parte, J.-C. RICHARD, «Varron, l’Origo gentis
Romanae et les Aborigènes», pp. 32 ss., defiende la idea del origen griego, pero sus
argumentos no son muy firmes.
185
Dion., 1.14-15. Cf. J. POUCET, «Les origines mythiques des Sabins», pp. 177 ss.
186
Dion., 1.14.6.
187
J. POUCET, «Les origines mythiques des Sabins», p. 182.
188
Dion., 1.19.2-20.2.
189
Dion., 2.48-49.

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 68


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

habitado en un principio por los sículos, contra los cuales guerrearon los
aborígenes, solos y ayudados por los pelasgos190, hasta expulsarles del
territorio. Según Dionisio, en un pasaje de clara influencia varroniana, una
de las formas utilizadas por los aborígenes para presionar sobre los sícu-
los asumía la forma del ver sacrum191, costumbre característica de los pue-
blos itálicos invocada como mecanismo generalizado de su expansión por
toda la península. El punto de partida de este ver sacrum fue sin duda
Cutilia, considerada por Catón como la más famosa de las comunidades
aborígenes y cuya conquista por los sabinos significa el comienzo del fin
de ese pueblo en la región192. El mismo Varrón la consideraba como el
«ombligo» de Italia193, lugar por tanto muy apropiado para producirse ese
encuentro entre aborígenes y pelasgos en cumplimiento de un oráculo,
como veremos con mayor detenimiento en un próximo capítulo. Por haber
«nacido» a consecuencia de un ver sacrum, los aborígenes fueron también
llamados «sacranos», según se lee en un pasaje de Festo que recuerda muy
de cerca a Varrón194. El término Septimontium es una referencia a Roma,
pero a una Roma todavía inexistente, anterior a Rómulo, de manera que
hay que entenderlo como expresión de un antiquísimo poblamiento asen-
tado en el mismo solar donde mucho más tarde se levantará la ciudad195.

190
Dion., 1.16, 20.4.
191
Dion., 1.16.1-4. Sobre el particular, P. M. MARTIN, «Contribution de Denys d’Ha-
licarnasse à la connaissance du uer sacrum», cit.; D. BRIQUEL, «Denys, témoin de traditions
disparues», pp. 101 ss.
192
Catón, fr. 50 P = II.21 Ch (= Dion., 2.49.2).
193
Plin., Nat. Hist., 3.109: in agro Reatino Cutiliae lacum, in quo fluctuetur insula,
Italiae umbilicum esse M. Varro tradit; Solin., 2.6: umbilicum, ut Varro tradit, in agro Rea-
tino habet. Sobre el particular recientemente, L. DESCHAMPS, «Pourqoui Varron situe-t-il au
Lac de Cutilia l’Ombilic de l’Italie?», cit.; D. BRIQUEL, «La zona reatina, centro dell’Ita-
lia», pp. 83 ss.
194
Fest., 424L: Sacrani appellati sunt Reate orti, qui ex Septimontio Ligures Siculos-
que exegerunt; nam vero sacro nati erant; Var., L. L., 5.53: <alii quod Palatini>, Aborigi-
nes ex agro Reatino, qui appellatur Palatium, ibi conse<de>runt. Palatium figura en la
mencionada lista varroniana de las ciudades aborígenes.
195
El empleo del término Septimontium con connotaciones históricas, al margen de
la fiesta que con ese nombre se celebraba el 11 de diciembre (Fest., 458L; 474-476L,
donde se invoca a Antistio Labeo; Paul. Fest., 459L), parece indicar asimismo una depen-
dencia de Varrón, pues hasta donde sabemos fue éste el primero que hablaba del Septi-
montium como una pre-Roma (Var., L. L., 5.41). Sobre el particular, J. POUCET, «Le Sep-
timontium et la Succusa chez Festus et Varron. Un problème d’histoire et de topographie

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

Existió pues una pre-Roma aborigen cuyas raíces se localizaban en la


cuenca reatina.
Al margen de su contenido general, este texto ofrece un interés aña-
dido. Se trata de la mención de los Sacrani, pues no es ésta la única oca-
sión en que se documenta el término, ya que de nuevo aparece en Virgilio
y más tarde en sus comentaristas. Uno de estos últimos, el interpolador a
Servio, menciona a los sacranos en la serie de pueblos que sucesivamente
habrían habitado el sitio de la futura Roma196. Pero lo singular es que
rompe la identificación entre sacranos, que parecen obtener una persona-
lidad propia, y aborígenes, a la vez que establece una distinción cronoló-
gica entre sículos y ligures. Sin duda tiene razón D. Briquel al considerar
la noticia como una «extrapolation à partir de la doctrine plus simple
offerte par Festus»197. Mayor interés despierta el testimonio de Virgilio,
quien al enumerar los diferentes contingentes armados que seguían a
Turno, caracteriza a uno de ellos con la expresión Sacranae acies198. Es
evidente que el poeta se refiere a un grupo determinado de individuos,
quizá con una caracterización étnica como parece ducirse del contexto,
pero de muy difícil identificación. El comentarista Servio ofrece dos
explicaciones199. Según la primera, los sacranos serían descendientes de
un tal Coribante, propietario de una región próxima a Roma donde en
fechas antiquísimas existía un culto a la Magna Mater. Pero se trata de una
elaboración sumamente artificial y sin duda tardía, que en nada se corres-
ponde con las ideas de Virgilio. Este menciona una sola vez a los cori-
bantes a propósito de la llegada de Cibeles a Frigia desde la isla de
Creta200, pero siendo esta diosa una de las principales valedoras de Eneas,

romaines», BIBR, 32, 1690, pp. 26 ss.; R. GELSOMINO, Varrone e i sette colli di Roma,
Roma, 1975.
196
Serv. auct., Aen., 11.317: [Siculi] a Liguribus pulsi, Ligures a Sacrani, Sacrani ab
Aboriginibus.
197
D. BRIQUEL, «Denys, témoin de traditions disparues», pp. 101 ss.
198
Verg., Aen., 7.794-796: Argivaque pubes / Auruncaeque manus, Rutuli veteresque
Sicani, / et Sacranae acies et picit scuta Labici.
199
Serv., Aen., 7.796: sacranae acies dicunt quendam Corybantem de Creta venisse
ad Italiam et tenuisse loca, quae nunc urbi vicina sunt, et ex eo populos ducentes originem
Sacranos appellatos; nam sacrati sunt matri deum Corybantes. alii Sacranas acies Ardea-
tum volunt, qui aliquando cum pestilentia laborarent, ver sacrum voverunt, unde Sacrani
dicti sunt.
200
Verg., Aen., 3.111.

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 70


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

no parece que nada que la rodea pueda figurar entre los enemigos de su
protegido. La segunda es más interesante, pues identifica a los sacranos
con los habitantes de Ardea, así llamados por haber nacido como conse-
cuencia de un ver sacrum. Pero Ardea era la «capital» de los rútulos, pue-
blo sobre el que reinaba Turno y quien, al decir de Virgilio, tenía a esa ciu-
dad como su patria201.
Esta interpretación de Servio encuentra un extraordinario paralelo en
unos versos de Silio Itálico, que pueden servir de vínculo entre el poeta y
su comentarista. Al exponer el catálogo de las tropas de los cónsules
romanos en la batalla de Cannas, en un pasaje de clara inspiración virgi-
liana, Silio se refiere a los rútulos con las expresiones Faunigenae y sacra
manus, menciona a los sicanos como sus aliados y los relaciona con los
laurentes202, parentesco este último que es asimismo afirmado por Virgi-
lio203. Ahora bien, la consideración de los rútulos como descendientes de
Fauno y su caracterización como sacrani inevitablemente nos hacen pen-
sar en los aborígenes, de forma que si bien en las anteriores noticias de
Festo y del interpolador a Servio los sacranos figuran explícitamente refe-
ridos a Roma, nada impide que otras versiones hayan extendido esta idea
a otras ciudades del Lacio, entre ellas Ardea204, habida cuenta que los abo-
rígenes no representan un concepto exclusivamente romano sino latino. A
partir de estos datos, siempre a título de hipótesis y teniendo presente la
licencia poética, quizá no sería aventurado ver en la expresión Sacranae
acies una alusión al núcleo de las fuerzas de Turno, es decir a rútulos y
laurentes en general, gentes estas últimas que no se encuentran bien defi-
nidas en Virgilio205. Además, los reyes laurentes de Virgilio no son otros
que, en autores contemporáneos, son considerados reyes de los aboríge-
nes. Con esto no se quiere decir que deba aceptarse que Virgilio compar-
tiese el «sabinismo» de Varrón sobre el Lacio primitivo206, y menos toda-

201
Verg., Aen., 9.738; 12.45; en Ardea se encontraba el palacio de Turno: Aen.,
9.411 ss.. Véanse asimismo Catón, fr. 58 P = fr. II.28 Ch (= Prisc., Gramm., 4.129H):
Ardeatis Rutulus; Ovid., Met., 14.573 ss.; Str., 5.3.5 (C. 232).
202
Sil. Ital., Pun., 8.356 ss.: Faunigeane socio bella invasere Sicano / sacra manus
Rutuli, servant qui Daunia regna / Laurentique domo gaudent et fonte Numici.
203
Verg., Aen., 12.40. Cf. F. DELLA CORTE, La mappa dell’Eneide, p. 206.
204
Cf. G. DE SANCTIS, Storia dei Romani, vol. I, p. 256, n. 66.
205
Véase N. HORSFALL, «Laurentes», en Enc. Virg., Roma, 1987, vol. III,
pp. 141 ss.

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La prehistoria mítica de Roma
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vía que esas Sacranae acies procediesen de Sabina207. Pero es indudable


que al igual que sucede con el concepto de aborígenes, que Virgilio no ter-
mina de asumir de manera explícita aunque su presencia se intuye, la idea
de una relación de los sabinos con el Lacio primitivo se encuentra latente
en los versos del poeta. Y esto es así no sólo por esta velada cualificación
de los rútulos/laurentes como sacrani, lo que inevitablemente conduce a
la visión de Varrón sobre la llegada de los aborígenes al Lacio, sino tam-
bién por la inclusión de la estatua de Sabino entre aquellas que adornaban
el palacio de Pico y que representaban a los primitivos reyes latinos208.
La visión varroniana sobre los aborígenes coincide con la de Catón en
aspectos de especial interés. Ambos situaban el núcleo de este pueblo en la
misma región, la cuenca reatina, de donde habrían sido expulsados por los
sabinos. Pero esta condición de enemigos no puede ocultar una cierta pro-
ximidad entre aborígenes y sabinos, que no hay que comprender exclusi-
vamente en un sentido geográfico, sino sobre todo cultural209. El recurso al
ver sacrum como mecanismo del desplazamiento de los aborígenes hacia
el Lacio supone la atribución a estos últimos de una costumbre itálica,
especialmente vinculada por la tradición a los sabinos210. De igual manera
se debe entender la inserción en el universo de los aborígenes de Tiora
Matiene, localidad sabina sede de un conocido oráculo protagonizado por
Picus Martius sólo explicable en un contexto itálico211. Para Varrón, al
igual que sucede con Catón, Roma participa de la esencia sabina. La lle-
gada de los aborígenes al Lacio, y más en concreto al solar de la futura
Roma, asume la forma de una colonización que tiene su punto de partida

206
N. HORSFALL, «Sabini», en EncVirg, Roma, 1988, vol. IV, p. 628. En sentido
opuesto se expresan M. G. BITTI y L. BRACCESI, «Virgilio e le città della Sabina», en Conv.
Naz. Studi Virgiliani, Torino, 1984, pp. 161 ss.
207
J. BÉRARD, La Magna Grecia, pp. 448 ss.; A. MONTENEGRO, La onomástica de Vir-
gilio y la antigüedad preitálica, Salamanca, 1949, pp. 95 ss.; F. DELLA CORTE, La mappa
dell’Eneide, pp. 233 ss.
208
Verg., Aen., 7.177-181.
209
Cf. D. BRIQUEL, «La zona reatina, centro dell’Italia», p. 81.
210
J. HEURGON, Trois études sur le «ver sacrum», Bruxelles, 1957, pp. 5 ss.; G.
DEVOTO, Gli antichi Italici, Firenze, 1969, p. 90; M. PALLOTTINO, Genti e culture dell’Ita-
lia preromana, Napoli, 1981, p. 87; E. DENCH. From Barbarians to New Men, pp. 185 ss.
211
Dion., 1.14.5, quien sigue a Varrón. Sobre el particular, P. M. MARTIN, «L’oracle
aborigène de Mars à Tiora-Matiene. Essai de localisation et d’interprétation», Caesarodu-
num, 19, 1984, 203-216; D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 432 ss.; 468, n. 54.

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 72


La prehistoria mítica de Roma
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en la Sabina, de forma que los latinos, descendientes naturales de los abo-


rígenes, deben reconocer en el ager Reatinus, su primitiva patria. Roma
tiene por tanto unas raíces sabinas previas a su fundación y que se incre-
mentarán, ya en época «histórica», con sus primeros reyes Rómulo y Numa
Pompilio.
Un último autor en tratar ampliamente, y no exento de originalidad,
sobre los aborígenes es Dionisio de Halicarnaso212. Su relato se compone
de dos partes bien diferenciadas, la primera centrada en el origen y la
segunda en la historia de este legendario pueblo en su primitivo solar itá-
lico, la región de Sabina, y en las circunstancias que le llevaron a instalarse
en el Lacio. Si en esta última parte Dionisio se inspira casi exclusivamente
en Varrón, por el contrario el tratamiento que ofrece sobre la procedencia
de los aborígenes es altamente original, al tiempo que demuestra estar muy
bien informado, pues menciona diversas teorías, y deja constancia de su
propia capacidad de investigación a partir de los datos de que dispone. Pero
toda su labor está condicionada por una idea previa, que se convierte en
una fijación obsesiva, como era demostrar la cualidad de Roma como
π
λις ‘Ελληνς desde sus más remotos orígenes, de manera que todo su
esfuerzo como historiador se subordina en función de este objetivo. Tal
dependencia conlleva casi necesariamente una merma de objetividad y
conduce en ocasiones a incurrir en ciertos descuidos e incluso en interpre-
taciones tergiversadas de sus fuentes.
En consonancia con las doctrinas desarrolladas por la etnografía griega
acerca del origen de los pueblos, Dionisio213 inicia su exposición sobre los
aborígenes considerando las diferentes posibilidades que se le ofrecían: la
autoctonía y la migración, desdoblando esta última en dos variantes de sig-
nificado muy distinto entre sí, pues podía tratarse de una mezcla desorga-
nizada de pueblos (µιγδες) o de un pueblo único (πλυδες). Dionisio
rechaza de entrada las dos primeras, ya que ninguna de ellas se ajusta a la
idea de la helenidad de Roma. En efecto, un pueblo autóctono es bárbaro a
no ser que se trate de griegos que nunca han abandonado su patria, lo que

212
Véase en general, E. GABBA, Dionysius and The History of Archaic Rome,
pp. 113 ss.; D. BRIQUEL, Les Tyrrhènes peuple des tours, pp. 125 ss.; IDEM, «Denys d’Ha-
licarnasse et la tradition antiquaire sur les Aborigènes», cit.; F. MORA, Il pensiero storico-
religioso antico, Roma, 1995, pp. 116 ss.
213
Dion., 1.10.

73 Gerión. Anejo VI (2002) 17-78


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

evidentemente no es el caso de los romanos. Respecto a la segunda, tam-


poco es satisfactoria. Dionisio identifica esta interpretación con la forma
Aberrigenes y habla de una mezcla indiscriminada de gentes, vagabundos
sin patria, que viven del robo y del pastoreo. Esta es a los ojos griegos una
imagen negativa, aunque el pueblo en cuestión sea de estirpe helénica, pues
carece de lo más esencial para participar de la auténtica civilización214.
Queda entonces la opción última, esto es considerar a los aborígenes como
πλυδες, pero aquí se abren también dos posibilidades. Puede ser que el
pueblo emigrante sea bárbaro, condición que se da en aquella tradición, ya
discutida en páginas anteriores, según la cual los aborígenes eran colonos
enviados por los ligures, inaceptable para Dionisio, por lo que la única
solución posible era hacer de ellos emigrantes griegos.
La idea sobre la procedencia helénica de los aborígenes no es exclusiva
de Dionisio, así como tampoco fue él el primero en manifestarla, pero sin
duda sí la expuso con mayor firmeza que sus predecesores, aduciendo nue-
vos y fundamentados argumentos. Además, a Dionisio tampoco convenía
presentarla como algo por completo original, pues para no ser tachado de
interesado y suscitar con ello dudas sobre la veracidad de sus conclusiones,
necesitaba sentirse arropado por la autoridad de historiadores más antiguos
y de reconocido prestigio, griegos pero también latinos. En este sentido su
punto de partida no podía ser otro que la aceptación del origen griego de
los aborígenes por autores anteriores, tesis que Dionisio se compromete a
investigar a fondo y demostrar su autenticidad, salvando así las carencias
de sus ilustres predecesores. Entre estos, y en posición destacada, figura el
nombre de Catón, quien como hemos visto difícilmente podía hacer suya
tal opinión. Pero no parece que esta manipulación dejara a Dionisio con la
conciencia por completo tranquila. Al proclamar el carácter griego de los
aborígenes, nuestro historiador sabe que navega contracorriente, pues la
idea dominante era aquélla que les tenía por autóctonos, defendida entre
otros muchos por Varrón, su fuente principal para la segunda parte del
relato y que por tanto no engarza bien con la primera. Por ello no puede
sorprender que una vez concluida su demostración, Dionisio suscite dudas

214
Cf. Dion., 14.6.5. Véase D. BRIQUEL, Les Tyrrhènes peuple des tours, pp. 136 ss.,
con referencias. Muy interesante asimismo M. SORDI, «Integrazione, mescolanza, rifiuto
nell’Europa antica: il modello greco e il modello romano», en Integrazione, mescolanza,
rifiuto, Roma, 2001, p. 17: «nella Grecia classica la purezza della stirpe è un vanto, l’ap-
pertenenza ad una popolazione mista è un segno di inferiorità».

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 74


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

sobre el valor de su propia reconstrucción, invitando al lector «a suspender


su decisión hasta saber qué permanece de lo dicho y determinar qué opi-
nión es la más probable»215.
A pesar de todo, Dionisio ofrece en su demostración dotes no escasas
de investigador, conforme naturalmente a los criterios vigentes en su
época. En su opinión, los aborígenes no son sino enotrios, gentes proce-
dentes de Arcadia, conclusión a la que llega utilizando argumentos tanto
históricos como lingüísticos216. Según antiguas tradiciones griegas, y por
tanto no sometidas a sospecha, el héroe arcadio Enotrio abandonó su patria
en desacuerdo con la herencia de su padre Licaón, y en compañía de su her-
mano Peucetio y de otros muchos compatriotas deseosos de tierra, condujo
una expedición hacia Italia diecisiete generaciones antes de la guerra de
Troya. Peucetio se asentó en el promontorio de los yápigas, en la costa del
Adriático, dando origen al pueblo de los peucetios. Enotrio por su parte,
con el grueso de los expedicionarios, se dirigió a la costa occidental de la
península y ocupó mucha tierra deshabitada o poco poblada. La región
pasó a llamarse Enotria y sus pobladores enotrios, que habitaban en peque-
ñas ciudades, próximas unas a otras, en las montañas. Para afirmar la vali-
dez de su narración, Dionisio invoca la autoridad de antiguos y afamados
autores griegos, como Sófocles, Antíoco de Siracusa y Ferécides de Atenas,
quienes se refieren a la situación de Enotria, a la condición de los enotrios
como primeros habitantes de Italia y cómo Enotrio y Peucetio dieron nom-
bre a sus respectivos pueblos217.
El razonamiento de Dionisio es perfectamente lógico. Como es natural,
él no pone en duda la veracidad de las tradiciones griegas relativas a las
colonizaciones legendarias de Italia, pues se encuentran avaladas por la
autoridad de prestigiosos historiadores. En consecuencia, si los aborígenes
representan la más antigua capa de población helena asentada en el Lacio,
necesariamente ésta debe estar en correspondencia con los primeros griegos
llegados a Italia, que no son otros que los arcadios conducidos por Enotrio
y Peucetio, según era reconocido de manera unánime. Entre las dos ramas
surgidas de este movimiento, la elección no presentaba dificultad, pues

215
Dion., 1.13.4; cf. E. GABBA, Dionysius and The History of Archaic Rome, p. 115.
216
Dion., 1.11.2-13.3.
217
Sófocles, fr. 598 R (= Dion., 1.12.2); Antíoco, FGH 555F2 (= Dion., 1.12.3); Feré-
cides, FGH 3F156 (= Dion., 1.13.1). Sobre estas leyendas, J. BÉRARD, La Magna Grecia,
pp. 433 ss.

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La prehistoria mítica de Roma
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habiendo permanecido los peucetios en la costa oriental y los enotrios en la


occidental, estos últimos se ofrecían como los candidatos idóneos. Además,
aunque no sabemos con certeza si Dionisio conocía este detalle, tal elección
permitía enlazar con tradiciones indígenas recogidas por Varrón, quien esta-
blece una proximidad entre enotrios y sabinos, si bien no en referencia a una
visión etnográfica de la Italia primitiva sino por motivos pseudo-etimológi-
cos218. Para reforzar sus conclusiones, Dionisio aduce un nuevo argumento,
esta vez de orden lingüístico: el nombre de aborígenes deriva de ρος,
«montaña», puesto que estos arcadios emigrantes fundaron sus asentamien-
tos en las alturas, de acuerdo con la costumbre imperante en su país de pro-
cedencia219. Como señala D. Briquel, esta etimología no es una invención de
Dionisio, pues también figura en el autor de la OGR y con un sentido total-
mente distinto220. Sin duda, Dionisio ha tomado de Varrón este dato y lo ha
interpretado proporcionándole un significado más acorde con sus objetivos.
Llegado a este punto, Dionisio enlaza con Varrón, de quien fundamen-
talmente depende en lo que resta de su exposición sobre los aborígenes:
asentados en Sabina, en la cuenca de Reate, reciben a los pelasgos y son
expulsados por los sabinos, desplazándose hacia el Lacio, región que ocu-
pan tras arrojar de la misma a sus primitivos pobladores, los bárbaros y
autóctonos sículos221. Pero al vincular sus teorías a las opiniones de Varrón,
quien como hemos visto muy probablemente defendía para los aborígenes
un carácter autóctono en la región reatina, Dionisio se sitúa en un terreno
más inseguro. El problema principal no es otro que explicar cómo los eno-
trios, en su desplazamiento marítimo, se establecen en la Sabina, separada
del mar precisamente por el Lacio, sin ocupar previamente las tierras lati-
nas. Dionisio lo resuelve con una frase que no resulta satisfactoria: «Pues
según creo, los enotrios, además de ocupar muchas otras regiones de Ita-
lia,..., se asentaron en una parte del país de los umbros»222. Mientras que el

218
Serv., Aen., 1.532: Oenotria autem dicta est vel a vino optimo, quod in Italia nas-
citur, vel ut Varro dicit ab Oenotro, rege Sabinorum. Sobre la cuestión, J. POUCET, «Les ori-
gines mythiques des Sabins», pp. 191 ss.; D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 614 ss.
219
Dion., 1.13.3.
220
OGR, 4.1; D. BRIQUEL, Les Tyrrhènes peuple des tours, pp. 131 ss.
221
Dion., 1.14-16; la relación con los pelasgos figura en 1.19-20.
222
Dion., 1.13.3: το"ς δ Οντρους τη ς τ’ λλης ’Ιταλας πολλ χωρα ο0οµαι
κατασχειν, τ µ ν /ρηµα, τ δ ϕαλως οκοµενα καταλαβ
ντας, κα δ κα τη ς
’Οµβρικω ν γης στιν 2ν ποτεµ σθαι.

Gerión. Anejo VI (2002) 17-78 76


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

itinerario de los pelasgos desde su desembarco en las bocas del Po hasta su


llegada a Cutilia es descrito minuciosamente por Dionisio223, nada dice éste
sobre cómo se presentaron los enotrios en Sabina. Lo lógico sería pensar
que primero habrían llegado a las costas del Lacio, como propone Solino,
quien desde el Palatino romano desplaza a los aborígenes hacia la cuenca
de Reate224. Quizá el silencio de Dionisio se deba a que en este asunto no
contaba con precedentes, ya que la identificación de los aborígenes con los
enotrios es producto de sus propias deducciones. Además, en la literatura
etnográfica griega, ya desde el siglo V, la región de Enotria no alcanzaba
un límite tan septentrional, sino que todo lo más se identificaba con el
Bruttium y la Lucania225. Lo que hace Dionisio es trasladar el modelo de la
colonización enotria en la Italia meridional, según las antiguas tradiciones
griegas, a la Italia central, pero sin explicar claramente cómo tuvo lugar ese
desplazamiento.
En definitiva, Dionisio atribuye a los aborígenes una procedencia
griega, pero tal conclusión parece más un imperativo ideológico que no el
resultado de una investigación neutra. Para este historiador lo fundamental
y casi obsesivo era demostrar la prístina naturaleza helénica de Roma, lo
cual le obliga a conceder tal origen a los primitivos pobladores que, de
acuerdo con las tradiciones locales, habitaron en el Lacio, es decir los abo-
rígenes. Este es precisamente su punto de partida, algo que no necesita
demostración porque, en su opinión, ya era admitido por los más impor-
tantes entre los historiadores romanos, y sobre todo por Catón. El otro pun-
tal sobre el que Dionisio apoya su trabajo es Varrón, quien consideraba a
los sículos como habitantes más antiguos del Lacio y a los aborígenes,

223
Dion., 1.18.3-19.3.
224
Solin., 1.14; Palatium... quod aliquamdiu Aborigines habitarunt, propter incom-
modum vicinae paludis, quam praeterfluens Tiberis fecerat, profecti Reate postmodum reli-
querunt; cf. sin embargo, D. BRIQUEL, «Denys d’Halicarnasse et la tradition antiquaire sur
les Aborigènes», p. 35, n. 39.
225
J. BÉRARD, La Magna Grecia, pp. 435 ss.; B. D’AGOSTINO, «Il mondo periferico
della Magna Grecia», en PCIA, Roma, vol. II, 1974, pp. 217 ss.; D. MUSTI, «Sanniti,
Lucani e Bretti nella Geografia di Strabone», ahora en Strabone e la Magna Grecia,
pp. 274 ss.; L. MATTEINI, «L’Italia nel περ ’Ιταλας di Antioco di Siracusa», Helikon, 18-
19, 1978-79, pp. 294 ss.; F. PRONTERA, «Imagenes Italiae. Sulle più antiche visualizzazioni
e rappresentazioni geografiche dell’Italia», Athenaeum, 74, 1986, pp. 305 ss.; M. AME-
RUOSO, «La visualizzazione geografica di Italía-Oinotría e Iapughía in Ecateo di Mileto e
Antioco di Siracusa», MGR, 17, 1992, 65-133, esp. pp. 77 ss., 97 ss.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes

autóctonos de la cuenca de Reate, como emigrantes en la región latina. La


auténtica investigación de Dionisio consiste entonces en integrar estas doc-
trinas romanas en el universo mítico-histórico griego, concluyendo en la
identificación de los aborígenes con los primeros colonizadores egeos de
la península itálica, es decir los enotrios. De esta manera completa y justi-
fica la opinión de aquellos primeros historiadores romanos, adaptándola a
los criterios vigentes en la investigación griega y proporcionándole así cer-
tificado de validez226, y al mismo tiempo se mantiene fiel a las tradiciones
locales al aceptar en parte la visión defendida por Varrón. Pero tal mezcla
difícilmente podía resultar por completo coherente.

226
Cf. A. DOMÍNGUEZ MONEDERO, «El tema de la colonización griega en las ‘Anti-
güedades Romanas’ de Dionisio de Halicarnaso», en Homenaje S. Montero Díaz, Madrid,
1989, 137-154, quien concluye acertadamente «que Dionisio hace una historia de una ciu-
dad griega [Roma] y deforma los datos que posee en tal sentido» (p. 154).

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La prehistoria mítica de Roma
Gerión. Anejo VI (2002) 79-108 ISBN: 84-95215-39-X
La prehistoria mítica de Roma ISNN: 1576-2564

II
Los sículos

1. ANTÍOCO DE SIRACUSA, SICELO Y ROMA

Al contrario de los aborígenes, y en general de las otras gentes que par-


ticiparon en la etnogénesis latina, los sículos eran un pueblo plenamente
histórico en el ámbito itálico. Desde un punto de vista arqueológico, los
sículos están documentados en la parte oriental de Sicilia desde los
comienzos del I milenio a.C., cuando la fragmentación cultural que marca
en Italia el inicio de la edad del hierro prefigura en no escasa medida el
mapa de los pueblos históricos. Sin embargo, es muy posible que los sícu-
los no tuvieran en Sicilia su solar originario, sino que en principio estuvie-
sen asentados en el continente, desplazándose hacia la isla a lo largo de los
últimos siglos del II milenio1. Todavía en época histórica permanecerían
algunos núcleos en el sur peninsular, si hemos de creer en ciertas noticias
relativas al inicio de la presencia colonial griega2. Fueron sículas las gen-
tes que encontraron los griegos cuando fundaron sus primeros asentamien-
tos en Sicilia y todavía en el siglo V conservaban cierto espíritu naciona-

1
M. PALLOTTINO, Storia della prima Italia, Milano, 1994, p. 58. En contra, L. BER-
NABÒ BREA, Sicilia (trad. esp.), Barcelona, 1962, p. 151.
2
Pol., 12.5-6; Polyain., 6.22. El mismo Tucídides (6.2.4) dice que «todavía hay sícu-
los en Italia», que quizá haya que entender en referencia no a la época del historiador sino
a la de la colonización. Cf. sin embargo T. J. DUNBABIN, The Western Greeks, Oxford, 1948,
pp. 40 ss.; F. W. WALBANK, A Historical Commentary on Polybius, Oxford, 1967, vol. II, p.
336, quienes suponen un movimiento a la inversa: los sículos se desplazan desde Sicilia al
continente.
Jorge Martínez-Pinna Los sículos

lista, si bien por completo inmersos en un avanzado e irreversible proceso


de helenización. Fue entonces, bajo el caudillaje de Ducetio, cuando los
sículos pretendieron vanamente constituir un Estado propio e indepen-
diente de los griegos, en especial de la hegemonía de Siracusa3.
Las vicisitudes históricas de los sículos aparecen en cierto modo refle-
jadas en las leyendas. Las más antiguas tradiciones conocidas acerca de su
origen les localizan en el sur de la península, desde donde habrían sido
empujados por otros pueblos hasta refugiarse en Sicilia. Así lo exponen
tres historiadores griegos del siglo V casi contemporáneos, aunque no
coinciden entre sí en cuanto a la cronología y otros aspectos. En primer
lugar, Antíoco de Siracusa, según el cual los sículos, presionados por eno-
trios y opicos, fueron arrojados a Sicilia, pero sin precisar claramente la
fecha; en otro fragmento, Antíoco menciona a los morgetes como compa-
ñeros de los sículos en la diabasis a la isla4. Por su parte, Tucídides ofrece
una versión muy similar a la anterior, pues sin duda se inspiró en Antíoco
para elaborar su archaiologhía siciliana. En opinión del historiador ate-
niense, fueron también los opicos los responsables de la migración de los
sículos, quienes a su vez, ya en Sicilia, empujaron a los sicanos hacia la
parte suroriental de la isla; además, Tucídides proporciona otros detalles
que pueden servir para hacerse una idea más completa de la versión de
Antíoco, en particular un elemento cronológico sobre la migración, que
sitúa unos trescientos años antes de la llegada de los griegos, es decir de
la fundación de Naxos5. Finalmente también se refiere a este aconteci-
miento Helánico de Mitilene, quien identifica a los sículos con ausonios
expulsados de Italia por los yápigas, siendo su guía y epónimo Sicelo,
quien se apoderó de toda la isla; esto sucedió tres generaciones antes de la
guerra de Troya6. En esta corta lista no puede faltar Filisto de Siracusa,
aunque sea posterior a los tres mencionados. Según su versión, los sículos
eran ligures expulsados de su patria por umbros y pelasgos y conducidos

3
Sobre los movimientos independentistas sículos, pueden verse D. ADAMESTEANU,
«L’ellenizzazione della Sicilia e il momento di Ducetio», Kokalos, 8, 1962, 167-197; F. P.
RIZZO, La Repubblica di Siracusa nel momento di Ducetio, Palermo, 1970; G. MADDOLI,
«Ducezio e la fondazione di Calatte», AFLPer, 1, 1977/78, 151-156; E. C. GASTALDI, «IG
I3 228: Atene, Siracusa e i Siculi», en Hesperìa. 5, Roma, 1995, 145-162.
4
Antíoco, FGH 555F4 (= Dion., 1.22.5); 555F9 (= Str., 6.1.6 [C. 257]).
5
Thuc., 6.2.
6
Helánico, FGH 4F79a-b (= Steph. Byz., 566-567M, s.v. Σικελα; Dion., 1.22.3).

Gerión. Anejo VI (2002) 79-108 80


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los sículos

por Sicelo, hijo de Italo, penetraron en Sicilia ochenta años antes de la


guerra de Troya7.
Este origen de los sículos determinó su presencia en otras regiones de la
península además de las meridionales. Sin embargo, la distribución es muy
selectiva, pues de hecho se restringe a dos áreas, el Adriático septentrional
y el Lacio, si bien no en idénticas condiciones en una y en otra. Respecto a
la primera, los sículos figuran junto a los liburnios en la lista que ofrece Pli-
nio sobre la evolución del poblamiento en la VI regio de Italia, con especial
referencia a la zona costera incluyendo la del Piceno. Sículos y liburnios
representan la capa más antigua, pues fueron expulsados por los umbros,
estos por los etruscos y estos últimos a su vez por los galos; inmediatamente
antes, el naturalista romano recoge la noticia según la cual las ciudades pice-
nas de Numana y Ancona habían sido fundaciones sículas8. No creo que
pueda verse aquí el recuerdo de un lejano acontecimiento histórico, la pre-
sencia de sículos en el noreste de la península en época pre- o protohistó-
rica9. Por el contrario, todo sugiere que esta relación de los sículos con el
Adriático es producto de las especulaciones vinculadas a los intereses polí-
ticos y estratégicos desarrollados en estas regiones por Dionisio I de Sira-
cusa, como parece deducirse entre otros hechos de la mención de los libur-
nios, habitantes de la costa oriental del Adriático inmersos en la perspectiva
del tirano siciliano10. En definitiva, estas leyendas se remiten al mismo

7
Filisto, FGH 556F46 (= Dion., 1.22.4). Acerca de todas estas tradiciones relativas
a la diabasis de los sículos, entre otros, E. MANNI, «Sicelo e l’origine dei Siculi», Kokalos,
3, 1957, 156-164; F. JACOBY, FGH. Kommentar IIIb, Leiden, 1969, pp. 488 ss.; J. BÉRARD,
La Magna Grecia (trad. ital.), Torino, 1963, pp. 443 ss.; L. MOSCATI CASTELNUOVO, «Sul
rapporto storiografico tra Antioco di Siracusa e Strabone (nota a Strab. VI 1, 6, C. 257)»,
en Studi C. Gatti, Milano, 1987, 237-249; N. LURAGHI, «Ricerche sull’archeologia italica
di Antioco di Siracusa», en Hesperìa. 1, Roma, 1991, pp. 66 ss.; G. VANOTTI, «L’archaio-
loghia siciliana di Filisto», en Hesperìa. 3, Roma, 1993, pp. 116 ss.; M. LOMBARDO, «Italo
in Aristotele e Antioco: problemi di cronologia mitica», en ’Ιστορη. Studi G. Nenci,
Lecce, 1994, pp. 269 ss. Un amplio y reciente tratamiento sobre estas cuestiones se
encuentra en R. SAMMARTANO, Origines gentium Siciliae. Ellanico, Antioco, Tucidide,
Roma, 1998, esp. pp. 86 ss., 143 ss., 246 ss.
8
Plin., Nat. Hist., 3.112. Sobre Numana y Ancona: Plin., Nat. Hist., 3.111. A
Ancona como fundación sícula se refiere asimismo Solin., 2.10.
9
Cf. recientemente P. ANELLO, «La colonizzazione siracusana in Adriatico», en La
Dalmazia e l’altra sponda, Firenze, 1999, p. 137, con referencias bibliográficas.
10
E. WIKÉN, Die Kunde der Hellenen von dem Lande und den Völkern den Apenninhal-
binsel bis 300 v. Chr., Lund, 1937, p. 81; G. COLONNA, «La Romagna fra Etruschi, Umbri,

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los sículos

ambiente de Filisto y su versión sobre el origen septentrional de los sículos,


cuyo escenario geográfico necesariamente hay que localizar en el Adriático.
Por lo que se refiere al Lacio, los sículos interpretan asimismo un papel
de no escasa importancia, hasta el punto de llegar a competir con los aborí-
genes por la condición de autóctonos. Pero en cualquier caso, su presencia
entre las poblaciones primitivas de la región acabó siendo un hecho admi-
tido de forma general, figurando en casi todas las listas sobre la etnogéne-
sis latina. A partir del Lacio, los sículos son también mencionados en refe-
rencia a otras regiones y pueblos vecinos. Así, un fragmento de Fabio Pictor
parece otorgar a los volscos un origen sículo, si bien el texto se encuentra
muy corrupto como para concederle absoluta credibilidad11. También
habrían sido sículos los habitantes de la Sabina, expulsados por el héroe
lacedemonio Sabo, epónimo del pueblo sabino, según se lee en un frag-
mento de Julio Higino12. Una relación entre sículos y sabinos se observa asi-
mismo en una tradición reciente que habla de tres hermanos, Italo, Sabino
y Sicano, epónimos de ítalos, sabinos y sicanos o sículos respectivamente13.
Por último, Dionisio habla de una presencia sícula en el país de los faliscos,
en concreto en Falerii y Fescennium, y en algunas ciudades de la costa
etrusca, que habría sido borrada de esos lugares por la acción conjunta de
aborígenes y pelasgos. Es sin duda una noticia extraña, no recogida por
otras fuentes, que parece una invención de Dionisio en el complejo cuadro
que ofrece sobre la expansión de los pelasgos en tierras de Etruria14.

Pelasgi», en La Romagna fra VI e IV secolo, Bologna, 1985, pp. 57 ss.; G. VANOTTI, «L’ar-
chaiologhia siciliana di Filisto», pp. 181 ss.; A. COPPOLA, «Ancora su Celti, Iperborei e propa-
ganda siracusana», en Hespeìa. 2, Roma, 1991, 103-106; EADEM, Archaiologhía e propaganda,
Roma, 1995, p. 94. Cf. sin embargo D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, Roma, 1984, p. 86.
11
Fabio Pictor, fr. 2 P = fr. 22 Ch (= Isid., Etym., 4.7.34). En un sentido positivo se
manifiestan O. SKUTSCH, «Volsculus», RhM, 98, 1955, p. 96 (= Studia Enniana, London,
1968, p. 143); D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, Roma, 1991, pp. 496 ss., n. 21.
Véase no obstante D. MUSTI, «L’immagine dei Volsci nella storiografia antica», en I Volsci
(QuadAEI 20), Roma, 1992, pp. 26 ss.
12
Hyg., fr. 9 P (= Serv. autc., Aen., 8.638). Sobre este pasaje, J. POUCET, «Les ori-
gines mythiques des Sabins», en Études Étrusco-Italiques, Louvain, 1963, pp. 203 ss. Por
su parte, A. COPPOLA, Archaiologhía e propaganda, p. 102, supone una intermediación
siracusana amparándose en que Dionisio I era aliado de Esparta. Cf. supra, cap. I, n. 170.
13
Isid., Etym., 9.2.85. Tampoco hay razón de peso para leer esta tradición en clave
siracusana, como sugiere A. COPPOLA, Archaiologhía e propaganda, p. 103.
14
Dion., 1.20.5; 21.1. Cf. D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 297 ss., 351 ss.; G.
CAMPOREALE, «L’ethnos dei Falisci secondo gli scrittori antichi», ArCl, 43, 1991, p. 214.

Gerión. Anejo VI (2002) 79-108 82


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los sículos

En efecto, el relato de Dionisio es bastante ambiguo en la referencia a


las ciudades etruscas que habrían tenido un poblamiento sículo, y además
sorprende la disparidad geográfica, pues junto a unas situadas en la Etru-
ria meridional, Caere y Alsium, figuran Saturnia y Pisa. Según señala D.
Briquel, en la representación de Dionisio sobre la ocupación de Etruria por
los pelasgos se puede suponer una cierta distinción geográfica, de manera
que si en la región meridional una presencia sícula es factible por su pro-
ximidad al Lacio, condición que habría que extender al territorio falisco,
no se impone la misma idea en las otras áreas, donde todo mira hacia los
umbros como población primitiva atacada por los pelasgos15. Respecto a
las etruscas Caere y Alsium y las faliscas Falerii y Fescennium, la idea de
un originario carácter sículo es admisible en la perspectiva de Dionisio,
pues existiendo en estas ciudades tradiciones propias sobre un origen
pelásgico, por coherencia narrativa al seguir el mismo esquema que aplica
en el Lacio, este historiador se ve obligado a suponer una previa presencia
de sículos. Pero esta interpretación no es válida para Saturnia y Pisa, ciu-
dades carentes de tradiciones pelásgicas, de manera que si verdaderamente
Dionisio les atribuía un poblamiento sículo, la explicación debe seguir
otras vías. Sobre la primera de ellas, Briquel ofrece una explicación bas-
tante satisfactoria: el carácter sículo de Saturnia le es sugerido a Dionisio
por el propio nombre de la ciudad16. Italia, y más propiamente el Lacio, era
llamada Saturnia tellus y en el oráculo de Dodona que justifica la llegada
de los pelasgos a Italia, como veremos en el próximo capítulo, se habla de
«la tierra de Saturno de los sículos», pues este dios aparece muy vinculado
a las vicisitudes de los pelasgos en su migración itálica. Más difícil se pre-
senta el caso de Pisa, situada en el extremo septentrional de Etruria, limí-
trofe con la Liguria. La solución quizá pueda venir a través de los ligures,
a quienes ya Licofrón consideraba como la población primitiva del lugar
expulsada por los héroes Tarchon y Tirreno, venidos de Lidia17. Pero como
hemos visto con anterioridad, y sobre lo cual se insistirá más adelante, los
ligures y los sículos aparecen muy unidos en la Italia septentrional, aunque
ciertamente más en relación al Adriático. Parece que estamos entonces ante

15
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 300 ss.
16
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 314 ss.
17
Lyc., Alex., 1355 ss. Cf. A. COPPOLA, Archaiologhía e propaganda, pp. 137 ss.
También Dionisio, 1.40.3, hablando sobre la presencia de Hércules en Roma, hace una
enigmática alusión a los ligures como habitantes de Etruria.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los sículos

una interpretación reciente de esta identificación sículos=ligures, de


manera que habrían sido los segundos quienes atrajeron a los primeros,
según un mecanismo que se repite en el Lacio en versiones del siglo I a.C.,
casi contemporáneas a Dionisio, sólo que en esta última región el proceso
es a la inversa.
Dionisio es el único que habla de los sículos en Etruria, concediéndo-
les las mismas características con las que figuran en el Lacio. Sin embargo,
en el autor bizantino Lido aparece una alusión a los etruscos como antiguos
sicanos18. Teniendo en cuenta que los étnicos sículo/sicano son frecuente-
mente intercambiables, como sucede asimismo en el Lacio, en principio se
podría ver aquí la confirmación de una Etruria sícula en la línea expuesta
por Dionisio. Pero realmente no es así, según ha demostrado D. Briquel19.
La identificación de los etruscos como sicanos pretende remarcar la idea
de la autoctonía como un aspecto positivo, utilizando no a los umbros, de
acuerdo con la versión más extendida sobre la evolución del poblamiento
en Etruria, sino un elemento perteneciente a la tradición latina, con lo cual
etruscos y romanos son presentados en estrecha proximidad. En definitiva,
y considerando conjuntamente las versiones de Dionisio y de Lido, se tiene
la impresión de que la presencia sícula en Etruria no es sino consecuencia
de la aceptación general sobre un antiquísimo poblamiento sículo en el
Lacio, desde donde se habría extendido a las regiones vecinas. Pero,
¿cuándo surge esta relación entre los sículos y el Lacio?
La más antigua referencia conocida que vincula a Roma con el uni-
verso sículo se encuentra en un fragmento de Antíoco de Siracusa de no
fácil explicación. Sus palabra son estas: «Cuando Italo se hizo viejo, Mor-
ges subió al trono. Durante su reinado llegó un hombre desterrado de
Roma; su nombre era Sicelo»20. Al transmitir la noticia, Dionisio de Hali-
carnaso se siente un tanto desconcertado, ya que implica la existencia de
una Roma anterior a la llegada de los troyanos al Lacio, pero tampoco
encuentra en Antíoco otros datos que le permitan explicar tan extraña
situación, pues duda entre la Roma de todos conocida u otra ciudad con el

18
Lyd., Mens., 1.37.
19
D. BRIQUEL, «Une présentation originale de l’autochtonie des Étrusques: la version
de Jean le Lydien», en Atti II Congreso Internazionale Etrusco, Roma, 1989, vol. I, 199-
204: IDEM, L’origine lydienne des Étrusques, pp. 491 ss.
20
Antíoco, FGH 555F6 (= Dion., 1.73.4): ’Επε δ ’Ιταλς κατεγρα, Μργης
βασλευσεν. ’Επ το του δ
ν ρ
ϕκετο κ P µης φυγς. Σκελος νοµα ατω .

Gerión. Anejo VI (2002) 79-108 84


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los sículos

mismo nombre pero situada en diferente región21. Pero parece evidente


que la primera suposición es la válida, por lo que el epónimo de los sícu-
los, Sicelo, procedía de Roma. Este dato ha propiciado de manera genera-
lizada localizar la tradición sobre la presencia sícula en el Lacio ya en el
siglo V a.C., de forma que Antíoco habría servido de base para el desa-
rrollo de todas las versiones posteriores. Pero tal interpretación suscita,
según creo, dificultades muy serias, pues caso de ser aceptada, este frag-
mento entraría en colisión con otro en el que el historiador siracusano
expone el origen de los sículos, aplicando un mecanismo que se apoya en
la eponimia. Según dice, los primeros habitantes de Italia fueron los eno-
trios, quienes a partir del reinado de Italo pasaron a llamarse ítalos y a
continuación morgetes en honor de Morges y cuando Sicelo fue recibido
por este último, el reino se dividió, terminando con las siguientes pala-
bras: «así, los que eran enotrios llegaron a ser sículos, morgetes e ítalos»22.
El pasaje puede interpretarse de varias maneras, porque o bien Antíoco se
refería a sucesivas particiones del reino original de Italo, dando lugar a
diversos pueblos que reconocen en estos héroes a sus respectivos epóni-
mos23, o también es posible suponer que la reconstrucción de Antíoco pre-
tende reducir a una unidad originaria la diversidad de pueblos, de forma
que se trata de uno solo que cambia sucesivamente de nombre24. Pero en
uno como en otro caso, la conclusión es la misma a los fines que ahora

21
Dion., 1.73.5. Sobre la discusión en torno a la cronología mítica en que se sitúa
este dato, puede consultarse M. LOMBARDO, «Italo in Aristotele e Antioco», pp. 271 ss.
22
Antíoco, FGH 555F2 (= Dion., 1.12.3): «’Αντοχος Ξενοφνεος τδε
συνγραψε περ ’Ιταλας, κ τω ν
ρχαων λγων τ πισττατα κα σαφστατα. Τ ν
γη
ν τα την, τις ν υν ’Ιταλα καλειται, τ παλαιν εχον Ονωτρο.» Επειτα
διεξελθν, ν τρπον πολιτε οντο κα ς βασιλες ν ατοις ’Ιταλς
ν
χρνον γνετο,
ϕ’ ο µετωνοµσθησαν ’Ιταλο, το του δ τ ν
ρχ ν Μργης
διεδξατο,
ϕ’ ο  Μργητες κλθησαν· κα ς Σικελς πιξενωθες Μργητι,
δαν πρττων
ρχ ν διστησε τ θνος, πιϕρει ταυτ· «Ο!τω δ Σικελο κα
Μργητες γνοντο κα ’Ιταλητες, ντες Ονωτρο».
23
G. HUXLEY, «Antiochos on Italos», en Φιλας χριν. Miscellanea E. Manni,
Roma, 1979, vol. IV, pp. 1201 ss.
24
F. PRONTERA, «Antioco di Siracusa e la preistoria dell’idea etnico-geografica
dell’Italia», GeogAnt, 1, 1992, p. 118; IDEM, «L’Italia nell’ecumene dei Greci», GeogAnt,
7, 1998, p. 9. Cf. D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, p. 597, según el cual «Antiochos est
victime de la présentation généalogique des peuples, à travers leurs éponymes. Cette mé-
thode... ordonne dans le temps des faits ethniques contemporaines».

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La prehistoria mítica de Roma
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interesan, a saber que en la visión de Antíoco, los sículos nunca habitaron


en el Lacio, pues su definición como pueblo tiene lugar en el sur de la
península, surgen de la cepa de los enotrios. Su único vínculo con Roma
se encuentra en que esta ciudad actúa como punto de procedencia de su
epónimo, Sicelo, quien emigró por razones políticas. En momento alguno
se especifica que éste, en su exilio, arrastrase consigo una masa de indi-
viduos que, conforme a la idea más común de la etnogénesis, pasaran a
denominarse colectivamente a partir del nombre de su guía25. Además, la
perplejidad que denota Dionisio, quien sin duda maneja directamente la
obra de Antíoco, parece indicar que para el historiador siracusano Roma
no llamaba extraordinariamente la atención, sino que tan sólo le interesa
de manera tangencial. En síntesis, y a partir de los datos disponibles, no
es posible afirmar que en el siglo V el solar originario de los sículos fuese
situado en el Lacio26.
La mención de Roma constituye por sí misma motivo de sorpresa,
pues la capital latina apenas había tenido entrada en las tradiciones legen-
darias griegas: de hecho, las dos únicas referencias a Roma conocidas en
la historiografía griega del siglo V son esta noticia de Antíoco y la versión
de Helánico acerca de su fundación por parte de Eneas27. Ante tan exiguos
datos, toda explicación a esta tenue presencia de Roma en el relato de
Antíoco debe estar marcada por la prudencia. Así, según F. Prontera,
siendo ésta la única aportación externa al mundo griego sobre la prehisto-
ria de los enotrios-ítalos, y teniendo en cuenta la curiosidad lingüística de
Antíoco, quizá sea el reflejo de «la consapovolezza di una qualche afinità
fra lingua latina e la lingua dei Siculi»28. Excesivamente especulativa
resulta, en mi opinión, la interpretación de E. Manni, quien sitúa la for-
mación de esta leyenda en los momentos finales del siglo VI o primeros
decenios del siguiente, producto de un intento de los griegos de Occi-

25
Cf. R. SAMMARTANO, Origines gentium Siciliae, pp. 173 ss.
26
J. BAYET, «Les origines de l’arcadisme romain», MEFR, 38, 1920, p. 90, admi-
tía que entre los griegos del sur de Italia ya existía en el siglo V la idea de un Lacio habi-
tado por los sículos. Véase asimismo D. BRIQUEL, «Le regard des Grecs sur l’Italie
indigène», en Crise et transformation des sociétés archaïques de l’Italie antique, Roma,
1990, p. 169; G. RADKE, «Sikelos. Ein Flüchtling aus Rom», GB, 18, 1992, p. 24.
27
Helánico, FGH, 4F84 (= Dion., 1.72.2). Cf. supra cap. I, n. 78.
28
F. PRONTERA, «Antioco di Siracusa e la preistoria dell’idea etnico-geografica
dell’Italia», p. 133.

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La prehistoria mítica de Roma
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dente, y especialmente de Siracusa, por atraerse la alianza de Roma, la


ciudad más importante del Lacio29. Pero situados en este plano, más atrac-
tiva es la opinión de G. Vanotti, según la cual frente al intento de la pro-
paganda ateniense por englobar a Roma en su órbita, como se aprecia en
el mencionado fragmento de Helánico, Antíoco pretende la versión con-
traria, esto es vincular Roma a Sicilia haciendo de su epónimo un
romano30. Sin embargo, no creo que estas explicaciones aclaren el signi-
ficado del problema.
Tal como está expuesta, la referencia a Roma implica la existencia en
la ciudad de conflictos sociales o políticos que justifican el exilio que sufre
Sicelo, quien en consecuencia es presentado como una víctima del
gobierno romano y en definitiva de la propia ciudad, de la cual se desvin-
cula por completo. Quizá se encuentre aquí el motivo a la falta de interés
demostrada por Antíoco hacia Roma, sobre la cual apenas daba detalles a
juzgar por el comentario de Dionisio. Una situación marcada por la inesta-
bilidad social y los enfrentamientos políticos se ajusta perfectamente a la
Roma del siglo V, afectada por una profunda crisis interna, con el conflicto
patricio-plebeyo en primera plana, reflejo en última instancia de las con-
tradicciones propias de la ciudad arcaica. En este contexto el exilio no era
un hecho excepcional: desde el monarca depuesto, Tarquinio el Soberbio,
pasando por individuos de la nobleza como Coriolano y K. Quinctio, hasta
los no escasos nexi que optaron por abandonar su patria antes que caer en
estado de servidumbre, la figura del desterrado romano no debía ser por
completo extraña en otras regiones de la península, incluidas las griegas
(en Cumas acabó sus días el último Tarquinio). Un panorama político de
estas características significa en sí mismo una visión negativa de Roma,
que incluso se incrementa si una de sus víctimas es un héroe, como el caso
de Sicelo. La alusión a Roma que se lee en Antíoco no es por tanto favora-
ble a esta última, sino que más bien al contrario no persigue otro objetivo
que desprestigiarla. Pero tampoco hay razones para pensar en una aversión
específica de Antíoco hacia Roma, sino que tal postura debe responder a la
idea, profundamente anclada en la mentalidad griega, de Roma como ciu-

29
E. MANNI, «La fondazione di Roma secondo Antioco, Alcimo e Callia», Kokalos,
9, 1963, pp. 254 ss. Además este autor concede a Antíoco una cronología quizá un poco
elevada, pues el historiador siracusano debió ser contemporáneo de Helánico y ligeramente
anterior a Tucídides: F. JACOBY, FGH Kommentar IIIb, p. 486.
30
G. VANOTTI, «L’archaiologhia siracusana di Filisto», pp. 124 ss.

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dad etrusca y por tanto enemiga de Siracusa. En este sentido sí puede


hablarse de un paralelo entre Antíoco y Helánico, pues ambos partirían de
un mismo punto, la oposición etrusco-siracusana en la cual Roma se ve
involuntariamente afectada, pero con reacciones diferentes en función de
perspectivas asimismo distintas, favorable en Helánico, contraria en Antí-
oco. En este sentido, no se puede sino suscribir la interpretación de R.
Sammartano, según la cual Antíoco pretendía negar a Roma un origen tro-
yano, al ser ciudad anterior a la llegada de Eneas, y con ello «svincolare la
città laziale dalle tradizione propagandistiche ordite dagli Ateniesi»31, pero
sin que esto implique atraerla hacia el campo siracusano.
Un indicio de antiguas conexiones mítico-históricas del Lacio con los
sículos se ha querido ver en el cognomen de la gens Cloelia que ya figura
en el cónsul del año 498 a.C., Q. Clelio Sículo32. Invocando el anterior
fragmento de Antíoco y el presunto origen troyano de los Clelios33, se esta-
ría ante un caso precoz de simbiosis entre la condición de Enéada y de
sículo, situación por tanto similar al Lanoios mencionado por Fabio Pictor,
del cual trataremos inmediatamente. Pero esta interpretación es un tanto
aventurada. Ciertamente la explicación del cognomen Sículo es compleja
en una fecha tan antigua, pues no se entiende como referencia a un étnico
—tan comunes en los inicios de la República— y tampoco ex virtute34. Se
ha intentado ver en él una derivación de Sicani, topónimo presente en la
lista de los XXX populi Albenses mencionada por Plinio35, pero no resulta
una interpretación muy convincente. En conclusión, no se puede explicar
satisfactoriamente el origen de este cognomen a partir de los datos conoci-
dos35a, pero tampoco parece pertinente abogar por su relación con una pre-
sencia sícula en el Lacio. La versión más antigua y fiable sobre el origen
de la gens Cloelia es sin duda alguna la albana, que la englobaba en aquel

31
R. SAMMARTANO, Origines gentium Siciliae, pp. 173 ss. (cita en, p. 175).
32
F. ZEVI, «Il mito di Enea nella documentazione archeologica: nuove considera-
zioni», en L’epos greco in Occidente, Taranto, 1989, pp. 263 ss.
33
Paul. Fest., 48L: Cloelia familia a Clonio, Aeneae comite, est appellata.
34
Cf. C. AMPOLO, «I gruppi etnici in Roma arcaica: posizione del problema e fonti»,
en Gli Etruschi e Roma, Roma, 1981, p. 59.
35
Plin., Nat. Hist., 3.69. Véanse K. BELOCH, Römische Geschichte, Berlin, 1926, p.
50; R. E. A. PALMER, The Archaic Community of the Romans, Cambridge, 1970, p. 134.
35a
Con mejor sentido, J.-C. RICHARD, Les origines de la plèble romaine, París, 1978,
p. 508, aboga por una relación con Sicilia en función del aprovisionamiento de trigo.

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grupo de familias trasladadas a Roma e incluidas en el patriciado tras la


destrucción de su ciudad por Tulo Hostilio36. La tradición sobre su origen
troyano es tardía, fruto de las especulaciones genealógicas de Varrón y de
los círculos eruditos contemporáneos37.

2. LAS TRADICIONES SÍCULAS EN EL LACIO Y EN ROMA

A partir de los testimonios conocidos, en realidad no hay razones de peso


para situar la presencia sícula en el Lacio previamente a la segunda mitad del
siglo III a.C., una vez que se produjo la integración de Sicilia en el sistema
político-administrativo romano. De la misma manera que luego sucederá con
otras regiones de cultura helénica sucesivamente incorporadas al dominio de
Roma, también en Sicilia se despierta un interés en parte de la población por
relacionarse más estrechamente con sus nuevos señores, utilizando para ello
tradiciones legendarias sobre sus respectivos orígenes. Los sículos se presta-
ban perfectamente a este papel, siendo por tanto utilizados como vehículo de
helenización, como medio para vincular a los latinos —y por tanto también
a Roma— con el mundo griego a través de Sicilia. Y así, vemos cómo los
sículos circulan en un doble sentido, bien desde Sicilia hacia el Lacio, donde
diversas tradiciones sitúan a personajes sículos como fundadores de ciuda-
des, o bien a la inversa, admitiendo una migración de este pueblo desde el
Lacio hacia Sicilia, con lo cual se crea una syngheneia, un origen común que
sirve para reforzar los lazos entre romanos y sicilianos.
La primera noticia conocida sobre fundadores de origen siciliano en el
Lacio se encuentra en un fragmento atribuido a Fabio Pictor. Se trata de
un inscripción procedente del antiguo gimnasio de la ciudad de Taurome-
nion y fechada en el siglo II a.C., la cual contiene una síntesis extrema de

36
Liv., 1.30.2; Dion., 3.29.7. Recuérdese al dirigente de Alba llamado Cluilio (Liv.,
1.22.4; Dion., 3.2.1) o las fossae Cluiliae (Paul. Fest., 48L: Cloeliae fossae a Cloelio, duce
Albanorum, dictae; Liv., 1.23.3; Dion., 3.6.1; 8.22.1, 36.3; Plut., Cor., 30.1).
37
Cf. P. TOOHEY, «Politics, Prejudice, and Trojan Genealogies: Varro, Hyginus, and
Horace», Arethusa, 17, 1984, 5-28.
38
Fabio Pictor, fr. 1 Ch. Sobre esta inscripción pueden verse los trabajos de G. MAN-
GANARO, «Una biblioteca storica nel ginnasio di Tauromenion e il P. Oxyr. 1241», PdP, 29,
1974, pp. 395 ss., y el incluido en A. ALFÖLDI, Römische Frühgeschichte, Heidelberg,
1976, pp. 87 ss.

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la obra del historiador romano, cuyo nombre encabeza el texto38. En la ins-


cripción se menciona a un tal Lanoios, quien en compañía de sus aliados
Eneas y Ascanio se desplazó a Italia. Es evidente que en esta breve alu-
sión se hace referencia a los viajes de Eneas, a su breve estancia en Sici-
lia y posterior asentamiento en el Lacio, etapa en la cual le acompañó
Lanoios. Este personaje figura asimismo en otra inscripción siciliana, más
reciente, relativa a la syngheneia entre las ciudades de Centuripe, en Sici-
lia, y Lanuvium, en el Lacio, ciudad esta última de la que Lanoios era epó-
nimo y fundador39. A partir sobre todo de la interpretación de G. Manga-
naro, se observa una tendencia a ver en Lanoios la forma helenizada de un
supuesto Lanuvius, un troyano contemporáneo de Eneas cuya creación
como fundador de Lanuvium sería reflejo de una privilegiada relación de
esta ciudad latina con Roma tras la incorporación del Lacio en el año 338;
posteriormente, en el transcurso de las guerras púnicas y al amparo de las
alianzas trenzadas por Roma en Sicilia, el héroe habría sido capturado por
Centuripe y provisto de un origen siciliano40. Sin embargo, no se ve cla-
ramente cómo se produjo este extraño viaje de ida y vuelta.
Ante todo, es fácilmente presumible que Lanoios no hubiese tenido un
papel destacado en la obra de Fabio, pues sólo es conocido por estos dos
textos epigráficos, de manera que en el mejor de los casos, Fabio no hizo
sino recoger una tradición siciliana que hacía de Lanuvium una fundación
de este héroe. Pero también cabe la posibilidad de que se trate de un aña-
dido griego y que Lanoios no figurase en el texto original de Fabio. En el
texto de la inscripción de Tauromenion el primer lugar está reservado a
Lanoios y Eneas es solamente su aliado; la relación no se propone a la
inversa, de forma que el protagonismo parece descansar sobre el primero,
lo cual resulta difícilmente creíble si en verdad el texto refleja el conte-
nido de la obra de Fabio. Más bien al contrario, todo parece indicar que la
mención de este personaje responde sobre todo al deseo de los sicilianos
por hacer públicos sus vínculos con Roma, pues esta versión entra en coli-
sión con aquella otra que señalaba a Diomedes como el fundador de Lanu-

39
G. MANGANARO, «Un Senatus consultum in greco dei Lanuvini e il rinnovo della
cognatio con i Centuripini», RAAN, 38, 1963, 23-44.
40
Véase al respecto D. BRIQUEL, «Les deux origines de Lanuvium», en Origines gen-
tium, Bordeaux, 2001, pp. 302 ss. Execesivamente aventurada la cronología defendida por
P. CHIARUCCI, Lanuvium, Roma, 1983, pp. 23 ss., al situar la aparición de la leyenda en el
siglo V a.C.

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vium41. Por otra parte, la consideración de Lanuvium como


ποικαν τω ν
Κε[ντοριπνων], según especifica la inscripción de Centuripe, parece
sugerior que la tradición sobre Lanoios se originó cuando Sicilia ya estaba
por completo integrada en el dominio de Roma, por tanto difícilmente
antes del año ca. 22542. Aun así, estamos en presencia de un intento pre-
coz por vincular a Sicilia con el Lacio, pues el nexo de unión no se esta-
blece de manera directa, sin intermediarios, sino que se utiliza la leyenda
de los orígenes troyanos de Roma, algo que ya estaba por completo fijado
en la mentalidad colectiva tanto romana como griega.
Otras ciudades latinas fueron asimismo objeto de las especulaciones
pseudo-históricas de ambientes sicilianos, con la salvedad respecto al caso
anterior que ahora se recurre abiertamente a los sículos. En este contexto
se conocen algunas tradiciones fundacionales en el Lacio que se remiten a
héroes sículos, ideados con una clara función eponímica. Según dos frag-
mentos del analista romano Casio Hémina, que vivió a mediados del siglo
II a.C., las ciudades latinas de Crustumerium y Aricia fueron fundadas res-
pectivamente por Sículo, quien la denominó así por su esposa Clytemestra,
y por el sículo Arquíloco43. Una tercera tradición se refiere a Gabii, fun-
dada por los hermanos sículos Galatio y Bión44. Respecto a esta última, se
ha pensado que por la mención de Galatio, puede retrotraerse a Timeo
como fuente directa de Solino45; sin embargo, a la vista de la intención eti-
mológica y eponímica que contiene la noticia, pues tomando la primera
sílaba del nombre de cada uno de los fundadores surge el de la ciudad (Ga-
Bi), bien pudiera ser que Solino la tomase del propio Hémina, a quien

41
App., Bell. civ., 2.20.
42
Véase G. MANGANARO, «Un Senatus consultum in greco dei Lanuvini», p. 39. Por
su parte, A. PASQUALINI, «Diomede nel Lazio e le tradizioni leggendarie sulla fondazione
di Lanuvio», MEFRA, 110, 1998, pp. 675 y 679, n. 91, sitúa la leyenda de Lanoios a media-
dos del siglo III, cuando Centuripe se entregó a los romanos en el curso de la primera gue-
rra púnica, cronología que me parece un poco elevada.
43
Hémina, fr. 3 P = fr. 3 Ch (= Serv. auct., Aen., 7.631): Cassius Hemina tradidit
Siculum quendam nomine uxoris suae Clytemestrae condidisse Clytemestrum, mox
corrupto nomine Crustumerium dictum. Hémina, fr. 2 P = fr. 2 Ch (= Solin., 2.10): Ariciam
ab Archilocho Siculo, unde et nomen, ut Heminae placet, tractum.
44
Solin., 2.10.
45
TH. KÖVES-ZULAUF, «Die Eroberung von Gabii und die literarische Moral der
römische Annalistik», WJA, 15, 1987, pp. 131 ss.

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remite poco después a propósito de Aricia46. La referencia a Galatio ha lle-


vado también a ver una alusión directa a los galos, de manera que esta
leyenda no estaría al margen de implicaciones siracusanas, según las coor-
denadas, ya analizadas en páginas anteriores, acerca de las tradiciones
hiperbóreas relativas a los orígenes latinos y romanos: en otras palabras, la
leyenda se remitiría a los intereses defendidos por Siracusa en el siglo IV47.
Pero la noticia tiene un carácter tan artificioso, comenzando como hemos
visto por el nombre de los fundadores, que invita a considerarla una crea-
ción reciente. El papel fundacional de dos hermanos parece una réplica a
la pareja formada por Rómulo y Remo, cuya educación habría transcurrido
en Gabii de acuerdo con algunas versiones secundarias, que en ningún
momento pueden ser anteriores al siglo II a.C.48 Galatio es sin duda una
forma masculina de Galatea, quien en efecto fue ampliamente utilizada por
la propaganda de Siracusa en sus relaciones con los celtas y otros pueblos
del norte. Pero esto no implica que cada vez que se intuya o constate su
presencia, debamos reconocer una influencia de la Siracusa de Dionisio.
Galatea tiene su propia personalidad y en cierto sentido ya en época arcaica
representaba una imagen de Sicilia, por lo cual podía ser invocada con
finalidades muy diversas y en épocas asimismo diferentes.
La relación de ciudades latinas que supuestamente tenían un origen
sículo se incrementa con la lista que proporciona Dionisio de Halicarnaso,
aunque en este caso las circunstancias no son las mismas que en los ejem-
plos anteriores. Cuando narra el proceso de conquista del Lacio por parte
de los aborígenes, Dionisio menciona a Antemnae, Caenina, Ficulea, Telle-
nae y Tibur como lugares de donde los sículos fueron desalojados49. Posi-
blemente no pueda hablarse en relación a estos centros de antiguas funda-

46
Cf. M. CHASSIGNET, «Étiologie, étymologie et éponymie chez Cassius Hemina:
mécanismes et fonction», LEC, 66, 1998, 321-335, quien destaca la especial preocupación
de Hémina hacia la etimología y la eponimia.
47
M. SORDI, «I rapporti fra Roma e Tibur nel IV sec. a.C.», AttiSocTib, 38, 1965,
3-10 (=Scritti di storia romana, Milano, 2002, 171-175); A. COPPOLA, Archaiologhía e
propaganda, pp. 101 ss., quien también parece localizar en el mismo ambiente las dos tra-
diciones anteriores.
48
Dion., 1.84.5; Plut., Rom., 6.1-2; OGR, 21.3 (quien cita como fuente a Valerio
Antias). Véase infra, cap. IV.2.
49
Dionisio, 10.16.5; 2.35.7. En otros momentos (1.9.1; 2.1.1) Dionisio se refiere
también al sitio de Roma como ocupado originariamente por los sículos.

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ciones creadas por héroes desplazados desde Sicilia, sino que se encuadra
en la visión de un Lacio habitado por sículos como expresión del más anti-
guo substrato étnico de la región, conforme a la representación de la etno-
génesis latina que se imaginaba Dionisio. Sin embargo, no puede descar-
tarse que si no en todos los casos, si en alguno tal idea repose sobre
tradiciones locales, como posiblemente fuese el de Tibur. Como prueba del
antiquísimo poblamiento sículo de esta ciudad, Dionisio aduce la existen-
cia todavía en su época de un barrio llamado Σικελικν, topónimo que
reaparece en un pasaje de Solino que se fija en las diferentes tradiciones
acerca de la fundación de Tibur. Invocando la autoridad de un desconocido
Sextio, dice Solino que los tres hijos del argivo Catilo, llamados Tiburto,
Coras y Catilo, expulsaron a los sicanos (= sículos) ex oppido Siciliae y lla-
maron Tibur a la ciudad por el nombre del hermano mayor50. Como sugiere
D. Briquel, «on entrevoit certes la référence à des réalités locales, qui ne
font pas l’appel à des notions grecques»51, y en efecto el relato evoca una
región tiburtina poblada por bárbaros sículos y helenizada por héroes de
procedencia argiva, quienes sin embargo utilizan un mecanismo, como el
ver sacrum, de carácter itálico. Se trata en definitiva de una versión para-
lela a la que de forma general, y en particular referida también a Tibur,
defendían Varrón y Dionisio sobre el Lacio primitivo, con la diferencia de
que en una son los aborígenes y en otra la Argiva iuventus los autores de la
expulsión de los sículos.
Junto a estas tradiciones acuñadas con objetivos particulares, vincular
ciudades latinas concretas con Sicilia, no faltan otras de carácter más
general, que afectan a la región en su conjunto, para lo cual se recurre a la
figura de Italo, muy arraigada en el patrimonio mítico-histórico de los
ambientes griegos del sur de Italia y de Sicilia. En su comentario a Virgi-
lio, el gramático Servio hace alusión a una leyenda protagonizada por el
rey de los sículos Italo, quien desde Sicilia llegó al Lacio durante el rei-
nado de Turno, se asentó en la región laurentina y a partir de su nombre se

50
Solin., 2.8: sicut Sextius, ab Argiua iuuentute, Catillus enim Amphiarai filius post
prodigialem apud Thebas interitum Oeclei aui iussi cum omni fetu uer sacrum missus tres
liberos in Italia procreauit, Tiburtum, Coram, Catillum, qui, depulsis ex oppido Siciliae
ueteribus Sicanis a nomine Tiburte fratris natu maximi urbem uocauerunt. La tradición
sobre el origen argivo de Tibur era la más extendida, siendo mencionada además por Verg.,
Aen., 7.670 ss.; Hor., Carm., 2.6.5; Porph., In Hor. Carm., 1.7.13; 2.6.5; Serv., Aen., 7.670.
51
D. BRIQUEL, «La légende de fondation de Tibur», ACD, 33, 1997, p. 66.

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denominó toda Italia52. Es evidente que se trata de una tradición reciente,


que utiliza a un personaje muy antiguo pero adaptándolo a unas coorde-
nadas romano-latinas. Italo es presentado abiertamente como una réplica
de Eneas: procedente de Sicilia, desembarca en un Lacio dominado por
Turno y emplaza su capital en Lavinium. Su autor tiene que ser un sici-
liano que conoce la versión romana sobre Eneas, por tanto posterior a
Catón, el primero conocido que otorga a Turno cierta cualidad de prota-
gonismo. De esta forma no sólo pretende establecer una comunidad de
origen entre Sicilia y los latinos, vinculando a estos últimos al universo
mítico greco-occidental, sino también reconocer el predominio de Roma
al concebir una Italia que tiene su origen en el Lacio, al contrario de la
idea asentada desde antiguo según la cual el concepto de Italia se va exten-
diendo progresivamente desde el sur hacia el norte53. Quizá el mismo Vir-
gilio se hizo eco de estas tradiciones al incluir la estatua de Italo —siendo
ésta la única vez que su nombre aparece en la obra virgiliana— en el con-
junto de aquellas que adornaban el atrium del palacio de Pico y que repre-
sentaban a los primitivos reyes del Lacio54.
La figura de Italo aparece asimismo en otras tradiciones que afectan
directamente a Roma. Así, entre las diferentes versiones de cuño griego que
circulaban acerca de la fundación de la ciudad, alude Dionisio a unos anó-
nimos autores «que dicen que Roma fue fundada por Rhomos, hijo de Italo
y de Leucaria, hija de Latino», mientras que en palabras de Plutarco, «otros
dicen que Rhome, quien dio nombre a la ciudad, era hija de Italo y de Leu-
caria y se casó con Eneas»55. A primera vista se tiene la impresión de estar
ante dos versiones surgidas de una misma matriz, en la que Italo y Leucaria
son presentados como progenitores bien del fundador, bien de la heroína
epónima. La figura de Leucaria ha suscitado diversas opiniones, siempre en
función del topónimo que parece esconderse tras su nombre. La más impro-
bable es la que defendió hace tiempo B. Niese, quien veía en ella la epónima
de la ciudad de Luceria, en la Apulia, convertida en colonia latina hacia el

52
Serv., Aen., 1.2; 1.533.
53
Véase al respecto F. PRONTERA, «L’Italia nell’ecumene dei Greci», cit.
54
Verg., Aen., 7.178.
55
Dion,. 1.72.6: εσ δ τινες ο" τ ν P µην κτσθαι λγουσιν π P µου το υ
’Ιταλου, µητρς δ Λευκαρας τη ς Λατνου θυγατρς; Plut., Rom., 2.1: Αλλοι δ
P µην, ’Ιταλο υ θυγατρα κα Λευκαρας.

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año 31456: la leyenda, en la que se ven envueltos personajes itálicos y lati-


nos, sería entonces reflejo de las alianzas trenzadas por Roma con las pobla-
ciones de la Italia meridional durante los años de las guerras samnitas57. Sin
embargo, los fundamentos mítico-religiosos que en efecto reafirmaron la
alianza de Roma con Luceria, destacado bastión en el conflicto con la fede-
ración samnita, se vinculan posiblemente a la leyenda troyana, cuyo símbolo
más elocuente es la presencia en esta ciudad apula de un culto a Atenea Ilias,
cuyo depósito votivo ofrece extremas analogías con materiales de tradición
latino-romana58. Una segunda hipótesis es su identificación con la región de
Lucania, amparándose en que en algunos manuscritos de Plutarco se lee
Λευκανας y que una entre las muchas variantes sobre Italo que presenta el
interpolador a Servio le hace rey de los lucanos59. Pero no obstante esta
posibilidad, el hecho de que Leucaria figure como hija de Latino y de que
Eneas carezca de vínculos con Lucania, induce a ver en ella una forma hele-
nizada de Alba, como referencia expresa a la metrópolis legendaria de los
latinos60. En una de las versiones más antiguas sobre la genealogía del fun-
dador de Roma, la del siciliano Alcimo, ya se utilizaba una personificación
de Alba como madre de Rhomos61.

56
La fecha de la fundación de la colonia varía según las fuentes: 326 (Vell. Pat.,
1.14.4), 315 (Diod., 19.72.8), 314 (Liv., 9.26.1-5). Esta última es la más probable (cf. E. T.
SALMON, Roman Colonization under the Republic, Ithaca, 1970, pp. 58 ss.); véase no obs-
tante M. SORDI, Roma e i Sanniti nel IV secolo a.C., Bologna, 1969, pp. 40 ss.
57
B. NIESE, «Die Sagen von der Gründung Roms», HZ, 59, 1888, pp. 490 ss. En
tiempos más cercanos se ha unido a esta interpretación D. MUSTI, «Il processo di forma-
zione e diffusione delle tradizioni greche sui Daunii e su Diomede», en La civiltà dei
Dauni nel quadro del mondo italico, Firenze, 1984, pp. 104 ss. (= Strabone e la Magna
Grecia, Padova, 1994, pp. 186 ss.).
58
Puede verse al respecto, con bibliografía anterior, O. DE CAZANOVE, «Itinéraires et
étapes de l’avancée romaine entre Samnium, Daunie, Lucanie et Étrurie», en Le censeur et
les Samnites, Paris, 2001, pp. 150 ss. Desde una perspectiva más general, consúltese el
reciente trabajo de G. VANOTTI, «Aspetti della leggenda troiana in area apula», en I Greci
in Adriatico. 1 (Hesperìa, 15), Roma, 2002, 179-185.
59
Serv. auct., Aen., 1.533. En apoyo de esta interpretación podría en principio invo-
carse aquella versión, transmitisda por Tzetzes (In Lyc. Alex., 702), que hace de Italo y Leu-
taria (= Leucaria) los progenitores de Ausón, epónimo de los ausonios. Pero evidentemente
se trata de una adaptación de la tradición relativa a Roma.
60
Así lo exponía ya A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, Tübingen, 1853, vol. I,
p. 400, n. 1, siendo actualmente la opinión más seguida.
61
Alcimo, FGH 560F4 (= Fest., 326L).

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La presencia de Italo en estas tradiciones ha sido explicada por T. P.


Wiseman relacionándola con el ciclo épico de Odiseo62. Se basa este autor
en la genealogía de Latino y de Italo que menciona Higino a propósito de
la leyenda de Telégono, al decir que el primero nació de la unión de Telé-
maco y Circe y el segundo de la de Penélope con el propio Telégono63.
Wiseman considera que Higino deriva de la Telegonía de Eugamón de
Cirene, lo cual es aceptable, y como eslabón de una largísima cadena, para
la primera parte de su relato, pero no así en lo que se refiere a estas gene-
alogías, pues el resumen del poema de Eugamón que conocemos por Pro-
clo termina con tan absurdos matrimonios, sin referencia a la prole64. La
presencia de Italo en una obra del siglo VI resultaría por lo demás bastante
sorprendente. La figura de Italo como epónimo de Italia surge en ambien-
tes griegos de Occidente, como hemos visto, y es en esa dirección hacia
donde debe dirigirse nuestra mirada a propósito de estas tradiciones.
Intentar precisar un origen concreto resulta extraordinariamente compli-
cado, por lo que en principio tan sólo podemos aceptar, con C. Ampolo,
que su creación debe vincularse a «ambienti dell’Italia meridionale o della
Sicilia»65. Indudablemente se trata de un desarrollo surgido de manos
griegas, ya que los protagonistas de la fundación de Roma, uno como fun-
dador (Rhomos) y otra como epónima (Rhome), son producto de especu-
laciones helénicas. Pero también se observa una componente indígena
definida por la presencia de Leucaria/Alba y de Latino, personajes que
como tales ya figuran en antiguas tradiciones griegas. Sin embargo, hay
un elemento que sugiere una fecha relativamente reciente, que no es otro
que la definición de Rhome. Esta ha perdido ya su origen troyano, carác-
terística de las versiones más antiguas desde su primera aparición en el
relato de Helánico, si bien conserva todavía cierto recuerdo gracias a su
matrimonio con Eneas, cualidad que aparece asimismo en un fragmento
de Clinias, donde sin embargo mantiene su relación con el mundo griego

62
T. P. WISEMAN, Remus. A Roman Myth, Cambridge, 1995, pp. 49 ss. También
J. BAYET, «Les origines de l’arcadisme romain», pp. 82 ss., remite a Odiseo, pero se inclina
por una fecha más reciente, el siglo IV.
63
Hyg., Fab., 127.3.
64
Procl., Chrest., 2.109 Allen. Cf. A. BERNABÉ, Fragmentos de épica griega
arcaica, Madrid, 1979, pp. 217 ss.
65
C. AMPOLO, en Plutarco. Le vite di Teseo e di Romolo, Milano, 1988, p. 267.

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La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los sículos

al integrarla en el ciclo de Odiseo66. En la versión que ahora nos ocupa,


Rhome es un personaje por completo itálico, sin vínculo genealógico con
el universo mítico griego, lo que nos lleva a una época que difícilmente
puede ser anterior a finales del siglo III o comienzos del siguiente67. Esta
fecha se adapta también a Italo, cuya presencia sólo puede explicarse por
su relación con los sículos.
Conforme avanza el siglo II a.C., la idea de un Lacio sículo está cada
vez más afianzada, hasta el punto de introducirse en las tradiciones loca-
les. En un oráculo elaborado en los ambientes sacerdotales de Dodona
—y del que nos ocuparemos en el siguiente capítulo— fechado probable-
mente en la segunda mitad del siglo II y en el cual se justificaba la llegada
de los pelasgos a Italia, el Lacio es caracterizado como tierra de los sícu-
los. Pero como ha demostrado D. Briquel, se trata de un Lacio entendido
desde la perspectiva romana, pues los elementos religiosos a los que alude
el oráculo conciernen exclusivamente a Roma68. Y en efecto, los propios
círculos historiográficos romanos acabaron por aceptar una componente
sícula en su más remoto pasado, aunque adaptándola a sus intereses, lo que
implicaba una sustancial modificación de su significado originario. Para la
historiografía oficial romana, los sículos no representan un pueblo extran-
jero, de carácter helénico, que se establece en el Lacio con un fin coloni-
zador, de acuerdo con todas esas tradiciones que acabamos de ver. Más
bien al contrario, los sículos pasan a tener su origen en Roma, de donde
partieron para colonizar otras regiones.
Esta nueva visión aparece prefectamente expresada en una breve cita
de Varrón, que alude a los Annales veteres nostri, donde se afirma que los
sículos eran originarios de Roma69. La mención de estos antiguos anales
es sin duda una referencia a la tradición analística desarrollada por los

66
Clinias, FGH 819F1 (= Serv. auct., Aen., 1.273): Clinias refert Telemachi filiam,
Romem nomine, Aeneae nuptam fuisse, ex cuius uocabulo Romam appellatam. Este Clinias
es prácticamente desconocido, pero no debe identificarse a Calias de Siracusa (E. J. BIC-
KERMAN, «Origines gentium», CPh, 47, 1952, p. 79, n. 24). Se ha sugerido una cronología
en el siglo III a.C.: W. A. SCHRÖDER, M. Porcius Cato. Das erste Buch der Origines, Mei-
senheim, 1971, p. 67, n. 15.
67
Cf. W. A. SCHRÖDER, M. Porcius Cato, pp. 68 y 84.
68
Dion., 1.19.3; Macr., Sat., 1.7.28. Véase D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie,
pp. 355 ss.
69
Var., L. L., 5.101: A Roma quod orti Siculi, ut Annales veteres nostri dicunt.

97 Gerión. Anejo VI (2002) 79-108


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pontífices, sea cual fuere el título exacto que quiera dársele70. No es mi


intención entrar en una de las cuestiones más espinosas acerca de la pri-
mitiva historiografía romana, como es el contenido y evolución de los
Annales Maximi71, pero es evidente que estos últimos incluían noticias
relativas a las épocas más antiguas de Roma, cuya redacción no se separa
drásticamente de los criterios que guiaron a los analistas. Lo más acertado
es sin duda situar las referencias a la historia prerepublicana en un
momento reciente, bien cuando la publicación definitiva de los Annales,
bien cuando todo ese material pontifical se abrió a una consulta pública,
en cualquier caso no antes del pontificado de P. Mucio Escévola hacia el
año 130 a.C.72 La anterior alusión de Varrón expresa pues la postura «ofi-
cial» de la historiografía romana sobre la presencia sícula en el Lacio. Sin
duda no debe verse aquí un corolario de aquella lejana tradición acerca de
la salida de Sicelo de Roma relatada por Antíoco, que como hemos visto
responde a presupuestos diferentes73. Parece en todo caso una creación
tardía, quizá una reacción nacionalista frente a la idea, cada vez más
extendida dentro y fuera de Italia, de una colonización mítica del Lacio a
partir de Sicilia. A este respecto, no está de más recordar que la propia
Roma habría recibido también un poblamiento de emigrantes sículos,
según una noticia recogida por Servio74. Lo que en definitiva pretende
mostrar la versión de los Annales es la superioridad y preminencia de
Roma, considerada como metrópolis y no como colonia. Persiste natural-
mente la duda si la referencia a los sículos contenida en los Annales for-
maba parte de un amplio tratamiento sobre la prehistoria mítica de Roma,
o si por el contrario se trataba simplemente de una alusión incidental. La

70
Así, en la última edición de los fragmentos historiográficos romanos, debida a M.
CHASSIGNET, este pasaje de Varrón figura con el nº 9 en la serie de los Annales pontificum.
71
Una actualización de las diversas tendencias puede verse en M. CHASSIGNET, L’an-
nalistique romaine. I, Paris, 1996, pp. XXIII ss.
72
E. GABBA, «Considerazioni sulla tradizione letteraria sulle origini della Repub-
blica», en Les origines de la République romaine, Vandoeuvres, 1967, pp. 150 ss.; B. W.
FRIER, Libri Annales Pontificum Maximorum, Roma, 1979, pp. 107 ss.; A. MOMIGLIANO,
«Linee per una valutazione di Fabio Pittore», ahora en Roma arcaica, Firenze, 1989, p.
400.
73
En sentido contrario D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, p. 497; IDEM,
Les Tyrrhènes peuple des tours, Roma, 1993, pp. 115 ss.
74
Serv., Aen., 3.500: profecti Siculi ad Italiam eam tenuerunt partem ubi nunc Roma
est. Cf. Serv., Aen., 2.317.

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La prehistoria mítica de Roma
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ausencia de cualquier otra noticia relativa a tan lejanísimos tiempos no


permite hacerse una idea al respecto.
Hasta donde sabemos con cierta seguridad, fue Varrón quien por vez
primera integró a los sículos en un cuadro coherente del Lacio primitivo.
El polígrafo reatino no sólo transmite la idea de los sículos como origina-
rios de Roma y del Lacio, sino que además la asume y la hace propia.
Como veíamos en el capítulo anterior, Varrón consideraba a los sículos
como los primeros pobladores del Lacio, de donde fueron expulsados por
los aborígenes, arrojados a su vez por los sabinos de su solar originario en
la cuenca de Reate75. Fácilmente se puede suponer que Varrón, consciente
de la importancia que los sículos habían adquirido en relación al Lacio,
tenía a este pueblo por autóctono, pero al que era necesario desalojar para
otorgar todo el protagonismo a los aborígenes, verdadero inicio de una his-
toria de Roma con raíces sabinas. Aunque esta reconstrucción tuvo un
competente continuador en Dionisio de Halicarnaso, no era la única que
circulaba en Roma.
Poco tiempo después de Varrón, el anticuario Verrio Flaco presenta un
panorama similar, en el que los sículos son igualmente víctimas de la
expansión de los aborígenes, quienes les expulsan del lugar donde más
tarde se alzará Roma, identificada por el término Septimontium76. La sin-
gularidad de esta versión se encuentra en que los sículos no están solos,
sino acompañados por los ligures, hasta el punto de parecer formar un
único pueblo. La mención de los ligures nos retrotrae en principio a lo ya
visto con anterioridad acerca de esa supuesta descendencia ligur de los
aborígenes. Pero en realidad se trata de dos tradiciones por completo inde-
pendientes, sin vínculo alguno que pueda unirlas. Como bien señala D.
Briquel, «ce sont plutôt les Sicules qui ont attiré à Rome les Ligures, la
tradition ancienne et authentique sur les premiers qui a entraîné la réfé-
rence aux secondes»77. Tan singular asociación de sículos y ligures en el
solar de Roma refleja sin duda la influencia de la versión, ya mencionada,
de Filisto de Siracusa sobre el origen de los sículos, consecuencia de una

75
Cf. F. DELLA CORTE, «L’idea della preistoria in Varrone», en Atti Congresso Inter-
nazionale Studi Varroniani, Rieti, 1976, vol. I, pp. 114 ss.
76
Fest., 424L. Véase supra, cap. I.5.
77
D. BRIQUEL, «Denys, témoin de traditions disparues: l’identification des Aborigè-
nes aux Ligures», MEFRA, 101, 1989, p. 103.

99 Gerión. Anejo VI (2002) 79-108


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los sículos

migración de los ligures, tradición todavía viva en épocas recientes78. Aquí


se ha producido una adaptación de la leyenda griega a un contexto latino,
de manera que por un lado se desplaza desde el ámbito del Adriático,
donde se localiza originariamente, al del Tirreno, más en consonancia con
la perspectiva romana, y por otro ambos pueblos, unidos en uno, forman
la base del poblamiento primitivo del Lacio: en otras palabras, los sículos
de Varrón son sustituidos de forma artificial por Verrio por la asociación
sículos-ligures. Pero no parece que estos últimos hayan gozado de éxito en
las tradiciones míticas de Roma. Los ligures y los sículos aparecen de
nuevo en el interpolador a Servio, en una serie de pueblos que sucesiva-
mente habrían habitado en el solar de la futura Roma: sículos, ligures,
sacranos y aborígenes79. Se trata de una versión muy manipulada a partir
de la anterior de Verrio Flaco, estableciendo diferentes niveles cronológi-
cos para grupos de pueblos (sículos-ligures, sacranos-aborígenes) reduci-
bles a uno solo.
La exposición más completa sobre los sículos en el Lacio, y situada
en esta misma línea reconstructiva, se encuentra en Dionisio de Halicar-
naso. Según este historiador, los sículos eran un pueblo autóctono del
Lacio y por tanto bárbaro, como corresponde a toda autoctonía no
griega80. Pero su presencia en la región no puede ser definitiva, pues para
que Roma pueda acreditar una pura esencia helénica, se hace necesario
eliminarles del mapa latino y dejar el campo libre al sucesivo asenta-
miento de pueblos griegos, comenzando por los aborígenes. Dionisio se
inspira en Varrón, de quien toma el esquema general, aunque a continua-
ción lo transforma en aras de su propio interés. El historiador griego
habla de los sículos como pobladores originarios del Lacio en general,
pero también en referencia a algunas ciudades concretas. Así, en dos oca-
siones menciona a Roma como solar de asentamiento sículo81; cuando

78
Sil. Ital., Pun., 14.37 ss.; Steph. Byz., 568M, s.v. Σικελα.
79
Serv. auct., Aen., 11.371: [Siculi] a Liguribus pulsi, Ligures a Sacranis, Sacrani ab
Aboriginibus. Sobre esta tradición, D. BRIQUEL, «Denys, témoin de traditions disparues»,
pp. 101 ss., y supra, cap. I.5.
80
Dion., 1.9.1: παλαιτατοι τω ν µνηµονευοµνων λγονται κατασχειν
βρβαροι Σικελο, θνος αθιγενς; 2.1.1: ο δ κατασχντες ατ ν πρω τοι των
µνηµονευοµνων βρβαρο τινες # σαν ατχθονες Σικελο λεγµενοι. Véase D.
BRIQUEL, Les Tyrrhènes peuple des tours, pp. 113 ss.
81
Dion., 1.9.1; 2.1.1.

Gerión. Anejo VI (2002) 79-108 100


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los sículos

narra la entrada de los aborígenes en el Lacio, para lo que recurre al


mecanismo del ver sacrum, cita expresamente a Antemnae, Tellenae,
Ficulea y Tibur82; por último, en el relato sobre el reinado de Rómulo,
alude de manera incidental al origen sículo de Caenina y de nuevo
Antemnae83. Ahora bien, Dionisio se cuida mucho a la hora de definir el
carácter de tales asentamientos. El hecho es especialmente claro a pro-
pósito del segundo de los casos, donde Dionisio llega a decir que los abo-
rígenes fundaron varias ciudades, al menos dos de las cuales, Antemnae
y Tibur, habían tenido un anterior poblamiento sículo. Esta actividad fun-
dacional de los aborígenes no deja de sorprender, puesto que, como
hemos visto en el capítulo anterior, Dionisio caracteriza a estos últimos
como un pueblo de la montaña que habitaba en aldeas, condición por la
que recibían su propio nombre. Sin embargo, el propio Dionisio, no sin
cierta ambigüedad, parece curarse en salud dejando caer que fue gracias
al contacto con los pelasgos como los aborígenes aprendieron a edificar
ciudades84. Este cambio sustancial en el modo de vida implica un notable
progreso en el nivel de civilización, que sin embargo no se explica por
otras vías, de forma que da la impresión que Dionisio pretende ahondar
las diferencias entre los aborígenes, de estirpe griega pero en un estadio
cultural de muy bajo nivel, y los bárbaros sículos. Pero como señala E.
Gabba, este dato contrasta con lo que el propio Dionisio afirma sobre los
etruscos, quienes a pesar de su origen autóctono y por tanto asimismo
bárbaros, fueron los primeros en fortificar sus poblamientos85. Inevita-
blemente esto lleva a pensar que Dionisio conocía las tradiciones sobre
las fundaciones sículas en el Lacio, condición que no se adapta a su
esquema de la etnogénesis y que le fuerza a ocultar y transformar el papel
que generalmente se concedía a los sículos. En modo alguno estos últi-
mos debían situarse por encima de los aborígenes. Dionisio podía haber
utilizado a los sículos como una de las capas helénicas que contribuyeron
a la formación del pueblo latino, pero como tenía que mantenerse fiel a
las tradiciones indígenas sobre la primacía cronológica de los aborígenes
y estos procedían de Grecia, necesitaba un sustrato previo de población

82
Dion., 1.16.5.
83
Dion., 2.35.7.
84
Dion., 1.9.2.
85
Dion., 1.26.2. Cf. E. GABBA, Dionysius and The History of Archaic Rome, Berke-
ley, 1991, p. 107.

101 Gerión. Anejo VI (2002) 79-108


La prehistoria mítica de Roma
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autóctona a la que había que desalojar. Los sículos, una vez transforma-
dos por la historiografía romana en originarios del Lacio, sirvieron per-
fectamente a sus fines.

3. LOS SICANOS EN EL LACIO

Un último aspecto a considerar en relación al universo sículo es la


supuesta presencia de los sicanos en el Lacio. Verdaderamente sículos y
sicanos son dos pueblos históricos diferentes, que junto a los elimos defi-
nen el conjunto de la población indígena de Sicilia. Por ello, en las tradi-
ciones legendarias relativas a la etnogénesis siciliana, ambos pueblos gozan
de total independencia86. En la primera exposición conocida sobre este pro-
ceso, incluida en la llamada «archaiologhia siciliana» de Tucídides, los
sicanos ocupan, tras los legendarios cíclopes y lestrígones, el primitivo
nivel histórico de población; Tucídides recoge además las dos versiones
que circulaban sobre su origen, la de la autoctonía, basada en fuentes loca-
les y a la que el historiador ateniense concede poco crédito, y aquella otra
que les hacía emigrantes de Iberia, pues habían sido expulsados por los
ligures de la región del río Sicano87. La versión sobre la autoctonía de los
sicanos, que aparece también en Timeo88, debe retrotraerse a Antíoco de
Siracusa, uno de los nombres que sin duda se esconden entre los
νοµιµ τατοι τω ν συγγραϕων aludidos por Diodoro89, pues se sabe que
Antíoco iniciaba su obra con el reinado del sicano Kokalos90. Pero fue
quizá la del origen hispano la que gozó de mayor aceptación, pues a la
autoridad de Tucídides se une la de Helánico, de manera que inmediata-

86
Sobre la cuestión, pueden verse M. J. FONTANA, Sikanoi, Elymoi, Sikeloi? Alcune
riflesioni sull’etnogenesi siciliana, Palermo, 1984; R. SAMMARTANO, Origines gentium
Siciliae. Ellanico, Antioco, Tucidide, cit.
87
Thuc., 6.2.1-2. Véanse N. LURAGHI, «Fonti e tradizioni nell’archaiologhia sici-
liana», en Hesperìa. 2, Roma, 1991, 41-62; R. SAMMARTANO, Origines gentium Siciliae,
pp. 224 ss.
88
Timeo, FGH 566F38 (= Diod., 5.6.1).
89
Diod., 5.2.4. Este historiador se inclina también por la versión de la autoctonía.
90
M. J. FONTANA, Sikanoi, Elymoi, Sikeloi?, p. 20; T. LO MONTE, «L’origine dei
Sicani alla luce delle tradizioni storiografiche e delle testimonianze archeologiche»,
SicArch, 29, 1996, p. 67; R. SAMMARTANO, Origines gentium Siciliae, p. 227.

Gerión. Anejo VI (2002) 79-108 102


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los sículos

mente Filisto y mucho más tarde diversos autores latinos no dudaron en


hacerla propia91, influyendo, como veremos, en tradiciones relativas a
Roma.
Sin embargo, cuando en las fuentes latinas los sicanos son mencio-
nados en relación al Lacio, no parecen conservar su independencia res-
pecto a los sículos, sino que en definitiva ambos se confunden en un
único pueblo. Pero tal identificación está perfectamente justificada, ya
que sicanos y sículos simbolizan individualmente a la isla donde habita-
ban, llamada tanto Sikania como Sikelia. Lo que para un autor griego
significaba una clara diferencia, ésta se pierde desde una perspectiva
latina, en la que sículos y sicanos son dos términos por completo inter-
cambiables92.
Pero antes de nada, conviene detenerse en la lista de los populi Alben-
ses transmitida por Plinio, ya que uno de ellos lleva el nombre de Sicani93.
No es ésta ocasión de entrar a discutir sobre el exacto valor histórico del
testimonio de Plinio94, pero parece que en el mismo subyace una situación
muy antigua, adulterada con el paso del tiempo hasta terminar en algo casi
incomprensible para nosotros. Sea cual fuere su significado, la lista de los
populi refleja una relación de pequeñas comunidades que, en el mejor de

91
Helánico, FGH 4F79b (= Dion., 1.22.2); Filisto, FGH 556F45 (= Diod., 5.6.1);
Sil. Ital., Pun., 14.33-36; Solin., 5.7; Mart. Cap., 6.646. Probablemente también Pau-
sanias (5.25.6) se uniese a esta tendencia, siendo el único que habla del paso de los
sicanos desde Italia a Sicilia (cf. G. VANOTTI, «L’archaiologhia siciliana di Filisto»,
p. 130).
92
Véase por ejemplo Serv., Aen., 7.795: ubi nunc Roma est, ibi fuerunt Sicani,
quos postea pepulerunt Aborigines. El comentarista a Virgilio menciona aquí a los
sicanos en una situación que en otros pasajes otorga a los sículos (cf. anterior n. 74).
De manera similar, en Aen., 1.533, Servio introduce a un tal Sicano como epónimo de
este pueblo, al que identifica con los sículos; Sicano figura además como hermano de
Italo.
93
Plin., Nat. Hist., 3.69.
94
Recientes discusiones, con perspectivas diversas y completa bibliografía, pueden
encontrarse en C. AMPOLO, «L’organizzazione politica dei Latini ed il problema degli
Albenses», en Alba Longa. Mito, storia, archeologia, Roma, 1996, 135-160; A. GRAN-
DAZZI, «La liste plinienne des populi dits Albenses: anciennes et nouvelles hypothèses»,
REL, 73, 1999, 30-49. Mientras el primero mantiene una postura muy crítica, como se
aprecia en la frase que cierra el texto (p. 149: «i populi Albenses vanno probabilmente rele-
gati tra i miti della storiografia moderna»), el segundo defiende la autenticidad de la lista
como documento muy antiguo.

103 Gerión. Anejo VI (2002) 79-108


La prehistoria mítica de Roma
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los casos, haría referencia a un lejano pasado preurbano, que en determi-


nada medida se puede hacer corresponder con la información arqueoló-
gica sobre el Lacio primitivo, sin que en el fondo puedan obtenerse segu-
ras conclusiones históricas. La mayor parte de los miembros de la lista son
por completo desconocidos, sin posibilidades ciertas de identificarlos con
topónimos de época histórica. Entre ellos se encuentran los Sicani, cuya
oscuridad es para nosotros idéntica a la de la gran mayoría de los restan-
tes nombres. Por tanto, no se puede ver aquí, saliéndose de la tónica gene-
ral que rige para el conjunto de la lista, una referencia a los sicanos de
Sicilia. Así, admitiendo una equivalencia Ficani/Sicani e invocando las
tradiciones sobre la presencia de los sicanos en el Lacio, algunos autores
sitúan a este populus en el área comprendida entre Roma y el mar, donde
antiguamente se alzaba Ficana95. Pero tal razonamiento es por completo
inadecuado, pues Ficana es mencionada por Plinio en otra relación inde-
pendiente inmediatamente antes96. En definitiva, Sicani se refiere aquí a
una de esas primitivas comunidades laciales, para nosotros desconocida al
igual que la mayor parte de la lista, y en ningún momento al homónimo
pueblo de origen siciliano.
Los sicanos como población mítica del Lacio aparecen por vez pri-
mera en la obra de Virgilio, quien al contrario de las tradiciones anticua-
rias existentes en su época y que tienen en Varrón a su exponente más des-
tacado, silencia por completo a los sículos. Realmente nos encontramos
ante una situación no muy diferente a la ya vista sobre los aborígenes, en
la que Virgilio ofrece una visión sobre el Lacio primitivo que se sale de la
tendencia general pero sin romper definitivamente con ella, si bien el vín-
culo es muy débil. Cierto es que el poeta utiliza en varias ocasiones los
términos Siculus y Siculi, pero siempre en relación a Sicilia, de igual
manera que procede con los derivados de Sicanus. Pero en tres ocasiones
los Sicani son mencionados en el Lacio: una, como parte de las tropas que
acompañan a Turno, en segundo lugar como desencadenante de las gue-
rras que ponen fin a la edad de oro y, por último, como habitantes del
territorio que linda con las propiedades de Latino97. Para Virgilio, los sica-

95
E. TAIS, «Un’ipotesi sul Lazio arcaico», RCCM, 26, 1984, p. 10; A. GRANDAZZI,
«La liste plinienne des populi dits Albenses», p. 40. La lectura Ficani en lugar de Sicani
fue propuesta por J. CARCOPINO, Virgile et les origines d’Ostie, Paris, 1919, p. 458.
96
Plin., Nat. Hist., 3.68.
97
Verg., Aen., 7.795; 8.328; 11.317.

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La prehistoria mítica de Roma
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nos representan, junto a los ausonios, un pueblo invasor, pero que no lle-
gan a alterar la composición étnica del Lacio, dominada casi exclusiva-
mente por los latinos.
La cuestión principal es por qué Virgilio sustituye a los sículos por los
sicanos. Se ha pensado en razones de tipo poético, bien por causas métri-
cas o incluso estéticas98, o que, retomando lo ya dicho, todo se deba a una
confusión respecto a Ficani, es decir habrían sido estos últimos, y no los
Sicani, quienes combatieron en el ejército de Turno99. Pero en principio es
más atractiva la opinión de D. Briquel, según la cual Virgilio habría tenido
en cuenta, pero sin expresarlo de manera explícita, tradiciones existentes
acerca de la presencia de los sicanos en el Lacio100. Se trata del comenta-
rio de Servio al verso de Virgilio relativo a las palabras de Evandro sobre
la llegada de ausonios y sicanos al Lacio, señal del inicio de las guerras101.
Servio habla de los sicanos como un pueblo de origen hispano, de la
región del río Sicoris, que llegaron a Italia conducidos por Sículo y expul-
saron a los aborígenes; sin embargo, estos recuperaron su territorio y los
sicanos tuvieron que desplazarse hacia el sur, estableciéndose finalmente
en la isla llamada Sicania por ellos mismos y Sicilia por el nombre de su
guía. Como vemos, esta leyenda se basa en aquella otra versión que hacía
de los sicanos antiguos íberos arrojados por los ligures de su tierra. Pero
además, destaca Briquel ciertas analogías con el panorama que ofrece Vir-
gilio, como la condición de invasores de los sicanos y su escasísima inci-
dencia en la historia del poblamiento del Lacio. Incluso podría adjuntarse
un testimonio directo sobre el conocimiento de Virgilio de esta tradición.
Entre los guerreros que combatieron junto a Eneas, el poeta menciona al
hijo de Arcente, que acompañó al héroe troyano desde Sicilia y que se

98
M. MALAVOLTA, «Sicani», en EncVirg., Roma, vol. IV, 1988, pp. 832 ss.; T. LO
MONTE, «L’origine dei Sicani», p. 70. Por su parte, N. HORSFALL, «The Aeneid and the
Social Structures of Primitive Italy», Athenaeum, 68, 1990, p. 526, piensa que Virgilio
«uses the name purely for effect».
99
J. CARCOPINO, Virgile et les origines d’Ostie, pp. 462 ss.; J. BÉRARD, La Magna
Grecia, p. 448.
100
D. BRIQUEL, «Virgile et les Aborigènes», REL, 70, 1992, pp. 83 ss.; IDEM, L’origine
lydienne des Étrusques, pp. 500 ss.
101
Serv., Aen., 8.328: Sicani autem secundum nonnullos populi sunt Hispaniae, a flu-
vio Sicori dicti... hi duce Siculo venerunt ad Italiam et eam tenuerunt exclusis Aborigini-
bus. Mox ipsi pulsi ab illis quos ante pepulerunt insulam Italiae occupaverunt et eam Sica-
niam a gentis nomine, Siciliam vero a ducis nomine dixerunt.

105 Gerión. Anejo VI (2002) 79-108


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los sículos

adornaba con una túnica de púrpura ibérica, indicio quizá de este origen
hispano de los sicanos102.
Esta interpretación no carece ciertamente de fundamento. Incluso se
podría añadir en su favor otro elemento, aunque con un valor sólo indi-
ciario. Cuando en el capítulo anterior se hablaba sobre las Sacranae acies
que junto a los sicanos y otros más formaban el ejército de Turno en el
poema de Virgilio, veíamos cómo existe un extraordinario paralelo con
unos versos de Silio Itálico relativos también a diferentes componentes
militares, donde de igual manera son mencionados los sicanos como
aliados de los rútulos. Ahora bien, en otro pasaje, esta vez relativo a la
etnogénesis siciliana, el mismo Silio expone la versión sobre el origen
hispano de los sicanos103. Bien pudiera ser que del mismo modo que en
los versos anteriores, Silio recogiese también aquí el sentir de Virgilio.
Sin embargo, hay un aspecto, no suficientemente valorado, que incide en
un sentido contrario. En las tres ocasiones en que los sicanos son men-
cionados por Virgilio en relación al Lacio, siempre van acompañados por
los auruncos. Como se sabe, este pueblo habitaba en la región costera de
Italia inmediatamente al sur del Lacio, por lo que de manera inevitable la
mirada se vuelve en esa dirección cuando se ve juntos a sicanos y aurun-
cos104. En otras palabras, la unión de estos pueblos parece señalar una
procedencia meridional e itálica, no hispana. Siguiendo esta misma línea,
es posible también recordar la mención de auruncos, sicanos y pelasgos
como antiguas poblaciones de Italia en un pasaje de asunto filológico,
que reproducen con las mismas palabras Aulo Gelio y Macrobio105. La
noticia, atribuida al filósofo neosofista Favorino, maestro entre otros del
propio Gelio, no tiene una finalidad etnogénica, sino que parece ser una
breve lista entresacada de una relación más amplia, pero ofrece esta

102
Verg., Aen., 9.581 ss. Cf. F. DELLA CORTE, La mappa dell’Eneide, Firenze, 1987,
pp. 241 ss.; L. BRACCESI, «Teucri mixtique Sicani», en Studi sull’area elima, Palermo,
1992, p. 130; D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, p. 503.
103
Sil. Ital., Pun., 14.33-36: Post dirum Antiphatae sceptrum et Cyclopia regna /
vomere verterunt primum nova rura Sicano: / Pyrene misit populos, qui nomen ab amne /
ascitum patrio terrae imposuere vacanti.
104
Recuérdese que Helánico (FGH 4F79a-b) identifica sículos y ausonios: cf. R.
SAMMARTANO, Origines getium Siciliae, pp. 86 ss.
105
Gell., Noct. At., 1.10.1; Macr., Sat., 1.5.1: neque Auruncorum aut Sicanorum aut
Pelasgorum, qui primi coluisse in Italia dicuntur.

Gerión. Anejo VI (2002) 79-108 106


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los sículos

pequeña singularidad de presentar conjuntamente a sicanos y auruncos


como partícipes del más antiguo poblamiento de Italia. Así las cosas,
cabe por tanto la posibilidad de que Virgilio utilizase el concepto de
sicano, como sustituivo de sículo, con una proyección itálica, la misma
en definitiva que le lleva a situar la estatua de Italo entre las de los pri-
mitivos reyes latinos.
Otra mención de los sicanos en el Lacio figura en la ya citada tradición
sobre el origen de Tibur transmitida por Solino106. En ella se narra cómo los
hermanos argivos Tiburto, Cora y Catilo expulsaron a los sicanos del oppi-
dum Siciliae y fundaron la ciudad. La referencia a los sicanos no debe
verse, según creo, como prueba de una tradición que consideraba a estas
gentes, y no a los sículos, como los habitantes primitivos del Lacio107. El
mismo nombre de oppidum Siciliae, o Σικελικν como figura en Dionisio
de Halicarnaso, evoca directamente a los sículos como protagonistas de
este antiguo poblamiento, de manera que la alusión a los sicanos obedece
a otras causas. En este sentido, no puede dejar de señalarse un estrecho
paralelo entre Solino y Virgilio. Este último, en referencia a Tibur y a los
tres hermanos fundadores, menciona a la Argiva iuventus, términos que
repite Solino, y unos versos después, en la relación de las tropas de Turno,
habla de la Argiva pubes y de los veteres Sicani108, expresión esta última
que es asimismo incorporada por Solino. Todo parece indicar que bien
Solino, o bien el desconocido Sextio que éste invoca como fuente, tenía in
mente a Virgilio109.
A modo de conclusión, puede fácilmente aceptarse que la presencia de
los sicanos en el Lacio no es un fenómeno independiente. En este contexto,
los sicanos no son otros que los sículos, incluso en aquella versión que
parece más consistente transmitida por Servio, donde la aparente autono-
mía de los sicanos, colofón de antiguas tradiciones griegas, se desmorona
ante el nombre de su conductor en la migración, Sículo. El punto de par-
tida parece situarse en Virgilio, quien actúa movido por su peculiar visión
del Lacio primitivo, que si por un lado se mantiene fiel a la representación
propuesta en primera instancia por Catón, por otro no deja de incluir cier-

106
Supra, n. 50.
107
D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, p. 507.
108
Verg., Aen., 7.672, y 794 ss., respectivamente.
109
Cf. D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, pp. 546 ss.; W. LEPINI, «Solino
e la fondazione di Tivoli», BStudLat, 28, 1998, p. 469.

107 Gerión. Anejo VI (2002) 79-108


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los sículos

tas ambigüedades y elementos distorsionadores, que sin embargo no llegan


a romper la unidad del conjunto. En definitiva, los sículos personalizan la
única componente siciliana que participa activamente en la prehistoria
mítica del Lacio.

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La prehistoria mítica de Roma
Gerión. Anejo VI (2002) 109-134 ISBN: 84-95215-39-X
La prehistoria mítica de Roma ISNN: 1576-2564

III
Los pelasgos

Con los pelasgos nos introducinmos de nuevo en un universo plena-


mente mítico. Como se sabe, los pelasgos eran un legendario pueblo del
Egeo, vinculado con mayor o menor fuerza a numerosas regiones, pero de
hecho establecido en muy pocas, pues al mismo tiempo personificaba a las
gentes errabundas por excelencia. En su continua migración, los pelasgos
se desplazaron hacia territorios no propiamente griegos, como las áreas
periféricas del norte del Egeo y la península Itálica. En esta última, la pre-
sencia de los pelasgos está documentada en diversas regiones y ciudades,
con una especial incidencia en la problemática referida a los orígenes del
pueblo etrusco, pero sin despreciar otros desarrollos de la legenda al mar-
gen de Etruria. Desde este momento, forzoso es reconocer la deuda que
todo estudio sobre los pelasgos tiene contraida con la obra de D. Briquel,
donde se encuentran recogidos y analizados con detenimiento todos los tes-
timonios antiguos sobre la vertiente itálica de este legendario pueblo1. Las
referencias a este libro han de ser continuas y ciertamente, dada la solidez
de sus fundamentos, con escasas posibilidades de discrepancia.
Aunque no se corresponda con el marco geográfico e histórico fijado
para el presente trabajo, sí creo de interés por las consecuencias que se dedu-
cen aludir brevemente, a modo de introducción, al papel de los pelasgos en
Etruria y especialmente a su condición de progenitores del pueblo etrusco.
Frente a la versión, transmitida por Heródoto, que exponía la procedencia

1
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie. Recherches sur l’histoire de la légende, Roma,
1984.
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

lidia de los etruscos2, el historiador lesbio Helánico propuso por el contrario


que los etruscos no eran sino pelasgos emigrados a Italia desde Tesalia3. Esta
última representación fue sin duda la que gozó de mayor favor entre los grie-
gos en el siglo V, mientras que la de Heródoto, llamada a convertirse con el
paso del tiempo en la versión canónica, no era entonces sino marginal4. La
cuestión principal es comprobar si Helánico fue o no el creador de esta tra-
dición pelásgica, y justo es reconocer que el problema no tiene fácil solución,
pues intervienen otros elementos de interpretación ciertamente complicada.
En el núcleo se sitúa un pasaje de Heródoto relativo a la lengua de los pelas-
gos, que según este historiador se hablaba todavía en su tiempo en dos áreas,
que venían a ser como una especie de islas lingüísticas, una la ciudad de
Creston o Crestona, situada πρ τω ν Τυρσηνω ν, y la otra en Placia y Esci-
lace, en el Helesponto; los pelasgos que colonizaron la primera procedían de
Tesalia y los de la segunda del Atica5. El problema surge cuando se quiere
identificar a Creston con la ciudad etrusca de Cortona (= Crotona), ampa-
rándose por un lado en la referencia a los tirsenos en el propio texto de Heró-
doto y por otro en Dionisio de Halicarnaso, quien cita este mismo pasaje y
alude a Cortona, no a Creston6. La polémica está pues servida.
La cuestión ha dado lugar a una intensa y larga discusión en los estudios
modernos, siendo D. Briquel uno de los últimos que ofrece un análisis muy
minucioso del texto de Heródoto, confrontándolo con otros testimonios de
muy diversa naturaleza y sin perder de vista las diferentes opiniones emiti-
das en los últimos cien años. Briquel termina alineándose con el grupo que
reconoce mayor valor en la lectura propuesta por Dionisio, de forma que la
doctrina representada más claramente por Helánico responde a una idea
muy extendida en el siglo V griego y que en última instancia se elevaría a
Hecateo7. No es mi intención retomar en toda su magnitud este problema,
aunque sí creo necesario fijar algunos aspectos esenciales por la incidencia
que suponen para los argumentos que interesan a la presente obra.

2
Her., 1.94.
3
Helánico, FGH 4F4 (= Dion., 1.28.3).
4
Véase D. Briquel, L’origine lydienne des Étrusques, Roma, 1991, pp. 91 ss.
5
Her., 1.57.
6
Dion., 1.29.3.
7
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 101 ss., con amplísimas referencias. Del
mismo autor, recientemente, «Pélasges et Tyrrhènes en zone égéenne», en Der Orient und
Etrurien, Firenze, 2000, 19-36.

Gerión. Anejo VI (2002) 109-134 110


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

Como punto de partida, querer ver en la interpretación de Dionisio al


auténtico Heródoto, mientras que la tradición manuscrita de su texto lle-
gada a nosotros derivaría de una modificación, constituye una premisa
cuanto menos bastante arriesgada. No se puede salvar tan fácilmente a Dio-
nisio de manipular los datos para que concuerden con sus opiniones, acti-
tud que bien se podría observar en este caso para reafirmar la distinción
entre pelasgos y etruscos, aspecto de gran importancia para Dionisio. Algo
similar hemos visto con anterioridad a propósito del origen griego de los
aborígenes y nada impide constatar en este pasaje una postura en idéntico
sentido. A favor de una lectura de Heródoto de acuerdo con los manuscri-
tos se encuentra cuanto dice Tucídides en torno a la expedición del espar-
tano Brásidas en el norte del Egeo, en la península de Calcidia, donde junto
a los tirsenos, como parte de los pelasgos, menciona una serie de pueblos
y entre ellos los crestones8. Tiene razón Briquel al señalar las diferencias
entre estos pasajes de Heródoto y Tucídides9, pero a pesar de todo parece
que ambos aluden a un mismo asunto, la existencia en el norte del Egeo de
un mosaico étnico y lingüístico en el que conviven, entre otras, unas gen-
tes conocidas genéricamente con el nombre de pelasgos y otras con el de
tirsenos. Cierto es que al referirse a estos pueblos bárbaros, Tucídides dice
que la mayoría eran «pelasgos, de aquellos tirsenos que en tiempos habita-
ron Lemnos y Atenas», origen que Heródoto reserva sólo a los pelasgos
que se establecieron en el Helesponto, mientras que los otros, los Kresto-
nietai, procedían de Tesalia, según acabamos de ver. Pero tal origen no
constituye motivo suficiente para llevar a Italia a este segundo grupo, ya
que existían versiones que hablaban de una migración hacia Oriente de
pelasgos tesalios10. Esta diferencia entre Tucídides y Heródoto no es fun-
damental, sino que más bien responde a desarrollos secundarios de una
misma tradición.
El aspecto más problemático es quizá la mención de los tirsenos, tér-
mino con el que los griegos designaban asimismo a los etruscos. Este

8
Thuc., 4.109.4: α οκουνται ξυµµεκτοις θνεσι βαρβρων διγλ σσων, κα
τι κα
Χαλκιδικ ν νι βραχ , τ δ πλειστον Πελασγικ ν, τω ν κα
Ληµν ν ποτε
κα
’Αθνας Τυρσηνω ν οκησντων, κα
Βισαλτικ ν κα
Κρηστωνικ ν κα

’Ηδωνες.
9
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 112s.
10
Eforo, FGH 70F61 (= Schol. Apol. Rhod., 1.1037), conoce la leyenda sobre el
asentamiento en Cícico de pelasgos procedentes de Tesalia.

111 Gerión. Anejo VI (2002) 109-134


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

hecho nos lleva a una cuestión muy espinosa, la de la presencia de los


etruscos en el Egeo, tradicionalmente invocada a propósito del origen
oriental de este pueblo11. Aun rechazando esta última vía de interpreta-
ción, parece un hecho cierto que al menos en la segunda mitad del siglo
VI pululaban por el Egeo, con mayor intensidad en el norte, una gentes
llamadas tirsenos por los griegos y que no eran de estirpe helénica. Si
estos tirsenos orientales deben o no identificarse a los etruscos de Italia,
es un problema de difícil solución. Recientemente se tiende sin embargo
a dar una respuesta positiva12, aunque no en el sentido de una «coloniza-
ción», sino más bien como reflejo de actividades piráticas que navegantes
etruscos habrían llevado a cabo durante cierto tiempo en el Egeo. Sea
como fuere, lo cierto es que los antiguos debían apreciar una gran proxi-
midad entre ambos, hasta el punto de proporcionarles el mismo nombre.
Dada su condición de gentes ajenas a la cultura griega, y en primer lugar
por sus diferencias lingüísticas, estos tirsenos fueron agrupados con todos
aquellos pueblos de las áreas marginales del Egeo representantes asi-
mismo de capas anhelénicas, y ante todo los pelasgos, término bastante
vago que no designa a un pueblo histórico en particular, sino al conjunto
de todas esas poblaciones bárbaras que los propios griegos no distinguían
con facilidad. Según Heródoto, los pelasgos habitaban las islas de Lem-
nos e Imbros en las postrimerías del siglo VI, en los acontecimientos que
contemplaron la extensión de la influencia persa por el Egeo oriental y
septentrional y la conquista de Lemnos por el ateniense Milcíades13. Esta
última empresa se justificaba invocando los «crímenes» cometidos en
tiempos muy lejanos por los pelasgos contra los atenienses, lo que habría
provocado su expulsión del Atica. Es decir, que según el relato de Heró-
doto, los pelasgos habrían sido desplazados desde el Atica hasta Lemnos

11
Sobre el particular, F. SÁNCHEZ JIMÉNEZ, «Tirrenos en el Egeo: problemática gene-
ral y tendencias de la investigación», Habis, 22, 1991, 79-26. Recientemente ha retomado
la cuestión, con nuevos argumentos lingüísticos, C. DE SIMONE, I Tirreni a Lemnos. Evi-
denza linguistica e tradizioni storiche, Firenze, 1996.
12
Sin intención de catálogo, M. GRAS, Trafics tyrrhéniens archaïques, Roma, 1985,
pp. 583 ss.; R. DREWS, «Herodotus 1.94, the Drought ca. 1200 B.C., and the Origin of the
Etruscans», Historia, 41, 1992, p. 27; C. DE SIMONE, I Tirreni a Lemnos, passim; IDEM, en
Gli Etruschi, Milano, 2000, pp. 501 ss.
13
Her., 5.26-27; 6.136-140. Según Eforo, quien sin duda es la fuente de Diodoro,
10.19.6, habrían sido los tirrenos quienes se entregaron a Milcíades por temor a los persas.

Gerión. Anejo VI (2002) 109-134 112


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

en época «legendaria» y desde esta isla a Tracia en época «histórica», iti-


nerario al que alude Tucídides en el paso antes recordado y en el que men-
ciona a los tirsenos como parte de los pelasgos. En definitiva, en la
segunda mitad del siglo V se ha consolidado un acercamiento muy pró-
ximo entre pelasgos y tirsenos14.
El paso definitivo que supone la identificación plena de los tirsenos
occidentales, esto es los propios etruscos, con los pelasgos se observa por
vez primera en Helánico, según el cual los pelasgos pasaron a llamarse
tirrenos cuando se establecieron en Italia. Esta identificación es la conse-
cuencia lógica de la situación que se había definido en el Egeo entre pelas-
gos y tirsenos orientales15; pero no sólo, sino que además hay que conside-
rar la intervención de otros factores. La versión sobre el origen pelásgico
de los etruscos tiene su referente en Atenas, que la utiliza como instru-
mento de propaganda de sus intereses geopolíticos. Es un hecho conocido
que la red de relaciones diplomáticas que los atenienses trenzaron en Occi-
dente estuvo acompañada de una extensión paralela de ciertas leyendas,
fundamentalmente la troyana16. Así, esta última se aplica sobre los elimos
de Segesta y Eryx, enemigos de Siracusa y aliados de Atenas, y en la Sirí-
tide, donde los atenienses fundaron su colonia de Thurii17; la misma fun-
dación de Roma por Eneas, según la narra por vez primera el propio Helá-

14
Cf. Soph., fr. 270R (= Dion., 1.25.4). D. BRIQUEL, «Pélasges et Tyrrhènes en zone
égéenne», pp. 35s.
15
C. DE SIMONE, I Tirreni a Lemnos, p. 56: «È esenziale qui rilevare,..., che il passo
di Hellanikos (FGrH 4, 4) presuppone necessariamente ormai l’accettazione di una
nozione fondamentale: l’identificazione designativa, che a la sua base nella tradizione pre-
cedente dei Πελασγο con i Tirreni orientali (in particolare di Lemnos e Imbros)».
16
Véanse por todos J. PERRET, «Athènes et les légendes troyennes d’Occident», en
Mélanges J. Heurgon, Roma, 1976, 791-803; A. COPPOLA, «L’Occidente: mire ateniesi e
trame propagandistiche siracusane», en Hesperìa. 3, Roma, 1993, 99-113; L. BRACCESI,
Grecità di frontiera, Padova, 1994, pp. 61 ss.; G. VANOTTI, L’altro Enea, Roma, 1995,
pp. 24 ss. Sobre Helánico en particular, como portavoz de la propaganda de Atenas, véase
cuanto recientemente ha escrito R. SAMMARTANO, Origines gentium Siciliae. Ellanico,
Antioco, Tucidide, Roma, 1998, pp. 111 ss., quien con total acierto destaca la postura filo-
ateniense de Helánico en su reconstrucción de la etnogénesis de Sicilia.
17
Los elimos: Tuc., 6.2.3; la Sirítide: Arist., fr. 534R (= Athen., 12.523c); Str., 6.1.14
(C. 264). Sobre Sicilia, G. NENCI, «Troiani e Focidesi nella Sicilia occidentale», ASNP, 17,
1987, 921-933; R. SAMMARTANO, Origines gentium Siciliae, pp. 233 ss.; acerca de Siris, L.
MOSCATI CASTELNUOVO, Siris, Bruxelles, 1989, pp. 27 ss.; L. BRACCESI, «Troia, Atene e
Siri», en Hesperìa. 5, Roma, 1995, 61-73.

113 Gerión. Anejo VI (2002) 109-134


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

nico, responde a estos mismos propósitos18. En el Adriático se percibe cla-


ramente el interés de Atenas a través de la legendaria presencia de Antenor
en el Véneto19. Sin duda la tradición sobre el origen pelásgico de los etrus-
cos transmitida por Helánico se remite al mismo ambiente de propaganda
política, establecer un parentesco mítico que acompaña y justifica la
alianza que por esos mismo años (414/13 a.C.) sellaron atenienses y etrus-
cos para oponerse a su enemigo común, Siracusa20. Si en este caso se uti-
liza a los pelasgos en vez de la vía troyana es porque las necesidades de
innovación eran menores, desde el momento en que ya se había producido
un acercamiento muy estrecho en el Egeo entre los pelasgos y esos tirse-
nos orientales, considerados en círculos atenienses si no los mismos, al
menos muy próximos a los etruscos. En este sentido, no puede dejar de
señalarse cómo el itinerario que describen los pelasgos hasta asentarse en
Etruria no sigue la ruta marítima directa, a través del Tirreno, sino que se
dirige por el Adriático hasta llegar a la desembocadura del Po y luego, por
vía fluvial y terrestre, alcanzar la Etruria interna. No se trata de un reco-
rrido elegido al azar, sino que se superpone a la ruta utilizada preferente-
mente por el comercio ático en sus relaciones con Etruria a partir sobre
todo de la segunda mitad del siglo V21, alternativa a la del Tirreno contro-
lada en gran medida por Siracusa.
Hundidos los proyectos occidentales de Atenas tras su derrota frente a
Esparta, la leyenda pelásgica de Etruria sufre un cierto parón. No obs-
tante, se mantiene todavía viva en los conflictos dialécticos entre detrac-
tores y partidarios de la política de Siracusa, que dirigida por el tirano
Dionisio I, persevera en su oposición al mundo etrusco. Y así, vemos
cómo mientras los ambientes historiográficos siracusanos, y en primer

18
Permítaseme remitir a mi trabajo «Nota a Helánico, FGH 4F84: Eneas y Odiseo
en el Lacio», en Homenaje F. Gascó, Sevilla, 1995, 669-683.
19
Sófocles, en Str., 13.1.53 (C. 608), donde se resume el contenido de su tragedia
Antenoridae; esta tradición está también presente en Liv. 1.1.1.-3; Verg., Aen., 1.242 ss.;
Str., 5.1.4. (C. 212); posiblemente a ella se refieran las críticas de Polibio (1.17.6). Funda-
mental al respecto L. BRACCESI, La leggenda di Antenore, Padova, 1984, pp. 45 ss.; véase
asimismo G. VANOTTI, «Sofocle e l’Occidente», en I tragici greci e l’Occidente, Bologna,
1979, pp. 103 ss.
20
Tuc., 6.88; 7.57.
21
Sobre el particular, últimamente, F. RAVIOLA, «Atene in Occidente e Atene in
Adriatico», en La Dalmazia e l’altra sponda, Firenze, 1999, 41-70, esp. pp. 49 ss.

Gerión. Anejo VI (2002) 109-134 114


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

lugar Filisto, intentan negar cualquier vínculo mítico entre griegos y etrus-
cos, presentando a estos últimos como bárbaros a los que es necesario
combatir, en Atenas se sigue invocando el origen pelásgico de los etruscos
y por tanto su ascendencia helénica, acusando en definitiva a los siracu-
sanos de atacar a otros griegos22. Pero estos desarrollos del siglo IV no son
sino consecuencia de la tradición reflejada en Helánico, ya que la versión
sobre el origen de los etruscos llamada a convertirse en canónica es la
lidia, que incluso llegó a captar a la pelásgica según se aprecia en Antícli-
des de Atenas23.
Los nuevos brotes sobre la presencia legendaria de los pelasgos que
surgen en referencia al Lacio, y que constituyen el objetivo fundamental de
este capítulo, tienen su referente no en Atenas, sino en el Epiro, pero no se
puede negar que en parte son herederos de la tradiciones anteriores. Esta
presencia de los pelasgos en el Lacio se produce en dos niveles, pero siem-
pre en relación a Roma: mediante su admisión en el proceso de la etnogé-
nesis latina y como protagonistas de la fundación de Roma.

1. LOS PELASGOS Y LA FUNDACIÓN DE ROMA

A favor de un origen pelásgico de Roma sólo se conoce una versión,


de autor anónimo y transmitida por Plutarco. En ella se dice que los pelas-
gos, tras un largo peregrinar, se establecieron en el Lacio y fundaron una
ciudad a la que denominaron en razón a la fuerza ( µη) de sus armas24.
La etimología del nombre de Roma a partir del término griego  µη ya
surgió en un capítulo anterior a propósito de la versión atribuida por Festo
a un historiae Cumanae compositor25. Pero realmente no hay razones de
peso para ver una relación entre ambas tradiciones, en el sentido que tanto
una como otra deriven de una misma matriz, muy resumida en Plutarco y

22
Véase por ejemplo el minucioso examen de D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie,
pp. 193 ss., a propósito del ataque de Dionisio de Siracusa a Pyrgi en el año 384/83 a.C. y
sus repercusiones propagandísticas.
23
Antíclides, FGH 140F21 (= Str., 5.2.4 [C. 221]).
24
Plut., Rom., 1.1: λλ’ ο µν Πελασγος π
πλειστα τη ς οκουµνης
πλανηθντας νθρ πων τε πλεστων κρατσαντας ατ θι κατοικη σαι κα
δι τν
ν τοις πολις  µην οτως νοµσαι τν π λιν.
25
Fest., 328L. Supra, cap. I.2.

115 Gerión. Anejo VI (2002) 109-134


La prehistoria mítica de Roma
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adulterada en Festo26. Las dos se basan en el mismo concepto, la idea de


Roma como personificación de la fuerza, del poder, expresión que aparece
de forma indirecta en Licofrón y que posteriormente, en el siglo II a.C.,
será invocada con frecuencia por los griegos27. Aunque como veíamos en
su momento, la tradición sobre el origen de Roma del anónimo historia-
dor cumano sólo es comprensible tras la identificación de aborígenes y
pelasgos, no es necesario acudir a esta versión de Plutarco como eslabón
imprescindible en el proceso de elaboración de la leyenda. La tradición
«cumana» exige un intermediario latino, condición que en absoluto se
requiere en la de Plutarco: la alusión al continuo vagabundeo de los pelas-
gos refleja una característica comúnmente admitida de este pueblo, que
por el contrario sí es necesario explicar si se aplica a los aborígenes. En
definitiva se trata de dos tradiciones que aunque giran sobre la misma
idea, la etimología de Roma a partir de  µη, son por completo indepen-
dientes, responden a estímulos y situaciones diversas.
A pesar de la extraordinaria brevedad con la que Plutarco transmite esta
versión, no cabe duda que todo el protagonismo corresponde a los pelasgos,
hasta el punto de no plantearse como necesario suponer la presencia en la
región de otras gentes, que naturalmente no podrían ser sino los aborígenes.
Los pelasgos llevan a cabo una auténtica fundación de Roma, lo cual les
aleja de ese nivel prehistórico, correspondiente a la etnogénesis latina, en el
que generalmente se mueven. Sin embargo, las dificultades para identificar
el momento histórico que propició la creación de esta leyenda no son pocas.
Plutarco nada dice sobre el lugar de procedencia de estos pelasgos y la refe-
rencia al vagabundeo, como hemos visto, no es indicativo de nada especí-
fico, ya que sólo alude a una de las características más sobresalientes de este
legendario pueblo. La única singularidad perceptible se centra en la etimo-
logía de Roma, pues al alabar el poder de esta última, implícito en su pro-
pio nombre, se destaca también el de sus fundadores, provistos de similar
fuerza. Este dato abre dos vías de análisis, pues por un lado la identificación
Roma =  µη sólo es posible desde el momento en que la ciudad latina

26
En un sentido afirmativo se manifiestan, entre otros, J. BAYET, «Les origines de
l’arcadisme romain», MEFR, 38, 1920, pp. 91 ss.; C. AMPOLO, en Plutarco. Le vite di Teseo
e di Romolo, Milano, 1988, p. 263.
27
Lyc., Alex., 1232 ss. Véanse sobre este concepto I. OPELT, «Roma = Ρ µη und
Rom als Idee», Philologus, 109, 1965, 47-56; B. ROCHETTE, «Ρ µη =  µη», Latomus,
56, 1997, 54-57.

Gerión. Anejo VI (2002) 109-134 116


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

adquiere a ojos griegos connotaciones de potencia política y militar, al


menos a un nivel regional. Una situación de este tipo comienza a producirse
en la segunda mitad del siglo IV a.C., cuando Roma inicia abiertamente el
proceso de incorporación de la península Itálica. Pero por otro, la leyenda
es laudatoria respecto a los pelasgos, que son presentados como el pueblo
de la fuerza, del poder militar. La mirada ha de dirigirse por tanto hacia
aquellas regiones de Grecia donde las tradiciones pelásgicas gozasen de
cierto arraigo, lo cual limita las posibilidades a unos lugares muy concretos.
Así, A. Coppola parece inclinarse por la Atenas del siglo V al incluir esta
leyenda en el mismo conjunto que aquella otra atribuida al anónimo histo-
riador cumano28, solución que no me parece idónea tanto por una razón cro-
nológica como por la preferencia ateniense hacia la saga troyana en relación
a Roma. Según creo, está más cerca de la verdad D. Briquel al situar su cre-
ación en el contexto de la expedición italiana de Alejandro el Moloso29.
Este monarca epirota soñó con hacerse un imperio en Italia, quizá a
imagen del gran proyecto asiático que por aquel tiempo cumplía su sobrino
Alejandro Magno. Con tal propósito, respondió afirmativamente a la lla-
mada de Tarento y combatió durante algunos años en el sur de la península,
hasta que finalmente encontró la muerte luchando contra los lucanos en la
batalla de Pandosia (ca. 331/30 a.C.)30. Entre sus actuaciones se cuenta la
firma de una alianza con Roma31, que tenía como objetivo aislar a los sam-
nitas, organizados en una poderosa confederación y enemigos potenciales
de Alejandro. Cierto es que Roma había concertado en el año 354 un tra-
tado con los samnitas, pero su ruptura se consideraba ya próxima desde el
momento en que los romanos habían impuesto su dominio sobre el Lacio
y el norte de Campania, como los hechos confirmarían al poco tiempo.

28
A. COPPOLA, Archaiologhía e propaganda, Roma, 1995, pp. 51 ss.
29
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 510 ss. Hace años, J. BAYET, «Les origines
de l’arcadisme romain», p. 98, presentía el vínculo entre las leyendas pelásgicas en Italia
y la expedición de Alejandro el Moloso.
30
Sobre las empresas de Alejandro el Moloso en Italia pueden consultarse E. MANNI,
«Alessandro il Molosso e la sua spedizione in Italia», StudSal, 13/14, 1962, 344-352; C.
A. GIANNELLI, «L’intervento di Archidamo e di Alessandro il Molosso in Magna Grecia»,
CS, 8, 1969, 1-22; M. SORDI, Roma e i Sanniti nel IV sec. A. C., Bologna, 1969, pp. 31 ss.;
M. LIBERANOME, «Alessandro il Molosso e i Sanniti», AAT, 104, 1969-70, 79-95; L. BRAC-
CESI, Grecità adriatica, Bologna, 1979, pp. 261 ss.
31
Liv., 8.17.10.

117 Gerión. Anejo VI (2002) 109-134


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

Las leyendas pelásgicas tenían una profunda implantación en el Epiro,


cuyos reyes se autoproclamaban descendientes de Faetón, compañero de
Pelasgos32. La utilización de los pelasgos como instrumento de propaganda
política por parte de Alejandro es perfectamente posible, de forma que en
este caso son invocados para justificar la alianza con Roma: ésta no es una
ciudad bárbara, sino helena y más en concreto pelásgica, y en consecuen-
cia hermana de los epirotas. La afirmación de una comunidad de origen
constituía para los griegos el soporte ideológico de numerosas alianzas, y
así de la misma forma que Alejandro y Roma proclaman su parentesco y
consecuente amistad frente a un enemigo común tenido por bárbaro, nada
impide que este último pase a ser en otras tradiciones partícipe de la esen-
cia helénica a través asimismo de una syngheneia, acuñada en función de
diferentes intereses políticos33. Esta situación se observa perfectamente,
como se apuntaba en un capítulo anterior, en un pasaje de Estrabón que
habla de los samnitas asociados a una colonia espartana, razón del filohe-
lenismo de este pueblo itálico, leyenda que habría sido ideada por Tarento
para reafirmar su amistad con los samnitas en los últimos decenios del
siglo IV34. Antigua apoikia lacedemonia, Tarento evoca sus propios oríge-
nes y los extiende con un afán propagandístico hacia aquellos pueblos con
los que pretende establecer un vínculo político, mecanismo que previa-
mente habría sido utilizado por Alejandro el Moloso respecto a Roma con
los pelasgos como instrumento mediatizador. En similar sentido de utiliza-
ción propagandística de las leyendas, cabe destacar la actitud del mismo
Alejandro respecto a los apulos, ante los cuales se presenta como heredero
de Diomedes, héroe con una profunda presencia en la Italia adriática y con
especial intensidad en la Daunia35.

32
Plut., Pyr., 1.1. Acerca de los pelasgos y el Epiro, D. BRIQUEL, Les Pélasges en Ita-
lie, pp. 73 ss.
33
Sobre la syngheneia como mecanismo político, recientemente S. LÜCKE, Synge-
neia. Epigraphisch-historische Studien zu einen Phänomen der antiken griechischen
Diplomatie, Frankfurt, 2000.
34
Str., 5.4.12 (C. 250). Véanse M. SORDI, «I Sanniti fra Roma e i Greci nel IV sec.
a.C.», Abruzzo, 13, 1975, 95-100; D. MUSTI, «La nozione storica di Sanniti nelle fonti gre-
che e romane», en Strabone e la Magna Grecia, Padova, 1994, pp. 203 ss.; E. DENCH, From
Barbarians to New Men, Oxford, 1995, pp. 53 ss.
35
Esta relación Alejandro-Diomedes se aprecia a propósito de la actitud del rey
epirota frente a la ciudad de Brundisium, según lo relata Iust., 12.2.7-12; al mismo
acontecimiento se refiere Lyc., Alex., 1056 ss. Sobre la cuestión, J. BÉRARD, La Magna

Gerión. Anejo VI (2002) 109-134 118


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

Resulta evidente, como señala Briquel36, que esta leyenda sobre el ori-
gen pelásgico de Roma tenía una circulación limitada exclusivamente al
mundo griego. Los romanos permanecen al margen y desconocedores de
su existencia. Se trata simplemente de un mecanismo de propaganda que
sólo es funcional ante un público griego. El factor determinante en el naci-
miento de la leyenda no fue otro que el enorme peso que disfrutaban en el
Epiro las propias tradiciones pelásgicas, que no obstante se vieron favore-
cidas por otros impulsos. En este sentido, quizá habría que considerar,
pero siempre en un plano secundario, el recuerdo de anteriores tradiciones
relativas a la intervención de los pelasgos en la etnogénesis de algunos
pueblos de la península Itálica, en especial el etrusco, habida cuenta que
en ambientes griegos se imaginaba muy frecuentemente a Roma como
polis Tyrrhenis.
La relación pelasgos-Etruria-Roma se observa también, aunque bajo
diferente prisma, en otra noticia recogida asimismo por Plutarco en un autor
desconocido para nosotros. Se trata de una versión ciertamente singular
sobre los orígenes de Roma, cuyo fundador, llamado Rhomis, es definido
tyrannos de los latinos; éste fundó la ciudad tras haber expulsado a los etrus-
cos, «que desde Tesalia habrían pasado a Lidia y de Lidia a Italia»37. Como
se puede observar, en el fragmento no hay una mención expresa de los pelas-
gos, pero su presencia se intuye en la sucinta exposición sobre el origen del
pueblo etrusco. La referencia a Tesalia como lugar último de procedencia
constituye una clara alusión a los pelasgos como lejanos progenitores de los
etruscos, aunque evidentemente este anónimo historiador conoce también la
teoría de Heródoto. La conciliación de ambas versiones —la pelásgica y la
lidia— acerca del origen del pueblo etrusco inevitablemente conduce hacia
la tradición de Antíclides, recordada con anterioridad y que circulaba entre
los medios historiográficos atenienses de finales del siglo IV a.C.
La leyenda tiene un cariz contrario a los romanos, que aparecen gober-
nados por un tirano y enemigos del helenismo, representado aquí por los

Grecia (trad. ital.), Torino, 1963, pp. 358 y 360; L. BRACCESI, Grecità adriatica,
pp. 58 ss.; U. FANTASIA, «Le leggende di fondazione di Brindisi e alcuni aspetti della
presenza greca nell’Adriatico», ASNP, 2, 1972, pp. 118 ss.; D. BRIQUEL, Les Pélasges
en Italie, p. 511.
36
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, p. 513.
37
Plut., Rom., 2.1: ο δ Pω
µιν Λατνων τ ραννον, κβαλ ντα Τυρρηνος
τος ες Λυδαν µν κ Θετταλας, κ δ Λυδας ες ’Ιταλαν παραγενοµνους.

119 Gerión. Anejo VI (2002) 109-134


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

etruscos, en posesión de un origen a la vez pelásgico y lidio. Por tanto,


tiene razón D. Briquel al señalar, como creadores de esta versión, hacia los
ambientes griegos hostiles a Roma en fecha anterior a finales del siglo
III a.C., antes de la plena divulgación de la tradición canónica sobre la fun-
dación de la ciudad38. Así las cosas, convendría ante todo excluir a los sira-
cusanos, tradicionales adversarios de Roma pero también y sobre todo de
los etruscos, a los que nunca reconocerían unos orígenes griegos. El
entorno de Pirro se presenta entonces como el más adecuado, pues en él
confluyen diversos aspectos que indican tal dirección. Los años que asisten
a las empresas de Pirro en Italia coinciden con una etapa de gran impor-
tancia en el proceso de conquista romana de la península Itálica, de forma
que los etruscos podían ser justamente considerados como víctimas de la
ambición de Roma. Por otra parte, no se debe olvidar que Pirro era epirota
y por tanto nada extraño a las tradiciones pelásgicas, según veíamos hace
un momento en relación a Alejandro el Moloso. El recurso a los pelasgos
servía pues para justificar la hostilidad respecto a Roma. A modo de con-
clusión, y en palabras de Briquel, «nous y verrions même, plus facilement
que l’origine troyenne, un thême qu’aurait pu déveloper une propagande
épirote... Présenter les Romains comme hostiles aux Étrusques, issus eux
aussi des Pélasges, prenait un sens particulier s’ils s’opposaient au roi
d’Epire»39.
Este análisis de D. Briquel, reducido aquí a su esencia, así como las
conclusiones que deduce del mismo, no está carente de atractivo, pero
existen otras posibilidades. Por una parte, se encuentra el fundamento
mítico de la hostilidad de Pirro hacia Roma. Naturalmente no se trata en
momento alguno de aceptar la propuesta de J. Perret sobre el origen de la
leyenda troyana de Roma, pero esto tampoco impide restar valor a la
influencia que esta última ejerció sobre el significado del conflicto en la
propaganda emanada del entorno de Pirro. En gran parte de acuerdo con
la tradición familiar, Pirro se presentaba ante sus contemporáneos como
una personificación de Aquiles40, de manera que se enfrenta a los roma-

38
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 514 ss.
39
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, p. 519.
40
Plut., Pyr., 7.7; 13.2; asimismo, Pind., Nem., 7.38 ss.; Eurip., Androm., 1243 ss.
Sobre el particular, J. PERRET, Les origines de la légende troyenne de Rome, pp. 427 ss.; P.
LÉVÊQUE, Pyrrhos, Paris, 1957, pp. 251 ss. Sin restar valor a la vertiente anti-troyana de

Gerión. Anejo VI (2002) 109-134 120


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

nos por ser estos una colonia troyana. Su guerra viene a ser una rememo-
ración de la de Troya, en la que el rey, nuevo Aquiles, doblegará a Roma,
una nueva Troya41. En este sentido, quizá no carezca de relevancia el
hecho de que Timeo hablase sobre los orígenes troyanos de Roma en su
monografía centrada en Pirro42. En otras palabras, aunque no se puede
rechazar, sin más argumentos que el silencio, el recurso a los pelasgos,
todos los datos disponibles inducen a pensar que tal fundamento mítico es
más de naturaleza troyana que pelásgica. Además esta visión pelasga de
los etruscos no es propiamente epirota ni exclusivamente tesalia, sino que
nos conduce hacia ambientes atenienses. Según creo, el panorama es sen-
siblemente distinto al que supone la anterior tradición acerca del origen
pelásgico de Roma. Otros indicios señalan hacia el mundo griego de Occi-
dente.
Un aspecto de interés que ofrece esta versión es el nombre del funda-
dor, Rhomis, un unicum en el conjunto de tradiciones griegas conocidas
sobre los orígenes de Roma, que generalmente recurren para este fin a un
tal Rhomos. Pero al contrario de este último, Rhomis es un nombre autén-
tico, atestiguado en la epigrafía griega occidental, en sendas inscripciones
procedentes de Camarina y de Selinunte y fechadas ambas en el siglo
V a.C. La segunda de ellas contiene también el nombre del padre de Rho-
mis, que remite al ambiente onomástico de la Italia central. A partir de
estos datos, C. Ampolo se inclina por una procedencia siceliota de la tradi-
ción transmitida por Plutarco43, posibilidad que no excluye Siracusa a tenor
de la época en que nos movemos, finales del siglo IV o comienzos del
siguiente. En efecto, no conviene olvidar que en esos momentos, rom-
piendo la plurisecular política de oposición que mantenían entre sí etruscos
y siracusanos, se produjo durante el gobierno de Agatocles un acerca-
miento entre ambos, que llegó a traducirse en una alianza militar de no
escasa importancia para los intereses del tirano de Siracusa y en los que

Pirro, sino más bien como complemento, se ha pensado incluso en una aproximación del
rey epirota hacia la figura de Diomedes en su oposición ideológica a Roma: A. COPPOLA,
«Benevento e Argirippa: Pirro e la leggenda di Diomede», Athenaeum, 68, 1990, 527-531.
41
Paus., 1.12.2.
42
Timeo, FGH 566F36 (= Pol., 12.4b). Cf. A. MOMIGLIANO, La historiografía griega
(trad. esp.), Barcelona, 1984, p. 217.
43
C. AMPOLO, en Plutarco. Le vite di Teseo e di Romolo, pp. 269 ss., con las refe-
rencias a las inscripciones.

121 Gerión. Anejo VI (2002) 109-134


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

Roma se situaba en una vertiente opuesta44. Cierto es que la versión «ofi-


cial» siracusana acerca de la fundación de Roma parece estar recogida en
Calias, cronista de Agatocles, quien invoca la leyenda troyana45, pero no lo
es menos que las relaciones etrusco-siracusanas cambiaron notablemente
de signo en esta época, situación que pudo haber influido sobre otros
ambientes griegos.
Por otra parte, Roma es presentada como fundación latina, lo cual nos
puede llevar a considerar que el creador de esta leyenda conoce, al menos
en sus rudimentos, las tradiciones locales que hacen de Roma una colonia
de origen albano. Tampoco carece de interés la alusión a la expulsión de
los etruscos del Lacio, recuerdo de los acontecimientos que marcaron el
fin de la monarquía en Roma, aunque la caracterización de Rhomis como
tirano no concuerde muy bien con la naturaleza de estos hechos. Sin
embargo, teniendo en cuenta el plano pseudo-histórico en el que se mueve
la leyenda, la ciudad necesita un fundador que a la vez inaugura la serie de
sus reyes, cuyo gobierno es considerado ilegítimo por su carácter tiránico,
muestra en definitiva del espíritu contrario a Roma que emana de esta noti-
cia. De todas maneras, es interesante notar la distinción muy neta que se
establece entre latinos y etruscos, algo que no es común en la historiogra-
fía griega de los siglo V y IV a.C., lo que permite suponer un mejor cono-
cimiento de la realidad itálica por parte de su redactor. Pero naturalmente
es forzoso reconocer que todos estos elementos son transformados en fun-
ción de unos intereses concretos que a nosotros se nos escapan, si bien no
puede existir duda alguna que están dirigidos en un sentido de oposición a
los romanos.
En conclusión, podría aceptarse que esta tradición fue creada en círcu-
los griegos de Italia o de Sicilia en los años de la conquista romana de la
península, preferentemente en el primer tercio del siglo III a.C. Se trataría

44
Recuérdese que en al año 307 una flota etrusca se presentó en el puerto de Sira-
cusa y logró levantar el bloqueo cartaginés, permitiendo a Agatocles recuperar el dominio
del mar (Diod., 20.61.6-62.1). Sobre estos acontecimientos y la alianza etrusco-siracusana
que subyace en los mismos, pueden verse G. COLONNA, «La Sicilia e il Tirreno nel V e IV
secolo», Kokalos, 26-27, 1980-81, pp. 181 ss.; S. N. CONSOLO LANGHER, «I trattati tra Sira-
cusa e Cartagine e la genesi e il significato della guerra del 312-306 a.C.», Athenaeum, 58,
1980, pp. 330 ss.; EADEM, Siracusa e la Sicilia greca, Messina, 1996, pp. 360 ss.; EADEM,
Agatocle, Messina, 2000, pp. 227 ss.
45
Calias, FGH 564F5 (= Dion., 1.72.5).

Gerión. Anejo VI (2002) 109-134 122


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

de un ambiente cultural en el que sin dificultad podrían conciliarse, por un


lado, el conocimiento de tradiciones latinas relativas a Roma y de aquellas
otras, procedentes de la corriente atidográfica, sobre el origen pelásgico de
los etruscos, y por otro, el recuerdo de una etapa de la historia de Roma a
la que no fueron por completo ajenos los griegos del sur peninsular.

2. LOS PELASGOS Y LA ETNOGÉNESIS LATINA:


EL ORÁCULO DE DODONA

La segunda fase sobre los pelasgos en el Lacio se concreta en su contri-


bución a la etnogénesis latina, encontrando una definición más completa en
el relato ofrecido por Dionisio de Halicarnaso. Este arranca en su narración
de la permanente migración de los pelasgos en Grecia, hasta que un grupo
numeroso de ellos, concentrado en torno a Dodona, se desplazó a Italia en
obediencia a un oráculo. Los pelasgos desembarcaron en las bocas del Po y
allí se quedaron algunos, que fundaron Spina, mientras que el resto se diri-
gió hacia el interior, llegó al territorio de los umbros y finalmente alcanzó
su objetivo, la región de Cutilia, en Sabina, donde había una isla con un lago
flotante. Comprendiendo que éste era su punto de destino, conforme a las
palabras del oráculo, los pelasgos llegaron a un acuerdo con los habitantes
de la región, los aborígenes, y se asentaron en la tierra próxima al lago
sagrado. A continuación ayudaron a los aborígenes en la guerra que estos
mantenían contra los sículos del Lacio, y a su vez fueron auxiliados por sus
aliados para combatir a los umbros y conquistar la tierra de Etruria46. Tal es
a grandes líneas el relato de Dionisio sobre la llegada de los pelasgos a Ita-
lia, que continúa hasta su desaparición de la península, como veremos.
El núcleo central de esta leyenda, y que ha suscitado todo el debate, se
sitúa en el texto del oráculo, que dice lo siguiente:
«Marchad a la búsqueda de la tierra saturnia de los sículos y de Cotila
de los aborígenes; allí flota una isla; mezclaos con ellos y enviad el diezmo
a Apolo, las cabezas al Crónida y a su padre un hombre»47.

46
Dion., 1.17-20.
47
Dion., 1.19.3: στεχετε µαι µενοι Σικελω ν Σατ ρνιον αν / δ’ ’Αβοριγινων

Κοτ λην, ο να 
 σος χειται / ο ς ναµιχθντες δεκτην κπµψατε Φοβω / κα

κεφαλς Κπονδη κα
τ ω πατρ
πµπετε ϕω τα. El mismo texto aparece en Steph. Byz.,
8M, s.v. ’Αβοριγινες, quien cita a Dionisio.

123 Gerión. Anejo VI (2002) 109-134


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

El mismo texto es repetido por Macrobio, con la única diferencia que


sustituye Crónida por Hades48. El último verso del oráculo, con la misma
particularidad que figura en Macrobio, es citado también por Lactancio49.
Estos dos autores utilizan el oráculo con una finalidad etiológica a propó-
sito de determinados rituales, pero aunque ambos mencionan a Varrón
como fuente, difieren en la ocasión religiosa, para Macrobio las Saturna-
lia, para Lactancio el arcaico ritual de los Argei. Sin embargo, en este
último autor se observan algunas inexactitudes, lo que permite suponer que
debió utilizar fuentes intermedias y dejarse llevar por apreciaciones perso-
nales, de manera que de su testimonio sólo se puede atribuir a Varrón la
mención del oráculo50. Es por tanto Macrobio quien se muestra más fiel a
la autoridad que invoca como fuente.
El problema surge cuando se trata de relacionar a Macrobio con Dioni-
sio, pues este último no cita a Varrón, sino que se refiere a un enigmático
Lucio Mamio, quien habría visto por sí mismo el texto del oráculo, grabado
con caracteres arcaicos sobre un trípode consagrado en el templo de Zeus
en Dodona51. Además, entre los respectivos textos de Macrobio y de Dio-
nisio existen diferencias que no se pueden obviar. El primero lo recuerda
como una de las versiones sobre el origen de las Saturnalia, instituidas por
los pelasgos en cumplimiento del oráculo, quienes asimismo habrían eri-
gido un sacellum a Dis Pater y un ara a Saturno, ambos localizados en
Roma, con el ritual de los sacrificios humanos que luego Hércules habría
sustituido por simulacros y cirios. Por el contrario, Dionisio elude en prin-
cipio toda referencia a estas cuestiones religiosas y se limita, con una pers-
pectiva meramente histórica, a mencionarlo como causa de la presencia de
los pelasgos en Italia y su relación con los aborígenes, si bien con poste-
rioridad, y con alguna modificación, sí acude a él para explicar la crisis
sufrida por este pueblo.
En un análisis brillante y minucioso de esta tradición, D. Briquel no
cree en la existencia de dos fuentes distintas, una para Dionisio y otra para

48
Macr., Sat., 1.7.28.
49
Lact., Inst., 1.21.7.
50
Véanse D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 368 ss.; J. POUCET, «Varron, Denys
d’Halicarnasse, Macrobe et Lactance. L’oracle rendu à Dodone aux Pélasges», Pallas, 39,
1993, pp. 55 ss. También, O. NICHOLSON, «Hercules and the Milvian Bridge», Latomus, 43,
1984, 133-142.
51
Dion., 1.19.3.

Gerión. Anejo VI (2002) 109-134 124


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

Macrobio, sino que ambos forzosamente confluyen en una común, Varrón.


Y en efecto, si Macrobio y Lactancio certifican su dependencia respecto a
Varrón y sabemos que el polígrafo reatino es ampliamente utilizado por
Dionisio en su reconstrucción de la prehistoria del Lacio, ¿cómo no acep-
tar ver en Varrón el núcleo de donde surgen ambas versiones? Las diferen-
cias evidentes entre ambos autores se explican por la disparidad de enfo-
que y objetivos de uno y otro, existiendo la posibilidad de que Varrón se
refiriese al mismo asunto en dos obras distintas y con diferentes perspecti-
vas: «On pourrait alors penser à un passage des Antiquitates rerum huma-
narum [respecto a Dionisio], alors que le texte de Macrobe, ..., aurait plutôt
été emprunté aux Antiquitates rerum divinarum»52. No se puede negar que
la reconstrucción que propone Briquel, sólidamente documentada, resulta
muy atractiva, pero no deja de presentar algunos aspectos hipotéticos, lo
que justifica el escepticismo al respecto de J. Poucet, según el cual Dioni-
sio no deriva de Varrón, sino que uno y otro pueden haberse inspirado en
una misma fuente o incluso seguir filones independientes53.
Ciertamente se trata de una cuestión delicada, de difícil solución. En
todo este esquema, Varrón es una pieza fundamental, pero sin duda no es
la única. Un aspecto que no carece de interés se centra en el itinerario que
siguen los pelasgos en su migración italiana. Según Dionisio, los pelasgos
entraron en la península por el valle del Po, descendiendo por el interior
hasta llegar a Cutilia, en Sabina. A primera vista parece un recorrido un
tanto extraño, pero se comprende mejor si se pone en relación con la
leyenda sobre el origen pelásgico de los etruscos según la relataba Helá-
nico y que transmite el propio Dionisio. Incluso la primera ciudad de Etru-
ria conquistada por los pelasgos, después de su encuentro y alianza con los
aborígenes, fue Cortona54, la misma ocupada en primer lugar por los pelas-
gos de Helánico. Sin duda alguna, Dionisio se inspiró en el logógrafo de
Lesbos, y así se explica mejor su interés hacia Cortona y la utilización que
al respecto hace de Heródoto, según veíamos al comienzo de este capítulo.
Tal reconstrucción difícilmente se podría encontrar en Varrón, el cual es
muy probable que localizase en el Lacio el desembarco de los pelasgos, tal
como figura en la versión de Macrobio.

52
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 355 ss. (la cita en p. 402).
53
J. POUCET, «Varron, Denys d’Halicarnasse, Macrobe et Lactance», cit.
54
Dion., 1.20.4.

125 Gerión. Anejo VI (2002) 109-134


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

A similar conclusión se llega respecto a la parte última del relato,


cuando se narra el final de la presencia de los pelasgos en Italia. Según
Dionisio, los pelasgos fueron sacudidos por una serie de calamidades, la
tierra ya no daba sus frutos, el agua escaseaba, los animales no se repro-
ducían, la infertilidad se extendió también a las mujeres y en general todos
sufrían la enfermedad y la muerte. Estos padecimientos fueron enviados
por los dioses, ya que los pelasgos no habían cumplido con exactitud lo
ordenado por el oráculo, en concreto la parte correspondiente a la descen-
dencia humana. Como resultado de su negativa al sacrificio humano, los
pelasgos comenzaron a emigrar iniciando una nueva diáspora55. En esta
parte Dionisio utilizó a Mírsilo de Metimna, según reconoce él mismo56;
sin embargo, este último no se refiere a los pelasgos, sino a los tirrenos.
Mírsilo redactó una historia de Lesbos en la que trataba sobre los pelasgos,
a los cuales concedía en parte un origen occidental, de acuerdo con una
doctrina que ciertamente no contaba con amplios antecedentes. En otro
fragmento conocido de este historiador, transmitido también por Dionisio,
dice que esos tirrenos emigrantes recibieron el nombre de Pelargoi,
«cigüeñas», debido a su vida errante, pues iban y venían sin patria fija, y
levantaron alrededor de la acrópolois de Atenas un muro llamado Pelargi-
kon57. Estos fragmentos de Mírsilo han dado pie a diversos y sustanciosos
comentarios58, aunque aquí interesa sobre todo la utilización que hace Dio-
nisio de su fuente.
Aunque Dionisio retiene a los pelasgos como una de las componentes
que forjaron la formación del pueblo latino, su presencia verdaderamente
es más consistente en Etruria y en la región falisca que en el Lacio. Sin
duda, esto es así porque Dionisio no encontró en ámbito latino-romano nin-
guna tradición de cuño pelásgico que sirviera a sus propósitos, mientras
que en Etruria los pelasgos gozaban de una fuerte implantación según la
historiografía griega. Sin embargo, en la interpretación de la prehistoria

55
Dion., 1.23-24.
56
Mírsilo, FGH 477F8 (= Dion., 1.23.5).
57
Mírsilo, FGH 477F9 (= Dion., 1.28.4).
58
P. M. MARTIN, «Contribution de Denys d’Halicarnasse à la connaissance du uer
sacrum», Latomus, 32, 1973, pp. 29 ss.; E. GABBA, «Mirsilo di Metimna, Dionigi e i
Tirreni», RAL, 30, 1975, 35-49; D. MUSTI, «Etruschi e Greci nella rappresentazione dioni-
siana delle origini di Roma», en Gli Etruschi e Roma, Roma, 1981, pp. 33 ss.; D. BRIQUEL,
Les Pélasges en Italie, pp. 278 ss.; M. GRAS, Trafics tyrrhèniens archaïques, pp. 589 ss.

Gerión. Anejo VI (2002) 109-134 126


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

italiana que propone Dionisio los pelasgos carecen de una localización pro-
pia, pues la tierra que ocupan está reservada a los tirrenos/etruscos, cuya
autoctonía él mismo defiende. Los pelasgos tuvieron por tanto que aban-
donar el país que habían conquistado, excepto la ciudad de Cortona59, cuya
pervivencia como «isla pelásgica» interesaba a Dionisio para diferenciar a
los antiguos de los nuevos pobladores. Esta nueva migración de los pelas-
gos, necesaria a los fines de nuestro historiador, requería un respaldo, una
autoridad que la avalase, pero no encontrando nada similar en los autores
que le precedieron, Dionisio acudió a lo más próximo, la reconstrucción de
Mírsilo donde se identificaban tirrenos y pelasgos, pero naturalmante
adaptándola a sus propios objetivos60. Así, sustituye abiertamente a los
tirrenos por los pelasgos, exagera notablemente la magnitud de la migra-
ción y al tiempo no parecen preocuparle las contradicciones en que pueda
incurrir.
Es por tanto evidente que en la última parte del relato de Dionisio tam-
poco se puede detectar la influencia de Varrón, sino que únicamente se tras-
luce la presencia de un Mírsilo manipulado y adaptado a unos fines espú-
reos. Queda tan sólo el motivo del oráculo de Dodona como causa del
desplazamiento de los pelasgos a Italia, para lo cual, como antes veíamos,
Dionisio cita como testigo a ese desconocido L. Mamio. Ciertamente no se
sabe con certeza quién se esconde tras este nombre. Briquel propone su
identificación con un Manilio, literato y político de comienzos del siglo
I a.C. citado más de una vez por el propio Varrón y por otros autores pos-
teriores, de manera que habría sido él quien hizo conocer a los romanos la
existencia del oráculo, cuya realidad fue personalmente confirmada en
Dodona61. Forzoso es reconocer que tal suposición tiene mucho de hipoté-
tico, pero en honor a la verdad, igual de difícil resulta admitir que Dionisio
haya consultado directamente la obra de este enigmático personaje: el cali-
ficativo que le presta para justificar su autoridad, νρ οκ "σηµος, sin
ninguna otra indicación sobre su obra o personalidad, hace muy sospechosa

59
Dion., 1.26.1.
60
Cf. E. GABBA, «Mirsilo di Metimna, Dionigi e i Tirreni», pp. 40 ss.; D. MUSTI,
«Etruschi e Greci nella rappresentazione dionisiana delle origini di Roma», p. 38; D. BRI-
QUEL, Les Pélasges en Italie, p. 279.
61
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 391 ss. En contra, J. POUCET, «Varron,
Denys d’Halicarnasse, Macrobe et Lactance», p. 61.

127 Gerión. Anejo VI (2002) 109-134


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

esta cita. Sin duda se impone una fuente intermedia y en este sentido
Varrón se ofrece como el candidato más idóneo62, a quien también habría
que remitir para la presencia en Cutilia de los aborígenes y la descripción
del lago con la isla flotante. Pero a partir de aquí Varrón y Dionisio vuel-
ven a separarse, pues mientras Dionisio centra la actividad de los pelasgos
en territorio de Etruria, Varrón debía concederles un destino que sin duda
incluía también el Lacio. Sabemos por otras fuentes que Varrón hablaba
sobre la llegada de los pelasgos a Italia63 y también de su presencia en
Sabina64, y no ray razones para dudar de que asimismo les situaba en el
Lacio. En este momento debemos volver al relato de Macrobio, quien atri-
buye a los pelasgos la creación en Roma de los centros de culto a Dis Pater
y Saturno y los rituales anejos, noticia que deriva de Varrón65. Este por
tanto admitía la presencia de los pelasgos como una de las capas helénicas
que contribuyeron a la etnogénesis latina y a su definición cultural, y no
sólo en el plano religioso, sino posiblemente también como introductores
de la escritura, según veremos inmediatamente. Pero Dionisio prefiere
ignorar estos aspectos y seguir otros derroteros. En síntesis, y al margen de
la amplificación narrativa que caracteriza todo su relato, Dionisio confi-
guró su exposición sobre los pelasgos a partir de tres fuentes principales:
Helánico en lo que se refiere al itinerario de llegada a Italia; Varrón, para
las causas que motivaron su desplazamiento, concretadas en un oráculo de
Dodona, y Mírsilo para explicar su desaparición de Italia.
El oráculo está escrito en términos ambiguos y oscuros, como es gene-
ral en textos de esta naturaleza. Pero a pesar de ello, no se puede negar que
a su redactor no le eran por completo desconocidas tradiciones y realida-
des itálicas, aunque lógicamente las utiliza sin una gran preocupación por
seguirlas de forma rigurosa. En primer lugar, distingue entre dos áreas geo-
gráficas, diferentes por los pueblos que las habitan pero que en su conjunto

62
Tampoco podría descartarse por completo una visión directa de la inscripción de
Dodona por parte de Varrón: cf. D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, p. 405; L. DESCHAMPS,
«Pourquoi Varron situe-t-il au Lac de Cutilia l’Ombilic de l’Italie?», Euphrosyne, 20, 1992,
p. 302.
63
Cf. Isid., Etym., 9.2.74.
64
Var., R. r., 3.1.6. Véase D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 441 ss.
65
J. POUCET, «Varron, Denys d’Halicarnasse, Macrobe et Lactance», pp. 44 ss., cree
que sólo pertenece a Varrón el texto del oráculo y lo que le precede, pero no veo razones
de peso para negarle los aspectos religiosos resultado del cumplimiento del oráculo.

Gerión. Anejo VI (2002) 109-134 128


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

constituyen la tierra de promisión de los pelasgos. La primera es la tierra


saturnia de los sículos. Se trata de una referencia al Lacio, puesto que así
debe interpretarse la expresión Saturnia terra desde la primera mención
conocida atribuida a Ennio66. Pero es un Lacio entendido a partir de Roma,
ya que tal denominación no es sino la extensión a toda la región del primi-
tivo nombre del Capitolio romano, mons Saturnius, según afirma Varrón en
el pasaje que recoge la mencionada referencia a Ennio. Bajo esta denomi-
nación, el Lacio es considerado el país de los sículos, lo que implica el
conocimiento de aquella versión, según comprobábamos en el capítulo
anterior, reflejada en la frase que Varrón atribuía a los Annales veteres nos-
tri y que convertía a los sículos en la población originaria del Lacio y más
en concreto de Roma67. La segunda referencia geográfica es a Cutilia y al
lago donde flotaba una isla. El hecho, que hasta donde sabemos aparece
por vez primera en este oráculo, es conocido por otras fuentes latinas68, que
naturalmente no derivan del texto oracular, sino que éste debió recogerlo
en la literatura taumasiográfica. Pero por lo sorprendente del mismo, se
prestaba perfectamente al fin prescrito en el oráculo, pues como señala D.
Briquel, si en época más reciente podía ser considerado como una curiosi-
dad, en tiempos anteriores reviste las connotaciones de un prodigio, «cioè
aveva valore religioso, era il segno del carattere sacro del luogo»69. Y en
efecto, en este punto se practicaba de antiguo un culto a la diosa Vacuna, y
el mismo Varrón lo tenía por el umbilicus Italiae70. El oráculo atribuye este

66
Ennio, fr. 20 V, en Var., L. L., 5.42: Hunc antea montem Saturnium appellatum pro-
diderunt et ab eo Latium Satruniam terram, ut etiam Ennius appellat. En similar sentido
se expresan Verg., Aen., 8.329; Ovid., Fast., 5.625; Colum., R.r., praef. 20. Por su parte,
CH. GUITTARD, «Recherches sur la nature de Saturne des origines à la réforme de 217 avant
J. C.», en Recherches sur les religions de l’Italie antique, Genève, 1976, p. 59, dice que «la
terre de Saturne désigne ici la plus grande partie de l’Italie, alors occupée par les popula-
tions sicules», pero me parece una extensión excesiva.
67
Var., L. L., 5.101. Véase supra, cap. II.2.
68
Además de Dionisio y Macrobio, que mencionan la isla en el texto del oráculo, el
fenómeno es recordado también por Var., L. L., 5.71; Plin., Nat. Hist., 2.109; Sen., Nat.
Quaest., 3.25.8 (este último dice haberlo visto con sus propios ojos). Fest.-Paul., 44L, tam-
bién menciona la isla, pero calla sobre su carácter flotante.
69
D. BRIQUEL, «La zona reatina, centro dell’Italia», en La Salaria in età antica,
Roma, 2000, p. 84.
70
Plin., Nat. Hist., 3.109: in agro Reatino Cutiliae lacum, in quo fluctuetur insula,
Italiae umbilicum esse M. Varro tradit; Solin., 2.6: umbilicum, ut Varro tradit, in agro Rea-

129 Gerión. Anejo VI (2002) 109-134


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

lugar a los aborígenes, con lo que de nuevo entronca con las tradiciones
latinas y en particular con la reconstrucción de Catón, quien como veíamos
en páginas anteriores, situaba a Cutilia a la cabeza de las comunidades abo-
rígenes71. Por último, los elementos religiosos que contiene conciernen
exclusivamente a Roma, no al entorno sabino donde se localizaba Cutilia72,
pues al fin y al cabo Roma es la destinataria última del significado que
encierra el oráculo.
Este falso oráculo fue redactado por el clero de Dodona en un sentido
claramente favorable a los romanos: los cultos relativos a Saturno habrían
sido instituidos por los pelasgos que partieron del santuario epirota. Nos
encontramos por tanto ante un intento de los sacerdotes de Dodona por
atraerse el beneplácito de Roma, creando un vínculo pseudo-histórico
entre ambos, y con tal fin hicieron grabar el texto sobre un trípode que
fue expuesto a la contemplación pública. Según creo, está en lo cierto D.
Briquel al señalar la fecha del 168/167 a.C. como terminus post quem
para la elaboración del oráculo, pues en efecto habría que pensar en un
momento en el cual el dominio romano sobre Grecia fuese una realidad,
lo que no se logró sino tras la derrota de Perseo en Pidna en el 168, a la
que siguió un año más tarde el sometimiento del Epiro73. No obstante,
todavía han de transcurrir varios decenios para que Roma imponga defi-
nitivamente su poder, concretado en la organización de la nueva provin-
cia de Macedonia (ca. 148), en la que se incluyó el Epiro, y la pérdida
total de la independencia griega (146 a.C.). En definitiva, una datación
en la segunda mitad avanzada de este siglo II parece la más apropiada
para la redacción del oráculo, fecha que concuerda mejor con la consoli-
dación y extensión de las leyendas latinas reflejadas en el texto de
Dodona.
El recurso a los pelasgos como instrumento de mediación entre
Dodona y Roma es perfectamente lógico, ya que este legendario pueblo

tino habet. Sobre el particular recientemente, L. DESCHAMPS, «Pourquoi Varron situe-t-il au


Lac de Cutilia l’Ombilic de l’Italie?», cit.; D. BRIQUEL, «La zona reatina, centro dell’Ita-
lia», pp. 83 ss.
71
Véase supra, cap. I.4.
72
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 361 ss. En sentido contrario CH. GUITTARD,
«Recherches sur la nature de Saturne des origines à la réforme de 217 avant J. C.»,
pp. 58 ss.
73
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, p. 415.

Gerión. Anejo VI (2002) 109-134 130


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

no carecía de vínculos con una y otra, como hemos comprobado con ante-
rioridad. Pero además intervienen otras influencias. Una presencia de los
pelasgos en Sabina era ya considerada por otras tradiciones griegas. En
concreto sabemos que Zenódoto de Trecena, historiador mal conocido
pero que debió desarrollar su actividad en la primera mitad del siglo
II a.C., hablaba del origen del pueblo sabino como antiguos umbros,
expulsados de la cuenca de Reate por los pelasgos74, en una visión que no
encuentra parangón en otros autores75. Sin embargo, el punto de referen-
cia más próximo a la teoría pelásgica de Roma debió ser sin duda Batón
de Sínope, como sugiere D. Briquel, un retor que vivió en Tesalia en la
segunda mitad del siglo III a.C., quien afirmaba que las Saturnalia roma-
nas reproducían la festividad tesalia de las Peloria, instituida por los
pelasgos76, sin duda porque a Saturno se le celebraba en Roma según el
ritus Graecus.
Otra tradición que implica a los pelasgos como elementos civilizador
en el Lacio primitivo les convierte en introductores de la escritura, inicia-
tiva que aparece en sendos textos de Plinio y de Solino77, opción que se
opone a la más general que concede a Evandro tal innovación, según vere-
mos en el próximo capítulo. No es fácil determinar el origen de esta ver-
sión, ya que apenas tuvo alcance, pero el solo hecho de ser recogida por
Plinio, autor que suele beber en fuentes de no poco prestigio, indica que
debía estar respaldada por una autoridad en temas de anticuariado. A este
respecto, D. Briquel78 piensa en Verrio Flaco, considerado tradicionalmente

74
Zenódoto, FGH 821F3 (= Dion., 2.49.1): Ζην δοτος δ’ # Τροιζνιος
συγγραφες ’Οµβρικος θνος αθιγενς στορει τ µν πρω τον οκη σαι περ
τν
καλουµνην Pεατνην, κειθεν δ π Πελασγω ν ξελασθντας ες τα την
ϕικσθαι τν γη ν νθα ν υν οκο υσι κα
µεταβαλ ντας $µα τ ω τ πω το%νοµα
Σαβνους ξ ’Οµβρικω ν προσαγορευθη ναι.
75
Sobre esta tradición, puede verse D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 459 ss.
76
Batón, FGH 268F5 (= Athen., 14.639d-640a). Véase D. BRIQUEL, Les Pélasges en
Italie, pp. 421 ss.
77
Plin., Nat. Hist., 7.193: in Latium eas [litteras] attulerunt Pelasgi; Solin., 2.7: Agy-
llam a Pelasgis, qui primi in Latium litteras intulerunt. Con menor claridad, esta tradición
aparece también en el gramático Máximo Victorino (GLK, VI.194).
78
D. BRIQUEL, «Les traditions sur l’origine de l’écriture en Italie», RPh, 62, 1988,
pp. 258 ss. Véase asimismo C. LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di
Catone», Athenaeum, 72, 1984, p. 438, quien defiende para Zenódoto una cronología más
elevada.

131 Gerión. Anejo VI (2002) 109-134


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

como uno de los autores que más influyeron en la obra de Plinio79, pero no
se ven muy claras las razones que llevan a esta conclusión. Ante todo, tiene
razón nuestro colega francés al negar una relación con el mundo etrusco,
en el sentido que al figurar en el texto de Solino una referencia a Agylla-
Caere, y siendo ésta una de las ciudades etruscas con mayor presencia de
leyendas pelásgicas, la tradición contendría, trasladado al plano mítico, un
reflejo de la realidad en la creencia de que la escritura fue introducida en
el Lacio desde Caere80. Y en efecto, esta versión tiene toda la apariencia de
ser romana. En un capítulo anterior, a propósito de un fragmento de Catón,
aludía a la cuestión del origen eolio de la lengua latina, de amplia repercu-
sión en círculos intelectuales romanos en el siglo I a.C. y que tenía en
Varrón uno de sus principales valedores81. En el mencionado fragmento, en
el que su transmisor Lido incluye también a Varrón82, se dice que Evandro
extendió entre los bárbaros (es decir, los aborígenes) el dialecto eolio. Es
evidente que estas innovaciones lingüísticas van estrechamente unidas a la
introducción de la escritura, en cuanto que ambas significan la culminación
de la influencia cultural griega sobre el Lacio primitivo. Sin embargo, en
otras ocasiones Varrón vincula la etimología de algunos topónimos a través
del eolio con la presencia de los pelasgos, como Tebae y Velia, ambas en
Sabina83. Con razón señala Briquel que estas etimologías difícilmente

79
Cf. La obra clásica de M. RABENHORST, Der ältere Plinius als Epitomator des
Verrius Flaccus, Berlin, 1907.
80
En este sentido se manifestaba G. COLONNA, «Una nuova iscrizione etrusca del VII
secolo e appunti sull’epigrafia ceretana dell’epoca», MEFR, 82, 1970, p. 667; más
reciente, en similar sentido, F. DESBORDES, Idées romaines sur l’écriture, Lille, 1990,
pp. 138 ss. Muy aventurada la hipótesis de J. BÉRARD, La Magna Grecia, p. 488, quien
parece remitir a la época micénica. En contra, M. CRISTOFANI, «Sull’origine e la diffusione
dell’alfabeto etrusco», ANRW, I.2, 1972, p. 467.
81
Supra, cap. I.4.
82
Lyd., Mag., 1.5: &ς φασιν  τε Κτων ν τ ω Περ
Pωµαικη ς ’Αρχαι τητος
Βρρων τε # πολυµαθστατος ν Προοιµοις τω ν πρ ς Ποµπιον ατ ω
γεγραµµνων, Ενδρου κα
τω ν "λλων ’Αρκδων ες ’Ιταλαν λθ ντων ποτ κα

τν Αολδα τοις βαρβροις νσπειρντων ϕωνν.


83
Var., R. r., 3.1.6 (Tebae); respecto a Velia, su explicación se encuentra en Dion.,
1.20.3, quien depende de Varrón. Dionisio nada dice sobre el eolio, pero la disertación
sobre la digamma conduce en esa dirección: cf. E. GABBA, «Il latino come dialetto greco»,
en Miscellanea A. Rostagni, Torino, 1963, p. 188; D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie,
pp. 444 ss.

Gerión. Anejo VI (2002) 109-134 132


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

encuentran justificación en Varrón, pues están en contradicción con su pro-


pia doctrina histórica84. Pero el caso es que así sucede, y si como continúa
Briquel, cuando Varrón «faisait oeuvre de grammairien, il n’avait pas
nécessairement présentes à l’esprit les conséquences historiques de ses
interprétations», nada impide pensar que fuese el propio Varrón quien
hablase asimismo de los pelasgos como introductores de la escritura, aun-
que en otro lugar refiriera este mismo hecho al entorno de Evandro. Ade-
más, no parece que hubiera una absoluta contradicción entre ambas ver-
siones, pues cuando Solino utiliza el término primi en relación a los
pelasgos, da a entender que estos fueron los primeros, pero no los únicos.
Así las cosas, sería por tanto posible pensar que en la visión de Varrón la
escritura hizo su aparición en el Lacio en dos tiempos, primero con los
pelasgos y después con los arcadios —donde como veremos Varrón vuelve
a discrepar de la opinión general—, teniendo en cuenta que ambos pueblos
tienen un destacado papel en la difusión de una componente eolia en la len-
gua latina. Pero el protagonismo corresponde a la tradición arcadia, que sir-
vió de modelo a la pelásgica85.
Sea como fuere, en el siglo I a.C. ya circulaba entre los anticuarios la
idea de los pelasgos como elemento civilizador del Lacio primitivo, tanto
como portadores de la escritura como introductores de algunos cultos, lo
cual justificaba su inclusión entre los pueblos que habían participado en la
formación del pueblo latino. Sin embargo, su contribución se presenta un
tanto desdibujada, como perfectamente se aprecia en Dionisio, el autor que
más esfuerzo dedicó a la exposición de la etnogénesis latina. Más radical
incluso el panorama que ofrece la anónima OGR, donde los pelasgos son
por completo silenciados. La paternidad de los rituales de Saturno que les
concede el oráculo queda como una de las versiones sobre el origen de las
Saturnalia que circulaban entre los anticuarios, como se puede comprobar
a través de Macrobio86, pero sus aspectos más bárbaros, los sacrificios
humanos, tuvieron que ser sustituidos por Hércules. Dionisio no puede
aceptar esta interpretación, pues va en contra de sus principios sobre el
carácter civilizador de los diferentes pueblos griegos que se asientan en el
Lacio; además, fue precisamente la negativa al cumplimiento de los sacri-

84
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 456 ss.
85
Infra, cap. IV. 2.
86
Macr., Sat., 1.19 ss.

133 Gerión. Anejo VI (2002) 109-134


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos

ficios humanos lo que determinó la desaparición de los pelasgos de Italia.


Pero al renunciar a estos desarrollos de la leyenda, Dionisio concede muy
escaso valor al significado de la presencia de los pelasgos en el Lacio, pues
toda su contribución cultural queda reducida de hecho al país de los falis-
cos, donde existían tradiciones pelásgicas vinculadas al santuario de Juno
en Falerii87. Su incidencia sobre el territorio latino fue prácticamente nula
y tan sólo al final, como conclusión de la leyenda de los pelasgos, Dioni-
sio reconoce que algunos se quedaron en la región acogidos por los aborí-
genes, «donde posterioremente sus descendientes, junto con otros, edifica-
ron la ciudad de Roma»88. Con su autoridad, Varrón convirtió a los pelasgos
en un elemento fijo en el proceso de la etnogénesis latina, y Dionisio le
siguió, pero desvirtuando su presencia, limitándose de hecho a constatar su
fugaz paso por el Lacio y su consideración como antigua población griega
de Roma89, pero en ningún momento les concede importantes innovaciones
culturales. Este privilegio queda reservado a los arcadios de Evandro.

87
Dion., 1.21.1-2. Cf. D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 343 ss.
88
Dion., 1.30.5: µετ τω ν ’Αβοριγνων πολιτευ µενον ν το τοις πελεϕθη
τοις χωροις, που σν χρ νω τν P µην ο κγονοι ατω ν σν τοις "λλοις
πολσαντο.
89
A este hecho Dionisio alude brevemente en otros pasajes: 1.60.3; 1.89.2; 2.1.3.
También en relación a Alba: 2.2.2.

Gerión. Anejo VI (2002) 109-134 134


La prehistoria mítica de Roma
Gerión. Anejo VI (2002) 135-167 ISBN: 84-95215-39-X
La prehistoria mítica de Roma ISNN: 1576-2564

IV
Los arcadios

1. LOS ELEMENTOS SECUNDARIOS: DÁRDANO Y TÉLEFO

Con la llegada al Lacio de un grupo de arcadios, bajo la guía de Evan-


dro, puede decirse que el panorama de la prehistoria mítica romana cambia
sustancialmente. Aunque todavía nos movemos en un plano legendario, por
vez primera nos encontramos no con un pueblo que colectivamente, en vir-
tud de su propio origen, contribuye en mayor o menor medida al desarro-
llo cultural de los latinos, sino con un personaje concreto que asume el pro-
tagonismo, configurándose por tanto como un antecedente claro de la
figura del fundador. Se trata de Evandro, un héroe arcadio trasladado a
Roma que prácticamente asume sobre su persona todas las tradiciones
acerca de la presencia de este pueblo en el Lacio.
Los mitos arcadios tienen gran importancia en la Italia primitiva. Según
veíamos en un capítulo anterior, Arcadia se presenta como el punto de par-
tida de la primera migración griega hacia la península Itálica. Se trata de la
expedición conducida por Enotrio y Peucetio, hijos de Licaón, que se trans-
forman en epónimos respectivamente de enotrios y de peucetios. Esta
visión etnogénica de Italia es muy antigua, elevándose de hecho a las pri-
meras especulaciones genealógicas. En la primera mitad del siglo V a.C.,
Ferécides de Atenas ya se refería a esta leyenda, que vinculaba a unas raí-
ces pelásgicas, pues el padre de Licaón no era otro que Pelasgo1. La iden-

1
Ferécides, FGH 3F156 (= Dion., 1.13.1): ..., Φερεκδην τν ’Αθηναιον,
γενεαλγων οδενς δετερον. πεποηται γρ ατ ω περ
τω
ν ν ’Αρκαδ α
Jorge Martínez-Pinna Los arcadios

tificación de las poblaciones indígenas del sur de Italia como antiguos


arcadios responde a una percepción, por parte de los griegos, de cierta
similitud entre unos y otros en el plano cultural, pues la consideración de
los arcadios como griegos «atrasados», carentes de un auténtico helenismo,
sirve perfectamente para representar la primitiva imagen de Italia a los ojos
griegos2. Pero por otra parte, la genealogía expuesta por Ferécides, en la
que interviene una componente pelásgica, puede también ser entendida
desde una perspectiva ática, reflejo de los intereses de Atenas en la Italia
meridional en los decenios previos a la guerra del Peloponeso3.
Pero por lo que se refiere a Roma y al Lacio, esta leyenda no fue utili-
zada en su vertiente pelásgica. Como veíamos en su momento, y en lo que
respecta a los pelasgos, Dionisio prefiere inclinarse por la versión conte-
nida en Helánico para explicar la llegada de este pueblo a Italia, pero sí
invoca la tradición sobre la migración de los Licaónidas como justificación
sobre el origen griego de los aborígenes. De acuerdo con su demostración,
estos procedían de los enotrios, por lo que eran antiguos arcadios, cuyas
costumbres originales, como el modo de vida en un ambiente de montaña,
mantuvieron durante cierto tiempo en su nueva patria, precisamente hasta
que los pelasgos les enseñaron a vivir en ciudades4. La componente arca-
dia propiamente dicha se introduce en Roma sobre todo por sus vínculos
con la leyenda troyana, y quizá no tanto como consecuencia del proceso de
«arcadización» que experimenta la península Itálica a lo largo de los siglos
V y IV.

βασιλευσντων δε  λγος «Πελασγο υ κα


∆ηιανερης γνεται Λυκων ο τος
γαµει Κυλλνην, Νηδα νµϕην, ϕ’ ς τ ρος  Κυλλνη καλειται». πειτα τος
κ τοτων γεννηθντας διεξιν κα
τνας καστοι τπους κησαν, Οντρου κα

Πευκετου µιµνσκεται λγων δε!  «κα


Ο"νωτρος, ϕ’ ο  Ο"νωτροι καλονται ο#
ν ’Ιταλη οκοντες, κα
Πευκτιος, ϕ’ ο  Πευκτιοι καλονται ο# ν τ ω ’Ιονω
κλπω». Cf. J. Bayet, «Les origines de l’arcadisme romain», MEFR, 38, 1920, pp. 101 ss.
2
Véase sobre el particular, D. MUSTI, «Il processo di formazione e di diffusione
delle tradizioni greche sui Daunii e su Diomede», en La civiltà dei Dauni nel quadro del
mondo italico, Firenze, 1984, p. 100 (= Strabone e la Magna Grecia, Padova, 1994,
pp. 181 ss.); D. BRIQUEL, «Le regard des Grecs sur l’Italie indigène», en Crise et transfor-
mation des sociétés archaïques de l’Italie antique au Ve siècle av. J.-C., Roma, 1990,
pp. 171 ss.
3
Cf. E. LUPPINO, «I Pelasgi e la propaganda politica del V secolo», en Contributi
dell’Istituto di Storia Antica (CISA 1), Milano, 1972, 71-77.
4
Véase supra, cap. I.5.

Gerión. Anejo VI (2002) 135-167 136


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los arcadios

Las relaciones legendarias entre arcadios y troyanos eran muy estre-


chas, hasta el punto de existir entre ambos una comunidad de sangre. Una
de las versiones de la leyenda sobre el viaje de Eneas hacia Occidente fija
una de sus etapas en Arcadia, concretamente en la región de Mantinea,
donde encontrará la muerte y recibirá sepultura el padre del héroe, Anqui-
ses5. El motivo de esta extraña y momentánea detención en el montañoso
corazón del Peloponeso obedece por una parte a la existencia en el lugar de
un santuario a Afrodita, pero sobre todo al hecho de que los ascendientes
de Eneas tenían aquí sus raíces. En efecto, según la tradición canónica que
se eleva a Homero, Dárdano era hijo de Zeus y fundó el linaje troyano
«cuando la sacra Ilión no había sido aún edificada»6. Pero su leyenda tuvo
otros desarrollos, sobre todo a partir de su madre, la atlántide Electra, que
le llevaron a Arcadia y a Samotracia, de forma que según una variante, Dár-
dano era de origen arcadio, pero a causa de un diluvio tuvo que emigrar
hacia Samotracia y finalmente a la Tróade7.
En un momento más avanzado en la elaboración de la tradición, Dár-
dano aparece asimismo en Italia, situación que crea no pocas dificulta-
des. Este personaje figura con una presencia especial en Virgilio, donde
se relaciona con Córito, planteando, como dice D. Musti, «uno dei più
importanti e difficili problemi per la concezione virgiliana del rapporto
tra Troia e Roma e per il metodo seguito dal poeta nell’uso delle fonti e
delle tradizioni di cui disponeva»8. No es mi intención entrar a fondo en
esta cuestión, pero indudablemente tiene interés a los fines que aquí se
persiguen.
En el oráculo que los Penates dirigen a Eneas para indicarle el camino
hacia su nueva patria, le prometen la tierra de sus antepasados, Italia, de

5
Fest., 439L; Str., 13.1.53 (C. 608); Paus., 8.12.8. Sobre la presencia de Eneas en
Arcadia, J. Perret, Les origines de la légende troyenne de Rome, Paris, 1942, pp. 38 ss.; F.
DELLA CORTE, La mappa dell’Eneide, Firenze, 1985, pp. 61 ss.
6
Hom., Il., 215 ss.
7
No está claro que esta versión fuese conocida ya por Helánico, pues si en uno de
sus fragmentos parece referirse a ella (FGH 4F19a [= Schol. Hom. Il, 18.486]), en otro
habla expresamente del nacimiento de Dárdano en Samotracia (FGH 4F23 [= Schol. Apol.
Rhod., 1.916]). Un desarrollo más completo se encuentra en Dionisio, 1.61. Sobre la ver-
tiente arcadia de Dárdano, véase E. THRAEMER, «Dardanos», RE, IV, 1903, col. 2168 ss.
Muy útil asimismo P. M. MARTIN, «Énée chez Denys d’Halicarnasse. Problèmes de géné-
alogie», MEFRA, 101, 1989, pp. 122 ss.
8
D. MUSTI, «Dardano», en Enc. Virg., Roma, vol. I, 1984, p. 998.

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donde procede su lejano ascendiente Dárdano, especificando «que busque


Córito y las tierras ausonias», último objetivo de la peregrinación que inició
tras la destrucción de Troya9. En estos versos, Virgilio introduce algunos
elementos de interés y no exentos de dificultades para su interpretación. En
primer lugar la referencia a Córito, que en este caso parece aludir a un topó-
nimo, como lo confirma su comentarista10, generalmente identificado a la
ciudad etrusca de Cortona11. Ahora bien, con este mismo nombre se cono-
cen diversos personajes de la mitología griega, y en concreto uno de proce-
dencia arcadia que fue asimismo incorporado a las leyendas itálicas, según
veremos inmediatamente, convirtiéndose por tanto en un héroe etrusco.
Más importante es la presentación que ofrece Viriglio sobre Dárdano
como un itálico que emigra a la Tróade, historia que el poeta repite poste-
riormente por boca de Latino cuando éste se dirige a los troyanos12. Su
visión es por tanto italocéntrica: el desplazamiento de los troyanos a Italia
es un viaje de retorno a su patria originaria, de manera que Eneas está cum-
pliento un nostos, una vuelta a casa. Esta migración en un sentido contra-
rio al natural, que siempre imagina a los héroes griegos desplazándose
hacia Occidente, contaba con algún antecendente, como esa versión de
Mírsilo de Metimna que refería cómo los etruscos se dirigieron al Egeo y
se transformaron en Pelasgos13. Sin embargo, no hay razones para pensar
que Virgilio se inspirase en esta tradición, aunque probablemente tampoco
se trata de una innovación del poeta14, si bien esto no le impide actuar de
manera independiente. En el comentario a Virgilio precisamente se men-

9
Verg., Aen., 3.165-171: Oenotri coluere viri; nunc fama minores / Italiam dixisse
ducis de nomine gentem. / hae nobis propriae sedes, hinc Dardanus ortus / Iasiusque pater,
genus a quo principe nostrum. / surge age et haec laetus longaevo dicta parenti / haud
dubitanda refer: Corythum terrasque requirat / Ausonias; Dictaea negat tibi Iuppiter arva.
10
Serv., Aen., 1.380; 10.719 (Tuscia civitas); 3.167; 7.209 (mons et oppidum); Serv.
auct., Aen., 3.170 (oppidum).
11
En contra de la opinión más extendida, N. HORSFALL, «Corythus: The Return of
Aeneas in Virgil and his Sources», JRS, 63, 1973, pp. 68 ss., piensa que se trata de Tar-
quinia, pero los versos de Silio Itálico, Pun., 5.122 ss., parecen claros respecto a Cortona.
Véase E. L. HARRISON, «Virgil’s location of Corythus», CQ, 26, 1976, 293-295.
12
Verg., Aen., 7.205 ss.
13
Mírsilo, FGH 477F8 (= Dion., 1.23.5). Véase supra, cap. III, 2.
14
Así lo consideraba V. BUCHEIT, Vergil über die Sendung Roma, Heidelberg, 1963,
151 ss. En contra, N. HORSFALL, «Corythus: The Return of Aeneas in Virgil and his Sour-
ces», pp. 74 ss.

Gerión. Anejo VI (2002) 135-167 138


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ciona una leyenda según la cual Dárdano era hijo de Córito, epónimo de la
ciudad etrusca de Cortona, que abandonó en dirección a la Tróade15. Natu-
ralmente no es posible determinar con precisión el origen de esta tradición,
pero lo más probable es que deba remitirse a ambientes etruscos tardíos, en
todo caso anteriores a Virgilio16.
Un documento de singular importancia a este respecto lo proporciona
la epigrafía etrusca. Se trata de unas inscripciones encontradas en Túnez,
unos cipos de confín que contienen el mismo texto: m(arce) vnata zutas
tvl(ar) tartanivm tins Φ, es decir Marce Unata Zutas dedica a Tinia (= Júpi-
ter) los confines de los dardanios17. Fechadas a comienzos del siglo I a.C.,
estas inscripciones muestran la presencia en Africa de un grupo de etrus-
cos, que por razones paleográficas y onomásticas debía proceder de la
Etruria septentrional, probablemente asentado en esa región buscando refu-
gio en las vicisitudes de la guerra civil de época silana. Lo singular del caso
es que estos etruscos se declaran «dardanios», descendientes por tanto de
un Dárdano con su punto de referencia en el norte de Etruria. Frente a la
opinión de J. Heurgon18, en el sentido de que se trata de una expresión refe-
rida a los orígenes troyanos de Roma, G. Colonna19 piensa por el contrario
que estamos ante el reflejo de una tradición etrusca, creada en el siglo
II a.C. probablemente en la propia ciudad de Cortona, rica en leyendas
sobre presencia de héroes griegos20. De esta manera, los cortonenses rei-
vindicaban su autonomía histórica y al tiempo reafirmaban sus vínculos

15
Serv., Aen., 3.167. Véase D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, Roma, 1984,
pp. 162 ss.
16
N. HORSFALL, «Corythus: The Return of Aeneas in Virgil and his Sources», p. 79,
piensa en esos momentos de gran efervescencia etruscológica a finales de la República.
17
ET Af 8. Sobre las inscripciones, J. HEURGON, «Inscriptions étrusques de Tunisie»,
CRAI, 1969, 526-551 (= Scripta varia, Bruxelles, 1986, 443-447).
18
J. HEURGON, «Les Dardaniens en Afrique», REL, 47, 1969, 284-294.
19
G. COLONNA, «Virgilio, Cortona e la leggenda etrusca di Dardano», ArCl, 32,
1980, 1-15. Se manifiesta de acuerdo con esta interpretación D. BRIQUEL, L’origine
lydienne des Étrusques, Roma, 1991, pp. 212 ss.
20
Recuérdese la ya mencionada versión sobre el origen pelásgico de los etruscos
transmitida por Helánico (FGH 4F4 [= Dion., 1.28.3]). También en Cortona se mostraba
una tumba de Odiseo, puesto que el héroe habría encontrado allí la muerte, según una
variante conocida por Teopompo (FGH 115F354 [= Schol. Lyc. Alex., 806]), en el desa-
rrollo de las tradiciones consecuencia de la profecía de Tiresias: véase D. BRIQUEL, Les
Pélasges en Italie, pp. 150 ss.

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con Roma, convirtiéndose a través de Dárdano en progenitores de los


romanos, descendientes de Eneas y éste a su vez de Dárdano. Existe sin
embargo una versión según la cual Dárdano fundó Córito (Cortona), dán-
dole este nombre por su propio yelmo (en griego κρυς), perdido en una
batalla sobre el lugar frente a los aborígenes21; pero se trata de una leyenda
tardía, erudita, que desplaza a los aborígenes desde su solar en el Lacio y
los sitúa en el norte de Etruria como población originaria, situación insó-
lita que sólo se constata en esta ocasión.
Es por tanto muy probable que Virgilio tomase de tradiciones etruscas,
que por otra parte no le eran en absoluto desconocidas, la idea de la pre-
sencia de Dárdano en Italia, su relación con Córito y su posterior despla-
zamiento al Egeo, con lo cual Eneas pasaba de ser un desterrado a un
héroe que regresa a la patria de sus antepasados y por tanto a la suya pro-
pia. Ahora bien, el Dárdano de Virgilio, como señala D. Musti, no es aquél
originario de Arcadia, sino el de Samotracia, ya que aparece especial-
mente vinculado a los cultos de los Magni Di, asimilados desde tiempo
atrás a los Penates romanos22. Tenemos aquí una muestra de la autonomía
del poeta respecto a sus fuentes, puesto que el Dárdano etrusco no es otro
que el arcadio, como parece mostrarlo su dependencia respecto a Córito
para su introducción en Etruria. En efecto, Dárdano es llevado a Etruria
por Córito, quien previamente había sido captado por la ciudad de Cor-
tona. La aceptación de Córito en medios etruscos responde a dos razones
fundamentales: por un lado, una cierta proximidad fonética entre su nom-
bre y el de Cortona, lo que le hacía muy adecuado para convertirse en
héroe epónimo de la ciudad; y en segundo lugar, y no menos importante
que la anterior, la relación entre Córito y el héroe arcadio Télefo23.

21
Serv. auct., Aen., 3.170.
22
R. SCHILLING, «Penatibus et magnis Dis», en Φιλας χριν. Miscellanea E.
Manni, Roma, 1980, vol. VI, 1963-1978; D. MUSTI, «Dardano», p. 999. Sin embargo, los
Penates en Virgilio son siempre troyanos, no samotracios (Aen., 2.747; 3.148).
23
N. HORSFALL, «Corythus: The Return of Aeneas in Virgil and his Sources», p. 73:
«Corythus is not an important mythological figure; his existence in legend depends on his
connection with Telephus, and it is only by following the Telephus story westwards that we
can properly understand the function of Corythus in Italy». Véanse asimismo G. COLONNA,
«Virgilio, Cortona e la leggenda etrusca di Dardano», pp. 9 ss.; D. BRIQUEL, L’origine
lydienne des Étrusques, p. 212, si bien estos autores parecen hacer un planteamiento a la
inversa, es decir que habría sido Córito quien atrajo a Télefo.

Gerión. Anejo VI (2002) 135-167 140


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En cuanto al primer punto, además de Cortona, e incluso de una manera


más directa, la presencia de Córito se intuye en una escueta noticia acerca
del origen de la ciudad latina de Cora. Según afirman Plinio y Solino, Cora
fue fundada por Dárdano procedente de Troya24. El nombre de Córito no
aparece, pero su presencia se hace sentir tanto por su relación con Dárdano
como por la proximidad fonética entre su nombre y el de la ciudad. Sin
embargo, por esta misma razón más apropiado sería pensar en un tal Coras,
a quien expresamente menciona Servio en una variante sobre el origen de
esta comunidad del Lacio25 y cuya intervención es conocida a propósito de
la fundación de Tibur. En un capítulo anterior veíamos cómo esta última
ciudad, según una tradición firmemente asentada, había sido fundada por
los tres hermanos argivos Tiburto, Catilo y Coras26. Pero no es ésta la única
ocasión en que se confunden estos personajes, existiendo a la vez una tra-
dición argiva y otra arcadia sobre el origen de una misma ciudad latina.
Según Catón, siendo al respecto la única fuente conocida, Tíbur habría sido
fundada por Catilo, pero no el anterior, sino un arcadio con el mismo nom-
bre definido como praefectus classis de Evandro27. En opinión de D. Bri-
quel, esta variante sería una adaptación local a las leyendas romanas, con
la intención de establecer un vínculo privilegiado entre Tibur y Roma a tra-
vés de la figura de Evandro28; quizá esta misma idea podría aplicarse tam-
bién al ejemplo de Cora, fundada por Dárdano tras un viaje que parece
simular el de Eneas, y en el que asimismo interviene una componente arca-
dia en virtud del origen de Dárdano. En cualquier caso, esta última leyenda
es más tardía que la anterior y probablemente fruto de una especulación
erudita, pues requiere que la tradición sobre Córito, padre de Dárdano,

24
Plin., Nat. Hist., 3.63: Corani a Dardano Troiano orti; Solin., 2.7: Coram a Dar-
dano.
25
Serv., Aen., 7.672: Coras a cuius nomine est civitas in Italia.
26
Supra, cap. II.2.
27
Catón, fr. 56 P = fr. II.26 Ch (= Solin., 2.7): Tibur, sicut Cato facit testimonium, a
Catillo Arcade praefecto classis Evandri. Basándose en las relaciones con Argos que algu-
nas fuentes atribuyen a Evandro, ESCHER, «Euandros», RE, VI, 1907, col. 841, concede a
este Catilo un origen argivo, identificándole por tanto al cofundador de Tibur; sin embargo,
la cualificación de arcadio que le presta Catón parece clara. Los vínculos de Tibur con el
mundo arcadio, siempre en referencia a Roma, se incrementan con aquella versión que
identifica a Carmenta, madre de Evandro, con una ninfa local (Serv. auct., Aen., 8.336),
quizá por la existencia de una sibila tiburtina (Schol. Plat. Phaedr., 244b).
28
D. BRIQUEL, «La légende de fondation de Tibur», ACD, 33, 1997, p. 67.

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estuviese ya consolidada. Es posible que Plinio, fuente a su vez de Solino,


la hubiese tomado de Varrón29, pero en momento alguno puede afirmarse
que fuese invención varroniana, sino que más bien al contrario tiene la apa-
riencia de ser una tradición local. A título de hipótesis, podría suponerse
que la creación de esta leyenda fundacional de Cora con protagonismo de
Dárdano se sitúa en la primera mitad del siglo I a.C., coincidiendo con la
remodelación monumental del templo de los Castores que existía en la ciu-
dad30. Los Castores estaban asimilados a los Penates y estos a su vez a los
grandes dioses de Samotracia, y Dárdano aparece estrechamente vinculado
a la historia de los Penates, que de origen samotracio y tras su introducción
en Troya, fueron finalmente trasladados al Lacio31. En definitiva, por la
misma atribución a Dárdano de la fundación de Cora, se puede corroborar
que en el siglo I a.C. existía ya entre los anticuarios latinos la conciencia
de una conexión entre el fundador de la estirpe troyana y Córito32, vínculo
que aflora en Virgilio bajo características más particulares33.
El segundo aspecto a considerar es la relación Córito-Télefo. Entre los
diversos personajes que llevaban el nombre de Córito, aquél que interesaba
a Etruria era un arcadio, rey de Tegea, conocido sobre todo por haber aco-
gido al niño Télefo, expuesto a la naturaleza salvaje y alimentado por una
cierva34. Pero Télefo gozó de cierto éxito entre los etruscos, como lo prueba
su no escasa presencia en los repertorios iconográficos ya desde inicios del
siglo IV35. Además, desde fecha relativamente temprana, Télefo fue muy
relacionado por autores griegos con héroes que se mueven en el universo

29
En contra, N. HORSFALL, «Corythus: The Return of Aeneas in Virgil and his Sour-
ces», p. 72.
30
Templo de los Castores en Cora: L. CRESCENZI y E. TORTORICI, en Enea nel Lazio,
Roma, 1981, p. 28.
31
Sobre la identificación entre Penates y Castores, A. DUBOURDIEU, Les origines et
le développement du culte des Pénates à Rome, Roma, 1989, pp. 430 ss.; el papel de Dár-
dano en la historia de los Penates, ibidem, pp. 131 ss.
32
Cf. N. HORSFALL, «Corythus: The Return of Aeneas in Virgil and his Sources»,
p. 72.
33
Así, D. MUSTI, «Dardano», pp. 998 ss., destaca la presencia en Virgilio de una
doble visión sobre Dárdano, pues si por un lado menciona su genealogía arcadia (Aen.,
8.135), por otro le concede un origen itálico, como hemos visto.
34
Cf. G. BINDER, Die Aussetzung des Königskindes Kyros und Romulus, Meisen-
heim, 1964, pp. 130 ss.
35
Véase al respecto D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, pp. 200 ss.

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de los mismos orígenes de Etruria, apareciendo en definitiva como lejano


progenitor del pueblo etrusco. Así, ya Licofrón de Calcis hablaba de Tar-
chon y Tirreno como hijos de Télefo, con los cuales se encuentra Eneas tras
su desembarco en Italia y establece una alianza con ellos36; esta filiación
aparece posteriormente repetida en otros varios autores, que en última ins-
tancia dependen del poeta alejandrino37. Con Télefo hace entonces acto de
presencia en Italia una nueva faceta de las leyendas arcadias, aunque nece-
sariamente no todas ellas se remiten a una única matriz.
Roma y el Lacio no se vieron al margen de esta influencia. A este res-
pecto es interesante señalar la existencia de algunas tradiciones que iden-
tifican a Latino con Télefo o bien le hacen hijo de este último38. Aunque
estas noticias aparecen recogidas en fuentes muy tardías, su origen debe
sin embargo elevarse a una fecha bastante temprana. Según J. W. Salo-
monson, tales versiones llegaron a los autores medievales a través de un
anónimo alejandrino del siglo V y del papa Hipólito, quienes a su vez se
basaron en Plutarco, el cual habla de Rhome como hija de Télefo y
esposa de Eneas39. Casi es inevitable establecer una relación entre esta
leyenda y aquella otra, contenida en Licofrón, sobre Télefo y sus hijos
Tarchon y Tirreno, de manera que Rhome pasa a ser hermana de estos
últimos, por lo que en definitiva ambos relatos formarían parte de una
misma tradición que vinculaba a Roma, a través de su heroína epónima,
con la genealogía mítica de los etruscos40. Sin embargo, no veo la nece-

36
Lyc., Alex., 1245 ss.
37
Dion., 1.28.2; Steph. Byz., 607M s.v. Ταρχνιον; Tzet., In Lyc. Alex., 1239, 1242,
1248, 1249. Sobre el destacado papel de Licofrón en esta leyenda, D. BRIQUEL, L’origine
lydienne des Étrusques, pp. 181 ss.
38
Suda, 237A. Latino como hijo de Telefo figura en Malalas, Chron., 162, y en
Cedreno, Chron., 1.245, versión que no deja de ser una variante de la anterior a partir de
un motivo común.
39
Plut., Rom., 2.1; J. W. SALOMONSON, «Telephus und die römische Zwillinge»,
OMRL, 38, 1957, pp. 26 ss.
40
Pueden verse al respecto, con diferentes apreciaciones, B. NIESE, «Die Sagen von
der Gründing Roms», HZ, 59, 1888, p. 489; A. ROSENBERG, «Romulus», RE, IA, 1914, col.
1082; F. SCHACHERMEYR, «Telephos und die Etrusker», WSt, 47, 1929, pp. 155 ss.; A.
ALFÖLDI, Early Rome and the Latins, Ann Arbor, 1965, p. 279; W. A. SCHRÖDER, M. Por-
cius Cato. Das erste Buch der Origines, Meisenheim, 1971, p. 68; P. M. MARTIN,
«Héraklès en Italie d’après Denys d’Halicarnasse (A. R., I, 34-44)», Athenaeum, 50, 1972,
pp. 271 ss.; C. AMPOLO, en Plutarco. Le vite di Teseo e di Romolo, Milano, 1988, p. 267.

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sidad de reunir en un mismo grupo las diferentes progenies de Télefo, así


como tampoco ver en esta versión sobre la fundación de Roma un desa-
rrollo de la leyenda relatada por Licofrón41. Según creo, la independen-
cia de ambas tradiciones está asegurada por la diferente perspectiva que
ofrece cada una, teniendo en cuenta además que sólo tienen en común la
paternidad de Télefo. Lo que en definitiva viene a mostrar es la impor-
tancia que alcanza este personaje en ambientes itálicos, y ciertamente
con mayor intensidad en Etruria, que se materializa en diferentes expre-
siones legendarias.
Télefo tenía una presencia muy intensa en Campania y especialmente
en Capua, en cuyas monedas de mediados del siglo III a.C. se represen-
taba la escena del héroe amamantado por la cierva42. Este episodio del
niño de sangre real expuesto a la naturaleza salvaje y criado por un animal
aproxima Capua a Roma, pues ambas reconocían en sus respectivos
héroes una infancia similar. Como se sabe, estas dos ciudades unieron sus
destinos en una estrecha relación política en la segunda mitad del siglo IV,
hasta que en el año 216 Capua intentó recuperar su autonomía uniéndose
a Aníbal. Sería pues en este período de entente romano-campana cuando
se creó esta leyenda, al igual que aquellas otras que señalan una synghe-
neia entre Roma y Capua. Así, un fragmento de Cefalón de Gergis pre-
senta a Rómulo y Rhomos, hijos de Eneas, como fundadores de Roma y
de Capua43. En similar sentido, Dionisio recuerda una extraña tradición
que habla de una doble fundación de Roma, una poco después de la gue-
rra de Troya y la segunda, protagonizada por Rómulo y Remo, «quince
generaciones después». Según el relato de Dionisio, tras la muerte de
Eneas, su reino fue repartido entre sus tres hijos, Ascanio, Rómulo y Rho-
mos; el primero heredó el poder sobre los latinos y fundó Alba y otras ciu-
dades, sobre Rómulo nada se dice y finalmente atribuye a Rhomos la fun-
dación de cuatro ciudades, Capua, Anquisa, Enea y Roma44. Hace ya
tiempo se descubrió en este relato el residuo de una crónica campana que
intentaba establecer una syngheneia entre Roma y Capua, cabezas respec-

41
Así, D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, p. 187.
42
J. HEURGON, Recherches sur l’histoire, la religion et la civilisation de la Capoue
préromaine, Paris, 1942, pp. 224 ss.
43
Cefalón, FGH 45F8 (= Etym. Magn., 490G, s.v. Καπη).
44
Dion., 1.73.3.

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tivamente de latinos y campanos, como justificación de sus especiales


relaciones políticas45.
En resumen, vemos cómo las tradiciones de cuño arcadio se manifies-
tan en ámbito latino a través de la presencia de importantes personajes de
la mitología griega, aunque salvo el caso de Evandro, responsable indirecto
de la leyenda de fundación de Tibur, ninguno de ellos fue atraido en pri-
mera instancia hacia esta región. Etruria por un lado y Campania por otro
ejercen en este aspecto una influencia decisiva. Pero el gran protagonista
de la componente arcadia en la prehistoria mítica del Lacio es Evandro,
cuya figura aparece monopolizada por Roma.

2. EVANDRO

Si nos hemos de guiar por el nombre, Evandro debió ser en origen un


espíritu bienhechor. La noticia más antigua procede de un fragmento de
Hesíodo, donde figura como hijo de Equemo y de Timandra y vinculado
a la ciudad de Tegea46. Pero no era ésta la única genealogía ni tampoco la
única localización. Tradiciones más tardías, y como consecuencia de su
relación con el culto de Pan, le otorgan como padre al dios Hermes,
siendo su madre Temis o Nicóstrata, privilegiada siempre con el don de
la profecía47. Evandro era un héroe de Arcadia, pero no localizado en un
punto preciso, sino que además de Tegea, su nombre aparece vinculado a
otros lugares, especialmente a Pallantion por la influencia de la tradición
romana. Pero sin duda alguna, esta última localización es producto de
una elaboración secundaria, surgida de la homonimia con el mons Pala-
tinus de Roma, donde Evandro fundó su propia ciudad: en otras palabras,
es más antiguo su asentamiento en el Palatino que su procedencia de
Pallantion48.

45
B. NIESE, «Die Sagen von der Gründung Roms», p. 490; W. SCHUR, «Griechische
Traditionen von der Gründung Roms», Klio, 17, 1920-21, pp. 145 ss. Véase asimismo J.
MARTÍNEZ-PINNA, «Rhome: el elemento femenino en la fundación de Roma», Aevum, 71,
1997, p. 95.
46
Hes., fr. 90 y 93 R, con Serv., Aen., 8.130.
47
Sobre las genealogías de Evandro, muy interrelacionadas con diferentes familias y
dinastías míticas, véase ESCHER, «Euandros», col. 840.
48
J. BAYET, «Les origines de l’arcadisme romain», pp. 70 ss.

145 Gerión. Anejo VI (2002) 135-167


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La llegada de Evandro a Italia es consecuencia de su exilio. Las razo-


nes varían según las tradiciones. Para unos eran de tipo político, pues Evan-
dro militaba en una facción que resultó vencida en un conflicto interno de
su ciudad49, o bien a causa de una carestía50, motivos que en cierta medida
recuerdan las causas de la colonización griega arcaica. Otra versión, quizá
la más antigua, aunque conocida por un autor tardío, Servio, atribuye su
destierro al castigo que le fue impuesto por haber dado muerte a su padre,
hecho en el que P. M. Martin quiere ver una adaptación evemerística de la
función de Evandro como hijo-amante, reflejo de un culto a la fertilidad en
el cual el héroe actuaba como paredro de una antigua diosa-madre51. Cier-
tamente no se conoce otro destino del exilio de Evandro que la península
Itálica, por lo que cabría pensar que ambos hechos son indisociables entre
sí, esto es que el exilio y su llegada a Italia son dos acontecimientos que se
justifican mutuamente. Sin embargo, la tradición sobre el asesinato de
Equemo por parte de Evandro parece un motivo antiguo, anterior a su pre-
sencia en Italia, por lo que es posible suponer que el destino de Evandro en
la versión original se ha perdido, oculto por la importancia que adquirió la
vertiente romana de su leyenda. Sin duda la tradición latina parece conocer
el crimen de Evandro, pero salvo en Servio, que transmite esta versión, no
se encuentra en otras fuentes una afirmación expresa52.
Según el relato de Dionisio, Evandro desembarcó en el Lacio sesenta
años antes de la guerra de Troya, atribuyendo esta cronología a los propios
romanos53, de donde puede suponerse que probablemente detrás se encuen-
tra Varrón. En general las fuentes afirman que Evandro fue bien recibido
por los aborígenes, cuyo rey, Fauno, le concedió tierras donde asentarse54,
según un esquema corriente en el fenómeno de la colonización griega. Sin
embargo, no faltan otras versiones que hablan de un ambiente hostil y de las
guerras que tuvo que sostener el recién llegado para afianzar su situación.
Así, el interpolador a Servio, aludiendo a Varrón, dice que Evandro expulsó

49
Dion., 1.31.2.
50
Eusthat., Comm. Dion. Per., 347.
51
Serv., Aen., 8.51; P. M. MARTIN, «Pour une approche du mythe dans sa fonction
historique. Illustration: le mythe d’Evandre», Caesarodunum, 9, 1974, p. 141.
52
Cf., Verg., Aen., 8.333; Ovid., Fast., 1.479 ss.
53
Dion., 1.31.1: %ξηκοστ ω µλιστα τει πρτερον τω ν Τρωικω ν, ς ατο

&Pωµαιοι λγουσιν.
54
Dion., 1.31.2; Iust., 43.1.6; OGR, 5.3.

Gerión. Anejo VI (2002) 135-167 146


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a los aborígenes de aquellos lugares in quibus nunc Roma est, en alusión al


Palatino, donde el héroe arcadio fundó su asentamiento55. Por su parte, Vir-
gilio rememora por boca del propio Evandro la lucha que éste tuvo que sos-
tener contra Érulo, rey de Praeneste, a quien dio muerte56. Érulo era hijo de
la ninfa Feronia, y como el mismo Virgilio recuerda, se caracterizaba por la
triplicidad: su madre le había proporcionado un alma triple en un cuerpo tri-
ple, al que era necesario matar tres veces. Según señala U. W. Scholz, Érulo
personifica al primitivo y mítico arquetipo del rey latino57, y en este sentido
se aproxima extraordinariamente a otro personaje asimismo tricipitino e
incluido en la leyenda de Evandro, Caco, que encontró la muerte a manos
de Hércules. Virgilio establece pues un paralelo entre estos dos héroes grie-
gos presentes en el Lacio, pero no puede afirmarse que el personaje de
Érulo fuese invención suya58, sino que simplemente readaptó a su interés un
esquema que se hunde en el fondo mitográfico latino59.
Evandro fundó un pequeño asentamiento en el Palatino, una de las coli-
nas de la futura Roma. Esta ubicación responde evidentemente al deseo de
entroncar con la tradición nacional romana, de manera que Evandro se con-
figura como un antecedente de Rómulo. No es ésta la única ocasión en la que
el Palatino aparece como solar originario de una Roma fundada por héroes
griegos60, lo que implica en todos estos casos un conocimiento no superficial

55
Serv. auct., Aen., 8.51.
56
Verg., Aen., 8.560 ss.: ‘o mihi praeteritos referat si Iuppiter annos, / qualis eram
cum primam aciem Praeneste sub ipsa / straui scutorumque incendi victor acervos / et
regem hac Erulum dextra sub Tartara misi, / nascenti cui tris animas Feronia mater /
(horrendum dictu) dederat, terna arma movenda- / ter leto sternendus erat; cui tunc tamen
omnis / abstulit haec animas dextra et totidem exuit armis. El episodio es recordado tam-
bién por Serv. auct., Aen., 8.562, y Lyd., Mens., 1.11; véase asimismo, Serv., Aen., 8.564,
quien lo compara con el combate entre Hércules y Gerión.
57
U. W. SCHOLZ, Studien zum altitalischen und altrömischen Marskult und Marsmy-
thos, Heidelberg, 1970, pp. 152 ss.
58
En este sentido, O. ROSSBACH, «Erulus», RE, VI, 1907, col. 561; P. T. EDEN, A
Commentary on Virgil: Aeneid VIII, Leiden, 1975, p. 155.
59
B. LIOU-GILLE, Cultes «heroïques» romains: les fondateurs, Paris, 1980, pp. 40 ss.;
A.-M. ADAM, «Monstres et divinités tricéphales dans l’Italie primitive», MEFRA, 97, 1985,
pp. 594 ss.; G. CAPDEVILLE, Volcanus. Recherches comparatistes sur les origines du culte
de Vulcain, Roma, 1995, pp. 126 ss.
60
Por ejemplo, Antígono, FGH, 816F1 (= Fest., 328L); Galitas, FGH, 818F1 (=
Fest., 329L); Agatocles de Cícico, FGH, 472F5 (= Fest., 328L), además del desconocido
historiae Cumanae compositor (Fest., 328L).

147 Gerión. Anejo VI (2002) 135-167


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de la tradición indígena. Pero la diferencia radica en que en el caso de Evan-


dro no se trata de una auténtica ciudad, y verdaderamente a excepción de
Pausanias, ningún autor antiguo le otorga este calificativo, sino que más bien
al contrario se resalta la simplicidad y pobreza del poblamiento61. Este se
reduce de hecho al Palatino, aunque tiene una proyección religosa hacia el
valle del Foro y el área del futuro Foro Boario, donde se localizan aquellos
cultos directamente relacionados con Evandro, como se aprecia perfecta-
mente en el itinerario que recorren el héroe arcadio, su hijo Palante y Eneas
en el poema de Virgilio62. Sin embargo, esta falta de definición urbana, esta
simplicitas que envuelve todo lo relativo a Evandro, no debe llevarnos a ver
en su presencia en el Lacio un reflejo del espíritu primitivo de Grecia, mate-
rializado de una manera clara en la misma esencia de Arcadia, según seña-
laba al comienzo de este capítulo en relación a las primeras manifestaciones
de las leyendas arcadias en Italia. Evandro asume desde el inicio de su pre-
sencia en el Lacio el carácter de héroe civilizador, portador de una cultura
superior que transmite a una población todavía agreste e inculta.
La exposición más completa de las aportaciones civilizadoras de
Evandro se encuentra en Dionisio, quien distingue entre aspectos religio-
sos y otros propiamente culturales. Sobre estos últimos, Dionisio hace un
resumen que cierra su exposición sobre los arcadios como elemento for-
mativo del pueblo romano, y en él destaca la introducción de la escritura
y de la música, el establecimiento de las primeras leyes y en definitiva de
un conjunto de innovaciones que supusieron el paso de la vida salvaje a la
civilización63. Las novedades aportadas por Evandro se completan con

61
Paus., 8.43.2: παρ τ ω ποταµω πλιν τω Θβριδι οκσαι; también en Livio,
1.5.1, se lee urbe Arcadica, pero se trata de una glosa. Dionisio, 1.31.3, dice que Evandro
levantó una κµην βραχειαν, mientras que Servio auctus, Aen., 8.51, habla de un modi-
cum oppidum. Aunque no se refiere al poblamiento en conjunto, sino sólo a la vivienda de
Evandro, Virgilio, Aen., 8.359 ss., utiliza las palabras ad tecta... pauperis Evandri.
62
Virg., Aen., 8.337 ss. Sobre esta «ciudad» de Evandro, véase D. MUSTI, «Evandro»,
Enc. Virg., Roma, vol. II, 1985, pp. 441 ss.
63
Dion., 1.33.4: λγονται δ' κα
γραµµτων &Ελληνικω ν χρησιν ες ’Ιταλαν
πρωτοι διακοµσαι νεωστ
ϕανεισαν ’Αρκδες κα
µουσικ(ν τ(ν δι’ *ργνων, + δ(
λραι τε κα
τργωνα κα
αλο
καλο υνται, τω ν προτρων τι µ( σριγξι
ποιµενικαις οδεν
-λλω µουσικη ς τεχνµατι χρωµνων, νµους τε θσθαι κα

τ(ν δαιταν κ το υ θηριδους π


πλειστον ες µερτητα µεταγαγειν τχνας τε
κα
πιτηδεµατα κα
-λλα πολλ τινα .ϕελµατα ες τ κοινν καταθειναι, κα

δι τα υτα πολλη ς πιµελεας τυγχνειν πρς τω ν ποδεξαµνων.

Gerión. Anejo VI (2002) 135-167 148


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los arcadios

otras en el ámbito de la agricultura, asimismo fundamentales en la defini-


ción del héroe civilizador. Dionisio nada dice al respecto, pero sobre ello
se expresa claramente el anónimo autor de la OGR, quien afirma que
Evandro enseñó a los indígenas el cultivo de los cereales y el uso de uncir
los bueyes para arar64.
La idea de Evandro como legislador es compartida por otros persona-
jes indígenas. Así, Jano es recordado como el primero en otorgar una forma
organizada de gobierno e instituir cultos65. En la Eneida, el mismo Evan-
dro relata a Eneas cómo los primitivos pobladores del Lacio, esos *Arbo-
rigines agrestes e incultos, fueron civilizados por Saturno, el cual leges
dedit, inaugurando los aurea saecula66. Pero quizá también Fauno fue con-
siderado como rey legislador, aunque el pasaje de Aulo Gelio que men-
ciona el ius Faunorum et Aboriginum no es lo suficientemente explícito67.
Aun así, no debe descartarse, ya que entre Evandro y Fauno existe una gran
proximidad funcional y muchos aspectos de sus respectivas leyendas son
concomitantes. La función legislativa es sin duda una de las más impor-
tantes que definen al héroe civilizador, pues viene a representar el impulso
definitivo para que un pueblo abandone el estadio de la barbarie. Pero esta
actividad no se desarrolla aisladamente, sino que aparece acompañada de
un complemento indispensable en el ámbito religioso. Esta doble cualidad
se observa perfectamente en la figura de Evandro, a quien se atribuye asi-
mismo un papel fundamental como introductor de cultos; sin embargo,
también Fauno desempeña aquí una destacada función68. Inevitablemente
surge la tentación de extender el paralelo al rey Numa Pompilio, organiza-
dor religioso de la primitiva ciudad romana e incansable legislador, cuya
proximidad a Fauno ya fue contemplada por el poeta Lucilio69. Parece

64
OGR, 5.4: idemque fruges in Graecia primum inventas ostendit serendique usum
edocuit terraeque excolendae gratia primus boves in Italia iunxit.
65
Plut., QRom., 22; 41; Num., 19.10-11; OGR, 3.3; Macr., Sat., 1.9.3, quien cita a
Xenón, FGH 824F1.
66
Verg., Aen., 8.322.
67
Gell., Noct. At., 16.10.8.
68
Prob., Georg., 1.10.
69
Lucilio, vv. 484-485 M (= Lact., Inst., 1.22.13): terriculas, Lamias, Fauni quas
Pompiliique / instituere Numae, tremit has, hic omnia ponit. Sobre las leges Numae, puede
verse últimamente B. LIOU-GILLE, «Les leges sacratae: esquisse historique», Euphrosyne,
25, 1997, 61-84.

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como, si en este aspecto, todos hubiesen sido configurados por similar


molde, en una cadena cuyo último eslabón probablemente se personifique
en Evandro.
En cuanto a la introducción de la escritura, la originalidad de la tradi-
ción atribuida a Evandro está asegurada, pues en definitiva viene a ser el
reconocimiento de los romanos de una deuda contraida con el mundo
griego70. Se trata de la versión más extendida, frente a la muy minoritaria de
los pelasgos, según veíamos en el capítulo anterior, pues fue aceptada por
los primeros analistas, y con estos últimos prácticamente se convirtió en
canónica, al menos en el ámbito historiográfico71. A partir de esta tradición
originaria, se desarrollan dos variantes que no son independientes, sino que
hay que entender en relación a la anterior. En primer lugar, la que sustituye
a Evandro por su madre Carmenta, que encontró un amplio eco entre los
gramáticos72. Aunque permaneciendo en la tradición arcadia, no puede dejar
de sorprender una noticia de este tipo, explicable quizá en un intento por
desnaturalizar el origen griego de la escritura latina, introduciendo a un per-
sonaje como Carmenta que si bien actúa como madre de Evandro, no deja
de ser una figura de raíces indígenas. La segunda variante toma como pro-
tagonista a Hércules, pero asimismo dentro del contexto arcadio, ya que el
héroe griego habría dado a conocer el uso de la escritura en el asentamiento
de Evandro, sin duda cuando éste le recibió en el episodio del enfrenta-

70
Cf. Tac., Ann., 11.14.3: forma litteris quae veterrimis Graecorum; Plin., Nat. Hist.,
7.210: veteres Graecas fuisse easdem paene quae nunc sunt Latinae. Sobre esta cuestión,
ha de consultarse el trabajo fundamental de D. BRIQUEL, «Les traditions sur l’origine de l’é-
criture en Italie», RPh, 62, 1988, 251-271.
71
Según el gramático Mario Victorino, GLK, VI.23, la atribución a Evandro del ori-
gen de la escritura en el Lacio era admitida por Fabio Pictor (fr. 1 P = fr. 2 Ch), por Cin-
cio Alimento (fr. 1 P = fr. 1 Ch) y por Cn. Gelio (fr. 3 P = fr. 2b Ch); la misma opinión se
encuentra expresada en Liv., 1.7.8; Dion., 1.33.4; Tac., Ann., 11.14.3; OGR, 5.4.
72
Hyg., Fab., 277; Isid., Etym., 1.4.1; 5.39.1. En una posición intermedia parece
situarse la OGR, 5.2, donde se califica a Carmenta como omnium litterarum peritissima,
pero concede a Evandro el protagonismo. Una recopilación completa de las fuentes gra-
maticales relativas a Carmenta puede verse en D. BRIQUEL, «Les traditions sur l’origine de
l’écriture en Italie», p. 257. Este autor, siguiendo a H. DAHLMANN, «M. Terentius Varro»,
RE, Suppl. 6, 1935, col. 1218 ss., defiende la idea que estos autores derivan de Varrón, pero
aunque es muy probable que así sea, no puede afirmarse que su inventor fuese el mismo
Varrón, quien por otra parte no debía ignorar asimismo una participación de Evandro
(cf. L. L., 5.21).

Gerión. Anejo VI (2002) 135-167 150


La prehistoria mítica de Roma
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miento con Caco. Conocida únicamente por un fragmento de Juba73, esta


versión se relaciona con la aedes Herculis Musarum, situada en el Campo
de Marte en Roma. El templo fue levantado hacia el año 179 por Fulvio
Nobilior y remodelado en el último tercio del siglo I a.C. por L. Marcio
Filipo, personaje emparentado con Augusto74. Sin duda alguna, la concesión
a Hércules del papel de introductor de la escritura debe situarse en estos
momentos, cuando Ovidio, en una clara actitud de adulación al princeps,
canta la gloria de Filipo como constructor del templo75. Inmerso en este
ambiente, y creyendo que su linaje descendía del mismo Hércules, Juba
debió idear esta versión de la leyenda76, a través de la cual justificaba la aso-
ciación, en principio tan extraña, de Hércules y las Musas, prescindiendo de
las razones que en origen habían determinado la construcción del santuario.
La tradición arcadia sirvió asimismo de modelo para el desarrollo de la
teoría pelásgica sobre la introducción de la escritura, pues una y otra se
encontraban estrechamente relacionadas con la extensión de los elementos
eolios en la lengua latina, como comprobábamos en el capítulo anterior.
Estas especulaciones lingüísticas aplicadas a la historia del latín no son
producto tanto de estudios filológicos, como sobre todo de la aceptación de
una fase arcadia en el pasado más remoto de Roma, de gran interés en su
formación cultural por la importancia que supone la introducción de la
escritura. En otras palabras, primero se creó la tradición sobre la escritura
y después la teoría lingüística, como es generalmente reconocido. El pro-
blema radica en determinar cuándo y cómo se desarrolló esta última, y aquí
las opiniones no son unánimes. Quizá la tendencia más extendida se inclina
por situar este momento en el siglo I a.C., en relación directa con la activi-
dad de determinados gramáticos griegos interesados en establecer vínculos
entre su propia lengua y la de la dueña del mundo, Roma77. Por el contra-

73
Juba, fr. 13 P (= Plut., QRom., 59): / τι γρµµατα τος περ
Ε0ανδρον
δδαξεν &Ηρακλη ς, ς ’Ιβας #στρηκε.
74
Sobre el templo, últimamente, F. COARELLI, Il Campo Marzio, Roma, 1997,
pp. 452 ss.
75
Ovid., Fast., 6.797 ss.
76
Véase D. BRIQUEL, «Les traditions sur l’origine de l’écriture en Italie», p. 256.
77
En esta línea pueden invocarse, entre otros, los nombres de H. FUNAIOLI, Gram-
maticae Romanae Fragmenta, Roma, 1907, vol. I, p. XVI; J. COLLART, Varron grammarien
latin, Paris, 1954, pp. 206 ss.; D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 450, con opiniones
diversas pero situados en el mismo horizontre cronológico.

151 Gerión. Anejo VI (2002) 135-167


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rio, E. Gabba en principio señala una fecha más antigua, que de hecho se
eleva a las primeras manifestaciones de la historiografía latina con Fabio
Pictor; sin embargo no se separa drásticamente de las opiniones anteriores,
pues habrían sido los eruditos del siglo I a.C. quienes crearon la teoría lin-
güística, cuya base histórica les fue proporcionada por Fabio y los prime-
ros analistas78. En el núcleo del problema se sitúa un fragmento de Catón
relativo a la introducción del dialecto eolio en Italia por parte de Evandro79.
Según veíamos en un capítulo anterior, aunque existen dudas fundadas
sobre la atribución a Catón de especulaciones filológicas, lo que en conse-
cuencia habría también que extender a Fabio Pictor, no hay tampoco por
qué rechazar de plano la existencia de una cierta preocupación por cues-
tiones lingüísticas, aunque sin llegar a asentar una teoría la respecto80.
Siendo el hablar y el escribir actividades tan próximas entre sí, es perfec-
tamente factible que ya en la primera mitad del siglo II a.C. se produjeran
las primeras lucubraciones, todavía muy difuminadas, sobre la lengua
latina y su relación con la griega, una vez aceptada la introducción desde
Grecia del alfabeto y al amparo de la influencia de la escuela alejandrina,
muy activa en discusiones sobre dialectología.
Otra innovación atribuida a Evandro por Dionisio se refiere a la
música, especificando la lira, el trígono y la flauta como instrumentos que
entonces hicieron su aparición en el Lacio. Aquí Dionisio, o su fuente, no
hace sino recoger una idea muy extendida sobre la extrema vocación de los
arcadios hacia la música, según afirmaba Polibio81. No es ésta la única
noticia relativa a la introducción en Roma de instrumentos musicales, sím-
bolo en definitiva de un progreso en el nivel de civilización. Estrabón
recuerda al respecto las aportaciones llegadas desde la etrusca Tarquinia a
Roma y entre ellas menciona la trompeta y la música que acompañaba los
actos públicos82. El texto se enmarca en un hecho comúnmente admitido en

78
E. GABBA, «Il latino come dialetto greco», en Miscellanea A. Rostagni, Torino,
1963, 188-194.
79
Catón, fr. 9 P = fr. I.9 Ch (= Lyd., Mag., 1.5).
80
Cf. F. DELLA CORTE, Varrone il terzo lumen romano, Genova, 1954, pp. 265 ss.; C.
LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di Catone», Athenaeum, 72, 1984,
pp. 428 ss.
81
Pol., 4.20. Sobre el particular, F. W. Walbank, A Historical Commentary on Poly-
bius, Oxford, 1970, vol. I, pp. 465 ss.
82
Str., 5.2.2 (C. 219-220).

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La prehistoria mítica de Roma
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toda la tradición, la admisión en Roma de diversos elementos de la cultura


política y religiosa de procedencia etrusca durante el reinado de Tarquinio
Prisco, aunque en este caso se va más lejos al incluir algunos que no
encuentran confirmación en ninguna otra fuente, entre ellos los de natura-
leza musical. Al analizar la noticia, D. Briquel señala con total acierto el
sentido favorable a los etruscos que se desgaja del texto, lo que permite
apuntar en esa dirección si se quiere buscar el origen primero de la tradi-
ción83. Si se trata más en concreto de Tarquinia, como precisa Briquel, no
se puede afirmar con seguridad, pues bien pudiera ser que el nombre de la
ciudad se haya deslizado como consecuencia de la visión general de los
antiguos que ve en esta ciudad la primitiva patria del rey Tarquinio. Sea
como fuere, lo que no ofrece dudas es la procedencia etrusca de la tradi-
ción, que en última instancia se apoya, por un lado, en la existencia en
Etruria de un rico patrimonio musical que la tradición elevaba a los oríge-
nes lidios del pueblo etrusco84, y por otro, el reconocimiento en medios
romanos de la influencia sufrida en este ámbito desde la vecina Etruria85.
Entre la noticia de Dionisio relativa a Evandro y la de Estrabón sobre Tar-
quinio hay una diferencia notable, a saber que mientras respecto a la trom-
peta se admitía generalmente que era una invención etrusca, los instru-
mentos mencionados por Dionisio eran de origen griego. Pero aun así,
podría pensarse que estamos ante un nuevo ejemplo de desetrusquización
de la historia primitiva de Roma, aspecto tan querido por Dionisio en su
intento por privar a esta ciudad de unas raíces etruscas para realzar una
supuesta helenidad originaria: la música como símbolo de civilización ten-
dría en Roma un origen griego y no etrusco. Sin embargo, la independen-
cia de ambas noticias es absoluta, así como tampoco podemos atribuir a
Dionisio la idea sobre las aportaciones de Evandro en el ámbito musical.
Esta tradición es más antigua y debe elevarse a los primeros momentos de
la leyenda arcadia de Roma.

83
D. BRIQUEL, «Una vision tarquinienne de Tarquin l’Ancien», en Studia Tarqui-
niensia, Roma, 1988, 13-32. Tanto en este trabajo como en su obra L’origine lydienne des
Étrusques, pp. 130 ss., Briquel admite que Estrabón tomó la noticia de Polibio, opinión que
ya era defendida entre otros por O. STEINBRÜCK, Die Quellen des Strabo in fünften Buch
seiner Erdbeschreibung, Halle, 1909, pp. 62 ss., y F. LASSERRE, Strabon. Géographie. III,
Paris, 1967, p. 200.
84
Véase D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, pp. 319 ss.
85
D. BRIQUEL, «Una vision tarquinienne de Tarquin l’Ancien», pp. 18 ss.

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A propósito de la educación de Rómulo y Remo, y en una variante que se


sale del relato canónico, Dionisio y otros autores afirman que Faustulo envió
a los gemelos divinos a la ciudad latina de Gabii para que aprendieran las
letras, la música y las armas griegas86. Ya A. Schwegler destacaba la impor-
tancia de esta noticia, considerándola antigua y merecedora de atención, y la
ponía en relación con la época de los Tarquinios, es decir cuando Gabii gozaba
de cierta importancia cultural y religiosa, especialmente respecto a la doctrina
augural, en el conjunto de la nación latina87. Más aventurada la interpretación
de E. Peruzzi88, quien supone la existencia en Gabii, en la misma época en que
supuestamente vivió Rómulo, de un ambiente cultural helenizante, opinión
que se ha visto reforzada con el reciente hallazgo en la necropólis gabina de
Osteria dell’Osa de un fragmento cerámico con inscripción griega de media-
dos del siglo VIII a.C.89 Ciertamente esta versión sobre la educación de
Rómulo y Remo tiene un sentido apologético, pues trata de dignificar a los
gemelos sacándoles del ambiente salvaje y agreste en el que les sitúa la tradi-
ción canónica90, pero no fue inventada con este propósito, sino que se aprove-
chó una tradición ya existente acuñada con otros fines. El anónimo autor de
la OGR invoca como fuente a Valerio Antias, de manera que habría sido éste
—u otro analista contemporáneo— quien reconstruyó la historia del fundador
de Roma con un espíritu más racionalista91.
Hace ya años, D. Musti destacó el ropaje «arcadio» de esta tradición
sobre los gemelos y Gabii92. En efecto, entre las enseñanzas que se impar-

86
Dion., 1.84.5; Plut., Rom., 6.2; Fort. Rom., 8; OGR, 21.3.
87
A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, Tübingen, 1853, vol. I.1, p. 399. Véase asi-
mismo C. AMPOLO, en Plutarco. Le vite di Teseo e di Romolo, p. 288.
88
E. PERUZZI, «Cultura greca a Gabii nel secolo VIII», PdP, 47, 1992, 459-468;
IDEM, «Grecità di Gabii», PdP, 50, 1995, 81-90. Sigue la opinión de Peruzzi, A. GRAN-
DAZZI, La fondazione di Roma (trad. ital.), Bari, 1993, p. 217. En contra, con muy buenos
argumentos, C. AMPOLO, «L’interpretazione storica della più antica iscrizione del Lazio»,
en Le necropoli arcaiche di Veio, Roma, 1997, 211-217.
89
A. M. BIETTI SESTIERI, The Iron Age Community of Osteria dell’Osa, Cambridge,
1992, p. 185.
90
Cf. H. STRASBURGER, Zur Sage von der Gründung Roms, Heidelberg, 1968, p. 32.
91
Así, C. AMPOLO, «L’interpretazione storica della più antica iscrizione del Lazio»,
pp. 216 ss. Véase asimismo J. POUCET, «L’amplification narrative dans l’évolution de la geste de
Romulus», ACD, 17-18, 1981-82, p. 186, quien piensa en un autor de finales de la República.
92
D. MUSTI, Tendenze nella storiografia romana e greca su Roma arcaica, Roma,
1970, pp. 18 ss.

Gerión. Anejo VI (2002) 135-167 154


La prehistoria mítica de Roma
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ten en esta ciudad y las innovaciones culturales atribuidas a Evandro hay


una coincidencia total. Lo hemos visto para las letras y la música, pero
también existe una tradición tardía, de corte paremiográfico, que concede
a Evandro la invención de las grebas y del escudo93, dos elementos del
armamento hoplítico griego introducido asimismo en el Lacio. Pero ade-
más, destaca también Musti cómo el pastor Faustulo es presentado en el
texto de Dionisio como personaje de origen arcadio, y al tiempo se esta-
blece una proximidad entre el Palatino y Gabii. Sin duda la tradición tiene
un origen gabino, pues pretende vincular a los fundadores de Roma con
Gabii, de la cual se ofrece la imagen de ciudad de una gran tradición cul-
tural y al mismo tiempo anterior a la misma Roma. A título de hipótesis,
creo que no sería aventurado situar el origen de esta versión en el
ambiente cultural y religioso que debió resurgir en Gabii en la primera
mitad del siglo II a.C., al amparo de la remodelación monumental del san-
tuario de Juno94. Los creadores de la leyenda se basarían entonces por un
lado en la propia historia de la ciudad, que en efecto alcanzó en época
arcaica un notable desarrollo cultural, y por otro en la tradición arcadia de
Roma, ya perfectamente asentada con las innovaciones aportadas por
Evandro.
El segundo gran bloque de innovaciones vinculadas al nombre de Evan-
dro se refieren al ámbito religioso, donde el héroe arcadio se presenta
como el primer gran fundador de cultos que conoce Roma. Espigando noti-
cias en todas nuestras fuentes, la lista que surge es amplia, pero no todos
los elementos que la componen tienen idéntica significación. El panorama
más completo se encuentra quizá en Dionisio y en Ovidio. De acuerdo con
la perspectiva histórica de su obra, Donisio hace una exposición más siste-
mática95. Ante todo, señala la creación de numerosos lugares de culto y
diversos rituales, pero centra su atención en cuatro divinidades principales:
Pan Lykaios, Poseidón Hippios, Victoria/Niké y Ceres. El factor común que
une a todas ellas, incluso a las innominadas, es su origen arcadio, es decir
que Evandro y sus compañeros habrían introducido en la futura Roma

93
Apostol., Coll. par., 3.60: cf. ESCHER, «Euandros», col. 842.
94
J. MARTÍNEZ-PINNA, «Rómulo y los héroes latinos», en Héroes y antihéroes en la
Antigüedad clásica, Madrid, 1997, pp. 109 ss. Sobre la importancia del santuario en el
siglo II, véase M. ALMAGRO GORBEA (ed.), El santuario de Juno en Gabii, Roma, 1983.
95
Dion., 1.32.3-33.3.

155 Gerión. Anejo VI (2002) 135-167


La prehistoria mítica de Roma
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aquellas costumbres religiosas que tradicionalmente habían practicado en


su antigua patria. El primero de estos cultos fue asimilado a las Lupercalia
romanas, pues en definitiva ambos participan del universo de la «Wolfsre-
ligion». Por su parte, el de Poseidón Hippios tiene su correspondiente en
las Consualia, que aunque consagradas a Consus, este dios aparece ínti-
mamente relacionado con Neptuno Equestris96; además este Poseidón tenía
un templo en la arcadia Pallantion. En este mismo contexto se explica en
parte la inclusión de Ceres, quien en su versión griega, Deméter, gozaba de
una gran presencia en el Peloponeso, y en concreto en Arcadia, donde un
mito conocido por Pausanias la vinculaba con Poseidón y sus connotacio-
nes equinas97; a ello colaboró además el hecho de que Ceres era celebrada
en Roma según el Graecus ritus. Finalmente, la presencia de Victoria, cuyo
culto se introdujo en Roma a comienzos del siglo III, tiene también una
doble explicación: por un lado, el mito arcadio según el cual Niké era hija
de Palante, hijo de Licaón98, y por otro, como ha puesto en relieve T. P.
Wiseman, una cierta similitud topográfica entre Atenas y Roma, ya que en
la primera de estas ciudades el culto de Pan se situó en una cueva a los pies
de la Acrópolis, cerca de cuya entrada se alzaba el templo de Niké, situa-
ción que se repite en Roma con el santuario de Victoria en el Palatino y el
Lupercal en su ladera99. Sin embargo, el culto a Hércules en la ara maxima,
en cuya institución Evandro interpreta un papel muy destacado, sólo es
mencionado por Dionisio cuando narra la presencia de Hércules en el
Lacio100, ya que carece de raíces arcadias.
El planteamiento de Ovidio es hasta cierto punto diferente, pues tam-
bién está en gran parte determinado por la estructura de la obra donde
habla sobre el particular, los Fasti, una composición de carácter etiológico
sobre el calendario romano. El poeta invoca a Evandro en numerosas par-
tes del poema, aunque quizá es en la introducción al libro V, cuando explica
el nombre del mes de mayo, donde mejor se resume el papel del héroe arca-
dio en la formación de la cultura religiosa romana. Al igual que Dionisio,

96
Véanse sobre el particular S. TRAMONTI, «Neptunalia e Consualia: a proposito di
Ausonio, Ecl., 23, 19», RSA, 19, 1989, 107-122; J. D. NOONAN, «Livy 1.9.6: The Rape at
the Consualia», CW, 83, 1990, 493-501.
97
Paus., 8.25.3.
98
Dion., 1.33.1.
99
T. P. WISEMAN, «The God of the Lupercal», JRS, 85, 1995, p. 4.
100
Dion., 1.40.2.

Gerión. Anejo VI (2002) 135-167 156


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los arcadios

Ovidio recuerda también la gran cantidad de cultos que introdujo Evandro


(sacraque multa quidem... has docuit gentes), así como su origen arcadio
(exul ab Arcadia Latios Evander in agros venerat, impositos attuleratque
deos), pero destaca de forma especial los de Fauno/Pan y Mercurio/Her-
mes101. Pero al margen del respeto hacia la tradición, Ovidio se ve asi-
mismo impulsado por otros motivos. En opinión de E. Fantham, Evandro
reviste en los Fastos un papel similar al que representa Eneas en la Eneida,
de manera que en el poema de Ovidio los padres fundadores de Roma no
son otros que Evandro y Rómulo102. Y en efecto, en la explicación de las
Carmentalia, Ovidio presenta a un joven Evandro que, remontando el
Tíber, llega a una tierra casi solitaria (sparsas per loca sola casas) acom-
pañado de su madre Carmenta, quien le incita a asentarse en esos lugares
augurando la futura grandeza de Roma, profecía que repite en la introduc-
ción a las fiestas del mes de mayo103.
La cuestión que debe plantearse ahora es si estas interpretaciones reli-
giosas son producto de la llegada de Evandro al Lacio, o si por el contrario
fueros ellas las que arrastraron al héroe arcadio hacia Roma, o en todo caso
favorecieron su presencia. Parece que en términos generales, la respuesta
debería inclinarse a favor de la segunda premisa, pero los datos disponibles
no parecen indicar tal dirección. Por un lado, algunos de estos cultos tienen
una explicación familiar, como el caso de Hermes/Mercurio que menciona
Ovidio, pues este dios era el padre de Evandro según una versión que contó
con cierto éxito. Algo similar sucede con el de Victoria, pues por un lado
Evandro era también un Licaónida, mientras que conforme a algunas
variantes, su madre era conocida con el nombre de Nicóstrata. Y por
último, la misma lógica se aplica a la institución por Evandro del culto a
Carmenta104. La atribución al héroe arcadio de estas innovaciones religio-
sas no son en definitiva sino consecuencia de las relaciones familiares que,
a través de distintas versiones, fueron fijadas por el mito entre Evandro y
las divinidades implicadas.
La piedra angular y verdadero centro de todo el problema lo constituye
sin duda la figura de Pan y su posición en el mundo romano. Parece evi-

101
Ovid., Fast., 5.91 ss.
102
E. FANTHAM, «The Role of Evander in Ovid’s Fasti», Arethusa, 25, 1992, 155-171.
103
Ovid., Fast., 1.461 ss.; 5.93.
104
Serv., Aen., 8.337.

157 Gerión. Anejo VI (2002) 135-167


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dente que las similitudes existentes entre el culto y la personalidad de Pan y


diversos elementos propios del ritual de las Lupercalia provocaron una asi-
milación entre ambos. Sin embargo, y a tenor de los datos disponibles, no
parece que Pan fuese conocido en el Lacio en fecha muy temprana. El pri-
mer documento conocido es quizá un espejo prenestino del siglo III, en el
que figura un personaje itifálico con las piernas de cabra, denominado en la
inscripción que le acompaña con el nombre de Painsscos, es decir Panisco,
y junto a él, en situación de protagonismo, aparece Marsias105. El espejo está
firmado por un tal Vibis Pilipus, sin duda un artesano de origen griego, pro-
cedente de Campania por la componente osca de su nombre, que posible-
mente pretende representar una escena de carácter dionisíaco106. Nada
induce a ver aquí a ese Pan asimilado al entorno de las Lupercalia que cono-
cemos sobre todo por la tradición latina. En cuanto a otro espejo, asimismo
da factura prenestina, en el que muy probablemente se escenifique la
leyenda de los gemelos Rómulo y Remo amamantados por la loba en pre-
sencia de otros personajes107, la interpretación de T. P. Wiseman de ver en
uno de ellos la imagen de Pan108, es muy hipotética. Ciertamente la noticia
más antigua conocida relativa a Pan-Luperco procede de un fragmento de
Eratóstenes, donde además de identificar el Lupercal como el lugar de culto
a Pan, atribuye su creación a Evandro109. Sin embargo, en las fuentes latinas
no hay indicios de tal asimilación sino hasta el siglo I a.C. La primera con-
clusión que surge es que la institución del culto de Pan por parte de Evan-
dro va unida a la llegada de éste a Italia según lo imaginaban los autores
griegos, pero no parece que tal idea haya sido admitida inmediatamente
entre los romanos. Según dos analistas del siglo II, Cincio Alimento y Casio
Hémina, Evandro divinizó a Fauno, de donde vendría la denominación de

105
E. GERHARD, Etruskische Spiegel, Berlin, 1897, vol. V, p. 54, lám. 45.
106
Véase F.-H. MASSA-PAIRAULT, Recherches sur l’art et l’artisanat étrusco-italiques
à l’époque hellénistique, Roma, 1985, p. 97.
107
E. GERHARD, Etruskische Spiegel, vol. V, p. 172; R. ADAM y D. BRIQUEL, «Le
miroir prénestin de l’Antiquerio Comunale de Rome et la légende des jumeaux divins en
milieu latin à la fin du IVe siècle av. J.-C.», MEFRA, 94, 1982, 33-65.
108
T. P. WISEMAN, «The She-Wolf Mirror: an Interpretation», PBSR, 61, 1993, 1-6;
IDEM, Remus. A Roman Myth, Cambridge, 1995, pp. 65 ss.
109
Eratóstenes, en Schol. Plat. Phaedr., 244b: Τετρτη ’Ιταλικ.  ν ρηµ α τη ς
’Ιταλας τ(ν διατριβ(ν λαχο υσα, ς υ#ς γνετο Εεανδρος,  τ ν &Pµη το υ
Πανς #ερν, τ καλοµενον Λοπερκον, κτσας. Περ
ς γραψεν ’Ερατοσθνες.

Gerión. Anejo VI (2002) 135-167 158


La prehistoria mítica de Roma
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fana que se otorgaba a los edificios sagrados110. Aunque se desconoce el


texto de estos autores, fácilmente se podría deducir que siendo considerados
Fauno y Evandro como contemporáneos y habiendo muerto el primero,
Evandro le convirtió en dios mediante la institución de un culto en su honor.
Quizá se encuentre aquí un paso intermedio hacia la total aceptación de una
asimilación entre Fauno y Pan, teniendo en cuenta que el primero participa
activamente en el universo que envuelve las Lupercalia.
Esto nos introduce en otro aspecto del problema, la supuesta identifi-
cación entre Fauno y Evandro. Realmente no se encuentra en las fuentes
una afirmación explícita de tal identidad, que más bien parece ser una
deducción de la historiografía del siglo XIX y convertida en lugar
común111. Lo que no se puede negar es la extraordinaria proximidad que
existe entre ambos, con paralelos muy estrechos que se incrementaron con
el paso del tiempo, pero se trata de dos figuras por completo independien-
tes. Evandro y Fauno se mueven en el mismo horizonte cronológico, pues
Fauno es el rey de los aborígenes que recibe a Evandro. Uno y otro apare-
cen estrechamente vinculados a los cultos del Lupercal, como acabamos de
ver. Ambos tienen también una relación muy íntima con la adivinación,
función que se aplica directamente en Fauno y de forma indirecta, a través
de su madre, en Evandro. Esta última, la ninfa Temis en la versión griega
contenida en Dionisio, estaba inspirada por la divinidad y muy pronto fue
identificada a Carmenta, antigua diosa romana provista asimismo del don
de la profecía112; pero además, Carmenta no es ajena al círculo de Fauno113.
Por último, tanto Evandro como Fauno aparecen muy unidos a las leyendas
sobre la presencia de Hércules en el Lacio, sobre todo en el papel que
desempeña este último como progenitor de héroes locales en las respecti-
vas hijas de uno y otro.
Este último aspecto es más antiguo en Fauno que en Evandro, hasta el
punto de poder afirmar que el héroe arcadio capturó la función de Fauno

110
Cincio, fr. 2 P = fr. 2 CH; Hémina, fr. 4 P = fr. 4 Ch (ambos en Serv. auct., Georg.,
1.10).
111
Por ejemplo, A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, vol. I.1, pp. 357 ss.; G. WIS-
SOWA, «Faunus», en W. H. ROSCHER, Ausführliches Lexikon der griechischen und römis-
chen Mythologie, Leipzig, vol. I.2, 1890, col. 1455.
112
Dion., 1.31.1.
113
Véase J. ARONEN, «Iuturna, Carmenta e Mater Larum. Un rapporto arcaico tra
mito, calendario e topografia», OpInstRomFin, 4, 1989, 65-88.

159 Gerión. Anejo VI (2002) 135-167


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como receptor de Hércules cuando éste regresaba a Grecia con los bueyes
de Gerión. En efecto, la relación de Fauno con Hércules, se eleva al siglo
IV, mientras que la presencia de Evandro con este mismo significado no se
documenta sino hasta el siglo II. Se conocen al respecto dos tradiciones,
ambas derivadas de una matriz común. Según la más antigua, Hércules
habría concebido a Palante, como epónimo del Palatino, en una hija de
Evandro, cuyo nombre varía según los autores: Launa en Polibio, Lavinia
en Dionisio y Pallantia en Servio114. La segunda, más reciente, fue ideada
como origen de los Fabios, cuyo primer representante nació de la unión de
Hércules con una hija de Evandro115.
Pero Evandro no sólo se apropió del papel de Fauno en la función pro-
genitora de Hércules, sino que también asumió un papel destacado en otro
episodio sobre la presencia del héroe griego en el Lacio: el enfrentamiento
con Caco. No es mi intención entrar en el análisis de esta compleja figura
legendaria, que merecería por sí sola un tratamiento independiente116, pero
es un hecho admitido que su personalidad sufrió un proceso de degradación,
que acabó convirtiéndole en un monstruo. El estadio más antiguo de la
leyenda sobre Caco se encuentra probablemente en un pasaje de Diodoro,
en el que un príncipe del Palatino, llamado Κκιος (= Cacus), recibe y aga-
saja a Hércules117. Aquí Caco no reviste todavía las connotaciones negativas

114
Pol., 6.11a. 1; Dion., 1.43.1; Serv., Aen., 8.51 (éste menciona a Varrón).
115
Sil. Ital., Pun., 6.619 ss. Sobre el particular, me permito remitir a mi trabajo
«Sobre el origen mítico de la gens Fabia», en Mito y ritual en el antiguo Occidente medi-
terráneo, Málaga (en prensa).
116
Sobre Caco, con muy diferentes perspectivas, pueden verse F. MÜNZER, Cacus der
Rinderdieb, Basel, 1911; J. P. SMALL, Cacus and Marsyas in Etrusco-Roman Legend, Prin-
ceton, 1982; G. CAPDEVILLE, Volcanus, pp. 97 ss.; J. MARTÍNEZ-PINNA, «Rómulo y los
héroes latinos», pp. 120 ss.
117
Diod., 4.21.1-2: &Ηρακλη ς δ' διελθν τν τε τω ν Λιγων κα
τ(ν τω ν
Τυρρηνω ν χραν, καταντσας πρς τν Τβεριν ποταµν κατεστρατοπδευσεν ο 
ν
υν  &Pµη στν. λλ’ α2τη µ'ν πολλαις γενεαις 2στερον π &Pωµλου το υ
3Αρεος κτσθη, ττε δ τινες ω ν γχωρων κατκουν ν τ ω ν
υν καλουµνω
Παλατω, µικρν παντελω ς πλιν οκο υντες. ν τατη δ' τω ν πιϕανω ν ντες
νδρω ν Κκιος κα
Πινριος δξαντο τν &Ηρακλα ξενοις ξιολγοις κα

δωρεαις κεχαρισµναις τµησαν! κα


τοτων τω ν νδρω ν ποµνµατα µχρι
τωνδε των καιρω ν διαµνει κατ τ(ν &Pµην. τω ν γρ νυν εγενων νδρων τ των
Πιναρων *νοµαζοµνων γνος διαµνει παρ τοις &Ρωµαοις, ς πρχον
ρχαιτατον, το υ δ' Κακου ν τ ω Παλατω κατβασς στιν χουσα λιθνην

Gerión. Anejo VI (2002) 135-167 160


La prehistoria mítica de Roma
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que tendrá en la tradición posterior, sino que por el contrario se aproxima a


su lejana concepción como héroe, vinculado a antiguos topónimos (scalae
Caci, atrium Caci) que le señalan como un primitivo señor del Palatino.
Hace tiempo que se quiere ver en esta versión de Diodoro una derivación de
Timeo118, pero aunque este hecho no esté certificado, no cabe duda que se
trata de una de las primeras expresiones de la leyenda de Caco. Esta pre-
sentación «positiva» se repite, bajo otras características, en un espejo de
Bolsena y en cuatro urnas clusinas de los siglos III-II a.C.119, documentos
que escenifican la interpretatio Etrusca de un personaje romano: Caco es
un adivino que en seña su arte a un muchacho sentado a sus pies, llamado
Artile, mientras que en el fondo de la escena acechan los hermanos Caile y
Avle Vipinas con intención de apoderarse de él y arrancarle sus secretos.
Un segundo grupo de tradiciones, que en parte conserva elementos del
anterior pero que ya introduce novedades significativas, estaría formado
por los relatos de Dionisio y de Solino120. Según el primero, Caco sigue
siendo un dinasta local que tiene su sede en el Palatino, pero ya es dibu-
jado con connotaciones negativas: es un bárbaro que gobierna sobre gentes
salvajes, practica el robo y se enfrenta a Hércules, quien le da muerte; el
vacío creado por su desaparición es ocupado por Evandro, quien acompa-
ñaba al héroe griego junto a algunos arcadios121. Por su parte, Solino recoge

κλµακα τ(ν *νοµαζοµνην π’ κενου Κακαν, οσαν πλησον της ττε
γενοµνης οκας το υ Κακου.
118
G. WISSOWA, «Cacus», RE, III, 1897, col. 1166; J. G. WINTER, «The Myth of Her-
cules at Rome», University of Muchigan Studies, 4, 1910, p. 224; F. MÜNZER, Cacus der
Rinderdieb, pp. 131 ss.; F. Sbordone, «Il ciclo italico di Ercole», Athenaeum, 19, 1941, p.
177; E. PARATORE, «Hercule et Cacus chez Virgile et Tite-Live», en Vergiliana. Recherches
sur Virgile, Leiden, 1971, p. 276. En contra, J. GEFFCKEN, Timaios’ Geographie des Westens,
Berlin, 1892, p. 54; J. BAYET, Les origines de l’Hercule romain, Paris, 1926, pp. 131 ss.
119
Estos documentos se encuentran reproducidos y comentados en G. CAPDEVILLE,
Volcanus, pp. 135 ss., con la bibliografía pertinente.
120
Según J. G. WINTER, «The Myth of Hercules at Rome», p. 222, ambos relatos deri-
varían de una fuente común, que no sería otra que el analista L. Calpurnio Pisón; pero no
parece que sea realmente así, pues Pisón y Cn. Gelio, a quien remite Solino, son práctica-
mente contemporáneos, y sobre todo estas versiones ofrecen aspectos tan distintos, que
difícilmente pueden resumirse en un núcleo común.
121
Dion., 1.42.2-3: ν δ( τοτοις <τοις> µχη κρατηθεισι κα
τν π
&Pωµαων µυθολογοµενον Κκον, δυνστην τιν κοµιδ η βρβαρον κα

νθρπων νηµρων -ρχοντα, γενσθαι ϕασ


ν ατ ω διϕορον, ρυµνοις χωροις
πικαθµενον κα
δι τα υτα τοις πλησιοχροις ντα λυπηρν. 4ς πειδ(

161 Gerión. Anejo VI (2002) 135-167


La prehistoria mítica de Roma
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una tradición que se eleva al menos a mediados del siglo II a.C., ya que
transmite un pasaje del analista Cn. Gelio122. En él Caco es presentado
como un personaje de cierta importancia, quien llegó a hacerse con un
reino propio123 y atacó a los arcadios, siendo finalmente vencido por Hér-
cules. Es posible que en esta versión se haya producido una cierta conta-
minación de fuentes etruscas, como se percibe en la mención de Tarchon y
del río Volturno, pero su elaboración es latina y en ella ya figura el enfren-
tamiento con Hércules y la presencia de Evandro, escondido tras la refe-
rencia general a los arcadios.
La imagen sobre Caco cambia a partir de mediados del siglo II en un
sentido cada vez más negativo, desde el momento que su nombre se inter-
preta a partir del griego κακς. La expresión más antigua conocida al
respecto se encuentra en un fragmento de Casio Hémina, en el que Caco
aparece definido como un siervo de Evandro que roba los bueyes a Hér-
cules, llamado Trecarano124. Ciertamente esta versión no gozó de un

καταστρατοπεδεσαντα τν &Ηρακλα µαθεν ν τ ω προσεχει πεδω, λςστρικω ς


διασκευασµενος πιδροµ η αϕνιδω χρσατο κατακοιµωµνου το υ στρατο υ κα

της λεας ση πτυχεν ϕυλκτω περιβαλµενος πλασεν. 2στερον δ'


κατακλεισθε
ς π τω ν &Ελλνων ες πολιορκαν, τ τε ϕρορια κατ κρτος
5λντ’ πειδε κα
ατς ν τοις ρµασιν νηρθη. τω ν δ' ϕρουρων ατο υ
κατασκαϕντων τ πριξ χωρα ο# συνεξελθντες &Ηρακλει κατ σϕα  ς τεροι
παρλαβον ’Αρκδες τ τινες ο# σν Ενδρω κα
Φα υνος  τω ν ’Αβοριγνων
βασιλες.
122
Gelio, fr. 7 P = fr. 6 CH (= Solin., 1.8-9): Hic [Caco], ut Gellius tradidit, cum a
Tarchone Tyrrheno, ad quem legatus venerat missu Marsyae regis, socio Megale Phryge,
custodiae foret datus, frustratus vincula et unde venerat redux, praesidiis amplioribus
occupato circa Volturnum et Campaniam regno, dum adtrectare etiam et audet, quae con-
cesserant in Arcadum iura, duce Hercule qui tunc forte aderat, oppressus est. Megalen
Sabini receperunt, disciplinam augurandi ab eo docti.
123
El reino de Caco es identificado en el texto con la expresión circa Volturnum et
Campaniam, de forma que generalmente es localizado en la región campana. Sin embargo,
teniendo en cuenta que Volturnus era probablemente el nombre etrusco del Tíber (A.
MOMIGLIANO, «Thybris pater», ahora en Roma arcaica, Firenze, 1989, pp. 364 ss.; C. DE
SIMONE, «Il nome etrusco del Tevere», SE, 43, 1975, 119-175), es muy posible que se haya
producido una confusión (bien de Gelio, Solino o quizá una fuente intermedia) e introdu-
cido erróneamente Campania (cf. F. COARELLI, en Gli Etruschi e Roma, Roma, 1981,
pp. 200 ss.; IDEM, Il foro Boario, Roma, 1988, p. 133). La acción debe situarse sin duda
alguna en ambiente tiberino.
124
Hémina, fr. 5 Ch (= OGR, 6): Cumque armenta eius circa flumen Albulam parce-
retur, Cacus, Evandri servus nequitiae versutus et prater cetera furacissimus, Trecarani

Gerión. Anejo VI (2002) 135-167 162


La prehistoria mítica de Roma
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mucho éxito, pese a que Servio la recomendase siglos más tarde frente a
la exageración de los poetas125. En las versiones sucesivas de los histo-
riadores, como Livio, Caco es un pastor muy poco apreciado por sus
vecinos debido a su carácter violento y salvaje126, situación que se radi-
caliza en la tendencia hacia la degradación en la visión de los poetas de
época de Augusto, quienes dedican a este personaje el calificativo de
semihomo o abiertamente de monstruo127. Además, En estos autores del
siglo I, la sede de Caco se ha desplazado ya al Aventino, dejando libre el
Palatino a Evandro.
La mayor parte de estas tradiciones tienen como corolario la institución
del culto a Hércules en la ara maxima del Foro Boario, puesto que se sitúa
en el contexto mítico del retorno del héroe con los bueyes de Gerión. La
presencia de Evandro no es necesaria, sino que se añade en un segundo
momento, una vez que tiene lugar su asentamiento en el Palatino y priva a
Caco, que comienza entonces a declinar, de su originaria condición de
señor de esta colina romana.
¿Cuándo y cómo se produjo la llegada de Evandro a Roma? Respon-
der a estas cuestiones no es tarea fácil128. A partir de los datos conoci-
dos, se puede establecer la siguiente secuencia. La noticia más antigua
procede de Eratóstenes, como hemos visto, quien atribuye a Evandro la
introducción del culto de Pan, ya asimilado al ritual de las Lupercalia, y

hospitis boves subripuit ac, ne quod esset indicium cau<dis a>versas in spelucam attraxit.
Cumque Trecaranus vicinis regionibus peragratis scrutatisque omnibus huiuscemodi late-
bris desperasset inventurum, utcum aequo animo dispendium ferens, excedere his finibus
constituerat. At vero Evander, excellentissimae iustitiae vir, postquam rem uti acta erat
comperit, servum noxae dedit bovesque restitui fecit (sólo transcritos los párrafos 2-4).
Sobre Trecaranus en este contexto, véanse I. HOPNER, «Hercules Recaranus», ZVS, 49,
1919, 256-26-59; G. PUCCIONI, «Hercules Trikaranus nell’Origo gentis Romanae», en
Scripta M. Untersteiner, Genova, 1970, 235-239.
125
Serv., Aen., 8.190: veritas tamen secundum philologos et historicos hoc habet,
hunc fuisse Euandri nequissimum servum ac furem. novimus autem malum a Graecis
κακν dici: quem ita illo tempore Arcades appellabant. postea translato accentu Cacus
dictus est.
126
Liv., 1.7.4-7. Al mismo ambiente se remite una segunda versión contenida en
Dion., 1.39.2-4.
127
Verg., Aen., 8.190 ss.; Ovid., Fast., 1.543 ss.; Prop., 4.9.1 ss.
128
Cf. A. MOMIGLIANO, «Come conciliare greci e troiani», ahora en Roma arcaica,
Firenze, 1989, p. 339: «Come questa leggenda di Evandro si sia formata resta in parte un
mistero».

163 Gerión. Anejo VI (2002) 135-167


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le convierte en hijo de la sibila itálica, la cual debe identificarse con


Carmenta, de acuerdo con un pasaje de Clemente de Alejandría que sin
duda deriva del mismo Eratóstenes129. Poco después, a finales del siglo
III, la imagen de Evandro como introductor de la escritura en el Lacio es
asumida por Fabio Pictor y a continuación por los analistas, incluido
Catón; este último además recuerda la leyenda de la fundación de Tibur
por obra de Catilo, un compañero de Evandro. Otros historiadores lati-
nos del siglo II introducen a Evandro en la tradición sobre Hércules y
Caco y por vez primera se observa un asomo de aceptación de la pater-
nidad de las Lupercalia a Evandro mediante la creación del culto de
Fauno. Otro elemento más que se debe añadir es la mención conjunta de
Evandro y Eneas, como fundadores de Roma, en la versión del anónimo
historiador cumano transmitida por Festo130. Para completar el «dos-
sier», hay por último que considerar un pasaje de Estrabón en el que
Evandro recibe a Hércules, de regreso a Grecia con los bueyes de
Gerión, e instituye, por consejo de su madre, el culto de la ara maxima;
el texto termina con el nombre del analista del siglo II Acilio, quien
invoca como prueba del origen helénico de Roma el Graecus ritus que
se practicaba en este santuario de Hércules131. El problema está en deter-
minar si todo el párrafo de Estrabón pertenece a Acilio o si tan sólo la
parte final, donde aparece su nombre132. Aunque probablemente Estra-
bón recogiese aquí una versión griega sobre los orígenes de Roma, que
quizá encontró en Polibio, no parece que haya duda en reconocer en Aci-
lio la presencia de la tradición arcadia, si bien no puede existir al res-
pecto una certeza absoluta.
El introductor de Evandro en Italia fue sin duda un autor griego. Hace
tiempo, J. Bayet destacaba como un importante factor en este proceso de
«arcadización» el acercamiento entre Fauno Luperco y Pan Lykaios, que
terminaron por identificarse merced a la acción de los mercaderes griegos

129
Eratóstenes, en Schol. Plat. Phedr., 244b; Clem. Alex. Strom., 1.108.3. Cf. T. P.
WISEMAN, «The God of the Lupercal», p. 3.
130
Fest., 328L. Véase supra, cap. I.2.
131
Str., 5.3.3 (C. 230).
132
A favor de una interpretación «larga» se mostraba H. PETER en su edición de los
fragmentos de los historiadores romanos. En contra, J. BAYET, Les origines de l’Hercule
romain, Paris, 1926, pp. 129 ss., y M. CHASSIGNET, en la nueva edición de los analistas
romanos.

Gerión. Anejo VI (2002) 135-167 164


La prehistoria mítica de Roma
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asentados en el Foro Boario. A este primer paso, que se produce en el siglo


V, sigue otro definitivo consistente en la sustitución de Fauno por Evandro
en el Palatino a finales del siglo IV133. Estas ideas fueron en parte reto-
madas y desarrolladas por P. M. Martin, quien admite un similar horizonte
cronológico para la introducción de la leyenda de Evandro, si bien busca
una explicación arqueológica en los escasos restos materiales de proce-
dencia micénica y de la edad del bronce para descubrir la existencia his-
tórica de una «aldea de Evandro»134. Sin duda el elemento religioso pro-
porcionado por la proximidad Fauno-Pan debió jugar un papel decisivo,
pero no existen pruebas para aceptar una cronología tan elevada. Con
razón D. Musti insiste en el sobresaliente papel de Eratóstenes en la ela-
boración de las tradiciones arcadias de Roma135 y ciertamente es a él a
quien remiten las noticias más antiguas conocidas: así, el primero en rela-
cionar a Evandro con la sibila itálica, es decir Carmenta, fue Eratóstenes,
quien asimismo da el primer testimonio sobre la institución del culto a Pan
por Evandro en el Lupercal del Palatino. Esto nos sitúa en la segunda
mitad el siglo III a.C. e inmediatamente después Evandro es admitido en
la primera analística romana como héroe civilizador136. La relación con
Hércules no se documenta sino hasta el siglo II, quizá ya en Acilio pero
en todo caso en Polibio, en Casio Hémina y en Cn. Gelio. En definitiva,
la presencia de Evandro en Roma no debe ser anterior a mediados del
siglo III a.C.
La otra cuestión, muy espinosa, es el por qué. La opinión más exten-
dida, en la que en su momento insistió Bayet y más recientemente Musti,
engloba este hecho como una de las últimas consecuencias del proceso de
«arcadización» de los pueblos itálicos por parte de los griegos, que final-
mente alcanzaría también al Lacio y a la propia Roma. Sin embargo, este
fenómeno se puede aplicar sin temor alguno a las fases más antiguas de

133
J. BAYET, «Les origines de l’arcadisme romain», cit.; IDEM, Les origines de l’Her-
cule romain, pp. 183 ss.
134
P. M. MARTIN, «Pour une approche du mythe dans sa fonction historique»,
pp. 141 ss.
135
D. MUSTI, «Evandro», p. 438.
136
No se debe descartar una inmediata influencia de Eratóstenes sobre los primeros
analistas romanos, como se deduce de algunas indicaciones cronológicas contenidas en
Catón y que implican un conocimiento de la obra de Eratóstenes: cf. L. MORETTI, «Le Ori-
gines di Catone, Timeo ed Eratostene», RFIC, 80, 1952, pp. 299 ss.

165 Gerión. Anejo VI (2002) 135-167


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los arcadios

integración del mundo itálico en el universo mítico-histórico griego, según


señalaba al comienzo de este capítulo, pero ya no tanto en el siglo III. Este
hecho se hace más patente todavía en el caso latino-romano, donde la
leyenda troyana había arraigado con fuerza y por tanto no era necesario
introducir un elemento nuevo que pudiera chocar con el anterior. El factor
religioso interpreta al respecto un estímulo nada desdeñable, como indi-
caba anteriormente, pero no debió ser el único. Quizá haya que volver la
mirada hacia la leyenda troyana, de manera que habría sido ésta la que
arrastró a Evandro y los arcadios hasta el solar de Roma. En este sentido,
puede ser muy significativa la presencia conjunta de Eneas y Evandro en
la singular versión sobre los orígenes de Roma atribuida al anónimo histo-
riador cumano. En páginas anteriores, a propósito de Dárdano, se hablaba
del parentesco mítico que unía a arcadios y troyanos, relación que se
extiende a Eneas y Evandro. Virgilio así lo afirma por boca del primero137,
pero no se trata de una invención del poeta, sino que recoge genealogías
que debieron crearse en época helenística. Evandro es introducido enton-
ces como un antecedente de Eneas, como un preanuncio de la inmediata
llegada del héroe troyano, a quien va preparando el camino. Así se com-
prende mejor la singularidad y el carácter extraordinario del asentamiento
creado por Evandro en Roma.
Evandro es el primer personaje concreto en relación con los orígenes
de Roma. Sin embargo es una primacía no exenta de ambigüedad. Sin duda
el hecho que más sorprende de la ciudad de Evandro sobre el Palatino, la
mítica Palantea, es su falta de continuidad: como dice D. Musti, «non c’è
insomma né una continuità di tradizione né una tradizione nella continuità
dell’insediamento»138. La ciudad de Evandro se desvanece, al igual que esa
otra creada contemporáneamente sobre el Capitolio por los compañeros de
Hércules que deciden no regresar a Grecia con el héroe139. Evandro en defi-
nitiva es fundador de algo que no existe. Por ello no puede extrañar que el
mismo Eratóstenes, gran impulsor de la presencia de Evandro en Roma, no
reconozca a éste sino a Rómulo, a quien relaciona directamente con Eneas,

137
Verg., Aen., 8.134 ss. Véase W. HEILMANN, «Aeneas und Euander im achten Buch
der Aeneis», Gymnasium, 78, 1971, pp. 79 ss.
138
D. MUSTI, «Evandro», p. 438.
139
Dion., 1.34.1-2.

Gerión. Anejo VI (2002) 135-167 166


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Los arcadios

como fundador de la ciudad140. Pero a pesar de todo, Evandro representa un


vínculo fundamental para la integración de Roma en el mundo griego, y
con este fin fue concebido su desplazamiento a Italia. Se trata ante todo de
un héroe civilizador, cuya misión no es otra que aportar a un Lacio todavía
salvaje aquellos elementos culturales necesarios para abandonar la barba-
rie y participar de la esencia del helenismo. El proceso será culminado
inmediatamente por Eneas.

140
Eratóstenes, FGH 241F45 (= Serv. auct, Aen., 1.273): Eratosthenes Ascanii,
Aeneae filii, Romulum parentem urbis refert.

167 Gerión. Anejo VI (2002) 135-167


La prehistoria mítica de Roma
Gerión. Anejo VI (2002) 169-179 ISBN: 84-95215-39-X
La prehistoria mítica de Roma ISNN: 1576-2564

Conclusión:
La etnogénesis latina

Una vez culminado el recorrido a través de los diferentes pueblos que


transitaron por el más remoto pasado del Lacio, llega el momento de inten-
tar obtener algunas conclusiones. Como punto de partida, nada mejor quizá
que volver al célebre trabajo de E. J. Bickerman, citado en la «Introduc-
ción», donde se mostraba cómo los griegos, al elaborar esa prehistoria
científica, integraron en su propio concepto del pasado a las diversas gen-
tes con las que entraban en contacto, de manera que estas pasaban en prin-
cipio a tener su origen en el Egeo1. Los latinos en general, y Roma en par-
ticular, no escaparon a esta visión helenocéntrica, pero su asimilación en el
universo griego no siguió por completo las pautas que marcaron este
mismo proceso en otras partes del Mediterráneo. Así, el pueblo latino no
es producto de una migración procedente del Egeo, como sucede por ejem-
plo con los etruscos, sino que se formó en la región donde siempre habitó,
el Lacio. En este caso la integración tiene lugar entonces recurriendo a
individuos concretos. El héroe epónimo, Latino, se documenta por vez pri-
mera en unos versos de la Teogonía de Hesíodo como hijo de Odiseo y
Circe2, con lo cual se le otorga un marchamo griego, pero a la vez conserva
su carácter indígena. Por lo que se refiere a Roma, la primera leyenda
conocida sobre su origen se halla en un fragmento de Helánico de Lesbos,
donde Eneas asume la función fundacional3; sin embargo, nada se especi-

1
E. J. BICKERMAN, «Origines gentium», CPh, 47, 1952, 65-81.
2
Hes., Theog., 1011 ss.
3
Helánico, FGH 4F84 (= Dion., 1.73.2).
Jorge Martínez-Pinna Conclusión: La etnogénesis latina

fica sobre la población que habría encontrado el héroe troyano tras su


desembarco en el Lacio. Hay que esperar a los autores griegos de finales
del siglo IV para encontrar alguna indicación sobre los primitivos habitan-
tes del Lacio, pero en estos momentos la situación ha cambiado, pues las
propias inquietudes latinas han intervenido y transformado sensiblemente
el panorama. Cuando Eneas, primer héroe griego en pisar suelo latino con
afán de establecerse, hace acto de presencia, es recibido por los aborígenes,
lejanos ascendientes de los latinos y creación de una primitiva historiogra-
fía indígena. Quizá la idea, muy extendida en ambientes griegos durante
los siglos V y IV, que consideraba a Roma una πλις Τυρρηνς y que en
consecuencia no distinguía con claridad entre latinos y etruscos, impidió
que los primeros fuesen objeto de especulaciones acerca de su origen. Los
etruscos absorbían la mayor parte del protagonismo desde la perspectiva
griega.
El proceso que lleva a la formación del pueblo latino no es sin embargo
expuesto de la misma manera en todas nuestras fuentes. Reuniendo los
datos conocidos, que hemos ido viendo a lo largo de las páginas anteriores,
las posibilidades se reducen en última instancia a dos opciones, que pode-
mos denominar respectivamente corta o sintética y larga o desarrollada4.
La primera contempla el fenómeno de la etnogénesis bajo unas coordena-
das muy simples: el pueblo latino sería el resultado de la fusión de un ele-
mento indígena, representado por los aborígenes, y otro extranjero, identi-
ficado a los emigrantes troyanos de Eneas. La segunda visión añade a estas
dos otras componentes, materializadas en diferentes gentes que sucesiva-
mente se habrían asentado en el Lacio, contribuyendo no tanto desde el
punto de vista demográfico —pues siempre se trata de grupos reducidos—
sino sobre todo cultural a la definición del pueblo latino. Además de abo-
rígenes y troyanos, se incluyen esencialmente los sículos, los pelasgos y los
arcadios. Entre estas dos variantes, la primacía cronológica corresponde a
la sintética, pues por una parte a ella se remiten los testimonios más anti-
guos conocidos, y por otra la versión larga presupone la existencia de la
corta, no a la inversa. La variante larga se ha ido formando conforme se
implicaba a otros pueblos en las tradiciones sobre los orígenes de Roma,

4
Las páginas que siguen asumen el contenido de la primera parte de mi trabajo «La
etnogénesis de Roma», que será publicado en las actas del congreso Mitos de fundación,
Barcelona (en prensa).

Gerión. Anejo VI (2002) 169-179 170


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Conclusión: La etnogénesis latina

pero su punto de partida no es otro que la ecuación aborígenes+troyanos =


latinos. La versión larga exige por tanto un esfuerzo de racionalización y
de sistematización de tradiciones independientes que se fueron acumu-
lando por motivos muy diversos, por lo que su confección necesariamente
se sitúa en fecha más reciente.
Los primeros indicios de la idea de la etnogénesis aparecen en auto-
res griegos de comienzos del siglo III a.C., como Calias de Siracusa y
Licofrón de Calcis, precisamente aquellos mismos de los que proceden
las primeras menciones de los aborígenes, según veíamos en el primer
capítulo5. Calias recuerda cómo Latino, llamado rey de los aborígenes,
recibe a Eneas y a los troyanos fugitivos y contrae matrimonio con
Rhome, una de las mujeres troyanas, epónima de la ciudad fundada por
los hijos de ambos: Roma descansa entonces en la unión de un elemento
aborigen, representado por Latino, y otro troyano, personificado en
Rhome. No muy diferente es el planteamiento que ofrece Licofrón, quien
presenta a Eneas desembarcando en el Lacio, en el territorio de los abo-
rígenes, llamados aquí Βορεγονοι. Sin duda alguna, estos autores no
tenían in mente la idea de la etnogénesis, no les preocupaba exponer dete-
nidamente cómo se había formado el pueblo latino. Para ellos lo princi-
pal era destacar la existencia de una componente troyana como elemento
distintivo de la esencia de Roma, que de esta manera pasaba a integrarse
en el mundo griego y disfrutar en parte de una nobleza helénica. En tal
sentido, no hay entonces diferencia entre estas tradiciones y aquellas
otras que sin mencionar a los aborígenes, reconocían asimismo para
Roma un origen troyano. Pero aun sin pretenderlo, en su misma formula-
ción estaba contenido el germen del concepto de la etnogénesis, pues no
cabe duda que un lector advertido percibía claramente que el pueblo
latino estaba formado por una parte indígena y otra troyana. Cuándo se
produjo el paso definitivo a esta comprensión del fenómeno es algo que
no sabemos con certeza, aunque es probable que fuese contemporáneo o
ligeramente anterior a estos autores.
Hasta donde podemos saber, el primero en formular de manera expresa
la etnogénesis latina fue Catón. Este dibujaba un Lacio habitado por un
pueblo agreste e inculto, los aborígenes, a los cuales se añadieron poste-
riormente los troyanos de Eneas, definiendo en conjunto un único pueblo

5
Calias, FGH 564F5 (= Dion., 1.72.5); Lyc., Alex., 1226 ss.

171 Gerión. Anejo VI (2002) 169-179


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Conclusión: La etnogénesis latina

llamado latino6 Aunque esta afirmación de la versión sintética de la etno-


génesis se documente por vez primera en Catón, posiblemente no fuese
idea suya, sino que sin duda la recogió de la propia tradición latina que
acuñó el concepto de aborígenes, que debe remitirse a ambientes lavinates.
Esta visión de la etnogénesis gozó de amplio éxito en autores posteriores.
En el siglo I a.C. Salustio la hizo suya7 y en las postrimerías del mismo, en
época de Augusto, se convierte de hecho en la versión canónica. La unión
de aborígenes y troyanos en un solo pueblo por obra de Eneas, sucesor del
rey indígena Latino, es expresada claramente por Livio y por Estrabón8,
dos autores que utilizaron a Catón más de lo que comúnmente se cree, y
por esas mismas fechas también el rey Juba de Mauritania plasmó idéntica
opinión en su historia de Roma9. El mismo Virgilio, que como hemos visto
evita utilizar el término de aborígenes, al final de su poema no deja de
reconocer el nacimiento de un nuevo pueblo con la fusión de las sangres
troyana e indígena10. En los siglos posteriores el esquema de Catón se sigue
repitiendo en otros autores, como Apiano, Charax de Lampsaco y Dion
Casio11.
Pero al mismo tiempo se va desarrollando la otra variante de la etnogé-
nesis, que ciertamente no careció de éxito. Esta última va incorporando
nuevos elementos que paulatinamente se han ido añadiendo a la visión de
la prehistoria de Roma, en un intento por ordenar el conjunto de los datos
que se han acumulado y presentar un panorama completo y sistemático. En
este grupo se incluyen diversos pueblos de estirpe griega que, por motivos
muy diversos, se han introducido en el Lacio. Así, la presencia de los sícu-
los se explica a partir de la integración de Sicilia en el mundo romano en
los últimos decenios del siglo III; la de los pelasgos, tras la conquista de
Macedonia y el Epiro y su organización como provincia a mediados del

6
Catón, fr. 5 P = fr. I.6 Ch (= Serv., Aen., 1.6): Cato in originibus hoc dicit, cuius
auctoritatem Sallustius sequitur in bello Catilinae, «primo Italiam tenuisse quosdam qui
appellabantur Aborigines. hos postea adventu Aeneae Phrygibus iunctos Latinos uno
nomine nuncupatos».
7
Sal., Cat., 6.1-2.
8
Liv., 1.2.4; Str., 5.3.2 (C. 229).
9
Juba, FGH 275F9 (= Stph. Byz., 7M, s.v. ’Αβοριγινες).
10
Verg., Aen., 12.820 ss.
11
App., Reg., fr. 1 y 1a; Charax, FGH 103F40 (= Stph. Byz., 7M, s.v. ’Αβοριγινες);
Cas. Dio, en Zon., 7.1.

Gerión. Anejo VI (2002) 169-179 172


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Conclusión: La etnogénesis latina

siglo II, y por último los arcadios se presentan de la mano de Evandro,


como imagen de héroe civilizador, no antes de mediados del siglo III. Pero
todas estas influencias operan con independencia unas de otras, cada una
movida por sus propios impulsos, de forma que se hace necesario esperar
un tiempo a que sean absorbidas y admitidas en los círculos intelectuales y
políticos de Roma. Posiblemente la sistematización de esta nueva concep-
ción etnogénica se deba a la pluma de Varrón, quien influyó muy profun-
damente en las opiniones de Dionisio de Halicarnaso, autor que ofrece la
exposición más completa de todas cuantas se disponen sobre esta cuestión.
Sin embargo, son tantas las componentes que concurren en el proceso, que
no todas las versiones coinciden en su totalidad, observándose incluso
planteamientos bastante singulares.
Así sucede en la presentación del problema que encontramos en Floro,
quien enmarca la formación del pueblo romano en el contexto del Asylum
de Rómulo, al cual se habrían acogido por un lado latinos y etruscos y por
otro gentes procedentes de ultramar, los frigios de Eneas y los arcadios de
Evandro12. En su análisis de este pasaje, señala con razón D. Briquel cómo
Floro distigue entre indígenas (latinos y etruscos) y extranjeros (troyanos y
arcadios) en la formación del pueblo romano, pero con un fin integrador
que prefigura la grandeza posterior del Imperio, fundado sobre naciones de
diferente origen13. Como es natural, Floro conocía las tradiciones sobre el
pasado legendario del Lacio, pero inicia su relato con el nacimiento de
Rómulo, sin apenas alusiones a la historia anterior. Sin embargo, prescin-
dir de toda esa lejana prehistoria implicaba también olvidarse de Eneas y
de las raíces troyanas de Roma, lo cual no era posible, por lo que Floro
decide introducirlos en ocasión tan poco oportuna. Así las cosas, se podría
dudar si verdaderamente nos encontramos ante una variante de la etnogé-
nesis, o si por el contrario se trata de un recurso historiográfico sugerido
por el propósito epitomista de este historiador.
En diversas ocasiones, las fuentes antiguas mencionan listas de pueblos
que sucesivamente habrían ocupado la región latina. En estas relaciones no
se observa de forma expresa un intento por tratar la etnogénesis como tal

12
Flor., 1.1.9: Latini Tuscique pastores, quidam etiam transmarini, Phryges qui sub
Aenea, Arcades qui sub Evandro duce influxerant.
13
D. BRIQUEL, «La formation du corps de Rome: Florus et la question de l’Asylum»,
ACD, 30, 1994, 209-222.

173 Gerión. Anejo VI (2002) 169-179


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Conclusión: La etnogénesis latina

problema histórico, pero implícitamente sí se hace referencia al enriqueci-


miento del que se ha beneficiado la región por la sola presencia de tantos
pueblos, y al mismo tiempo tales noticias vienen a ser un reflejo de la
visión larga de la etnogénesis latina. El autor que proporciona una lista con
mayor número de elementos es sin duda Plinio, quien en el inicio de su des-
cripción del Lacio, menciona como antiguos habitantes de la región, por
una parte, a aborígenes, pelasgos, arcadios, sículos, auruncos, rútulos, y
por otra, como situados más allá del Circeo, a volscos, oscos y ausonios14.
El naturalista ofrece en esta síntesis una visión muy extensa del concepto
histórico del Lacio, tanto en su dimensión temporal como en la espacial.
En efecto, Plinio relaciona pueblos legendarios con otros plenamente his-
tóricos, con la particularidad que estos últimos son aquellos referidos al
Latium Adiectum, localizados por tanto en un nivel cronológico no anterior
a las postrimerías del siglo IV a.C.15 Sin embargo, hay que reconocer que
Plinio ha distinguido previamente el Latium Antiquum, en el cual sitúa un
conjunto de pueblos que vienen a representar la visión común del pobla-
miento legendario del Lacio. Pero no puede dejar de observarse algunos
hechos ciertamente singulares. Por un lado, hay un pueblo mencionado por
duplicado, los auruncos, idénticos a los ausonios, siendo el primero el tér-
mino itálico y el segundo el griego. Estas gentes definen un entidad histó-
rica, que tenía su ámbito en la región comprendida entre Campania y el
Lacio, pero también son incluidos en las tradiciones sobre la más lejana
prehistoria itálica16 y latina. Como veíamos en páginas anteriores, los
auruncos aparecen en la Eneida vinculados a los sicanos/sículos, pero tam-
bién muy unidos a los rútulos17, lo que puede explicar que ambos figuren

14
Plin., Nat. Hist., 3.56: Latium antiquum a Tiberi Cerceios servatum est...: tam
tenues primordio imperi fuere radices. Colonis saepe mutatis tenuere alii aliis temporibus,
Aborigines, Pelasgi, Arcades, Siculi, Aurunci, Rutuli et ultra Cerceios Volsci, Osci, Auso-
nes, unde nomen Lati processit ad Lirim amnem.
15
Cf., sin embargo, las interesantes observaciones acerca de la vertiente legendaria
de oscos y ausonios en la región al sur del Lacio planteadas por D. BRIQUEL, Les Pélasges
en Italie, Roma, 1984, pp. 542 ss.
16
Los ausonios se tenían por autóctonos (Ael., Var. hist., 9.16) y figuran en los pri-
meros registros históricos griegos relativos a Italia, como en Hecateo, FGH 1F61
(= Steph. Byz., 479M, s.v. Νω λα), Antíoco de Siracusa, FGH 555F8 (= Str., 5.4.3
[C. 242]) y Helánico de Lesbos (FGH 4F79a-b (= Steph. Byz., 566-567M, s.v. Σικελα;
Dion., 1.22.3).
17
Verg., Aen., 11.317.

Gerión. Anejo VI (2002) 169-179 174


La prehistoria mítica de Roma
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juntos en la lista de Plinio. Pero, en segundo lugar, quizá el hecho más sor-
prendente en esta sucesión de pueblos es la ausencia de los troyanos, que
como hemos visto es un punto fundamental en la configuración de la
prehistoria latina. Ahora bien no sólo Plinio omite la presencia de la com-
ponente troyana. Conocemos otras listas que presentan la misma carencia.
Así, Aulo Gelio y Macrobio mencionan de pasada a auruncos, sicanos y
pelasgos, qui primi coluisse Italiam dicuntur18, pero como veíamos en su
momento, se trata sin duda de nombres sacados al azar de una lista más
amplia cuyo exacto contenido desconocemos. Más significativo es el caso
de Solino, quien en una perspectiva más próxima a la de Plinio, habla de
aborígenes, auruncos, pelasgos, arcadios y sículos19. Generalmente se da
por sentado que tanto Solino como la primera parte de la lista de Plinio pro-
ceden en última instancia de Varrón20. Puede que en el fondo se encuentre
el polígrafo reatino, pero la inclusión de los auruncos, y en esa relación
especial con los rútulos que aparece en Plinio, y sobre todo la ausencia de
los troyanos, invitan a ver una contaminación en las fuentes. Quizá haya
que pensar en un descuido de Plinio, que se trasladaría a Solino, puesto que
resulta difícil pensar en una consciente marginación del elemento troyano.
Una visión con pretensiones totalizadoras se encuentra en la obra anó-
nima conocida con el título de Origo gentis Romanae, que contempla el
pasado más lejano de Roma desde los reinados míticos de Jano y Saturno
hasta Rómulo, es decir toda la prehistoria romana. Su autor, que se mues-
tra muy influido por Varrón21 pero que en realidad asume, y en honor a la
verdad no siempre de forma coherente, distintas versiones que circulaban
en Roma desde el siglo II a.C., presenta una reconstrucción según la cual
el pueblo latino se formó mediante la agregación de diversos elementos
griegos sobre un fondo indígena. Estas primitivas gentes, que ofrecen todas
las carácterísticas de una población autóctona, fueron en primer lugar civi-
lizadas por la acción de Jano y Saturno, presentados como exiliados grie-
gos que introducen en el Lacio los primeros elementos de una vida organi-

18
Gell., Noct. At., 1.10.1; Macr., Sat., 1.5.1.
19
Solin., 2.3.
20
Cf., respecto a Plinio, K. G. SALLMANN, Die Geographie des ältern Plinius in ihrem
Verhältnis zu Varro, Berlin, 1971, pp. 198 s.; D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, p. 495, n.
5. Por otra parte, es muy posible que Solino tuviera presente a Plinio al redactar esta lista.
21
Véase J.-C. RICHARD, «Varron, l’Origo gentis Romanae et les Aborigènes», RPh,
57, 1983, 29-37.

175 Gerión. Anejo VI (2002) 169-179


La prehistoria mítica de Roma
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zada, como la agricultura y el culto a los dioses. Sin embargo, una laguna
en el texto impide conocer en detalle cómo se relacionaba a estos primiti-
vos indigenae con los aborígenes, pues la OGR adopta la visión que hacía
de estos últimos unos emigrantes griegos22. Este anónimo autor racionaliza
en extremo las tradiciones sobre la llegada de gentes extranjeras y aquella
otra sobre la dinastía mítica del Lacio, de forma que cada pueblo está en
relación directa con uno de los reyes. Así, Pico recibe a los aborígenes,
Fauno a los arcadios y por último Latino a los troyanos23. Pero esta serie de
correspondencias le obliga a ignorar la presencia de un cuarto pueblo, los
pelasgos, cuya intervención en la prehistoria latina estaba firmemente
asentada; igualmente los sículos quedan relegados del esquema.
La exposición más extensa y organizada de todas cuantas existen
acerca de la prehistoria mítica se encuentra en Dionisio de Halicarnaso.
Este historiador redactó una historia de Roma hasta la primera guerra
púnica con un propósito muy definido: demostrar la naturaleza griega de
la ciudad desde sus más remotos orígenes. Determinado por esta idea, la
etnogénesis latina ocupa en su obra un lugar muy destacado, como lo
prueba la enorme extensión que le concede24. Para alcanzar sus objetivos,
Dionisio se ve forzado a discutir todo tipo de argumentos, de tal forma que
el resultado, y aquí es donde radica uno de sus principales méritos, se con-
vierte en una lograda combinación de historia y anticuariado25. De todo
ello resulta una admirable tarea de investigación, aunque no exenta de pun-
tos oscuros, para lo cual se vale de las tradiciones existentes, eligiendo
entre aquellas que le parecen las más verídicas o que mejor se adaptan a
sus intereses; utiliza argumentos lingüísticos, arqueológicos y topográfi-
cos; recurre a la comparación entre instituciones y hechos griegos y roma-
nos, y todo sometido a los controles corrientes en la historiografía griega.
Según la reconstrucción que propone Dionisio, sobre una capa autóctona y
salvaje, definida por los sículos y a la cual se hace necesario expulsar para

22
OGR, 4.1-2.
23
OGR, 4.3 (Pico y los aborígenes); 5.1 (Fauno y los arcadios); 9.1 (Latino y los tro-
yanos).
24
La exposición dela etnogénesis latina se encuentra en los sesenta primeros capítu-
los del libro I. Son fundamentales al respecto D. MUSTI, Tendenze nella storiografia
romana e greca su Roma arcaica, Roma, 1970, pp. 11 ss.; E. GABBA, Dionysius and The
History of Archaic Rome, Berkeley, 1991, pp. 93 ss.
25
E. GABBA, Dionysius and The History of Archaic Rome, p. 98.

Gerión. Anejo VI (2002) 169-179 176


La prehistoria mítica de Roma
Jorge Martínez-Pinna Conclusión: La etnogénesis latina

eliminar cualquier resto de barbarie, se van superponiendo diferentes


poblaciones de procedencia griega que sucesivamente llegan al Lacio: abo-
rígenes, pelasgos, arcadios (reforzados con un pequeñpo grupo de pelopo-
nesios que acompañaban a Heracles) y finalmente troyanos.
En sus líneas generales, Dionisio toma este esquema de Varrón y de la
tradición histórica anterior, pero lo transforma en aras a conceder a Roma
un prístino origen griego. En este sentido, la principal novedad se centra sin
duda en la definición que conviene proporcionar a los aborígenes. Estos
últimos constituían un elemento fijo en la tradición romana y como tal
había sido también aceptado en amplios círculos de la historiografía griega.
Sin embargo, los aborígenes habían sido ideados como población autóc-
tona y así se mantenía en la historiografía romana, si bien este principio
admitía alguna pequeña variación como la propuesta por Varrón, que
situaba su origen no en el Lacio sino en la cuenca de Reate. Pero esta con-
cepción no concordaba con los fines de Dionisio. Este se ve en la necesi-
dad de conservar a los aborígenes como elemento más antiguo, respetando
así una tradición firmemente asentada, pero para salvar la dificultad, se ve
asimismo obligado a otorgarles un origen griego. Este cambio trascenden-
tal en la definición de los aborígenes contaba con algunos antecedentes,
pero Dionisio reelabora el problema integrándolo en una visión general de
la prehistoria italiana: así, los aborígenes se transforman en arcadios pro-
ducto de la primera migración griega a Italia, aquélla conducida por Eno-
trio y Peucetio. La nueva definición de los aborígenes repercute en los sícu-
los, cuya imagen como población que desde el Lacio se dirigió a Sicilia
había sido creada en ambientes romanos en la segunda mitad del siglo II y
desarrollada por Varrón. Dionisio hace suyos estos principios y caracteriza
abiertamente a los sículos como gentes autóctonas e incivilizadas, según
corresponde a toda autoctonía no griega, renunciando así a la posibilidad
de incrementar la componente helénica de Roma a través de los griegos de
Sicilia26.
A pesar de sus distintos planteamientos, estas dos versiones de la etno-
génesis latina no son abiertamente contradictorias, no se observa entre ellas
una fuerte discrepancia, pues en el fondo se trata de la misma concepción
pero con desarrollos diferentes. Así, vemos cómo entre los defensores de

26
Sobre la autoctonía de los sículos en Dionisio, puede verse D. BRIQUEL, Les
Tyrrhènes peuple des tours, Roma, 1993, pp. 114 ss.

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la versión larga, en especial en aquellos autores que la exponen de una


manera más completa, los aborígenes definen siempre el sustrato base de
población, aquél que recibe sucesivamente a los recién llegados: en otras
palabras, se sitúan permanentemente en un nivel «cero». La presencia de
las nuevas capas de población supone un enriquecimiento cultural, pero no
una sustancial alteración étnica, pues es precisamente en la acumulación de
estos elementos culturales donde descansa la legitimidad histórica del pue-
blo romano, según señala con total acierto E. Gabba en relación a las opi-
niones de Dionisio27. Incluso el propio Dionisio no deja de reconocer que
el pueblo latino nació de la unión de aborígenes y troyanos, pero natural-
mente de unos aborígenes de procedencia helénica y sin olvidar la contri-
bución de los restantes emigrantes griegos28. De la misma manera, los par-
tidarios de la visión corta no dudan en incluir en sus relatos elementos
característicos de la versión opuesta, aunque desvinculándose de un
esquema diacrónico. Por ejemplo, Livio se detiene en el mito de Evandro
o en la presencia de Hércules con una finalidad etiológica, como explica-
ción de determinados rituales o costumbres29. Incluso es posible, a través
de una vía intermedia, integrar esos elementos en una secuencia temporal.
Así podría entenderse la exposición de Pompeyo Trogo que se lee en el
texto de Justino30: los aborígenes aparecen como los primeros habitantes
del Lacio, gobernados por una dinastía que arranca de Saturno y que com-
prendía los restantes reyes tradicionales; en un determinado momento llega
Evandro, no dejándose de señalar sus aportaciones en el ámbito religioso;
a continuación, Hércules, recordado por su condición de padre de Latino,
en una versión que se destaca de la canónica que le hacía hijo de Fauno;
finalmente, fue durante el reinado de Latino cuando se produce la llegada
de Eneas y con él la gran transformación que tiene lugar con la formación
de un nuevo pueblo.
En definitiva, se puede aceptar que la fórmula más antigua que imagi-
naba el origen del pueblo latino se expresaba a través de la mencionada
ecuación aborígenes+troyanos = latinos. Esta manera de concebir el origen
del pueblo latino no deja de presentar, por otra parte, un acusado rasgo de

27
E. GABBA, Dionysius and The History of Archaic Rome, p. 99.
28
Dion., 1.60.2.
29
Liv., 1.5.2; 7.4-14.
30
Iust., 43.1.3-13.

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personalidad. Frente a las ideas que sobre el particular desarrollaron los


griegos e hicieron extensibles a otras naciones, según las cuales el naci-
miento de un pueblo se ajustaba a uno de estos dos tipos, la autoctonía o la
migración, los latinos idearon uno propio, consistente en la unión de ambos
conceptos, la autoctonía, representada por los aborígenes, y la migración,
personificada en los troyanos. De esta manera aceptaron su integración en
el universo griego, pero conservando su propia identidad: como dice el gra-
mático Servio, ergo descendunt Latini non tamtum a Troianis sed etiam ab
Aboriginibus31. Sobre este esquema original operaron a continuación nue-
vas tradiciones, sucesivamente incorporadas al patrimonio legendario de
Roma, que ampliaron el contenido de la etnogénesis. Esta nueva visión
parte de los mismos presupuestos, pero se enriquece con las aportaciones
introducidas desde ambientes griegos y aceptadas por los romanos. Algu-
nos de estos elementos son admitidos e integrados de manera definitiva,
como sucedce con los episodios protagonizados por Evandro y Hércules,
mientras que otros quedan limitados a círculos muy reducidos, como el
caso de los sículos y de los pelasgos. Dos nombres propios tuvieron un
papel sobresaliente en este nuevo concepto de la etnogénesis, Varrón, a
quien muy posiblemente hay que atribuir la primera sistematización de
todos estos pueblos según un orden coherente, y Dionisio, que lo utilizó
con una intención política desconocida hasta el momento.

31
Serv., Aen., 1.6.

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La prehistoria mítica de Roma
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