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Sumario
Págs.
Introducción.............................................................................................. 11
Bibliografía............................................................................................... 181
Gerión. Anejo VI (2002) 11-15 ISBN: 84-95215-39-X
La prehistoria mítica de Roma ISNN: 1576-2564
Introducción
1
Cf. M. MESLIN, L’homme romain, Paris, 1978, p. 34.
2
E. J. BICKERMAN, «Origines gentium», CPh, 47, 1952, 65-81.
11
Jorge Martínez-Pinna Introducción
3
Helánico, FGH 4F84 (= Dion., 1.72.2). Otro autor contemporáneo, Antíoco de
Siracusa, se refería también a Roma, aunque sólo conocemos una breve alusión (FGH
555F6 [= Dion., 1.73.4]): véase infra, cap. II.1.
4
Sobre la dinastía albana, pueden verse C. TRIEBER, «Zur Kritik des Eusebius: die
Königstafel von Alba Longa», Hermes, 29, 1894, 124-142; M.ª C. GARCÍA FUENTES,
«Eneas, Ascanio y los reyes de Alba», HispAnt, 2, 1972, 21-34; R. A. LAROCHE, «The
Gerión 12
Vol. 20 Núm. 1 (2002): 9-10
Jorge Martínez-Pinna Introducción
nitiva en el siglo I a.C., gracias sobre todo al interés erudito de los anti-
cuarios y con influencia muy variable en los historiadores. Prueba de ello
son las diferentes versiones y puntos de vista que se encuentran en auto-
res contemporáneos como Dionisio de Halicarnaso, Livio o el poeta Vir-
gilio.
A pesar de este carácter tan artificioso, la prehistoria mítica ofrece un
indudable interés para el historiador, ya que en su seno se produce un acon-
tecimiento de excepcional importancia, como es la etnogénesis latina y por
ende también romana. Este proceso que conduce a la formación del pueblo
latino encierra en su propio desarrollo aquellas condiciones que van a per-
mitir a Roma presentarse ante los griegos como una ciudad civilizada, par-
tícipe de una similar esencia que posee desde sus más remotos orígenes. En
otras palabras, y aunque sin alcanzar la significación de la leyenda troyana,
aquí se encuentran en parte las credenciales que alejan a los romanos del
concepto de pueblo bárbaro y que le otorgan carta de nobleza. En su con-
secuencia última, la presencia de Roma en Grecia y la incorporación de
ésta a su dominio directo no puede entenderse como la destrucción de la
civilización helénica a manos de un pueblo bárbaro, sino al contrario, como
un regreso de los romanos a su país de origen. Pero también desde la pers-
pectiva opuesta, la etnogénesis es invocada por los enemigos de Roma
como prueba de su barbarie y motivo de rechazo, y por tanto como justifi-
cación ideológica de una política de enfrentamiento8. En definitiva, es en
este lejano período donde descansa la estirpe del fundador y por tanto del
pueblo al que representa. La imagen de Roma de cara al exterior no es sino
el reflejo de su origen.
8
La bibliografía sobre la cuestión es inmensa. A título de ejemplo, pueden consul-
tarse H. FUCHS, Der geistige Widerstand gegen Rom in der antiken Welt, Berlin, 1938; E.
WEBER, «Die trojanische Abstammung der Römer als politisches Argument», WSt, 6, 1972,
213-225; F. P. RIZZO, «Riflessi «troiani» nella storia dei rapporti fra Roma ed il mondo elle-
nistico», en Studi ellenistico-romani, Palermo, 1974, 7-92; E. GABBA, «Storiografia greca
e imperialismo romano (III-I sec. a.C.)», RSI, 86, 1974, 625-642; IDEM, «Sulla valorizza-
zione politica della leggenda delle origini troiane di Roma fra III e II secolo a.C.», en I
canali della propaganda nel mondo antico (CISA 4), Milano, 1976, 84-101; A. MOMI-
GLIANO, «How to reconcile Greeks and Trojans», en MKNAW, 45, 1982, 231-254 (= Set-
timo contributo, Roma, 1984, 437-462; Roma arcaica, Firenze, 1989, 325-345 [trad. ital.];
De paganos, judíos y cristianos, México, 1992, 426-465 [trad. esp.]); J.-L. FERRARY, Phil-
hellénisme et impérialisme, Paris, 1988; M. SORDI, Il mito troiano e l’eredità etrusca di
Roma, Milano, 1989.
I
Los aborígenes
Fuit enim gens antiquissima Italiae. Con estas palabras define a los
aborígenes el anticuario latino Verrio Flaco, a través del epítome que cono-
cemos de su obra1, reflejando una impresión muy generalizada en las fuen-
tes literarias sobre la gran antigüedad de este pueblo. Aunque el texto men-
ciona a Italia, y no es ésta la única ocasión en que los aborígenes son
referidos al conjunto de la península2, se trata realmente de una extensión
a partir del Lacio, pues en líneas generales las tradiciones que pueden
recorgerse sobre estas gentes las relacionan casi exclusivamente con la
región latina3. Incluso en algunas fuentes se quiere especificar con mayor
precisión el territorio que stricto sensu correspondía a los aborígenes,
según se deduce de Cicerón cuando alude a que Rómulo disponía de sufi-
cientes recursos ut in agrum Rutulorum Aboriginumque procederet4. En
este caso parece limitarse la presencia aborigen a la región laurentina, sugi-
riendo por tanto una identificación con los laurentes, sin duda porque en la
1
Paul. Fest., 17L.
2
Por ejemplo, Catón, fr. 5 P = fr. I.6 Ch (= Serv., Aen., 1.6): primo Italiam tenuisse
quosdam qui appellabantur Aborigines; Iust., 43.1.3: Italiae cultores primi Aborigines
fuere; Tzet., In Lyc. Alex. 1253: ο ’Ιταλο πρωτον βορεγινες ... καλο υτο.
3
Véase A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, Tübingen, 1853, vol. I.1, p. 198:
«Die vorhistorischen Bewohner Latiums werden in der Regel Aboriginer genannt», con
referencia a las fuentes.
4
Cic, Rep., 2.3.5.
Jorge Martínez-Pinna Los aborígenes
5
Dion., 1.10.
6
Sobre los léleges como realidad histórica, véase sin embargo el reciente trabajo de
R. DESCAT, «Les traditions grecques sur les Lélèges», en Origines gentium, Bordeaux,
2001, 169-177.
conocida con el título de Origo gentis Romanae y que sin duda alguna tie-
nen su referente inmediato en Varrón7, los aborígenes eran conocidos por
otros nombres que denuncian asimismo su variable procedencia. Así, Vir-
gilio alude a la primitiva población del Lacio con las palabras truncis et
duro robore nata, en lo que parece ser una extraña concepción de la autoc-
tonía en la que los individuos nacieron de los árboles, quizá reflejo de una
antigua e indocumentada forma *Arborigines8. También Licofrón se sale
de la norma al llamar Βορεγονοι a los antiguos habitantes del Lacio9, uti-
lizando un término que ha suscitado una intensa discusión entre los moder-
nos, según veremos a continuación.
La elección entre una de las formas lingüísticas utilizadas por los anti-
guos para designar a los aborígenes es una necesidad de no escaso interés,
puesto que permite determinar el origen de la palabra y, siguiendo esta vía,
también del concepto que representa. Desterradas de entrada algunas pro-
puestas, como Aberrigenes por absurda y Arborigines por inexistente
documentalmente10, las miradas de los modernos se han dirigido hacia la
clásica Aborigines o bien hacia el término griego Βορεγονοι como aque-
llas con mayores posibilidades de ser la forma originaria. Los defensores
de la segunda opinión parten del hecho de que Licofrón, en la primera
mitad del siglo III a.C., representa el primer testimonio conocido relativo a
la población más antigua del Lacio, la que habría encontrado Eneas a su
llegada a Italia. Ciertamente anterior a Licofrón es Calias de Siracusa,
quien habla de Latino, rey de los aborígenes que recibió a Eneas y sus tro-
yanos, para lo que utiliza la transcripción griega del término latino
(βασιλες τω ν ’Αβοριγνων)11. Pero esta noticia no es directa, sino que
ha llegado hasta nosotros a través de Dionisio, por lo que cabría la posibil-
7
Dion., 1.10.1-2; 13.3; OGR, 4.1-2. Véanse J.-C. RICHARD, «Varron, l’Origo gentis
Romanae et les Aborigènes», RPh, 57, 1983, p. 36; D. BRIQUEL, Les Tyrrhènes peuple des
tours, Roma, 1993, pp. 126 ss.
8
Verg., Aen., 8.315. Sobre el particular, D. BRIQUEL, «Virgile et les Aborigènes»,
REL, 70, 1992, pp. 81 ss.; G. GUILLAUME-COIRIER, «Arbres et herbes. Croyances et usages
ratachés aux origines de Rome», MEFRA, 104, 1992, pp. 340 ss.
9
Lyc., Alex., 1253.
10
W. FRÖHNER, «Catoniana», Philologus, 15, 1860, p. 350, veía sin embargo en
Arborigines la forma más antigua, representando por tanto «die echten italischen autoch-
thonen».
11
Calias, FGH 564F5 (= Dion., 1.72.5).
dad de que este último alterase la forma griega originaria para adaptarla al
término latino Aborigines corriente en su época, finales del siglo I a.C., o
que incluso hubiese añadido por su cuenta la expresión «rey de los aborí-
genes» para distinguir a Latino12. En conclusión, habría que conceder a
Βορεγονοι la prioridad para designar a los primeros habitantes del Lacio.
Además, desde un punto de vista lingüístico, esta solución no presentaría
problemas añadidos, puesto que a través de la forma ’Αβορειγενεις, pre-
sente en Macrobio13, se llegaría fácilmente a la latina Aborigines. Las dife-
rencias entre estos autores surgen sin embargo a la hora de explicar el sig-
nificado del término Βορεγονοι, sobre lo cual nada dicen los antiguos,
por lo que siguiendo diferentes etimologías, son dos las soluciones que en
principio se ofrecen como válidas. Para unos, la palabra se formaría a par-
tir de ρος, para lo cual recuperan una de las antiguas etimologías pro-
puestas acerca de los aborígenes y hablan de ellos como «pueblo de las
montañas»14. Un segundo grupo, por el contrario, rechaza la visión anterior
y fijando una relación con βορ ιος, lo interpreta en el sentido de «gentes
del norte», si bien con distintas variantes en cuanto al concepto de septen-
trional15.
Sin embargo, la opinión que ve en el término latino Aborigines la
forma primigenia del nombre de este pueblo cuenta, según creo, con argu-
mentos más sólidos. Un trabajo de N. Golvers sobre la vertiente lingüística
del problema viene a demostrar que la derivación de las distintas formas
griegas, incluida Βορεγονοι, se comprende con mayor facilidad a partir
del prototipo latino Aborigines que no el proceso contrario16. Además, el
12
J. GEFFCKEN, Timaios’ Geographie des Westens, Berlin, 1892, p. 43.
13
Macr., Sat., 1.7.28, quien derivaría de Varrón. Posiblemente se trate de un error
ortográfico: J. PERRET, Les origines de la légende troyenne de Rome, Paris, 1942, p. 363,
n. 4.
14
TH. ZIELINSKI, «Boreigonoi», en Iresione. 2, Paris-Lemberg, 1936, 38-48; P.
KRETSCHMER, «Turnus und die Mehrdeutigkeit italischer Eingennamen», Glotta, 20, 1932,
p. 198; A. BERNARDI, «Dai populi Albenses ai Prisci Latini nel Lazio arcaico», Athenaeum,
42, 1964, pp. 235 ss.; IDEM, Nomen Latinum, Pavia, 1973, pp. 10 ss.
15
J. GEFFCKEN, Timaios’ Geographie des Westens, pp. 42 ss.; C. ROBERT, Die grie-
chischen Heldensage, Berlin, 1926, vol. III.2.2, pp. 1529 ss.; M. MAYER, «Die Morgeten»,
Klio, 21, 1927, p. 297; E. TAIS, «Βορεγονοι e Aborigini: riflessioni e proposte», Sileno,
9, 1983, pp. 183 ss.
16
N. GOLVERS, «The Latin Name Aborigines. Some Historiographical and Linguis-
tic Observations», AncSoc, 20, 1989, 193-207. Previamente se habían inclinado por esta
interpretación, entre otros, F. STOLZ, «Beiträge zur lateinischen Wortkunde», WSt, 26,
1904, pp. 318 ss.; J. PERRET, Les origines de la légende troyenne de Rome, pp. 363 ss.;
W. A. SCHRÖDER, M. Porcius Cato. Das erste Buch der Origines, Meisenheim, 1971,
p. 104.
17
Véase F. DELLA CORTE, «I Sabini in Virgilio, i mores dei Romani e l’origine dei
Sabini in Catone», en Preistoria, storia e civiltà dei Sabini, Rieti, 1985, pp. 59 ss.
18
Cf. S. MAZZARINO, Il pensiero storico classico, Roma, 1994, vol. II, pp. 92 ss.
19
J. BÉRARD, La Magna Grecia (trad. ital.), Torino, 1963, pp. 451 ss.
20
A. BERNARDI, trabajos citados en la anterior n. 14 (cf. G. D’ANNA, Problemi di let-
teratura latina arcaica, Roma, 1976, p. 88, n. 86).
21
A. PIGANIOL, Essai sur les origines de Rome. Paris, 1917, pp. 34 ss.; P. M. MAR-
TIN, «Contribution de Denys d’Halicarnasse à la connaissance du uer sacrum», Latomus,
32, 1973, pp. 35 ss.
22
Sin ánimo de exhaustividad, a los autores mencionados en la anterior n. 16, pue-
den añadirse, como defensores de esta idea, A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, vol.
I.1, p. 199; G. DE SANCTIS, Storia dei Romani, Firenze, 1980, vol. I, p. 180, y más recien-
temente F. DELLA CORTE, loc. cit., y D. BRIQUEL, «Denys, témoin de traditions disparues:
l’identification des Aborigènes aux Ligures», MEFRA, 101, 1989, pp. 107 ss. En opinión
25
Cf. E. J. BICKERMAN, «Origines gentium», CPh, 47, 1952, p. 76.
26
Sobre los orígenes pelásgico y lidio de los etruscos en sus diversas tradiciones,
deben consultarse las completas monografías de D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, Roma,
1984, y L’origine lydienne des Étrusques, Roma, 1991, respectivamente.
27
Dion., 1.26.2.
28
Al respecto sigue siendo fundamental el libro de D. MUSTI, Tendenze nella storio-
grafia romana e greca su Roma arcaica. Studi su Livio e Dionigi d’Alicarnasso (QuadUrb
10), Roma, 1970; también de este mismo autor es oportuno consultar «Etruschi e Greci
nella rappresentazione dionisiana delle origini di Roma», en Gli Etruschi e Roma, Roma,
1981, 23-44. Sobre la dualidad Ελληνς−Τυρρηνς con interesantes consideraciones,
puede consultarse el trabajo de G. VANOTTI, «Roma polis Hellenis, Roma polis Tyrrhenis»,
MEFRA, 111, 1999, 217-255.
29
Cf. Dion., 1.30.1-2.
30
D. BRIQUEL, Les Tyrrhènes peuple des tours, pp. 129 ss.
31
El texto se encuentra en Gromatici veteres, I.350 (Lachman). Sobre el mismo, es
obligado consultar el completo estudio de A. VALVO, La «profezia di Vegoia». Proprietà
fondiaria e aruspicina in Etruria nel I secolo a.C., Roma, 1988.
32
D. BRIQUEL, «Versions étrusques de l’autochtonie», DHA, 12, 1986, pp. 298 ss.;
M. SORDI, «Storiografia e cultura etrusca nell’Impero Romano», en Atti II Congresso
Internazionale Etrusco, Roma, 1989, vol. I, pp. 46 ss. (= Prospettive di storia etrusca,
Como, 1995, pp. 194 ss.); L. AIGNER-FORESTI, «Gli Etruschi e la loro autocoscienza»,
en Autocoscienza e rappresentazione dei popoli nell’antichità, Milano, 1992,
pp. 102 ss.
33
Sobre la cronología de este texto, muy discutida, A. VALVO, La «profezia di
Vegoia», pp. 19 ss.
34
Serv., Aen., 1.2.
35
Sobre este personaje, con fuentes y bibliografía, J. R. WOOD, «The Myth of Tages»,
Latomus, 39, 1980, 325-344; A. J. PFIFFIG, «Zum ‘Puer senex’», en Festschrift H. Kenner,
Wien, 1985, 277-279 (= Mi zinaku amprusale, Wien, 1995, 506-510).
36
Cic., Div., 2.23.50.
37
R. HERBIG, «Etruskische Rekruten?, en Charites. Studien zum Altertumswissens-
chaft, Bonn, 1957, pp. 182 ss.; A. J. PFIFFIG, Religio Etrusca, Graz, 1975, p. 38. Por el con-
trario, otros interpretan la escena en relación a la adivinación por sortes que se practicaba
en Praeneste: F. COARELLI, en Roma mediorepubblicana, Roma, 1973, pp. 258 ss.; F.-H.
PAIRAULT-MASSA, Iconologia e politica nell’Italia antica, Milano, 1992, pp. 165 ss.
38
Cens., Die nat., 4.13.
39
Lyd., Ost., 2-3. Acerca de este pasaje, muy controvertido, véanse J. R. WOOD,
«The Etrusco-Latin liber Tageticus in Lydiis De Ostentis», MPhL, 6, 1981, 94-125; D.
BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, pp. 492 ss. Sobre el célebre espejo de Tus-
cania con escena haruspicinal, en el que supuestamente aparecerían representados estos
dos personajes, Tarchon y Tages, con diferentes opiniones, M. PALLOTTINO, «Uno spec-
chio di Tuscania e la leggenda etrusca di Tarchon», RAL, 6, 1930, 49-87 (= Saggi di anti-
chità, Roma, 1979, vol. II, 689-707); M. CRISTOFANI, «Il cosiddetto specchio di Tarchon:
un recupero e una nuova lettura», Prospettiva, 41, 1985, 4-20; M. TORELLI, «‘Etruria
principes disciplinam doceto’. Il mito normativo dello specchio di Tuscania», en Studia
Tarquiniensia, Roma, 1988, 109-118. L. B. VAN DER MEER, Interpretatio Etrusca. Greek
Myths on Etruscan Mirrors, Amsterdam, 1995, pp. 97 ss. Según creo, la figura identifi-
cada en el espejo con las palabras pava tarχies no debe ser tenida como personificación
de Tages, rechazo que expresan M. Cristofani y M. Torelli, sino que representa a un
harúspice en el momento de realizar la inspección de la víscera que sostiene en su mano
izquierda. La reciente publicación de la tabula Cortonensis, donde figura el término
pava, ayuda a reafirmar esta interpretación: C. DE SIMONE, «La tabula Cortonensis: tra
linguistica e storia», ASNP, 3, 1998, pp. 29 ss.; por su parte, L. AGOSTINIANI y F. NICO-
SIA, Tabula Cortonensis, Roma, 2000, p. 101, dudan en la traducción de pava como
harúspice.
40
L. PARETI, Le origini etrusche, Firenze, 1926, pp. 13 ss. En contra, D. BRIQUEL,
«L’autochtonie des Étrusques chez Denys d’Halicarnasse», REL, 61, 1983, pp. 70 ss.
41
Str., 5.2.2 (C. 219). Sobre esta tradición puede verse el análisis de D. BRIQUEL, L’o-
rigine lydienne des Étrusques, pp. 127 ss., quien llega sin embargo a conclusiones dife-
rentes a las aquí expuestas.
42
Cf. A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, vol. I.1, pp. 200 ss.
43
G. K. GALINSKY, Aeneas, Sicily, and Rome, Princeton, 1969, pp. 145 ss.
44
Sobre el particular, pueden verse entre otros A. ALFÖLDI, Early Rome and the
Latins, Ann Arbor, 1965, pp. 246 ss.; K. GALISNKY, «Aeneas in Latium: Archäologie, Myt-
hos und Geschichte», en 2000 Jahre Vergil, Wiesbaden, 1983, pp. 47 ss.
45
Así parece demostrarlo la remodelación en forma de heroon de un túmulo del siglo
VII, generalmente considerado como lugar de culto en honor de Eneas: P. SOMMELLA,
«Heroon di Enea a Lavinio», RPAA, 44, 1971/72, 47-74. La posibilidad de que este túmulo
ya fuese escenario de un culto heroico en el siglo VI y consagrado a Latino (C. COGROSSI,
«Atenea Iliaca e il culto degli eroi», en Politica e religione nel primo scontro tra Roma e
l’Oriente, 79-98, esp., pp. 89 ss.; A. GRANDAZZI, «Le roi Latinus: analyse d’une figure
légendaire», CRAI, 1988, pp. 492 ss.; D. BRIQUEL, «À propos d’une inscription redécou-
verte au Louvre: remarques sur la tradition relative à Mézence», REL, 67, 1989, pp. 90 ss.),
me parece indemostrable. Una posición sumamente escéptica es asumida por J. POUCET,
«Un culte d’Énée dans la région lavinate au quatrième siècle avant Jésus-Christ?», en
Hommages R. Schilling, Paris, 1983, 187-201.
pecto las referencias de Calias y de Licofrón, ya citadas, así como otra, más
que hipotética, en un fragmento de Nevio que luego consideraremos. La
información que proporcionan los dos primeros es muy parca, pues sola-
mente mencionan a los aborígenes como el pueblo que recibió en el Lacio
a Eneas, sin la menor alusión a su origen o a otras particularidades. Sin
embargo, que la noticia más antigua conocida proceda de Calias, historia-
dor siracusano que redactó su obra a comienzos del siglo III a.C., consti-
tuye un dato bastante significativo, pues se trata de un griego occidental y
por tanto más en contacto con las tradiciones romanas, a través de las cua-
les conocería la existencia de los aborígenes y de su rey Latino. No en vano
la primera mención de Rómulo se localiza, hasta donde sabemos, en un
autor asimismo siciliano, Alcimo, quien mezcla al fundador tradicional de
Roma, Rómulo, con personajes que parecen creados específicamente para
la ocasión, ofreciendo en definitiva una reconstrucción sumamente ecléc-
tica46. De manera no muy diferente se comporta Calias, quien ciertamente
conoce las tradiciones indígenas, pero prefiere otorgar mayor protagonis-
mon al elemento griego, de acuerdo con la tónica dominante en la histo-
riografía helénica anterior al siglo II a.C. Así, atribuye la fundación de
Roma a los hijos de Latino y de Rhome, quien conserva la función de epó-
nima de la ciudad que en su momento ya le había conferido Helánico de
Lesbos47. El aspecto que interesa destacar ahora es la mención de los abo-
rígenes y su relación con los troyanos, lo que lleva implícita una primera
exposición de la etnogénesis latina a partir de la unión de dos elementos,
46
Alcimo, FGH 560F4 (= Fest., 326-328L): Alcimus ait, Tyrrhenia Aeneae natum
filium Romulum fuisse, atque eo ortam Albam Aeneae neptem, cuius filius nomine Rhomus
condiderit urbem Romam.
47
Calias, FGH 564F5 (= Dion., 1.72.5)): Καλλας δ
τς ’Αγαθοκλ ους πρξεις
ναγρψας Ρµην τιν Τρωδα τω ν φικνουµ νων µα τοις λλοις Τρωσν ες
’Ιταλαν γµασθαι Λατνω τ βασιλει τω
ω ν ’Αβοριγνων κα γεννη σαι τρεις παιδας,
Pωµον κα Pωµλον κα <Τηλ γονον> ... οκσαντας δ π
λιν, π τη ς µητρς
ατη θ σθαι τονοµα. El texto de Dionisio presenta una laguna cuando habla sobre la des-
cendencia de Latino y de Rhome y que afecta también al nombre del fundador de Roma. La
inclusión de Telégono se justifica a partir de Syncellus (363 Bonn), quien además especi-
fica que los fundadores de Roma fueron Rhomos y Rómulo (véase TH. MOMMSEN, «Die
Remuslegende», Hermes, 16, 1881, pp. 3 ss.). Sobre la tradición contenida en este frag-
mento de Calias pueden consultarse E. MANNI, «La fondazione di Roma secondo Antioco,
Alcimo e Callia», Kokalos, 9, 1963, pp. 265 ss.; T. P. WISEMAN, Remus. A Roman Myth,
Cambridge, 1995, pp. 52 ss.; J. MARTÍNEZ-PINNA, «Rhome: el elemento femenino en la fun-
dación de Roma», Aevum, 71, 1997, pp. 87 ss., con diferentes apreciaciones.
48
FGH 840F40a (= Dion., 1.73.2). La singularidad de la noticia radica en que Dio-
nisio afirma que estas versiones figuran en los analistas romanos, quienes se basaron en
unas «tablas sagradas» (ν εραις δ λτοις), clara referencia a los archivos pontificales: cf.
W. SCHUR, «Griechische Traditionen von der Gründung Roms», Klio, 17, 1920/21,
pp. 143 ss. Basándose en este dato, A. MEURANT, L’idée de gémellité dans la légende des
origines de Rome, Bruxelles, 2000, pp. 152 ss., los califica como «fragments de la dissi-
dence latine»; pero los Annales pontificales eran escritos de carácter analístico, abiertos
también a la influencia de tradiciones griegas.
49
Lyc., Alex., 1254.
50
Cf. J. PERRET, Les origines de la légende troyenne de Rome, p. 659.
51
Stpeh. Byz., 321M, s.v. ∆ανιον.
52
E. CIACERI, La Alessandra di Licofrone, Catania, 1901, pp. 320 ss.
53
G. D’ANNA, «Lycophron, Alex. 1254», en Studi A. Ardizzoni, Roma, 1978, vol. I,
281-290.
se asoma al mar Jónico, representan dos puntos muy lejanos como para
servir de referencia útil. Por otra parte, más difícil resulta aceptar, en el
contexto en que nos encontramos, una relación de estos topónimos con
los nombres personales de Latino y de Dauno, el padre de Turno, en el
sentido que los aborígenes poseían la tierra que fue gobernada por estos
legendarios reyes54. La inclusión de los daunios, sin embargo, es más
plausible, de forma que no es necesario corregir ∆αυνους por
Σαυνους, según propone C. von Holzinger en su edición de Licofrón55.
Hay que tener en cuenta que la etnografía griega de los siglos IV y
III a.C. no distinguía con claridad los pueblos de la Italia central, obser-
vándose con cierta frecuencia una confusión entre Σαυνιται y
∆αυνιται56, de forma que no veo estrictamente necesario pensar que se
trate de une referencia explícita a la presencia de daunios en Campania,
y mucho menos en el Lacio, con la suficiente entidad como para ser el
elemento más definitorio de la región. El término «daunios» habría que
entenderlo más bien como relativo a un pueblo partícipe de la cultura
osca que habitaba en la fachada tirrénica de Italia, concretamente en
Campania, por tanto gentes de extracción samnita.
El problema principal posiblemente se encuentra en la interpretación de
la preposición πρ, que admite dos posibilidades, «más allá de» o
«sobre»57. La primera, quizá mejor fundamentada desde el punto de vista
lingüístico, suscita sin embargo mayores dificultades, pues implica un con-
trasentido con la tónica del relato: las treinta fortalezas, con Lavinium a la
54
Así, J. CARCOPINO, Virgile et les origines d’Ostie, Paris, 1919, p. 685, n. 9; F. DELLA
CORTE, La mappa dell’Eneide, Firenze, 1985, p. 214. También D. BRIQUEL, «Le problème
des Dauniúns», MEFRA, 86, 1974, p. 15, relaciona a los daunios con los retulos de Ardea.
55
C. VON HOLZINGER, Lycophron’s Alexandra, Leipzig, 1895, p. 341. La enmienda es
aceptada por L. MASCIALINO, Licofrón. Alejandra, Barcelona, Alma Mater, 1956, ad v. 1254.
56
Véanse al respecto D. MUSTI, «Il processo di formazione e diffusione delle tradi-
zioni greche sui Daunii e su Diomede», en La civiltà dei Dauni nel quadro del mondo ita-
lico, Firenze, 1984, p. 98 (= Strabone e la Magna Grecia, Padova, 1994, p. 179), quien con
total propiedad habla de un «periodo costruttivo» en la comprensión griega de los pueblos
de Italia. Asimismo es útil D. MARCOTTE, «Samnites, Lucaniens et Brettiens: l’Italie sabe-
llique dans l’ethnographie grecque», en Origines gentium, 285-295.
57
Por la primera se inclinan J. GEFFCKEN, Timaios’ Geographie des Westens, p. 41; D.
MUSTI, «Il processo di formazione e diffusione delle tradizioni greche sui Daunii e su Dio-
mede», p. 102. En favor de la segunda se manifiesta J. HEURGON, Recherches sur l’histoire,
la religion et la civilisation de Capoue préromaine, Paris, 1942, p. 281.
58
Como se sabe, tradicionalmente se ha visto en Timeo la fuente fundamental de
Licofrón para la llamada «noticia romana». Sin embargo, con buenos argumentos G.
AMIOTTI, «Lico di Reggio e l’Alessandra di Licofrone», Athenaeum, 60, 1982, 452-460,
propone conceder esta cualidad a Lico, padre adoptivo de Licofrón, comprendiéndose así
mejor cómo «l’Alessandra diventa un documento fondamentale per valutare l’impressione
suscitata nei contemporanei e, in particolare, nei greci dell’Italia meridionale, dall’ascesa
della potenza romana nel IV secolo a.C.» (p. 460).
59
Cf. W. SCHUR, «Griechische Traditionen von der Gründung Roms», p. 140: «Das
Boreigonerland ist also identisch mit dem erweiterten Latium der dritten Jahrhundert, das
Völker latinischer und sabellischer Zunge umfaβt». En similar sentido, M. SORDI, I rap-
porti romano-ceriti e l’origine della civitas sine suffragio, Roma, 1960, p. 11, según la cual
«la fonte alla quale Licofrone attingeva aveva presente la situazione politica della seconda
metà del IV secolo».
60
Aristóteles, fr. 558R = FGH 840F13a (= Dion., 1.72.3-4). Sobre el particular, me
permito remitir a J. MARTÍNEZ-PINNA, «Helánico y el motivo del incendio de los barcos: un
hecho troyano», GIF, 48, 1996, 21-53.
61
Cf. J. HEURGON, Recherches sur l’histoire, la religion et la civilisation de Capoue
préromaine, pp. 42 ss.; D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 553 ss.
62
Antíoco, FGH 555F7 (= Str., 5.4.3 [C. 242]).
63
Arist., Pol., 1329b.
64
Fest., 328L.
65
Este pasaje es incorporado por F. JACOBY a los fragmentos de Hiperoco: FGH
576F3.
66
Cf. A. ALFÖLDI, Early Rome and the Latins, pp. 56 ss.; I. OPELT, «Roma = Ρµη
und Rom als Idee», Philologus, 109, 1965, p. 50; E. GABBA, «Considerazioni sulla tradi-
zione letteraria sulle origini della Repubblica», en Les origines de la République romaine,
Vandoeuvres, 1967, pp. 144 ss.
67
Para unos habría que situarle en la época de Augusto (F. JACOBY, FGH IIIb. Kom-
mentar, Leiden, 1955, p. 608; H. STRASBURGER, Zur Sage von der Gründung Roms, Hei-
delberg, 1968, p. 9, n. 10; W. A. SCHRÖDER, M. Porcius Cato, p. 105), si bien la tendencia
más extendida se inclina por una cronología entre finales del siglo IV y comienzos del II
a. c. (F. ALTHEIM, Untersuchungen zur römischen Geschichte, Frankfurt, 1961, vol. I,
pp. 200 ss.; E. GABBA, «Considerazioni sulla tradizione letteraria sulle origini della Repub-
blica», pp. 144 ss.; C. LETTA. «La tradizione storiografica sull’età regia: origine e valore»,
en Alle origini di Roma, Pisa, 1988, pp. 72 ss.).
68
G. D’ANNA, «Il mito di Enea nella documentazione letteraria», en L’epos greco in
Occidente, Taranto, 1989, pp. 237 ss.
69
G. VANOTTI, «Roma polis Hellenis, Roma polis Tyrrhenis», pp. 239 ss.
70
O. GRUPPE, en BPhW, 32, 1911, col. 999 ss.; A. COPPOLA, «L’Occidente: mire ate-
niesi e trame propagandistiche siracusane», en Hesperìa. 3, Roma, 1993, pp. 105 ss.;
EADEM, Archaiologhía e propaganda, Roma, 1995, pp. 82 ss.
71
C. LETTA. «La tradizione storiografica sull’età regia: origine e valore», pp. 71 ss.
72
Serv. auct., Aen., 1.273; Solin., 1.1.
73
Cf. I. OPELT, «Roma = Ρµη und Rom als Idee», cit.; B. ROCHETTE, «Ρµη =
!µη», Latomus, 56, 1997, 54-57.
74
Dion., 1.17.1. Poco antes, al mismo Dionisio (1.10.2) recuerda que otros autores
establecían una estrecha relación entre aborígenes y léleges, pueblo este último que, dada
su naturaleza errabunda, fue a la larga identificado con los pelasgos. Sobre la proximidad
entre aborígenes y pelasgos, en razón a esta condición «vagabunda», pueden verse J.
BAYET, «Les origines de l’arcadisme romain», MEFR, 38, 1920, pp. 90 ss.; J. BÉRARD, La
Magna Grecia, p. 450. Cf. asimismo C. AMPOLO, en Plutarco. Le vite di Teseo e di Romolo,
Milano, 1988, p. 263.
75
J. BAYET, loc. cit. en la nota anterior.
76
Diod., 5.16. Pausanias (10.17.5) también refiere esta leyenda, pero ignora lo rela-
tivo a Cumas. Sobre esta colonización ateniense en Cerdeña habla asimismo Esteban de
Bizancio, 21 M, s.v. ’Αγραυλ.
77
A. COPPOLA, Archaiologhía e propaganda, pp. 69 ss.
78
Plut., Rom., 1.1. Sobre esta tradición, infra, cap. III.
79
En un sentido afirmativo se expresa J. BAYET, «Les originies de l’arcadisme
romain», pp. 91 ss.
80
Helánico, FGH 4F84 (= Dion., 1.72.2). Sobre este fragmento, F. SOLMSEN,
«Aeneas Founded Rome with Odysseus», HSCPh, 90, 1986, 93-110; C. AMPOLO, «Enea ed
Ulisse nel Lazio da Ellanico (FGrHist 4F84) a Festo (432L)», PdP, 47, 1992, 321-342;
J. MARTÍNEZ-PINNA, «Nota a Helánico, FGH 4F84: Eneas y Odiseo en el Lacio», en Home-
naje a F. Gascó (Kolaios, 4), Sevilla, 1995, 669-683; G. VANOTTI, «Ellanico e l’Occidente»,
en Hesperìa. 4, Roma, 1994, pp. 128 ss.
81
Verg., Aen., 8.126 ss. Acerca de este encuentro y su significado, D. MUSTI, «Evan-
dro», en Enciclopedia Virgiliana, Roma, vol. II, 1985, pp. 439 ss.
82
A la misma conclusión llega I. OPELT, «Roma = Ρµη und Rom als Idee», p. 52.
3. ABORÍGENES = LIGURES
Sin duda alguna, también hay que referir a ámbito griego —o en cual-
quier caso extralatino— otra tradición sobre los aborígenes que no deja de
ser sorprendente y de no fácil explicación. Se trata de la noticia, recogida por
Dionisio de Halicarnaso, que convierte a los aborígenes latinos en una colo-
nia de los ligures83. Ciertamente no es ésta la única ocasión en que los ligu-
res aparecen en las leyendas sobre el Lacio primitivo84, pero sí asumiendo un
papel de destacado protagonismo, pues con ella se pretende en definitiva
convertir a los latinos en general, y a los romanos en particular, en descen-
dientes de este pueblo del norte de Italia. Los autores modernos encuadran
por lo general la noticia en el conjunto de todas esas tradiciones que podría-
mos calificar como «hiperbóreas», esto es relativas a la presencia legendaria
de pueblos del norte en ambientes italianos, y más específicamente romanos.
El punto de partida se sitúa en aquellas genealogías míticas que convirtieron
a celtas, ilirios y gálatas en parientes próximos de los sículos, ya que sus res-
83
Dion., 1.10.3: λλοι δ Λιγων ποκους µυθολογο υσιν ατο"ς γεν σθαι
των
µοροντων ’Οµβρικοις. Inaceptable cuanto afirma V. CALESTRANI, «Aborigeni e
Sabini», Historia, 7, 1933, 374-401, quien reconoce en Teopompo al creador de la noticia
y le atribuye valor histórico.
84
Fest., 424L; Serv. auct., Aen., 11.371. Sobre estas tradiciones se tratará en el capí-
tulo siguiente, pues en ellas los ligures aparecen arrastrados por los sículos.
pectivos héroes epónimos, Celto, Ilirio y Galas, habrían sido fruto de los
amores habidos entre la ninfa siciliana Galatea y el cíclope Polifemo85.
Hace ya mucho tiempo se reconoció en estas leyendas la obra de escri-
tores pertenecientes al entorno de Dionisio I de Siracusa, que de esta forma
pretendían justificar las relaciones políticas del tirano con los pueblos del
norte, necesarias para culminar con éxito su ambicioso proyecto de hege-
monía itálica86. En este contexto histórico se produce un hecho de singular
importancia, como fue la derrota de los romanos frente a las bandas celtas
de Brenno y la ocupación de la ciudad, acontecimiento que tuvo una amplia
repercusión en Grecia y al que siguió una alianza entre Dionisio y los cel-
tas87. El saqueo que en aquella ocasión sufrió Roma habría sido utilizado
con fines propagandistícos por algunos sectores griegos en un sentido hos-
til hacia Dionisio, ofreciendo una imagen del tirano como amigo de los bár-
baros y opuesto al helenismo, pues consideraban a Roma una ciudad griega.
Así habría que interpretar, en opinión de A. Fraschetti, la presentación de
este acontecimiento por parte de Heráclides Póntico, quien en un fragmento
85
La exposición más completa de esta genealogía se encuentra en Apiano, Ill., 2,
pero ya era conocida por Timeo, FGH 566F69 (= Etym. Magn., 220G, s.v. Γαλατα). En
este fragmento se menciona únicamente a Galates como hijo de Polifemo y Galatea y epó-
nimo de Γαλατα, región que hay que identificar con la Galia, lo cual no implica que
Timeo desconociese la genealogía completa que figura en Apiano, como acertadamente
sugiere D. BRIQUEL, «Des Aborigènes en Gaule: à propos d’un fragment de Timagène», en
Hesperìa. 5, Roma, 1995, p. 243; además basándose en este pasaje, el mismo Briquel cree
conveniente sustituir el Galas de los manuscritos de Apiano por Galates, corrección fácil-
mente asumible.
86
Así lo planteaba ya O. GRUPPE, Griechische Mythologie, München, 1909, vol. I, p.
361. Recientemente, L. BRACCESI, «Diomedes cum Gallis», en Hesperìa. 2, Roma, 1991,
pp. 91 ss.; IDEM, Grecità di frontiera, Padova, 1994, pp. 94 ss., ha destacado la importan-
cia de los pueblos representados por estos epónimos en los intereses adriáticos de Dioni-
sio de Siracusa. En esta misma línea: P. ANELLO, «Polifemo e Galateia», Seia, 1, 1984, 9-
51; A. COPPOLA, «Ancora sui Celti, Iperborei e propaganda dionigiana», en Hesperìa. 2,
103-106; G. VANOTTI, «L’archaiologhia siciliana di Filisto», en Hesperìa. 3, Roma, 1993,
pp. 119 ss.; M. SORDI, «L’Europa di Filisto», en Studi sull’Europa antica, Alessandria,
2000, vol. I, pp. 74 ss.
87
Iust., 20.5.4. Cf. M. SORDI, I rapporti romano-ceriti e l’origine della civitas sine
suffragio, pp. 64 ss.; A. ALFÖLDI, Early Rome and the Latins, pp. 358 ss.; M. BONAMENTE,
«Rapporti tra Dionisio il Vecchio e i Galli in Italia», AFLPer, 1974-75, 39-59; L. BRAC-
CESI, «Ancora sulla colonizzazione siracusana in Adriatico (Dionigi, Diomede e i Galli)»,
en Tra Sicilia e Magna Grecia, Roma, 1989, 57-64.
88
Heráclides, fr. 102 Wehrli (= Plut., Cam., 22.3); A. FRASCHETTI, «Eraclide Pontico
e Roma ‘città greca’», en Tra Sicilia e Magna Grecia, Roma, 1989, 81-95 (la cita en p. 94).
Véanse asimismo D. BRIQUEL, Le regard des autres, Besançon, 1997, pp. 13 ss.; G.
VANOTTI, «Roma polis Hellenis, Roma polis Tyrrhenis», pp. 236 ss. Quizá en idéntico sen-
tido anti-siracusano habría que considerar la noticia de Teopompo (FGH 115F317 [= Plin.,
Nat. Hist., 3.57]) sobre la conquista de Roma por los galos.
89
Iust., 20.1.1-16. Sobre este texto, A. FRASCHETTI, «Eraclide Pontico e Roma ‘città
greca’», pp. 91 ss.; D. BRIQUEL, Le regard des autres, pp. 23 ss. M. SORDI, I rapporti
romano-ceriti e l’origine della civitas sine suffragio, p. 65, n. 2, piensa en Teopompo como
la fuente más adecuada para el pasaje en cuestión, Timeo según R. DONCEEL, «Timée et la
mention d’une fondation chalcidienne de Nole dans Trogue-Pompée et Silius Italicus»,
BIBR, 34, 1962, 27-55. Cf. D. MUSTI, «La nozione storica di Sanniti nelle fonti greche e
romane», en Strabone e la Magna Grecia, pp. 203 ss.
90
Dion., 1.43.1; Fest., 245L; Solin., 1.14-15.
91
L. BRACCESI, «Diomedes cum Gallis», pp. 97 ss.; IDEM, Grecità di frontiera,
pp. 103 ss.; A. COPPOLA, Archaiologhìa e propaganda, p. 97. Ya A. SCHWEGLER, Römische
Geschichte, vol. I.1, p. 216, n. 21, sugería la posibilidad de elevar la noticia a Timeo o
incluso a Antíoco de Siracusa.
92
En opinión de G. ZECCHINI, I druidi e l’opposizione dei Celti a Roma, Milano,
1984, pp. 22 ss., los hiperbóreos no representarían sino la faceta mítica de los celtas; muy
interesante al respecto cuanto escriben R. DION., «La notion d’Hyperboréens», BAGB,
1976, 143-157, y F. MARCO, «#Εσχατοι νδρω ν: la idealización de celtas e hiperbóreos
en las fuentes griegas», DHA, 26, 2000, 121-147.
93
Hesíodo, fr. 150. Sobre la cuestión, A. MASTROCINQUE, L’ambra e l’Eridano, Este,
1991.
94
D. BRIQUEL, «Il mito degli Iperborei: dal caput Adriae a Roma», en Concordia e
la X Regio, Trento, 1995, p. 191.
95
A. MASTROCINQUE, «Eracle «Iperboreo» in Etruria», en Ercole e l’Occidente,
Trento, 1993, 49-61.
96
D. BRIQUEL, Le regard des autres, pp. 39 ss.; IDEM, «Il mito degli Iperborei: dal
caput Adriae a Roma», p. 193.
97
Sileno, FGH 175F8 (= Solin., 1.15).
98
K. MEISTER, «Anibale in Sileno», Maia, 23, 1971, 3-9; D. BRIQUEL, «La propa-
gande d’Hannibal au début de la deuxième guerre punique: remarques sur les fragments de
Silènos de Kalèactè», en IV Congreso Internacional de Estudios Fenicios y Púnicos,
Cádiz, 2000, vol. I, 123-127.
99
Así lo planteaba ya J. BAYET, Les origines de l’Hercule romain, Paris, 1926,
pp. 67 ss.
100
Nep., Hann., 3.4.
101
Filisto, FGH 556F46 (= Dion., 1.22.4).
sículos eran ligures, que habiendo sido expulsados de su lejano país por
umbros y pelasgos y conducidos por Sicelo, de quien recibe su nombre el
nuevo pueblo, descendieron la península y pasaron a Sicilia, donde se asen-
taron definitivamente. Los sículos son pues ligures, pero ese mismo pueblo
también era considerado, de manera general, como una de las primitivas
capas de población que habitaron en el Lacio, como en efecto veremos en
su momento. Aplicando de hecho la propiedad transitiva según la cual si A
(aborígenes) = B (ligures) y B=C (sículos), resulta que A=C, se concluye
en una proximidad entre aborígenes y sículos, lo que por otra parte no está
atestiguado de manera expresa, de forma que la tradición que identifica a
aborígenes con ligures se debe por tanto atribuir a la historiografía siracu-
sana de la primera mitad del siglo IV102. Como pruebas indirectas de esta
interpretación, se recurre por un lado a la interpretación de los Βορεγονοι
como «gentes del norte», según considerábamos en páginas anteriores, y
por tanto fácilmente asimilables a ligures y a celtas, y por otro a la tradi-
ción según la cual los primeros habitantes de la Galia habrían sido asi-
mismo los aborígenes, noticia recogida por Timágenes de Alejandría a par-
tir de autores más antiguos103.
Sin embargo, esta interpretación no es por completo satisfactoria y se
hace necesario reconsiderarla. Ante todo creo que conviene descartar estos
dos últimos argumentos indirectos, y más especialmente el relativo a los
Βορεγονοι. Según veíamos en su momento, esta forma griega es una deri-
vación de la original latina Aborigines, y por tanto de aparición más tardía,
y si bien su significado más pertinente es el de «gentes del norte», esto no
implica que deban ser llevados a las regiones más septentrionales de Italia,
allí donde se establece el contacto con los hiperbóreos. El significado es
muy ambiguo, pues el carácter norteño de este pueblo, como se deduce de
su nombre, siempre hay que determinarlo en relación a un punto o a una
región que necesariamente se sitúa más al sur; y tratándose de un término
griego, casi por fuerza ese punto de referencia ha de identificarse con un
área de cultura asimismo griega. Ya hemos visto cómo esas poblaciones
102
D. BRIQUEL, «Denys, témoin de traditions disparues», pp. 107 ss.; A. COPPOLA,
Archaiologhìa e propaganda, pp. 94 ss. Previamente, J. BAYET, «Les origines de l’arca-
disme romain», p. 89, pensaba en Filisto como fuente de Dionisio.
103
Timágenes, FGH 88F2 (= Amm. Marc., 15.9.3): Aborigines primos in his regioni-
bus quidam visos esse firmarunt; Celtos nomine regis amabilis et matris eius vocabulo
Galatas dicto.
104
D. BRIQUEL, «Des Aborigènes en Gaule», cit.
105
M. SORDI, «Timagene di Alessandria: uno storico ellenocentrico e filobarbaro»,
ANRW, II.30.1, 1982, esp. pp. 779, 787, 795 ss.
106
Iust., 43.1.3.
origen galo de los aborígenes latinos, sino que debió inspirarse en una
fuente, posiblemente masaliota, que trataba de importar a la Galia el
modelo latino, incluidos los aborígenes. En conclusión, la presencia de este
legendario pueblo en la Galia como sustrato originario quizá sea conse-
cuencia de una directa influencia latina, mejor que una manipulación con-
traria a Roma.
Pero el mismo relato de Dionisio ofrece elementos para buscar otras
procedencias. En él se especifica que los aborígenes fueron colonos envia-
dos por los ligures, empleando el término ποκους, lo que parece indicar
que el desplazamiento obedece al mecanismo característico de la coloniza-
ción griega arcaica. Este hecho entra en contradicción con la mencionada
versión de Filisto sobre las vicisitudes de los ligures, como ya hemos visto
con anterioridad, que habla de una migración tras haber sido expulsados de
su tierra; pero aun en el caso de que una parte de los ligures, en el camino
hacia su nueva patria, se hubiesen asentado en el Lacio, tal establecimiento
no se corresponde en absoluto al concepto de la apoikia. Pero además, esta
migración de los ligures-sículos tiene su referencia en el Adriático, donde
se concentraban grandes intereses estratégicos de Siracusa107. Por otra
parte, si Filisto hubiese asimilado a ligures y aborígenes, Dionisio, que
transmite el mencionado fragmento de este historiador siracusano, sin duda
alguna lo habría hecho constar. Briquel es consciente de esta dificultad, lo
cual le lleva a pensar que los ligures ascedientes de los aborígenes serían
«d’autres représentants du groupe ligure que ceux dont Sicélos avait fait
des Sicules»108. Pero una opción de este tipo no es tan sencilla, pues
implica el desarrollo de dos teorías distintas en el seno del mismo ambiente
historiográfico y de forma contemporánea, dualidad que no puede ser fácil-
mente superada.
Según me parece, esta leyenda no fue ideada como justitificación de
una presencia ligur en Roma, en sintonía con las tradiciones sobre los
107
Cf. Plin., Nat. Hist., 3.112. La presentación adriática de los sículos en relación a
los intereses políticos de Dionisio de Siracusa es reconocida de manera casi general: pue-
den verse al respecto E. WIKÉN, Die Kunde der Hellenen von dem Lande und den Völkern
der Apenninenhalbinsel bis 300 v. Chr., Lund, 1937, pp. 81 ss.; G. COLONNA, «I Greci d’A-
dria», RSA, 4, 1974, pp. 10 ss.; IDEM, «La Romagna fra Etruschi, Umbri, Pelasgi», en La
Romagna fra VI e IV secolo a.C., Bologna, 1985, pp. 57 ss.; G. VANOTTI, «L’archaiologhia
siciliana di Filisto», pp. 118 ss.
108
D. BRIQUEL, «Des Aborigènes en Gaule», p. 249.
109
Catón, frs. 31-32P = frs. II.1-2Ch. Estos pasajes son recordados en el comentario
a la Eneida de Virgilio (Serv. auct., Aen., 11.715; Serv., Aen., 11.700), pues cuando el poeta
presenta a un guerrero ligur en combate con Camila, no pierde ocasión para tacharle de
mentiroso, primero a él solo y después a todo el pueblo de los ligures al cual representaba.
Sin embargo, G. A. MANSUELLI, «Le fonti storiche sui Liguri. I», RSL, 49, 1983, p. 8,
piensa que Catón «non alludeva tanto ad un aspetto comportamentale, quanto all’inesis-
tenza di una memoria storica, cioè ad un aspetto culturale». Pero ambas connotaciones
negativas no se oponen entre sí: cf. G. TRAINA, «Roma e l’Italia: tradizioni locali e lettera-
tura antiquaria», RAL, 4, 1993, p. 596.
110
Hércules: fr. 1Ch; Evandro: fr. 1P = 2Ch (= Mar. Vict., GLK, VI.23).
111
G. D’A NNA , Problemi di letteratura latina arcaica, p. 99, supone que habría
sido Fabio Pictor quien introdujo el episodio de la guerra entre aborígenes y troya-
nos.
112
Serv. auct., Aen., 1.273: Naevius et Ennius Aeneae ex filia nepotem Romulum con-
ditorem urbis tradunt; Serv., Aen., 6.777: Dicit [Ennius] Iliam fuisse filiam Aeneae; quod
si est, Aeneas avus est Romuli.
113
Enn., fr. 19 V (= Var., L. L., 7.28): Quam Prisci casci populi tenuere Latini.
114
Saufeio, fr. 2P (= Serv., Aen., 1.6): Saufeius Latium dictum ait, quod ibi latuerant
incolae, qui quoniam in cavis montium vel occultis caventes sibi a feris beluis vel a val-
tioribus vel a tempestatibus habitaverint Cascei vocati sunt, quos posteri Aborigines cog-
nominarunt.
115
Así lo entendía A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, vol. I.1, p. 202.
116
G. DURY-MOYAERS, Énée et Lavinium, Bruxelles, 1981, p. 82.
117
Naev., fr. 21 M (= Macr., Sat., 6.5.9): silvicolae homines bellique inertes.
118
J. PERRET, Les origines de la légende troyenne de Rome, p. 640; E. PASOLI, «Sul
fram. 21 Morel del Bellum Punicum di Nevio», en Poesia latina in frammenti, Genova,
1974, 67-83; A. ALFÖLDI, Die Struktur des voretruskischen Römerstaates, Heidelberg,
1974, p. 114; G. D’ANNA, Problemi di letteratura latina arcaica, pp. 21 ss.; R. GODEL,
«Virgile, Naevius et les Aborigènes», MH, 35, 1978, p. 277.
119
Véase sobre estas cuestiones R. GODEL, «Virgile, Naevius et les Aborigènes»,
pp. 275 ss.
el libro III120, por tanto muy alejado del supuesto desembarco de Eneas en
el Lacio y su encuentro con los aborígenes en el libro I. En segundo lugar,
según parece la ciudad de Alba existía con anterioridad a la llegada de Eneas
al Lacio, con cuyo rey, Amulio, entró en contacto el héroe troyano, quien
contrajo matrimonio con una princesa real, episodio que también conoce
Ennio121. Este hecho presupone que los más antiguos pobladores del Lacio
conocían la estructura urbana, lo cual no se adapta con facilidad a su anterior
definición como hombres de los bosques. La única solución posible es quizá
la que propone G. D’Anna, según la cual Eneas habría desembarcado en el
país de los laurentes, donde encontró a los silvicolae homines y su rey Latino,
para en un segundo momento dirigirse a Alba, donde reinaba Amulio122. Esto
implica que en el Lacio primitivo, mítico-histórico, existían diversos pueblos
con distinto grado de civilización, los aborígenes en un nivel socio-cultural
muy bajo y los albenses habitantes de ciudades, lo cual no es fácil aceptar.
En toda la tradición, tanto la anterior como la posterior a Nevio, los aboríge-
nes definen una única capa de población que se extiende por todo el Lacio.
Realmente no sabemos cómo presentaban Nevio y Ennio este antiguo
Lacio sobre el que se asentaron los troyanos de Eneas. A título de hipóte-
sis, y partiendo del supuesto que Virgilio se inspira en ciertos aspectos en
la épica anterior, es posible ofrecer una reconstrucción en términos gene-
rales y siempre sometida a la sospecha de la incertidumbre. Virgilio ofrece
una presentación de la prehistoria del Lacio que en gran medida se separa
de la que seguían los historiadores y anticuarios contemporáneos123. El
120
Naev., fr. 3 M (= Prob., Ad Verg. Ecl., 6.31): Postquam avem aspexit in templo
Anchisa, / sacra in mensa penatium ordine ponuntur, / immolabat auream victimam pulch-
ram. Véase sobre el significado fundacional, G. D’ANNA, Problemi di letteratura latina
arcaica, pp. 84 ss.; IDEM, «Alba Longa in Nevio, Ennio e nei primi annalisti», en Alba
Longa. Mito, storia, archeologia, Roma, 1996, pp. 107 ss. Por su parte, J. PERRET, quien
considera que los viajes de Eneas ocupaban sólo el libro I, traslada a este último el fr. 3 y
lo interpreta como un sacrificio que realiza Anquises en el momento de la partida de Troya
(Les origines de la légende troyenne de Rome, p. 479).
121
Naev., fr. 24 M (= Non., 116.31 M); Enn., fr. 26 V (= Fort., GLK, VI.284). Véase
G. D’ANNA, «Alba Longa in Nevio, Ennio e nei primi annalisti», pp. 110 ss.
122
G. D’ANNA, Problemi di letteratura latina arcaica, p. 89, n. 87; IDEM, «Alba Longa
in Nevio, Ennio e nei primi annalisti», pp. 114 ss.
123
Sobre este tema, F. DALLA CORTE, La mappa dell’Eneide, pp. 239 ss.; G. MADDOLI,
«Latini», en Enc. Virg., Roma, vol. III, 1987, pp. 129 ss.; D. BRIQUEL, «Virgile et les Abo-
rigènes», cit., esp. pp. 77 ss.
124
Serv., Aen., 7.184: ab origine pro ‘Aboriginum reges’, sed est metro prohibitus.
Cf. sin embargo, D. BRIQUEL, «Virgile et les Aborigènes», pp. 79 ss.
125
Verg., Aen., 8.314-323: haec nemora indigenae Fauni Nymphaeque tenebant /
gensque virum truncis et duro robore nata, / quis neque mos neque cultus erat, nec iungere
tauros / aut componere opes norant aut parcere parto, / sed rami atque asper victu uena-
tus alebat. / primus ab aetherio venit Saturnus Olympo / arma Iovis fugiens et regnis exsul
ademptis. / is genus indocile ac dispersum montibus altis / composuit legesque dedit,
Latiumque vocari / maluit, his quoniam latuisset tutus in oris.
126
Véase J. PERRET, «Problèmes topographiques au royaume de Latinus», en Mélan-
ges R. Dion, Paris, 1974, pp. 174 ss.
127
Cf. U. W. SCHOLZ, «Zu Catos Origines I», WJA, 4, 1978, pp. 101 ss.
128
Dion., 1.11.1 (Catón, fr. 6 P = fr. I.4 Ch; Sempronio, fr. 1 P = fr. 1 Ch): Ο δ
λογιτατοι τω ν Pωµαικω ν συγγραφ ων, ν ος στι Π
ρκι
ς τε Κτων
τς
γενεαλογας τω ν ν ’Ιταλ$α π
λεων πιµελ στατα συναγαγ&ν κα Γιος
Σεµπρνιος κα λλοι συχνο, 'Ελληνας ατο"ς εναι λ γουσι τω ν ν ’Αχα($α ποτ
οκησντων, πολλαις γενεαις πρ
τερον το υ πολ µου το υ Τρωικο υ
µεταναστντας. Οκ τι µ ντοι διορζουσιν οτε ϕ υλον Ελληνικν ο µετειχον,
οτε π
λιν ξ *ς παν στησαν, οτε χρ
νον οθ’ *γεµ
να τη ς ποικας οθ’
ποαις τχαις χρησµενοι τν µητρ
πολιν π λιπον· Ελληνικ ω τε µθω
χρησµενοι οδ να τω ν τ Ελληνικ γραψντων βεβαιωτν παρ σχοντο.
129
Dion., 1.13.2.
130
Cf. D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, p. 404: «si Denys n’est pas vraiment un
faussaire, il lui arrive cependant de modifier ce qu’il trouve dans ses lectures pour l’adap-
ter à sa vision personnelle». Véase asimismo J. MARTÍNEZ-PINNA, «Catón y la tesis griega
sobre los aborígenes», Athenaeum, 87, 1999, esp., pp. 107 ss.
131
J. PERRET, Les origines de la légende troyenne de Rome, pp. 640 ss.
132
C. LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di Catone», Athenaeum, 72,
1984, pp. 424 ss.
133
D. BRIQUEL, «Denys d’Halicarnasse et la tradition antiquaire sur les Aborigènes»,
Pallas, 39, 1993, pp. 26 ss. (la cita en, p. 27).
134
Catón, fr. 5 P = fr. I.6 Ch (= Serv., Aen., 1.6): Cato in originibus hoc dicit, cuius
auctoritatem Sallustius sequitur in bello Catilinae, primo Italiam tenuisse quosdam qui
appellabantur Aborigines. Hos postea adventu Aeneae Phrygibus iunctos Latinos uno
nomine nuncupatos.
135
Sall., Cat., 6.1-2: Vrbem Romam, sicuti ego accepi, condidere atque habuere ini-
tio Troiani, qui Aenea duce profugi sedibus incertis vagabantur, cumque eis Aborigines,
genus hominum agreste sine legibus, sine imperio, liberum atque solutum. Hi postquam in
una moenia convenere, dispari gente, dissimili lingua, alius alio more viventes, incredibile
memoratu est quam facile colaverint: ita brevi multitudo diversa atque vaga concordia
ciuitas facta erat.
136
Serv. auct., Aen., 1.273: Ateius adserit Romam ante adventum Evandri diu Valen-
tiam vocitatem, sed post Graceo nomine Romen vocitatam.
137
G. D’ANNA, Problemi di letteratura latina arcaica, pp. 116 ss.; IDEM, «Il mito
di Enea nella documentazione letteraria», pp. 236 ss. También se manifiesta en este sen-
tido E. S. GRUEN, Culture and National Identity in Republican Rome, Ithaca, 1992,
p. 59, n. 61.
138
OGR, 8.3.
139
Así ya J. PERRET, Les origines de la légende troyenne de Rome, p. 535.
140
Esto no quiere decir que en ocasiones Servio cometa errores a la hora de transcri-
bir la opinión de otros autores y en concreto de Catón, como certeramente señala J.-C.
RICHARD, «Ennemis ou alliés? Les Troyens et les Aborigènes dans les Origines de Caton»,
en Hommages R. Schilling, Paris, 1983, 403-412, a propósito de las relaciones entre Latino
y Eneas tras el desembarco de éste en el Lacio.
141
Catón, fr. 76P = fr. III.9Ch (= Serv., Aen., 9.600): durum a stirpe genus Italiae dis-
ciplina et vita laudatur, quam et Cato in originibus et Varro in genti populi Romani com-
memorant.
142
OGR, 13.1.
143
J.-C. RICHARD, «Ennemis ou alliés?», p. 411.
144
Saufeio, fr. 2 P (= Serv., Aen., 1.6). El vínculo entre esta descripción primitiva
de los aborígenes y la visión de Virgilio (supra n. 125) puede encontrarse en Serv.,
Aen., 8.315.
145
Varrón, en Serv., Aen., 3.578; J.-C. RICHARD, «Varron, l’Origo gentis Romanae et
les Aborigènes», p. 34.
146
Dion., 1.10.2, quien explica por esta razón la forma Aberrigenes. No deja de ser
significativo que esta misma etimología se encuentre ímplicita en la tradición atribuida por
Festo (328L) al desconocido historiador cumano, quien sin embargo ofrece una imagen de
los aborígenes completamente distinta.
147
OGR, 1.2: quod eorum parentes atque originem ignorabant, caelo et terra editos...
ipsi crederent; 3.1: indigenas rudes incultosque.
148
J.-C. RICHARD, «Varron, l’Origo gentis Romanae et les Aborigènes», p. 31; A.
MOMIGLIANO, «Some Observations on the ‘Origo Gentis Romanae’», JRS, 48, 1958, p. 65.
Cf. Serv., Aen., 8.134: indigenae, id est inde geniti, υτ
χθονες; 8.328: indigenae sunt
inde geniti, ut de Faunos dixit; advenae da un loco venientes. La expresión indigenae
Fauni Nymphaeque que utiliza Virgilio (Aen., 8.314), y que repite Censorino (Die nat.,
4.11), reenvía hacia la noción de los aborígenes, como señala D. BRIQUEL, «Virgile et les
Aborigènes», p. 78; cf. Gell., Noct. At., 6.21.7; 16.10.7.
149
Iust., 38.6.7.
150
D. BRIQUEL, «Pastores Aboriginum (Justin 38, 6, 7): à la recherche d’une histo-
riographie grecque anti-romaine disparue», REL, 73, 1995, 44-59; IDEM, Le regard des
autres, pp. 137 ss. Además, al definir a Rómulo como aborigen, Mitrídates ignora toda la
tradición troyana de Roma, con lo que priva a ésta de su principal vínculo con el mundo
griego.
151
Lucr., 5.925 ss. Cf. R. GODEL, «Virgile, Naevius et les Aborigènes», p. 279. En este
sentido ya se manifestaba A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, vol. I.1, p. 201, quien la
comparaba con la imagen tradicional de los cíclopes.
152
Catón, fr. 19 P = fr. I.19 Ch (= Lyd., Mag., 1.5): +ς φασιν - τε Κτων ν τ ω Περ
Pωµαικη ς ’Αρχαι
τητος Βρρων τε
πολυµαθ στατος ν Προοιµοις τω ν πρς
Ποµπιον ατ ω εγραµµ νων, Ενδρου κα τω ν λλων ’Αρκδων ες ’Ιταλαν
λθ
ντων ποτ κα τν Αολδα τοις βαρβροις νσπειρντων φωνν.
153
Pueden verse diferentes opiniones, con amplia bibliografía, en E. GABBA, «Il latino
come dialetto greco», en Miscellanea A. Rostagni, Torino, 1963, 188-194; W. A. SCHRÖ-
DER, M. Porcius Cato, pp. 176 ss.; D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 446 ss.; C.
LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di Catone», pp. 428 ss.
154
Mar. Vict., GLK, VI.23.
155
Catón, fr. 56 P = II.26 Ch (= Solin., 2.7), acerca de la fundación de Tibur.
156
C. LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di Catone», p. 429.
157
Plaut., Bacc., 121; Most., 828.
158
Catón, fr. 50 P = fr. II.21 Ch (= Dion., 2.49.2-3): Κτων δ Π
ρκιος τ µν
νοµα τ ω Σαβνων /θνει τεθη να ϕησιν π Σβου το υ Σγκου δαµονος πιχωρου,
το
υτον δ τν Σγκον π
τινων πστιον καλεισθαι ∆α. πρτην δ’ ατω ν ο0κησιν
ποφανει γεν σθαι κµην τιν καλουµ νην Τεστρο υναν γχο υ π
λεως
’Αµιτ ρνης κειµ νην, ξ *ς
ρµηθ ντας τ
τε Σαβνους ες τν Pεατνην µβαλειν
’Αβοριγνων µα <Πελασγοις> κατοικοντων κα π
λιν ατω ν τν
πιϕανεσττην Κοτυλας πολ µω χειρωσαµ νους κατασχειν. κ δ τη ς Ρεατνης
ποικας ποστελαντας λλας τε π
λεις κτσαι πολλς, ν ας οκειν τειχστοις,
κα δ κα τς προσαγορευοµ νας Κ1 ρεις (el fragmento continúa proporcionando la
medida de las distancias que separan la región de los mares Tirreno y Adriático).
159
Catón, fr. 7 P = fr. I.5 Ch (= Prisc., Gramm., V. 182 H; VI.230 H): Agrum quem
Volsci habuerunt campestris plerus Aboriginum fuit.
160
A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, vol. I.1, p. 198, n. 1; W. A. SCHRÖDER, M.
Porcius Cato, p. 111; D. MUSTI, «L’immagine dei Volsci nella storiografia antica», en I
Volsci (QuadAEI 20), Roma, 1992, p. 28.
161
D. BRIQUEL, «Denys d’Halicarnasse et la tradition antiquaire sur les Aborigènes», p. 25.
162
Cat., fr. 56 P = fr. II.26 Ch (= Solin., 2.7); Dion., 1.16.5. Sobre las tradiciones rela-
tivas al origen de esta ciudad, M. T. LANERI, «Una strana narrazione catoniana sulla fon-
dazione di Tivoli (in Solin. 2.7-8)», Sandalion, 18, 1995, 133-146; D. BRIQUEL, «La
légende de fondation de Tibur», ACD, 33, 1997, 63-81; W. LAPINI, «Solino e la fondazione
di Tivoli», BStudLat, 28, 1998, 467-477; A. MEURANT, «La valeur du thème gémellaire
associé aux origines du Tibur», RBPhH, 76, 1998, 37-73.
163
Catón, fr. 50 P = fr. II.21 Ch (= Dion., 2.49.3); Varrón, en Dion., 2.48.
164
El texto de Dionisio que transmite el fragmento de Catón relativo a la expulsión
de los aborígenes de la región de Sabina (supra n. 158), al hablar de la población que exis-
tía en la cuenca reatina, tras la palabra ’Αβοριγνων introduce un µα que resulta de difí-
cil compresión, por lo que algunos editores, a partir de J. J. Reiske, restituyen
’Αβοριγνων µα Πελασγοις. Pero tal reconstrucción no resulta satisfactoria, puesto
que en definitiva se basa en la creencia de que Catón, como luego Varrón, admitía la con-
vivencia de aborígenes y pelasgos en Sabina, lo cual en modo algunos puede ser demos-
trado por otras vías.
165
Sin ánimo de catálogo, deben recordarse J. POUCET, «Les origines mythiques des
Sabins à travers l’oeuvre de Caton, de Cn. Gellius, de Varron, d’Hygin et de Strabon», en
Études Étrusco-Italiques, Louvain, 1963, 155-225; C. LETTA, «I mores dei Romani e l’ori-
gine dei Sabini in Catone», en Preistoria, storia e civiltà dei Sabini, Rieti, 1985, 15-34;
D. MUSTI, «I due volti della Sabina: sulla rappresentazione dei Sabini in Varrone, Dionigi,
Strabone, Plutarco», DdA, 3.2, 1985, 77-86 (= Strabone e la Magna Grecia, 235-257);
G. TRAINA, «Roma e l’Italia», pp. 619 ss.; D. BRIQUEL, Les Tyrrhènes peuple des tours,
pp. 140 ss.; IDEM, «La tradizione letteraria sull’origine dei Sabini: qualche osservazione»,
en Identità e civiltà dei Sabini, Firenze, 1996, 29-40.
166
Catón, fr. 50 P = II.21 Ch (= Dion., 2.49.2). El texto se encuentra en la n. 158.
167
Var., L. L., 5.66; Dion., 4.58.4; Ovid., Fast., 6.213 ss.; Fest., 276L: cf. J. POUCET,
«Semo Sancus Dius Fidius, une première mise à point», RecPhLing, 3, 1972, 53-63. En
el texto transmitido por Dionisio figura Zeus Pistios, lo que sin duda hay que interpretar
como directa traducción griega del latín Fidius, pero que asimismo evoca un epíteto
divino itálico, como se puede ver en la Patanaí Piístíaí de la tabla samnita de Agnone
(E. SCHWEYZER, «Zur Bronze von Agnone», RhM, 84, 1935, pp. 11 ss.; G. DEVOTO,
«Il panteon di Agnone», SE, 35, 1967, pp. 189 ss.) y sobre todo en el ΖωÛηι Πιζηι de la
inscripción RV-19 del santuario lucano de Rossano di Vaglio: M. LEJEUNE y (D. ADAMES-
TEANU), «Il santuario lucano di Macchia di Rossano di Vaglio», MemAccLinc, 16, 1971,
pp. 69 ss., quien sin embargo prefiere interpretar Ioui Fonti; por el contrario más acertado
V. PISANI, «La rappresentazione di «f» e l’iscrizione di Mogliano», Glotta, 52, 1974,
p. 128, quien ve aquí un equivalente de Fidio.
168
Por esta opinión se inclina D. BRIQUEL, «La tradizione letteraria sull’origine dei
Sabini», pp. 35 ss.
169
Catón, fr. 51 P = II.22 Ch (= Serv. auct., Aen., 8.638): Cato autem et Gellius a Sabo
Lacedaemonio trahere eos originem referunt. Porro Lacedaemonios durissimos fuisse
omnis lectio docet. Sabinorum etiam mores populum Romanum secutum idem Cato dicit:
merito ergo ‘severis’, qui et a duris parentibus orti sunt, et quorum disciplinam victores
Romani in multis secuti sunt.
170
Una versión posterior, atribuida a Julio Higino (fr. 9 P = Serv. auct., Aen., 8.638),
hace de Sabo un persa, quien tras haber pasado por Esparta, llegó a Italia y colonizó la
región de Sabina una vez expulsados los sículos. Se trata indudablemente de una versión
secundaria, reelaboración de la anterior, destinada a explicar ciertos paralelismos toponí-
micos entre la Sabina y el mundo oriental: J. POUCET, «Les origines mythiques des Sabins»,
pp. 203 ss.
171
Dion., 2.49.4-5.
172
Cf. C. LETTA, «I mores dei Romani e l’origine dei Sabini in Catone», pp. 32 ss.,
quien señala cómo las ciudades abiertas fundadas por Sabino recuerdan a Esparta, arque-
tipo de ciudad sin murallas. Véase asimismo Plut., Rom., 16.1.
173
Entre estas tradiciones destaca la referida a los samnitas y transmitida por Estrabón,
5.4.12 (C. 250). Véanse sobre este asunto las interesantes observaciones de J. BÉRARD, La
Magna Grecia, pp. 454 ss.; M. SORDI, «I Sanniti fra Roma e i Greci nel IV sec. a.C.»,
Abruzzo, 13, 1975, 95-100; A. MELE, «Il pitagorismo e le popolazioni anelleniche d’Italia»,
AION(arch), 3, 1981, 61-69; D. MUSTI, «La nozione storica di Sanniti nell fonti greche e
romane», pp. 203 ss.; E. DENCH, From Barbarians to New Men, Oxford, 1995, pp. 53 ss.
174
Cf. por ejemplo el fr. 83 P = fr. IV. 7 Ch (= Gell., Noct. At., 3.7.1-19) a propósito
de Leónidas.
175
Así, J. POUCET, «Les origines mythiques des Sabins», pp. 160 ss.; S. MAZZARINO,
Il pensiero storico classico, vol. II, p. 90.
176
Por una convivencia de ambas versiones en Catón se muestran, entre otros,
L. MORETTI, «Le Origines di Catone, Timeo ed Eratostene», RFIC, 80, 1952, p. 293;
C. LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di Catone», pp. 432 ss.; IDEM, «I mores
dei Romani e l’origine dei Sabini in Catone», pp. 30 ss.; D. MUSTI, «I due volti della
Sabina», p. 85 (= Strabone e la Magna Grecia, pp. 253 ss.); D. BRIQUEL, «La tradizione let-
teraria sull’origine dei Sabini», pp. 30 ss.
177
Fabio, fr. 8 P = fr. 10 Ch (= Dion., 2.38.3). En este sentido, S. MAZZARINO, Il pen-
siero storico classico, vol. II, pp. 89 ss.; C. LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origi-
nes di Catone», pp. 435s; D. MUSTI, «I due volti della Sabina», pp. 78 ss. (= Strabone e la
Magna Grecia, pp. 238 ss.).
178
Str., 5.3.1 (C. 228): /στι δ κα παλαι
τατον γ νος ο Σαβινοι κα
ατ
χθονες. Así, J. POUCET, «Les origines mythiques des Sabins», pp. 213 ss.; D.
MUSTI, «I due volti della Sabina», pp. 83 ss. (= Strabone e la Magna Grecia,
pp. 250 ss.). En contra, D. BRIQUEL, «La tradizione letteraria sull’origine dei Sabini»,
p. 30.
sabinos son los mismos que Catón atribuye al pueblo romano179, que en su
papel de potencia dominante, debe alzarse como ejemplo de moralidad en
oposición al mundo griego, causante de la introducción en Italia de la
tryphé y la luxuria, prácticas diametralmente opuestas a los principios que
subyacen en las mores tradicionales de Roma180. Los aborígenes participa-
ban también de este universo, pues cuando Catón habla de ellos como gen-
tes de escasa civilización, al momento surge una comparación con los sabi-
nos y sus virtudes: al igual que estos, los aborígenes definían asimismo un
pueblo antiguo y autóctono, escaso de recursos pero en posesión de gran-
des valores morales. Las virtudes tradicionales de los romanos proceden
pues de los sabinos, pero también de los aborígenes, que constituyen la
cepa del pueblo latino y al tiempo participan de la esencia del carácter
sabino.
179
Catón fr. 51 P = fr. II.22 Ch (Serv. auct., Aen., 8.638): Sabinorum etiam mores
populum Romanum secutum idem Cato dicit.
180
Véase C. LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di Catone», pp. 19 ss.,
quien destaca la paradoja que se observa al respecto en Catón. Cf. sin embargo las obser-
vaciones de E. S. GRUEN, Culture and National Identity in Republican Rome, pp. 52 ss.,
69 ss.
181
Cf. C. LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di Catone», pp. 418 ss.
182
Véanse al respecto J. COLLART, Varron grammairien latin, Paris, 1954, pp. 230 ss.;
J. POUCET, «Les origines mythiques des Sabins», pp. 175, 198 ss.; D. BRIQUEL, «La zona
reatina, centro dell’Italia: una visione della penisola alternativa a quella romana», en La
Salaria in età antica, Roma, 2000, pp. 81 ss.
183
Sobre los aborígenes, Varrón trataba en dos obras distintas, De gente populi
Romani y Antiquitates rerum humanarum: cf. J.-C. RICHARD, «Varron, l’Origo gentis
Romanae et les Aborigènes», p. 31.
184
Isid., Etym., 9.2.74: Pelasgi nominati. quia cum velis passis verno tempore
advenisse Italiam visi sunt et aves. Primo enim eos Varro Italiam adpulisse commemo-
rat. A favor de la idea de la autoctonía se encuentran entre otros F. DELLA CORTE,
«L’idea della preistoria in Varrone», en Atti Congresso Internazionale di Studi Varro-
niani, Rieti, 1976, vol. I, pp. 113 ss.; D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp., 473 ss.;
E. GABBA, Dionysius and The History of Archaic Rome, Berkeley, 1991, p. 114;
habitado en un principio por los sículos, contra los cuales guerrearon los
aborígenes, solos y ayudados por los pelasgos190, hasta expulsarles del
territorio. Según Dionisio, en un pasaje de clara influencia varroniana, una
de las formas utilizadas por los aborígenes para presionar sobre los sícu-
los asumía la forma del ver sacrum191, costumbre característica de los pue-
blos itálicos invocada como mecanismo generalizado de su expansión por
toda la península. El punto de partida de este ver sacrum fue sin duda
Cutilia, considerada por Catón como la más famosa de las comunidades
aborígenes y cuya conquista por los sabinos significa el comienzo del fin
de ese pueblo en la región192. El mismo Varrón la consideraba como el
«ombligo» de Italia193, lugar por tanto muy apropiado para producirse ese
encuentro entre aborígenes y pelasgos en cumplimiento de un oráculo,
como veremos con mayor detenimiento en un próximo capítulo. Por haber
«nacido» a consecuencia de un ver sacrum, los aborígenes fueron también
llamados «sacranos», según se lee en un pasaje de Festo que recuerda muy
de cerca a Varrón194. El término Septimontium es una referencia a Roma,
pero a una Roma todavía inexistente, anterior a Rómulo, de manera que
hay que entenderlo como expresión de un antiquísimo poblamiento asen-
tado en el mismo solar donde mucho más tarde se levantará la ciudad195.
190
Dion., 1.16, 20.4.
191
Dion., 1.16.1-4. Sobre el particular, P. M. MARTIN, «Contribution de Denys d’Ha-
licarnasse à la connaissance du uer sacrum», cit.; D. BRIQUEL, «Denys, témoin de traditions
disparues», pp. 101 ss.
192
Catón, fr. 50 P = II.21 Ch (= Dion., 2.49.2).
193
Plin., Nat. Hist., 3.109: in agro Reatino Cutiliae lacum, in quo fluctuetur insula,
Italiae umbilicum esse M. Varro tradit; Solin., 2.6: umbilicum, ut Varro tradit, in agro Rea-
tino habet. Sobre el particular recientemente, L. DESCHAMPS, «Pourqoui Varron situe-t-il au
Lac de Cutilia l’Ombilic de l’Italie?», cit.; D. BRIQUEL, «La zona reatina, centro dell’Ita-
lia», pp. 83 ss.
194
Fest., 424L: Sacrani appellati sunt Reate orti, qui ex Septimontio Ligures Siculos-
que exegerunt; nam vero sacro nati erant; Var., L. L., 5.53: <alii quod Palatini>, Aborigi-
nes ex agro Reatino, qui appellatur Palatium, ibi conse<de>runt. Palatium figura en la
mencionada lista varroniana de las ciudades aborígenes.
195
El empleo del término Septimontium con connotaciones históricas, al margen de
la fiesta que con ese nombre se celebraba el 11 de diciembre (Fest., 458L; 474-476L,
donde se invoca a Antistio Labeo; Paul. Fest., 459L), parece indicar asimismo una depen-
dencia de Varrón, pues hasta donde sabemos fue éste el primero que hablaba del Septi-
montium como una pre-Roma (Var., L. L., 5.41). Sobre el particular, J. POUCET, «Le Sep-
timontium et la Succusa chez Festus et Varron. Un problème d’histoire et de topographie
romaines», BIBR, 32, 1690, pp. 26 ss.; R. GELSOMINO, Varrone e i sette colli di Roma,
Roma, 1975.
196
Serv. auct., Aen., 11.317: [Siculi] a Liguribus pulsi, Ligures a Sacrani, Sacrani ab
Aboriginibus.
197
D. BRIQUEL, «Denys, témoin de traditions disparues», pp. 101 ss.
198
Verg., Aen., 7.794-796: Argivaque pubes / Auruncaeque manus, Rutuli veteresque
Sicani, / et Sacranae acies et picit scuta Labici.
199
Serv., Aen., 7.796: sacranae acies dicunt quendam Corybantem de Creta venisse
ad Italiam et tenuisse loca, quae nunc urbi vicina sunt, et ex eo populos ducentes originem
Sacranos appellatos; nam sacrati sunt matri deum Corybantes. alii Sacranas acies Ardea-
tum volunt, qui aliquando cum pestilentia laborarent, ver sacrum voverunt, unde Sacrani
dicti sunt.
200
Verg., Aen., 3.111.
no parece que nada que la rodea pueda figurar entre los enemigos de su
protegido. La segunda es más interesante, pues identifica a los sacranos
con los habitantes de Ardea, así llamados por haber nacido como conse-
cuencia de un ver sacrum. Pero Ardea era la «capital» de los rútulos, pue-
blo sobre el que reinaba Turno y quien, al decir de Virgilio, tenía a esa ciu-
dad como su patria201.
Esta interpretación de Servio encuentra un extraordinario paralelo en
unos versos de Silio Itálico, que pueden servir de vínculo entre el poeta y
su comentarista. Al exponer el catálogo de las tropas de los cónsules
romanos en la batalla de Cannas, en un pasaje de clara inspiración virgi-
liana, Silio se refiere a los rútulos con las expresiones Faunigenae y sacra
manus, menciona a los sicanos como sus aliados y los relaciona con los
laurentes202, parentesco este último que es asimismo afirmado por Virgi-
lio203. Ahora bien, la consideración de los rútulos como descendientes de
Fauno y su caracterización como sacrani inevitablemente nos hacen pen-
sar en los aborígenes, de forma que si bien en las anteriores noticias de
Festo y del interpolador a Servio los sacranos figuran explícitamente refe-
ridos a Roma, nada impide que otras versiones hayan extendido esta idea
a otras ciudades del Lacio, entre ellas Ardea204, habida cuenta que los abo-
rígenes no representan un concepto exclusivamente romano sino latino. A
partir de estos datos, siempre a título de hipótesis y teniendo presente la
licencia poética, quizá no sería aventurado ver en la expresión Sacranae
acies una alusión al núcleo de las fuerzas de Turno, es decir a rútulos y
laurentes en general, gentes estas últimas que no se encuentran bien defi-
nidas en Virgilio205. Además, los reyes laurentes de Virgilio no son otros
que, en autores contemporáneos, son considerados reyes de los aboríge-
nes. Con esto no se quiere decir que deba aceptarse que Virgilio compar-
tiese el «sabinismo» de Varrón sobre el Lacio primitivo206, y menos toda-
201
Verg., Aen., 9.738; 12.45; en Ardea se encontraba el palacio de Turno: Aen.,
9.411 ss.. Véanse asimismo Catón, fr. 58 P = fr. II.28 Ch (= Prisc., Gramm., 4.129H):
Ardeatis Rutulus; Ovid., Met., 14.573 ss.; Str., 5.3.5 (C. 232).
202
Sil. Ital., Pun., 8.356 ss.: Faunigeane socio bella invasere Sicano / sacra manus
Rutuli, servant qui Daunia regna / Laurentique domo gaudent et fonte Numici.
203
Verg., Aen., 12.40. Cf. F. DELLA CORTE, La mappa dell’Eneide, p. 206.
204
Cf. G. DE SANCTIS, Storia dei Romani, vol. I, p. 256, n. 66.
205
Véase N. HORSFALL, «Laurentes», en Enc. Virg., Roma, 1987, vol. III,
pp. 141 ss.
206
N. HORSFALL, «Sabini», en EncVirg, Roma, 1988, vol. IV, p. 628. En sentido
opuesto se expresan M. G. BITTI y L. BRACCESI, «Virgilio e le città della Sabina», en Conv.
Naz. Studi Virgiliani, Torino, 1984, pp. 161 ss.
207
J. BÉRARD, La Magna Grecia, pp. 448 ss.; A. MONTENEGRO, La onomástica de Vir-
gilio y la antigüedad preitálica, Salamanca, 1949, pp. 95 ss.; F. DELLA CORTE, La mappa
dell’Eneide, pp. 233 ss.
208
Verg., Aen., 7.177-181.
209
Cf. D. BRIQUEL, «La zona reatina, centro dell’Italia», p. 81.
210
J. HEURGON, Trois études sur le «ver sacrum», Bruxelles, 1957, pp. 5 ss.; G.
DEVOTO, Gli antichi Italici, Firenze, 1969, p. 90; M. PALLOTTINO, Genti e culture dell’Ita-
lia preromana, Napoli, 1981, p. 87; E. DENCH. From Barbarians to New Men, pp. 185 ss.
211
Dion., 1.14.5, quien sigue a Varrón. Sobre el particular, P. M. MARTIN, «L’oracle
aborigène de Mars à Tiora-Matiene. Essai de localisation et d’interprétation», Caesarodu-
num, 19, 1984, 203-216; D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 432 ss.; 468, n. 54.
212
Véase en general, E. GABBA, Dionysius and The History of Archaic Rome,
pp. 113 ss.; D. BRIQUEL, Les Tyrrhènes peuple des tours, pp. 125 ss.; IDEM, «Denys d’Ha-
licarnasse et la tradition antiquaire sur les Aborigènes», cit.; F. MORA, Il pensiero storico-
religioso antico, Roma, 1995, pp. 116 ss.
213
Dion., 1.10.
214
Cf. Dion., 14.6.5. Véase D. BRIQUEL, Les Tyrrhènes peuple des tours, pp. 136 ss.,
con referencias. Muy interesante asimismo M. SORDI, «Integrazione, mescolanza, rifiuto
nell’Europa antica: il modello greco e il modello romano», en Integrazione, mescolanza,
rifiuto, Roma, 2001, p. 17: «nella Grecia classica la purezza della stirpe è un vanto, l’ap-
pertenenza ad una popolazione mista è un segno di inferiorità».
215
Dion., 1.13.4; cf. E. GABBA, Dionysius and The History of Archaic Rome, p. 115.
216
Dion., 1.11.2-13.3.
217
Sófocles, fr. 598 R (= Dion., 1.12.2); Antíoco, FGH 555F2 (= Dion., 1.12.3); Feré-
cides, FGH 3F156 (= Dion., 1.13.1). Sobre estas leyendas, J. BÉRARD, La Magna Grecia,
pp. 433 ss.
218
Serv., Aen., 1.532: Oenotria autem dicta est vel a vino optimo, quod in Italia nas-
citur, vel ut Varro dicit ab Oenotro, rege Sabinorum. Sobre la cuestión, J. POUCET, «Les ori-
gines mythiques des Sabins», pp. 191 ss.; D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 614 ss.
219
Dion., 1.13.3.
220
OGR, 4.1; D. BRIQUEL, Les Tyrrhènes peuple des tours, pp. 131 ss.
221
Dion., 1.14-16; la relación con los pelasgos figura en 1.19-20.
222
Dion., 1.13.3: το"ς δ Οντρους τη ς τ’ λλης ’Ιταλας πολλ χωρα ο0οµαι
κατασχειν, τ µν /ρηµα, τ δ ϕαλως οκοµενα καταλαβ
ντας, κα δ κα τη ς
’Οµβρικω ν γης στιν 2ν ποτεµ σθαι.
223
Dion., 1.18.3-19.3.
224
Solin., 1.14; Palatium... quod aliquamdiu Aborigines habitarunt, propter incom-
modum vicinae paludis, quam praeterfluens Tiberis fecerat, profecti Reate postmodum reli-
querunt; cf. sin embargo, D. BRIQUEL, «Denys d’Halicarnasse et la tradition antiquaire sur
les Aborigènes», p. 35, n. 39.
225
J. BÉRARD, La Magna Grecia, pp. 435 ss.; B. D’AGOSTINO, «Il mondo periferico
della Magna Grecia», en PCIA, Roma, vol. II, 1974, pp. 217 ss.; D. MUSTI, «Sanniti,
Lucani e Bretti nella Geografia di Strabone», ahora en Strabone e la Magna Grecia,
pp. 274 ss.; L. MATTEINI, «L’Italia nel περ ’Ιταλας di Antioco di Siracusa», Helikon, 18-
19, 1978-79, pp. 294 ss.; F. PRONTERA, «Imagenes Italiae. Sulle più antiche visualizzazioni
e rappresentazioni geografiche dell’Italia», Athenaeum, 74, 1986, pp. 305 ss.; M. AME-
RUOSO, «La visualizzazione geografica di Italía-Oinotría e Iapughía in Ecateo di Mileto e
Antioco di Siracusa», MGR, 17, 1992, 65-133, esp. pp. 77 ss., 97 ss.
226
Cf. A. DOMÍNGUEZ MONEDERO, «El tema de la colonización griega en las ‘Anti-
güedades Romanas’ de Dionisio de Halicarnaso», en Homenaje S. Montero Díaz, Madrid,
1989, 137-154, quien concluye acertadamente «que Dionisio hace una historia de una ciu-
dad griega [Roma] y deforma los datos que posee en tal sentido» (p. 154).
II
Los sículos
1
M. PALLOTTINO, Storia della prima Italia, Milano, 1994, p. 58. En contra, L. BER-
NABÒ BREA, Sicilia (trad. esp.), Barcelona, 1962, p. 151.
2
Pol., 12.5-6; Polyain., 6.22. El mismo Tucídides (6.2.4) dice que «todavía hay sícu-
los en Italia», que quizá haya que entender en referencia no a la época del historiador sino
a la de la colonización. Cf. sin embargo T. J. DUNBABIN, The Western Greeks, Oxford, 1948,
pp. 40 ss.; F. W. WALBANK, A Historical Commentary on Polybius, Oxford, 1967, vol. II, p.
336, quienes suponen un movimiento a la inversa: los sículos se desplazan desde Sicilia al
continente.
Jorge Martínez-Pinna Los sículos
3
Sobre los movimientos independentistas sículos, pueden verse D. ADAMESTEANU,
«L’ellenizzazione della Sicilia e il momento di Ducetio», Kokalos, 8, 1962, 167-197; F. P.
RIZZO, La Repubblica di Siracusa nel momento di Ducetio, Palermo, 1970; G. MADDOLI,
«Ducezio e la fondazione di Calatte», AFLPer, 1, 1977/78, 151-156; E. C. GASTALDI, «IG
I3 228: Atene, Siracusa e i Siculi», en Hesperìa. 5, Roma, 1995, 145-162.
4
Antíoco, FGH 555F4 (= Dion., 1.22.5); 555F9 (= Str., 6.1.6 [C. 257]).
5
Thuc., 6.2.
6
Helánico, FGH 4F79a-b (= Steph. Byz., 566-567M, s.v. Σικελα; Dion., 1.22.3).
7
Filisto, FGH 556F46 (= Dion., 1.22.4). Acerca de todas estas tradiciones relativas
a la diabasis de los sículos, entre otros, E. MANNI, «Sicelo e l’origine dei Siculi», Kokalos,
3, 1957, 156-164; F. JACOBY, FGH. Kommentar IIIb, Leiden, 1969, pp. 488 ss.; J. BÉRARD,
La Magna Grecia (trad. ital.), Torino, 1963, pp. 443 ss.; L. MOSCATI CASTELNUOVO, «Sul
rapporto storiografico tra Antioco di Siracusa e Strabone (nota a Strab. VI 1, 6, C. 257)»,
en Studi C. Gatti, Milano, 1987, 237-249; N. LURAGHI, «Ricerche sull’archeologia italica
di Antioco di Siracusa», en Hesperìa. 1, Roma, 1991, pp. 66 ss.; G. VANOTTI, «L’archaio-
loghia siciliana di Filisto», en Hesperìa. 3, Roma, 1993, pp. 116 ss.; M. LOMBARDO, «Italo
in Aristotele e Antioco: problemi di cronologia mitica», en ’Ιστορη. Studi G. Nenci,
Lecce, 1994, pp. 269 ss. Un amplio y reciente tratamiento sobre estas cuestiones se
encuentra en R. SAMMARTANO, Origines gentium Siciliae. Ellanico, Antioco, Tucidide,
Roma, 1998, esp. pp. 86 ss., 143 ss., 246 ss.
8
Plin., Nat. Hist., 3.112. Sobre Numana y Ancona: Plin., Nat. Hist., 3.111. A
Ancona como fundación sícula se refiere asimismo Solin., 2.10.
9
Cf. recientemente P. ANELLO, «La colonizzazione siracusana in Adriatico», en La
Dalmazia e l’altra sponda, Firenze, 1999, p. 137, con referencias bibliográficas.
10
E. WIKÉN, Die Kunde der Hellenen von dem Lande und den Völkern den Apenninhal-
binsel bis 300 v. Chr., Lund, 1937, p. 81; G. COLONNA, «La Romagna fra Etruschi, Umbri,
Pelasgi», en La Romagna fra VI e IV secolo, Bologna, 1985, pp. 57 ss.; G. VANOTTI, «L’ar-
chaiologhia siciliana di Filisto», pp. 181 ss.; A. COPPOLA, «Ancora su Celti, Iperborei e propa-
ganda siracusana», en Hespeìa. 2, Roma, 1991, 103-106; EADEM, Archaiologhía e propaganda,
Roma, 1995, p. 94. Cf. sin embargo D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, Roma, 1984, p. 86.
11
Fabio Pictor, fr. 2 P = fr. 22 Ch (= Isid., Etym., 4.7.34). En un sentido positivo se
manifiestan O. SKUTSCH, «Volsculus», RhM, 98, 1955, p. 96 (= Studia Enniana, London,
1968, p. 143); D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, Roma, 1991, pp. 496 ss., n. 21.
Véase no obstante D. MUSTI, «L’immagine dei Volsci nella storiografia antica», en I Volsci
(QuadAEI 20), Roma, 1992, pp. 26 ss.
12
Hyg., fr. 9 P (= Serv. autc., Aen., 8.638). Sobre este pasaje, J. POUCET, «Les ori-
gines mythiques des Sabins», en Études Étrusco-Italiques, Louvain, 1963, pp. 203 ss. Por
su parte, A. COPPOLA, Archaiologhía e propaganda, p. 102, supone una intermediación
siracusana amparándose en que Dionisio I era aliado de Esparta. Cf. supra, cap. I, n. 170.
13
Isid., Etym., 9.2.85. Tampoco hay razón de peso para leer esta tradición en clave
siracusana, como sugiere A. COPPOLA, Archaiologhía e propaganda, p. 103.
14
Dion., 1.20.5; 21.1. Cf. D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 297 ss., 351 ss.; G.
CAMPOREALE, «L’ethnos dei Falisci secondo gli scrittori antichi», ArCl, 43, 1991, p. 214.
15
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 300 ss.
16
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 314 ss.
17
Lyc., Alex., 1355 ss. Cf. A. COPPOLA, Archaiologhía e propaganda, pp. 137 ss.
También Dionisio, 1.40.3, hablando sobre la presencia de Hércules en Roma, hace una
enigmática alusión a los ligures como habitantes de Etruria.
18
Lyd., Mens., 1.37.
19
D. BRIQUEL, «Une présentation originale de l’autochtonie des Étrusques: la version
de Jean le Lydien», en Atti II Congreso Internazionale Etrusco, Roma, 1989, vol. I, 199-
204: IDEM, L’origine lydienne des Étrusques, pp. 491 ss.
20
Antíoco, FGH 555F6 (= Dion., 1.73.4): ’Επε δ ’Ιταλς κατεγρα, Μργης
βασλευσεν. ’Επ το του δ
νρ
ϕκετο κ P
µης φυγς. Σκελος νοµα ατω .
21
Dion., 1.73.5. Sobre la discusión en torno a la cronología mítica en que se sitúa
este dato, puede consultarse M. LOMBARDO, «Italo in Aristotele e Antioco», pp. 271 ss.
22
Antíoco, FGH 555F2 (= Dion., 1.12.3): «’Αντοχος Ξενοφνεος τδε
συνγραψε περ ’Ιταλας, κ τω ν
ρχαων λγων τ πισττατα κα σαφστατα. Τν
γη
ν τα την, τις ν υν ’Ιταλα καλειται, τ παλαιν εχον Ονωτρο.» Επειτα
διεξελθν, ν τρπον πολιτε οντο κα ς βασιλες ν ατοις ’Ιταλς
ν
χρνον γνετο,
ϕ’ ο µετωνοµσθησαν ’Ιταλο, το του δ τν
ρχν Μργης
διεδξατο,
ϕ’ ο Μργητες κλθησαν· κα ς Σικελς πιξενωθες Μργητι,
δαν πρττων
ρχν διστησε τ θνος, πιϕρει ταυτ· «Ο!τω δ Σικελο κα
Μργητες γνοντο κα ’Ιταλητες, ντες Ονωτρο».
23
G. HUXLEY, «Antiochos on Italos», en Φιλας χριν. Miscellanea E. Manni,
Roma, 1979, vol. IV, pp. 1201 ss.
24
F. PRONTERA, «Antioco di Siracusa e la preistoria dell’idea etnico-geografica
dell’Italia», GeogAnt, 1, 1992, p. 118; IDEM, «L’Italia nell’ecumene dei Greci», GeogAnt,
7, 1998, p. 9. Cf. D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, p. 597, según el cual «Antiochos est
victime de la présentation généalogique des peuples, à travers leurs éponymes. Cette mé-
thode... ordonne dans le temps des faits ethniques contemporaines».
25
Cf. R. SAMMARTANO, Origines gentium Siciliae, pp. 173 ss.
26
J. BAYET, «Les origines de l’arcadisme romain», MEFR, 38, 1920, p. 90, admi-
tía que entre los griegos del sur de Italia ya existía en el siglo V la idea de un Lacio habi-
tado por los sículos. Véase asimismo D. BRIQUEL, «Le regard des Grecs sur l’Italie
indigène», en Crise et transformation des sociétés archaïques de l’Italie antique, Roma,
1990, p. 169; G. RADKE, «Sikelos. Ein Flüchtling aus Rom», GB, 18, 1992, p. 24.
27
Helánico, FGH, 4F84 (= Dion., 1.72.2). Cf. supra cap. I, n. 78.
28
F. PRONTERA, «Antioco di Siracusa e la preistoria dell’idea etnico-geografica
dell’Italia», p. 133.
29
E. MANNI, «La fondazione di Roma secondo Antioco, Alcimo e Callia», Kokalos,
9, 1963, pp. 254 ss. Además este autor concede a Antíoco una cronología quizá un poco
elevada, pues el historiador siracusano debió ser contemporáneo de Helánico y ligeramente
anterior a Tucídides: F. JACOBY, FGH Kommentar IIIb, p. 486.
30
G. VANOTTI, «L’archaiologhia siracusana di Filisto», pp. 124 ss.
31
R. SAMMARTANO, Origines gentium Siciliae, pp. 173 ss. (cita en, p. 175).
32
F. ZEVI, «Il mito di Enea nella documentazione archeologica: nuove considera-
zioni», en L’epos greco in Occidente, Taranto, 1989, pp. 263 ss.
33
Paul. Fest., 48L: Cloelia familia a Clonio, Aeneae comite, est appellata.
34
Cf. C. AMPOLO, «I gruppi etnici in Roma arcaica: posizione del problema e fonti»,
en Gli Etruschi e Roma, Roma, 1981, p. 59.
35
Plin., Nat. Hist., 3.69. Véanse K. BELOCH, Römische Geschichte, Berlin, 1926, p.
50; R. E. A. PALMER, The Archaic Community of the Romans, Cambridge, 1970, p. 134.
35a
Con mejor sentido, J.-C. RICHARD, Les origines de la plèble romaine, París, 1978,
p. 508, aboga por una relación con Sicilia en función del aprovisionamiento de trigo.
36
Liv., 1.30.2; Dion., 3.29.7. Recuérdese al dirigente de Alba llamado Cluilio (Liv.,
1.22.4; Dion., 3.2.1) o las fossae Cluiliae (Paul. Fest., 48L: Cloeliae fossae a Cloelio, duce
Albanorum, dictae; Liv., 1.23.3; Dion., 3.6.1; 8.22.1, 36.3; Plut., Cor., 30.1).
37
Cf. P. TOOHEY, «Politics, Prejudice, and Trojan Genealogies: Varro, Hyginus, and
Horace», Arethusa, 17, 1984, 5-28.
38
Fabio Pictor, fr. 1 Ch. Sobre esta inscripción pueden verse los trabajos de G. MAN-
GANARO, «Una biblioteca storica nel ginnasio di Tauromenion e il P. Oxyr. 1241», PdP, 29,
1974, pp. 395 ss., y el incluido en A. ALFÖLDI, Römische Frühgeschichte, Heidelberg,
1976, pp. 87 ss.
39
G. MANGANARO, «Un Senatus consultum in greco dei Lanuvini e il rinnovo della
cognatio con i Centuripini», RAAN, 38, 1963, 23-44.
40
Véase al respecto D. BRIQUEL, «Les deux origines de Lanuvium», en Origines gen-
tium, Bordeaux, 2001, pp. 302 ss. Execesivamente aventurada la cronología defendida por
P. CHIARUCCI, Lanuvium, Roma, 1983, pp. 23 ss., al situar la aparición de la leyenda en el
siglo V a.C.
41
App., Bell. civ., 2.20.
42
Véase G. MANGANARO, «Un Senatus consultum in greco dei Lanuvini», p. 39. Por
su parte, A. PASQUALINI, «Diomede nel Lazio e le tradizioni leggendarie sulla fondazione
di Lanuvio», MEFRA, 110, 1998, pp. 675 y 679, n. 91, sitúa la leyenda de Lanoios a media-
dos del siglo III, cuando Centuripe se entregó a los romanos en el curso de la primera gue-
rra púnica, cronología que me parece un poco elevada.
43
Hémina, fr. 3 P = fr. 3 Ch (= Serv. auct., Aen., 7.631): Cassius Hemina tradidit
Siculum quendam nomine uxoris suae Clytemestrae condidisse Clytemestrum, mox
corrupto nomine Crustumerium dictum. Hémina, fr. 2 P = fr. 2 Ch (= Solin., 2.10): Ariciam
ab Archilocho Siculo, unde et nomen, ut Heminae placet, tractum.
44
Solin., 2.10.
45
TH. KÖVES-ZULAUF, «Die Eroberung von Gabii und die literarische Moral der
römische Annalistik», WJA, 15, 1987, pp. 131 ss.
46
Cf. M. CHASSIGNET, «Étiologie, étymologie et éponymie chez Cassius Hemina:
mécanismes et fonction», LEC, 66, 1998, 321-335, quien destaca la especial preocupación
de Hémina hacia la etimología y la eponimia.
47
M. SORDI, «I rapporti fra Roma e Tibur nel IV sec. a.C.», AttiSocTib, 38, 1965,
3-10 (=Scritti di storia romana, Milano, 2002, 171-175); A. COPPOLA, Archaiologhía e
propaganda, pp. 101 ss., quien también parece localizar en el mismo ambiente las dos tra-
diciones anteriores.
48
Dion., 1.84.5; Plut., Rom., 6.1-2; OGR, 21.3 (quien cita como fuente a Valerio
Antias). Véase infra, cap. IV.2.
49
Dionisio, 10.16.5; 2.35.7. En otros momentos (1.9.1; 2.1.1) Dionisio se refiere
también al sitio de Roma como ocupado originariamente por los sículos.
ciones creadas por héroes desplazados desde Sicilia, sino que se encuadra
en la visión de un Lacio habitado por sículos como expresión del más anti-
guo substrato étnico de la región, conforme a la representación de la etno-
génesis latina que se imaginaba Dionisio. Sin embargo, no puede descar-
tarse que si no en todos los casos, si en alguno tal idea repose sobre
tradiciones locales, como posiblemente fuese el de Tibur. Como prueba del
antiquísimo poblamiento sículo de esta ciudad, Dionisio aduce la existen-
cia todavía en su época de un barrio llamado Σικελικν, topónimo que
reaparece en un pasaje de Solino que se fija en las diferentes tradiciones
acerca de la fundación de Tibur. Invocando la autoridad de un desconocido
Sextio, dice Solino que los tres hijos del argivo Catilo, llamados Tiburto,
Coras y Catilo, expulsaron a los sicanos (= sículos) ex oppido Siciliae y lla-
maron Tibur a la ciudad por el nombre del hermano mayor50. Como sugiere
D. Briquel, «on entrevoit certes la référence à des réalités locales, qui ne
font pas l’appel à des notions grecques»51, y en efecto el relato evoca una
región tiburtina poblada por bárbaros sículos y helenizada por héroes de
procedencia argiva, quienes sin embargo utilizan un mecanismo, como el
ver sacrum, de carácter itálico. Se trata en definitiva de una versión para-
lela a la que de forma general, y en particular referida también a Tibur,
defendían Varrón y Dionisio sobre el Lacio primitivo, con la diferencia de
que en una son los aborígenes y en otra la Argiva iuventus los autores de la
expulsión de los sículos.
Junto a estas tradiciones acuñadas con objetivos particulares, vincular
ciudades latinas concretas con Sicilia, no faltan otras de carácter más
general, que afectan a la región en su conjunto, para lo cual se recurre a la
figura de Italo, muy arraigada en el patrimonio mítico-histórico de los
ambientes griegos del sur de Italia y de Sicilia. En su comentario a Virgi-
lio, el gramático Servio hace alusión a una leyenda protagonizada por el
rey de los sículos Italo, quien desde Sicilia llegó al Lacio durante el rei-
nado de Turno, se asentó en la región laurentina y a partir de su nombre se
50
Solin., 2.8: sicut Sextius, ab Argiua iuuentute, Catillus enim Amphiarai filius post
prodigialem apud Thebas interitum Oeclei aui iussi cum omni fetu uer sacrum missus tres
liberos in Italia procreauit, Tiburtum, Coram, Catillum, qui, depulsis ex oppido Siciliae
ueteribus Sicanis a nomine Tiburte fratris natu maximi urbem uocauerunt. La tradición
sobre el origen argivo de Tibur era la más extendida, siendo mencionada además por Verg.,
Aen., 7.670 ss.; Hor., Carm., 2.6.5; Porph., In Hor. Carm., 1.7.13; 2.6.5; Serv., Aen., 7.670.
51
D. BRIQUEL, «La légende de fondation de Tibur», ACD, 33, 1997, p. 66.
52
Serv., Aen., 1.2; 1.533.
53
Véase al respecto F. PRONTERA, «L’Italia nell’ecumene dei Greci», cit.
54
Verg., Aen., 7.178.
55
Dion,. 1.72.6: εσ δ τινες ο" τν P
µην κτσθαι λγουσιν π P
µου το υ
’Ιταλου, µητρς δ Λευκαρας τη ς Λατνου θυγατρς; Plut., Rom., 2.1: Αλλοι δ
P
µην, ’Ιταλο υ θυγατρα κα Λευκαρας.
56
La fecha de la fundación de la colonia varía según las fuentes: 326 (Vell. Pat.,
1.14.4), 315 (Diod., 19.72.8), 314 (Liv., 9.26.1-5). Esta última es la más probable (cf. E. T.
SALMON, Roman Colonization under the Republic, Ithaca, 1970, pp. 58 ss.); véase no obs-
tante M. SORDI, Roma e i Sanniti nel IV secolo a.C., Bologna, 1969, pp. 40 ss.
57
B. NIESE, «Die Sagen von der Gründung Roms», HZ, 59, 1888, pp. 490 ss. En
tiempos más cercanos se ha unido a esta interpretación D. MUSTI, «Il processo di forma-
zione e diffusione delle tradizioni greche sui Daunii e su Diomede», en La civiltà dei
Dauni nel quadro del mondo italico, Firenze, 1984, pp. 104 ss. (= Strabone e la Magna
Grecia, Padova, 1994, pp. 186 ss.).
58
Puede verse al respecto, con bibliografía anterior, O. DE CAZANOVE, «Itinéraires et
étapes de l’avancée romaine entre Samnium, Daunie, Lucanie et Étrurie», en Le censeur et
les Samnites, Paris, 2001, pp. 150 ss. Desde una perspectiva más general, consúltese el
reciente trabajo de G. VANOTTI, «Aspetti della leggenda troiana in area apula», en I Greci
in Adriatico. 1 (Hesperìa, 15), Roma, 2002, 179-185.
59
Serv. auct., Aen., 1.533. En apoyo de esta interpretación podría en principio invo-
carse aquella versión, transmitisda por Tzetzes (In Lyc. Alex., 702), que hace de Italo y Leu-
taria (= Leucaria) los progenitores de Ausón, epónimo de los ausonios. Pero evidentemente
se trata de una adaptación de la tradición relativa a Roma.
60
Así lo exponía ya A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, Tübingen, 1853, vol. I,
p. 400, n. 1, siendo actualmente la opinión más seguida.
61
Alcimo, FGH 560F4 (= Fest., 326L).
62
T. P. WISEMAN, Remus. A Roman Myth, Cambridge, 1995, pp. 49 ss. También
J. BAYET, «Les origines de l’arcadisme romain», pp. 82 ss., remite a Odiseo, pero se inclina
por una fecha más reciente, el siglo IV.
63
Hyg., Fab., 127.3.
64
Procl., Chrest., 2.109 Allen. Cf. A. BERNABÉ, Fragmentos de épica griega
arcaica, Madrid, 1979, pp. 217 ss.
65
C. AMPOLO, en Plutarco. Le vite di Teseo e di Romolo, Milano, 1988, p. 267.
66
Clinias, FGH 819F1 (= Serv. auct., Aen., 1.273): Clinias refert Telemachi filiam,
Romem nomine, Aeneae nuptam fuisse, ex cuius uocabulo Romam appellatam. Este Clinias
es prácticamente desconocido, pero no debe identificarse a Calias de Siracusa (E. J. BIC-
KERMAN, «Origines gentium», CPh, 47, 1952, p. 79, n. 24). Se ha sugerido una cronología
en el siglo III a.C.: W. A. SCHRÖDER, M. Porcius Cato. Das erste Buch der Origines, Mei-
senheim, 1971, p. 67, n. 15.
67
Cf. W. A. SCHRÖDER, M. Porcius Cato, pp. 68 y 84.
68
Dion., 1.19.3; Macr., Sat., 1.7.28. Véase D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie,
pp. 355 ss.
69
Var., L. L., 5.101: A Roma quod orti Siculi, ut Annales veteres nostri dicunt.
70
Así, en la última edición de los fragmentos historiográficos romanos, debida a M.
CHASSIGNET, este pasaje de Varrón figura con el nº 9 en la serie de los Annales pontificum.
71
Una actualización de las diversas tendencias puede verse en M. CHASSIGNET, L’an-
nalistique romaine. I, Paris, 1996, pp. XXIII ss.
72
E. GABBA, «Considerazioni sulla tradizione letteraria sulle origini della Repub-
blica», en Les origines de la République romaine, Vandoeuvres, 1967, pp. 150 ss.; B. W.
FRIER, Libri Annales Pontificum Maximorum, Roma, 1979, pp. 107 ss.; A. MOMIGLIANO,
«Linee per una valutazione di Fabio Pittore», ahora en Roma arcaica, Firenze, 1989, p.
400.
73
En sentido contrario D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, p. 497; IDEM,
Les Tyrrhènes peuple des tours, Roma, 1993, pp. 115 ss.
74
Serv., Aen., 3.500: profecti Siculi ad Italiam eam tenuerunt partem ubi nunc Roma
est. Cf. Serv., Aen., 2.317.
75
Cf. F. DELLA CORTE, «L’idea della preistoria in Varrone», en Atti Congresso Inter-
nazionale Studi Varroniani, Rieti, 1976, vol. I, pp. 114 ss.
76
Fest., 424L. Véase supra, cap. I.5.
77
D. BRIQUEL, «Denys, témoin de traditions disparues: l’identification des Aborigè-
nes aux Ligures», MEFRA, 101, 1989, p. 103.
78
Sil. Ital., Pun., 14.37 ss.; Steph. Byz., 568M, s.v. Σικελα.
79
Serv. auct., Aen., 11.371: [Siculi] a Liguribus pulsi, Ligures a Sacranis, Sacrani ab
Aboriginibus. Sobre esta tradición, D. BRIQUEL, «Denys, témoin de traditions disparues»,
pp. 101 ss., y supra, cap. I.5.
80
Dion., 1.9.1: παλαιτατοι τω ν µνηµονευοµνων λγονται κατασχειν
βρβαροι Σικελο, θνος αθιγενς; 2.1.1: ο δ κατασχντες ατν πρω τοι των
µνηµονευοµνων βρβαρο τινες # σαν ατχθονες Σικελο λεγµενοι. Véase D.
BRIQUEL, Les Tyrrhènes peuple des tours, pp. 113 ss.
81
Dion., 1.9.1; 2.1.1.
82
Dion., 1.16.5.
83
Dion., 2.35.7.
84
Dion., 1.9.2.
85
Dion., 1.26.2. Cf. E. GABBA, Dionysius and The History of Archaic Rome, Berke-
ley, 1991, p. 107.
autóctona a la que había que desalojar. Los sículos, una vez transforma-
dos por la historiografía romana en originarios del Lacio, sirvieron per-
fectamente a sus fines.
86
Sobre la cuestión, pueden verse M. J. FONTANA, Sikanoi, Elymoi, Sikeloi? Alcune
riflesioni sull’etnogenesi siciliana, Palermo, 1984; R. SAMMARTANO, Origines gentium
Siciliae. Ellanico, Antioco, Tucidide, cit.
87
Thuc., 6.2.1-2. Véanse N. LURAGHI, «Fonti e tradizioni nell’archaiologhia sici-
liana», en Hesperìa. 2, Roma, 1991, 41-62; R. SAMMARTANO, Origines gentium Siciliae,
pp. 224 ss.
88
Timeo, FGH 566F38 (= Diod., 5.6.1).
89
Diod., 5.2.4. Este historiador se inclina también por la versión de la autoctonía.
90
M. J. FONTANA, Sikanoi, Elymoi, Sikeloi?, p. 20; T. LO MONTE, «L’origine dei
Sicani alla luce delle tradizioni storiografiche e delle testimonianze archeologiche»,
SicArch, 29, 1996, p. 67; R. SAMMARTANO, Origines gentium Siciliae, p. 227.
91
Helánico, FGH 4F79b (= Dion., 1.22.2); Filisto, FGH 556F45 (= Diod., 5.6.1);
Sil. Ital., Pun., 14.33-36; Solin., 5.7; Mart. Cap., 6.646. Probablemente también Pau-
sanias (5.25.6) se uniese a esta tendencia, siendo el único que habla del paso de los
sicanos desde Italia a Sicilia (cf. G. VANOTTI, «L’archaiologhia siciliana di Filisto»,
p. 130).
92
Véase por ejemplo Serv., Aen., 7.795: ubi nunc Roma est, ibi fuerunt Sicani,
quos postea pepulerunt Aborigines. El comentarista a Virgilio menciona aquí a los
sicanos en una situación que en otros pasajes otorga a los sículos (cf. anterior n. 74).
De manera similar, en Aen., 1.533, Servio introduce a un tal Sicano como epónimo de
este pueblo, al que identifica con los sículos; Sicano figura además como hermano de
Italo.
93
Plin., Nat. Hist., 3.69.
94
Recientes discusiones, con perspectivas diversas y completa bibliografía, pueden
encontrarse en C. AMPOLO, «L’organizzazione politica dei Latini ed il problema degli
Albenses», en Alba Longa. Mito, storia, archeologia, Roma, 1996, 135-160; A. GRAN-
DAZZI, «La liste plinienne des populi dits Albenses: anciennes et nouvelles hypothèses»,
REL, 73, 1999, 30-49. Mientras el primero mantiene una postura muy crítica, como se
aprecia en la frase que cierra el texto (p. 149: «i populi Albenses vanno probabilmente rele-
gati tra i miti della storiografia moderna»), el segundo defiende la autenticidad de la lista
como documento muy antiguo.
95
E. TAIS, «Un’ipotesi sul Lazio arcaico», RCCM, 26, 1984, p. 10; A. GRANDAZZI,
«La liste plinienne des populi dits Albenses», p. 40. La lectura Ficani en lugar de Sicani
fue propuesta por J. CARCOPINO, Virgile et les origines d’Ostie, Paris, 1919, p. 458.
96
Plin., Nat. Hist., 3.68.
97
Verg., Aen., 7.795; 8.328; 11.317.
nos representan, junto a los ausonios, un pueblo invasor, pero que no lle-
gan a alterar la composición étnica del Lacio, dominada casi exclusiva-
mente por los latinos.
La cuestión principal es por qué Virgilio sustituye a los sículos por los
sicanos. Se ha pensado en razones de tipo poético, bien por causas métri-
cas o incluso estéticas98, o que, retomando lo ya dicho, todo se deba a una
confusión respecto a Ficani, es decir habrían sido estos últimos, y no los
Sicani, quienes combatieron en el ejército de Turno99. Pero en principio es
más atractiva la opinión de D. Briquel, según la cual Virgilio habría tenido
en cuenta, pero sin expresarlo de manera explícita, tradiciones existentes
acerca de la presencia de los sicanos en el Lacio100. Se trata del comenta-
rio de Servio al verso de Virgilio relativo a las palabras de Evandro sobre
la llegada de ausonios y sicanos al Lacio, señal del inicio de las guerras101.
Servio habla de los sicanos como un pueblo de origen hispano, de la
región del río Sicoris, que llegaron a Italia conducidos por Sículo y expul-
saron a los aborígenes; sin embargo, estos recuperaron su territorio y los
sicanos tuvieron que desplazarse hacia el sur, estableciéndose finalmente
en la isla llamada Sicania por ellos mismos y Sicilia por el nombre de su
guía. Como vemos, esta leyenda se basa en aquella otra versión que hacía
de los sicanos antiguos íberos arrojados por los ligures de su tierra. Pero
además, destaca Briquel ciertas analogías con el panorama que ofrece Vir-
gilio, como la condición de invasores de los sicanos y su escasísima inci-
dencia en la historia del poblamiento del Lacio. Incluso podría adjuntarse
un testimonio directo sobre el conocimiento de Virgilio de esta tradición.
Entre los guerreros que combatieron junto a Eneas, el poeta menciona al
hijo de Arcente, que acompañó al héroe troyano desde Sicilia y que se
98
M. MALAVOLTA, «Sicani», en EncVirg., Roma, vol. IV, 1988, pp. 832 ss.; T. LO
MONTE, «L’origine dei Sicani», p. 70. Por su parte, N. HORSFALL, «The Aeneid and the
Social Structures of Primitive Italy», Athenaeum, 68, 1990, p. 526, piensa que Virgilio
«uses the name purely for effect».
99
J. CARCOPINO, Virgile et les origines d’Ostie, pp. 462 ss.; J. BÉRARD, La Magna
Grecia, p. 448.
100
D. BRIQUEL, «Virgile et les Aborigènes», REL, 70, 1992, pp. 83 ss.; IDEM, L’origine
lydienne des Étrusques, pp. 500 ss.
101
Serv., Aen., 8.328: Sicani autem secundum nonnullos populi sunt Hispaniae, a flu-
vio Sicori dicti... hi duce Siculo venerunt ad Italiam et eam tenuerunt exclusis Aborigini-
bus. Mox ipsi pulsi ab illis quos ante pepulerunt insulam Italiae occupaverunt et eam Sica-
niam a gentis nomine, Siciliam vero a ducis nomine dixerunt.
adornaba con una túnica de púrpura ibérica, indicio quizá de este origen
hispano de los sicanos102.
Esta interpretación no carece ciertamente de fundamento. Incluso se
podría añadir en su favor otro elemento, aunque con un valor sólo indi-
ciario. Cuando en el capítulo anterior se hablaba sobre las Sacranae acies
que junto a los sicanos y otros más formaban el ejército de Turno en el
poema de Virgilio, veíamos cómo existe un extraordinario paralelo con
unos versos de Silio Itálico relativos también a diferentes componentes
militares, donde de igual manera son mencionados los sicanos como
aliados de los rútulos. Ahora bien, en otro pasaje, esta vez relativo a la
etnogénesis siciliana, el mismo Silio expone la versión sobre el origen
hispano de los sicanos103. Bien pudiera ser que del mismo modo que en
los versos anteriores, Silio recogiese también aquí el sentir de Virgilio.
Sin embargo, hay un aspecto, no suficientemente valorado, que incide en
un sentido contrario. En las tres ocasiones en que los sicanos son men-
cionados por Virgilio en relación al Lacio, siempre van acompañados por
los auruncos. Como se sabe, este pueblo habitaba en la región costera de
Italia inmediatamente al sur del Lacio, por lo que de manera inevitable la
mirada se vuelve en esa dirección cuando se ve juntos a sicanos y aurun-
cos104. En otras palabras, la unión de estos pueblos parece señalar una
procedencia meridional e itálica, no hispana. Siguiendo esta misma línea,
es posible también recordar la mención de auruncos, sicanos y pelasgos
como antiguas poblaciones de Italia en un pasaje de asunto filológico,
que reproducen con las mismas palabras Aulo Gelio y Macrobio105. La
noticia, atribuida al filósofo neosofista Favorino, maestro entre otros del
propio Gelio, no tiene una finalidad etnogénica, sino que parece ser una
breve lista entresacada de una relación más amplia, pero ofrece esta
102
Verg., Aen., 9.581 ss. Cf. F. DELLA CORTE, La mappa dell’Eneide, Firenze, 1987,
pp. 241 ss.; L. BRACCESI, «Teucri mixtique Sicani», en Studi sull’area elima, Palermo,
1992, p. 130; D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, p. 503.
103
Sil. Ital., Pun., 14.33-36: Post dirum Antiphatae sceptrum et Cyclopia regna /
vomere verterunt primum nova rura Sicano: / Pyrene misit populos, qui nomen ab amne /
ascitum patrio terrae imposuere vacanti.
104
Recuérdese que Helánico (FGH 4F79a-b) identifica sículos y ausonios: cf. R.
SAMMARTANO, Origines getium Siciliae, pp. 86 ss.
105
Gell., Noct. At., 1.10.1; Macr., Sat., 1.5.1: neque Auruncorum aut Sicanorum aut
Pelasgorum, qui primi coluisse in Italia dicuntur.
106
Supra, n. 50.
107
D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, p. 507.
108
Verg., Aen., 7.672, y 794 ss., respectivamente.
109
Cf. D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, pp. 546 ss.; W. LEPINI, «Solino
e la fondazione di Tivoli», BStudLat, 28, 1998, p. 469.
III
Los pelasgos
1
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie. Recherches sur l’histoire de la légende, Roma,
1984.
Jorge Martínez-Pinna Los pelasgos
2
Her., 1.94.
3
Helánico, FGH 4F4 (= Dion., 1.28.3).
4
Véase D. Briquel, L’origine lydienne des Étrusques, Roma, 1991, pp. 91 ss.
5
Her., 1.57.
6
Dion., 1.29.3.
7
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 101 ss., con amplísimas referencias. Del
mismo autor, recientemente, «Pélasges et Tyrrhènes en zone égéenne», en Der Orient und
Etrurien, Firenze, 2000, 19-36.
8
Thuc., 4.109.4: α οκουνται ξυµµεκτοις θνεσι βαρβρων διγλ σσων, κα
τι κα
Χαλκιδικν νι βραχ, τ δ πλειστον Πελασγικ
ν, τω ν κα
Ληµν
ν ποτε
κα
’Αθνας Τυρσηνω ν οκησντων, κα
Βισαλτικν κα
Κρηστωνικν κα
’Ηδωνες.
9
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 112s.
10
Eforo, FGH 70F61 (= Schol. Apol. Rhod., 1.1037), conoce la leyenda sobre el
asentamiento en Cícico de pelasgos procedentes de Tesalia.
11
Sobre el particular, F. SÁNCHEZ JIMÉNEZ, «Tirrenos en el Egeo: problemática gene-
ral y tendencias de la investigación», Habis, 22, 1991, 79-26. Recientemente ha retomado
la cuestión, con nuevos argumentos lingüísticos, C. DE SIMONE, I Tirreni a Lemnos. Evi-
denza linguistica e tradizioni storiche, Firenze, 1996.
12
Sin intención de catálogo, M. GRAS, Trafics tyrrhéniens archaïques, Roma, 1985,
pp. 583 ss.; R. DREWS, «Herodotus 1.94, the Drought ca. 1200 B.C., and the Origin of the
Etruscans», Historia, 41, 1992, p. 27; C. DE SIMONE, I Tirreni a Lemnos, passim; IDEM, en
Gli Etruschi, Milano, 2000, pp. 501 ss.
13
Her., 5.26-27; 6.136-140. Según Eforo, quien sin duda es la fuente de Diodoro,
10.19.6, habrían sido los tirrenos quienes se entregaron a Milcíades por temor a los persas.
14
Cf. Soph., fr. 270R (= Dion., 1.25.4). D. BRIQUEL, «Pélasges et Tyrrhènes en zone
égéenne», pp. 35s.
15
C. DE SIMONE, I Tirreni a Lemnos, p. 56: «È esenziale qui rilevare,..., che il passo
di Hellanikos (FGrH 4, 4) presuppone necessariamente ormai l’accettazione di una
nozione fondamentale: l’identificazione designativa, che a la sua base nella tradizione pre-
cedente dei Πελασγο con i Tirreni orientali (in particolare di Lemnos e Imbros)».
16
Véanse por todos J. PERRET, «Athènes et les légendes troyennes d’Occident», en
Mélanges J. Heurgon, Roma, 1976, 791-803; A. COPPOLA, «L’Occidente: mire ateniesi e
trame propagandistiche siracusane», en Hesperìa. 3, Roma, 1993, 99-113; L. BRACCESI,
Grecità di frontiera, Padova, 1994, pp. 61 ss.; G. VANOTTI, L’altro Enea, Roma, 1995,
pp. 24 ss. Sobre Helánico en particular, como portavoz de la propaganda de Atenas, véase
cuanto recientemente ha escrito R. SAMMARTANO, Origines gentium Siciliae. Ellanico,
Antioco, Tucidide, Roma, 1998, pp. 111 ss., quien con total acierto destaca la postura filo-
ateniense de Helánico en su reconstrucción de la etnogénesis de Sicilia.
17
Los elimos: Tuc., 6.2.3; la Sirítide: Arist., fr. 534R (= Athen., 12.523c); Str., 6.1.14
(C. 264). Sobre Sicilia, G. NENCI, «Troiani e Focidesi nella Sicilia occidentale», ASNP, 17,
1987, 921-933; R. SAMMARTANO, Origines gentium Siciliae, pp. 233 ss.; acerca de Siris, L.
MOSCATI CASTELNUOVO, Siris, Bruxelles, 1989, pp. 27 ss.; L. BRACCESI, «Troia, Atene e
Siri», en Hesperìa. 5, Roma, 1995, 61-73.
18
Permítaseme remitir a mi trabajo «Nota a Helánico, FGH 4F84: Eneas y Odiseo
en el Lacio», en Homenaje F. Gascó, Sevilla, 1995, 669-683.
19
Sófocles, en Str., 13.1.53 (C. 608), donde se resume el contenido de su tragedia
Antenoridae; esta tradición está también presente en Liv. 1.1.1.-3; Verg., Aen., 1.242 ss.;
Str., 5.1.4. (C. 212); posiblemente a ella se refieran las críticas de Polibio (1.17.6). Funda-
mental al respecto L. BRACCESI, La leggenda di Antenore, Padova, 1984, pp. 45 ss.; véase
asimismo G. VANOTTI, «Sofocle e l’Occidente», en I tragici greci e l’Occidente, Bologna,
1979, pp. 103 ss.
20
Tuc., 6.88; 7.57.
21
Sobre el particular, últimamente, F. RAVIOLA, «Atene in Occidente e Atene in
Adriatico», en La Dalmazia e l’altra sponda, Firenze, 1999, 41-70, esp. pp. 49 ss.
lugar Filisto, intentan negar cualquier vínculo mítico entre griegos y etrus-
cos, presentando a estos últimos como bárbaros a los que es necesario
combatir, en Atenas se sigue invocando el origen pelásgico de los etruscos
y por tanto su ascendencia helénica, acusando en definitiva a los siracu-
sanos de atacar a otros griegos22. Pero estos desarrollos del siglo IV no son
sino consecuencia de la tradición reflejada en Helánico, ya que la versión
sobre el origen de los etruscos llamada a convertirse en canónica es la
lidia, que incluso llegó a captar a la pelásgica según se aprecia en Antícli-
des de Atenas23.
Los nuevos brotes sobre la presencia legendaria de los pelasgos que
surgen en referencia al Lacio, y que constituyen el objetivo fundamental de
este capítulo, tienen su referente no en Atenas, sino en el Epiro, pero no se
puede negar que en parte son herederos de la tradiciones anteriores. Esta
presencia de los pelasgos en el Lacio se produce en dos niveles, pero siem-
pre en relación a Roma: mediante su admisión en el proceso de la etnogé-
nesis latina y como protagonistas de la fundación de Roma.
22
Véase por ejemplo el minucioso examen de D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie,
pp. 193 ss., a propósito del ataque de Dionisio de Siracusa a Pyrgi en el año 384/83 a.C. y
sus repercusiones propagandísticas.
23
Antíclides, FGH 140F21 (= Str., 5.2.4 [C. 221]).
24
Plut., Rom., 1.1: λλ’ ο µν Πελασγος π
πλειστα τη ς οκουµνης
πλανηθντας νθρ πων τε πλεστων κρατσαντας ατ
θι κατοικη σαι κα
δι τν
ν τοις πολις µην οτως νοµσαι τν π
λιν.
25
Fest., 328L. Supra, cap. I.2.
26
En un sentido afirmativo se manifiestan, entre otros, J. BAYET, «Les origines de
l’arcadisme romain», MEFR, 38, 1920, pp. 91 ss.; C. AMPOLO, en Plutarco. Le vite di Teseo
e di Romolo, Milano, 1988, p. 263.
27
Lyc., Alex., 1232 ss. Véanse sobre este concepto I. OPELT, «Roma = Ρ µη und
Rom als Idee», Philologus, 109, 1965, 47-56; B. ROCHETTE, «Ρ µη = µη», Latomus,
56, 1997, 54-57.
28
A. COPPOLA, Archaiologhía e propaganda, Roma, 1995, pp. 51 ss.
29
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 510 ss. Hace años, J. BAYET, «Les origines
de l’arcadisme romain», p. 98, presentía el vínculo entre las leyendas pelásgicas en Italia
y la expedición de Alejandro el Moloso.
30
Sobre las empresas de Alejandro el Moloso en Italia pueden consultarse E. MANNI,
«Alessandro il Molosso e la sua spedizione in Italia», StudSal, 13/14, 1962, 344-352; C.
A. GIANNELLI, «L’intervento di Archidamo e di Alessandro il Molosso in Magna Grecia»,
CS, 8, 1969, 1-22; M. SORDI, Roma e i Sanniti nel IV sec. A. C., Bologna, 1969, pp. 31 ss.;
M. LIBERANOME, «Alessandro il Molosso e i Sanniti», AAT, 104, 1969-70, 79-95; L. BRAC-
CESI, Grecità adriatica, Bologna, 1979, pp. 261 ss.
31
Liv., 8.17.10.
32
Plut., Pyr., 1.1. Acerca de los pelasgos y el Epiro, D. BRIQUEL, Les Pélasges en Ita-
lie, pp. 73 ss.
33
Sobre la syngheneia como mecanismo político, recientemente S. LÜCKE, Synge-
neia. Epigraphisch-historische Studien zu einen Phänomen der antiken griechischen
Diplomatie, Frankfurt, 2000.
34
Str., 5.4.12 (C. 250). Véanse M. SORDI, «I Sanniti fra Roma e i Greci nel IV sec.
a.C.», Abruzzo, 13, 1975, 95-100; D. MUSTI, «La nozione storica di Sanniti nelle fonti gre-
che e romane», en Strabone e la Magna Grecia, Padova, 1994, pp. 203 ss.; E. DENCH, From
Barbarians to New Men, Oxford, 1995, pp. 53 ss.
35
Esta relación Alejandro-Diomedes se aprecia a propósito de la actitud del rey
epirota frente a la ciudad de Brundisium, según lo relata Iust., 12.2.7-12; al mismo
acontecimiento se refiere Lyc., Alex., 1056 ss. Sobre la cuestión, J. BÉRARD, La Magna
Resulta evidente, como señala Briquel36, que esta leyenda sobre el ori-
gen pelásgico de Roma tenía una circulación limitada exclusivamente al
mundo griego. Los romanos permanecen al margen y desconocedores de
su existencia. Se trata simplemente de un mecanismo de propaganda que
sólo es funcional ante un público griego. El factor determinante en el naci-
miento de la leyenda no fue otro que el enorme peso que disfrutaban en el
Epiro las propias tradiciones pelásgicas, que no obstante se vieron favore-
cidas por otros impulsos. En este sentido, quizá habría que considerar,
pero siempre en un plano secundario, el recuerdo de anteriores tradiciones
relativas a la intervención de los pelasgos en la etnogénesis de algunos
pueblos de la península Itálica, en especial el etrusco, habida cuenta que
en ambientes griegos se imaginaba muy frecuentemente a Roma como
polis Tyrrhenis.
La relación pelasgos-Etruria-Roma se observa también, aunque bajo
diferente prisma, en otra noticia recogida asimismo por Plutarco en un autor
desconocido para nosotros. Se trata de una versión ciertamente singular
sobre los orígenes de Roma, cuyo fundador, llamado Rhomis, es definido
tyrannos de los latinos; éste fundó la ciudad tras haber expulsado a los etrus-
cos, «que desde Tesalia habrían pasado a Lidia y de Lidia a Italia»37. Como
se puede observar, en el fragmento no hay una mención expresa de los pelas-
gos, pero su presencia se intuye en la sucinta exposición sobre el origen del
pueblo etrusco. La referencia a Tesalia como lugar último de procedencia
constituye una clara alusión a los pelasgos como lejanos progenitores de los
etruscos, aunque evidentemente este anónimo historiador conoce también la
teoría de Heródoto. La conciliación de ambas versiones —la pelásgica y la
lidia— acerca del origen del pueblo etrusco inevitablemente conduce hacia
la tradición de Antíclides, recordada con anterioridad y que circulaba entre
los medios historiográficos atenienses de finales del siglo IV a.C.
La leyenda tiene un cariz contrario a los romanos, que aparecen gober-
nados por un tirano y enemigos del helenismo, representado aquí por los
Grecia (trad. ital.), Torino, 1963, pp. 358 y 360; L. BRACCESI, Grecità adriatica,
pp. 58 ss.; U. FANTASIA, «Le leggende di fondazione di Brindisi e alcuni aspetti della
presenza greca nell’Adriatico», ASNP, 2, 1972, pp. 118 ss.; D. BRIQUEL, Les Pélasges
en Italie, p. 511.
36
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, p. 513.
37
Plut., Rom., 2.1: ο δ Pω
µιν Λατνων τραννον, κβαλ
ντα Τυρρηνος
τος ες Λυδαν µν κ Θετταλας, κ δ Λυδας ες ’Ιταλαν παραγενοµνους.
38
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 514 ss.
39
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, p. 519.
40
Plut., Pyr., 7.7; 13.2; asimismo, Pind., Nem., 7.38 ss.; Eurip., Androm., 1243 ss.
Sobre el particular, J. PERRET, Les origines de la légende troyenne de Rome, pp. 427 ss.; P.
LÉVÊQUE, Pyrrhos, Paris, 1957, pp. 251 ss. Sin restar valor a la vertiente anti-troyana de
nos por ser estos una colonia troyana. Su guerra viene a ser una rememo-
ración de la de Troya, en la que el rey, nuevo Aquiles, doblegará a Roma,
una nueva Troya41. En este sentido, quizá no carezca de relevancia el
hecho de que Timeo hablase sobre los orígenes troyanos de Roma en su
monografía centrada en Pirro42. En otras palabras, aunque no se puede
rechazar, sin más argumentos que el silencio, el recurso a los pelasgos,
todos los datos disponibles inducen a pensar que tal fundamento mítico es
más de naturaleza troyana que pelásgica. Además esta visión pelasga de
los etruscos no es propiamente epirota ni exclusivamente tesalia, sino que
nos conduce hacia ambientes atenienses. Según creo, el panorama es sen-
siblemente distinto al que supone la anterior tradición acerca del origen
pelásgico de Roma. Otros indicios señalan hacia el mundo griego de Occi-
dente.
Un aspecto de interés que ofrece esta versión es el nombre del funda-
dor, Rhomis, un unicum en el conjunto de tradiciones griegas conocidas
sobre los orígenes de Roma, que generalmente recurren para este fin a un
tal Rhomos. Pero al contrario de este último, Rhomis es un nombre autén-
tico, atestiguado en la epigrafía griega occidental, en sendas inscripciones
procedentes de Camarina y de Selinunte y fechadas ambas en el siglo
V a.C. La segunda de ellas contiene también el nombre del padre de Rho-
mis, que remite al ambiente onomástico de la Italia central. A partir de
estos datos, C. Ampolo se inclina por una procedencia siceliota de la tradi-
ción transmitida por Plutarco43, posibilidad que no excluye Siracusa a tenor
de la época en que nos movemos, finales del siglo IV o comienzos del
siguiente. En efecto, no conviene olvidar que en esos momentos, rom-
piendo la plurisecular política de oposición que mantenían entre sí etruscos
y siracusanos, se produjo durante el gobierno de Agatocles un acerca-
miento entre ambos, que llegó a traducirse en una alianza militar de no
escasa importancia para los intereses del tirano de Siracusa y en los que
Pirro, sino más bien como complemento, se ha pensado incluso en una aproximación del
rey epirota hacia la figura de Diomedes en su oposición ideológica a Roma: A. COPPOLA,
«Benevento e Argirippa: Pirro e la leggenda di Diomede», Athenaeum, 68, 1990, 527-531.
41
Paus., 1.12.2.
42
Timeo, FGH 566F36 (= Pol., 12.4b). Cf. A. MOMIGLIANO, La historiografía griega
(trad. esp.), Barcelona, 1984, p. 217.
43
C. AMPOLO, en Plutarco. Le vite di Teseo e di Romolo, pp. 269 ss., con las refe-
rencias a las inscripciones.
44
Recuérdese que en al año 307 una flota etrusca se presentó en el puerto de Sira-
cusa y logró levantar el bloqueo cartaginés, permitiendo a Agatocles recuperar el dominio
del mar (Diod., 20.61.6-62.1). Sobre estos acontecimientos y la alianza etrusco-siracusana
que subyace en los mismos, pueden verse G. COLONNA, «La Sicilia e il Tirreno nel V e IV
secolo», Kokalos, 26-27, 1980-81, pp. 181 ss.; S. N. CONSOLO LANGHER, «I trattati tra Sira-
cusa e Cartagine e la genesi e il significato della guerra del 312-306 a.C.», Athenaeum, 58,
1980, pp. 330 ss.; EADEM, Siracusa e la Sicilia greca, Messina, 1996, pp. 360 ss.; EADEM,
Agatocle, Messina, 2000, pp. 227 ss.
45
Calias, FGH 564F5 (= Dion., 1.72.5).
46
Dion., 1.17-20.
47
Dion., 1.19.3: στεχετε µαι
µενοι Σικελω ν Σατ
ρνιον αν / δ’ ’Αβοριγινων
Κοτλην, ο να
σος χειται / ο ς ναµιχθντες δεκτην κπµψατε Φοβω / κα
κεφαλς Κπονδη κα
τ ω πατρ
πµπετε ϕω τα. El mismo texto aparece en Steph. Byz.,
8M, s.v. ’Αβοριγινες, quien cita a Dionisio.
48
Macr., Sat., 1.7.28.
49
Lact., Inst., 1.21.7.
50
Véanse D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 368 ss.; J. POUCET, «Varron, Denys
d’Halicarnasse, Macrobe et Lactance. L’oracle rendu à Dodone aux Pélasges», Pallas, 39,
1993, pp. 55 ss. También, O. NICHOLSON, «Hercules and the Milvian Bridge», Latomus, 43,
1984, 133-142.
51
Dion., 1.19.3.
52
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 355 ss. (la cita en p. 402).
53
J. POUCET, «Varron, Denys d’Halicarnasse, Macrobe et Lactance», cit.
54
Dion., 1.20.4.
55
Dion., 1.23-24.
56
Mírsilo, FGH 477F8 (= Dion., 1.23.5).
57
Mírsilo, FGH 477F9 (= Dion., 1.28.4).
58
P. M. MARTIN, «Contribution de Denys d’Halicarnasse à la connaissance du uer
sacrum», Latomus, 32, 1973, pp. 29 ss.; E. GABBA, «Mirsilo di Metimna, Dionigi e i
Tirreni», RAL, 30, 1975, 35-49; D. MUSTI, «Etruschi e Greci nella rappresentazione dioni-
siana delle origini di Roma», en Gli Etruschi e Roma, Roma, 1981, pp. 33 ss.; D. BRIQUEL,
Les Pélasges en Italie, pp. 278 ss.; M. GRAS, Trafics tyrrhèniens archaïques, pp. 589 ss.
italiana que propone Dionisio los pelasgos carecen de una localización pro-
pia, pues la tierra que ocupan está reservada a los tirrenos/etruscos, cuya
autoctonía él mismo defiende. Los pelasgos tuvieron por tanto que aban-
donar el país que habían conquistado, excepto la ciudad de Cortona59, cuya
pervivencia como «isla pelásgica» interesaba a Dionisio para diferenciar a
los antiguos de los nuevos pobladores. Esta nueva migración de los pelas-
gos, necesaria a los fines de nuestro historiador, requería un respaldo, una
autoridad que la avalase, pero no encontrando nada similar en los autores
que le precedieron, Dionisio acudió a lo más próximo, la reconstrucción de
Mírsilo donde se identificaban tirrenos y pelasgos, pero naturalmante
adaptándola a sus propios objetivos60. Así, sustituye abiertamente a los
tirrenos por los pelasgos, exagera notablemente la magnitud de la migra-
ción y al tiempo no parecen preocuparle las contradicciones en que pueda
incurrir.
Es por tanto evidente que en la última parte del relato de Dionisio tam-
poco se puede detectar la influencia de Varrón, sino que únicamente se tras-
luce la presencia de un Mírsilo manipulado y adaptado a unos fines espú-
reos. Queda tan sólo el motivo del oráculo de Dodona como causa del
desplazamiento de los pelasgos a Italia, para lo cual, como antes veíamos,
Dionisio cita como testigo a ese desconocido L. Mamio. Ciertamente no se
sabe con certeza quién se esconde tras este nombre. Briquel propone su
identificación con un Manilio, literato y político de comienzos del siglo
I a.C. citado más de una vez por el propio Varrón y por otros autores pos-
teriores, de manera que habría sido él quien hizo conocer a los romanos la
existencia del oráculo, cuya realidad fue personalmente confirmada en
Dodona61. Forzoso es reconocer que tal suposición tiene mucho de hipoté-
tico, pero en honor a la verdad, igual de difícil resulta admitir que Dionisio
haya consultado directamente la obra de este enigmático personaje: el cali-
ficativo que le presta para justificar su autoridad, νρ οκ "σηµος, sin
ninguna otra indicación sobre su obra o personalidad, hace muy sospechosa
59
Dion., 1.26.1.
60
Cf. E. GABBA, «Mirsilo di Metimna, Dionigi e i Tirreni», pp. 40 ss.; D. MUSTI,
«Etruschi e Greci nella rappresentazione dionisiana delle origini di Roma», p. 38; D. BRI-
QUEL, Les Pélasges en Italie, p. 279.
61
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 391 ss. En contra, J. POUCET, «Varron,
Denys d’Halicarnasse, Macrobe et Lactance», p. 61.
esta cita. Sin duda se impone una fuente intermedia y en este sentido
Varrón se ofrece como el candidato más idóneo62, a quien también habría
que remitir para la presencia en Cutilia de los aborígenes y la descripción
del lago con la isla flotante. Pero a partir de aquí Varrón y Dionisio vuel-
ven a separarse, pues mientras Dionisio centra la actividad de los pelasgos
en territorio de Etruria, Varrón debía concederles un destino que sin duda
incluía también el Lacio. Sabemos por otras fuentes que Varrón hablaba
sobre la llegada de los pelasgos a Italia63 y también de su presencia en
Sabina64, y no ray razones para dudar de que asimismo les situaba en el
Lacio. En este momento debemos volver al relato de Macrobio, quien atri-
buye a los pelasgos la creación en Roma de los centros de culto a Dis Pater
y Saturno y los rituales anejos, noticia que deriva de Varrón65. Este por
tanto admitía la presencia de los pelasgos como una de las capas helénicas
que contribuyeron a la etnogénesis latina y a su definición cultural, y no
sólo en el plano religioso, sino posiblemente también como introductores
de la escritura, según veremos inmediatamente. Pero Dionisio prefiere
ignorar estos aspectos y seguir otros derroteros. En síntesis, y al margen de
la amplificación narrativa que caracteriza todo su relato, Dionisio confi-
guró su exposición sobre los pelasgos a partir de tres fuentes principales:
Helánico en lo que se refiere al itinerario de llegada a Italia; Varrón, para
las causas que motivaron su desplazamiento, concretadas en un oráculo de
Dodona, y Mírsilo para explicar su desaparición de Italia.
El oráculo está escrito en términos ambiguos y oscuros, como es gene-
ral en textos de esta naturaleza. Pero a pesar de ello, no se puede negar que
a su redactor no le eran por completo desconocidas tradiciones y realida-
des itálicas, aunque lógicamente las utiliza sin una gran preocupación por
seguirlas de forma rigurosa. En primer lugar, distingue entre dos áreas geo-
gráficas, diferentes por los pueblos que las habitan pero que en su conjunto
62
Tampoco podría descartarse por completo una visión directa de la inscripción de
Dodona por parte de Varrón: cf. D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, p. 405; L. DESCHAMPS,
«Pourquoi Varron situe-t-il au Lac de Cutilia l’Ombilic de l’Italie?», Euphrosyne, 20, 1992,
p. 302.
63
Cf. Isid., Etym., 9.2.74.
64
Var., R. r., 3.1.6. Véase D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 441 ss.
65
J. POUCET, «Varron, Denys d’Halicarnasse, Macrobe et Lactance», pp. 44 ss., cree
que sólo pertenece a Varrón el texto del oráculo y lo que le precede, pero no veo razones
de peso para negarle los aspectos religiosos resultado del cumplimiento del oráculo.
66
Ennio, fr. 20 V, en Var., L. L., 5.42: Hunc antea montem Saturnium appellatum pro-
diderunt et ab eo Latium Satruniam terram, ut etiam Ennius appellat. En similar sentido
se expresan Verg., Aen., 8.329; Ovid., Fast., 5.625; Colum., R.r., praef. 20. Por su parte,
CH. GUITTARD, «Recherches sur la nature de Saturne des origines à la réforme de 217 avant
J. C.», en Recherches sur les religions de l’Italie antique, Genève, 1976, p. 59, dice que «la
terre de Saturne désigne ici la plus grande partie de l’Italie, alors occupée par les popula-
tions sicules», pero me parece una extensión excesiva.
67
Var., L. L., 5.101. Véase supra, cap. II.2.
68
Además de Dionisio y Macrobio, que mencionan la isla en el texto del oráculo, el
fenómeno es recordado también por Var., L. L., 5.71; Plin., Nat. Hist., 2.109; Sen., Nat.
Quaest., 3.25.8 (este último dice haberlo visto con sus propios ojos). Fest.-Paul., 44L, tam-
bién menciona la isla, pero calla sobre su carácter flotante.
69
D. BRIQUEL, «La zona reatina, centro dell’Italia», en La Salaria in età antica,
Roma, 2000, p. 84.
70
Plin., Nat. Hist., 3.109: in agro Reatino Cutiliae lacum, in quo fluctuetur insula,
Italiae umbilicum esse M. Varro tradit; Solin., 2.6: umbilicum, ut Varro tradit, in agro Rea-
lugar a los aborígenes, con lo que de nuevo entronca con las tradiciones
latinas y en particular con la reconstrucción de Catón, quien como veíamos
en páginas anteriores, situaba a Cutilia a la cabeza de las comunidades abo-
rígenes71. Por último, los elementos religiosos que contiene conciernen
exclusivamente a Roma, no al entorno sabino donde se localizaba Cutilia72,
pues al fin y al cabo Roma es la destinataria última del significado que
encierra el oráculo.
Este falso oráculo fue redactado por el clero de Dodona en un sentido
claramente favorable a los romanos: los cultos relativos a Saturno habrían
sido instituidos por los pelasgos que partieron del santuario epirota. Nos
encontramos por tanto ante un intento de los sacerdotes de Dodona por
atraerse el beneplácito de Roma, creando un vínculo pseudo-histórico
entre ambos, y con tal fin hicieron grabar el texto sobre un trípode que
fue expuesto a la contemplación pública. Según creo, está en lo cierto D.
Briquel al señalar la fecha del 168/167 a.C. como terminus post quem
para la elaboración del oráculo, pues en efecto habría que pensar en un
momento en el cual el dominio romano sobre Grecia fuese una realidad,
lo que no se logró sino tras la derrota de Perseo en Pidna en el 168, a la
que siguió un año más tarde el sometimiento del Epiro73. No obstante,
todavía han de transcurrir varios decenios para que Roma imponga defi-
nitivamente su poder, concretado en la organización de la nueva provin-
cia de Macedonia (ca. 148), en la que se incluyó el Epiro, y la pérdida
total de la independencia griega (146 a.C.). En definitiva, una datación
en la segunda mitad avanzada de este siglo II parece la más apropiada
para la redacción del oráculo, fecha que concuerda mejor con la consoli-
dación y extensión de las leyendas latinas reflejadas en el texto de
Dodona.
El recurso a los pelasgos como instrumento de mediación entre
Dodona y Roma es perfectamente lógico, ya que este legendario pueblo
no carecía de vínculos con una y otra, como hemos comprobado con ante-
rioridad. Pero además intervienen otras influencias. Una presencia de los
pelasgos en Sabina era ya considerada por otras tradiciones griegas. En
concreto sabemos que Zenódoto de Trecena, historiador mal conocido
pero que debió desarrollar su actividad en la primera mitad del siglo
II a.C., hablaba del origen del pueblo sabino como antiguos umbros,
expulsados de la cuenca de Reate por los pelasgos74, en una visión que no
encuentra parangón en otros autores75. Sin embargo, el punto de referen-
cia más próximo a la teoría pelásgica de Roma debió ser sin duda Batón
de Sínope, como sugiere D. Briquel, un retor que vivió en Tesalia en la
segunda mitad del siglo III a.C., quien afirmaba que las Saturnalia roma-
nas reproducían la festividad tesalia de las Peloria, instituida por los
pelasgos76, sin duda porque a Saturno se le celebraba en Roma según el
ritus Graecus.
Otra tradición que implica a los pelasgos como elementos civilizador
en el Lacio primitivo les convierte en introductores de la escritura, inicia-
tiva que aparece en sendos textos de Plinio y de Solino77, opción que se
opone a la más general que concede a Evandro tal innovación, según vere-
mos en el próximo capítulo. No es fácil determinar el origen de esta ver-
sión, ya que apenas tuvo alcance, pero el solo hecho de ser recogida por
Plinio, autor que suele beber en fuentes de no poco prestigio, indica que
debía estar respaldada por una autoridad en temas de anticuariado. A este
respecto, D. Briquel78 piensa en Verrio Flaco, considerado tradicionalmente
74
Zenódoto, FGH 821F3 (= Dion., 2.49.1): Ζην
δοτος δ’ # Τροιζνιος
συγγραφες ’Οµβρικος θνος αθιγενς στορει τ µν πρω τον οκη σαι περ
τν
καλουµνην Pεατνην, κειθεν δ π Πελασγω ν ξελασθντας ες τατην
ϕικσθαι τν γη ν νθα ν υν οκο υσι κα
µεταβαλ
ντας $µα τ ω τ
πω το%νοµα
Σαβνους ξ ’Οµβρικω ν προσαγορευθη ναι.
75
Sobre esta tradición, puede verse D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 459 ss.
76
Batón, FGH 268F5 (= Athen., 14.639d-640a). Véase D. BRIQUEL, Les Pélasges en
Italie, pp. 421 ss.
77
Plin., Nat. Hist., 7.193: in Latium eas [litteras] attulerunt Pelasgi; Solin., 2.7: Agy-
llam a Pelasgis, qui primi in Latium litteras intulerunt. Con menor claridad, esta tradición
aparece también en el gramático Máximo Victorino (GLK, VI.194).
78
D. BRIQUEL, «Les traditions sur l’origine de l’écriture en Italie», RPh, 62, 1988,
pp. 258 ss. Véase asimismo C. LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di
Catone», Athenaeum, 72, 1984, p. 438, quien defiende para Zenódoto una cronología más
elevada.
como uno de los autores que más influyeron en la obra de Plinio79, pero no
se ven muy claras las razones que llevan a esta conclusión. Ante todo, tiene
razón nuestro colega francés al negar una relación con el mundo etrusco,
en el sentido que al figurar en el texto de Solino una referencia a Agylla-
Caere, y siendo ésta una de las ciudades etruscas con mayor presencia de
leyendas pelásgicas, la tradición contendría, trasladado al plano mítico, un
reflejo de la realidad en la creencia de que la escritura fue introducida en
el Lacio desde Caere80. Y en efecto, esta versión tiene toda la apariencia de
ser romana. En un capítulo anterior, a propósito de un fragmento de Catón,
aludía a la cuestión del origen eolio de la lengua latina, de amplia repercu-
sión en círculos intelectuales romanos en el siglo I a.C. y que tenía en
Varrón uno de sus principales valedores81. En el mencionado fragmento, en
el que su transmisor Lido incluye también a Varrón82, se dice que Evandro
extendió entre los bárbaros (es decir, los aborígenes) el dialecto eolio. Es
evidente que estas innovaciones lingüísticas van estrechamente unidas a la
introducción de la escritura, en cuanto que ambas significan la culminación
de la influencia cultural griega sobre el Lacio primitivo. Sin embargo, en
otras ocasiones Varrón vincula la etimología de algunos topónimos a través
del eolio con la presencia de los pelasgos, como Tebae y Velia, ambas en
Sabina83. Con razón señala Briquel que estas etimologías difícilmente
79
Cf. La obra clásica de M. RABENHORST, Der ältere Plinius als Epitomator des
Verrius Flaccus, Berlin, 1907.
80
En este sentido se manifestaba G. COLONNA, «Una nuova iscrizione etrusca del VII
secolo e appunti sull’epigrafia ceretana dell’epoca», MEFR, 82, 1970, p. 667; más
reciente, en similar sentido, F. DESBORDES, Idées romaines sur l’écriture, Lille, 1990,
pp. 138 ss. Muy aventurada la hipótesis de J. BÉRARD, La Magna Grecia, p. 488, quien
parece remitir a la época micénica. En contra, M. CRISTOFANI, «Sull’origine e la diffusione
dell’alfabeto etrusco», ANRW, I.2, 1972, p. 467.
81
Supra, cap. I.4.
82
Lyd., Mag., 1.5: &ς φασιν τε Κτων ν τ ω Περ
Pωµαικη ς ’Αρχαι
τητος
Βρρων τε # πολυµαθστατος ν Προοιµοις τω ν πρς Ποµπιον ατ ω
γεγραµµνων, Ενδρου κα
τω ν "λλων ’Αρκδων ες ’Ιταλαν λθ
ντων ποτ κα
84
D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 456 ss.
85
Infra, cap. IV. 2.
86
Macr., Sat., 1.19 ss.
87
Dion., 1.21.1-2. Cf. D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 343 ss.
88
Dion., 1.30.5: µετ τω ν ’Αβοριγνων πολιτευ
µενον ν τοτοις πελεϕθη
τοις χωροις, που σν χρ
νω τν P µην ο κγονοι ατω ν σν τοις "λλοις
πολσαντο.
89
A este hecho Dionisio alude brevemente en otros pasajes: 1.60.3; 1.89.2; 2.1.3.
También en relación a Alba: 2.2.2.
IV
Los arcadios
1
Ferécides, FGH 3F156 (= Dion., 1.13.1): ..., Φερεκδην τν ’Αθηναιον,
γενεαλγων οδενς δετερον. πεποηται γρ ατ ω περ
τω
ν ν ’Αρκαδα
Jorge Martínez-Pinna Los arcadios
5
Fest., 439L; Str., 13.1.53 (C. 608); Paus., 8.12.8. Sobre la presencia de Eneas en
Arcadia, J. Perret, Les origines de la légende troyenne de Rome, Paris, 1942, pp. 38 ss.; F.
DELLA CORTE, La mappa dell’Eneide, Firenze, 1985, pp. 61 ss.
6
Hom., Il., 215 ss.
7
No está claro que esta versión fuese conocida ya por Helánico, pues si en uno de
sus fragmentos parece referirse a ella (FGH 4F19a [= Schol. Hom. Il, 18.486]), en otro
habla expresamente del nacimiento de Dárdano en Samotracia (FGH 4F23 [= Schol. Apol.
Rhod., 1.916]). Un desarrollo más completo se encuentra en Dionisio, 1.61. Sobre la ver-
tiente arcadia de Dárdano, véase E. THRAEMER, «Dardanos», RE, IV, 1903, col. 2168 ss.
Muy útil asimismo P. M. MARTIN, «Énée chez Denys d’Halicarnasse. Problèmes de géné-
alogie», MEFRA, 101, 1989, pp. 122 ss.
8
D. MUSTI, «Dardano», en Enc. Virg., Roma, vol. I, 1984, p. 998.
9
Verg., Aen., 3.165-171: Oenotri coluere viri; nunc fama minores / Italiam dixisse
ducis de nomine gentem. / hae nobis propriae sedes, hinc Dardanus ortus / Iasiusque pater,
genus a quo principe nostrum. / surge age et haec laetus longaevo dicta parenti / haud
dubitanda refer: Corythum terrasque requirat / Ausonias; Dictaea negat tibi Iuppiter arva.
10
Serv., Aen., 1.380; 10.719 (Tuscia civitas); 3.167; 7.209 (mons et oppidum); Serv.
auct., Aen., 3.170 (oppidum).
11
En contra de la opinión más extendida, N. HORSFALL, «Corythus: The Return of
Aeneas in Virgil and his Sources», JRS, 63, 1973, pp. 68 ss., piensa que se trata de Tar-
quinia, pero los versos de Silio Itálico, Pun., 5.122 ss., parecen claros respecto a Cortona.
Véase E. L. HARRISON, «Virgil’s location of Corythus», CQ, 26, 1976, 293-295.
12
Verg., Aen., 7.205 ss.
13
Mírsilo, FGH 477F8 (= Dion., 1.23.5). Véase supra, cap. III, 2.
14
Así lo consideraba V. BUCHEIT, Vergil über die Sendung Roma, Heidelberg, 1963,
151 ss. En contra, N. HORSFALL, «Corythus: The Return of Aeneas in Virgil and his Sour-
ces», pp. 74 ss.
ciona una leyenda según la cual Dárdano era hijo de Córito, epónimo de la
ciudad etrusca de Cortona, que abandonó en dirección a la Tróade15. Natu-
ralmente no es posible determinar con precisión el origen de esta tradición,
pero lo más probable es que deba remitirse a ambientes etruscos tardíos, en
todo caso anteriores a Virgilio16.
Un documento de singular importancia a este respecto lo proporciona
la epigrafía etrusca. Se trata de unas inscripciones encontradas en Túnez,
unos cipos de confín que contienen el mismo texto: m(arce) vnata zutas
tvl(ar) tartanivm tins Φ, es decir Marce Unata Zutas dedica a Tinia (= Júpi-
ter) los confines de los dardanios17. Fechadas a comienzos del siglo I a.C.,
estas inscripciones muestran la presencia en Africa de un grupo de etrus-
cos, que por razones paleográficas y onomásticas debía proceder de la
Etruria septentrional, probablemente asentado en esa región buscando refu-
gio en las vicisitudes de la guerra civil de época silana. Lo singular del caso
es que estos etruscos se declaran «dardanios», descendientes por tanto de
un Dárdano con su punto de referencia en el norte de Etruria. Frente a la
opinión de J. Heurgon18, en el sentido de que se trata de una expresión refe-
rida a los orígenes troyanos de Roma, G. Colonna19 piensa por el contrario
que estamos ante el reflejo de una tradición etrusca, creada en el siglo
II a.C. probablemente en la propia ciudad de Cortona, rica en leyendas
sobre presencia de héroes griegos20. De esta manera, los cortonenses rei-
vindicaban su autonomía histórica y al tiempo reafirmaban sus vínculos
15
Serv., Aen., 3.167. Véase D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, Roma, 1984,
pp. 162 ss.
16
N. HORSFALL, «Corythus: The Return of Aeneas in Virgil and his Sources», p. 79,
piensa en esos momentos de gran efervescencia etruscológica a finales de la República.
17
ET Af 8. Sobre las inscripciones, J. HEURGON, «Inscriptions étrusques de Tunisie»,
CRAI, 1969, 526-551 (= Scripta varia, Bruxelles, 1986, 443-447).
18
J. HEURGON, «Les Dardaniens en Afrique», REL, 47, 1969, 284-294.
19
G. COLONNA, «Virgilio, Cortona e la leggenda etrusca di Dardano», ArCl, 32,
1980, 1-15. Se manifiesta de acuerdo con esta interpretación D. BRIQUEL, L’origine
lydienne des Étrusques, Roma, 1991, pp. 212 ss.
20
Recuérdese la ya mencionada versión sobre el origen pelásgico de los etruscos
transmitida por Helánico (FGH 4F4 [= Dion., 1.28.3]). También en Cortona se mostraba
una tumba de Odiseo, puesto que el héroe habría encontrado allí la muerte, según una
variante conocida por Teopompo (FGH 115F354 [= Schol. Lyc. Alex., 806]), en el desa-
rrollo de las tradiciones consecuencia de la profecía de Tiresias: véase D. BRIQUEL, Les
Pélasges en Italie, pp. 150 ss.
21
Serv. auct., Aen., 3.170.
22
R. SCHILLING, «Penatibus et magnis Dis», en Φιλας χριν. Miscellanea E.
Manni, Roma, 1980, vol. VI, 1963-1978; D. MUSTI, «Dardano», p. 999. Sin embargo, los
Penates en Virgilio son siempre troyanos, no samotracios (Aen., 2.747; 3.148).
23
N. HORSFALL, «Corythus: The Return of Aeneas in Virgil and his Sources», p. 73:
«Corythus is not an important mythological figure; his existence in legend depends on his
connection with Telephus, and it is only by following the Telephus story westwards that we
can properly understand the function of Corythus in Italy». Véanse asimismo G. COLONNA,
«Virgilio, Cortona e la leggenda etrusca di Dardano», pp. 9 ss.; D. BRIQUEL, L’origine
lydienne des Étrusques, p. 212, si bien estos autores parecen hacer un planteamiento a la
inversa, es decir que habría sido Córito quien atrajo a Télefo.
24
Plin., Nat. Hist., 3.63: Corani a Dardano Troiano orti; Solin., 2.7: Coram a Dar-
dano.
25
Serv., Aen., 7.672: Coras a cuius nomine est civitas in Italia.
26
Supra, cap. II.2.
27
Catón, fr. 56 P = fr. II.26 Ch (= Solin., 2.7): Tibur, sicut Cato facit testimonium, a
Catillo Arcade praefecto classis Evandri. Basándose en las relaciones con Argos que algu-
nas fuentes atribuyen a Evandro, ESCHER, «Euandros», RE, VI, 1907, col. 841, concede a
este Catilo un origen argivo, identificándole por tanto al cofundador de Tibur; sin embargo,
la cualificación de arcadio que le presta Catón parece clara. Los vínculos de Tibur con el
mundo arcadio, siempre en referencia a Roma, se incrementan con aquella versión que
identifica a Carmenta, madre de Evandro, con una ninfa local (Serv. auct., Aen., 8.336),
quizá por la existencia de una sibila tiburtina (Schol. Plat. Phaedr., 244b).
28
D. BRIQUEL, «La légende de fondation de Tibur», ACD, 33, 1997, p. 67.
29
En contra, N. HORSFALL, «Corythus: The Return of Aeneas in Virgil and his Sour-
ces», p. 72.
30
Templo de los Castores en Cora: L. CRESCENZI y E. TORTORICI, en Enea nel Lazio,
Roma, 1981, p. 28.
31
Sobre la identificación entre Penates y Castores, A. DUBOURDIEU, Les origines et
le développement du culte des Pénates à Rome, Roma, 1989, pp. 430 ss.; el papel de Dár-
dano en la historia de los Penates, ibidem, pp. 131 ss.
32
Cf. N. HORSFALL, «Corythus: The Return of Aeneas in Virgil and his Sources»,
p. 72.
33
Así, D. MUSTI, «Dardano», pp. 998 ss., destaca la presencia en Virgilio de una
doble visión sobre Dárdano, pues si por un lado menciona su genealogía arcadia (Aen.,
8.135), por otro le concede un origen itálico, como hemos visto.
34
Cf. G. BINDER, Die Aussetzung des Königskindes Kyros und Romulus, Meisen-
heim, 1964, pp. 130 ss.
35
Véase al respecto D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, pp. 200 ss.
36
Lyc., Alex., 1245 ss.
37
Dion., 1.28.2; Steph. Byz., 607M s.v. Ταρχνιον; Tzet., In Lyc. Alex., 1239, 1242,
1248, 1249. Sobre el destacado papel de Licofrón en esta leyenda, D. BRIQUEL, L’origine
lydienne des Étrusques, pp. 181 ss.
38
Suda, 237A. Latino como hijo de Telefo figura en Malalas, Chron., 162, y en
Cedreno, Chron., 1.245, versión que no deja de ser una variante de la anterior a partir de
un motivo común.
39
Plut., Rom., 2.1; J. W. SALOMONSON, «Telephus und die römische Zwillinge»,
OMRL, 38, 1957, pp. 26 ss.
40
Pueden verse al respecto, con diferentes apreciaciones, B. NIESE, «Die Sagen von
der Gründing Roms», HZ, 59, 1888, p. 489; A. ROSENBERG, «Romulus», RE, IA, 1914, col.
1082; F. SCHACHERMEYR, «Telephos und die Etrusker», WSt, 47, 1929, pp. 155 ss.; A.
ALFÖLDI, Early Rome and the Latins, Ann Arbor, 1965, p. 279; W. A. SCHRÖDER, M. Por-
cius Cato. Das erste Buch der Origines, Meisenheim, 1971, p. 68; P. M. MARTIN,
«Héraklès en Italie d’après Denys d’Halicarnasse (A. R., I, 34-44)», Athenaeum, 50, 1972,
pp. 271 ss.; C. AMPOLO, en Plutarco. Le vite di Teseo e di Romolo, Milano, 1988, p. 267.
41
Así, D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, p. 187.
42
J. HEURGON, Recherches sur l’histoire, la religion et la civilisation de la Capoue
préromaine, Paris, 1942, pp. 224 ss.
43
Cefalón, FGH 45F8 (= Etym. Magn., 490G, s.v. Καπη).
44
Dion., 1.73.3.
2. EVANDRO
45
B. NIESE, «Die Sagen von der Gründung Roms», p. 490; W. SCHUR, «Griechische
Traditionen von der Gründung Roms», Klio, 17, 1920-21, pp. 145 ss. Véase asimismo J.
MARTÍNEZ-PINNA, «Rhome: el elemento femenino en la fundación de Roma», Aevum, 71,
1997, p. 95.
46
Hes., fr. 90 y 93 R, con Serv., Aen., 8.130.
47
Sobre las genealogías de Evandro, muy interrelacionadas con diferentes familias y
dinastías míticas, véase ESCHER, «Euandros», col. 840.
48
J. BAYET, «Les origines de l’arcadisme romain», pp. 70 ss.
49
Dion., 1.31.2.
50
Eusthat., Comm. Dion. Per., 347.
51
Serv., Aen., 8.51; P. M. MARTIN, «Pour une approche du mythe dans sa fonction
historique. Illustration: le mythe d’Evandre», Caesarodunum, 9, 1974, p. 141.
52
Cf., Verg., Aen., 8.333; Ovid., Fast., 1.479 ss.
53
Dion., 1.31.1: %ξηκοστ ω µλιστα τει πρτερον τω ν Τρωικω ν, ς ατο
&Pωµαιοι λγουσιν.
54
Dion., 1.31.2; Iust., 43.1.6; OGR, 5.3.
55
Serv. auct., Aen., 8.51.
56
Verg., Aen., 8.560 ss.: ‘o mihi praeteritos referat si Iuppiter annos, / qualis eram
cum primam aciem Praeneste sub ipsa / straui scutorumque incendi victor acervos / et
regem hac Erulum dextra sub Tartara misi, / nascenti cui tris animas Feronia mater /
(horrendum dictu) dederat, terna arma movenda- / ter leto sternendus erat; cui tunc tamen
omnis / abstulit haec animas dextra et totidem exuit armis. El episodio es recordado tam-
bién por Serv. auct., Aen., 8.562, y Lyd., Mens., 1.11; véase asimismo, Serv., Aen., 8.564,
quien lo compara con el combate entre Hércules y Gerión.
57
U. W. SCHOLZ, Studien zum altitalischen und altrömischen Marskult und Marsmy-
thos, Heidelberg, 1970, pp. 152 ss.
58
En este sentido, O. ROSSBACH, «Erulus», RE, VI, 1907, col. 561; P. T. EDEN, A
Commentary on Virgil: Aeneid VIII, Leiden, 1975, p. 155.
59
B. LIOU-GILLE, Cultes «heroïques» romains: les fondateurs, Paris, 1980, pp. 40 ss.;
A.-M. ADAM, «Monstres et divinités tricéphales dans l’Italie primitive», MEFRA, 97, 1985,
pp. 594 ss.; G. CAPDEVILLE, Volcanus. Recherches comparatistes sur les origines du culte
de Vulcain, Roma, 1995, pp. 126 ss.
60
Por ejemplo, Antígono, FGH, 816F1 (= Fest., 328L); Galitas, FGH, 818F1 (=
Fest., 329L); Agatocles de Cícico, FGH, 472F5 (= Fest., 328L), además del desconocido
historiae Cumanae compositor (Fest., 328L).
61
Paus., 8.43.2: παρ τ ω ποταµω πλιν τω Θβριδι οκσαι; también en Livio,
1.5.1, se lee urbe Arcadica, pero se trata de una glosa. Dionisio, 1.31.3, dice que Evandro
levantó una κµην βραχειαν, mientras que Servio auctus, Aen., 8.51, habla de un modi-
cum oppidum. Aunque no se refiere al poblamiento en conjunto, sino sólo a la vivienda de
Evandro, Virgilio, Aen., 8.359 ss., utiliza las palabras ad tecta... pauperis Evandri.
62
Virg., Aen., 8.337 ss. Sobre esta «ciudad» de Evandro, véase D. MUSTI, «Evandro»,
Enc. Virg., Roma, vol. II, 1985, pp. 441 ss.
63
Dion., 1.33.4: λγονται δ' κα
γραµµτων &Ελληνικω ν χρησιν ες ’Ιταλαν
πρωτοι διακοµσαι νεωστ
ϕανεισαν ’Αρκδες κα
µουσικ(ν τ(ν δι’ *ργνων, + δ(
λραι τε κα
τργωνα κα
αλο
καλο υνται, τω ν προτρων τι µ( σριγξι
ποιµενικαις οδεν
-λλω µουσικη ς τεχνµατι χρωµνων, νµους τε θσθαι κα
64
OGR, 5.4: idemque fruges in Graecia primum inventas ostendit serendique usum
edocuit terraeque excolendae gratia primus boves in Italia iunxit.
65
Plut., QRom., 22; 41; Num., 19.10-11; OGR, 3.3; Macr., Sat., 1.9.3, quien cita a
Xenón, FGH 824F1.
66
Verg., Aen., 8.322.
67
Gell., Noct. At., 16.10.8.
68
Prob., Georg., 1.10.
69
Lucilio, vv. 484-485 M (= Lact., Inst., 1.22.13): terriculas, Lamias, Fauni quas
Pompiliique / instituere Numae, tremit has, hic omnia ponit. Sobre las leges Numae, puede
verse últimamente B. LIOU-GILLE, «Les leges sacratae: esquisse historique», Euphrosyne,
25, 1997, 61-84.
70
Cf. Tac., Ann., 11.14.3: forma litteris quae veterrimis Graecorum; Plin., Nat. Hist.,
7.210: veteres Graecas fuisse easdem paene quae nunc sunt Latinae. Sobre esta cuestión,
ha de consultarse el trabajo fundamental de D. BRIQUEL, «Les traditions sur l’origine de l’é-
criture en Italie», RPh, 62, 1988, 251-271.
71
Según el gramático Mario Victorino, GLK, VI.23, la atribución a Evandro del ori-
gen de la escritura en el Lacio era admitida por Fabio Pictor (fr. 1 P = fr. 2 Ch), por Cin-
cio Alimento (fr. 1 P = fr. 1 Ch) y por Cn. Gelio (fr. 3 P = fr. 2b Ch); la misma opinión se
encuentra expresada en Liv., 1.7.8; Dion., 1.33.4; Tac., Ann., 11.14.3; OGR, 5.4.
72
Hyg., Fab., 277; Isid., Etym., 1.4.1; 5.39.1. En una posición intermedia parece
situarse la OGR, 5.2, donde se califica a Carmenta como omnium litterarum peritissima,
pero concede a Evandro el protagonismo. Una recopilación completa de las fuentes gra-
maticales relativas a Carmenta puede verse en D. BRIQUEL, «Les traditions sur l’origine de
l’écriture en Italie», p. 257. Este autor, siguiendo a H. DAHLMANN, «M. Terentius Varro»,
RE, Suppl. 6, 1935, col. 1218 ss., defiende la idea que estos autores derivan de Varrón, pero
aunque es muy probable que así sea, no puede afirmarse que su inventor fuese el mismo
Varrón, quien por otra parte no debía ignorar asimismo una participación de Evandro
(cf. L. L., 5.21).
73
Juba, fr. 13 P (= Plut., QRom., 59): / τι γρµµατα τος περ
Ε0ανδρον
δδαξεν &Ηρακλη ς, ς ’Ιβας #στρηκε.
74
Sobre el templo, últimamente, F. COARELLI, Il Campo Marzio, Roma, 1997,
pp. 452 ss.
75
Ovid., Fast., 6.797 ss.
76
Véase D. BRIQUEL, «Les traditions sur l’origine de l’écriture en Italie», p. 256.
77
En esta línea pueden invocarse, entre otros, los nombres de H. FUNAIOLI, Gram-
maticae Romanae Fragmenta, Roma, 1907, vol. I, p. XVI; J. COLLART, Varron grammarien
latin, Paris, 1954, pp. 206 ss.; D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, pp. 450, con opiniones
diversas pero situados en el mismo horizontre cronológico.
rio, E. Gabba en principio señala una fecha más antigua, que de hecho se
eleva a las primeras manifestaciones de la historiografía latina con Fabio
Pictor; sin embargo no se separa drásticamente de las opiniones anteriores,
pues habrían sido los eruditos del siglo I a.C. quienes crearon la teoría lin-
güística, cuya base histórica les fue proporcionada por Fabio y los prime-
ros analistas78. En el núcleo del problema se sitúa un fragmento de Catón
relativo a la introducción del dialecto eolio en Italia por parte de Evandro79.
Según veíamos en un capítulo anterior, aunque existen dudas fundadas
sobre la atribución a Catón de especulaciones filológicas, lo que en conse-
cuencia habría también que extender a Fabio Pictor, no hay tampoco por
qué rechazar de plano la existencia de una cierta preocupación por cues-
tiones lingüísticas, aunque sin llegar a asentar una teoría la respecto80.
Siendo el hablar y el escribir actividades tan próximas entre sí, es perfec-
tamente factible que ya en la primera mitad del siglo II a.C. se produjeran
las primeras lucubraciones, todavía muy difuminadas, sobre la lengua
latina y su relación con la griega, una vez aceptada la introducción desde
Grecia del alfabeto y al amparo de la influencia de la escuela alejandrina,
muy activa en discusiones sobre dialectología.
Otra innovación atribuida a Evandro por Dionisio se refiere a la
música, especificando la lira, el trígono y la flauta como instrumentos que
entonces hicieron su aparición en el Lacio. Aquí Dionisio, o su fuente, no
hace sino recoger una idea muy extendida sobre la extrema vocación de los
arcadios hacia la música, según afirmaba Polibio81. No es ésta la única
noticia relativa a la introducción en Roma de instrumentos musicales, sím-
bolo en definitiva de un progreso en el nivel de civilización. Estrabón
recuerda al respecto las aportaciones llegadas desde la etrusca Tarquinia a
Roma y entre ellas menciona la trompeta y la música que acompañaba los
actos públicos82. El texto se enmarca en un hecho comúnmente admitido en
78
E. GABBA, «Il latino come dialetto greco», en Miscellanea A. Rostagni, Torino,
1963, 188-194.
79
Catón, fr. 9 P = fr. I.9 Ch (= Lyd., Mag., 1.5).
80
Cf. F. DELLA CORTE, Varrone il terzo lumen romano, Genova, 1954, pp. 265 ss.; C.
LETTA, «L’Italia dei mores romani nelle Origines di Catone», Athenaeum, 72, 1984,
pp. 428 ss.
81
Pol., 4.20. Sobre el particular, F. W. Walbank, A Historical Commentary on Poly-
bius, Oxford, 1970, vol. I, pp. 465 ss.
82
Str., 5.2.2 (C. 219-220).
83
D. BRIQUEL, «Una vision tarquinienne de Tarquin l’Ancien», en Studia Tarqui-
niensia, Roma, 1988, 13-32. Tanto en este trabajo como en su obra L’origine lydienne des
Étrusques, pp. 130 ss., Briquel admite que Estrabón tomó la noticia de Polibio, opinión que
ya era defendida entre otros por O. STEINBRÜCK, Die Quellen des Strabo in fünften Buch
seiner Erdbeschreibung, Halle, 1909, pp. 62 ss., y F. LASSERRE, Strabon. Géographie. III,
Paris, 1967, p. 200.
84
Véase D. BRIQUEL, L’origine lydienne des Étrusques, pp. 319 ss.
85
D. BRIQUEL, «Una vision tarquinienne de Tarquin l’Ancien», pp. 18 ss.
86
Dion., 1.84.5; Plut., Rom., 6.2; Fort. Rom., 8; OGR, 21.3.
87
A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, Tübingen, 1853, vol. I.1, p. 399. Véase asi-
mismo C. AMPOLO, en Plutarco. Le vite di Teseo e di Romolo, p. 288.
88
E. PERUZZI, «Cultura greca a Gabii nel secolo VIII», PdP, 47, 1992, 459-468;
IDEM, «Grecità di Gabii», PdP, 50, 1995, 81-90. Sigue la opinión de Peruzzi, A. GRAN-
DAZZI, La fondazione di Roma (trad. ital.), Bari, 1993, p. 217. En contra, con muy buenos
argumentos, C. AMPOLO, «L’interpretazione storica della più antica iscrizione del Lazio»,
en Le necropoli arcaiche di Veio, Roma, 1997, 211-217.
89
A. M. BIETTI SESTIERI, The Iron Age Community of Osteria dell’Osa, Cambridge,
1992, p. 185.
90
Cf. H. STRASBURGER, Zur Sage von der Gründung Roms, Heidelberg, 1968, p. 32.
91
Así, C. AMPOLO, «L’interpretazione storica della più antica iscrizione del Lazio»,
pp. 216 ss. Véase asimismo J. POUCET, «L’amplification narrative dans l’évolution de la geste de
Romulus», ACD, 17-18, 1981-82, p. 186, quien piensa en un autor de finales de la República.
92
D. MUSTI, Tendenze nella storiografia romana e greca su Roma arcaica, Roma,
1970, pp. 18 ss.
93
Apostol., Coll. par., 3.60: cf. ESCHER, «Euandros», col. 842.
94
J. MARTÍNEZ-PINNA, «Rómulo y los héroes latinos», en Héroes y antihéroes en la
Antigüedad clásica, Madrid, 1997, pp. 109 ss. Sobre la importancia del santuario en el
siglo II, véase M. ALMAGRO GORBEA (ed.), El santuario de Juno en Gabii, Roma, 1983.
95
Dion., 1.32.3-33.3.
96
Véanse sobre el particular S. TRAMONTI, «Neptunalia e Consualia: a proposito di
Ausonio, Ecl., 23, 19», RSA, 19, 1989, 107-122; J. D. NOONAN, «Livy 1.9.6: The Rape at
the Consualia», CW, 83, 1990, 493-501.
97
Paus., 8.25.3.
98
Dion., 1.33.1.
99
T. P. WISEMAN, «The God of the Lupercal», JRS, 85, 1995, p. 4.
100
Dion., 1.40.2.
101
Ovid., Fast., 5.91 ss.
102
E. FANTHAM, «The Role of Evander in Ovid’s Fasti», Arethusa, 25, 1992, 155-171.
103
Ovid., Fast., 1.461 ss.; 5.93.
104
Serv., Aen., 8.337.
105
E. GERHARD, Etruskische Spiegel, Berlin, 1897, vol. V, p. 54, lám. 45.
106
Véase F.-H. MASSA-PAIRAULT, Recherches sur l’art et l’artisanat étrusco-italiques
à l’époque hellénistique, Roma, 1985, p. 97.
107
E. GERHARD, Etruskische Spiegel, vol. V, p. 172; R. ADAM y D. BRIQUEL, «Le
miroir prénestin de l’Antiquerio Comunale de Rome et la légende des jumeaux divins en
milieu latin à la fin du IVe siècle av. J.-C.», MEFRA, 94, 1982, 33-65.
108
T. P. WISEMAN, «The She-Wolf Mirror: an Interpretation», PBSR, 61, 1993, 1-6;
IDEM, Remus. A Roman Myth, Cambridge, 1995, pp. 65 ss.
109
Eratóstenes, en Schol. Plat. Phaedr., 244b: Τετρτη ’Ιταλικ. ν ρηµα τη ς
’Ιταλας τ(ν διατριβ(ν λαχο υσα, ς υ#ς γνετο Εεανδρος, τ ν &Pµη το υ
Πανς #ερν, τ καλοµενον Λοπερκον, κτσας. Περ
ς γραψεν ’Ερατοσθνες.
110
Cincio, fr. 2 P = fr. 2 CH; Hémina, fr. 4 P = fr. 4 Ch (ambos en Serv. auct., Georg.,
1.10).
111
Por ejemplo, A. SCHWEGLER, Römische Geschichte, vol. I.1, pp. 357 ss.; G. WIS-
SOWA, «Faunus», en W. H. ROSCHER, Ausführliches Lexikon der griechischen und römis-
chen Mythologie, Leipzig, vol. I.2, 1890, col. 1455.
112
Dion., 1.31.1.
113
Véase J. ARONEN, «Iuturna, Carmenta e Mater Larum. Un rapporto arcaico tra
mito, calendario e topografia», OpInstRomFin, 4, 1989, 65-88.
como receptor de Hércules cuando éste regresaba a Grecia con los bueyes
de Gerión. En efecto, la relación de Fauno con Hércules, se eleva al siglo
IV, mientras que la presencia de Evandro con este mismo significado no se
documenta sino hasta el siglo II. Se conocen al respecto dos tradiciones,
ambas derivadas de una matriz común. Según la más antigua, Hércules
habría concebido a Palante, como epónimo del Palatino, en una hija de
Evandro, cuyo nombre varía según los autores: Launa en Polibio, Lavinia
en Dionisio y Pallantia en Servio114. La segunda, más reciente, fue ideada
como origen de los Fabios, cuyo primer representante nació de la unión de
Hércules con una hija de Evandro115.
Pero Evandro no sólo se apropió del papel de Fauno en la función pro-
genitora de Hércules, sino que también asumió un papel destacado en otro
episodio sobre la presencia del héroe griego en el Lacio: el enfrentamiento
con Caco. No es mi intención entrar en el análisis de esta compleja figura
legendaria, que merecería por sí sola un tratamiento independiente116, pero
es un hecho admitido que su personalidad sufrió un proceso de degradación,
que acabó convirtiéndole en un monstruo. El estadio más antiguo de la
leyenda sobre Caco se encuentra probablemente en un pasaje de Diodoro,
en el que un príncipe del Palatino, llamado Κκιος (= Cacus), recibe y aga-
saja a Hércules117. Aquí Caco no reviste todavía las connotaciones negativas
114
Pol., 6.11a. 1; Dion., 1.43.1; Serv., Aen., 8.51 (éste menciona a Varrón).
115
Sil. Ital., Pun., 6.619 ss. Sobre el particular, me permito remitir a mi trabajo
«Sobre el origen mítico de la gens Fabia», en Mito y ritual en el antiguo Occidente medi-
terráneo, Málaga (en prensa).
116
Sobre Caco, con muy diferentes perspectivas, pueden verse F. MÜNZER, Cacus der
Rinderdieb, Basel, 1911; J. P. SMALL, Cacus and Marsyas in Etrusco-Roman Legend, Prin-
ceton, 1982; G. CAPDEVILLE, Volcanus, pp. 97 ss.; J. MARTÍNEZ-PINNA, «Rómulo y los
héroes latinos», pp. 120 ss.
117
Diod., 4.21.1-2: &Ηρακλη ς δ' διελθν τν τε τω ν Λιγων κα
τ(ν τω ν
Τυρρηνω ν χραν, καταντσας πρς τν Τβεριν ποταµν κατεστρατοπδευσεν ο
ν
υν &Pµη στν. λλ’ α2τη µ'ν πολλαις γενεαις 2στερον π &Pωµλου το υ
3Αρεος κτσθη, ττε δ τινες ω ν γχωρων κατκουν ν τ ω ν
υν καλουµνω
Παλατω, µικρν παντελω ς πλιν οκο υντες. ν τατη δ' τω ν πιϕανω ν ντες
νδρω ν Κκιος κα
Πινριος δξαντο τν &Ηρακλα ξενοις ξιολγοις κα
κλµακα τ(ν *νοµαζοµνην π’ κενου Κακαν, οσαν πλησον της ττε
γενοµνης οκας το υ Κακου.
118
G. WISSOWA, «Cacus», RE, III, 1897, col. 1166; J. G. WINTER, «The Myth of Her-
cules at Rome», University of Muchigan Studies, 4, 1910, p. 224; F. MÜNZER, Cacus der
Rinderdieb, pp. 131 ss.; F. Sbordone, «Il ciclo italico di Ercole», Athenaeum, 19, 1941, p.
177; E. PARATORE, «Hercule et Cacus chez Virgile et Tite-Live», en Vergiliana. Recherches
sur Virgile, Leiden, 1971, p. 276. En contra, J. GEFFCKEN, Timaios’ Geographie des Westens,
Berlin, 1892, p. 54; J. BAYET, Les origines de l’Hercule romain, Paris, 1926, pp. 131 ss.
119
Estos documentos se encuentran reproducidos y comentados en G. CAPDEVILLE,
Volcanus, pp. 135 ss., con la bibliografía pertinente.
120
Según J. G. WINTER, «The Myth of Hercules at Rome», p. 222, ambos relatos deri-
varían de una fuente común, que no sería otra que el analista L. Calpurnio Pisón; pero no
parece que sea realmente así, pues Pisón y Cn. Gelio, a quien remite Solino, son práctica-
mente contemporáneos, y sobre todo estas versiones ofrecen aspectos tan distintos, que
difícilmente pueden resumirse en un núcleo común.
121
Dion., 1.42.2-3: ν δ( τοτοις <τοις> µχη κρατηθεισι κα
τν π
&Pωµαων µυθολογοµενον Κκον, δυνστην τιν κοµιδ η βρβαρον κα
una tradición que se eleva al menos a mediados del siglo II a.C., ya que
transmite un pasaje del analista Cn. Gelio122. En él Caco es presentado
como un personaje de cierta importancia, quien llegó a hacerse con un
reino propio123 y atacó a los arcadios, siendo finalmente vencido por Hér-
cules. Es posible que en esta versión se haya producido una cierta conta-
minación de fuentes etruscas, como se percibe en la mención de Tarchon y
del río Volturno, pero su elaboración es latina y en ella ya figura el enfren-
tamiento con Hércules y la presencia de Evandro, escondido tras la refe-
rencia general a los arcadios.
La imagen sobre Caco cambia a partir de mediados del siglo II en un
sentido cada vez más negativo, desde el momento que su nombre se inter-
preta a partir del griego κακς. La expresión más antigua conocida al
respecto se encuentra en un fragmento de Casio Hémina, en el que Caco
aparece definido como un siervo de Evandro que roba los bueyes a Hér-
cules, llamado Trecarano124. Ciertamente esta versión no gozó de un
mucho éxito, pese a que Servio la recomendase siglos más tarde frente a
la exageración de los poetas125. En las versiones sucesivas de los histo-
riadores, como Livio, Caco es un pastor muy poco apreciado por sus
vecinos debido a su carácter violento y salvaje126, situación que se radi-
caliza en la tendencia hacia la degradación en la visión de los poetas de
época de Augusto, quienes dedican a este personaje el calificativo de
semihomo o abiertamente de monstruo127. Además, En estos autores del
siglo I, la sede de Caco se ha desplazado ya al Aventino, dejando libre el
Palatino a Evandro.
La mayor parte de estas tradiciones tienen como corolario la institución
del culto a Hércules en la ara maxima del Foro Boario, puesto que se sitúa
en el contexto mítico del retorno del héroe con los bueyes de Gerión. La
presencia de Evandro no es necesaria, sino que se añade en un segundo
momento, una vez que tiene lugar su asentamiento en el Palatino y priva a
Caco, que comienza entonces a declinar, de su originaria condición de
señor de esta colina romana.
¿Cuándo y cómo se produjo la llegada de Evandro a Roma? Respon-
der a estas cuestiones no es tarea fácil128. A partir de los datos conoci-
dos, se puede establecer la siguiente secuencia. La noticia más antigua
procede de Eratóstenes, como hemos visto, quien atribuye a Evandro la
introducción del culto de Pan, ya asimilado al ritual de las Lupercalia, y
hospitis boves subripuit ac, ne quod esset indicium cau<dis a>versas in spelucam attraxit.
Cumque Trecaranus vicinis regionibus peragratis scrutatisque omnibus huiuscemodi late-
bris desperasset inventurum, utcum aequo animo dispendium ferens, excedere his finibus
constituerat. At vero Evander, excellentissimae iustitiae vir, postquam rem uti acta erat
comperit, servum noxae dedit bovesque restitui fecit (sólo transcritos los párrafos 2-4).
Sobre Trecaranus en este contexto, véanse I. HOPNER, «Hercules Recaranus», ZVS, 49,
1919, 256-26-59; G. PUCCIONI, «Hercules Trikaranus nell’Origo gentis Romanae», en
Scripta M. Untersteiner, Genova, 1970, 235-239.
125
Serv., Aen., 8.190: veritas tamen secundum philologos et historicos hoc habet,
hunc fuisse Euandri nequissimum servum ac furem. novimus autem malum a Graecis
κακν dici: quem ita illo tempore Arcades appellabant. postea translato accentu Cacus
dictus est.
126
Liv., 1.7.4-7. Al mismo ambiente se remite una segunda versión contenida en
Dion., 1.39.2-4.
127
Verg., Aen., 8.190 ss.; Ovid., Fast., 1.543 ss.; Prop., 4.9.1 ss.
128
Cf. A. MOMIGLIANO, «Come conciliare greci e troiani», ahora en Roma arcaica,
Firenze, 1989, p. 339: «Come questa leggenda di Evandro si sia formata resta in parte un
mistero».
129
Eratóstenes, en Schol. Plat. Phedr., 244b; Clem. Alex. Strom., 1.108.3. Cf. T. P.
WISEMAN, «The God of the Lupercal», p. 3.
130
Fest., 328L. Véase supra, cap. I.2.
131
Str., 5.3.3 (C. 230).
132
A favor de una interpretación «larga» se mostraba H. PETER en su edición de los
fragmentos de los historiadores romanos. En contra, J. BAYET, Les origines de l’Hercule
romain, Paris, 1926, pp. 129 ss., y M. CHASSIGNET, en la nueva edición de los analistas
romanos.
133
J. BAYET, «Les origines de l’arcadisme romain», cit.; IDEM, Les origines de l’Her-
cule romain, pp. 183 ss.
134
P. M. MARTIN, «Pour une approche du mythe dans sa fonction historique»,
pp. 141 ss.
135
D. MUSTI, «Evandro», p. 438.
136
No se debe descartar una inmediata influencia de Eratóstenes sobre los primeros
analistas romanos, como se deduce de algunas indicaciones cronológicas contenidas en
Catón y que implican un conocimiento de la obra de Eratóstenes: cf. L. MORETTI, «Le Ori-
gines di Catone, Timeo ed Eratostene», RFIC, 80, 1952, pp. 299 ss.
137
Verg., Aen., 8.134 ss. Véase W. HEILMANN, «Aeneas und Euander im achten Buch
der Aeneis», Gymnasium, 78, 1971, pp. 79 ss.
138
D. MUSTI, «Evandro», p. 438.
139
Dion., 1.34.1-2.
140
Eratóstenes, FGH 241F45 (= Serv. auct, Aen., 1.273): Eratosthenes Ascanii,
Aeneae filii, Romulum parentem urbis refert.
Conclusión:
La etnogénesis latina
1
E. J. BICKERMAN, «Origines gentium», CPh, 47, 1952, 65-81.
2
Hes., Theog., 1011 ss.
3
Helánico, FGH 4F84 (= Dion., 1.73.2).
Jorge Martínez-Pinna Conclusión: La etnogénesis latina
4
Las páginas que siguen asumen el contenido de la primera parte de mi trabajo «La
etnogénesis de Roma», que será publicado en las actas del congreso Mitos de fundación,
Barcelona (en prensa).
5
Calias, FGH 564F5 (= Dion., 1.72.5); Lyc., Alex., 1226 ss.
6
Catón, fr. 5 P = fr. I.6 Ch (= Serv., Aen., 1.6): Cato in originibus hoc dicit, cuius
auctoritatem Sallustius sequitur in bello Catilinae, «primo Italiam tenuisse quosdam qui
appellabantur Aborigines. hos postea adventu Aeneae Phrygibus iunctos Latinos uno
nomine nuncupatos».
7
Sal., Cat., 6.1-2.
8
Liv., 1.2.4; Str., 5.3.2 (C. 229).
9
Juba, FGH 275F9 (= Stph. Byz., 7M, s.v. ’Αβοριγινες).
10
Verg., Aen., 12.820 ss.
11
App., Reg., fr. 1 y 1a; Charax, FGH 103F40 (= Stph. Byz., 7M, s.v. ’Αβοριγινες);
Cas. Dio, en Zon., 7.1.
12
Flor., 1.1.9: Latini Tuscique pastores, quidam etiam transmarini, Phryges qui sub
Aenea, Arcades qui sub Evandro duce influxerant.
13
D. BRIQUEL, «La formation du corps de Rome: Florus et la question de l’Asylum»,
ACD, 30, 1994, 209-222.
14
Plin., Nat. Hist., 3.56: Latium antiquum a Tiberi Cerceios servatum est...: tam
tenues primordio imperi fuere radices. Colonis saepe mutatis tenuere alii aliis temporibus,
Aborigines, Pelasgi, Arcades, Siculi, Aurunci, Rutuli et ultra Cerceios Volsci, Osci, Auso-
nes, unde nomen Lati processit ad Lirim amnem.
15
Cf., sin embargo, las interesantes observaciones acerca de la vertiente legendaria
de oscos y ausonios en la región al sur del Lacio planteadas por D. BRIQUEL, Les Pélasges
en Italie, Roma, 1984, pp. 542 ss.
16
Los ausonios se tenían por autóctonos (Ael., Var. hist., 9.16) y figuran en los pri-
meros registros históricos griegos relativos a Italia, como en Hecateo, FGH 1F61
(= Steph. Byz., 479M, s.v. Νω λα), Antíoco de Siracusa, FGH 555F8 (= Str., 5.4.3
[C. 242]) y Helánico de Lesbos (FGH 4F79a-b (= Steph. Byz., 566-567M, s.v. Σικελα;
Dion., 1.22.3).
17
Verg., Aen., 11.317.
juntos en la lista de Plinio. Pero, en segundo lugar, quizá el hecho más sor-
prendente en esta sucesión de pueblos es la ausencia de los troyanos, que
como hemos visto es un punto fundamental en la configuración de la
prehistoria latina. Ahora bien no sólo Plinio omite la presencia de la com-
ponente troyana. Conocemos otras listas que presentan la misma carencia.
Así, Aulo Gelio y Macrobio mencionan de pasada a auruncos, sicanos y
pelasgos, qui primi coluisse Italiam dicuntur18, pero como veíamos en su
momento, se trata sin duda de nombres sacados al azar de una lista más
amplia cuyo exacto contenido desconocemos. Más significativo es el caso
de Solino, quien en una perspectiva más próxima a la de Plinio, habla de
aborígenes, auruncos, pelasgos, arcadios y sículos19. Generalmente se da
por sentado que tanto Solino como la primera parte de la lista de Plinio pro-
ceden en última instancia de Varrón20. Puede que en el fondo se encuentre
el polígrafo reatino, pero la inclusión de los auruncos, y en esa relación
especial con los rútulos que aparece en Plinio, y sobre todo la ausencia de
los troyanos, invitan a ver una contaminación en las fuentes. Quizá haya
que pensar en un descuido de Plinio, que se trasladaría a Solino, puesto que
resulta difícil pensar en una consciente marginación del elemento troyano.
Una visión con pretensiones totalizadoras se encuentra en la obra anó-
nima conocida con el título de Origo gentis Romanae, que contempla el
pasado más lejano de Roma desde los reinados míticos de Jano y Saturno
hasta Rómulo, es decir toda la prehistoria romana. Su autor, que se mues-
tra muy influido por Varrón21 pero que en realidad asume, y en honor a la
verdad no siempre de forma coherente, distintas versiones que circulaban
en Roma desde el siglo II a.C., presenta una reconstrucción según la cual
el pueblo latino se formó mediante la agregación de diversos elementos
griegos sobre un fondo indígena. Estas primitivas gentes, que ofrecen todas
las carácterísticas de una población autóctona, fueron en primer lugar civi-
lizadas por la acción de Jano y Saturno, presentados como exiliados grie-
gos que introducen en el Lacio los primeros elementos de una vida organi-
18
Gell., Noct. At., 1.10.1; Macr., Sat., 1.5.1.
19
Solin., 2.3.
20
Cf., respecto a Plinio, K. G. SALLMANN, Die Geographie des ältern Plinius in ihrem
Verhältnis zu Varro, Berlin, 1971, pp. 198 s.; D. BRIQUEL, Les Pélasges en Italie, p. 495, n.
5. Por otra parte, es muy posible que Solino tuviera presente a Plinio al redactar esta lista.
21
Véase J.-C. RICHARD, «Varron, l’Origo gentis Romanae et les Aborigènes», RPh,
57, 1983, 29-37.
zada, como la agricultura y el culto a los dioses. Sin embargo, una laguna
en el texto impide conocer en detalle cómo se relacionaba a estos primiti-
vos indigenae con los aborígenes, pues la OGR adopta la visión que hacía
de estos últimos unos emigrantes griegos22. Este anónimo autor racionaliza
en extremo las tradiciones sobre la llegada de gentes extranjeras y aquella
otra sobre la dinastía mítica del Lacio, de forma que cada pueblo está en
relación directa con uno de los reyes. Así, Pico recibe a los aborígenes,
Fauno a los arcadios y por último Latino a los troyanos23. Pero esta serie de
correspondencias le obliga a ignorar la presencia de un cuarto pueblo, los
pelasgos, cuya intervención en la prehistoria latina estaba firmemente
asentada; igualmente los sículos quedan relegados del esquema.
La exposición más extensa y organizada de todas cuantas existen
acerca de la prehistoria mítica se encuentra en Dionisio de Halicarnaso.
Este historiador redactó una historia de Roma hasta la primera guerra
púnica con un propósito muy definido: demostrar la naturaleza griega de
la ciudad desde sus más remotos orígenes. Determinado por esta idea, la
etnogénesis latina ocupa en su obra un lugar muy destacado, como lo
prueba la enorme extensión que le concede24. Para alcanzar sus objetivos,
Dionisio se ve forzado a discutir todo tipo de argumentos, de tal forma que
el resultado, y aquí es donde radica uno de sus principales méritos, se con-
vierte en una lograda combinación de historia y anticuariado25. De todo
ello resulta una admirable tarea de investigación, aunque no exenta de pun-
tos oscuros, para lo cual se vale de las tradiciones existentes, eligiendo
entre aquellas que le parecen las más verídicas o que mejor se adaptan a
sus intereses; utiliza argumentos lingüísticos, arqueológicos y topográfi-
cos; recurre a la comparación entre instituciones y hechos griegos y roma-
nos, y todo sometido a los controles corrientes en la historiografía griega.
Según la reconstrucción que propone Dionisio, sobre una capa autóctona y
salvaje, definida por los sículos y a la cual se hace necesario expulsar para
22
OGR, 4.1-2.
23
OGR, 4.3 (Pico y los aborígenes); 5.1 (Fauno y los arcadios); 9.1 (Latino y los tro-
yanos).
24
La exposición dela etnogénesis latina se encuentra en los sesenta primeros capítu-
los del libro I. Son fundamentales al respecto D. MUSTI, Tendenze nella storiografia
romana e greca su Roma arcaica, Roma, 1970, pp. 11 ss.; E. GABBA, Dionysius and The
History of Archaic Rome, Berkeley, 1991, pp. 93 ss.
25
E. GABBA, Dionysius and The History of Archaic Rome, p. 98.
26
Sobre la autoctonía de los sículos en Dionisio, puede verse D. BRIQUEL, Les
Tyrrhènes peuple des tours, Roma, 1993, pp. 114 ss.
27
E. GABBA, Dionysius and The History of Archaic Rome, p. 99.
28
Dion., 1.60.2.
29
Liv., 1.5.2; 7.4-14.
30
Iust., 43.1.3-13.
31
Serv., Aen., 1.6.
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