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En el campo de las prácticas profesionales la ética es habitualmente llamada

Deontología. La deontología es conocida comúnmente como la ética aplicada a


la práctica profesional.

Una diferencia importante lo representa la idea que en una práctica profesional,


la ética no se expresa sólo en valores morales.

No dejando de estar presente la dimensión moral de los actos, en la práctica


terapéutica, la ética se expresa principalmente en el correcto desempeño
técnico del servicio que presto.

Es decir, si un acto es moralmente bueno, pero técnicamente incorrecto,


habrá claramente, un problema ético con el servicio que presto.

Ahora bien, si mi acto es moralmente reprobable, por definición también será


técnicamente objetado.

“La Ética” es un componente de toda actividad humana, e implica la búsqueda de


la Calidad, de hacer “bien” el servicio que prestamos, en el sentido más antiguo y
preciso de la Virtud: hacer las cosas técnicas. Es decir, hacer “Bien” el bien.
Eso es “la Calidad del Servicio”

Dentro de este contexto, hacer las cosas bien, desde el punto de vista técnico
es lo que llamamos “buena praxis”.

No obstante, la “buena práctica”, debe regirse por la consideración de tres


principios éticos básicos y fundamentales, por debajo de los cuales, no
debemos situarnos.

Estos tres principios son: La autonomía, La beneficencia y la Justica.

Veremos además que los tres están íntimamente relacionados, es decir, que el
cuidado de uno de estos principios, no puede hacerse sin la observancia de
los otros. No puede atenderse a uno de estos principios, si se descuidan los
otros dos.

Veremos ahora, como deben interpretarse cada uno de estos principios en el


trabajo terapéutico.
· Autonomía:

El trabajo terapéutico, siempre debe regirse por el principio de autonomía. Esto


quiere decir, que todo acto terapéutico (para nosotros el acompañamiento
terapéutico) debe salvaguardar la autonomía de la persona, su libertad y sus
derechos.

Un tratamiento debe liberar a la persona de su enfermedad, sacarla de esa forma


de dependencia.

Ahora bien, debemos considerar, para no malinterpretar este principio, que la


autonomía de la persona es una moneda cuya otra cara es la vulnerabilidad
que está atravesando por la enfermedad que sufre.

Es decir la enfermedad o el proceso por el que atraviesa la persona, vulneran su


autonomía.

Entonces, si bien siempre debe salvaguardarse la autonomía y los derechos


de la persona, no pude ocurrir que sea a costo de dejar a la persona expuesta
a la situación de vulnerabilidad que atraviesa.

La salvaguarda de la autonomía debe siempre realizarse a condición de


proteger al paciente de la vulnerabilidad a la que está expuesto.

Un ejemplo clásico de esto es cuando debe internarse a una persona contra su


voluntad. El acto en sí mismo puede legítimamente ser considerado como una
vulneración importante de los derechos de la persona y su autonomía, pero no
obstante no lo es, en función de la vulnerabilidad que protege la internación.

No internar a la persona, puede significar exponerla a riesgos que no dependen de


una decisión libre y responsable de la persona, sino que, como vimos en la unidad
anterior, están determinados por el proceso del que la persona depende.

Seríamos responsables de dejar a la persona expuesta y sin protección cuando


ella es vulnerable.

Por definición una relación terapéutica siempre debe considerar un área de


vulneración o vulnerabilidad que debe protegerse, por lo que la salvaguarda de su
autonomía siempre debe ser relativa a la “protección‟ de la vulnerabilidad a la que
está expuesto el paciente por su enfermedad.
· Beneficencia:

Este segundo principio esta, como dijimos fuertemente relacionado a la


autonomía, ya que hace referencia al modo en que protegemos al paciente.

Relacionado al punto anterior, toda acción terapéutica tiene un beneficio


probable, pero también un costo o un daño posible.

El principio de beneficencia, no es como se cree, hacer el bien, sino trabajar en


encontrar la mejor ecuación posible entre los beneficios y los costos
relativos que compromete toda práctica terapéutica.

Es decir, según el principio de beneficencia, una práctica terapéutica no es la


que hace bien, sino la que procura la mejor ecuación entre los beneficios,
los costos y los riesgos relativos.

Comúnmente se cree, que una buena práctica terapéutica debe procurar que los
beneficios de la acción, sean mayores que los costos o daños relativos.

El principio de beneficencia no es sólo eso.

El principio de beneficencia es procurar dentro de la ecuación entre beneficios y


costos, probables, que los beneficios sean los máximos posibles de procurar, y
que los costos sean los mínimos.

Es decir, el principio de beneficencia es el principio que está detrás del concepto


de “prácticas óptimas”.

Por ejemplo, así como toda medicación tiene “efectos terapéuticos”, también tiene
efectos laterales, o llamados no deseados. Ambos pueden ser más “esperables” o
menos. Lo que importa es, que en una indicación haya sido considerada la mejor
ecuación posible entre el efecto terapéutico esperable, y el efecto lateral,
secundario o no deseado.

Algunos de estos efectos laterales, o colaterales, van a estar presentes muchas


veces, no obstante la ecuación sea la adecuada. Muchos efectos secundarios de
la medicación tienen esta característica.

El acompañamiento terapéutico, debe ser concebido así, como una


herramienta terapéutica que debe cuidar que los beneficios relativos que se
espera de ella, cada vez, sean los máximos y que los costos relativos o
laterales, que puede ocasionar sean los mínimos.

Desde el simple hecho de restringir las libertades cotidianas de una persona en su


domicilio, por el sólo hecho de participar de esos espacios, hasta la relación de
dependencia que toda relación terapéutica corre riesgo de generar. Desde el
simple hecho de restringir las libertades cotidianas de una persona en su domicilio,
por el sólo hecho de participar de esos espacios, hasta la relación de dependencia
que toda relación terapéutica corre riesgo de generar.

No estamos acostumbrados a pensar en estos términos las prácticas terapéuticas,


pero, es fácil ver como el acompañamiento terapéutico, siempre pude implicar un
costo o daño relativo.

Desde el simple hecho de restringir las libertades cotidianas de una persona en su


domicilio, por el sólo hecho de participar de esos espacios, hasta la relación de
dependencia que toda relación terapéutica corre riesgo de generar.

No debemos pensar el costo, en términos de error o mala praxis, sino que


aquí, sólo nos referimos al costo inherente que tiene toda práctica
terapéutica, independientemente que se desarrolle como buena praxis o que se
desvíe hacia una mala praxis.

La mejor ecuación que debe presentar una relación terapéutica es la menor


restricción posible para el paciente, la mayor eficacia clínica y la mayor
seguridad para el paciente. Estas tres variables deben tener el equilibrio óptimo

· Justicia:

Todo acto terapéutico debe ser justo, pero no todos los criterios de justicia
son iguales.

En una relación terapéutica, considerando los principios de autonomía y de


beneficencia, como los desarrollamos hasta aquí, se pone en juego un criterio
especial en el modo de concebir la justicia.

Este modo de concebir la justicia, se llama comúnmente justicia distributiva.

La justicia distributiva se distingue del criterio popular de equidad y justicia que


promueve que a todos le corresponde lo mismo.

En cambio, la noción de equidad que supone la justicia distributiva, es que a


todos nos corresponden los mismos derechos y obligaciones, en igualdad
de condiciones.

Es decir, lo que está en juego en una relación terapéutica, es una desigualdad


en las condiciones y las oportunidades que se le presentan al paciente.
Por esa razón, la justicia distributiva es equitativa en la medida que no
distribuye a todos por igual, sino distribuye según sean las necesidades de
cada cuál, para compensar la vulnerabilidad de la persona para salvar su
autonomía, por medio del principio de beneficencia.

Basado en este principio, cada paciente tiene el derecho de recibir, el mejor


tratamiento posible, basado en el único criterio de la evaluación de las
necesidades que presente según su estado clínico.

Locación de Obra y Locación de Servicio.

Este apartado es un señalamiento muy breve a la delimitación técnico-jurídica que


corresponde al trabajo del acompañamiento terapéutico.

Desde el punto de vista jurídico toda práctica terapéutica es considerada una


locación de servicio. El acompañamiento terapéutico también.

La diferencia entre una locación de servicio y una locación de obra, es que en la


locación de servicio, el agente del servicio es responsable por los
resultados, independientemente de los medios que instrumente para ello.

En la locación de servicio, al contrario, el agente es responsable por los


medios que instrumenta para alcanzar resultados, pero no es responsable por
los resultados que sucedan.

No debe entenderse como una responsabilidad menor, sino diferente. El agente


terapéutico es siempre responsable de lo que hace, de los medios que
instrumenta para alcanzar un resultado, independientemente del resultado que
efectivamente se logre luego.

Este tipo de responsabilidad, se basa en que una práctica terapéutica nunca


puede garantizar un resultado, pero no por ello, deja de ser responsable por
cada decisión que se tome.

En este mismo sentido, las prácticas terapéuticas no pueden, ni ofrecer, ni


prometer resultados por los que no pueden responsabilizarse, y ninguna práctica
terapéutica puede garantizar resultados, por lo cual no puede responsabilizarse
por ellos.

Ejemplos de locaciones de obra, es la responsabilidad del arquitecto con su obra,


la de una escuela con la seguridad de los estudiantes.
Ejemplos de locaciones de servicio, es la práctica profesional de la abogacía, la
medicina y la docencia. El acompañamiento terapéutico también.

Por todo ello, es importante reflexionar sobre la instrumentación de un


acompañamiento terapéutico que pueda justificar en cada decisión los
medios técnicos que se han puesto en marcha.

Por lo tanto, desde su delimitación jurídica, el acompañamiento terapéutico,


entendido como locación de servicio, debe ser siempre una práctica basada y
apoyada en evidencia y en una adecuada administración de recursos
técnicos debidamente justificados, en la ecuación que mejor corresponda a
los máximos beneficios y los mínimos costos relativos posibles de prever, con
el máximo grado de probabilidad.

Es por todo esto, aquello por lo que va a ser responsabilizado el


Acompañante. Es decir por lo que hace, cómo y por qué lo hace,
independientemente de los resultados obtenidos.

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