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14 C2. ba inmacutada concepetin ‘mancha de pecado, incluso con la del pecado org nab, y, comecvntomente retard tan a ais definicién dogmtica. Per sobre i concacion entre inmaculada coneepeion y redencin de Maris volves Femos més adelante dentro de este capitulo, Los fundamentos biblicos de Ia doctrina de la inmaculada concepeién En la Sagrada Eseritura exsten, ob 2 exsten,objetvamente hae Bando, dos puntos de apoyo, a parti de ls cles pudo la reflexion de fede la Iglesia desarollando Su persuaiin de que Maria eis qe ba io Imaciluda con respesto a toda mancha Je pecade incluida la del pecado original. aa En el Antiguo Testamento se encuenra el pasa elisco del Protoevangelio (Gen 3.18) Supuesto oa sentido mariolgic, suficentemente estudado mas arriba en el capitulo 3, all se ama que Dios pone una enemistad entre Maria yl demon, que ena consirucisn del versiculo esta colocads en pra, lismo con a enemistad que existe ene Cristo mom Yl dablo xe parlelsino de enemies aparece Una reflexion de fe sobre esta afrmacion 9 au cane texto parlelistico pudo descubrr que ambos, 9 Maria, tuieron ls mismisimas enemistades conta €l cial (para uta la expresion de Pao 1X ’ sin de Po 1X, Bul definivoria de la inmaculaa concepetin de Marka; € H. Manin. Documentos martanos n88 (Madi 1854 p81). Ahora bien, sis enemisades om fa aismiimas enemistads, es claro que tenen que seh tales, de modo qe exchuyan cualquier amistad sinart cone do oun esad ria de pecado Los tedlogosy el pueblo Bs En el Nuevo Testamento, en el relato de la anun- ciacién, el angel llama a Maria con la palabra griega kecharitomené (= ehecha obeto de Ia gracia de Dios») en Le 1,28. Esta palatra, al estar utiizada como apelativo, significa, sin dada, que Maria tiene, de modo estable, la gracia que corresponde a su dig- idad de Madre de Dios. La refiexidn de fe descubrié {que esa gracia tenia que ser en ella una «plenitud de traci»; més ain, que la nica plenitud que verdade- ‘amente corresponde a Ia dignidad de Madre de Dios ces aquella que se tiene desde el primer instante de la existencia, es decir, una santidad total que abarque toda la existencia de M: Los teélogos y el pueblo A finales del siglo xvut defendian el privilegio de la naculada concepcién de Maria 150 universidades, dle las que $0 habian hecho el juramento de defen- Urlo; juramento que se exigia antes de la colacién de ‘prados a todos los que aspiraban a ellos. Se habia Tle- suido ya al triunfo de la fe explicita en la inmaculada concepeién también en los ambientes intelectuales, unque siguieran existiendo alginos reductos teologi- 0s contrarios a la inmaculada concepcién. 1n todo caso, la fe del pueble se habia adelantado a fste triunfo, y tenia su expresién en la celebracién de fiesta de la concepcién de Maria. Para centrarnos ‘en celebraciones en las que el sentido de la fiesta no ‘es dudoso (Ia santificacién de Maria en su concepcién ¥y no la narraciOn apécrifa de la concepcién milagros:. de Maria por curacién de la esterilidad de su madre ‘Ana) y cuya existencia es cierta, la fiesta se celebraba fon Inglaterra en el siglo x1, desde donde a partir del Es siglo siguiente se difundié por Francia, Bélgi 16, C7. La inmaculada concepcion pata y Alemania. A finales de la Edad Media se cele- bra también en Roma. En conexién con la celebracién litargica, se desarrolla una intensa piedad popular al misterio. El afio 1436, en el concilio de Basilea, Juan de Segovia no sélo sefialaba la difusién enorme de la celebracién de la fiesta, sino el sentido del pueblo fiel, {que reaccionaba contra los sermones de predicadores que negaran el privilegio (cf. P. DE ALVA Y ASTORGA, Johannis de Segovia, Septem allegationes et totidem avisamenta pro informatione Pairum Concilii Basic leensis (Bruxellis. 1664) p.21) En Ios siglos xv1 y XViL, el entusiasmo popular por el privilegio es inmenso. En Espana, nuestro pueblo cantaba enardecido: Todo el mundo en general a voces, joh Reina escogitat, diga que sois concebida sin pecado original. Pero el pueblo no se limitaba a afirmar la existencia. del privilegio. A nivel popular se habia asimilado el largumento que esboz6, por vez. primera, Eadmero (1055-ca.1124), el compaiero, amigo, secretario y bidgrafo de San Anselmo de Canterbury: «Pudo, con- vino, lo hizo» (Tractatus de conceptione B. Mariae Virginis 10: PL 159,305). Este modo de argumenta- cidn se habia difundido ampliamente unido al nombre de Escoto (1265-1308), quien lo habia desarrollado ule teriormente (cf. A. CaRR-G. WILLIAMS, Inmaculada concepcién de Maria, en J. B. CAROL, Mariologia, trad. esp. [Madrid 1964] p.345). Nuestro pueblo can taba: Quiso y no pudo, no es Dios; pudo y no quiso, no es hijo; digan, pues, que pudo y quiso. La asimilacin de este argumento or el pueblo se cite iment ya que, presiniendo de matiza- Gone tenis, expres gan cin del sentido Se late el pueblo: Dios nop permitr qu su Ma dre estuviers manchada en sings nstante des exi- porn Inmaculada concepciin y redencién de Maria Cosa es clara que le he debido mis yo. pues antes de haber caido me ha excusado de caer (a hidalga del vale, en N. GoNeALE2 RUIZ Pie mac Dis cei teatro teolégico espanol 1.1 (Madrid Io4e) p43) be C7. ba tnmacilada concepcién Inmaculada concepcién y santidad plena de Maria La formula «inmaculada concepcién» tiene, a ve- ces, el riesgo de ser entendida de un modo meramente negativo, es decir, como mera inmunidad de la man- cha de pecado original, con la que somos concebidos. ¥ nacemos todos los demas hombres. Convendria no olvidar que el punto de partida de la reflexion de fe para llegar al conocimiento de este misterio esta ex- presado en el Nuevo Testamento del modo més po tivo imaginable: «llena de gracia» (Le 1,28). Esta ple- nitud de gracia excluye todo pecado en Maria, La in- ‘maculada concepeién de Maria no tendria sentido al- guno si no se la concibe como un comienzo de estado de santidad ya en el primer instante de su existencia, que ha de prolongarse y permanecer durante toda Ia Vida. La santidad perpetua de Maria implica en ella la exelusién de todo pecado, incluso venial, durante toda su vida; asi 10 definié el concilio de Trento (3es.6, Decreto sobre la justificacidn en,23: DENZIN: GER, n.833; cf. J. A. DE ALDAMA, El valor dogmdtico de la doctrina sobre la inmunidad de pecado venial ‘en Nuestra Senora: Archivo Teol6gico Granadino 9 [1946} 53-67). Pero no olvidemos que es una santidad! que excluye el pecado; el acento debe recaer sobre la plenitud de gracia; la vida de Maria ejercita todas las Virtudes; como consecuencia de ese actuar virtuoso, ueda excluido todo pecado. Lo positive que Maria Vive y de lo que Maria est adornada es la rafz de la exclusién de todo lo que es negative y pecaminoso. El sentido del privilegio de la inmaculada concep- cin esta perfectamente expresado en la liturgia de la Iglesia. La oracién de la misa de la fiesta comienza con estas palabras: «jh Dios, que por la concepciént inmaculada de la Virgen Maria preparaste a tu Hie) luna digna morada...» El privilegio se ordena a que Inmactlada concepcisn y saniad plena 19 ria sea patacio hermosamente ora para recibir UST al Hj de Dios, que de ca habla de Tomar lea. Lamados a er templos dl Esprit Sano, es necenario qu abn nosotros vivamos santamente 8 Inver ue exlimos de nextay vias, en may ida ose el pesado (l pesado vena serie Arado no puss exclarse si un pviegi espe 1 de Dios, que la Iglesia s6lo conoc: como concedido a . MTaEWTO. ses. Decreto s0- sr jitcctonc8: DewaNaen,n833). Slo as Sereman menos indgnos de ser templos del Esprit Sino: sin exclusion del pecado grave, ni siauira po Grimos Tegar sel. CapiruLo VIII LA ASUNCION DE MARIA Casi un siglo después de la definicién dogmatica de la inmaculada concepeién por Pio IX, en el Ano Santo de 1950, el 1.° de noviembre, Su Santidad Pio XII definia como dogma de fe la asuncién corpo- ral de Maria: «Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la inmaculada Madre de Dios, siempre virgen Maria, cumplido el curso de su vida terresire, fue asunta’en cuerpo y alma a la gloria celestial» (Bula definitoria de la asun= cién: DENZINGER, 0.2333). El objeto primario de la definicién es la glorifieacién corporal de Maria -y no s6lo glorificacién de su alma- una vez «cumplido el curso de su vida terrestre»; esta tltima formula puede resultar un poco rebuseada, pero fue necesario utilis zarla una vez que se determiné no definir si Maria habia muerto (y, en ese caso, la asuncién habria que interpretarla como resurreccién gloriosa anticipada) @ si habia sido tomada y glorificada por Dios en toda sui realidad existencial humana sin pasar por la muertey de modo parecide a lo que sucederi con los justos los que lx parusfa del Sefior encuentre vivos all fins de la historia (cf. 1 Cor 15,51: «No todos morire pero todlos seremos transformados»). Por lo demas, hecho de que Pio XII no definiera dogméticamer que Marfa murié previamente a su asuncién, quiere decir que este punto sea teolégicamente li Pienso que hay que afirmar con certeza la muerte ‘Maria como una verdad que esta atestiguada por ‘Tradicién, ta cual se ha manifestado claramente ante muchos siglos. a definition dagmaca ua En todo caso, matizando mas el sentido del dogma, habria que decir que afirma que Maria se encuentra ‘anticipadamente en la situacién propia de los glorio- Samente resucitados, hecha semejante a su Hijo, que resucité de los muertos (cf. PABLO VI, El credo del Pueblo de Dios 1.15); en otras palabras, la Ja que los demés justos s6lo llegarin el dia de la paru- sia del Seftor (cf. 1 Cor 15,23s), ha sido concedida ya unticipadamente & Maria. Esa siuacién no consiste solamente en el estado en el que las almas de los jus- sando de la bienaventurenca eterna, ven a Dios como El es (cf. PABLO VI, él credo del Pueblo dle Dios 0.29), sino del gozo de esos bienes en una siwacign de plenitud existencial humana, es decir, por parte del hombre todo en su realidad de cuerpo y 1, en su unidad humana de cuerpo vivificado por el alma. Fn la formula definitoria de la asuncién es intere- sunte que Pfo XII haya colocado, en aposicién con el hombre de Maria, los privilegios que constituyen los, ‘olros dogmas marianos que hemos estudiado en los ‘capitulos inmediatamente precedentes (5 al 7): «Ma- re de Dios», «siempre virgen», «inmaculada». Con filo, el papa no pretendi6 definir que Maria haya sido faswita en cuerpo y alma porque es «Madre de Dios», ‘siempre virgen« € «inmaculada>, sino simplemente hi definido que Maria, ln cual es «Madre de Dios», siempre virgen» ¢ «inmaculada», ha sido asunta en ‘overpo y alma. Sin embargo, fuera de la formula defi- Aitoria, la constituci6n apostélica en que se definio la {uincion indica estos tres privilegios como razones, Weol6gicas a favor de la asunci6n (Bula definitoria de iu asuncién, en H. MARIN, Documentos marianos 1,797 [Madrid 1954} p. 636s; n.804s p.6475). En reali- ‘Mad, esta conexién de los diversos privilegios de Ma Wi entre si es obvia, Seria inconcebible que hubieran 10 CA. ba asuncion de Mania sido concedidos a Maria sin relacién alguna entre ellos es decir sin qe responicran aun pan de com juno de Dios sobre Marta. Preisamente par de Cs pla de cnn, conocido ovnkmbra gracias ala dvina rove acon, posible argu de unos @ otros de los privilegios. ne Fundamentos biblicos de In doctrina de la asuncién de Maria 4 Algunos autores descubren el dhtimo fone daimentobibico de i doctrine la asineion on Ia deserpckin de Ap 13s: °¥ uma ran sete! apare en ecco una mujer vstida de syle hna de Bajo deus pies, sore su cabeea ua corona doce eauellas Ya one capitulo themes expe como el texto habla de Mara en su nivel pofundo Exo supuento an ha visto en su vist Marae el cilor habia ue insti msy dei ue ia hi Visto dent del Gl; en efecto, in repoicn seg fn no equiva «In preposicion castelaa, Un peo liste enw igen en sin, ms Bon; eg de, Pero cau significa a vidn En coneretos aa auieredccmos ian al comunicarnos qe ha vse Maria dentro de ho? tora puede spor que Maria est nl ilo o dentro del Gel, per ama simplemente que Maria pertencce an ener de To ce lesteo, en algun sentido, a Ta esfera lo in Ahora bien, el ontexto, en el aus inmedatamee 4 la describe en una sitaion de dalores de pananl tone la segunisopcion sobre la primer; dgase mo dl ema ds esac Jl iS fc acontecimientos que son incompatbes com tho deeatar en el csr hay que entndelon 69 acontecimiontos qe sicede ent errata ae en realidad pertenee ala exfera deo elena Fundamentosbibtcos ws otras palabras, Ap 12,1 describe a Maria dentro de la esfera de lo celestial. Pero nada més. Por eso, parece imposible tomar este texto como fundamento por si solo sélido con respecto al tema de la asuncion de Marfa. 'b) Para movernos en un terreno firme es preferi- ble fundamentar la asuncién del mismo modo que lo hizo Pio XII al definirla (cf. Bula definitoria de ta asuncién: DENZINGER, 0.2331). Propiamente, el papa ho hizo una argumentacion me-amente biblica, sino {que mas bien present6 un argumento mixto de Escri: lura y TradiciOn, aunque, como veremos en seguida, ‘1 paso que Pio XII tom6 de la Tradicién esta suge- rido en la misma Sagrada Escritura. ‘La argumentacién de Pio XII puede descomponerse en Tos siguientes pasos: 1) Desde el siglo 11, los Padres ffirman una especial unién de Marfa, la nueva Eva con Cristo, el nuevo Adan, en la lucha contra el dia- blo. El tema es muy claro en la Tradicion desde el siglo 11, como veremos en el capitulo siguiente. Pero la idea esta apuntada ya en Gén 3,15, admitido su sen- tido mariolégico. En el fondo, Pio XII, en su consti- tuicién apostélica en la que definié Ia asuncion, prefi- 16 prescindir del sentido mariotégico del Protoevan- ire y tomarlo en su sentido cristol6gico, mucho més tevidente ¢ indiscutible. Pero, como es obvio, al pres- cindir del sentido mariol6gico el Protoevangelio, se vio obligado a tomar esta idea ce Ia Tradicién. 2) Se~ iin Gén 3,15, la lucha de Cristo contra el diablo habia dle culminar en su victoria total sobre el demonio. En tlecto, en el Protoevangelio se anuncia que el des- cendiente de a mujer, el Mesias, aplastara la cabeza de la serpiente. 3) Segan San Pablo (Rom 5 y 6; 1 Cor 15,21-26.54 y 57), la victoria de Cristo contra el diablo ie vietoria sobre el pecado y la muerte. 4) Hay que ‘firmar una especial part ‘pacion de Maria (que ha- ua CA. La asuncion de Maria br de ser plena, dada la plenitud de su participacién ‘en la lucha) en esta vietoria de Cristo, victoria de {que es parte esencial y altimo trofeo la resurreecién de Cristo: la especial participacién de Maria en la vic- toria de Cristo no podria considerarse completa sin la slorificacién corporal de Maria (cf. 1 Cor 15,54: cuando este cuerpo corruptible se revista de inco- rrupcién y este cuerpo mortal se revista de inmortali- dad, entonces se cumplira este texto de la Escritura: “La muerte qued6 absorbida en la victoria’»; no se olvide que muy poco antes, 1 Cor 15,26, San Pablo ensefia que «cl timo enemigo que sera anulado seri la muerte, es decir, no hay victoria total hasta que se tealice la victoria sobre Ia muerte en cuanto que S616 entonces queda anulado el diltimo enemigo). Es interesante la importancia que Heb 2,14s da al tema de la victoria de Cristo sobre el diablo, enten- diéndola como liberacién de la muerte: Cristo part cip6 de nuestra naturaleza humana «para aniquilar por la muerte al que poseia el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a todos aquellos que con el miedo de la muerte estaban durante toda la vida suje= tos a la esclavitud». Esa liberacion comienza en Cristo resucitado y terminaré envolviéndonos tam= ién a todos nosotros cuando resucitemos; pero ello sucedera con un orden muy conereto, que describe 1 Cor 15,23s: «la primicia, Cristo; después, los de Cristo en su parusia; después vendré el fin. La sine gularidad de la asociacién de Maria a la lucha de 10 contra el «que poseia el poder de la muerte, es + el diablo», absolutamente superior a la aso« ccién que tenemos los de Cristo en esa lucha, hace que también la asociacién de Maria a la victoria de Cristo sobre la muerte tenga que colocarse en un nivel singli= lar y propio, superior al de los de Cristo, que resuei= laran en la parusia del Sefior al final de la historia, Los comiencos de la Trackin us ‘Los comienzos de la Tradicién sebre Ia asuncién de Maria Con cierta frecuencia se ha atacado la firmeza de la Tradicién sobre la asuncién de Maria, sefalando 1¢ sus origenes hay que descubrirlos en conexién con narraciones apécrifas, El estado actual de la in- vestigacién cientifica obliga a ser mucho mis pru- dentes y matizados en Ia valoracién de los apécrifos. Sin incurrir en exageraciones optimistas de signo con- trario a la subvaloracién que ha estado de moda du- rante largo tiempo, hay que reconocer que no pocos apdcrifos son narraciones populares © catequesis or- hamentadas con elementos de imaginacién popular en orden a ensefiar verdades validas de Tradicion. En este estado de cosas, parece que no es temerario jrmar que desde finales del siglo tt se comenz6 en la Iplesia a interrogarse sobre los dltimos momentos de la muerte de la Virgen (ef. A. DE SANTOS OTERO, Los evangelios apécrifos, 28 ed. (Madrid 1963] p.576s, Unde cree probable «suponer Ia existencia de un ar {quetipo primitivo, del que derivaran los mencionados textos apécrifos» sobre la asuncién, y que podria si twarse cronolégicamente ya en el siglo 1). El Transi us, escrito por el Pseudo-Melit6n quizas a finales det siglo 1V, tiene una singular imporiancia en esta linea En sus contenidos realiz6 un gran progreso, ya que afirma kt resurreccién definitiva del cuerpo de Maria ¥ su elevacion a los gozos del paraiso en intimidad Eompleta y permanente con Cristo glorioso (cf. C. BALIC, Testimonia de Assumptione Beatae Virginis Mariae ex omnibus saeculis t.1. Roma 1948} p.140): por tanto, el concepto de asuncién que aparece en el Pscudo-Melitén es el de resurreccién anticipada: pero ‘alin mayor importancia el que este escrito, 6n fantastica, se esfuerza por 6 CA La asuncién de Maria ofrecer una justificacién teol6gica de la asuncién: in- dca, como sus fundamentos, la maternidad y la virgi- nnidad de Maria (BALIC, 0.c., t.1 p.141). San Gregorio de Tours (# 594) dio una amplia difusion en Occidente a las ideas de este apécrifo. Aparte de estos testimonios interesantes tomados, de los apécrifos, hay que sefialar, por Ia conexién cxistente entre lo que se llama la ley de orar y la ley de creer (ya que el culto, sobre todo el litirgico, ex- presa siempre las convicciones de fe de una época), que la fiesta de la Dormicion de Maria se celebra en Jerusalén ya en el siglo vi, y hacia el ano 600 en CConstantinopla. En seguida aparece que lo que se ce= lebra de hecho es la glorificacién de Maria; mis ati, el nombre de la Asuncién para esta fiesta parece que es mas antiguo que el de Dormicién. A finales del si- lo vil, Ia fiesta se introduce en Roma, donde en se- aguida se llama «Asuncién de Santa Marfa». Durante los siglo vit y 1X, la fiesta se extiende por todo Occi dente. Con ella la aceptacién de la opinion piadosa se hhace comin en el pueblo cristiano bajo la guia de los pastores. Finalmente, baste seftalar en este apartado que a partir del siglo vit existen en Oriente muchos test ‘monios patristicos de la fe en la asuncién; San Mo= desto de Jerusalén (BALIC, Testimonia t.1 p.77s), San German, patriarca de Constantinopla (BALIC, 0.¢., tl p.82-86), San Juan Damasceno (BALIC, 0.¢., tl 1.86.90), EL sentido teoldgico del dogma de la asuneién @) Ya en los comienzos del siglo 1, Tertuliano: amaba a la mera pervivencia del alma «media res surrecciGn» (ef. De resurrectione 2: PL. 2,796). Por es0 Sentdo teoligico de dogma 1 exclamaba: «Pero jqué indigno seria de Dios evar medio hombre a la salvacién» (De resurrec~ tione 34: PL 2,842). Sobre este trasfondo aparece toda la dimensién religiosa del dogma de la asuncién. Maria fue asunta no meramente para que el goz0 de su alma se extendiera también al cuerpo. Hay mot ‘vos mucho mas profundos para entender el porque de la asuncién de Maria. Aunque el alma del justo que no tenga nada de qué purificarse entre en la vision inmediata de Dios en seguida despuésde la muerte (cf. BeNEDICTO XII, const. Benedictus Deus: DENZIN: Gt, 1,530), hay que reconocer que el sujeto que en- tra en esa vision es un sujeto incompleto. Sélo el hombre entero es capaz de una més intensa posesién de Dios, en cuanto que no es sujeto incompleto (me- ddio hombre, podriamos decir). La asuncién de Maria le da la posibilidad de poseer a Dios de ese modo més Intenso que corresponde a la situacién de resurrec- cin final 1b) Marfa por su asuncién es una resucitada Ahora bien, la resurreccién de Cristo aparece en el Nuevo Testament como dinimica: «Cristo, resuci- tudo de entre los muertos, yz no muere mas, la fuerte no tiene ya dominio sobre Eb» (Rom 6,9); y la carta a los Hebreos completera el pensamiento: ‘siempre vivo para interceder por ellos (por los que por El se llegan a Dios)» (Heb 7,25); también San Jan, pensando en Cristo resucitado, lo presenta ‘como nuestro abogado ante el Padre (cf. 1 Jn 2,1). Una reflexi6n paralela sobre el misterio de la asun- ‘ein puede iluminarlo poderosamente. En toda la tra- dicidn de la Iglesia se ha valorado fuertemente ancia de la intercesién de los santos. Sin em- 9, habria que tener en cuenta -sin que con ello la la més minima subvaloracién del culto a preter fllos~ que en realidad quienes interceden son las al- rs Ca. La asuncion de Mea mas de los santos, es decir, una realidad que, como acabamos de ver, ya Tertuliano calificaba de «medio hombre». S6lo Cristo y Maria interceden con toda su realidad existencial humana. Sin duda no es éste el Unico aspecto de superioridad de la intercesion de Maria comparada con la intercesién de los santos como tampoco lo es en el caso de Cristo-, pero ya por este solo aspecto es claro que la intercesién de Maria se coloca a un nivel superior al de ellos. ©) Tratandose de resucitados en el caso de Cristo yen el caso de Maria, hay que decir que, junto al trono del Padre, ademas del corazén resucitado de Cristo, esta un corazén materno de carne, el corazén de Maria, latiendo de amor hacia nosotros y preocu- pindose con solicitud materna por nuestros proble- ‘mas. Esta realidad explica que la Iglesia dé culto solo a sus dos corazones (como corazones vives y no como reliquias, como puede ser el caso del corazén incorrupto de Santa Teresa): al corazén sagrado de Cristo y al purisimo corazén de Maria, Solo estos dos ‘corazones estin actualmente junto al trono del Padre latiendo de amor y solicitud por nosotros. CaPtruLo 1X MARIA, NUEVA EVA COrdinariamente, al hablar de los dogmas marianos, stelen enumerarse los cuatro que hemos estudiado en los capitulos anteriores (5 al 8}: la maternidad divina de Maria, su virginidad perpetwa, su inmaculada con- corporal. Sin embargo, quiero cexpresar mi persuasién de que constituye una verdad dogmatica sobre Maria su asociacion a la obra salva dora de Cristo (si nos limitamos a afirmar el hecho fundamental prescindiendo de ulteriores explicacio- nes teolbgicas discutibles y de hecho discutidas), que ya la mas antigua TradiciOn cristiana expres6 con el tema de la «nueva Eva» aplicado a Maria. E] tema puede considerarse como verdaderamente primitivo; précticamente, en inmediata conexién con los tiempos apostélicos. Aparece por vez primera en San Justino (Dialogus cum Trpphone Iudaeo 100: PG 6,712), quien hace la contraposicién paralelistica en- tre Eva y Maria, es decir, enire la primera y la se- gunda Eva, A partir de este paralelismo de cons- traste, se forjard mis tarde el titulo mismo de «nueva Eva». Ya el Nuevo Testamento (1. Cor 15,45) habla de Cristo como del nuevo Adan. Con respecto a Cristo, por tanto, ya en el Nuevo Testamento existe no s6lo el tema, sino el titulo mismo. Por otra parte, es im- portante que el Nuevo Testamento fija, con su modo, ide hablar, el punto de referencia del titulo de «nuevo Adin» al aplicarlo explicitamente a Cristo. Con ello, lo y punto de referencia, cuando se trata del 10 C9. Maria, nueva Eva nuevo Adan», quedan establecidos desde el princi- pio. Por el contrario, el tema de la «nueva Eva», aparte de haber tenido que experimentar un proceso de ma- duraci6n hasta convertirse y concretarse en el titulo Propiamente dicho, al no haber recibido, ya en el Nuevo Testamento, un punto de referencia fijo, apa- rece en la Tradicion unas veces referido a Maria, y otras @ la Iglesia. Lo notable es que la doble referen-, cia aparece incluso en los mismos autores; asi, por ejemplo, en Tertuliano el tema se aplica, en ocasio- nes, a Maria (cf. De came Christi 17: PL 2,782), y en ‘ocasiones, a la Iglesia (cf. De anima 43: PL 2,723), En todo caso, la mis antigua aplicacién del tema de la «nueva Eva» a la Iglesia es anterior al afio 150 y se ‘encuentra en la llamada segunda epistola de Clemente (HI Epistola ad Corinthios 14,2: FUNK, 1,200 y 202), SSi se tiene en cuenta que el tema referido a Maria aparece por vez primera, como hemos visto, en San Justino, hay que constatar que la referencia del tema de la «nueva Eva» a Maria ya la Iglesia son pricti= camente contemporineos y, como acabamos de ex- poner, coexisten incluso dentro de los escritos de un ‘mismo autor, como es el caso de Tertuliano. El tema de la «nueva Eva+ como tema de cooperacién a la obra salvadora de Cristo El uso del tema de la «nueva Eva» con dos referen- ccias distintas (Marfa 0 la Iglesia), las dos tradiciona- les, antiquisimas y practicamente contemporsineas, no seria pensable sino estuviera sugerido por un fondo ideol6gico comin en los dos casos: el convencimiento de que ambas, Marfa y la Iglesia, tienen una funcién de cooperacién activa en la obra salvadora de Cristo, Coaperacion a la obra savadora de Cristo ISL ‘como la antigua Eva la tuvo en el pecado det primer Adan. La idea de que una ayuda semejante a Adan (ef. Gén 2,20), aunque semejante no significa, en ‘modo alguno, igual, esta primariamente viva en el tema de la enueva Eva». Sin embargo, hay que reco- nnocer que Ia idea comin a las dos referencias no im- plica una perspectiva idéntica en ambos casos: los matices son suficientemente diversos para no poder considerar las dos ulilizaciones del tema como sin6- El tema de la Iglesia como tmos animados. |] Ya no pide tener a Dios como Padre cl que no tiene Ia Ipksia como madre> (De tniate Eeclesie Ss: PL. 4,303) Hay que decir en resumen que, durante un largo perio el ema dea emevn Fae apc Mari tla iglesia, aunque conterga una idea comin de Partcipacion de ambas en la obra salvadora de Gfisto, no coincie adecuadamente en sus aspectos st C9. Maria, neva Eva cconcretos, sino que mas bien alude a esferas distintas de cooperacin, La reflexién comparativa sobre Maria y ta Iglesia oo a poco, sin embarg, el mismo hecho de que un tema comin ~in snueva Evar~ se apicaba dos figuras diversas, tenia que levar u reflexionar sobre esas dos gua y'a comparaias entre A los dos patalelismostradconales EvaeMariay Eve Iglesia Se Vava afar unterero, que jugar un papel teolgice import de pce: Mares 1 pot de par ta de esta comparaion explicta hay que clocarlo en San Ambrosio, " ” eal Los resulados de esta reflexin comparativa son del mayor interes. Deel, a figira de Mara sale en Fiquecid. Se toma conciencia de que ella, peraleist Camente con la Ilesi, tiene también una fancin en In apicacion de is graces ve toma concencia de su funeién intereesora. Hay una tranferenciay atribu- Cigna Maria ‘del campo que prmeramente ge Teste vaba la cooperacion de Ta iglesia La toma de concienca de que Maria intercede tee correlation con el ncimientoyel desarrollo de ello 4 Marta Ese culto (enn sentido propo) no puede demostrarse como existent en los dv primeros ak alos. Pero oraciones Mara pienso, sobre todo, em ia poputarsima Bao tv ampara (= =Sub tuum pra dium) existen antes del Conc de Eteso. Apr ‘madamente contemporiineo del papiro en que se en- contré esta plegaria, es el grafito con el saludo «Ave Maria» en griego, descubierto no hace mucho en la sinagoga judeo-cristiana de Nazaret. San Gregorio Nacianceno pone una oracién ditigida a Maria en la bios de una virgen llamada Justina, que estaba en pe- Sendo del tal «Murs, nveva Be Iss ligro de perder su virginided (Oratio 24,11: PG 35,1181). Aparte de este culto privado, surge en el lo V la primera fiesta litirgica de la Virgen, el «dia de Maria Theotokos». Ya antes de la fiesta, hacia la mmitad del siglo 1V ha de situarse la introduecién de la mencién de Maria en Oriente en el canon de la misa No pretendo hacer aqui una historia del culto a M ria, que se desarrolls extraordinariamente después det concilio de Efeso, Me interesa tan solo fijar sus co- mienzos. Y esos comienzos estan en relacién con la toma de conciencia de la funcion intercesora de Maria como fruto de la reflexién comparativa entre Maria y la Iglesia (las dos realidades a las que desde el siglo 11 se venia aplicando el tema de la «nueva Eva»). Mas ‘ain, hablando con mayor exactitud en la medida en ‘que lo permiten los datos que poseemos, habria que decir que el culto es un poco anterior a la reflexion indicada, Seria un caso mas en que la vida se ha ade- lantado a la teologia, fenémeno que en mariologia no es infrecuente, Por el contrario, la figura de la Iglesia no salié ent quecida de la reflexién, No se le atribuy6, como re- sultado de ella, una cooperacign en la accién por ta que Cristo nos adquirié las gracias. No era posible tuna atribucién en esta linea. La Iglesia ha comenzado ‘a existir como consecuencia de esta aceién de Cristo, yes obvio que la Iglesia no ha podido cooperar a ta obra a ka que debe su existencia, 0, més claro atin, no hha podido cooperar antes de existir. EI sentido del titulo «Maria, nueva Eva La historia det tema de la «nueva Eva» aplicado & Marfa nos lleva a concluir que su contenido de fe (la Tradicién sobre él es tan fuerte, que debe con- 156 C9, Maria, nyera Eva siderarse dogmaticamente vinculante) ha de situar- se en una afirmacién de una cooperacién activa de Maria en la obra de Cristo. La figura de Maria como asociada a la obra del Mesias, a su lucha contra el demonio, se encuentra ya en Gén 3,15. La Tradicién descubrié esa asociacién, ya desde los comienzos, sobre todo, en la cooperacién de Maria para que 1a obra salvadora de Cristo se realizara, y, mis en con- ereto, la vio en el «si» de Maria al anuncio del angel; ya en el capitulo 4 subrayamos cémo en Le 1,38, donde se nos relata la respuesta afirmativa de Maria, cculmina la importancia teolégica de todo el relato de la anuneiacion, Mas tarde se tomé conciencia de que ‘Maria coopera también a la obra salvadora de Cristo con su intercesién por la cual colabora en la distribu cién de las gracias a lo largo de la historia, Todos estos elementos pertenecen, a mi juicio, al contenido de fe del titulo «Maria, nueva Eva» En el capitulo 2 seftalé cémo Lutero quiso conser- var un culto de alabanza a Marfa suprimiendo el culto de intercesién (el cual no podia tener cabida en su sistema teol6gico, dados los principios a partir de los cuales Lutero construy6 su sistema). La historia pos- terior del protestantismo ha demostrado que su in- tento fue vano. Es pricticamente imposible, al menos a la larga, conservar un culto de alabanza si la per- sona a la que se tributa esa alabanza no tiene alguna importancia positiva para mi salvacién. En el capitulo presente ha aparecido un fenémeno sumamente inte- resante: el culto a Maria no se desarroll6 en la Iglesia si no es en conexién con el convencimiento de que Maria no s6lo hizo algo positive para mi salvacién con el «si» dado al angel en la anunciacién, sino que también ahora puede hacerlo con su intercesién ante cl trono del Padre. CaptruLo X EL CULTO A MARIA Con motivo des visits Ine, Maria prorumpis en un canto digido a Dio, el Magnificat, dena del uel profetiza que sempre see tbatara un eulto de Sabanza alo larg dela storia: «He aut que desde ahora me llamarin ichosa tos las gencraciones> (Le 148), Ya'en el capitulo 2-y soabamos de repe- tio a ial de caitato 5 enos visto que un cao de alabanea es picoigicamentsnmantenble, al me- nos largo plazoy sin persona aa gue se ribula Slabanea no significa alg posto para nosotros; ms Gren eto de nes tose sone fang sno va también acompatago de un clto de petcion y sipleu. Dia que sco es una read ample Por ello, s6lo persevera sano y_vigoroso tudo no se le poda de sua de ss dimensiones tsenciles, Dent de elas seflria, fundamental mene, tres: culo de aaanza» venracign, culo de Imitacion y clto de sepia, Paro para no hablar me- ramente en abstacto,analiarenos algunos temas bcos esenciaes on los ue parecen fos diversos as. pectos del cullo «Mala: Ast consequiemos ‘ambi Un ute importante al que Palo Vi (exh. apost. Ma ruts ulus m0: Eecesia 34 (1974 1] 41?) Hovitabe face unos anos: dar sabor biBco & avesvo culo @ Maria Maria, area de la Nueva Alianza En el capitulo 4 explicamos c6mo en Le 1.35- («EI Poder, es decir, el Altisimo, te cubrira con su 18 10, BI enti Mara Sombra; por eso, lo que naceré seri llamado santo, Hijo de Dios»), a través de una alusin a Ex 40,34, se presenta a Maria como area de la Nueva Alianza, En ella, como en el arca de la alianza antigua cuando descendia la nube, va a habitar Dios mismo durante fnueve meses; como consecuencia de ese habitar en Maria tomando carne de sus entrafias, el que nazca de , ella ¢s persona divina, es Dios. Cuando en las letanfas, lauretanas invocamos a Maria como «arca de la alianza», no le estamos aplicando un titulo piadoso meramente, fruto quizés de una devocién barroca, amante de una sobrecarga adjetivadora, sino reco” ‘giendo simplemente un tema neotestamentario. Pero, antes de’seguir adelante, creo importante se- falar que el tema de Maria varca de la Nueva Alianza» es en San Lucas mucho mis que una mera alusién hecha de pasada. Para no detenerme en la in sistencia literariamente innecesaria de la formula del Angel a Maria: «concebiras en tu seno» (Le 1,31), s6l0 inteligible como alusi6n al arca en la que habita el Se- fior, es claro que San Lucas ha construido la narra cin de la visitacién con un esquema cargado de alu- siones a la traslacién del arca relatada en 2 Sam 6,2: 11 Gf. R. LAURENTIN, Structure et Théologie de Lue LHI [Paris 1957| p.79ss). En ambos casos, el viaje se desarrolla en la tierra de Juda (2 Sam 6,2; Le 1,39). El viaje da lugar a las mismas manifestaciones: jabilo del pueblo y del hijo de Isabel (2 Sam 6,12; Le 1,44); sal tos de alegria de David y de Juan Bautista @ Sam 6,16; Le 1.41 y 44); gritos de aclamacién del pueblo y grito de aclamacidn de Isabel @ Sam 6,15 y Le 1,42, donde ademas se usa el verbo unephanésen, que en la traduecién griega del Antiguo Testamento llamada de los LXX s6lo se usa para designar las exclamaciones litirgicas, y especialmente las que acompafian a la traslacién del arca). El arca es llevada a la casa de Maria, arcade la Nueva Alianza 19 Obed-Edom (2 Sam 6,10), y Maria entra en la casa de Zacarias (Le 1,40). En ambas casas, la presencia del aca y de Maria son fuente de bendicién (2 Sam 6,118; Le 1,41 y 44, leidos a la luz del v.15: «sera leno del Espiritu Santo ya desde el seno de su madre»). ‘Véanse otros paralelismos: Grito de David en Grito de Isabel en 2 Sam 6.9: Le 143: Como ‘<{De donde a mi esto, cl arca del Senor que Ie Madre de mi Senor va a venir a mi?» venga a mi?» La asimilaci6n que se hace ast entre ef arca del Se fior y la Madre de mi Sefor, induce, a pesar del pose sivo «mis en Le 1,43, que podria parecer como debili- tante, a entender «Seftor», en ambos casos, en sen- tido divino, es decir, como traduecién del nombre de Yahveh (que aparece en el hebreo de 2 Sam 6.9, ¥ {que es traducido por «el Sefior» [= ho Kyrios| en la version griega de los LXX) 2 Sam 6,11 Le 1,56; “El area de Yabveh_ «Maria Permanecié [de Gat _permaneci6 fen casa de Obed-Edom con ella tres meses»: alrededor de tres meses» Es interesante el final de la construccién. Lucas esta construyendo su relato con alusiones a la narra- cin de la traslacién del arca de 2 Sam 6,2-11. Pero esté escribiendo historia. Una mera preocupacién de paralelismo simbélico le hubiera hecho afirmar que Maria estuvo con Isabel 1res meses. Su fidelidad de historiador le obliga a decirnos que ha redondeado ta duracién, Encontramos, una vez més, al historiador 10 C10, EL cntto @ Maria aque no inventahechos, sino que meramente ls pe senta la luz de acontecimentos veterotestamerta. Fos. En todo caso, ex earo uc, para Lucas (1359 138-56, para no iss en 131), Marla ee rca 1e'Nueva Alianza, dento de I cual darante neve meses habia Dios mismo tomando came de sun em tates. Pero volvamos a la invocacion de ls ltaniaslaue- tana, en ls que aclamamos & Maria como area de In alianzas = Poeders arc). Vale la pena subrayar las. consecencia de tuo para el culto marian. “Ante todo, ear era, para ls judos, objeto de un culto de veneracion, preciameite porque en ella dito de lla, habia morado Yahveh (slo & par de Ta baja dela nube sobre el area comienza la Esch turaa-ulzar ol verbo shaken, no utizado en ni tuna teofaia anterior, cuyo sigiiado principal ex ‘hablar. Maria es diga de un eulto de venercion porque excl area de la Nucva Alianza; en ella en Su Sen, habits el Sefor para tomar carne deel ela es asi x Madre de Dios a Theotokos. La falda el dogma de Efeso ude expresarse a través del tema del arcade la Nueva Alana si se anade que la mor rad del Verbo en el seno de Maria no e esic, sino dingmica, encanto gue es en orden a tomar de cea humana, Pero, en too caso, tae ode area de la Nueva Alianza aparece 4ivina maternidad como el fundamento supreme dl culo de veneracion'« Maria, Pero el area era también, para Tos jos, lgar donde Dios escuchaba sus oralones. Elie primera de los Reyes (68), ene elato dela consaractn dl templo por Salomon, coniene indiaciones pediosas sobre el tema eolocaion del arc en el santa sane torum (08), descenso de la ube (0-9) tema de la Imorada de Dis (15; veae en el 29 la ruta Maria‘ ara de ta Nueva Aina ver Nombre estaré alli+, como significativa de presencia); y, como consecuencia, la designacién del arca como ‘espacio de encuentro, en el qu: Yahveh escucha las oraciones de su pueblo (v.28-3). Marfa, arca de la Nueva Alianza, es también lugar privilegiado, donde Dios escucha nuestras oraciones. Pero no olvidemos que se trata de un arca viva, que, en cuanto tal, puede afiadir su voz a las nuestras. Asf, Maria no es mero lugar donde Dios atiende nuestras plegarias, sino in- tercesora que se une a ellas ante el trono de Dios. En el tema de Maria arca de la Nueva Alianza, encon- tramos también el fundamento para una piedad ma- riana de intercesién y siplica. ‘Todo culto tiene un tercer aspecto, es decir, la imi tacin. El arca estaba construida con materias precio- ‘sas, revestida de oro en su interior (Ex 25,11; en rea- lidad, el revestimiento era también exterior; para el caso de Maria, sobre su belleze externa como reflejo de su plenitud de gracia, ef. Paso VI, Alocucién a los participantes en el VI Congreso Mariolégico In- ternacional, 17 de mayo de 1975: Beclesia 35 (1975 1) 709). Asi correspondia a la morada de Yahveh. En el ‘caso de Maria, la Iglesia nos recuerda en la oracién de la fiesta de la Inmaculada Concepcién que por ese misterio Dios quiso preparar enella una morada digna para su Hijo (véase el texto en el capitulo 7), La con- cepcidn inmaculada de Maria 1o hemos explicado al tratar de ella no tiene un sentido meramente nega- tivo (preservacién del pecado original), sino que im- plica la plenitud de gracia que se le concede desde et primer momento de su existencia. Ni es un misterio circunscrito a un instante privilegiado de su vida, sino que es comienzo de una vida Ilena de gracia que se va ‘a prolongar hasta su iiltimo aliento, hasta su trénsito a la asuncién, Es interesante recordar que «llena de ‘gracia» (Le 1,28) es estar adornada de todas las virtu- 162 C10, Bl culto @ Maria des, como canté con particular acierto Pablo Didécono (797) precisamente en conexidn con el tema de Ma- tia checha templo del Sefior» (cf. C. Poz0, en Acta Congressus Mariologici-Mariani in Croatia anno 1971 Celebrati t.3 (Romae 1972] p.334-37). Maria, jardin de. todas la virtudes, debe ser en ellas objeto de imitacion, para todos los cristianos; segin palabras de Pablo VI (exh, apost. Marialis cultus n.22: Ecclesia 34 [1974 1) 413), la Iglesia se sitGa ante Maria «en operosa tacién cuando contempla la santidad y las virtudes de la “lena de gracia’ (Le 1,28). Reina-Madre de la Iglesi La «Salve» es, sin duda alguna, la mis popular de las oraciones marianas en la Iglesia, que sélo cede, como es obvio, en aprecio y uso, por parte de los fieles, a la salutacion angélica, el «Ave Marias. Ast tenia que ocurrir. El «Ave Maria» es evangélica en toda st primera parte, que est tomada de las pala bras de Gabriel a Maria en la anunciacién (Le 1,28) y del saludo de Isabel en Ia visitacién de su parienta Maria (Le 1,42), y se prolonga en una segunda parte deprecatoria, que suplica la intercesién de aquella que tiene tantos titulos para hacerlo como la primera parte compila. La «Salve» procede, probablemente, de la pluma de un espatiol, Pedro de Mezonzo, obispo de ‘Compostela en las postrimerias del siglo x. Su belleza coracional y profundidad teol6gica le concedieron unit amplia difusion en Alemania ya en el siglo x1, que lt leva al interior de la plegaria litargica a partir del si slo x11, para legar a ser la oracién conclusiva del Breviario en la reforma del rezo de las horas realizado por San Pio V. Pero mis alli de la oficialidad que ‘estos hechos le confieren, impresiona su amplia aceps tacién popular, que hasta nuestros dias se manifiesta Reina-Madre de a Ilesia. 19 su rezo y en su canto; en cuanto al canto, no sélo la melodia gregoriana conccida de todos, sino en popularisimas melodias hechas para las traducciones del texto a las lenguas verndculas; bien conocida de todos es la melodia espafiola para el texto castellano a «Sa En todo caso, aun prescinciendo de estas breves, slusiones hist6ricas, impresiona el titulo inicial con ue se invoca a Marfa, y que une los sustantivos de Reina y Madre, sumamente caros a la devocién del pueblo cristiano («Reina y Madre de misericordia»).. {Los titulos aparecen en la «Salve» yuxtapuestos, me- tamente unidos por la conjuneién copulativa «y>. Sin ‘embargo, una rellexiGn teolégca sobre ellos permite escubrir que no deben meramente yuxtaponerse, sino fundirse en la realidad compleja de Maria. Con ello espero poder mostrar con mayor claridad la grat figura, En ef anuncio del angel a Maria, al deseribir la dlole y mision del futuro Hijo de Maria, se profetiza: *Fil Sehor Dios le dard el trono de David, su padre, y winara sobre la casa de Jacob eternamente, y su rei- Alo no tendré fin» (Le 1,328). En continuidad con la Wome heredero de la dinastia davidi Iglesia, sera el nuevo Juda. 10 de David, en los que sus autores no es- 2 preocupados por la figura de Mar un puesto de relieve que en las tradiciones de la di- Astle davidica, mientras que carecia de categoria ins- Wiicional ta reina-esposa, la reina-madre (la gebind Wis, por el contrario, cargo oficial (ef. R. DE VAUX, Misituciones del Antiguo Testamento, trad. esp. 1964 p.172ss). ces el primer caso de gebird que encon- 16 C10, BL eulto « Maria tramos atestiguado en la Escritura. Basta leer los dos. primeros capitulos del primer libro de los Reyes para advertir la diversidad de situaciones derivadas del rango diferente que posee, respectivamente, como vive todavia David. Betsabee es, por tanto, reina- esposa. He aqui cOmo se describe su situacién frente a David: «Entré, pues, Betsabee a donde el rey, en su cimara. [...] Betsabee se incliné y prosterné ante el rey» (I Re 1,15s). Por el contrario, en el capitulo 2 ya hha muerto David, y Salomén es el nuevo rey. Betsa- bee es, por tanto, ya gebird. De nuevo se describe un encuentro entre Betsabee y el rey. Pero los rasgos descriptivos estin lamativamente cambiados con respecto a la escena del capitulo anterior: «Lleg6se, pues, Betsabee al rey Salomén, |... y el monarca se levanté a su encuentro, se incliné ante ella y sent6se en el solio, haciendo poner otro sitial para la madre: del rey, que se senté a su diestra» (1 Re 2,19). Es interesante sefialar que la gebird no gobierna. Se limita a interceder. De hecho, asf aparece Betsabee en la escena que acabamos de evocar (1 Re 2,20: «Dijo ella: “Voy a pedirte una cosa insignificante; no me re= chaces’. Contestéle el rey: "Pide, madre mia, pues no te he de rechazar's). Carece ahora de interés discuti si lo que en ella pedia era realmente razonable 0 no: Nos importa tan sélo constatar el émbito en que Ia funcién de la reina-madre se ejercitaba. Con respecto al tema de la gebird existe en el Can= tar de los Cantares un texto misterioso que supone: tuna intervencién de la reina-madre en la coronacién del rey; mas exactamente, en una coronacién espon salicia del rey: «Salid y contemplad, joh hijas de al rey Salomén con la corona con que 10 60» ond su madre el dia de sus bodas y en el dia de la alegria de su corazén» (Cant 3,11). eina-Madre de a Iles Ios La Iglesia es continuadora del reino de David (ademis de Le 1,32s, citado un poco més arriba, re- ‘cuérdese Me 11,10: «;Bendito el reino, que viene, de nuestro padre David!s). Partiendo de esta continuidad entre el reino de David y el reino mesianico, es obvia Iu existencia de un cierto paralelismo de estructuras ‘entre ambos. Cristo es el dnicn Rey de su Iglesia. El Ja gobierna y la rige. Pero a su lado encontramos la figura de una gebird mesidnica (ef. H. CAZELLES, La Mere du Roi-Messie dans Ancien Testament, enActa Congressus Mariologici-Mariani in civitate Lourdes inno 1958 celebrati 5 | Romae 1959] p.39-56; A. Gancia DEL MoRAL, La realeza de Maria segiin la Suprada Escritura: Ephemerides Mariologicae 12 (1962) 161-82). La dignidad de que aparece ast in- Yostida la figura de Marfa tiene que ser motivo de un ‘eulto de veneracién hacia ella por parte de todos los ‘que somos ciudadanos del Reino de Crist. Por otra parte, Maria tuyo una intervencién deci siya en la coronacién del Rey, en la uncién de la natu- ‘lez humana por el Verbo, en la encarnacién. Se ‘uta de una uncién que ya en el periodo patristico se Interpret con sentido de desposorio (cf. SAN AGUS. WN. Sermo [Denis] 12,2; Miscellanea Agostiniana 1:8), No es necesario insistir, una vez. més, en que la ya en si misma, salvifica y no algo vio a ka redencién; que no es sola- ‘one constituirse el ser que después va a morir por ‘Hos@lros, sino que ya en la encarnacién ha comen- #4 construirse el organism de salvacion, por in- aracidn vital al cual nosotros nos salvamos. Por i In Cooperacion de Maria a la encarnacién a ta del «st» dle su respuesta al Angel (Le 1,38) es el WF aypecto dle su intervencidn en la obra reden- sntiguo en Ia Tradicién, atestiguado mos en el capitulo precedente- ya por San 1665, C10. BL entto @ Maria Ireneo (Adversus haereses 5,19,1: PG 7.1175; De- ‘monstratio apostolicae praedicationis 33: SC 62,85). Marfa, como gebird mesiinica, no gobierna, inter- ccede: las necesidades de su hijos las lleva con cora- z6n materno hasta el trono del Rey. Ello nos invita a Ia confianza en la intercesion de Marfa, a Ia vez. que es el fundamento de un culto de suplica a ella. He ddicho «con coraz6n materno»; Ia expresién no tiene nada de metaférico. El Rey Mesias y la gebird mesi nica, como resucitados, estn junto al trono del Padre ccon Sus corazones de carne, Hlenos de amor hacia no- sotros. No olvidemos -como explicébamos en el capi tulo 8 al hablar de la asuncién de Maria~ que ésta es la razén por la que la Iglesia s6lo tributa culto a dos corazones: el de Cristo y el de Maria, Pero volvamos a subrayar que gebird es la reina- madre. El 11 de octubre de 1954, Pio XII proclamé a Marfa «Reina» (enc. Ad Caeli Reginam, 11 de octu- bre de 1954, en H. MARIN, Documentos marianos 1n,899-904 [Madrid 1954] p.789-809; of. Alocucién de 12 de noviembre de 1954, en Documentos marianos 1.919-23 p.831-38). Pablo VI, al final de la tercera etapa conciliar, le dio el titulo de «Madre de la Igle- sia» (21 de noviembre de 1964, Discurso de clausura de la tercera etapa del concilio Vaticano I: Ecclesia 24 [1964 I} 1936). A la luz del titulo de gebird, no de- bemos separar ambos titulos papales. Maria es la Reina-madre de la Iglesia, la cual, después de haber intervenido activamente en la constitucién de Cristo ‘como Rey de la Iglesia por la encarnacién, ejercita su funcién por una constante intervencién en favor nues- tro. No deja de ser sugestivo que todo ello estuviera implicito ya en tiempos de Pio XII: es interesante que, después de su proclamacién de Marfa como «Reina», se estableciera como dia para la celebracién de esa fiesta precisamente la fecha en que hasta en- Reine Madre de' Ilesia. 67 tonces, a nivel de Iglesias particulares, venia cele- brindose la fiesta de «Maria Medianera de todas las gracias», es decir, el 31 de mayo (dia al que después de la tltima reforma litrgica se ha dado un sentido diverso, colocando en él la fiesta de la Visitacion de Nuestra Sefiora, trasladindola desde su antigua fecha del 2 de julio; por lo demas, Is fiesta de la Visitacién, puede y debe interpretarse como fiesta de «Maria -a de la Nueva Alianza»). Marfa Reina-madre de la Islesia debe suscitar en todos nosotros sentimientos de inmensa confianza; somos conscientes de la eficacia de su intercesion ma- terna; «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches nuestras siplicas en las necesi- dlades, sino Ibranos de todos los peligros siempre, Vir- gen gloriosa y bendita». Siento un inmenso respeto ante todo cristiano que acude a Maria en sus proble- mas también materiales; ese respeto se impone, pues el mismo Sefor Jesis acogié a cuantos en sus pro- blemas de enfermedades se acercaban a El. Sin em- argo, no sera indtil recordar que nuestras necesida- des espirituales deben ser el campo privilegiado de rnuestras plegarias a Ia que es Reina-madre en el Reino de los bienes mesidnicos; es significative que Maria aparece en el Nuevo Testamento como interce~ sora primariamente para conseguir bienes espiritua- les: se interpretaria mal la intervencién de Maria en ni si se Ta explicara como encaminada, en ultimo {érmino, a resolver el pequefio problema de unos no- vios que iban a tener que sufrir el bochorno de que et vino no alcanzara hasta el final de la fiesta; la clave el milagro esti en el v.11 («Asi, en Cana de Galilea, dio comienzo Jesis a sus sefiales, y manifest6 su glo- ria, y sus disefpulos creyeron en El»; Jn 2,11); por la intercesién de Maria se fortaleci6 la fe incipiente de los primeros discipulos; cuando mis tarde, en Hech 168 10, EL enlto @ Maria 1,14, os apéstoles «se dedicaban asiduamente a la cracién con algunas mujeres, y Maria la madre de Je- sis y los hermanos de éste», la intercesién de Maria tiene como objeto la efusién del Espiritu Santo sobre la Iplesia naciente, que de hecho tuvo lugar el dia de Pentecostés (cf. PABLO VI, exh. apost. Marialis cul tus n.18: Ecclesia 34 [1974 T] 411). Aumento de fe y cefusién del don del Espiritu Santo sobre nosotros de= ben ser los favores que principalmente imploremos de la intercesién de nuestra Reina-madre. La actitud del lo En el capitulo 4 hemos estudiado ya el pasaje de Jn 19,25ss, en el que Jesis proclama a Maria como Max dre de sus discipulos, y, consecuentemente, a los los como hijos de ella. Realmente puede resu- mirse toda la obra de Cristo como un doble don: Ely 4que no tenfa més Padre que el Padre celestial ni mis Madre que su Madre terrena, ha venido «para que re- cibiésemos Ia adopeién» (Gal 4,5), para darnos «po- der llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1,12), para que su Padre fuera nuestro Padre (ef. Jn 20,17), y, simultie neamente, darnos a su Madre terrena como Madre! nuestra (esto fue asf por el modo como se realiz6 Ia encarnacién salvadora, y Jn 19,25ss representa Ia proclamacién del hecho precedente) La escena de Jn 19,25ss concluye con estas pa labras: «Desde aquella hora, el discipulo la tomd: como cosa suya» (v.27). Bis ta idia hay que wade cirlo no por «en su casa» (version muy frecuente, que se encuentra incluso en la reciente traduccién litt ica espaiiola), sino por «entre sus cosas»; en Si Juan, la expresién nunca tiene el sentido de «en casa» (cf. 1. DE LA POTTERIE, La parole de Jé 1a acttud det escoulo 169 Voici ta Mere» et l'accueil éu Disciple Un 19,27b| Marianum 36 [1974] 25-32). San Juan ha sefialado, ootras veces, diversas cualidades que ha de reunir el Ulisefpulo para serlo realmente: ha de guardar sus ndamientos (Jn 14,14.21 y 23), partiendo de un wor a Dios (I Jn 5,2); los dscipulos han de amarse iwuamente (Jn 13,35); han de creer que Jess ha sido enviado por Dios (In 17,8); han de adoptar una wetitud de humildad y servicio, siguiendo el ejemplo Maestro (Jn 13,13-17). Ahora enuncia Juan una Hota ulterior que el discipulo ha de poseer: ha de te- Hier a Maria como cosa suya; entre sus estructuras es- pirituales tiene que haber una dimensién mariana que le haga acoger (lambancin no significa «mirar», sino tomar» o «acoger») a Maria como a Madre; Ia pala Fora «acoger» implica asi todo un comportamiento fi- lial con respecto a Maria ‘La importancia de Maria no pasaré jamés en la vida We la Iglesia, «Desde aquella hora» es la hora de Je- rida con su muerte redentora, y que no Jeiminara hasta el fin de los tempos. Se comprende {Hor ello la frase de Pablo VI en su homilia en el sai Wario de Nuestra Sefiora del Bonaria el 24 de abril de 1910 (Hiccesia 30 [1970 I] $85): «si queremos ser cri Hanes, lebemos ser marianos», Pablo VI no enun- ‘isha un pensamiento piadoso con estas palabras, que se limitaba estrictamente a tradueir Jn 19,27: fentonces, todo diseipulo de Jestis, para serlo, ‘le fener una profunda dimensién mariana. ‘Decin mas arriba que el doble don en que puede we In obra de Jess es habernos dado como adoptive a su Padre celestial, y como Madre Wal, a su Madre terrena. Un padre y una madre finan sere de aconear bien a sus hilo inte subrayar que Pablo VI ha visto que ibaa cena y nuestra Madre Maria nos 170 C0, EL ulto a Maria dan un idéntico consejo de vida. En las palabras de Maria a los sirvientes cuando el milagro de Cand: «Haced lo que El 0s diga» (Jn 2,5), descubre el papa tun valor universal, que ha de tener resonancias tam- bién hoy para nosotros; ulteriormente sefiala que tales palabras «son una voz que concuerda con la del Padre fen la teofania del Tabor: ‘Escuchadle’ (Mt 17,5)» (exh. apost. Marialis cultus n.57: Ecclesia 34 |1974 1) 423). Asi, ambos, nuestro Padre celestial y Ia Madre terrena de Jess, que es también Madre espiritual nuestra, coinciden en un mismo consejo a nosotros sus hijos: seguid fielmente las ensevianzas de Jesis, vivid el Evangel. Vivimos en tiempos de crisis en la Iglesia, crisis que no se ha detenido hasta discutir el valor de la devocién mariana, como tampoco ha dejado de «con- testar» la estructura jerarquica de la Iglesia misma. En unas paginas profundas y sugestivas, H. U. von Balthasar (Der antiromische Affekt (Freiburg i. B. 1974) p.153-87) ha seialado en las figuras de Maria y de Pedro, 10s simbolos y la personificacién de dos dimensiones, ambas esenciales, de la Iglesia: la di ‘mensién maternal y la dimensién jerdrquica; sin cual: ‘quiera de ellas, la verdadera imagen de la Iglesia que- daria falsificada, Pero, para que no le sea, von Bal- thasar introduce una tercera imagen, la de Juan, como cl amor sencillo y escondido que ha de mantener viva la conciencia y la unin de esas dos dimensiones. Vi- vamos, como Juan, en respeto y sumisién a lo jerar- quico “que culmina en el sucesor de Pedro- y en aco- sida filial de Maria. NOTA BIBLIOGRAFICA A). Escritos del autor en que prede encontrarse la doc ‘mentacion teoldgica en que se apoya el presente libro: = Maria en ta obna de ta slacin Mid [BAC 360] i = H cpeto del Pucbo de Dios. Comenario teldpico ats proestin de fede 5, Pablo VI. 2+ ed, (Said (BAC Cites | 979) 1304 [niacin actu de ts marcos, en SociEDAD Ma Trontinen Earatoin, Eaclrea mariana porcort Far (add [Coens 19) p88

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