Aude Lancelin y Marie Lemonnier
LOS
FILOSOFOS
yELAMOR
De Socrates a Simone de Beauvoir
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1 ealivignc abi de 2003
ISBN 978-950-02.07 12.6
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Queda hecho efdepssito que establece fa ley 1.725.
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1. PuaToN
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2. Lucaecio
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3. MONTAIGNE
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a Jeansfacques Rousseau
Vida y muerte del romantic.
5. lmaNUEL KANT
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6. ARTHUR SCHOPENHAUER
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7. SOREN KIERKEGAARD
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9. MARTIN Hetozccer y HANNAH ARENDT
El aletea de Fra.
10,JEAN-PAUL SARTRE ¥ SIMONE DE BEAUVOKR
amore berInTRODUCCION
sun lugar comtin fuertemente instalado: el amor y la filosofia no
“foriman una buena pareja. Viven en cuartos ‘separados, al menos
‘desde el comienzo de los tiempos modernos. Al parecer, el amor, el
sentimiento que mas nos ha sat
desencantamiento generalizado del mundo. El pequeho Cupido,
‘con su aspecto al mismo tiempo anifiado y hostil, que oculca entre
sus alas un arco asesino, habria terminado en el cementerio de las
antiguallas junto con los demés dioses. En el fondo, la tradicion
pesimista de los moralistas franceses habria ganado la batalla del
amor. Detras del torpe romanticismo, se disimullarfa apenas fa rea-
lidad del sexo, del célculo y de la voluntad de poder. El sentimiento
_amoroso no mereceria siquiera dos horas de esfuerzo conceptual
‘Cuando se aborda un tema tan central en la vida humana, sorprende
comaprobar que es casi un terreno yermo descuidado, abandonado
lo atrapar, no pudo sobrevivir al10 AUDE LANCELIN Y MARIE LEMONNIER
a los novelistas del nihilismo sexual, a fos socidlogos de una nueva
confusion amorosz’, 0 a una religiosidad de pacotila. Nadie se
propone realmente comparar los diferentes enfoques filosdficos
sobre el amor, hasta el punto de que se suele encontrar mas pro-
fundidad sobre el tema en las canciones populares que en los
pensadores contemporanecs.
‘Arthur Schopenhauer formulé ya con fuerza este asombro en
El mundo como voluntad y representacién, publicado en 1818. “En
realidad, habria que sorprenderse de que un objeto que desempe-
jia un papel tan importante en la vida humana, nunca haya sido
realmente tomado en cuenta hasta ahora por los filésofos, y se
presente ante nosotros como una materia que nadie ha tratado
todavia’ Es una exageracién, por supuesto. Parece incluso una bur-
la, cuando el irascible filésofo prusiano ha llegado @ reducir la
reflexién platénica a un asunto de amor homosexual griego, Pero
alude también a un verdadero misterio. En efecto, la paradoja resi
de en que la filosofia, nacida en Grecia junto con la cuestion del
amor, como fa Venus que surge desnuda de la valva botticelliana,
parece haber renegado de ese origen. Su iniciador, Sécrates, decia
en i banquete de Platén que no sabia nada, més alld de “los temas
relativos a Eros’, Una declaracin prometedora, pero que casi no
tuvo efectos posteriores. Habra que llegar a Kierkegaard para que
clamor wuelva a ser abordado como un modo de comprensién de
la existencia
Condici6n sine qua non de la felicidad para la mayoria de las
personas, tema inagotable de todo drama literario, el amor es tra-
tado por los filésofos con la prudencia de quien entra ala jaula de
una fiera que amenaza con comérselo crudo, Frente a este hecho,
podemos aventurar toda clase de explicaciones. Se puede en-
tender que los fitdsofos, en su preocupacion por liberar al hombre
105 FILESOFOS ¥ EL AMOR n
de toda alienacién mental, observen con circunspeccién esa extrafia
pasién que puede llevar a dejarse motir de tristeza. Un pensador
del siglo 1a. C. como Lucrecio, inspirado en la antigua ética griega,
sefiala que la filosofia debe apuntar a esa ausencia de preocupa-
ion. "Vacio es el discurso de! fildsofo si no contribuye a curar la
enfermedad del alma’ dice u
los sisternas filoséficos modernos le dieron la espalda, en cierto
modo, a esta preocupacién por la "vida buena’. Pero en lo referente
al amor ya las pasiones ambiguas en general, el reflejo antiguo sub-
sistiées mejor cuidarse de esta energia tan dificil de controler.
Sobre todo porque el amor resist a toda, racionalidad. Este €s,
sin duda, otro elemento que permite comprender la desconfian-
sentencia epicirea. Como se sabe,
za secular que le inspira a la filosofia. Arrojado al dominio de!
pathos, de los afectos oscuros, de todo ese magma psicolégico
que, por definicién, no suele ser iluminado por el sol de la raz6n. ei
amor no seria un “objeto” apto para filésofos. A lo sumo, un tema
entretenido para literatos. Los esforzados trabajadores del concep-
to tratan al amor con el desdén supuestamente muy masculine
que siempre esta cispuesto a atacar a cualquiera que se niegue a su
viril enfoque. Aunque esta interpretacién parezca estereotipada
¢ irdnica, esta lejos de ser equivocads. No se debe olvidar que el
discurso filoséfico sobre el amor es un discurso enunciado por
hombres. Nadie sabe cémo serd en el futuro y deberiamos evitar
las especulaciones sobre ese punto, pero hasta ahora fue asi. Con
‘excepcién de Hanna Arendt y Simone de Beauvoir, que por otra
parte nunca pretendieron destacarse en filosofia pura, no habré
que sorprenderse entonces de oir en este libro solo la version de
una mitad de fa humanidad.
Que el amor sea un tema infrafilos6fico es una peticion de
principio que merece ser cuestionada, sino pulverizada. Uno de losi” [AUDE LANCELIN Y MARIE LEMONNIER
pocos grandes fildsofos contemporaneos que piensa seriamente ef
amor, Alain Badiou, lo define como una “produccién de verdad’.
Una experiencia que se basa en el hecho de que “hay Dos’, una
iniciacién que se hace posible por un encuentro singular, y mas atin
por la “declaracién de amor’, etapa crucial que distingue al deseo
de una actividad puramente masturbatoria. Significa que muchos
filésofos ignoraron esa apuesta? Evidentemente no, y esa és incluso
la tesis de este libro, que se propone modestamente hacerles jus-
ticia en ese punto. A su manera complicada o jactanciosa, casi
siempre desgarradora, valiéndose muchos de ellos de una feroz
animadversién, todos hablaron del tema en forma decisive. Todos
tienen, en realidad, algo que decimos sobre el amor, la ilusion de
exernidad que ofrece, los suftimientos que provoca y la manera en
que se puede tratar de superarlos,
‘Otro lugar comin asegura que solo los poetas y los escritores
han planceado solidas verdades sobre este punto. Esto también es
tuna ligereza o, al menos, falta de informactén. El autor de Las rela.
“ino cuando amamos. Y que el hedonista siempre huira del dolor,
“como las epidemias hicieron huir a! alcalde de Burdeos de su casti-
Ilo durante un tiempo.
Hay que sefialar también que Montaigne pertenece a la cate-
gorla de os hombres que no conocieron el carifio de una madre, ~« AUDE LANCELIN Y MARIE LEMCNNIER
El pequenio “Micheau’ fue arrancado de su hogar familiar practi
camente al nacer y pas6 de los brazos de una nodriza latinizante
2 los de un preceptor teutén, hasta que ingress como pupilo al
col
haya existido jamas’, segtin Michel, escudero proveniente de un
linaje de negociantes bordeleses recientemente ennoblecido,
habla decidido que recibiria esa educacién inspirada en los pre-
ceptos de Erasmo. Con é{ mantenia Montaigne una relacion de
verdadero afecto, pero con su madre, la gran ausente de los
Ensayos, la guerra era abierta. Mujer seca y belicosa, Antoinette
de Louppes nunca pudo soportar las travesuras de su hijo mayor.
Intenté convencer por todos los medios a su esposo de retirarle
la herencia. El rencor era tan tenaz que Pierre Eyquem debio es-
pecificar en su testamento todas las condiciones de un pacto de
cohabitacién después de su muerte entre la madre y el hijo, entre
las que incluyd hasta las escaleras que debia usar cada uno de
cellos en la casa familiar. Pero aun con esas escrupulosas precau-
ciones, les resultaba imposible entenderse, Antoinette se fue del
castillo y termind sus dias en Burdeos, a los ochenta y ocho afios,
ge de Guyenne, Pierre Eyquem, “el mejor de los padres que
sin cederle ni un denario a su nieta Léonore, la Gnica hija de
‘Michel que lo sobrevivi6.
{Qué influencia puede tener en una vida una aversién tan obs-
tinada? Algunos consideran fundamental et papel desempefiado
por el “odio de la madre” en la melancolia de Montaigne, que lo
evaba al enclaustramiento.
ISOFOS Y FL AMOR 6
LA AMISTAD SUPERIOR
Sin embargo, una ve2, él, que siempre procuré mantenerse
fiel a si mismo, experimenté la entrega afectuosa. Y fue un hom-
bre quien le hizo compartir ese embeleso: Etienne de La Boe
que fue, segtin todo lo hace suponer, el amor de su vida. Cuando
se conocieron, hacia 1559, el joven autor del Discurso sobre la
servidumbre voluntaria tenia veintiocho afios, y Michel veinticin-
co. El primero estaba muy enamorado de su esposa, y el segundo
amaba a todas las mujeres. No se sabe siel jurista y el magistrado
consumaron 0 no fisicamente su amistad, tan profunda que es
na suerte “si se da una en tres siglos” Los Ensayos proporcionan
pocos elementos para aclarar Ia cuestién. Apenas hacen una bre-
ve alusién a las précticas griegas “aborrecidas con justa razon por
nuestras costumbres", pero la critica se centra simplemente en
la diferencia de edad entre los amantes. Y en el fondo, eso no
importa demasiado. Lo mas importante es que con La Boétie,
Montaigne descubre esa comunion de almas que se pierden una
en [a otra de un modo tan pleno que ya no se puede encontrar la
"costura’. Sea como fuere, Montaigne describe su relacién con
Etienne en el tono apasionado del drama amoroso en el capitulo
central "De la amistad’ (J;27).El flechazo en el cranscurso de una
fiesta realizada en el parlamento de Burdeos: "por un decreto de
la Providencia’, “yo no sé qué fuerza inexplicable y fatal”. La “divi-
“él me conocia mejor que nadie’, “hasta lo mas
na relacion’:
hondo de las entrafias’ Finalmente, el fallecimienco de Etienne,
que eligid sus brazos ances que los de su esposa para morir de
una disenteria a los treinta y dos afios, lo dejé devastado, como
amputado de una mitad de si mismo, arrojado a “la noche oscu-
ray tediosa’ de Ia vida solitaria. Sin duda, lo anaba con ese amorca [ADE LANCELIN Y MARIE LEMONNIER
inexplicable que solo encuentra razones confusas: “porque era él
porque era yo"
En es0s cuatro afios demasiado cortos pero esenciales, Michel
forjé sus ideas més importantes sobre fa relacion con el otro. Las
voleé en esos Ensayos que quiz4 no hubieran existido sin aquel
acontecimiento trgico y que simbolizan, como dice Michel
Butor en Ensayos sobre los ensayos, una verdadera “elegia” a La
Boétie. Una manera de retomar la conversacién con “el més dul-
ce,el mas querido y el mas intimo” amigo, que le hizo “la amorosa
ofrenda’ de su biblioteca. “Solo él gozaba de mi verdadera ima-
‘gen, vse la llev6. Es por eso que me descifro a mi mismo en forma
tan extrafia’,
Como lo sefiala Jean Starobinski, estos funerales de Etienne
prolongados “para siempre” fueron sin duda el tinico elemento de
constancia en una vida entregada a la discontinuidad. Ese vinculo
llevé a Montaigne 2 establecer la incomparable supremacia de la
amistad sobre la relacién erdtica con las mujeres.
El fuego del amor es seguramente “més activo, mas fuerte y mas
Violento’, pero también es “ternerario y voluble’, esta “sujeto a'arre-
batos e interrupciones', El erotismo que no dura se apodera de
nosotros “por un solo lado”. La amistad, en cambio, nos rodea de un
calor constante y tranquilo. Es sblida y confiable. Superior en todo,
“mantiene su ruta con un vuelo altivo y magnifico, mirando des-
defiosamente” a la pasién amorosa, que esté muy por debajo de
ella. Ni sometida a las léyes de la sangre, ni con un fin distinto de si
misma, como es la procreaci6n en el matrintonio, la amistad sincera
es eleccién, admiracién y enriquecimiento reciprocos. Concreta la
perfecta unién entre apego y libertad.
Los Fudsoros v eL AMOR os
{sAcaso las mujeres son capaces de esa clase de relacion profun-
da? El mis6gino que hay en Montaigne lo duda, “Su alma no parece
bastante firme para sostener la compresion de un nudo tan firme
y duradero’, Montaigne concede, sin embargo, que, si la amistad
superior con el sexo débil fuera posible, esa forma de relacion en la
que el hombre estaria completamente involucrado, en la que se
nirian las almas y los cuerpos, representaria un ideal de comple
cud humana. El eros del amor junto con ta philia de la amistad de
Jos Antiguos. Pero enseguida aclara que “ese sexo no ha dado prue-
bas de poder hacerlo’
No AL AMOR ENJAULADO
Reconciliar el amor, la amistad y ef deseo en el matrimonio es
tuna utopia cantempordnea de la que ese escéptico seguramente se
hubiera burlado. Sin embargo, después de dos afios de vehemente
libertinaje que no vencieron su tristeza por haber perdido a Etienne,
Montaigne se entregé a esa institucion que presentaba en su tiem
po el enorme inconveniente de tener solo “la entrada libre’. El 22
de septiembre de 1565, a la misma edad que su padre —treinca y
tres afios—, se cas6 con Francoise de la Chassaigne, once afios me-
nor que él ¢ hija del futuro presidente del parlamento bordelés.
Seguramente mis por un chantaje parental —si no habia casa-
miento, no habria sucesién— que por gusto personal. ;Acaso no
dijo que fue “empujado por causas ajenas’ y que si hubiera depen-
dido de él, habria “evitado casarse hasta con la sabiduria misma’?
“Los humores licenciosos, como es el mfo, que devesta toda clase
de vinculo y de obligacién, no se avienen bien a ello’ Pero es inti
lo que digamos: “la costumbre y los usos de la vida comin nos66 AUDE LANCELIN Y MARIE LEMONNER
arrastran’, Una vex ms, Montaigne esta dividido entre su visceral
anhelo de libertad y su conservadurismo familiar.
Para compatibilizar ambos, deberé asumir plenamente la di-
cotomia de los sentimientos De un lado el amor y del otro, el
matrimonio. Las amantes en la ciudad, la esposa en el castillo.
Mezclar las cosas seria casi un pecado: se estarfa expuesto a la co-
rrupcién de ambas. No hay que olvidar el desastroso matrimonio
de Jpiter cuando desposé a la mujer con fa que antes habia tenido
tun amorio, Y agrega estardelicada expresion: eso es como “defecar
en el cesto y ponérselo después en la cabeza”. Habria ademés una
doble presion en el hecho de que cohabiten esos dos tipos de rela-
ciones: la que surge de las leyes del matrimonio y la del amor que
“nos esclaviza a otro". Su inico punto comtin reside en Ia aliena-
cién, que es también para Montaigne su mayor defecto. Parece
bastante claro que la felicidad no se encuentra en la unién conyu-
gal. “Jamas dirfa yo que el matrimonio aporte més alegrias que
légrimas’, dice también la frase de Euripides que exhibe en su gabi
ete de trabajo.
Solo que, una vez que uno se casa, es demasiado tarde para
“cocear", Hay que mantener respetuosamente los juramentos, 0 al
menos, inventarlo, “Es traicién casarse sin acoplarse’. Montaigne,
tan prudente en materia de compromisos, se jacta de haber “ob-
servado las leyes del matrimonio con mayor severidad” de lo que
“se habla prometido y esperaba’
Con estos obstaculos, uno tiene que saber manejar su indepen
dencia: "Debemos reservarnos una trastienda totalmente nues-
tra, totalmente libre, en la que establezcamos nuestra libertad y
4
;
10s FtésOFos ¥ EL amor 6s
principal retiro y soledad’, escribe en el libro |. En 1571, cuando
vendid su puesto en el parlamento para dedizarse a la escritura
entre las doctas Musas, Michel se procuré un lugar de trabajo en
una de las torres, a unos cincuenta metros de las habitaciones de
Francoise. La ventaja del castellano sobre tun inquilino de dos euar-
tos con cocina: en su torrecilla, estrictamente vecada a la
comunidad conyugal —Francoise non grata—, tenia su biblioteca,
una capilla y el dormitorio en el que se complacia en dormir “duro
y solo como un rey’, Como Didgenes en su tonel, paso alli veinte
afios, interrumpidos de ver en cuando por sus célebres viajes.
Misiones diplomaticas y periplos por Italia ~idiecisiete meses de
vacaciones sin esposa ni hijos!— que eran también fa manera mas
segura de escapar a la prisién marital. "Dormia, estudiaba cuando
queria, y cuando sentia deseos de salir, encontraba siempre com-
paiiia de mujeres y de hombres con los que podia conversar.
escribié en su Diario de viaje. Orgullosamente sentado sobre su ja~
melgo, dominando por fin el mundo sin embarrarse los pantalones,
comparando a su gusto las jévenes beldades romanas con las flo-
rentinas, simplemente era libie y feliz, Después de todo, “al casarnos,
no hemos jurado mantenernos amartados uno al otro".
Aunque Frangoise quiza se habla casado con un “adicto al
‘sexo’, su lecho solia estar bastante frio. Al parecer, Montaigne vi-
sitaba en forma muy ocasional a su esposa. Florimond de Rémond,
amigo de la pareja, aseguraba incluso que él nunca la habia visto
desnuda. Sin embargo, decfan que era lo “suficientemente bella’
y por poco lasciva que fuera, did a luz a seis hijas que, con excep-
cién de Léonor, murieron a edad temprana. Salvo para fa pro-
creacién, el sexo no parecfa formar parte de los "servicios mutuos”
que para Montaigne eran propios del matrimonio. Le parecia més