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HUMOR.

Lo demás son tonterías


Un ensayo sobre humor aplicado a la vida cotidiana, escrito por

Sergi Mo.
©Sergi Mo

Ilustraciones, diseño y maquetación del propio autor.

Primera edición:

Código de registro Safe Creative:


Este libro está dedicado a la gente de EL TERRAT, con Andreu Buenafuente a la
cabeza. Ellos, trabajando en TV, tuvieron mucho que ver en que hoy dedique gran parte
de mi tiempo a pensar y escribir humor.

Todavía no sé si darles las gracias o cagarme en mi puta calavera.


Y la parte que de verdad no entiendo, si buscas autoayuda ¿por qué lees un libro
escrito por alguien más? ¡Eso no es autoayuda, es ayuda!

No existe tal cosa como la autoayuda. . Si lo hiciste tú, no necesitabas ayuda ¡Lo
hiciste tú!

George Carlin
No solemos ser los humoristas motivo de alabanzas ni espejo para nadie en
el asunto del auto control, equilibrio emocional e incluso de la autoestima
adecuada. De hecho, siempre se ha dicho que el motor que empuja a la mayoría de
cómicos a escribir su propio material y subirse a un escenario para exponerlo ante
el público, suele ser la necesidad de encontrar ese reconocimiento o apego que en
algún momento de sus vidas, falló. Circunstancias varias existen, tantas como
personas que se dedican al humor.

Atendiendo a mi experiencia personal, puedo deducir, al autoanalizarme


con una cierta perspectiva después de diez años escribiendo y presentando
humor, que hallo una mayor seguridad estando ante el público que en la
cotidianidad. Me siento mucho más cómodo hablando solo ante miles de
personas (lo he hecho una vez, no es ningún delirio de grandeza), que yendo
simplemente a comprar el pan. Y no es que sea una persona asocial, ni mucho
menos. Así de raro -‐y todavía más-‐, es el género humano.

Todos los miedos e inseguridades que arrastro o arrastraba, me impulsan a


crear. Después, en la exposición, encuentro el morbo y la adrenalina del público.
El reto; el salto al vacío. La continua intranquilidad en la eterna búsqueda de la
creatividad, que me mantiene en una excelente forma de pensamiento.

Nunca he buscado el reconocimiento abiertamente, tal vez por mera


modestia. Sin embargo, cuando no me siento reconocido, cuando siento que tras
una actuación no he trascendido lo suficiente para el público, me molesta; de un
modo muy interno, casi escondido, en lo más profundo de mi ser.

Se que soy capaz de generar humor donde antes había un hueco, que no
sabía cómo rellenar. He combatido esa soledad a través de la ilusión por crear lo
que considero más difícil de cuantas cosas he, por ahora, medio aprendido: el
humor. Y en un momento significativo de mi desarrollo vital, motivado por una
tremenda insatisfacción personal, me aferré al humor para salir del atolladero
donde, de un modo absurdo, había naufragado emocionalmente.

No encontré una mejor herramienta, una mejor guía, que la sinceridad


conmigo mismo a través del humor. Además, al compararlo con otro tipo de
modelo para entender la vida y la comunicación, no solo es clarísimamente la
mejor opción, sino que también es la más inteligente.
Desde ese momento, comprendí cuán importante resulta la comunicación a
través del humor: es, sin ninguna duda, la más poderosa de cuantas conozco.

Y sin embargo, es una de las más descuidadas a nivel didáctico.

¿Qué es el humor? ¿Dónde se encuentra?

¿Cómo se construye la comicidad?

¿Quién la construye? ¿En base a qué?

¿Puede aprenderse?

En el presente trabajo no voy a solucionarte directamente ninguna de estas


dudas, no porque no las trate, sino porque la solución no está en un libro, sino en
un cerebro: el tuyo. Existen determinadas claves que dejan entrever los errores que
pueden cometerse al comunicar o no comunicar el humor.

Las ventajas y desventajas que tiene para la psique el hecho de ser capaz de
reírse de uno mismo; de hacer reír.

De relativizar en base al buen humor y no ceder ante el contagio emocional


negativo. De cultivar el sentido del humor en base a la educación y la honestidad,
o de ser consciente del por qué, en ocasiones, se utiliza el humor en modos
arcaicos: defensivo, agresivo…

Lo que sí voy a hacer en este libro es proponerte que te rías conmigo; he


creado una colección de historias, de material humorístico que ilustra cada pasaje,
desde la definición de los caracteres humanos arquetípicos, a las profundidades
del humor en su máxima extensión. Es lo único que puedo hacer en realidad; el
resto depende del carácter e inquietudes que tengas como lector y como humorista.

El humor es un asunto tan serio que no queda más remedio que reírse de
todo y de todos, empezando por uno mismo; de no hacerlo así, es mejor ser
consciente de que el humor te borrará del mapa; te convertirás en el cazador
cazado. No tendrás más remedio que posicionarte a la defensiva porque, a buen
seguro, intentará por todos los medios acabar contigo del modo más ridículo
posible para tu sentido del ridículo. Y no existe escapatoria: el humor está
siempre, por todas partes.

Te doy la bienvenida a mi trabajo de investigación sobre el humor. Después


de interiorizarlo, de sumergirte en sus entrañas, es probable que llegues a la
misma conclusión que yo: lo demás, ciertamente, son tonterías.

***

Para empezar

Llevo diez años estudiando los mecanismos del humor y muchos más
razonando acerca de lo que nos rodea. Desde renacuajo desarrollé la capacidad de
observar… y razonar.

Mi mami siempre cuenta que, teniendo yo apenas tres añitos, estaba


conmigo en la calle y hacia nosotros se aproximaba un señor negro –me hace
mucha gracia quienes dicen de color; y el que es rosa

¿no es de color? ¿Hay gente incolora? ¿No son colores el marrón en sus
diversas tonalidades? El absurdo de lo políticamente correcto: casi no hemos
empezado ¡y ya está aquí!-‐.

Pues sí, un señor negro. Esto hoy en día, afortunadamente es algo muy
normal, pero por aquel entonces -‐y mucho más en un pueblo pequeño-‐ la
diversidad racial era algo, como del extranjero…

¡De las películas! Cuando te cruzabas con alguna persona cuya piel era
diferente a la tuya resultaba, como poco, exótico.

Pues mientras el señor se acercaba, yo le observaba fijamente. El señor pasó


por nuestro lado; yo seguí observándole muy ¡pero que muy fijamente! El señor
se alejó… Yo en ese instante miré muy fijamente a mi mami y le dije, muy
convencido:

Has vist mamà? ¡Un home marrón!.

(¿Has visto mamá? ¡Un hombre marrón!)


¡Qué fantástica es la capacidad de observar sin prejuicios que tienen los
niños!

Lo fácil que se asombran –y se ríen-‐ con las cosas más “aparentemente”


sencillas. Pero no adelantemos acontecimientos. Como digo, desde muy pequeño
he sentido la necesidad de observar, leer y procesar la información del mundo
que me rodea. Y constantemente, estar haciéndome preguntas:

¿Por qué nos tenemos que morir?

¿Y qué pasa si al morir, simplemente, se termina todo y ya está… como si


se apagara la luz?

¿Por qué no podemos pensar menos en lo que nos separa de los demás y
más en lo que tenemos en común?

¿Por qué?

Llevo toda mi vida preguntándome por qué hacemos las cosas de una
determinada manera. Y he descubierto, por comparación con otros modelos, que
soy un acérrimo defensor del optimismo, no como solución a ningún problema
concreto, sino como estimulante para abordar -‐de un modo más agradable-‐, las
vicisitudes que nos plantea el día a día. No digo que sea precisamente lo que
conocemos como un optimista, sino que admiro a aquellas personas que son así de
un modo natural.

Llegué al estudio del optimismo huyendo del pesimismo. Puntualizo: es


verdad que siempre he tenido propensión al uso del buen humor, -‐es algo
implícito en mí-‐. Pero no puedo obviar que antepasados míos tuvieron en su
currículum un manifiesto sentido pesimista de la existencia. Y aunque sé que no se
puede huir de la genética, por si acaso, procuro poner énfasis en mis convicciones,
para no caer en el lado oscuro.

***
En primer lugar, definiremos ¿Qué es un pesimista?

Un pesimista es esa persona que cuando tiene que viajar en avión, nunca
compra billete de ida y vuelta.

El Perich.

Un pesimista es alguien que ante lo peor, siempre piensa lo peor; pero ante
lo que no tiene claro si es peor o mejor, ¡también piensa lo peor! Esto de por sí, ya
es contraproducente.

Los seres humanos tenemos la capacidad de pensar algo convencidamente y


-‐mediante mecanismos cerebrales que generan respuestas químicas en nuestro
organismo-‐, experimentar, exactamente las mismas sensaciones que si nos
estuviese ocurriendo de verdad. Por eso, todos hemos estado alguna vez en la
cama con Scarlett Johanson o Brad Pitt, pero ellos, no estaban.

Así pues, el primer motivo para renegar del pesimismo te lo resuelve esta
sencilla pregunta:

¿Para qué pensar en lo peor, experimentando ya las sensaciones que va a


producirte este revés, si todavía no sabes si será o no será lo peor?
***

Pero profundicemos un poco más en los rasgos del carácter pesimista:

Parcos en expresiones positivas, -‐de aura opaca como dicen los que se
toman la vida en plan místico-‐.

Hipocondríacos hasta decir basta: siempre automedicándose por cualquier


chorrada. ¡Yo he visto botiquines caseros que ya los quisieran tener ahora mismo
en muchos centros de salud pública!

¡Eso es tener una farmacia en casa, un arsenal, una verdadera tienda de los
chinos!… Cajas, cajas y más cajas… ¡Oh, Dios mío, están por todas partes! ¡Esta gente
se toman a diario -‐por que sí-‐, más pastillas que en los noventa en plena ruta del
Bacalao!

Empiezan a tomárselas al sentarse en la mesa a comer y cuando acaban


tienen que volver a calentarse la comida, porque ¡se les ha enfriado!

Por supuesto, al menor atisbo de dolor de cabeza o resfriado, se


transfiguran en seres IN-‐TRA-‐TA-‐BLES.

¡Más te vale huir! Porque si se te ocurre preguntarles

¿Qué tal estás? , además de fulminarte con una mirada absolutamente


demoníaca, te bombardean a quejas, lamentos y demás expresiones melancólicas
sin mucho sentido. Estoy convencido de que ni el mismísimo Camarón de la Isla
sublimó tanto el recurso del quejío.

Y siempre, (literalmente siempre) están peor que todo el mundo.


Esto lo he podido contrastar en varias ocasiones, muy serias; en vivo y en
directo. No me lo han contado: lo he vivido. Llegar dos cenizos a visitar a
enfermos desahuciados -‐terminales-‐ y decirles que están, ¡peor que ellos!

Yo alucinando claro: era un crío pero me enteraba de todo… Y los pacientes,


mucho más todavía. Ellos, pobres, tan solo necesitaban comprensión y cariño;
alguien que les escuchase y acompañase, ¡solo eso!

Así que, por si no tuviesen ya suficiente carga negativa en sus mentes,


llegan los Reyes del mambo y les sueltan que ellos, ¡sí que están mal!… ¡A unos
moribundos! Pero mal, mal, ¡MAL!

¿Pero para qué vais? ¿Para esto?

Yo no sabía si reír, llorar o mandarles a tomar viento.

Como en otras ocasiones, opté por tener paciencia, observar y descifrar qué
diantres estaba ocurriendo allí. Pues lo que estaba ocurriendo es que fueron
capaces de, en lugar de distraer y acompañar, hundir más si cabe la situación. Tal
fue así que todos sentimos un gran alivio cuando se marcharon.

Situaciones como ésta me han hecho preguntarme,

¿cómo quiero ser en la vida? ¿Quiero que la gente se alegre cuando me


marcho de su lado?; o por el contrario, ¿quiero ser capaz de irradiar confianza y
buena energía, incluso estando en el peor trance posible? -‐como estaban mis
abuelos, en aquellas dos fantásticas lecciones que me dieron, ellos y la vida-‐.

Yo lo tengo claro. Y tú,

¿Cómo quieres ser?

***
***

Conocí a un tipo tan cenizo, tan sumamente pesimista, que en cierta


ocasión se desmayó y en vez de volver en sí, volvió directamente en no.

***

Los niños les delatan

Uno de los mejores indicadores de que una persona vive en modo optimista
es que le quieren los niños: no falla. Tradicionalmente, se ha dicho que los niños y
los borrachos, siempre dicen la verdad; ¡y ya si escuchamos a un niño borracho!
(…)

¡Eh, se puede! Yo recuerdo, pero perfectamente, el día de navidad de


cuando me bebí cuatro o cinco culillos del champán de los mayores. Bueno y tres
medias copas de coñac. Y media botellita de mistela… -‐no quedaba nadie en el
comedor y aproveché para experimentar; siempre he sido muy curioso-‐. Mi
madre me cuenta cómo se asustó al encontrar de repente a su hijo extrañamente
rojo y descojonándose de la risa sin aparentes motivos.

Dice que me dejaba caer de golpe en el suelo, mientras le gritaba con


algarabía:

–¡ Mira mami, me tiro y no me hago daño!

¡¡¡ Poooum!!!
– Señora, al niño lo único que le ocurre es que lleva una cogorza ¡como un piano! ,
dijo el médico a mi confundida madre, aguantándose mucho la risa. Y me dio un
Gelocatil.

***

Pues los niños no fallan porque una persona optimista nunca reacciona
con el egoísmo y la dejadez del pesimista, (que siempre está molesto, porque
siempre le duele algo, generalmente la cabeza, los huesos… ¡o el culo, vete a
saber!)-. ¿Cómo va a querer aguantar a un niño, con esa energía que tiene? No
quiere jugar con él, ¡quiere que le deje en paz! Y claro, el niño no es tonto: lo
percibe de inmediato y deja de encontrarse cómodo con él.

***

La profecía del fracaso

Al pesimista solemos llamarle también agorero o cenizo. Generalmente, son


capaces de predecir cómo las cosas ¡siempre salen mal!

Curiosamente, cuando el hecho depende de sí mismos, fallan menos que un


adivino al que le han chivado la vida y gustos de su cliente.

“Ya verás como me suspenden el examen…” -‐y lo suspendes-‐.

“No me van a aceptar la propuesta… ”-‐y no te la aceptan-‐.


“Seguro que no quiere cenar conmigo… ”-‐y, efectivamente, no quiere cenar
contigo-‐.

Pero ¿qué pasa? ¿Son realmente capaces de predecir el futuro?

El psicólogo austro-‐americano Paul Watzlawick describió por qué se


producen realmente este tipo de auto-predicciones en su disertación sobre la

Profecía autocumplida.

¿Qué es una profecía autocumplida?

Fíjate en este claro ejemplo práctico y lo entenderás enseguida: En marzo de


, cuando los periódicos de California comunicaron que se aproximaba una
escasez de combustible, los motoristas acudieron a las gasolineras para llenar
sus depósitos. ¡Esto significó llenar millones de depósitos en pocas horas!,
dejando así al estado sin reservas y, por lo tanto, verificando la predicción, de un
día para otro.

Este es un perfecto ejemplo de cómo una predicción puede auto cumplirse


por la propia acción del predictor. Si alguien asume que no se le va a respetar
actuará, -‐debido a su propia suposición-‐ de manera tan hostil y susceptible que
él mismo predispondrá a las personas que le rodean, para que no le respeten.

Además puede llegar a condicionarse de tal modo que incluso puede


desembocar en lo que la psiquiatría denomina Ansiedad Anticipatoria.*

*¡cuidado! esto no es potestad exclusiva de los pesimistas eh, cualquiera


puede padecerlo; pero es cierto que el pesimista lo tiene más crudo…
Para exponer de qué se trata voy a contaros un ejemplo que narra el
psiquiatra Viktor Frankl y que tiene como protagonista un joven paciente que tenía
miedo a transpirar. Cada vez que debía hablar en público, consciente de ser una persona
que sudaba mucho, el reparo por ello le generaba tal ansiedad, que era suficiente para
precipitar una sudoración acusada. Vamos, que solo de pensarlo, ya se ponía como una
sopa.

El doctor Frankl desarrolló para casos así una terapia que denominó
Intención Paradójica, o

Logoterapia. Consiste en trabajar con el paciente para que él mismo


subestime su condicionamiento; para que lo desdramatice. En el caso del joven
sudoroso, le aconsejó que si ocurría la sudoración, le mostrase deliberadamente al público
cuánto era capaz de sudar. Al poco tiempo, el paciente informó al doctor de cómo había
conseguido, estando en aquella situación, decirse para sus adentros: “hasta ahora sólo he
sudado un cuarto de litro, pero ahora voy a sudar por lo menos diez”.

Esta terapia supuso una herramienta fantástica para cortar aquel proceso
tautológico, que tanto acomplejaba al paciente y viene a demostrarnos cuán
enrevesado llega a ser nuestro cerebro.
En cierta ocasión intenté auto aplicarme la Intención

Paradójica: fue para tratar de compensar mi inseguridad con las chicas.


Llevaba mucho tiempo sumido en una crisis de autoestima y la confianza en mí
mismo estaba al mismo nivel que mi reputación en general: a la altura de mis
zapatillas.

Así pues, después de mucho tiempo de vagar por ningún lugar en especial,
acudí a la consulta de una terapeuta, que tras diversas sesiones me recomendó
probar la logoterapia.

En primer lugar, debía rebajar mis expectativas para intentar disminuir así
mi presión ante el fracaso.

Segundo: debía concienciarme de que cada día podía acumular más


fracasos y no por ello sería nada vergonzoso; que si un día una chica me decía que
no, que me dijese para mis adentros que al día siguiente serían por lo menos dos
las chicas que me dirían que no, no por enfatizar en el pensamiento negativo de
autoderrota, sino por desdramatizar el miedo al fracaso, al tiempo que aumentan
las posibilidades y con ellas la probabilidad de éxito.

Y así lo hice, no sin esfuerzo. Después de muchas falsas alarmas, por fin,
una noche vencí mi timidez y derribé el muro que yo mismo había levantado,
mucho tiempo atrás.

Bueno, lo derribé en parte, ya que lo que no me había contado la logoterapia


era que podía vencer mis neuras pero que podía encontrarme al mismo tiempo
con una persona que tuviese las suyas en plenas facultades. Para esto no estaba
preparado, ciertamente, pero fui capaz de resolverlo con gran empaque y, a partir
de aquella noche, mi vida cambió.

Soy consciente de que estoy generando unas expectativas realmente


interesantes para con la historia de aquel simbólico ligue en se y per se y que como
lector estás empezando a tener la necesidad de empezar a leerla, ya mismo.
Empezar a leerla ya mismo o intentar averiguar mi dirección de correo electrónico
para mandarme un anónimo insultante, por lo mucho que estoy alargando
innecesariamente esta introducción a la anécdota. Es más, si te sirve de consuelo y
como muestra de mi compromiso contigo, aquí tienes mi correo electrónico para
que puedas explayarte sin cortapisas: correosergimo@gmail.com

Eso sí, por favor te pido que si utilizas el correo como medio para liberarte
de tu indignación, profesándome insultos y amenazas por esta súbita pesadez
injustificada, hazlo poniendo en el asunto del mensaje: esto es por lo del libro. No me
jodas, no me vaya a creer ahora que tengo un archienemigo o una archienemiga y
vaya a la guardia civil a denunciarte, después de que has tenido el detalle de
comprar mi libro.

***

El caso de la supuesta ninfómana que dejó de serlo cuando estuvo


conmigo en la cama

Fue una noche de un sábado cualquiera en la que conocí a la amiga de la


amiga de la novia de un amigo. Era una chica fea; no desagradable, pero fea.

Me propuse probar mi capacidad proponiéndole algo que anteriormente


nunca me había atrevido a proponer –nada raro, simplemente algo que muchas
personas hacen de un modo natural y que para alguien tímido resulta todo un
reto-‐.

Sorpresivamente para mí, aceptó. Bueno, siendo sincero he de decir que mi


amigo me había advertido previamente que la amiga de la amiga de su novia era,
al parecer, una chica bastante dicharachera en cuanto a aventuras eróticas. Era una
chica “fácil” me espetó entre dientes mientras me animaba a que venciese mi
patológica timidez.

En esa tesitura, por primera vez en mi vida, sentí la necesidad de dejar a un


lado todos mis complejos y darme una oportunidad para equivocarme, ¿por qué
no?

Actuar, en vez de pensar y repensar tanto los pros y los contras… Vivir,
rebelándome contra la parte de mi ser que permanecía inmóvil desde tiempo atrás
por puro miedo a resultar herido en mi ego, una vez más.

Cerré los ojos, tragué saliva –¿tan fea era? ¿o tal vez no? Es lo mismo, con el
tiempo el recuerdo ha ido ganando en poso-‐.

La cuestión es que me encontré sin saber cómo ni casi por qué, en medio de
una espiral de besos apasionados que se desnudaban con mucho estruendo en
medio de una casa rural. “Con esta no tendrás problemas macho, es ninfómana; se ha
cepillado a media provincia” -‐retumbaba en mi mente la socarrona frase con que me
había insuflado ánimo mi sonriente y pícaro amigo-‐. Retronaban en mi mente las
candentes y desvergonzadas anécdotas que ella misma nos había contado aquella
misma noche, riendo como una gallina ponedora, entre rondas de chupitos y
partidas del Trivial Pursuit.

Rodamos por encima de un sofá y al caer al suelo, el contacto de mis nalgas


con el azulejo frío como el hielo -‐era pleno invierno-‐, me hizo reconsiderar el
orden de los factores e invitarla a conocer la cama de matrimonio, en el piso de
arriba.

Todo estaba saliendo como se supone que quieres que salgan estas cosas,
cuando una circunstancia perfectamente normal se cruzó en nuestro camino:
necesitaba un preservativo.

Estaba en mi cartera, que a la vez estaba en la planta de abajo, dentro de mis


pantalones, colgando tal vez de alguna lámpara. Bajé como una centella y subí
como el eco de esa misma centella. Nunca he bajado y subido unas escalera con
tantísima presteza.
Estoy convencido de que aquella noche batí varios récords autonómicos,
nacionales, europeos y mundiales de bajar y subir escaleras.

Cuando regresé a la habitación mi improvisada compañera erótica se había


enfriado; no en balde estar en pelotas sobre una cama en invierno, en un pueblo
de montaña, es una seria razón para helarse como un cubito. Espera, no te muevas,
ahora lo soluciono, no te rindas ahora que vamos a pasárnoslo de cine… -‐le dije a
velocidad ozoriana mientras corrí al cuarto de al lado y rebusqué una manta en el
armario empotrado-‐.

Regresé corriendo, sin pantalones y con calcetines y me sumergí en un mar


de manta, sábanas y nalgas frías, con el propósito de dejar atrás todos mis
fantasmas del pasado. Todo empezó a ir realmente bien.

Hasta que, súbitamente, todo fue mal. Y no fue porque me descubriese a mí


mismo haciendo ningún ridículo, sino porque, inesperadamente, la devoradora
de hombres, la experta, la pasional compañera de no sé cuantos, la suponida
ninfómana, se quedó quieta, pensativa y exclamó la siguiente frase, que pasó
directamente a los anales de mi intrahistoria personal:

–No puedo hacer esto; tengo que cambiar y voy a hacerlo.

–¿Cómo? –pregunté casi sin voz, con total incredulidad.

–Pues que he conocido a un chico que me gusta realmente y no puedo


seguir así. Tengo que cambiar.

–¿Y tiene que ser ahora? –pregunté con extraña suavidad-‐ ¿No puedes
cambiar dentro de cinco minutos? -‐dije con total convencimiento-‐. ¡Si será
rápido el asunto! –insistí-‐.

–No. Lo he decidido y lo he hecho. Ésta es la mejor oportunidad que tengo


para demostrármelo –dijo con aplastante seguridad-‐.

Inmediatamente comprendí que la chica había tomado una decisión férrea y


que ni siquiera una aparición estelar de Nacho Vidal le haría cambiar de idea.
Cesé en mi empeño. Me preguntó si podía quedarse a dormir y le dije que si.
Total…

La siguiente imagen que recuerdo es la de estar tumbado en la cama


mirando al techo mientras la cabrona aquella roncaba como un cerdo con apnea,
como una infernal tormenta seca, sin relámpagos, como el desagüe de la azotea
cuando llueve torrencialmente y no da abasto para succionar el agua y el aire al
mismo tiempo.

Comencé a maldecir mi suerte. A pensar en lo estúpido que había sido por


aceptar ese estúpido reto.

Pero, de repente, en un momento de calma entre ronquido y ronquido, me


descubrí a mí mismo capaz de romper mis propias barreras internas. Estaba allí
porque yo había querido estar allí.

Comencé a mirar el lado positivo: aquella situación era tan surrealista que
yo no tendría talento para plantearla y escribirla; gracias a que estuve allí con
aquel monstruo gutural, algún día podría contarlo y generar en el espectador la
risa, la compasión, la burla…

Y tal vez, la duda, de si fue o no cierto todo lo que cuento.

En fin, de si pasó así realmente o si pudo haber pasado no me acuerdo.

Tampoco me acuerdo de la cara de la chica en cuestión ni falta que hace.


Solo sé que toda aquella pantomima me demostró que cuando alguien quiere
hacer algo, lo hace.

***

Cuando alguien pretende cambiar algo de sí mismo y está lo


suficientemente convencido de ello, lo afronta y lo intenta con seriedad y
entrega.

***

Allí mismo, acostado sobre aquella fría cama de invierno, cubierto por una
manta polvorienta y abrazado por aquel oso en estado de hibernación, comprendí
que los retos que uno mismo se propone superar se ganan o se pierden, pero no se
quedan en la duda del qué hubiese pasado si yo hubiese hecho esto o lo otro…

El final de la historia fue igualmente entrañable.

Cuando mi mente no pudo más por el agotamiento mental, ya de


madrugada, cerré los ojos y me dormí.

Al poco, la luz del día entró por la ventana y el tractor con tubo de escape
roto, dando un sonoro respingo se despertó, -‐despertándome a la vez-‐, me miró
sonriente y me dijo, no sin cierta sorna:

–He dormido superbien. ¡He soñado y todo! (…)

¿Sabes lo que he soñado? ¡Que follábamos!

Me quedé mirándola por un breve instante. Sabía que tal vez aquel era un
momento de debilidad en que podía llegar más allá, una segunda oportunidad,
una tesitura en la que ella podía estar dispuesta a cometer un desliz en la recién
inaugurada vida sexual responsable y condescendiente que recién profesaba…

Pude haberlo hecho…


Pero me pudo el deseo de no ofrecer una nueva posibilidad al no; de no
dejarle inflar su ego a mi costa, negándome por dos veces consecutivas;
sintiéndose poderosa ante mi deseo incontrolable, repleto de testosterona en
ebullición.

Tal vez sea un fenómeno extraño dentro del género masculino, o un idiota,
pues en una tesitura tan delicada fui capaz de mantener la calma y pensar con la
cabeza de arriba en vez de con la de abajo. De no dejarme arrastrar por la parte
más primitiva -‐y cachonda-‐ de mi ser.

Además, la inspiración que provocaba en mí la entera experiencia sensorial


de una noche cuasi al completo en vela, a causa de los ronquidos de una tía en
pelotas que no quiso tener sexo conmigo, constituyó un deseo irresistible y fluyó a
través de estas sensibles palabras, mirándola tiernamente a sus ojos legañosos:

–Yo también he soñado que follábamos, pero a mí, no se me levantaba.

Su áspero rostro sonriente con ojeras mañaneras cambió automáticamente a


serio y de un salto se levantó de la cama. Se vistió farfullando, mientras yo la
observaba bastante divertido, desde mi posición horizontal.

Como soy un caballero, bajé a acompañarla hasta la puerta de la calle…


vistiendo calzoncillos, calcetines y zapatos, puestos rápidamente para la ocasión.

Un tenue ya nos veremos por ahí y un breve beso apócrifo, como el avestruz
que pica para quitarle las gafas al turista, puso cierre a tan apasionante aventura.

Nunca se me olvidarán las sensaciones tan contradictorias que experimenté,


ni la sensación de libertad con que encaré el resto de mi vida, desde aquel preciso
instante.
***

Si vas a hacer un examen pensando que lo vas a suspender, ¡vas a


suspender!

Si vas a una reunión pensando que no te van a aceptar la propuesta, ¡no te


la van a aceptar!

Si le pides a alguien que cene contigo pensando tú que va a decirte que


no, ¡te dirá que no!

(…)

Si piensas que no te vas a curar… ¡no te vas a curar!

***

¿Quiere decir esto que si pienso que sí, va a ser que sí?

Pues no lo sabemos: a lo mejor puede ser que sí; a lo peor, que no…

Lo que está muy claro es que si de primera mano ya piensas que no, ¡va a ser
que no, seguro! Porque uno no puede aprobar un examen, convencer a una junta
directiva o pedirle a alguien una cita ¡con esa cara de asco que me llevas! Seguro
que me rechazan…

Rechazarte no, lo que tenían que hacer es echarte un cubo de grasa por
encima, luego un saco de plumas, montarte en lo alto de un caballo sin domar en
medio de un campo de futbol lleno y retransmitir en directo el espectáculo con tus
datos personales sobreimpresionados y un número de cuenta abierto para que
quien quiera done dinero para mandarte al espacio exterior en un viaje que no
tenga previsto el modo de regresar.

¿¡Pero cómo vas así por la vida!?

Tú has visto a fulano, (sí, ese al que tanta envidia le tienes, porque le sale
todo bien) . Por qué no te dedicas un momento a preguntarte, ¿ Cómo lo hace?

Mira: nunca va quejándose por ahí, cree en sus proyectos y por si faltase
algo, le sonríe a la gente.

¿Por qué no le copias?

– Es que yo tengo mi propia personalidad.

–¡Pues enhorabuena! Que te vaya bien. .

–No lo creo, con la mala suerte que tengo …

***

¿A que todos conocemos personas así?

El profesor Emilio Duró cuenta en su conferencia optimismo e ilusión -‐que


puedes ver en youtube y te la recomiendo-‐, cómo procura poner tierra de por medio
con este tipo de personajes. Él dice que no les coge ni el teléfono.

Y aunque puede parecer un poco cruel a primera vista, tiene su lógica: una
persona pesimista alimenta a su alrededor un nivel de negativismo suficiente
como para arrastrar en su caída a cualquier optimista desprevenido. Pero si esto
ya nos lo decían nuestras abuelas:

“Chiquillo, ves con cuidao, ¡que la mala suerte se pega!”.

Cuando era pequeño –y de no tan pequeño también-‐, no terminaba de


comprender como las personas se mezclaban en grupos que parecían aleatorios
pero que al final terminaban con el tiempo destapándose como conjuntos que
mantenían una especie de equilibrio.

Tampoco comprendía el por qué determinadas personas eran aisladas


cruelmente de algunos conjuntos; otras, eran automáticamente vetadas de por
vida y el resto dependía mayoritariamente en su esencia de relaciones de interés o
de poder.

Podría tildárseme de exagerado o de simplista y tal vez sería un acierto.


Pero la mezcla de documentales de naturaleza de la Dos sumada a mi incapacidad
adaptativa en un grupo social adolescente, después de mis años de soportar lo que
ahora se denomina técnicamente como bulling, sentó en mi psique las bases de
una personalidad inocente a la par que necesitada de respuesta y reconocimiento;
de auto convencimiento fundamentado en la rabia y no la seguridad… De mil
historias que ahora no vienen al caso.

La cuestión es que no comprendía cómo y por qué sucedían esta serie de


asociaciones, de grupos, de relaciones entre supuestos iguales.

No comprendía como yo podía tornarme invisible para determinados


grupos de personas y en cambio era aceptado por otros con los que no sabía muy
bien si tenía puntos en común o, simplemente, nos unía la necesidad de
pertenecer a un grupo con quienes poder relacionarnos, sin más; un cajón desastre
donde iban cayendo los que eran rechazados en otros grupos.

Con el tiempo lo comprendí: la mayoría de las personas con un nivel de


autoestima más o menos equilibrado, responden de manera intuitiva, automática
ante este tipo de circunstancias.
Son “egoístas” de un modo genético. No paran a pensar el porqué, sino que
saben que tienen que hacerlo y no tienen piedad cuando aquello puede
perjudicarles en su beneficio personal.

En otras palabras, el instinto dicta que la vida tiene un tiempo determinado


y hay que vivir lo más cómodos posibles en base a intereses y necesidades.

Las personas -‐con la excepción antes citada-‐ no se paran a pensar qué


ocurre con esta persona o aquella: si les supone algún tipo de dolor de cabeza, la
apartan.

Generalmente, el grupo les apoya y se deshacen del débil. Y solo algunos


son plenamente conscientes de ello -‐si son niños o adolescentes actúan con gran
crueldad, que algún día puede pasarles factura y hacerles cambiar-‐. El resto,
simplemente vive sin pensar en demasía.

Que el ser humano sea un animal pensante no implica que tengamos que
pensar para poder ser siempre humanos.

Un día comprendí que las personas pueden auto aislarse, pueden vivir
fuera de la sociedad, al margen. Cuando es su deseo, su modo de ser, es una
opción más. Cuando no tienen más remedio y son capaces de asumirlo, se
conforman y viven, cosa que es absolutamente respetable.

Pero cuando se descubren en un lugar que, están convencidos, no les


corresponde, inician una carrera contracorriente para salir del remolino en que se
han metido, les han metido o en el que, simplemente, cayeron allí sin saber muy
bien por qué.

Es duro saberse distinto y, al mismo tiempo, necesitar tener también una


vida lo más normal posible. Hay que tener la decisión y el coraje como para pedir
ayuda, querer escuchar y aprender del cómo has hecho muchas cosas para poder
deshacer las que te han perjudicado sin perder la esencia de quién eres. Al final,
se consigue. Yo lo hice.

Cuando así sucede, una especie de rádar se activa de un modo consciente


dentro de tu cerebro: sí, es el que las personas que no necesitan pensar tanto en
estas cosas tienen tan asimilado que ni lo oyen, simplemente reaccionan. Quienes
hemos estado al otro lado del aparato, oímos ése rádar, perfectamente. Y
desearíamos que no hiciese falta hacerle caso.

Pero como ya descubrimos que la vida no funciona basándose en la bondad,


sino en el equilibrio, solo queda hacerle caso disimuladamente y tener
comprensión con aquellas personas que, simplemente, viven de un modo
distinto al nuestro.

Y cuando descubrimos que son cenizos, a poder ser, que vivan lo más lejos
posible de nosotros; que no nos contagien con su predisposición a hundir
constantemente el barco. No necesito lastre en mis pies, que ya peso bastante.
Necesito quien me impulse, quien me empuje hacia la superficie para poder
respirar de vez en cuando. Somos como las ballenas -‐algunos, literalmente, pero
no es el caso ahora-‐.

Estoy hablando de pesimistas. Si estás con alguien así y ése alguien ya es


adulto, olvídate… ¡Lo más probable es que no vaya a cambiar! Y si intenta hacerlo
lo hará porque se decida él mismo, no porque tú se lo digas.

Además, fíjate porque incluso en las expresiones faciales se nota: uno acaba
convirtiéndose en lo que parece. ¿A que sí?

***
Tenemos cara de lo que somos

Esto viene de muy atrás, de cuando vivíamos en la jungla, hace millones de


años. Cuando el lenguaje todavía no estaba desarrollado.

Si estabas paseando y de repente aparecía un león, no te parabas a pensar si


era bueno o malo, ¡echabas a correr! Si te encontrabas con alguien de rasgos
agresivos, te ponías en guardia o huías, porque no podías preguntarle:

–Oye, y tú, ¿qué piensas sobre la paz mundial?

Se trataba de una simple cuestión de supervivencia.

Las hembras se apareaban con machos cuyos rasgos les inspirasen


seguridad. No se paraban a indagar qué había en el interior, porque además, no
tenían tiempo: morían muy jóvenes. Este es, pues, un vestigio de nuestra historia.

Pero no son solo los rasgos, sino que incluso las expresiones faciales
también son fruto de la evolución.

Ahora sabemos que no están determinadas culturalmente, sino que son


universales y tienen un origen biológico, transmitido también
generacionalmente a través de la genética.

Es curioso descubrir como la respuesta para la sorpresa es la misma en


Japón que en Andorra, los mismos gestos con distintas intensidades, motivadas y
modeladas por el contexto socio-‐cultural.

Japoneses y Andorranos: se sorprenden con los mismos gestos, solo que los
Japoneses son menos efusivos y los Andorranos, no pagan los mismos impuestos.

El psicólogo Paul Eckman llegó a esta conclusión, que entronca


directamente con la línea de investigación

Darwinista. Esto refuerza, aquí y en Singapur -‐si estás leyendo el libro en


Singapur, pues… ¡Aquí y en cualquier otro sitio! (…)¡Ya es casualidad también que
te vayas a Singapur y te lleves este libro! Me halagas, pero ¡háztelo mirar eh!-‐…

Bueno, pues este descubrimiento refuerza -‐aquí y donde sea-, que si alguien
te observa con expresión de envidioso, va a resultar que es envidioso, no por la
cultura que le influye, sino porque es su condición humana.

En algunas ocasiones, intentamos evitar pensar de este modo por temer la


posibilidad de ser injustos; es cuando nos preguntamos: ¿mira que si no es como
parece?

¡A ver si me equivoco! ¡A ver si voy a ser injusto!

Pues bien, malas noticias: la inmensa mayoría de las veces que nos ha
sucedido esto en nuestras vidas, pensadlo y veréis como ha resultado que era,
exactamente, tal y como parecía.

Piensa, piensa y verás: el que tenía cara de tonto, era tonto; el que tenía cara
de cabrón, ¡era cabrón! La que tenía cara de agria ¡era agria!…

¿De qué tenía cara Hitler? ¿Te has fijado en el careto de Mussolini? ¿Y el de
Franco? ¿Videla? ¿Pinochet?

Podríamos pasarnos horas jugando a este juego.

¿Cómo eran las expresiones Margaret Thatcher? ¿Y de George Bush, padre e


hijo? ¿Y la de Berlusoni?

¿José María Aznar? ¿Angela Merkel? ¿Christine

Lagarde? ¿Sarah Palin?


¿En serio no os habíais fijado en la expresión del exministro Wert? ¿Y en la
del cardenal Roucco

Varela? ¿Nadie malpensó nunca de Bárcenas?

¿Blesa? ¿Rato? Con todos los respetos, expresión de buenos samaritanos no


es que tengan…

Tampoco es eso de mal pensar por defecto, o prejuzgar por necesidad, pero
lo de sorpresas te da la vida, a veces, es una manera de auto justificar la bajada de
defensas, de tratar de justificar el error al confiar en la persona equivocada, de
intentar no sentirnos tan idiotas como nos sentimos cuando descubrimos que,
efectivamente, hemos hecho el idiota.

Pues los que tienen cara de pesimistas, -‐en la mayoría de los casos-‐, ¡son
pesimistas! Y no vas a poder hacerles cambiar si ellos no están dispuesto a
hacerlo.

No eres peor por observar algo e intentar contrastarlo, en aras de no


cometer un error que puede costarte muchos disgustos. O al menos, por
intentarlo.

Es uno mismo el que aspira a ver más allá de lo que parece; más allá de la
realidad.

Yo no me dejo condicionar, busco más allá porque soy más inteligente y no me


quedo en las simples apariencias, no me dejo manipular por la sociedad… y tonterías por
el estilo.

Cada uno es como es y para algo tiene el don de elegir su propia vía de
pensamiento al llegar a la madurez mental.

Y si no llega, porque muchos no llegan ¡sino no estaríamos como estamos!,


pues lo resolvemos con todo un clásico de nuestros padres, magistralmente
utilizado en aquellos maravillosos domingos por las mañanas:
“Si eres bueno pa’ irte de parranda también lo eres pa’ saber lo que te
haces ”.

Además, ¿para qué intentar cambiarles? Que sean como elijan ser –o como
simplemente sean-‐.

Pero bueno, no nos desanimemos - no todo van a ser malas noticias -. Al


menos, puedes ser observador y prevenirte contra las malas influencias. No digo
que te alejes sin contrastar previamente cómo es un individuo así, en relación a tu
persona; sino que estés alerta y no ignores las señales que emite de modo
inconsciente. Así se puede contrarrestar el efecto que estos comportamientos
producen sobre tu conciencia optimista y suavizar la convivencia.

Nunca olvides que ante este tipo de supuestos, cuando te confías, es


cuando sueles terminar (por regla general), mirándote al espejo con cara de
póker mientras piensas una y otra vez, ¿cómo he podido equivocarme tanto con
esta persona?…

Un razonamiento optimista no convence a uno pesimista, sino que lo mitiga


a base de ignorar su influencia negativa. En cierto modo, digamos “le contagia”
por un espacio finito de tiempo; lo que denominaríamos coloquialmente:
“no sólo no dejo que me deprimas, sino que no permito -por mi parte-
que nos arruines la fiesta a los dos”.

***

Cuidado: el optimismo no es la panacea

Disiento de cierta corriente que pretende explicar el optimismo como un


modo de sustituir o camuflar los problemas con buen humor. La gente que dice
“al mal tiempo, buena cara”, pensando que el tiempo va a cambiar antes por que
sonríen: esto es una tontería. Por mucho que sonrías el tiempo no va a mejorar o
empeorar. Si llueve, seguirá lloviendo hasta que pase, escampe y salga el sol de
nuevo…

Pero porque el curso natural fluye, no porque nuestra actitud optimista lo


haga cambiar.

Si estás enfermo, no vas a sanar porque sonrías o te rías. No existe ninguna


prueba científica que nos demuestre el efecto sanador del humor -‐ni de la risa-‐.

Vas a sanarte por efecto de la convalecencia y terapia aplicadas. Vas a


sanarte porque la enfermedad sea paliada, combatida y finalmente erradicada.

No resuelves un problema porque sonríes, sino que, pensando a través


del buen humor, mejoras tu percepción del mismo, predisponiéndote para su
resolución.

Es durante el proceso de afrontar, abarcar y solucionar los problemas donde


juega un papel fundamental la aplicación de la conciencia optimista.

Tanto si consigues el éxito como si no, porque no esté directamente en tu


mano, se agradece el buen humor. Y lo agradecen los que te rodean y tú mismo.

***

Ahora parece que todo el mundo quiere convertirse en optimista

En las grandes empresas, los coachers forman a los trabajadores -‐los pocos
que quedan-‐, para que se hagan optimistas… Que, ¡mérito tienen los pobres, con la
que les está cayendo!

Parece que intenten adoctrinarles en base a aquello tan cristiano de poner la


otra mejilla. Estoy convencido de que si Jesucristo llega a saber la tunda que iban a
endosarle pobre, lo hubiese pensado mejor y la máxima ahora mismo sería “pon la
otra mejilla y cuando vayan a darte, te apartas y le sacudes tú”.

Pues así está el asunto. Eso los trabajadores, porque los que no tienen este
tipo de trabajos, pues para

“hacerse optimistas” van y se compran el libro de autoayuda que esté de


moda: El optimista feliz… o La sonrisa de la felicidad. Sí, todos se titulan parecido…

¡Y además valen una pasta! Optimismo para triunfadores felices… Sonríele


siempre a la vida.

Que yo digo, ¿siempre?¿Pero cómo que siempre? Me estás diciendo que


cuando esté, qué se yo, por ejemplo, tremendamente desanimado porque algo o
alguien me ha fallado mucho… ahí, para convertirme en “optimista”, ¿también
tengo que sonreír?

***
La cantidad per cápita de coachers, personal trainers, gurús del buen rollismo,
terapeutas con soluciones infalibles por fascículos o iluminados en general es
inversamente proporcional a lo jodida que está nuestra sociedad: cuanto peor es
su estado, más proliferan, porque encuentran en la desesperación su mejor nicho
de mercado.

Y a mí me parece cojonudo. Hacen bien no, ¡mejor! encontrando este modo


de transmitir toda la cantidad suficiente de tópicos y positivismo hueco; de tics y
amaneramientos. Sé positivo. Cree en ti mismo.

Focaliza tus sueños y persíguelos con todo tu interés.

Ama lo que haces, lo que quieres hacer y desea siempre lo bueno; y te


vendrá…

Además, cuida tu lenguaje corporal: Mira siempre a tu interlocutor a los ojos,


da la mano apretando firmemente pero sin brusquedad, nunca mires para abajo… Body
language al por mayor y la extraña sensación de que es tan fácil solucionar la
psique de uno mismo siguiendo unos sencillos pasos, como si de las instrucciones
para montar un mueble se tratase…

Como si fuese tan fácil montar los muebles a partir de unas puñeteras
instrucciones ¡que vienen solo en sueco!

***

Aunque no solo a base de sonrisas se convierte uno en optimista

También nos dicen que tenemos que reírnos más, porque es saludable. Y en
esto estoy totalmente de acuerdo: nos reímos, generalmente poco, mucho menos
de lo que deberíamos, y la risa es increíblemente sana.

***

( SPOILER ALERT)

La siguiente información que voy a contar, seguramente ya la sabes porque


la han repetido doscientas mil veces en cualquiera de los libros optimistas de
farras, pero como soy tan estupendo, yo te la vuelvo a contar por un precio
mucho menos optimista que el de los libros de gente guay; bueno, cool.

Cuando reímos nuestro organismo genera endorfinas -‐que palian el dolor y


generan placer-‐, serotonina -‐que nos eleva el estado de ánimo-‐ y catecolaminas
-‐que propulsan la actividad física y mental-‐.

Además, estimula nuestro sistema dopaminérgico, que es el sistema de


recompensas natural del cuerpo.

Cuando damos una carcajada, ponemos en funcionamiento ¡más de


doscientos músculos!. .

Ahora es el momento donde siempre, en las conferencias, la señora Josefina le


da con el codo a su vecino -‐o vecina-‐ y dice por lo bajini:

–¡En la vida, me habría pensado que tenemos tantos!

Además, cuando damos esa misma carcajada, el diafragma se pone tan


cachondo, que ayuda a que los pulmones aspiren litros de aire, -‐ uséase: el doble
de lo que aspiran normalmente estando en reposo -.
Y para terminar, me he guardado la guinda del pastel: Al reírnos,
producimos colágeno… que nos regenera el cutis… ¡y nos rejuvenece! (Otro
codazo)

–Uuuuuuhhhhhh!!!. . ¡Chica, colágeno!

***

Personalmente soy muy fan de esas señoras mayores que se siempre ríen
escandalosamente y por ello, son contratadas en los platós de televisión para
que contagien sus risas a la audiencia. Se dedican a ser la clac de la comedia –
aunque la comedia para la que trabajen sea una birria-. No importa

¡ellas van a reírse y se reirán! ¡Qué maravilla! ¡Qué don!

También me encantan las personas que se avergüenzan de su propia


manera de reírse, y cuanto más intentan no reír, más se ríen, con más decibelios.

Me siento fascinado ante aquellas personas con risa autodestructiva, cuyas


carcajadas les ahogan o les hacen toser muy fuerte, autolesionándoles. ¡Y aún así
les encanta reír!

Soy muy fan de los abuelos y abuelas que ríen hasta perder la dentadura
postiza.

Y de los bebés que ríen a carcajadas porque sí -‐ves a saber de qué cojones se
ríe un bebé-‐.
Fan de los perros, gatos, monos… Animales en general que parecen reírse y
les cuelan un gol por la escuadra a los animalistas de sillón -‐ ¡mira qué vídeo más
gracioso he encontrado en youtube! ¡Es que los animales se ríen, exactamente como
nosotros! ¡Qué nosotros, mejor y más puro que nosotros! -‐.

Muy fan de las personas que empiezan riendo como pidiendo perdón y
ellos mismos van retroalimentándose, como un castillo hinchable cuando se
hincha… hasta descojonarse vivos, llegando a caerse de la silla si están sentados,
¡y eso que no querían reírse!

En fin, que soy un enamorado de quien sepa reírse bien; de quien saboree
la risa, de quien se alimente con una buena carcajada.

De quien sepa saborear esos momentos como los mejores posibles, después
del orgasmo y el despertar vivo y sin secuelas después de un accidente de tráfico
o un ataque al corazón.

***
Ahora que tienes claras todas las ventajas de la risa, ¡vamos a reírnos!

Has decidido que quieres ser más optimista y para ello, vas a sonreír más:
¡Sonríe! ¡Vamos! Estoy esperándote… Ya sé que no me lo habías prometido, pero
me parece una lástima hablarte de todas estas cosas y que, ahora mismo nos
estanquemos por una sencilla sonrisa de nada.

Además, sabes perfectamente que no puedes engañarme, ni tú ni tu cerebro:


¿Tienes claro lo que ocurre cuando le recordamos a alguien que es imposible
llegar a tocarse el codo con la lengua? ¿O silbar y soltar aire por la nariz, al mismo
tiempo? (…)

Sé que lo primero ya te lo sabías, pero tienes que reconocerme que acabas


de probar lo de silbar y soltar aire; ¡te has puesto la mano en los orificios nasales y
has hecho ruiditos extraños mientras intentabas comprobarlo!

Así que ahora que has sonreído, porque lo has hecho –igual que yo al
escribirlo mientras te imaginaba, ¡o como ambos cuando intentábamos tocarnos
el codo con la lengua!–, ahora podemos continuar.

Has decidido que vas a ser mucho más optimista, y para ello tienes que
reírte más. ¡Ríete! (…)¡Venga, que lo dicen los expertos!

***

En realidad reír no es tan complicado, si se está predispuesto -y no se tiene


vergüenza de hacerlo-.

Donde hay risa no hay miedo y donde no hay miedo no hay Dios.

Umberto Eco.

No podemos olvidar que venimos de la tradición judeo-‐cristiana; de un


pensamiento católico muy enraizado, donde la risa y lo cómico estaban asociados
al pecado. Donde había que estar constantemente arrepentido y pidiendo perdón.

En ese contexto, la libertad del pensamiento -‐ necesaria para generar la


risa-‐, chocaba con los intereses del poder: sólo podían mantener su omnipotencia
coartando ideas y reprimiendo patrones aperturistas generales, en beneficio
propio.

Había que quemar los libros sobre humor porque fomentaban la libertad del
pensamiento. Y eso era una amenaza terrible para sus bolsillos.

Había que censurar cualquier tipo de humor que dotase de características


humanas a las deidades: había que imponer y mantener el tabú por los siglos de
los siglos, (Amén) o su autoridad corría el riesgo de resentirse.

Había que matar al mensajero, cortarle la lengua, quemarlo por herejía,


condenarlo a la pobreza, cuestionar su capacidad o su credibilidad.

¿Os habéis fijado que el demonio siempre se representaba riendo con cara
de hijo de la gran puta? La risa demoníaca es un icono que llega hasta nuestros
días. (Y pensar cada vez que imagino un obispo, lo veo riendo con risa maligna…
ven niño ven, déjame que te mire el pajarito… jo, jo, jo…).

Pues sí, la Iglesia y el poder en general han presionado y condenado al


humor desde tiempos inmemoriales.

Esto no significa que la habilidad de las personas para generarlo se


resintiese, ya que el ser humano posee la inteligencia suficiente como para pensar
a través del humorismo en cualquier tesitura. Y el humor es incontenible.

Incluso en las peores condiciones somos capaces de desarrollarlo, como


modo de resistencia y supervivencia ante la adversidad.

Este aspecto te lo recordaré más adelante. Y para ilustrarlo, veremos dos


ejemplos extraordinarios: el del humor en los campos de exterminio nazis y el de
las sociedades más pobres que la nuestra, o de cómo esos negritos que pasan hambre,
siempre están de buen humor.

Afortunadamente, una parte importante de nuestra sociedad ha superado


ya esta página tan opaca de la opresión del humor por parte del poder, en nuestra
historia.

Bien es cierto que conservamos ciertas secuelas, dependiendo del contexto


en que se produzca la risa.
Hay situaciones, momentos, en los que parece que no puede ni debe
producirse, ¡bajo ningún concepto!

Hay personajes o entidades, para los que la manifestación pública de la risa


es una especie de desdoro. Cuando, irremediablemente ocurre -‐porque ocurre, es
imposible ir contra natura-‐, se cataloga como una mera “anécdota”.

El ataque de risa del Papa, del Presidente del

Gobierno de España, del Primer ministro de Italia o del Dictador de Corea


del Norte, abre la sección de curiosidades de cualquier noticiero; es algo bufo, un
toque anecdótico, que les convierte en humanos; nada serio.

El histórico ataque de risa ante los medios que tuvieron Bill Clinton y Boris
Yeltsin -‐ataque de risa o consecuencias del vodka, ¡ves tú a saber!-‐ quedó en
nuestras retinas como el toque divertido, oportuno cuando pueden permitírselo, de
dos personas trascendentales. Nada más. Una curiosidad mil veces repetida en los
zappings; poco más.

Si llega a repetirse otra vez; si aquella extraña pareja llega a volver a perder
los papeles en semejante modo, las personas normales hubiesen comenzado a
sospechar de si eran dos altos mandatarios o, simplemente, dos cachondos que
comenzaban a perder su honorabilidad.

A lo mejor, lo eran… ¿Es que para ser presidente de una nación es requisito
imprescindible que no seas cachondo?

Puedes ser perfectamente responsable y cachondo al mismo tiempo, ¿por


qué no? Mientras seas honesto,

¿qué más se puede pedir?

Para ser artista, por ejemplo, todo el mundo presupone que tienes que ser
cachondo, jovial; tu profesión no es tan seria. La vida que has elegido es bohemia:
necesita de tu jocosidad. Todo el mundo quiere reír contigo; ja, ja, já. ¡Contigo nos
lo pasamos genial!

Para las cosas serias, no. No se puede ser cachondo.

Al menos, públicamente. Lo que hagas en tu vida privada ya…

Así nos salen después muchos Presidentes,

Presidentas; Diplomáticos, Diplomáticas; Banqueros,

Esposas de Banqueros, ¿conoces alguna Banquera?

Yo no, la verdad. Ministros, Ministras; Cardenales,

Obispos… Gente seria.

No van riéndose por los sitios. Sí suelen sonreír, pero ese tipo de sonrisa es
otro tema que trataremos más adelante en el libro.

La risa, en ámbitos formales, prácticamente no existe.

Es algo así como los principios de esa pareja ideal en los que nunca se
desatan los instintos aerofágicos en presencia de la parte interesada… ¡y por ello
parece imposible que puedan tirarse pedos, vamos!

Cuando llevas poco tiempo con tu pareja y quieres seducirla; cuando parece
que ninguno de los dos es humano, pues el aire que entra en su cuerpo nunca
sale…

…en presencia del otro, claro, porque en solitario nos convertimos cada uno
en una gaita sin pitorro, un globo aerostático que se desgaja de golpe, un trombón
con tos.

¡Qué pedos los de los novios que están empezando a salir juntos cuando no
están frente a su pareja!
Cuando no estamos queriendo mostrarnos perfectos, sino relajados. Todo
mentiras.

La naturaleza es naturaleza y los pedos son pedos. Si no salen, es porque


estás muerto o vas a morirte después de un sonoro estallido.

Curiosamente, todos tenemos en mente ejemplos de memorables ataques de


risa -‐y de pedos también, pero no es el caso que estamos tratando-‐, que se
realimentan y amplifican por los intentos inútiles de contención por parte de los
propios participantes.

¿A que recuerdas ataques de risa en plenos parlamentarios, directos


televisivos, mítines políticos, funerales, entrevistas de trabajo, consultas médicas?

***

Voy a contarte el que, hasta ahora, ha sido el ataque de risa incontenible


más tenso que he experimentado. Y lo hago porque, no puedes ni imaginarte
hasta qué punto me sigo, literalmente, desternillando; ¡disfruto como un niño
contándolo! Y además me encantará que luego, cuando te cruces conmigo y la
situación lo permita, me cuentes el tuyo, (si quieres que nos riamos juntos, claro).

¡Vamos a ello, pues!


***

El suceso luctuoso de las

<<buenas vibraciones>>.

La acción se remonta un par de años antes de la publicación de este libro,


cuando la abuela de un familiar cercano, lamentablemente, falleció.

El funeral se desarrolló en la propia capilla del tanatorio y allí acudí,


acompañado por mi madre y mi hermana, en representación de nuestra casa.

Todo se desarrolló con la triste secuencialidad que arropa a ese tipo de


circunstancia: el pésame, los abrazos…

La verdad es que no conocíamos de nada a la persona fallecida, pero


necesitábamos manifestar nuestro apoyo y respeto a los familiares. Aunque no
somos muy de esas cosas, nos quedamos a la ceremonia religiosa, ya que nos
parecía quizás demasiado liviano el mero hecho de llegar, dar las condolencias,
abrazar y marcharse sin más.

Además, ¿qué podíamos perder, más allá de un breve espacio de tiempo?

Todo se desarrolló con normalidad hasta que, una vez sentados (en la
última fila de la sala, ¡menos mal!) apareció ante nuestros ojos la peor de nuestras
pesadillas: el párroco de turno que oficiaba en el tanatorio.
Era una persona bastante mayor, con el pelo canoso y abundantes surcos, de
esos que labran los años en el rostro.

Hizo su entrada triunfal con mucha enjundia, caminando ceremonioso;


quedaba claro que estábamos ante todo un profesional. Pero, nunca se sabe en
qué momento las cosas pueden cambiar, súbitamente.

Y el cambio en aquella situación se produjo en el preciso instante en que el


señor sacerdote abrió su venerable boca y pronunció sus primeras –y también
venerables-‐ palabras.

En una décima de segundo, más o menos, mutó su rostro, de serio y sereno


a una especie de hooligan enardecido, que respiraba abriendo mucho las aletas de
la nariz, para proclamar al mundo la palabra de

Cristo.

Mejor dicho, de Crrrrrrrristo (sic); (sí, está transcrito literalmente, no hay


errata).

Al parecer, la tensión trágica del oficiante sumada a una más que probable
sordera, el frenillo que padecía y la total falta de encaje con su dentadura postiza,
favorecían una vibración extraordinaria cada vez que el personaje pronunciaba la
letra errrrrre.

Cuando esto sucedía, una sensación de extrema tensión contenida inundaba


el ambiente.

La primera escucha produjo en mi una cierta curiosidad: ¿se le va a caer la


dentadura? (tiempo después, he podido descubrir que toda la primera fila de la
capilla estaban en alerta por si tenían que saltar precipitadamente, huyendo del
proyectil falso-dental).

En la segunda escucha, me di perfecta cuenta de que iba a pasar unos


momentos, terriblemente angustiosos… Porque la risa estaba dispuesta a explotar
de un instante a otro.

De hecho, mis ojos ya estaban anegados por lágrimas; mis brazos se


cerraban aguantando el estómago, (que trataba a su vez de aguantar ante las
embestidas que estaba dándole el diafragma).

Era como cuando un amigo te da con el codo diciéndote: ¡eh, eh, eh…!

Pues estos amigos estaban en plena juerga; uno de los mayores festivales
para mi cuerpo, desde que abandonó el uso del pañal.

Tras un par de minutos -‐aproximadamente-‐, coincidiendo con la tercera


entrega, comencé a notar ya cómo mi rostro estallaba en llamas infernales y un
primer amago de resoplido con salivilla disparada se escapó hacia el más allá del
aguante.

¡Qué presión! ¡Qué barbaridad! Cuando terminas de hinchar un neumático


y retiras el tubo del pitorro del neumático, ese ¡pst! que suena… ¡Ése era yo!

Una señora de la fila de enfrente se giró y observó mis ojos lagrimosos;


debió pensar “¡Fíjate, qué sentimiento tiene el pobre chico! Debía de querer
mucho a… ¿###?” ¡Si yo no sabía ni como se llamaba la pobre difunta.

Yo solo sé que, sin comerlo ni beberlo, me encontré metido en un verdadero


callejón sin salida: todo mi cuerpo luchaba desesperadamente para reírse ¡más
que en toda mi puñetera vida junta!

Mientras tanto, mi mente, como sabía que no estaba bien reírse, comenzaba
a hacer lo que mejor sabe: volverme loco a propósito. Estaba empeñada en
repetirme, una y otra vez: vas a reírte; no podrás evitarlo; ¡vas a descojonarte vivo!

Debo confesar que, aunque siempre he sido propenso a abstraerme de los


sermones religiosos, en esta ocasión, ni era un asunto ideológico, ni filosófico: era
cuestión, casi de supervivencia social.

Pero lo más curioso de todo, fue que, por mucho que trataba no escuchar al
sacerdote, cada errrre que pronunciaba, retumbaba en lo más profundo de mi
conciencia.

Cada vez que aquella dentadura postiza percutía con la furia de un martillo
neumático contra aquellas ancianas encías, me revolvía en el banco, literalmente
loco.

Además, recordaba la imagen del mítico Harpo, sacando dentaduras


postizas de juguete de su zarrapastrosa gabardina y dinamitando a golpe de
surrealismo cualquier situación.

¿Y si el cura, en un guiño al genial hermano Marx, comenzaba a sacarse de


debajo de la sotana, dentaduras postizas de juguete (de esas que hacen que
muerden cri-cri cuando se les da cuerda) y llenaba el altar? Mi mente estaba
viéndolo ya…

Y entonces me di cuenta de que acababa de convertirme en una auténtica


olla exprés, con la vitro calentándola al máximo.

El asunto interesante es que, mi madre, que también asistía con gran


emoción al sepelio, estaba igual -‐o peor-‐ que yo, en ese preciso instante.

Bastó un resoplido leve mío para que sus labios emitiesen una leve
pedorreta, (inconteniblemente) contenida.

Luego empezó a sudar mucho –tanto como yo-‐.

Éramos dos ollas a presión, ante los ojos de

Crrrrrrristo.

Un leve toquecito involuntario con el codo tras una histriónica pausa


dramática del actorazo de la sotana, provocó un conato de carcajada sorda (ya
estábamos, irremisiblemente, contagiados por la hilaridad).
La señora mayor de enfrente volvió a voltear su cabeza de permanente y, en
esta ocasión, comprobó con ternura la emoción que embargaba a la pareja de
detrás; ¡qué sentimiento tienen, pobrecitos! -‐debió pensar-‐ mientras nos
escondíamos como podíamos.

¡No sabía bien hasta qué punto éramos, pobrecitos, en verdad!

Para ser sincero he de confesar que estuve a punto de salir corriendo un par
de veces, -‐me senté de costadillo en el banco, al lado mismo del pasillo, por si las
moscas-‐.

Pero al final, en solidaridad con mi madre –y con el resto de personas que


estaban en nuestra misma situación, que, a posteriori, nos lo confesaron-‐,
aguanté.

Me costó muchísimo abstraerme de tal esperpento.

Abandoné la sala totalmente abatido: dolor de estómago, dolor de cabeza,


agujetas en el abdomen, picor de ojos…

Luego estuvimos más de veinte minutos llorando a carcajada viva en el


aparcamiento del tanatorio y, a día de hoy, cada vez que recuerdo aquel sonido
vibratorio se me saltan las lágrimas.

¡Quién iba a decirme a mí que la palabra de

C rrrrrristo iba a cambiarme, en cierto modo y a estas alturas, la visión de la


vida: ¡no somos nadie!…

¡Sobretodo si a cierta edad no conocemos el fijador para dentaduras


postizas! ***
Sé que estoy proponiendo casos extremos: situaciones en las que la tensión
juega malas pasadas.

Pero si la risa no estuviese tan “sobrevalorada” en cuanto a sus


connotaciones de poca formalidad, estas tesituras se resolverían de un modo más
sano y menos traumático para los que las sufren, ¿o podemos decir, disfrutan?

No digo que tengamos que estar descojonándonos a la mínima oportunidad


que se presente, pero sí que cuando ocurra –porque ocurre, quieras o no-‐, dejar
vía libre a la risa desde el principio, de un modo fluido y posteriormente, cuando
se relaje el ambiente, proseguir.

El pudor, la formalidad nos acunan cuando tratamos de mitigar la


necesidad de mostrar abiertamente nuestros sentimientos.

Contenemos las lágrimas o la risa hasta el extremo en que la tensión nos


hace explotar, porque nos da vergüenza mostrar en público, nuestra supuesta
vulnerabilidad ante lo que nos rodea. Esto es como tratar de contener un
riachuelo, únicamente con nuestras propias manos.

***

***

Ahora bien, todo lo que estoy exponiendo aquí está basado en


parámetros de una supuesta normalidad psicológica. En el aparente término
medio que supone el equilibrio mental del individuo. No estamos hablando de
personas con patologías manifiestas que estallan en sonoras carcajadas o
llantos de culebrón venezolano a la mínima oportunidad que se encuentran, por
absurda que sea. No.

***

Hablamos de personas como tú y como yo, más o menos centradas, yo


menos que más; no sé tú, ¡pero vamos tirando! Personas que tenemos claros los
parámetros sociales de comportamiento general; esto es: lo que corresponde
razonadamente a cada tesitura.

***

¡No debemos tener vergüenza de mostrar públicamente la risa, sino de


todo lo contrario!

A parte de conferencias motivacionales sobre el optimismo, en las grandes


empresas -‐y de un modo más generalizado en prácticamente cualquier centro
cívico-‐, también se ha puesto muy de moda el uso de la risoterapia.

Se trata de una técnica psicoterapéutica tendiente a producir beneficios


mentales y emocionales por medio de la risa.

Aunque se denomine así, no puede considerarse realmente una terapia al


uso, ya que no cura por sí misma enfermedades, aunque en ciertos casos logra
sinergias positivas para el practicante.

¿Qué es entonces una sesión de risoterapia?

Literalmente: una reunión de personas que van en un momento


predeterminado a un sitio en común, con total predisposición para que alguien les
ayude a

(haga) reír.

¿Y cuál es el pretexto por el cual reirán? Pues básicamente éste: yo he venido


aquí a reír y voy a reír… ¡He venido aquí para descojonarme y voy a hacerlo! ¡Te pongas
como te pongas! (…) Y hasta aquí puedo leer.

Espera, es fantástico que las personas estemos predispuestas a reír y pasarlo


abiertamente bien.

Pero, ¿y si lo hacemos también sin la necesidad de acudir, únicamente, a un


lugar determinado porque allí se ríe?

No quiero que pienses que estoy menospreciando el concepto conocido de


la r isoterapia, ¡por favor!

Y te aconsejo que si puedes asistir a alguna sesión, no te lo pienses:


¡experiméntalo porque merece la pena!

***

Simplemente, quiero exponer que defiendo la risa, no como fenómeno


aislado en momentos meramente divertidos o de tensión externa, sino como
parte de un concepto del humor, digamos que global -no en el sentido
planetario de la palabra, sino en referencia al pensamiento general del
individuo, durante toda su existencia-.

¡Vamos, lo que entiendo por vivir pensando a través del sentido del humor!

***
EL SENTIDO DEL

HUMOR (Chan, Chan,

¡¡¡Chaaannn!!!)

No digo que haya que ser positivo, porque sí. No digo que haya que ser
optimista, porque vale. Y no digo que haya que reírse –¡pero venga que se nos
acaba la sesión!–, porque bueno, vale, de acuerdo… ¡No!

Digo que hay que empezar por poner las cosas en su sitio, para poder
intentar descifrar qué es el sentido del humor y poder ser conscientes de ello, para
cultivarlo.

Vamos pues, por orden.

***
La sonrisa

La sonrisa es la distancia más corta que existe entre dos personas.

Víctor Borge*.

No puedes calzarte una sonrisa porque sí y pretender, ni tan siquiera parecer


que eres un optimista ante la vida. La sonrisa quizás sea el tamiz más infalible
para filtrar a un impostor; es como el orgasmo masculino: imposible de fingir.

Has visto miles de sonrisas falsas en tu vida -‐y esto que voy a decirte lo
sabes casi por intuición-‐, pero detente un instante y vemos cómo se descubre una
sonrisa falsa: por los ojos. Cuando tengas dudas de si una sonrisa es o no
auténtica, tápala y observa atentamente la mirada.

*Es bastante habitual en nuestros días desconocer quién fue

Victor Borge. Hazte el favor: entra en youtube y búscalo por favor. No te


prives, ¡disfrútalo! Los modelos de entretenimiento al por mayor difuminan por
interés propio estos faros imperecederos. Míralo, ¡saborea cada gesto, cada nota,
cada palabra!
Los ojos nunca mienten: si no sonríen, esa persona nos está haciendo un
“Chino”, esto es: que nos está intentando colar gato por liebre… (o por ternera
con salsa de ostras).
Una tía abuela mía tenía tan asimilado el uso de la sonrisa falsa… ¡era tan
falsa!, que su entera musculatura facial se acartonó; quedó agarrotada.

Era tal la tensión que soportaba aquel maxilar inferior, tal la presión que
asumían aquellos músculos risorios, tal la apertura bucal, que involuntariamente
dejaba entrever la sarrosa encía, en una suerte de media luna/media tajada de
melón.

En su curada vejez no podía cerrar la boca. Si para masticar la hostia


sagrada al comulgar en misa tenía que ayudarse con ambas manos para poder
cerrar aquella garita de las falsedades.

El sacerdote, al llegar a su vera, parecía una especie de cartero postal


asotanado que depositaba el sobre en aquel buzón. Buzón que incluso chirriaba,
retumbando en medio de la fría iglesia como si de un sarcófago abriéndose se
tratase. El vampiro era ella, claro.

¡Yo no he visto jamás un caso de tensión muscular semejante pretérito al


uso del bótox!

Cuando descubrí los cómics de Batman y vi por primera vez al villano


Joker, yo ya lo había visto en muchísimas ocasiones, ¡lo conocía de toda la vida!

Incluso daba menos miedo que mi tía abuela el día de navidad, cuando nos
daba nuestro aguinaldo sin querer darlo, inyectando en sus ojos toda la rancia
indignación que su falsa sonrisa no lograba disimular. Era sonrientemente siniestra.

El día que falleció, paradójicamente, aquellos músculos millones de veces


tensados, se contrajeron y, contra natura, cerraron la boca de mi tía abuela.

Fue la primera -‐y única vez hasta la fecha-‐ que he visto un conjunto de
músculos descansar.

Al parecer estaban esperando a que la vieja palmase para poder relajarse,


porque mientras la energía del aparentar se mantuvo allí ¡no había Dios que
descansase!

Cuando la vimos dentro de la caja, sin su estridente sonrisa ni sus ojos


inyectados en mala leche, no la conocimos.

De hecho, salimos de la Iglesia y regresamos a casa, creyendo que nos


habíamos equivocado de funeral.

La enterró el cura y un señor que andaba comprándose un nicho a plazos en


el cielo, pero que no se hablaba con nadie.

La herencia quedó repartida entre sus tres sobrinos, mayoritariamente,


gastos de notarios.

La parroquia, en los últimos años de vida de la vieja, había recibido más


sobres con dinero que algunos políticos…

***

La risa

La risa ella sola ha cavado más túneles útiles que todas las lágrimas de la
tierra.

Julio Cortázar.

La risa es, como he dicho anteriormente, absolutamente maravillosa.


Permitidme que me ponga un poco Gómez-

Lasernista: la risa es una sonrisa con hipo y la carcajada, cuando a la risa se le


va el agua por el otro lado de la garganta.

Reírnos es de las mejores cosas que nos pueden pasar a lo largo del día…
Un milagro de la naturaleza; de la vida.

Pero, (lo he insinuado antes)¿qué ocurre si lo tratamos como un fenómeno


aislado?

Considero absurdo que te plantees voy a reír más, simplemente porque


te digan que es bueno y que además ¡tengas las santas narices de hacerlo!

Mira, es una pena que haya personas que no se rían más -‐y más a
menudo-‐, por vergüenza, mala comunicación, ¡o por mil motivos distintos!

Y es una pena digo, que estas mismas personas se auto-‐engañen,


intentando hacerlo por sí mismas o, en su defecto acudiendo a reír porque es
“saludable”.

Que se pasen su sesión descojonándose y se liberen, exciten la mente,


desestresen, oxigenen… ¡Incluso que se les rejuvenezca el cutis!

Pero luego -‐a eso de los veinte minutos después de finalizar la terapia-‐, tras
perder un taxi o recoger a los niños del colegio, súbitamente les cambie la cara y
vuelvan a su estado habitual: malhumorados ¡y pasándose la risa por el
mismísimo centro del cigüeñal!

Resultan graciosísimas aquellas personas que eluden reír en público, que no


valoran el humor, que desperdician momentos absurdos para reírse en compañía

–y que incluso se posicionan distanciándose de quienes sí lo hacen, como


si su grado de madurez fuese muy superior a los desustanciados que se ríen por
cualquier chorrada.

Estas mismas personas (si se pone de moda y es gratis), van a la risoterapia y


son los que más se ríen:

***

¡JA JÁ, JA JÁ, JA-JÁ!

***

¡Qué carcajadas! ¡Qué sofoco! Se explayan, se exhiben. Hinchan el pecho


como los cantantes de

ópera. Como los pavos reales que comparten el celo con una alta dosis de
autoestima.

Miran a todos disimuladamente para asegurarse de que están riendo donde


toca y se congratulan de que el resto esté de acuerdo con su genialidad a la hora
de elegir el instante exacto para descojonarse.

Muestran al mundo sus habilidades: ¡Mirad qué bien sé reir! ¡Y me río cuando
toca, no en cualquier sitio inapropiado, por favor! ¡Qué maravilla! ¡Qué virtud!

Me encantan porque me alegran el día: siempre imagino que en el preciso


instante en que hinchan el buche para soltar la carcajada, de la nada, aparece
alguien con un balde lleno de purín, de mierda líquida pura, bien calentita, y se lo
vacía en todos los morros entre la algarabía general ¡qué bonito! ¡Qué espectáculo
tan sublime!

Y entonces, el rociado o rociada, a pesar de lo asqueroso de la situación,


conteniendo el asco y las arcadas, disimula por no parecer un idiota, por no
demostrar al mundo que es lo que es, y continúa disimulando. Maldiciendo de
modo políticamente correcto, pero sin cesar en las carcajadas.

Ya arderá después en odio hacia el desalmado del balde pero ahora tocan
mantener las formas. ¡Para una vez que decide reírse, no va ahora a echarse atrás!

¡Qué poema! ¡Qué dedicación a la risa, -‐esa gran desconocida-‐ en su vida


convencional!

***

La risa y el humor

Ahora sabemos que la risa se origina en la parte más desarrollada del


cerebro, –circunvolución izquierda frontal superior, área motora suplementaria-‐.
Una porción diminuta, de apenas dos centímetros cuadrados cuya simple
estimulación provoca que la persona más seria de la humanidad, llore de la risa.

Un botoncito mágico que algunas personas parecen tener soldado a cal y


canto. Se ve que la mala leche les desarrolla otras partes del cerebro, ves a saber, y
se la encallan. O a lo mejor es que lo tienen lleno de grasa, no sabría decirte.

La cuestión es que parece ser infranqueable para los estímulos que deberían
incidir en ese área; sino no me explico como hay personas que se ríen tan
ridículamente poco. Que tienen un gusto tan pésimo para vivir.

¡Pero si no es necesario ni siquiera contarte ningún chiste! Es muchísimo


más sencillo: unos simples electrodos dándote caña en ese punto, como si fueses
el protagonista de La Naranja Mecánica y

¡ríete tú del saco de la risa!

***
El saco de la risa

Recuerdo cuando, siendo muy pequeño, me regalaron “el saco de la risa”.


Era una especie de cojín en forma de saco, con ojitos y sonrisa pintada.

Además de miraguano, ocultaba en sus entrañas una cajita magnetofónica a


pilas, que reproducía sonoras carcajadas cuando lo apretabas.

Uno de mis juegos favoritos era escondérmelo bajo la camiseta a la altura de


la tripa, a modo de mini barriguita cerveceroinfantil y hacer playback de risa en las
reuniones familiares.

Todos lloraban contagiados por la risa que les estaba generando un simple
crío haciendo el capullo.

El éxito era tal, que comprendí cómo por simple contagio podemos
conducir la risa hasta cualquier espacio social. Comprendí que no hace falta un
motivo especialmente elaborado para transmitirla.

Aunque también descubrí la importancia de la preparación y el contexto


para generar la risa; la imagen.

No hacía la misma gracia aquel niño haciendo el payaso que el mismo niño
con veinte años más, capaz de contagiar la risa, pero costándole muchísimo más
esfuerzo y durando menos el efecto.
La risa la genera nuestro cerebro ante un momento de incertidumbre, como
respuesta del cuerpo para liberarnos de tanta tensión y así poder pensar mejor? El
escritor Fiodor M. Dostoievski lo interpretó de este modo:

En ese instante sentí una horrible tristeza y, sin embargo, algo así como un
brote de risa empezó a cosquillearme el alma.

La risa es un agente que, en muchas ocasiones, sobrepasa las fronteras del


protocolo comunicativo establecido.

Quiero decir que tampoco es necesario que exista un contexto humorístico


para que se produzca, desarrolle y contagie de un modo imprevisto, no buscado.
Conocemos situaciones muy cómicas en las que aparece la risa en tesituras tan
comprometidas y sensibles como velatorios o funerales.

Puede haber risa sin humor y si no, ¿qué me dices de cuando nos reímos
involuntariamente ante un hecho aislado que nos sorprenda o asuste?

Está muy presente este modo de liberación nerviosa cuando, después de un


trance, estallamos en una sonora carcajada mientras vemos alejarse el pánico o
tensión reales y comenzamos a vislumbrar el pánico psicológico, también
conocido como lo que ha podido pasarme en tan solo un segundo, o ¡ De menuda me he
librado!

***

Hasta ahora estamos esclareciendo que existe la risa sin necesidad expresa
de un contexto o premisa esencialmente humorísticos. Pero, veamos el caso
inverso:

¿Es indispensable que aparezca la risa para que lo que está ocurriendo
delante de nuestras narices pueda denominarse humor, en el sentido más
auténtico del término?

Esta es una duda que me he formulado en más de una ocasión y que


confieso, me ha llegado a atenazar cuando, tras finalizar alguna de mis charlas
humorísticas, he observado que, aunque la respuesta del público ha sido
favorable, no han reído cómo o en los momentos donde yo pretendía. ¿Por qué, a
pesar de mostrarse felices al terminar la función -‐con expresiones generalmente
sonrientes y relajadas-‐, no han reído mucho?

¿Necesita el humor la existencia de la risa para alcanzar sus cotas más


profundas?

Si no se genera la carcajada, ¿se pueden comunicar mensajes trascendentes


que calen en el pensamiento del espectador? ¿Existe el humor que no genere
necesariamente la risa o la carcajada instantáneas?

Pues sí: no es necesario establecer una relación sine qua non entre humor y
risa. No es indispensable tratarlos siempre como causa y efecto.
De hecho, grandes humoristas que con el paso del tiempo se han convertido
en trascendentales para la historia del humor, han pasado en determinados
momentos desapercibidos o no han sido, ni por asomo artistas para grandes
públicos.

Pero han trascendido por su profundidad, irreverencia, compromiso…

Y no todos son aplicables para una -‐segura-‐ vida socialmente sana, ya que
la ironía es mala compañera de viaje para el día a día cotidiano, pero sí es
imprescindible saber que existen, ¡hay que abrir la mente!

Conocer a los Groucho Marx, Lenny Bruce, George

Carlin, Don Rickles, Richard Pryor, Bill Cosby -‐sí, a pesar de lo que hiciese
con su asquerosa vida privada, ahí queda su legado como humorista-‐.

Woody Allen…

A los Monty Python. A Juan Verdaguer, Miguel Gila,

Joan Capri, Jaume Perich, Godoy, Faemino y Cansado,

Miguel Noguera…

Tantos y tantos que necesitaría otro libro entero para nombrarles y aún así
es posible que me dejase nombres. Todos ellos han producido muchísimo más
humor que risas.

La predisposición de los espectadores, de los lectores, de los oyentes es la


que permite la posibilidad de acceder a todos los estratos de humor planteados
por cada uno de los humoristas citados y por citar.
Por ello, si esperamos de algún modo que esa predisposición -‐tan difícil de
conseguir en el espectáculo, por cierto-‐ exista por arte de magia en la vida real,
estaremos creyendo en que las ovejas vuelan como un Concorde, que podemos
estar más de diez minutos quejándonos en una tienda de animales porque el
vendedor nos endosó un loro muerto que se mantenía derecho porque estaba
clavado en el balancín y encima tenga los santos coj##es de rebatírnoslo diciendo,
simplemente, que está descansando, o que en Inglaterra existe un Ministerio de
andares tontos.

Es más fácil -‐o más práctico, si quiere decirse así-‐, buscar el humor
positivo sin esperar mucha atención del interlocutor a cambio. Éste tipo de humor
influye en tu salud mental, ya que se traduce en una actitud ante la vida y no en
una simple respuesta a un estímulo que se desvanece cuando la influencia del
mismo se diluye.

Pero para explicarlo, vamos primero a intentar descifrar de un modo


razonado qué es el humor.

***

¿Qué es el humor?

Pues amiga -‐o amigo-‐ mía -‐o mío-‐, (a estas alturas permíteme que te
considere ya como tal después de soportar la brasa que te estoy dando);
responderé esta pregunta a la galega: ¿Piensas que si tuviese la más remota idea de
lo que es, realmente, el humor iba a estar escribiendo este libro? ¡Estaría forrado
ya!

El diccionario de la RAE, define la palabra humor en su primera acepción


como: “Genio, índole, condición; especialmente cuando se manifiesta
exteriormente”.

A primer golpe de vista, observo dos términos clave:

“genio” y “cuando se manifiesta exteriormente”.


Principio, y final. ¡Capicúa! Empecemos por el principio.

Genio: (acepciones cuatro y siete del término)

“capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y


admirables”/ “Carácter: firmeza y energía”.

Ahora sumemos los componentes, a ver qué sale:

“Con carácter firme y enérgico, capacidad mental extraordinaria para


crear o inventar cosas nuevas y admirables, especialmente cuando se manifiesta
exteriormente”.

¿A que suena bien?

El humor siempre es firme y enérgico pues supone una ruptura o catarsis


con cualquier modelo establecido, en busca de una sorpresa que consiga generar
comicidad.

Agudiza el ingenio, ya que nos obliga a ejercitar con agilidad nuestras


capacidades para observar, crear, valorar, asumir riesgos, empatizar, resolver…

Además provoca excitación, causada por las endorfinas a granel generadas


durante el mismo proceso químico que arrancamos por querer comunicar, y
constatar, que ese algo que piensas, puede resultar cómico.

Y por lo tanto, tiene su justificación cuando se manifiesta exteriormente:


necesita ser parte del proceso de comunicación humano o pierde su esencia -‐
puedes tener muy buen humor pero si no lo sabes transmitir o si no obtienes
respuesta y calor, no sirve de casi nada-‐.

También es verdad que el humor con uno mismo existe y sirve para
satisfacer la creatividad cómico-‐ interna que pueda tener una persona. Pero estoy
convencido de que si esta misma persona fuese aislada del resto seres vivos por el
resto de su vida, terminaría por perder esta capacidad -‐más allá de la
resiliencia-‐.

En otras palabras, al no poder compartirlo ni experimentar las respuestas (el


feed-back) terminaría por sucumbir ante la apatía.

***

Recuerda que necesitamos contacto, aprobación, cariño para poder vivir,


¡nuestros orígenes son esos! Esto está científicamente demostrado: si a un bebé
no se le toca, no se le coge en brazos ni se le da cariño en sus primero meses de
vida, se muere. Es lo que se conoce como Marasmo.

***

Las personas con buen sentido del humor tienen una mejor salud mental y,
por tanto, mayor resistencia ante la depresión.

Citaré de nuevo a Victor Frankl porque en su libro “el hombre en busca de


sentido”, publicado en , cuenta su experiencia como superviviente a los campos
de concentración nazis. El papel que le da al humor es primordial y debemos
tenerlo muy presente. Cito, textualmente:

“Los profanos en estas cosas se sentirán sorprendidos al saber que en el campo de


concentración había sentido del humor. El humor es una de las armas con las que el alma
lucha por su supervivencia. Yo mismo entrené a un amigo que trabajaba a mi lado a
inventarse cada día una historia divertida sobre algún incidente que pudiera suceder al día
siguiente de nuestra liberación…” .

La capacidad que tiene el ser humano para sobreponerse ante las


condiciones más adversas se conoce como Resiliencia. Pero la resiliencia no es
otra cosa que el instinto de la mente por sobrevivir.
Decía Nietzsche “quien tiene un porqué para vivir puede soportar cualquier
cómo” . Por eso es tan importante mantener retos, esperanzas, ilusiones. Y no
ceder ante el contagio emocional cuando éste sea negativo.

Los seres humanos tendemos a la empatía, es decir, a imitar el estado


emocional de quien nos acompaña.

Si es una persona que irradia optimismo, dejémonos contagiar. Si lo que


irradia es pesimismo, no permitamos que nos absorba.

Agudicemos nuestro sentido del humor, porque necesitamos cualquier


porqué, por insignificante que sea, para alcanzar cualquier cómo.

El día a día nos regala situaciones favorables al humor. Esto es algo que
iremos remarcando a lo largo del discurso y que nos enseña cuán beneficioso
resulta estar predispuesto a encontrarse con este tipo de tesituras.

Aprovechar cada detalle absurdo o ridículo que encuentras y usarlo como


material con que generar humor, pura comedia es un balón de oxígeno para la
mente.

***

Aquí va un ejemplo de cómo en cualquier lugar, en cualquier momento y


con cualquiera, pueden encontrarse motivos para generar humor.
Se trata de una situación cómica basada en el absurdo, que creció desde la
nada hasta llegar a obnubilarme, haciéndome perder la noción del tiempo en pro
de experimentar la comedia, tal vez con la idea de poder contarla a posteriori.

***

La paradoja del servicio fuera de servicio.

Me encontré con que al entrar en el lavabo de una cafetería -‐servicio, como


ponía rotulado sobre la entrada-‐ en una de las dos puertas que ocultaban otros
tantos retretes, había un cartel de papel pegado con celofán en el que ponía, ¡oh,
sorpresa!,: fuera de servicio.

Mientras mi mente comenzaba a hacer cábalas, conjeturas, elucubraciones y


demás operaciones, tanto analíticas como místicas, mi cuerpo acató la labor que
me había llevado hasta tal emplazamiento: estaba meándome encima. Pero no me
despegué ya del juego de palabras y lo absurdo del trasfondo que podría soportar
la expresión.

Unos segundos más tarde, un tipo de mediana edad entró y comenzó a


orinar en el urinario de al lado de donde me encontraba filosofando yo. No pude
reprimir mi impulso cómico de hacer partícipe al desconocido de la paradoja que
planteaba el cartel.

-‐¿Te has fijado que si cruzas esa puerta estarás fuera de servicio, dentro de
un servicio? –comenté sotto vocce, señalando con la inclinación de mi cabeza la
dirección del extraño mensaje-‐.

-‐¿Cómo? -‐dijo sin levantar la mirada-‐. Entonces, insistí con mayor


intensidad:
-‐¿Que si te has fijado que si cruzas esa puerta estarás dentro de un servicio
y a la vez, fuera de servicio?

El tipo comenzó a mirar las esquinas del techo, como buscando dónde
habían escondido la cámara oculta...

-‐¿Perdona? -‐dijo con un tono más intrigante, casi mirándome de reojo-‐.


Como tuvo esa reacción tan misteriosamente divertida, tuve claro que no debía
detener ahí la operación: tenía que continuar insistiendo, aprovechando lo que
fuese que me iba a deparar tan absurda situación.

Repetí la reflexión al tiempo que el tipo se subía la bragueta a velocidad


supersónica y salía disparado
hacia el mundo exterior.

En una décima de segundo, comprendí que, una vez había sido capaz de
llegar hasta allí era una lástima no terminar el episodio lo más arriba posible:
comencé a andar rápido tras él, como una muñeca de

Famosa con los pantalones semi-‐bajados y el atributo entre las manos,


mientras le gritaba:

–¡¿Es que tú no ves lo mismo que yo?!

Así recorrí un par de metros hasta llegar a la puerta que comunicaba con la
cafetería.

Regresé inmediatamente al interior del servicio, partiéndome de la risa


pensando en como mi presa había huido a gran velocidad, cual gacela huyendo
despavorida del cuarto de baño. ¿Qué habría pensado aquella pobre persona de
mí? ¿Qué era un chalado? Razón tal vez no le faltaba… Pero quien esté libre de
culpa, que se fume la primera piedra.

Di media vuelta y volví a adentrarme en la intrigante paradoja del servicio


fuera de servicio. Tomé aire y, muy lentamente, casi con sigilo, abrí la puerta del
habitáculo con el cartel del celofán.

Puse un pie dentro; después, el otro. Cerré la puerta tras de mí y apagué la


luz. En la oscuridad, comencé a imaginar; mi mente visualizó con claridad dos
cuestiones:

Primera: Aquella paradoja era un auténtico fiasco, ya que no experimenté


nada sobrenatural. . ¿Qué se yo?

Ni tan siquiera esa extraña sensación como de cambio de dimensión que se


tiene al entrar o salir del

Corte Inglés.
Y segunda (y más importante): ¿Qué cojones hacía perdiendo tanto tiempo
dentro del lavabo de una cafetería en la que no había ni siquiera consumido?

Decidí salir andando como lo hacen los detectives en horario laboral,


camuflándome cobardemente detrás de un ficus de plástico para evitar ser
descubierto por una camarera bizca y así ahorrarme la vergüenza de la no
consumición tras uso del baño.

En cuanto tuve la minima oportunidad, salté al exterior, lanzándome hacia


el más acá del mundo serio y su vorágine matutina.

***
Cómo cultivar el sentido del humor

Mark Twain dijo: “El humor es nuestra salud” . Habrá que cuidarse pues,
¿no? Atendiendo a la etimología de la propia palabra, humor viene del latín,
humoris y significa un todo líquido.

El humor es algo que lo envuelve todo; que nos contagia, que nos aporta
frescura; agudiza la inteligencia… Nos da vida; y libertad.

El escritor José Antonio Pérez Rioja decía “sin una cierta libertad el humorista
se ve condenado a la inexistencia”.
Por otra parte, Henry Bergson, gran estudioso inglés del humor decía que
para producir todo su efecto, lo cómico exige de una anestesia momentánea del
corazón. He aquí la insensibilidad de la risa cómica.

Por eso vemos como, por ejemplo, alguien hace el ridículo, o se da un


tortazo y nos reímos.

El humor primigenio, aquel testimonio en celuloide mudo del principio de


los tiempos del cine, aquel regador regado millones de veces visto desde aquella
inicial ocurrencia, es fiel reflejo de este tipo de humor. Harold Lloyd, Buster
Keaton, Laurel & Hardy, la primera época de Chaplin…

También vienen a mi mente dibujos animados de mi infancia, entrañables


(hoy en día, por desgracia, políticamente incorrectos): Tom y Jerry, Pixie y

Dixie, Los Looney Tunes…

Vivimos en la actualidad una auténtica regresión hacia el idiotismo en


general, una espiral de comedida soplapollez, un continuo festival de lo
aparente en base a lo práctico- estético sin importar ni el recorrido ni la
profundidad o, lo que es más importante, las consecuencias de tanta tontería
institucionalizada.

Los expertos nos aconsejan que los niños no vean, por ejemplo, cómo el
Coyote le lanza desde lo alto de una montaña un yunque en la cabeza al
correcaminos -‐fallando siempre-‐ porque es

“inapropiado”.

No fomenta los valores de empatía necesarios para evolucionar hacia una


sociedad de superpersonas basada en la bondad, la solidaridad y el amor.

Tampoco es conveniente que se columpien en columpios de hierro no


homologados sin el suelo del parque acolchado. Ni que monten en bicicleta sin
cascos homologados. Por supuesto, que no pierdan en una competiciones
escolares homologadas, ni fracasen ni aprehendendan lo que es la competitividad
porque todos tenemos derecho a ser iguales ante todos…

Luego, cuando crezcan y sean contratados como becarios a cambio de las


gracias por dejarles existir; cuando se sumerjan de cabeza en el fantástico y justo
mundo laboral que hemos creado en los últimos tiempos, entonces, será cuando
descubrirán, como si de una jarro de agua fría fuese, lo qué es la realidad.

Qué es el fracaso; qué es la violencia explícita de la propia vida; esa que


desde bien pequeños los expertos homologados se preocupan por ocultarles para
que su desarrollo sea lo más feliz posible.

¡Manda huevos! -‐huevos homologados también, por supuesto-‐.

***

Pues resulta que no es correcto que vean al Coyote haciendo el ridículo ante
el Correcaminos, pero en cambio, sí pueden pasarse horas delante de un
dispositivo electrónico que les aísla del mundo real.

Así parece que molestan lo menos posible a los sufridos padres,


enseñándoles de paso lo monótona y plana que se torna la vida cuando se agota la
batería.

¿Y qué puedo hacer ahora en esta playa, descampado, parque, montaña,


parque de atracciones, cine, vertedero, restaurante, biblioteca o juguetería ¡sin
batería!

¡¡¿QUÉ-PUEDO-HACER?!!

O también pueden, por ejemplo, jugar al mundialmente famoso -‐y


multimillonario-‐ GTA o videojuegos por el estilo, los más vendidos, de gran
valor educativo, clarísimamente, si lo que aspiras en esta vida es a quemar
vagabundos y atropellar putas.

Estos videojuegos los compran los frustrados padres para jugar ellos pero,
constantemente, ante la insistencia del hijo que quiere imitar lo que ve hacer al
padre, permiten a los críos que jueguen… ¡así comparten tiempo familiar con
ellos! (sic).

O eso es lo que dicen, porque siempre terminan yéndose a por una cerveza
y aprovechando la concentración del menor en la descarga cinética de adrenalina
virtual, para mirar en su smartphone todo el contingente de porno y violencia soez
que han colgado sus amigos de grupos del whatsapp.

Eso de los niños jugando regularmente a videojuegos violentos, no es que


puedan hacerlo, es que lo hacen…

Pero, en cambio, no es conveniente que vean como un pato estúpido que


habla con frenillo, le vacila a un ridículo cazador malhumorado, mientras éste le
dispara en la cara, dejándole al pato el pico en el cogote de la manera más absurda
y cómica posible.

¡Eso resulta que es delicado y puede herir sensibilidades!…

Y yo sabes qué les digo: ¡que les den a estos relamidos y puritanos censores
de la imaginación en el siglo XXI!

Mis hijos -‐si es que puedo comprarme alguno con estos impuestos que nos
aprietan los gobiernos

últimamente-‐ verán todas aquellas maravillosas y absurdas animaladas en


Dvd, porque ¡son niños! y tienen el deber de reír abiertamente, no encauzados, ni
sobreprotegidos… ¡ni aborregados!

Es lo que tiene ser niño. No acarrean tantos estúpidos amaneramientos


como nosotros, -‐lo veremos más adelante-‐. Tienen que poder descubrir,

-‐como yo lo hice y supongo que tú también, sino hace un buen rato que
habrías dejado de leer este libro-‐, qué es la imaginación y cómo podemos
decantarla hacia la comicidad, si tenemos predisposición intuitiva para hacerlo.

Poco a poco ya descubrimos -‐y para ello nos ayudan nuestros tutores a
discernir lo que está bien y lo que está mal.
Pero descubriendo los límites, los márgenes imaginarios.

Si llevas a los críos a la bolera y les enseñas a jugar a los bolos con las
barreritas esas tan tristes que te ponen si lo pides, el día que quieras quitárselas, es
probable que lancen tan recto como tú después de beberte catorce gyn-‐tonics; es
lógico, no tienen ninguna práctica y la inseguridad ante el fracaso es fuerte
porque están ante una emoción desconocida;

¿Qué diantres es eso del fracaso?

Si esperas veinte años a quitarle las barreras -‐porque sino el niño se deprime
cuando falla-, ¡bravo!

¡Enhorabuena! ¡Te ha tocado la muñeca chochona o el perrito piloto!

Has creado un perfecto imbécil de tres pares de cojones que, además, será
incapaz de comprender por qué se las quitas, ¡¿y qué haces que no me las pones de
nuevo?!

Resulta que unos irresponsables le metieron en la sesera que, como menor


desprotegido, tiene el derecho a que se las pongan… Se ve que lo pone en la
constitución “deben ponerse las barreras para que al nene no se le vaya la bolita directa a
la canal”.

La responsabilidad de la educación reside en primera instancia en los


padres o tutores, -‐aunque a muchos esto hoy en día les suene a chino mandarín-‐.

Si no quieres tener esa responsabilidad porque estás demasiado estresado


con tu vida: ¡piénsatelo! córtate el tubito, lígate las puñeteras trompas, ¡no tengas
hijos!
Si los tienes, no esperes que la escuela ¡o la tele! los eduquen por ti.

Si eres un tarugo que no tiene sentido del humor y resulta que, por arte de
magia, tu descendencia tiene cierta habilidad o capacidad para la comicidad ¡es un
auténtico milagro!

Es como la lectura: si los padres no leen ¡es un milagro que los hijos cojan
un libro por voluntad propia!

Pues igual: hace falta personalidad, descaro

¡libertad!

***

El humor, el sentido del humor, no es homologable

¡Preocúpate por tus críos! Que aprendan a reírse, o mejor dicho, no les
coartes la risa con tu estupidez (o dicho también de otro modo, tu
irresponsabilidad).
Ríete con ellos, ríete del absurdo con ellos. Que se rían de ti, contigo.

Imprégnate de su maravilloso y anárquico sentido de la libertad para


percibir e interpretar la comicidad

(más adelante veremos ese asunto en el libro).

Aunque, pensándolo mejor, ¡haz lo que te de la gana!

Regreso al hilo: esta entera reflexión partía del complejo punto en que el
buen y el mal gusto se dan la mano, y es aquí precisamente, donde hemos llegado
al punto más delicado de toda mi investigación.

***

¿Dónde están los límites del humor?

Pues en los mismos límites de las personas. Así de sencillo. En su


educación, en su cultura; en sus valores. Y no hay más…

Como dije hace unas cuantas páginas, la vida nos enseña día tras día que
hay unas personas que tienden al bien y otras que tienden al mal: hay personas
que, ante la posibilidad de obrar mal, se detienen; son lo que llamamos, personas
honestas.

Y hay personas que, ante la posibilidad de obrar mal, no se detienen. Son


deshonestas; no se puede confiar en ellas.

En el humor pasa absolutamente igual. Hay personas que utilizan el humor


de modo respetuoso o educado, sin llegar a rebasar el mal gusto en base al
contexto y la oportunidad.

( Por ejemplo, en lo del tortazo que se pega alguien, si ven que la persona se ha
hecho daño, paran de reírse y se preocupan; pero si ven que no se ha hecho nada,

¡pues a descojonarse toca! ).

Descojonarse, riéndose primero de uno mismo, siendo conscientes de que le


puede pasar a cualquiera y luego, riéndose de todo y de todos, porque:

“El humorista no se fija en los defectos o en las tonterías de un individuo,


sino en los de la humanidad” , como dijo el filósofo

Juan Pablo Richter.

Yo lo aplico, no solo al humorista, sino también a la persona honesta,


observadora y educada.

Y por el contrario, hay personas que tienden a la burla cruel, al sarcasmo. A


la mala educación.

( Por ejemplo, en lo del tortazo, no se detienen y siguen burlándose, como si eso no


les pudiese pasar a ellos, humillando todo lo que puedan al que ha sufrido la situación
embarazosa y que se encuentra, en ese instante, en una posición inferior con respecto a
ellos).

***
El humor sarcástico

Este considero que es un mal uso del humor porque no fomenta la empatía,
sino la defensa; no genera buena energía, sino desigualdad y rechazo.

¿Es humor? ¡Por supuesto! Pero de muy bajo perfil, porque no cuida una
mínima base de respeto.

Así me lo inculcaron y así lo pienso: el que en una reunión de personas,


aprovecha para burlarse del que identifica como más débil, es un perfecto imbécil;
el que es capaz de empatizar y reír con el débil o el medio -‐en base a la
observación y la intuición, nada de clasismo barato-‐, ése ya merece otra
consideración, más respetable.

Y por último: quién identifica a su igual o superior intelectual y es capaz de


hacer humor -‐o incluso burla sin excesiva maldad, si así lo permiten las
circunstancias; o incluso si es un acto de justicia en el que cree en firme-‐, ése es
quien realmente tiene categoría; quien tiene verdadero mérito.

Hace años se puso de moda un determinado formato televisivo -‐


supuestamente humorístico-‐ plagado de lo que se denominó Frikis, o lo que es lo
mismo, personas con algún tipo de patologías mentales, ciertamente trastornadas,
que llamaban más a la lástima que a la condescendencia pura y dura, por muy
consciente que fuese su exposición en los medios.

Personas cuyo único leitmotiv era soportar la humillación para obtener


algún tipo de recompensa, sin importarles lo bajo que fuera necesario caer; sin
importarles la cantidad de fango y mierda que les tocaba tragar, a boca llena.
El formato en cuestión consistía en burlarse del Friki por todos los medios
posibles; en humillarlo en la pista central del prime time.

La audiencia entera, revolcándose en su propia mediocridad, se relamía


mientras lloraba de la risa por ver como un impresentable con más cara que
espalda se burlaba abiertamente de estos personajillos, como él mismo y su público,
los denominaban.

¿Era eso humor? Si, pero de pésimo gusto y casi ningún mérito.

Porque, aunque de vez en cuando era inevitable soltar alguna carcajada


perversa y traicionera, no era nada más que una especie de lástima casposa la que
sentía al contemplar aquel esperpento.

Siempre pensé -‐y pienso-‐ lo mismo: ¿aquel impresentable se atrevería a


hacerlo con alguien de su misma inteligencia, o incluso más?

La respuesta es la siguiente: ¡NO!

Y en honor a tal estúpido y a su corte de palmeros retrasados -‐los de un


lado y otro del televisor-‐ construí en mi mente la siguiente máxima:

Si tienes que intentar burlarte de alguien -o hacer humor incisivo-,

ése alguien, tiene que ser tan inteligente como tú o más.

La observación dará con la capacidad intelectual aproximada de la persona.


Si te equivocas, corrige siempre a favor de ella, (de la persona a la que te
enfrentas).

Si no obras de este modo, eres un mierda, como aquel que se forró a base de
burlarse de retrasados mentales por televisión, e incluso por cine, ya que el
éxito fue tal que rodaron una película, auténtica bazofia, monumento al mal
gusto y ejemplo de hasta cuán bajo puede caer el humor si no se trata con el
debido respeto.

***

***

Para cultivar el sentido del humor de un modo evolutivo y no estancarse


en su uso simplista como defensa o ataque preventivo,

-o sea, en la visión Freudiana sobre el chiste y su relación con el


inconsciente, en la que el humor se convierte en un pretexto para la proyección
de tus frustraciones-, hay una posible vía de escape: la cultura (lectura,
observación y estudio). Y la educación, por supuesto.

***

El humor negro

Mención aparte merece el llamado humor negro. Éste género se basa, única y
exclusivamente, en la capacidad de descontextualización que tenga el interlocutor
o espectador.

Si no es así, es ofensivo y puede acarrear desagradables malentendidos, e


incluso en la era de las redes sociales, consecuencias penales a medio-‐ largo plazo.

Me divierto mucho cuando algún impresentable (e irresponsable) usuario se


pasa de la raya y confunde

Internet con el bar de la esquina. Cuando, en su total candidez, pretende


que el mundo en bloque comprenda el por qué y el cómo se gestó ese brillante
momento de gloria en su ingenio. ¡Incauto!

Como se asombra cuando se le exige la responsabilidad que debería haber


puesto sobre la mesa al teclear su mensaje. Como apela a la libertad de expresión
cuando queda de manifiesto su error, su torpeza.

La distancia que proporciona Internet al usuario, bien a nivel personal o


incluso a nivel de perfil oculto tras un pseudónimo, genera en los impresentables
la plácida sensación de estar por encima del bien y del mal. De que el mundo
necesita urgentemente su creatividad, su ingenio, el poder de su opinión para
generar conciencia o, simplemente, distraer -‐ a ver si me sigue mucha gente y me
hago rico-‐.

De poder exponer públicamente cualquier idea que produzcan sus


pensamientos, sin importar lo desastrosa o irrespetuosa que sea, y sin que por ello
puedan exigírseles responsabilidades de cualquier tipo.

¡Libertad de expresión! , claman una y otra vez cuando son puestos en


evidencia.

Pues bien, a mí me enseñaron hace tiempo que la libertad de expresión se


defiende (en democracia), poniendo tu careto en cada acto que defiendes, por el
que luchas.

En nombre de la libertad de expresión -‐motivado por un carácter


catastrófico-‐ puso, por ejemplo, Lenny
Bruce su culo decenas de veces en los calabozos de

San Francisco, Los Ángeles, Filadelfia, Pensilvania…

En nombre de la libertad de expresión abrió el universo de la comedia hacia


la irreverencia; hacia la provocación.

Eso es ser consecuente y no lo que hacen la mayoría de pijos desbordados


ante los apabullantes estímulos de la red.

Amigos de Twitter, no habéis inventado nada… Si realmente creéis en lo que


pensáis y sois capaces de exponerlo, asumid las consecuencias legales por ello.

No tiréis la piedra y escondáis la mano. Es extremadamente delicado


trabajar con la provocación, lo macabro, negro, políticamente incorrecto.

Es necesario ser auténtico para hacerlo, para que no sea tan solo una
impostada pose de moderno revolucionario que, sin embargo, tiene el culo sudado
por estar pegado frente al ordenador, buscando frases de copia y pega entre
masturbación, masturbación y excursiones a la nevera en busca de algo fresco o
bollería industrial.

Creo que fue Woody Allen quien dijo aquello de que comedia es igual a
tragedia más tiempo.

La delgada línea que separa el humor negro de la pura y dura mala


educación es cuasi inexistente y varía, dependiendo del contexto y el tono en que
sea expuesto.

No negaré que un tinte de humor negro dentro de una preparación


adecuada y responsable, (o al menos, valiente, sin taparse detrás de nada ni nadie)
siempre supone una quebradura absoluta en los esquemas lógicos de la
transmisión de la información y, por tanto, una comicidad aguda, fruto del
impacto que produce en el receptor.

Pero es tan difícil, tan delicado, tan sutil su uso y suele generalizarse tanto
en personas con pésimo gusto, en el humor y en la vida en general, que ni tan
siquiera me atrevería nunca a incluirlo dentro de una catalogación del humor
aplicable a la vida cotidiana.

Fuera del cómico profesional, encaja a la perfección en ambientes


despreocupados, zafios e incluso cínicos.

Es el típico recurso de muchas personas en conversaciones de bar con


amigos o conocidos para liberarse de las penurias del estrés diario. Si tratamos de
darle una mayor seriedad o consistencia, estamos manejando una verdadera
bomba de artillería, que puede estallar en cualquier instante ante nuestras narices.
Eso sí: Alá cada cual con las bombas que quiera manejar.*

***

*No es errata no, -‐por eso lo pongo en cursiva para que lo veas sin dudas-‐:
acabo de colocar un ejemplo de humor negro, sutil para algunos, de mal gusto
para otros. Demasiado arriesgado para mi punto de vista y mucho más si
hablamos del día a día.
El pensamiento cotidiano humorista no necesita del humor deshonesto, sino
de la desdramatización de la vida a través de la búsqueda del ridículo; incluso del
absurdo, si somos capaces de entenderlo; si somos capaces de regresar a la
inocencia del pensamiento que teníamos cuando éramos pequeños.

Si somos capaces de volver a ser niños, de vez en cuando. .

Curiosamente, explorar este camino de cultivar la mente y descubrir de qué


modo te han hecho reír o pensar mediante el humor a lo largo de la historia, suele
desembocar en una singular evolución en tus gustos.

Es lo que denomino la “regresión hacia el absurdo”.

***

La vuelta a los orígenes

Cuando eres renacuajo, si cruza ante ti un señor de color marrón, no sólo lo


ves así, ¡sino que lo sueltas así también!

¿Recuerdas cuando al principio te he contado mi anécdota y he reflexionado


posteriormente? “¡Qué fantástica es la capacidad de observar sin prejuicios que
tienen los niños! Lo fácil que se asombran –y se ríen-‐ con las cosas más
aparentemente insignificantes”.

Pues tal vez sea ésta la piedra filosofal del humor…

¿Por qué no?


***

El experimento del foco visible/invisible

Poco antes de escribir este libro estuve presente

(por motivos comerciales) en una feria de muestras.

Como verás, no perdí la mínima ocasión para observar. Y es que, si no


descuidamos la capacidad de observación, podemos encontrarnos con
descubrimientos tan interesantes como el que te cuento a continuación.

En mi stand había un foco automático que proyectaba en el techo formas y


colores, bastante psicodélicos. Estaba colocado estratégicamente así para que
llamase la atención y conseguir tener lo que en marketing se denomina una
“mayor visibilidad”.

Estaba en una zona de paso por la que transitaron, del orden de unas dos
mil personas en menos de tres días. Muchas parejas con sus niños pequeños
desfilaban ante mis ojos mientras las luces iluminaban locamente el techo, ¿sabes
cual fue mi sorpresa?

Bien, pues que no hubo ¡ni un solo niño!, que cuando pasase por debajo del
foco no se quedara ensimismado, mirando las formas y los colores ¡ni uno! Todos,
absolutamente todos, se quedaban sorprendidos. Señalaban al techo, sonreían…
¡Era como si viesen magia en directo! ¡Estaban felices!
¿Sabes cuantos adultos se percataron, siquiera de qué era lo que quería el
niño cuando les tiraba del pantalón o de la mano?

– ¡Mira papi! ¡Mira! ¡Mira! ¡Mira!

¡Ninguno! Te lo prometo, ¡no miró al techo ninguno!

Simplemente se dedicaron a pasar lo más rápido posible, malcarados


porque, tenían prisa, estaban aburridos ¡y encima el pesao del niño no paraba de
darles la lata, seguramente con cualquier tontería como excusa!

Contemplar este improvisado experimento me hizo plantearme, muy


seriamente ¿qué nos pasa? ¿Cómo es posible que perdamos -‐en relativamente tan
poco tiempo-‐, casi todo lo mejor que poseemos?

Los niños tenían una media de tres años y los padres de treinta y cinco. La
esperanza de vida actual se sitúa en torno a los ochenta años de media,
aproximadamente.

Por lo tanto, yo me planteo: si en treinta y dos años perdemos,


prácticamente toda la capacidad de sorpresa, ilusión y emoción ante algo abstracto
-‐o absurdo-‐,

¿cómo reaccionaremos cuando tengamos treinta más?

***

Debería preocuparte que en tu madurez mental y física, -tal vez el


momento más espléndido de toda tu vida- te dejes arrastrar por la corriente y
puedas terminar convirtiéndote en alguien con tanta capacidad de sorpresa e
ilusión como un congrio… ¡O un helecho!

***
En cambio, puedes relajarte por cómo serás cuando seas realmente
mayor, ya que, afortunadamente, la vida nos devuelve -queramos o no- al
puerto del que partimos.

Ahora te lo explico porque puede que te estés liando.

***

La evolución del sentido del humor en la esfera de un reloj

He ido percatándome de que, en base al estudio concienzudo del humor,


cada vez me sorprenden menos modelos de concebirlo. Reconozco el mensaje;
incluso percibo la gracia.

Pero ya no me sorprenden, porque conozco cómo se desarrollan y consigo


anticiparme al resultado. Ya sabemos que sin sorpresa, sin ruptura de las
expectativas, no podemos disfrutar del humor, porque no existe.

Para entender lo que expongo, imagina la esfera de un reloj: sitúa en las


doce en punto a tu “yo primigenio”, tu esencia más infantil, (tan pura que te
sorprendes por las cosas más insignificantes, despreocupadas y absurdas).

A medida que vas rotando, cada hora que pasa es un grado más de
conocimiento y experiencia acumulados: más costumbre y, por tanto, menor
capacidad de sorpresa.

Cuando llegas a las seis tienes perfectamente reconocidos los distintos


modelos humorísticos existentes: la escatología, la burla, el humor negro, la
ironía, el sarcasmo…

A partir de ese momento, cada hora que transcurre es un desandar lo andado,


esquivando cada conocimiento hasta intentar recuperar la inocencia perdida.

Y todo para ser capaz de llegar a “confraternizar” y comprender el humor


absurdo, -‐que es la aparente

“ausencia de humor racional”, dentro del más preclaro sentido del humor-‐.
Tengo que decirte que este reloj no funciona con pilas, o dándole cuerda.
Eres tú quien vas empujando las manecillas según te nace.

Hay personas que al llegar al primer cuarto de hora ya se conforman.

Otras se quedan paradas en las seis en punto: cuando más mordaz,


sarcástico y agresivo es el humor.

Algunas emprenden la cuesta de las nueve porque se aburren, siempre con


los mismos chistes y monólogos, ¡mil una veces repetidos!

Y el resto, nos pasamos la vida dándole vueltas al reloj -‐y al pensamiento-‐,


tratando de descifrar qué podemos hacer para sorprendernos y sorprender.

Para ser más felices y hacer más felices a los demás.

Espero que se entienda bien…

Esto que acabo de proponer no está basado en ningún estudio concienzudo,


simplemente en mi punto de vista actual. Habrá personas que lo sentirán así,
otras que no lo creerán factible.
Cada cual es libre de pensar lo que piense, pero como concepto creo que es
un punto de partida interesante para intentar comprender los gustos por el
humor y la evolución de los mismos en las personas de todo tipo y condición.

***

La escatología

Hay un subgénero humorístico que me acompaña desde el principio de mi


consciencia como persona: la escatología.

No soy sospechoso de ser una persona con mal gusto; es más, la corrección
suele acompañarme.

Pero, a pesar de ser bastante aprensivo ante olores y negado para afrontar
con una mínima dignidad tesituras asquerosas, nunca -‐y cuando digo nunca
quiero decir NUNCA-‐ he podido resistir la risa ante una ventosidad, un disparo
de metano comprimido vía rectal, un pedo en toda regla, vamos.

Tal vez sea la parte más primigenia, menos evolucionada que conservo en
cuanto a mi percepción de la comicidad.

Podría contar miles de ejemplos y experiencias embarazosas vividas en


primera persona -‐porque además y para más inri, soy propenso a la aerofagia y
su incontinencia-‐, pero prefiero rescatar una historia real que me han contado
desde siempre mis padres, tanto por el valor humorístico-‐escatológico, ejemplo
de este tipo de humor como por su incalculable valor en cuanto a la dignidad
humana, o de cómo reírse de uno mismo es el don más preciado que puede poseer
la personalidad humana.
***

Y se hizo el silencio, y en medio del silencio sonó lo que nadie hubiese


imaginado.

Cuentan mis padres que, una noche de hace ya bastantes años, estaban en
plena fiesta en un local donde solían acudir durante las fiestas del pueblo para
cenar, beber y bailar con sus amigos.

Era media noche y la fiesta estaba realmente animada. Todo el mundo reía y
charlaba en perfecta armonía, bailando al son de la música.

De repente, el equipo de sonido pareció hacer contacto y cesó en seco la


cadencia de la música, instante breve que el azar dispuso para entrar en los anales
de la historia de aquel grupo de personas afines; el paso a la posteridad, que vino
directamente desde la parte posterior.

Porque, en aquel instante de sorpresa y desencanto, momento corta-rollos,


tregua del ruido y ágil paso a una leve indignación, en aquel preciso instante,
mágico, allí mismo, de repente y sin previo aviso se escuchó ¡el pedo más grande
del mundo!

¡Qué barbaridad! ¡Qué potencia!

Cuentan que fue un pedo de esos que salen redondos, que hinchan la nalga,
que necesitan dilatar la salida al exterior para facilitar el tránsito, como si del labio
silbante se tratase. ¡Qué perfección!

Un pedo de cine, de película. En Stéreo, porque el

Dolby Surround en aquella época, todavía no estaba inventado.

Todos quedaron mirando hacia la estrecha puerta que separaba el baño de


la sala de baile.

Se hizo el silencio más largo e incómodo de muchas noches: la expectación,


en aquel instante, se encontraba por las nubes.

¿Quién sería el autor, el signatario de tal obra maestra?

Todo el mundo comenzó a intentar averiguar quién podía ser; a contar por
encima tratando de adivinar quién faltaba en el grupo.

La música volvió a sonar de improviso, pero nadie bailó. Todos estaban


ansiosos por saber quién había sido capaz de remover, a través del culo, los
cimientos del inodoro ¡y del local al completo!

De repente, entre la algarabía general se abrió la puerta del baño y todos los
presentes pudieron, no sin gran sorpresa, satisfacer la inmensa curiosidad que les
embargaba: la chica más bajita y pequeña del grupo salió del baño, con la cara roja
por el rubor, pero -‐y esta es la parte importante-‐ con su dignidad intacta.

Tuvo el talento necesario como para canalizar su mala suerte a través de la


sonrisa; no se afligió, sino que asumió lo pasado, como algo que había pasado; y
nada más.

No hubo humillación porque ella fue la primera en reírse de sí misma. En


saludar como si de una actriz se tratase. Dicen que no hay mejor defensa que un
buen ataque; ¡pues eso!

A día de hoy, y de esto hace ya más de treinta años, mis padres siguen
riéndose cuando vuelven a contarme -‐por milésima vez-‐ la historia del pedo más
redondo que han oído hasta el momento en sus enteras vidas.

Todavía siguen preguntándose cómo fue capaz aquel cuerpecito de generar


tal bomba atómica, tal potencia y sonoridad.

Tengo amigos ingenieros de sonido que me explican como se produce la


sonoridad en los altavoces a partir de las cajas de resonancia y como una caja de
resonancia muy pequeña actúa radicalmente en contra de la expansión del sonido.

Pues bueno, al parecer aquella cajita de resonancia fulminó de un pedo las


leyes de la física.

Yo también me sigo riendo y mucho; de hecho, ahora mismo, cuando


transcribo por fin la historia, estoy riéndome a carcajadas mientras imagino una
vez más la situación.

***

La escatología es radicalmente selectiva, ya que no comprende el


término medio: o te hace mucha gracia o no te hace ninguna*.

*Eso sí, no conozco a ninguna persona que no se haya reído, al menos por
una vez -‐y aunque sea en privado-‐, al escuchar un pedo en el contexto favorable
para que sea cómico: esto es, cuando supone una ruptura con los márgenes del
decoro o la suerte del emisor.

***

El humor inteligente

Que el humor es una cuestión de sensibilidad y predisposición del receptor


ante el hecho cómico es algo que he aprendido a través de entender, lo que
comúnmente se denomina, humor inteligente.

Según la creencia popular, el humor inteligente es aquel que se construye


en base al lenguaje y las estructuras de pensamiento cultas, exigiendo a su vez
un elevado nivel de cultura al receptor para poder decodificarlo.

Según esta definición, puedo estar convencido de que cohabito con el


humor inteligente.

Pero, en cambio, hay algunos detalles que me resultan altamente


interesantes desde el punto de vista del estudio del humor.

En primer lugar:

Cualquier tipo de humor consciente necesita de la inteligencia para


poder generarse.

Siendo consciente de este hecho, tal vez lo de humor inteligente comience a


sonarte como una especie de eufemismo para catalogar determinado tipo de
humor que, probablemente, sea menos intuitivo o al menos, predecible para el
receptor que no gusta de este género.

Y en segundo:
Cualquier espectador predispuesto necesita que su sensibilidad y gustos
toleren el tipo de humor que va a recibir, para que el proceso comunicativo del
humor se resuelva satisfactoriamente.

A lo largo de estos diez años como humorista que presenta su material ante
un público, he descubierto espectadores -‐incluso públicos enteros-‐ que no han
congeniado conmigo como humorista; o yo con ellos, que viene a ser lo mismo.

Al principio no comprendía en absoluto por qué material testado, de éxito


ante una determinada audiencia, era ineficaz tan solo veinticuatro horas más
tarde, en otro lugar y ante un público distinto.

Regresaba a casa molesto, pensando que no me habían entendido.

Hasta que un compañero de trabajo, por aquel entonces, me explicó sin


pretenderlo la realidad del humor y de la comicidad como fenómenos
comunicativos:

–No es que no lo entiendan, que lo hacen, sino que, simplemente, no les gusta.

A partir de aquel momento comencé a ver las cosas de otro modo.

***

No es que no comprendiesen, por ejemplo, el fragmento que expondré


ahora mismo. Comienzo parafraseando a Tip y Coll e inmediatamente después,
me centro en un frenético soliloquio absurdo, con objeto de abrumar y
descontextualizar al espectador; de que ría por sobredosis de información confusa.
Aquí va:

Escupir y esputar es lo mismo, pero no es lo mismo decir “señora escupa”, que


“señora esputa”. Tampoco es lo mismo echar un polvo que un rapapolvo, ni es lo mismo
estar jodido que estar jodiendo. Y en esta línea debo decir que es jodido estar jodido por no
estar jodiendo. Pero es más jodido todavía estar jodido por no haber jodido mientras te
estaban jodiendo, ¡ahí es donde jode el asunto! Porque si has estado jodiendo después de
estar jodido mientras te jodían por no haber jodido a quien te estaba jodiendo, ahí, la cosa

¡ya es totalmente diferente…!

Este mismo fragmento, que resultaba hilarante para unos públicos, carecía
de valor para otros, -‐más allá del mérito, por la memorización-‐.

¿Estaba exigiéndoles demasiado? ¿No eran lo suficientemente cultos,


inteligentes, como para seguir el hilo?

Generalmente, insisto, se asimila al espectador del llamado humor


inteligente como persona formada, culta.

O al menos, supuestamente, discriminando a quien no tiene esa formación o


cultura.

Pero las generalizaciones no funcionan ajustadas a la realidad, cuando


hablamos del humor.

He actuado en numerosas ocasiones en mi pueblo natal, donde vivo. Este


hecho me ha permitido observar y conocer quienes han sido mis espectadores.

Pues bien, gracias a esta observación pude descubrir un detalle esclarecedor


que, tantas y tantas veces, pasará inadvertido para mí al advertir otros públicos,
que acudan a escucharme: una de las personas que no ha faltado a absolutamente
ninguna de mis actuaciones, no es, ni por asomo, el arquetipo que asociamos al
espectador de humor inteligente.

Se trata de una persona de mediana edad, conocido por todo el pueblo, que
tiene en su psique una tara en base a la concepción del mundo y del aprendizaje.

Una incapacidad para aprehender al ritmo y profundidad de la mayoría de


personas de su edad (y de otras edades, también).
Nunca terminó la educación general básica. Nunca pudo obtener el permiso
de conducción. Trabaja gracias a convenciones sociales de la administración
pública con empresas.

Es un bellísima persona, lo cortés no quita lo valiente.

Pero, y aquí viene lo interesante: para gran parte de esos espectadores -‐


perfectamente formados que, en cambio no ríen con mis espectáculos-‐ este chico
es un tonto, un retrasado. Como si el resto fuésemos más puntuales que él…

A mí mismo, al percatarme del hecho de su ininterrumpida asistencia, me


sorprendió. Porque tampoco es la típica persona especial que acude a todos los
actos públicos porque no tiene nada mejor que hacer y será mejor estar allí que
delinquiendo…

Nunca hubiese pensado que podría transmitirle la comedia tal y como la


concibo; cómo generarla a través de un lenguaje elaborado y que trascienda en
alguien, con unas limitaciones en la comprensión, tan significativas.

En cambio, descubrí que, no solo se ríe, sino que comprende ritmo y


concepto; disfruta de la pieza, cuando ésta lo merece.

Y más allá del porcentaje total de comprensión, es en el ritmo y en el


conjunto del acto, en la comunicación más basta del humorista con su público,
donde encaja a la perfección este espectador, que tanto me llena e inspira como
artista. Y que tanto llegó a desconcertarme en un principio, como estudioso del
humor.

Recordé entonces las sabias palabras de mi antiguo compañero de trabajo,


lo de “lo entienden, pero no les gusta…”.

Y comprendí que el humor, como todas las artes, es una cuestión de


gustos.
Entonces, catalogarlo, encasillarlo con mayores pretensiones que la simple
observación y curiosidad, resulta, además de complejo, impreciso.

El humor inteligente no depende tanto de la inteligencia del espectador,


sino de la predisposición que tenga para con los distintos estratos que conforman
la comedia.

Quién gusta de este humor, dice que es inteligente -‐el humor y él-‐. Quién
no gusta de este humor, dice que es aburrido, predecible, absurdo y pedante -‐
quiénes les gusta, el humor mismo y, por ende, el humorista-‐.

Por otro lado, el espectador que gusta del humor inteligente achaca a otro
tipo de comicidad, más banal, la característica de lo zafio, lo pueril, lo chusco o lo
grotesco. Suele minusvalorar otros géneros del humor por considerar que no
tienen la complejidad y entidad intelectuales del humor inteligente.

Es cierto que, por ejemplo, el humor chusco, despectivo, costumbrista en


temática y forma, no suele ser ni más elaborado ni más intelectual que el humor
inteligente. Pero las trazas no han de negarnos la realidad de que el humor es al
espectador según su sensibilidad, gustos e intereses.

Nada más trascendental.

En cambio, para el humorista, sí existe una diferencia sustancial entre


formas y géneros. El humor inteligente reporta una exigencia en cuanto a
formación, cultura, recursos expresivos.

No digo que sea, ni más ni menos difícil de construir, pero sí que los
recursos necesarios son más densos y necesitan de una exhaustiva formación
personal.

En mi caso, por más que lo estudio, por más que destripo cómo se construye
la comedia para todos los públicos, blanca, de risa fácil, comercial, como quiera que
la llamemos… por mucho que lo intento, no sé construirla o, al menos, mantenerla
durante el metraje necesario. Porque no pienso así.

Me expreso con estructuras complejas en el día a día.

Pienso en bloques densos, amplios.

Utilizo comúnmente la oración subordinada en la escritura; los


pensamientos van construyéndose por capas superpuestas, -‐ardua tarea para
quien pretende condensar el humor en un par de oraciones, sencillas, para lograr
la comicidad, aunque sea sin ahondar en demasía-‐.

Simplemente con un análisis gramatical y semántico del párrafo anterior,


puedes comprender lo difícil que supone para mí escribir cosas del tipo:

–Trabaja como modelo para un pintor.

–¡Pero si no es modelo!

–A ver, el otro tampoco es que pinte muy bien…

***

La ironía

Al leer cualquier ironía que valga la pena tener en cuenta, leemos la vida
misma, y al abordarla, nos basamos en nuestras relaciones con los demás.

Sigmund Freud.

Uno de los recursos más sutiles que existen en el humorismo es el del uso
de la ironía. Esta sutilidad viene dada por el propio carácter del recurso: si la
ironía no es sutil, si sobrepasa los límites de lo hiriente, no es ironía sino sarcasmo;
no es burla crítica sino despectiva. No construye, sino que destruye.

Con ello no quiero llevar al malentendido de que la ironía no pueda ser


destructiva; todo lo contrario. Si hay un tipo de humor con potencial meramente
destructivo, ése puede ser el irónico. Porque el sarcasmo se descalifica a sí mismo,
dentro de la nebulosa de la mala educación.

En cambio, el fino hilar de la ironía traza telarañas

ácidas en las que reírse de todo y de todos. En las que exponer las
vergüenzas del ser humano de un modo sutil, sin presentar argumentos que
puedan ser rebatidos desde la confrontación, desde el desacato al civismo.

La ironía, la burla fina en el humor, es un rasgo característico en modelos


culturales anglosajones.

En cambio, culturas como la mediterránea, latinas, hispanas, (como


queramos llamarlas) generalmente, en el humor tienen propensión al modelo
sarcástico.

Aquí, los vehículos del humor popular (chistes) tienden a la burla de


estética costumbrista y esencia sarcástica.

Resulta curioso pensar cómo, a pesar de estos factores, la ironía se utiliza


comúnmente. Basta con fijarse en cualquier conversación de bar y, -‐entre el
vocerío-‐ vamos a encontrar ejemplos de ironía pura y dura.

Esto me llama poderosamente la atención por el hecho de que, después,


estas mismas personas, como espectadores, no suelen preferir la ironía como hilo
conductor del humor profesional.
Me lleva a la hipótesis de que el llamado carácter latino, tal vez, guarda en
la recámara la posibilidad de obrar como al que critica. De que, abiertamente, se
posiciona políticamente correcto pero el fondo puede ser otro. Por ejemplo, en
contra del político que mete la mano en las arcas públicas, trincando todo lo que
puede…

…pero en su remoto interior, tal vez piense que a él le gustaría hacer lo


mismo; aunque sea a pequeña escala. Aunque solo sean unos simples trabajitos sin
facturar al mes. Digo yo… Si no es así, ¿a qué tanto reparo público a la ironía
como modelo?

Por eso, a pesar de utilizarla en la vida cotidiana, después tiende al gusto


por el sarcasmo en el humor público. Porque el sarcasmo es basto, de mal gusto,
fácilmente rebatible. Desmontable.

La ironía deja al descubierto las vergüenzas de lo necio. Muchas personas


no gustan de verse reflejadas en ese espejo.

Sabemos que hay que saber reírse de uno mismo para ser mejor persona. Pero
este parece no ser un gran impedimento, ya que un gran número de personas
anteponen otro tipo de valores.

Demasiada gente prefiere que no se rían de ellos, porque son ellos mismos
quienes no saben reírse de sí mismos.

La ironía exige que el irónico se ría de sí mismo, o caerá en la incongruencia;


en el doble rasero. Se descubrirá el pastel, porque exige honestidad para no resultar
postiza.

Y hablando de postizo, regreso a la cultura anglosajona para contemplar


como el uso de la ironía, no solo es generalizado en la expresión del carácter
cotidiano, -‐sobretodo en Inglaterra-‐, sino que es tolerada por los grandes
públicos, como contemplamos al observar los grandes referentes del humor en la
historia.

Resulta inquietante descubrir como en una sociedad de tales contrastes,


como es la norteamericana, los cómicos más incisivos sean perfectos irónicos. De
Groucho Marx a Louie C.K., pasando por Lenny

Bruce, George Carlin, Woody Allen, Richard Pryor,

Robin Williams, Chris Rock, Lewis Black…

Inquietante comprender como una sociedad con tales prejuicios es capaz de


reír tanto de sí misma y del acto de dinamitar las convenciones políticas y
sociales. Blow up the establisment! (¡Dinamita el sistema! como lema para construir
comedia).

La única explicación es que supone una especie de catarsis, de terapia


colectiva con la que poner al descubierto las estupideces de la vida. Reír con
malicia de lo que no está bien. Escuchar verdades al tiempo que ríes de todo y de
todos.

Estoy absolutamente convencido de que sin el filtro del humor, sin la risa,
públicamente no pueden decirse este tipo de cosas.

Plantear este humor como base para el gran público en un país como
España es una tarea poco más que quimérica.

Sociológicamente hablando, la influencia de nuestra cultura judeo-‐


cristiana, -‐con una altísima carga de tabú en su equipaje-‐ sumada a nuestro
carácter latino, (que no tiene ninguna prisa por comprometerse con ningún
cambio radical en la manera de comprender el mundo), hacen de la ironía

-‐como acto público, como espectáculo-‐ un ejercicio de alto riesgo artístico


para el humorista. Y lo hacen por un único factor:

El irónico no dice lo que piensa, sino que finge pensar lo que dice.

Por eso, para que la comunicación del mensaje humorístico sea satisfactoria,
es imprescindible que el receptor perciba y conozca este código.

De no ser así, ni comprenderá el mensaje ni percibirá los diferentes niveles


de profundidad que pueda poseer, implícitamente.
***

El público

Cada espectador tiene un gusto particular. Eso le permitirá degustar y


disfrutar un determinado tipo de humor, con el que se sentirá más identificado.

Después, en otro estrato que abarca al conjunto, encontramos el contexto.


Un espectador que no siente, que no gusta de un determinado tipo de humor, en
un contexto general que sí lo haga, será absorbido por el estado de ánimo general.

Situación: un espectador al que no le gustan los chistes acude a un teatro


repleto de espectadores que adoran los chistes. El espectáculo responde a las
expectativas de la mayoría y el ente público actúa como catalizador de la energía
colectiva de, absolutamente, todos los espectadores.

El resultado es que el espectador al que no le gustan los chistes, no sabe


muy bien por qué, se lo ha pasado mejor todavía que el resto.

La sorpresa por pasárselo en grande -‐esa inversión entre las expectativas y


el resultado-‐ supone una especie de shock, de descubrimiento inesperado. Por eso
se lo ha pasado mejor.

Tal vez crea haber descubierto que ahora los chistes le gustan. Y podría ser
posible que un cambio en sus gustos, o una propensión hacia ello, pudiese obrarse
en su pensamiento.

Pero sería un caso aislado.


Lo habitual es que, en caso de regresar a una función de chistes y que no
esté a la altura del público, o que la mayoría del público sea como él, o el
contexto… o el espacio, no sean los adecuados… Todo vuelva a la normalidad.

En caso de que todos los factores que se necesitan para que el humor pueda
construirse de cara a la colectividad, fallen, el espectador al que no le gustaban los
chistes pero sintió curiosidad después de aquella divertidísima y anómala función,
volverá a ratificar que, efectivamente, no le gustan los chistes.

Fue la experiencia grupal, el contagio ante el ambiente. La


despersonalización en pos del grupo, obrándose el milagro del cambio de gustos;
del espejismo.

Por eso el cómico, el humorista ante el público, debe cuidar cada detalle
del contexto para que todos favorezcan a la perfecta comunicación del humor, o
el riesgo al fracaso es, porcentualmente, mayor que en circunstancias óptimas.

***

En actué en una sala en Valencia, inexistente en la actualidad, tras ser


contratado a través de un amigo que teníamos en común, la sala y yo.

El dueño del local me comentó por la tarde del día de la actuación, el tipo
de público que, según parecía, era un local bastante concurrido y para mí la cosa,
acostumbrado al poco público, pintaba bastante bien.

Efectivamente, al regresar de la cena y entrar en el local, comprobé que


estaba lleno. Me cambié y salí a escena, dispuesto a arrasar con todo y con todos.

Por aquel entonces yo presentaba una rutina de cincuenta minutos que


había escrito en torno a la temática del sexo.
Sexo, esa palabra que tiene solo una equis, pero muchas incógnitas…

Cuando se escribe un espectáculo de humor, el

énfasis que se pone en el principio es primordial para captar la atención del


espectador. En aquella ocasión, tres momentos altamente cómicos aparecían,
estratégicamente situados, a lo largo de los primeros siete minutos.

Tres bombas infalibles, testadas a lo largo de una decena de actuaciones.


Nunca habían fallado… ¡Hasta esa noche!

Lo que hasta ese día habían sido risas, sorpresivamente para mí, se tornaron
silencio -‐con toses incómodas de fondo-‐.

En vistas a la dureza del momento -‐y de que todavía me quedaban


aproximadamente cuarenta duros y desoladores minutos de actuación-‐, decidí
jugármelo todo a la carta más difícil: cambiar el orden: saltar a la canción final,
adaptación del my way de Sinatra, pero contando cómo tenía que ligarme a una
solterona rica para no tener que trabajar en mi vida…

Después, con el subidón como respaldo, ya me preocuparía por intentar


mantener el interés.

Al finalizar la canción, en un alarde de energía, me arrodillé de súbito.

El impacto surtió efecto al parecer, ya que al incorporarme, un señor gordo


que estaba sentado en primera fila comenzó a reírse con una risa gruesa,
profunda, como una locomotora de vapor grave y borracha.

Poco a poco, la risa se fue extendiendo. Repetí el gesto y el momento se


transformó en álgido.

A partir de ese punto, comencé a sentirme bien, a crecerme. Incluso me sentí


tan cómodo entre las creciente risotadas, que improvisé un par de tonterías
involucrando a las camareras. ¡Me sentía el rey del mundo!
Terminé mi rutina con creciente ánimo del público y entre una sonora
ovación, con parte de los festivos espectadores puestos en pie.

Tras cambiarme abandoné el camerino/almacén y, satisfecho, acudí a la


pequeña oficina del dueño, que me pagó, dándome efusivamente las gracias por
haber estado allí.

–¿Qué te ha parecido? -‐le pregunté convencido-‐.

–¡Fantástico! -‐respondió entusiasmado-‐.

–¿Cuál ha sido el momento que más te ha gustado?

–Cuando te arrodillas después de cantar y se te baja la bragueta. ¡Me moría


de la risa!

Debí poner cara de póquer, a lo que él respondió con una carcajada,


agachando la mirada y secándose los ojos, llorosos, mientras me decía:

–¡Macho, es que me parto contigo!

Comprobé que, efectivamente, la bragueta de mi pantalón estaba rota.

Al arrodillarme con tanto ímpetu, se había abierto. Al repetirlo, se destrozó


por completo, dejando al descubierto el horrible calzoncillo color fucsia
descolorido, que era el único que quedaba limpio aquella tarde, cuando me
cambié para salir de casa.

¡Ahora comprendía por qué comenzó a reírse el gordo de la primera fila!


Intenté disimular, como si estuviese todo previsto.

–¡El público fantástico! –dije, tratando de que resaltase al menos algún otro
mérito, más allá del accidental ridículo.
–¿El público? ¡De puta madre! Me llenan el local de golpe y se beben dos
camiones de cerveza… ¡Estos belgas son la hostia!

–¿Belgas? -‐pregunté extrañado-‐.

–Belgas, sí; un autobús entero. Cada semana me traen un autocar entero de


turistas que han venido a visitar Valencia. ¡De puta madre! ¿no? -‐dijo riendo-‐.

–Belgas, ¿Belgas? -‐pregunté todavía con una mínima esperanza-‐.

–Belgas… ¡Belgas! -‐asintió, mirándome como quien mira un transistor-‐.

Y esta es la historia de uno de los mayores triunfos que jamás he cosechado:


nadie en aquel público entendía ¡ni media palabra de castellano! Me gustaría
saber qué cojones les debí parecer, qué entenderían, qué les parecería mi
actuación…

Al parecer se bebieron lo que no está escrito y el accidente con la cremallera


-‐y mi posterior ridículo, del que no me di cuenta-‐, encendió la mecha de la
hilaridad.

A partir de ahí, las ganas de divertirse a costa de lo que fuese hicieron el


resto. ¡Y pensar que me sentí el rey del mundo porque estaba consiguiendo en
escena lo que pretendía ante la pantalla del ordenador, mientras escribía.

Supongo que esa fue la noche que, de manera accidental, más cerca estuve
de ser lo que históricamente ha sido la figura del bufón: alguien, con suerte
dispar, de quién reírse mientras engordas y te emborrachas.

***

Cerrando el círculo
Nacemos buscando amor y, si llegamos al final de nuestro ciclo vital
teniendo la oportunidad de consumir nuestra vejez, morimos buscando,

¡exactamente lo mismo!

Los niños y los ancianos buscan siempre cariño.

Necesitan esa energía porque no tienen por sí mismos plena seguridad en


sus actos: unos porque están en período de formación, los otros porque ya han
consumido sus capacidades físicas, mentales -‐o incluso ambas-‐.

Por decirlo de un modo gráfico: nacemos, crecemos, decrecemos y


desaparecemos. Somos niños al principio y regresamos a la niñez cuando nos
damos cuenta de que ya está todo el pescao vendido, the show is over, vayan dejando las
gafas del tres-dé en la salida, ¡a dormir que solo quedan putones o puteros en la pista de
baile!…

Es Paradójico pensar que, cuando seamos ancianos, nos estaremos riendo


de cosas muy parecidas a las que nos reíamos cuando éramos niños.

En cierto modo, y por regla general, durante el tramo central de nuestras


vidas sufrimos una especie de

“amnesia” que nos oculta una parte importante del humor. La


responsabilidad del día a día ejerce una presión verdaderamente asfixiante.

Si no autogestionas tu capacidad para tomarte la vida con el mejor sentido


del humor posible, puede, digamos

“anestesiar” tus capacidades empáticas.

***

Nacemos, crecemos, reímos, aprendemos de qué nos reímos (entonces,


nos reímos menos de estas cosas, acortando la gama de estímulos que nos
hacen reír), seguimos evolucionando hasta que nos olvidamos de porqué nos
reíamos al principio (y por ello, volvemos a ampliar la gama de estímulos que
nos hacen reír), entonces volvemos a reírnos más y ya, después, morimos.
***

Digamos que cerramos el círculo de modo natural.

Si pierdes la necesidad de auto exigirte menor rigidez y mayor apertura


ante las oportunidades para disfrutar de cualquier estímulo que te permita
generar buena energía, ¡te aletargarás! Además, te convertirás en uno más, perdido
en medio de este inmenso lodazal llamado “edad adulta”.

***

¿Y ahora qué?
Ahora que tienes, más o menos, claro el por qué del humor durante nuestro
tránsito vital te sugiero ¿y si haces algo al respecto? ¿Y si abres las miras?

¿Quieres?

Sé que el primer impulso es pensar: “si fuera tan fácil, no habría pesimistas
y todo el mundo sería radiante”. Bien, de acuerdo: tienes razón. Pero, en primer
lugar, estás leyendo este libro, -‐igual eso quiere decir algo… No has escogido
Cómo convertirse en un buen samaritano…, o Cómo convertirse en estrella del porno…
¡Así que igual va a ser que esto significa algo! Te interesa el humor. Vale que no es
fácil, pero no vas a perder nada. A mí siempre me han enseñado que si no tienes
nada que perder y sólo puedes ganar, ¡eres mu tonto si no lo intentas!

¿Por dónde empezar? Pues por lo que más a mano tengas, es decir, ¡tú! Hay
una frase popular que me encanta para ilustrar este aspecto:

“Bienaventurados los que se ríen de ellos mismos, porque nunca les van
a faltar, razones para reír”.

De todos modos, para acotar más el foco de interés, ahora que ya tenemos
definidos los principales elementos que confluyen en la construcción del sentido
del humor primigenio, es momento de exponer -‐de una vez por todas-‐, cómo
aplicarlo para vivir de un modo optimista.
***

EL NÁUFRAGO

Imagina: un náufrago en una minúscula isla desierta, perdido en medio del


pacífico. Está solo, desesperado, aburrido… y, de repente, por si le faltase algo, va
y ¡se le ocurre el chiste más divertido de la historia!

Macho, ¡ahora sí estás jodido! Eres como un trabajador autónomo: ¡te caen
guantazos por todos lados!

El chiste más divertido de la historia, no tendría ninguna razón de ser si no


puedes contárselo a nadie.

Incluso ni te produciría la risa, porque la frustración por no poder explicarlo


sería tal, que te generaría un nivel extremo de ansiedad.

Llegaría a hundirte a ti, pobre náufrago, en una profunda depresión, -‐que


en esta tesitura tan delicada supondría una muerte segura-‐.

Bien, imagina por un instante que eres ese náufrago -pero, solo como un
pensamiento mientras cierras los ojos-.
Porque al abrirlos, estás ante el doctor, que acaba de comunicarte que el
tumor que te han diagnosticado es maligno…

Tienes cáncer… ¡y vas a tener que luchar! (…) ¿Lo tienes?

Vuelve a cerrar los ojos y regresa a tu pequeña isla.

Se hunde el barco, te salvas, pero te quedas solo; olvidado. Y, por si faltase


algo, se te acaba de ocurrir el chiste más divertido de la historia.

Estás muy jodido, ¡pero muchísimo! De repente, una caja con restos del
naufragio aparece entre las olas, que la empujan hasta dejarla varada en la arena:
no es muy grande.

La abres, y en el interior encuentras una botella de vino, un pedazo de papel


y un lápiz. No encuentras nada más.

¿Qué piensas hacer?

Vale, lo único que tenemos todos claro, es que -‐de primeras-‐ nos cascamos
la botella de vino sin pensárnoslo… ¡y que nos quiten lo bailao! (…) Luego,
después de la cogorza y su pertinente resaca, tenemos: una botella vacía, un
pedazo de papel y el lápiz.

Algunas personas se limitarían a escribir en el papel:

¡SOCORRO!

Pero, hay otras que, aún estando en esa tragedia, no dejarían pasar la
oportunidad que les brinda la suerte: por un lado del papel escribirían el mensaje
de socorro también, por supuesto…

Pero después, le darían la vuelta al papel y escribirían ¡el chiste más


divertido de la historia!

¿Por qué? Pues porque así lo sienten.


***

¿Qué ventajas tendrían sobre los que solo escribieron socorro? Pues
muchas… ¡infinitas!

Tantas como personas riéndose al leerlo caben en la imaginación del


náufrago.

En realidad, las posibilidades de uno y de otro modelo en cuanto a


sobrevivir son las mismas: ambos dependen de un golpe de suerte; de que un
barco navegue cerca y les divise.

En cambio, las probabilidades de que alguien encuentre la botella -‐y a


consecuencia de este hecho-‐ ser rescatado, son… remotas.

Al fin y al cabo, un mensaje en una botella flotando por el océano, no sirve


de mucho, si no eres capaz de poner el número y la dirección exacta de la isla en
cuestión, para que vayan a rescatarte… ¡como si del repartidor de pizzas se
tratase!

Así que, mientras esperan a ver qué tal se porta la fortuna con ambos, es
donde apreciamos la gran diferencia entre una y otra actitud: el primero tan solo
aspira desesperadamente a que alguien le rescate.

Y consume su tiempo -‐tal vez el último que le queda-‐ pensando en que


cada día que pasa allí atrapado es porque no le han encontrado.
Mientras que el segundo, además de pensar esto, también ocupa tiempo
de un modo muy distinto: aspira a que todo aquel que consiga leer su genial
ocurrencia, se descojone vivo. ¡Se los imagina siendo felices por un instante,
gracias a él! Desconectando de sus problemas, generando betacaroteno,
endorfinas, aspirando más aire…

¡Rejuveneciendo! ¡Siendo capaces de sonreír! -en vez de regañar al que


les quita apresuradamente el papel, con ansias por querer leerlo también-.

***

***

Por ello, el náufrago, a pesar de todo, siente una cierta paz en su interior.

Y hasta el final, conserva las ganas de vivir; porque sabe que -pase lo que
pase; sobreviva o no- en cierta manera, permanecerá por siempre vivo en esas
letras y en cada sonrisa que generen.

***

Para ir acabando

Todos naufragamos muchas veces a lo largo de nuestra vida. Nos sentimos


abandonados por la suerte, desamparados; necesitamos que alguien nos rescate y
por ello pedimos ayuda: ¡SOS!

Lo complejo es, estando en la isla, en un bote improvisado o en el barco que


nos acaba de rescatar, intentar mantenernos en el término medio.

No caer en el pesimismo cuando va todo mal, ni abandonarnos a la euforia


cuando estamos ¡de categoría! -‐cuando nos sentimos fenomenalmente-‐.

Ambos extremos son un caldo de alimento fantástico para la depresión y


son, paradójicamente igual de nefastos para nuestro equilibrio emocional.

Relativizar es un recurso maravilloso para afrontar el día a día, no en el


sentido de restarle más importancia de la que tienen realmente los hechos, sino en
la capacidad de desbloquearse ante los problemas y buscar el carácter idóneo para
superarlos.

Para poder pensar de este modo, es recomendable hacerlo desde la óptica


del humor, principalmente por una razón: el humor necesita nutrirse de la
inteligencia en perfecto estado de forma.

Con las ideas atrofiadas, es decir, sin pensar mucho, podemos repetir un
chiste o encontrarnos por accidente en medio de un acto gracioso. Pero será, eso:
simplemente un accidente…

¿No crees que es mejor que “parezca” un accidente?

***
Y bueno, ¿qué quieres que te diga más? Si apenas te conozco -‐pues, no es
por nada, pero por muy amigos que seamos, no me has dicho nada en todo este
rato que llevamos juntos; si acaso, un mísero e-‐ mail insultándome, ¡y a lo mejor ni
siquiera eso!-‐.

De ti solo sé que, de vez en cuando, lees. Y no sé si me estaré explicando


correctamente; (de veras que lo intento, porque la temática me apasiona).

Eso sí, si piensas que estoy contándote todas estas cosas únicamente para
sentirme mejor, ayudando a que veas lo que tú no eres capaz de ver, pero yo si, te
equivocas.

Te repito que no pretendo dar lecciones de nada: me dedico a observar y


tratar de redactar lo observado

¡nada más!

El hecho de que estés mejor o peor es algo que me puede llegar a


congratular -‐cualquiera de las dos opciones, dependiendo de cómo seas en
referencia a mí y a la humanidad en general-‐, pero no va a hacerme perder el
sueño. No eres tan importante para mí.

Nadie lo es; de hecho, muchos días tengo serias dudas acerca de si yo


mismo, para mí mismo, lo soy o no.

Después llego a la conclusión de que si lo fuese, me preocuparía más por


estudiar cosas decentes, con más salida. Me dedicaría a estudiar para notario,
registrador de la propiedad, inspector de hacienda, no a pasarme el tiempo
escribiendo ideas que no se sabe muy bien a dónde me van a llevar.
No me levantaré por las mañanas de un brinco y con más ganas de
comerme el mundo por el simple hecho de que te guste lo que has leído; o de que
te sirva personalmente para algo.

Sí, será un piropo fantástico que aceptaré con gusto, pero no te hagas
ilusiones, porque lo único que me importa es vivir lo más confortable posible.

Y si esto no te gusta, pues qué quieres que te diga, no vuelvas a leerlo;


cómprate otro tipo de libros. Asume tu responsabilidad como lector irresponsable;
olvida mi nombre, mi cara, mi casa, ¡y pega la vuelta!

Saca tus propias conclusiones y haz luego lo que te nazca, lo que sientas de
verdad. No hablamos de que vaya a percibir un porcentaje por cada persona que,
después de leer este libro, dedique más oportunidades en su vida al pensamiento
humorista, a través del desarrollo del sentido del humor.

¡Si así fuese, no iba yo a venderos la moto ni nada!

Por cada lector converso, un tanto por ciento ganancial… ¡no me lo pensaba
nada de nada! ¡puerta por puerta iba yo, ya mismo!

–Buenos días señora, ¿tiene un momentito para escuchar la palabra del


humor?

–¡Pero qué pesaos sois los testículos de Jehová!

¡Pues sí! Incluso fundaría mi propia secta humorístico-‐erótico-‐religiosa: El


“Grijander Dei” (con sede social en las Islas Caimán, para expoliar el máximo de
bienes posible a los incautos que cayesen en mis garras). ¡De algo tiene que
servirme todo lo que estoy aprendiendo a base de tertulias televisivas y
telenoticias post-‐burbuja inmobiliaria española!

Me dedicaría a comerle el tarro a los sectarios para que acudiesen, ellas en


pelotas y ellos con burka de lana color verde pistacho, con antenitas en la cabeza
y una ventanita que mostrase solo las nalgas, es decir, ¡con el culo al aire! -‐mis
gustos así lo dictan y el líder es el líder-‐.

En las homilías, pondríamos una pantalla gigante detrás del altar/escenario


para escuchar la palabra de Karlos Arguiñano que, muy probablemente, al
enterarse de la movida se uniría a la secta en calidad de oyente y nos visitaría cada
mes para legarnos sus conocimientos en materia de chistes y transmitirnos su
increíble poder: solo él es capaz de contar esas cosas a esas horas en la televisión
abierta.

El retablo principal tendría un gran meme a varios colores de Chiquito de la


Calzada y la fiesta mayor sería cada lunes, de siete treinta y dos a nueve y catorce
de la tarde-‐noche, cuando esperaríamos incesantemente (debajo de una inmensa
carrasca centenaria iluminada con leds de colores), la aparición de la virgen en
forma de la señora aquella con voz de Marge Simpson que estafó a tantas
personas con el lío de la secta del Escorial.

En la espera, rezaríamos chistes de Eugenio, fumando cosas que provocan


mucha risa sin aparente sentido y bebiendo gin-‐tonics con rodaja de limón en la
comisura de la copa.

Si algún día, por pura casualidad milenaria, apareciese el susodicho


espectro regresado directamente del más allá (el lugar, no la revista), la
invitaríamos a que nos leyese por el micrófono el horóscopo del periódico después
de aspirar helio, con voz de pitufo makinero, claro.

La risa generada sería tal que nos haría rodar por la hierba del suelo,
terminando todo con una multitudinaria orgía, en la que moriríamos todos a
causa del tremendo esfuerzo, en medio de una espiral de terrorífico placer…

Solo así conseguiría sentirme plenamente realizado.


***

Habías dicho que ibas acabando… ¡pesado!

Ya vooy… ¡Qué poca paciencia, de verdad! Cuando te va lento el wifi es


mucho más pesado que esto y no te quejas tanto. Por un rato más que leas
tampoco pasa nada ¡eh!

La vida toda es un chiste. Nacer, morir… ¡menuda broma!

Miguel Gila

Tal vez este pensamiento resuma la desfachatez con la que puedes afrontar
tu vida y su desconcertante dicotomía (del fracaso a lo sublime y viceversa). O tal
vez no, ¡eso depende de ti!

Yo tan solo te digo: ¡qué manera más inteligente de vivir, si siempre intentas
buscarle el mejor sentido del humor!

Pero ojo, ahora si lo aceptas no me vayas por los sitios descojonándote de la


primera mosca que pase… ¡a ver si vas a parecer un lerdo que ha fumado
marihuana dentro de una sauna!

O peor, ¡a ver si vas a parecer un guasón malasombra, de esos a los que no


les soporta ni su santa madre!

No, por favor ¡o en caso de que me llames no te cogeré el teléfono, eh!

Intenta sacar a relucir tu buen fondo siempre que sea posible, si lo tienes;
sino, o intentas cambiar, o al menos sé una persona honesta y no intentes vender
algo que en realidad no eres.
No hace falta que todo el mundo sea gracioso, pero sí honesto y auténtico.
¡Sería cojonudo! Todo funcionaría mucho mejor. Eso sí, es una utopía dentro de
otra utopía, es decir: una duotopía.

Cuando te enfades, no hagas caso a los cursis que te dicen que sonrías para
paliarlo: saca la mala leche que tengas acumulada y una vez descargada la ira, no
empieces a lamentarte poniendo malas caras: ya está. Pasa página.

No les hagas caso a los del sonríele a la vida. A veces hay que mandar al
mundo entero a tomar por saco un rato y después, más relajados, intentar
comprender qué carajo nos ha ocurrido y cómo podemos enderezarlo.

No nos convirtamos en maniquíes del mal gusto andante, de las fotos de


revista de papel couché -‐pero en las páginas esas centrales en sepia, las del quiero y
no puedo; las de los que quieren aparentar ser más ricos y menos imbéciles de lo
que realmente son-‐. De las recepciones del ni me importa ni me quiere importar…
De lo postizo.

La vida por sí misma ya es demasiado cruel y auténtica, como para que


encima nos convirtamos en títeres de lo políticamente correcto.

Hacen falta muchas vidas que se rían de todo y de todos, sin faltar
mucho al respeto a nadie…

…a poder ser.
Relativiza, busca el lado positivo –si lo hay-‐ y si no, pues acuérdate un
poco de los grupos sociales que, como no tienen nada -‐y además les llueven
desgracias por todas las goteras-‐, sobreviven sonriéndole a la vida.

Y lo hacen porque si no, ¡se mueren! Parece un tópico: eso de “los negritos
que, a pesar de todo, siempre están contentos”.

Esto lo has oído tú en tu casa y yo en la mía; vamos, que en todas las casas
se oyen cosas así.

Incluso en las casas de estas propias personas, estoy convencido de que se


escucha esto mismo:

–A pesar de todo, estamos vivos, ¿no tenemos ya suficiente amargura para


tantas cosas? Aquí, dentro de nuestras mentes, no nos amargarán. ¡No estemos
paralizados en la estupidez como tantos y tantos que tienen de todo y no
aprovechan ni valoran nada! ¡Vivamos, copón!

***

No digo que tengas que tomarte al pie de la letra el ejemplo del que si no se
consuela uno es porque no quiere, ya que en esa tesitura es lo último que le queda.

Y doy por supuesto que, si esta misma gente tuviese la fortuna, o más bien,
la justicia, -‐ojalá algún día se consiga-‐ de poder vivir sin penurias, cambiarían
ahora mismo, sin pensárselo ni un segundo, toda su alegría por nuestras
comodidades…
Y si me dices que no, o no sabes lo que estás diciendo, o es que también
(como yo), has vivido siempre de puta madre.

***

***

El actor/humorista Pepe Rubianes, cansado de la displicencia que nos


contagia en pleno a la sociedad del bienestar, se enamoró de Etiopía en sus
múltiples viajes/escapadas-huidas a

Addis Abeba.

Después nos contó a sus espectadores, por activa y por pasiva, cuánto le
fascinaba la alegría de estas personas; su inconsciente optimismo, a pesar de vivir
con un poco menos de lo justo y necesario. Lo mucho que nos enseñan si estamos
dispuestos a escucharles.

El último espectáculo teatral del Rubianes, titulado

“La sonrisa Etíope” fue un hilarante -‐y a la vez hermoso-‐ canto a esta
manera de sonreírle a la vida.
Busca el Dvd, busca el espectáculo en la red, míralo.

Que no quede ese regusto tan gris y facha que algunos quisieron
anteponer a la personalidad de un ser libre que supo encontrar en la sonrisa de
las personas, el motor para entender su propia existencia.

***
***

¿Sabes? Me estoy leyendo y creo que esto del humor y la vida cotidiana es
demasiado complejo para explicarlo aquí; esto, o se comprende, o no se
comprende, no hay término medio. Se es así o no se es así, ¡y punto! No, porque si
intento explicarlo, parezco un buen samaritano cuando en realidad lo

único que me preocupa es vivir mi vida lo mejor posible y que los que me
rodean también lo hagan, -‐ al menos cuando estamos juntos y así no me jodan a
mí-‐. Y no pienso seguir con este asunto, ¡ya tienes bastante!

***
El humor es un asunto muy serio

La gente no se toma el humor en serio y eso que nos ayuda a vivir de un


modo mucho más digno, ¡que no es ninguna tontería! Pero no: “cuando hay que
ponerse serio, ¡hay que ponerse serio, y no se te ocurra hacer, ¡ni media broma!”

En general, somos unos verdaderos analfabetos del humor en el trabajo;


somos unos pésimos humoristas en las relaciones sociales. Solemos ser unos
negados en el humor durante el sexo… ¡con lo que ayuda!

¡Tú sabes lo que se disimula con el humor cuando la cosa no funciona como
esperabais! No tiene absolutamente nada que ver el: chica, no sé lo que ha podido
pasarme, ¡pero te juro que es la primera vez que me pasa!… con el: se me han debido
recalentar los plomos y mira por donde, ¡ha saltado el diferencial!

***

El humor cabe en cualquier situación, siempre que no se fuerce la entrada -‐o


la salida-‐. Hay que cultivar la mente, abrirse a la sonrisa, a la desdramatización
cuando sea factible.

Hay que trabajar riéndose de todo y de todos, a poder ser sin faltarle al
respeto a nadie, ni siquiera a uno mismo (…) Y hay que ponerse serio cuando
realmente sea necesario, ¡estoy absolutamente convencido!

Pero que el medium para aglomerar, para conglomerar y fraguar las


relaciones sociales sea, a poder ser, el humor. Es la respuesta (y la apuesta) más
inteligente que nunca ha tenido el ser humano hasta que desarrolló su inteligencia
-‐o lo que quiera que hayan desarrollado muchos-‐.

Hay que tomarse la vida con más humor, y el humor más en serio.

No reitero las supuestas virtudes para nuestra salud mental que nos aporta
porque no quiero parecer un vendedor de humo, sino que apuesto toda mi entera
credibilidad a la carta del humor. También es cierto que, como mi credibilidad es
tan baja, si pierdo me quedo igual pero bien es verdad que me lo he pasado

¡de categoría!

–¡Seamos serios! Estamos en una situación de compromiso y no está bien que


hagas, ¡ni media broma!

Pues perdona, porque con media broma, ¡con tan solo media!, podemos
sonreír y suavizar el asunto. O reír, liberar tensión y así afrontarlo de un modo
más activo, menos agarrotado.

Podemos hacer que nuestro interlocutor se relaje y acceda a hablar sin


problemas; podemos generar empatía en las situaciones más impersonales;

¡podemos vivir más apasionadamente!

***

Esto es la teoría. Interiorizarla para ser capaz de acometer este reto de un


modo fluido, con naturalidad, es muy difícil.

Pero si yo soy capaz de conseguirlo, estoy convencido de que muchísimas


personas que ni se lo han planteado -‐porque no han tenido tiempo o inquietudes
para hacerlo-‐ están perfectamente capacitadas para llevarlo a cabo.

No es necesario tener una gran vis cómica para hacer reír ocasionalmente a
la gente.
Es tan difícil, tan enrevesado hacer reír que, por accidente, cualquiera puede
conseguirlo. De modo concienzudamente determinado es difícil… cuesta
muchísimo.

Pero no estamos hablando tan solo de provocar la risa: ya hemos visto que
el humor llega muchísimo más allá de las carcajadas.

Utiliza el humor, piensa, observa el mundo a través de su lente.

Imagina un mundo repleto de sketches, gags, parodias, contrasentidos…


¡Bingo! ¡Así es el mundo en que vivimos!

Tampoco es tan difícil observar a nuestro alrededor para que todo el


absurdo del que formamos parte, se nos haga visible. No es tan difícil.

¿Recuerdas aquellos estúpidos cuadros que se pusieron de moda a


principios de los noventa -‐que eran, supuestamente en D-‐, repletos de colores y
formas muy raras que si te concentrabas en un punto concreto elegido al azar y
desenfocabas la vista, decían que verías una nave espacial? ¡Aquello sí era difícil
de ver!

En un bar de mi pueblo habían dos adornando las paredes. Pues muchas


personas pasaban horas sentados delante de los cuadros para ver las puñeteras
naves espaciales!

Yo me sentaba a mirarlos a ellos y me descojonaba vivo.

Al final, en su impotencia por no ver nada más que colorines y formas raras,
estafados, asumiendo el ridículo, todos terminaban riendo, ¡a ver qué remedio;
mejor reírse que asumir plenamente la estupidez propia!

Pero yo sí había visto lo que pretendía observar. Estaba en D, delante de


mis narices, como casi todo el tiempo: era la propia vida, trágica en su expresión
más honda; comedia en su extensión más auténtica.
***

Si eres capaz, ¡haz sonreír a la gente!…

¡Hazles reír!

No es necesario esperar a que se te ocurra el chiste más divertido de la historia.


¿Y qué pasa si piensas que, tal vez, no dependa tanto del chiste, sino del que lo
cuenta y de cómo lo cuenta?

Pues acertarás. No depende tanto del sentido de lo que se dice, como de la


actitud y energía de quién lo dice y el momento exacto en que lo hace público,
aprovechando la oportunidad que aparece por sorpresa. No importa tanto el qué,
si el cómo es acertado.

Y, sobretodo, no depende de las oportunidades perdidas, sino de las que


todavía están por presentarse en cada momento de los días. De cómo se pueden
relativizar los problemas, afrontarlos digna y responsablemente y remarcar en
positivo los momentos cotidianos neutros, si se les aplica el sentido del humor.

***
Mi abuelo Manolo consiguió que el cirujano que le había recién extirpado
un tumor cancerígeno obstructor del colon, se descojonase vivo.

–¡Tienes buena cara, Manolo!

–¡Claro doctor! Es que tengo muy buen sentido del tumor.

(Solo cambia una letra, ¡una solo! Pero esa simple acción, lleva implícita
toda una filosofía de vida).

Epílogo

No me voy a despedir deseándote que seas muy feliz.

¡Eso es como si te deseo que te toque la lotería!

¡Claro que me encantaría! (…)¡Pero a ti y a mí! ¡A todos menos a los


imbéciles y pelotas! (…)

¡Fletábamos un avión enseguida para Suiza! ¿eh?

¡Entonces sí que nos íbamos a reír!

No te deseo ninguna obviedad que no dependa exclusivamente de ti ni de


mi, solo por quedar bien.

Prefiero desearte que te sientas feliz mucho tiempo.

Y si no feliz del todo, al menos que tus problemas no te parezcan una


especie de conspiración en tu contra por parte del universo en pleno. Que no vivas
amargado y amargando.

Todo el mundo tenemos problemas: es lo que llamamos vida. No te quejes


tanto y busca soluciones… ¡Vive! Mientras lo haces, siéntete afortunado: ¡sigues
aquí un día más, copón!

***
Hazlo y verás cómo se refleja en las personas que te rodean.

Somos lo que damos: la energía que irradiamos, nos vuelve en forma de


personas que irradian la suya de un modo similar al nuestro.

Por eso los graciosos se juntan entre ellos y se divierten; los serios se juntan
entre ellos y charlan mientras se toman un café y los amargados se juntan entre
ellos, y se dedican a criticar a los graciosos y a los serios.

Si consigues que tus semejantes se sientan cómodos; si te ilusionas y les


ilusionas, el camino de la vida se suaviza y todo se convierte en algo, un poco
menos complicado.

Pruébalo si quieres y ya me dirás.

***
***Apéndice

Siento un dolor en el costado. Primero, leve; poco a poco se torna intenso,


como una tormenta contenida en mi interior. Apenas puedo concentrarme. Un
sudor frío resbala por mi frente, mientras cada respiración supone un agudo
pinchazo en lo más profundo de mi ser. Acierto a marcar el número de
emergencias en mi móvil y una voz de mujer, estridente, me atiende cortésmente.

–¿Siente un dolor intenso en dónde? -‐dice-‐.

–En el costado.

–¿En qué costado?

–Derecho.

–A ver, me está usted confundiendo: ¿Está usted derecho o acostado?

–¡Derecho!

–¿Y le duele el costado?

–Sí, derecho…

–Le he oído perfectamente caballero, está usted derecho.

–¡Que me duele el costado derecho!

–¿Pero acostado también le duele?

–¡Si!

–Ya veo, ya veo… -‐se oye un sonido de tecleo frenético-‐ Vamos a ver:
¿costado derecho para usted o derecho para mí?

–¿Cómo?
–Que si es el derecho para usted o para mí. Visualice: estamos frente a
frente, ¿vale? ¿Es su costado derecho o mi costado derecho?

–El mío.

–Ya sé que es el suyo, ¡es usted quien está llamando!

–¡Mi costado derecho!

–No hace falta que grite, le oigo perfectamente.

Vuelve a escucharse el teclear frenético en el ordenador.

***

–¡Perfecto! -‐dice ahora-‐. ¿Está usted cerca del router?

–¿Cómo dice?

–¡¿Que si está cerca del router?!

–¡¿Pero eso qué tendrá que ver?!

–A ver caballero, aquí ¿quién es el profesional, usted o yo?

–Usted –digo resignado-‐. Sí, estoy cerca del router.

–Muy bien. Compruebe que las tres luces están parpadeando


correctamente.

–Parpadean correctamente.

–¡Entonces no es problema de la conexión!


–¡¿Pero de qué conexión me habla?!

–De todos modos, ¿ha probado a reiniciarlo?

–¡Que me duele mucho el costado derecho mío! ¡De mi cuerpo! ¡Nada de


ordenadores! ¡Nada de

Interneeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeet!

–¿Puede hacerme el favor de reiniciar el router por favor caballero?

–¡Está bien, joder! –reinico el router-‐.

***

–¿Vuelven a funcionar las luces correctamente?

–Espere, que está encendiéndose… ¡Ya está!

¡Funcionan correctamente!

–Perfecto caballero. No se retire, por favor.

Suena una musiquita enlatada, la Chica de Ipanema en versión


instrumental. ¡Ya no se si estoy llamando a urgencias o al interior de un ascensor!.

***

(Unos interminables minutos después)

–Vamos a ver caballero, ¿los datos asociados al número desde el que llama
son correctos? ¿Es ése su domicilio actual?

–Sí.
–Bien, pues le mandamos un técnico para que compruebe la avería.

–¡Oiga que yo no estoy en mi casa!

–Por favor no cuelgue, le paso con una encuesta para valorar la atención
recibida.

–¡Oiga que necesito una ambulaciaaa! -‐digo mientras lloro, ridículamente-‐.

Y la tía, va, ¡y me pone la encuesta!

(…)

¡Lógicamente, le di la puntuación más baja!

***
***
Este libro se ha editado gracias a la inestimable ayuda de

Sara Molés y de

Carlos P. Llop y Diana Redondo, que me han ayudado con sus pertinentes
sugerencias y correcciones.

***
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