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Literatura y Violencia en La Linea de Fu PDF
Literatura y Violencia en La Linea de Fu PDF
III
Violencia y política
Laureano Gómez
1950-1953 82.472 42,72 % 11
C o n se r v a d o r
Aproximaciones
Obras de referencia
1949
Lara Santos, Alberto. Los olvidados. Bogotá: Santafé.
1951
1. Gómez Corena, Pedro. El 9 de abril. Bogotá: Iqueima.
2. Rueda Arciniegas, Pablo. Ciudad enloquecida. Bucaramanga:
Imprenta Departamental.
3. Echeverri Mejía, Arturo. Esteban Gamborena. Medellín: Uni-
versidad de Antioquia, 1996.
1952
1. Zalamea Borda, Jorge. El gran Burundún-Burundá ha muerto.
Buenos Aires: López.
2. Osorio Lizarazo, José. El día del odio. Buenos Aires: López
Negri.
3. Caballero Calderón, Eduardo. El Cristo de espaldas. Buenos
Aires: Losada.
1953
1. Almova, Domingo. Sangre. Cartagena: Bolívar.
2. Hilarión, Alfonso. Balas de la ley. Bogotá: Santafé.
3. Panezo, Miguel. El molino de Dios. Tuluá.
4. Velásquez, Rogerio. Las memorias del odio. Bogotá: Iqueima.
5. Caicedo, Daniel. Viento seco. Bogotá: s.e.
6. Gómez Dávila, Ignacio. Viernes 9. México: Impresiones Mo-
dernas.
1954
1. Laguado, Arturo. Danza para ratas. Bogotá: Antares.
2. Herrera, Ernesto León. Lo que el cielo no perdona. Bogotá: Argra.
3. Esguerra Flórez, Carlos. Los cuervos tienen hambre. Bogotá:
Mattos Litografía.
4. Muñoz Jiménez, Fernán. Horizontes cerrados. Manizales:
Arbeláez.
5. Ojeda, Aristídes. El exilado. Bogotá: Argra.
6. Ortiz Márquez, Julio. Tierra sin Dios. México: Edimex.
7. Ponce de León, Fernando. Tierra asolada. Bogotá: Iqueima.
8. Santa, Eduardo. Sin tierra para morir. Bogotá: Iqueima.
9. Vásquez Santos, Jorge. Guerrilleros, buenos días. Bogotá: Argra.
10. Velásquez Valencia, Galo. Pogrom. Bogotá: Iqueima.
11. Zacuén, Rubio. Raza de Caín. Medellín: Pérez y Estilo.
12. Caballero Calderón, Eduardo. Siervo sin tierra. Madrid: Al-
cázar.
1955
1. García Márquez, Gabriel. La hojarasca. Bogotá: S.L.B.
2. Jerez, Hipólito. Monjas y bandoleros. Bogotá: Paz.
3. Pareja, Carlos. El monstruo. Buenos Aires: Nuestra América.
4. Vélez, Federico. A la orilla de la sangre. Madrid: Coculsa.
5. Manrique, Ramón. Los días de terror. Bogotá: A.B.C.
1956
1. Esguerra Flórez, Carlos. De cara a la vida. Bogotá: Iqueima.
2. Ferreira, Ernesto León. Cristianismo sin alma. Bogotá: A.B.C.
1957
1. Castaño, Alberto. El monstruo. Bogotá: El Nuevo Mundo.
2. Esguerra Flórez, Carlos. Tierra verde. Bogotá: Iqueima.
1958
1. Garcia Márquez, Gabriel. El coronel no tiene quien le escriba
Bogotá: Revista Mito, No. 19.
2. Gómez V., Francisco. Cadenas de violencia. Cali: Pacífico.
3. González P., Francisco. Bienaventurados los rebeldes. Bogotá:
Bibliográfica Colombiana.
1959
1. Eguza, Tirso de. Caos y tiranía. Medellín: Granamérica.
2. Jaramillo, Euclides. Un campesino sin regreso. Medellín: Bedout.
3. Franco Isaza, Eduardo. Las guerrillas del Llano. Bogotá: Libre-
ría Mundial.
1960
1. Bayer, Tulio. Carretera al mar. Bogotá: Iqueima.
2. Cartagena, Donaro. Una semana de miedo. Bogotá: El Liber-
tador.
3. Echeverri Mejía, Arturo. Marea de ratas. Medellín: Aguirre.
4. González, Gustavo. Frente a la violencia. Medellín: Bedout.
5. Sanín Echeverri, Jaime. ¿Quién dijo miedo? Medellín: Aguirre.
6. Zapata Olivella, Manuel. La calle 10. Bogotá: Casa de la Cul-
tura.
7. Gaviria, Rafael Humberto. La luna y mi fusil. La Habana:
Tierra Nueva.
1961
1. Airó, Clemente. La ciudad y el viento. Bogotá: Espiral.
2. Soto Aparicio, Fernando. Solamente la vida. Bogotá: Iqueima.
1962
1. García Márquez, Gabriel. La mala hora. Madrid: Luis Pérez.
2. Velez Machado, Lirio. Sargento Matacho (La vida de Rosalba
Velásquez, exguerrillera libanense). Líbano: Tipografía
Vélez.
1963
1. Yarce Tabarés, Efraím. Secuestro y rescate. Medellín: Carpel-
Antorcha.
2. Zapata Olivella, Manuel. Detrás del rostro. Madrid: Aguilar.
1964
1. Ángel, Augusto. La sombra del sayón. Bogotá: Kelly.
2. Caballero Calderón, Eduardo. Manuel Pacho. Medellín:
Bedout.
3. Echeverri Mejía, Arturo. Bajo Cauca. Medellín: Aguirre.
4. Mejía Vallejo, Manuel. El día señalado. Barcelona: Destino.
5. Ponce de León, Fernando. La castaña. Bogotá: Espiral.
6. Posada, Enrique. La bestias de agosto. Bogotá: Espiral.
7. Tovar, Efraím. Zig-zag de bananeras. Bogotá: Colombia Edi-
tores.
1965
1. Acosta, Pedro. El cadáver del Cid. Bogotá: Voces Libres.
2. Arias R., Fernando. Sangre campesina. Manizales: Imprenta
Departamental.
1966
Ponce de León, Fernando. Cara o sello. Bogotá: Tercer Mundo.
1967
1. Juncal, Soraya. Jacinta y la violencia. Medellín: Álvarez.
2. Soto Aparicio, Fernando. El espejo sombrío. Barcelona: Marte.
3 García Márquez, Gabriel. Cien años de soledad. Buenos Aires:
Sudamericana.
LUCÍA ORTIZ
Regis College
1
De acuerdo con Sklodowska existe una tendencia a catalogar el “testimonio”
como auténticamente hispanoamericano sin tener en cuenta que este tipo de na-
rrativas se observan en muchos otros países. En su estudio, Testimonio hispanoame-
ricano: historia, teoría, poética (New York: Peter Lang, 1992), la crítica advierte
que “En realidad, el único enfoque comparatista que los críticos del testimonio
parecen haber aplicado concierne a los paralelos entre el testimonio latinoameri-
cano y la Nonfiction estadounidense de los sesenta” (65). En el caso colombiano
podemos sugerir que obras como Noches de humo y ¡Los muertos no se cuentan así!
encuentran sus contrapartes en el New Journalism de escritores como Tom Wolfe
y Norman Mailer.
2
Para una ampliación sobre el tratamiento del testimonio en estas obras, se
puede consultar mi artículo titulado, “La subversión del discurso histórico oficial
en Olga Behar, Ana María Jaramillo y Mary Daza Orozco”, Literatura y diferen-
cia: escritoras colombianas del siglo XX, Eds. María Mercedes Jaramillo, Betty Osorio
de Negret y Ángela I. Robledo, (Santafé de Bogotá y Medellín: Ediciones Uniandes
y Editorial Universidad de Antioquia, 1995) II. 185-210.
3
Cabe señalar que Molano participa con Azriel Bibliowicz, Juan Leonel Giraldo,
Pilar Lozano, Laura Restrepo, Carlos Castillo, María Teresa Herrán y Alonso
Salazar en la colección de relatos titulada, Otros niños. Testimonios de la infancia
colombiana. (Santa Fe de Bogotá: El Áncora Editores, 1993). Ésta y sus otras con-
tribuciones demuestran sus esfuerzos por acercarse a aquellos personajes colom-
bianos que van formando la intrahistoria del país.
4
León María Lozano, alias “el Cóndor”, se convierte en el personaje central de
la novela Cóndores no entierran todos los días (1971) de Gustavo Álvarez
Gardeazábal. En esta obra el famoso líder conservador personifica el terror y va
adquiriendo las características que identificaron al caudillo recreado en otras obras
latinoamericanas.
5
Las bandas de los conservadores eran conocidas como “pájaros”, de ahí que a
León María Lozano se le diera el apelativo de “el Cóndor”, jefe de los pájaros.
Otros apelativos de este tipo eran “el Chimbilá” que significa murciélago. La historia
personal de este otro protagonista de los años de la Violencia es ofrecida más ade-
lante en Los años del tropel.
6
Chusmeros eran personas de uno u otro bando que se alborotaban por razones
políticas.
7
El Nuevo Diccionario de Americanismo. Nuevo Diccionario de Colombianismos de-
fine “boletear” como “Extorsionar a un propietario enviándole una nota escrita
Cabe anotar que una vez más esta narradora reafirma repe-
tidas veces haber sido testigo presencial de los eventos, como
cuando dice: “Mentiras, señor, yo vi” (280).
En varios de los relatos se repiten las alusiones a los fa-
mosos personajes de la Violencia como “el Cóndor”, Gaitán,
o el famoso bandolero liberal Guadalupe Salcedo, que en la
región de los llanos “mató en una sola emboscada a noventa y
siete soldados” (78).
El siguiente capítulo nos enfrenta una vez más con los
desatrosos resultados del conflicto. Nos encontramos ante la his-
11
Dar una oportunidad.
12
En estas páginas los recopiladores ofrecen todo un resumen de las estadísticas
del secuestro que han sido documentadas. El relato de las personas, que junto con
Nydia Quintero (cuyo relato se transcribe en Rostros del secuestro), vivieron la
experiencia del secuestro de los periodistas, le sirve a Gabriel García Márquez como
punto de partida para la composición de su obra Noticia de un secuestro (Bogotá:
Grupo Editorial Norma, 1996). El autor parte de sus entrevistas con los familia-
res de los diez periodistas secuestrados para recrear los momentos vividos y sufri-
dos por parte de sus familiares y de algunos de los secuestrados sobrevivientes. El
foco narrativo va cambiando en el texto para incorporar no sólo la perspectiva de
los familiares de las víctimas, sino también las de miembros de las autoridades
colombianas, intermediarios, los mismos secuestradores, y más interesante aún,
la narración mantiene una posición neutral con respecto al papel del propio Pa-
blo Escobar en este proceso. Por el momento sólo queremos destacar que el re-
nombrado autor también se ha comprometido a enfrentar la realidad colombia-
na desde una perspectiva que incorpora el testimonio. De esta forma García
Márquez se une a este “discurso solidario” que, como decía anteriormente Alonso
Salazar, no opta por hallar culpables directos sino que rescata la historia reciente
del país para tratar de entender las incompresiones de una sociedad que vive un
“holocausto bíblico [...] desde hace más de veinte años” (García Márquez, 8).
13
Dinero.
14
Alborotar, discutir o pelear.
15
Narcotraficantes.
16
La cárcel.
17
Colombianismo que connota que no se le tiene miedo a nada ni a nadie.
18
Disparar.
Conclusiones
19
Esto se observa no sólo en el testimonio de Rigoberta Menchú sino también en
el de Elvia Alvarado (Don’t be Afraid Gringo: A Honduran Woman Speaks from the
Heart. Harper Perennial, 1989) en Honduras (1989) y en el de María Teresa Tula
(Hear my Testimony: María Teresa Tula Rights Activist of El Salvador. Traducción y
edición de Lynn Stephen. Boston: South End Press, 1994).
20
Sus palabras son: Does not testimonio –as practice and representation– spring
precisely from desire: the desire for dignity and humanity; or even from an awareness
of the artificial, material –precisely and tragically bodily– limits that an oppressive
state and oligarchy have sought to place on the fulfilment of that desire? [166: ¿El
testimonio –como práctica y representación– no resulta precisamente del deseo: el
deseo de dignidad y humanidad, o inclusive de una conciencia de lo artificial, lo
precisamente material y los trágicos límites corporales que un Estado y una oligar-
quía opresivos han intentado oponer en el cumplimiento de ese deseo?].
teorías desarrolladas por los críticos del tema puede decirse que
ellas presentan tendencias testimoniales. Habría que ampliar y
estudiar con más cuidado el contexto del cual resulta el testi-
monio en el país y evaluar con una mayor conciencia los presu-
puestos teóricos que rodean a este género y sus aplicaciones en
el caso colombiano.
Obras de referencia
1
Para honduras en tan crucial agenda existe en Colombia el grupo de los
violentólogos. En estas líneas él sólo cuenta como un elemento de referencia vin-
culado a otro no menos grave como es el de la palabra sitiada que ha vivido la
sociedad colombiana en sus últimos años.
Narcotráfico y literatura
2
Cabe destacar que aquella novela de García Márquez y sus demás obras cobra-
ban la mayor atención entre los lectores del boom literario latinoamericano, y en
sus realidades narrativas predominaba la ausencia de la ciudad. Ello no ocurría en
las obras de los otros escritores. Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Julio Cortázar
recreaban espacios predominantemente urbanos. Lo mismo harían otros nove-
listas de las diversas literaturas latinoamericanas: Juan Carlos Onetti, Guillermo
Cabrera Infante, Clarice Lispector, José Donoso, Salvador Garmendia.
3
Una valiosa categorización y análisis de la narrativa más reciente en Colom-
bia se encuentra en Álvaro Pineda Botero, Del mito a la postmodernidad. La novela
colombiana de finales del siglo XX, Bogotá: Tercer Mundo, 1990.
4
La última novela de Héctor Abad Faciolince, Fragmentos de amor furtivo (Alfa-
guara, 1998) es una historia amorosa que cuestiona los modelos patriarcales so-
bre las relaciones afectivas. Está construida bajo el modelo de los relatos de
Scherezada de Las Mil y una Noches y tiene como telón de fondo a Medellín,
donde está “la peste”; es decir, el narcotráfico y su cultura de muerte.
Además del tío de las dos familias y que con sus palabras
presenta la maldición de ellas5, hay también una vieja adivi-
na, Roberta Caracola, que le lee la suerte a Nando y Narciso
en una taza de chocolate (56-59). Las prostitutas que visita-
ban la cárcel nunca se acostaban con Fernely, pues “la que se
acostara con él, quedaría triste de por vida” (62). La Muda
Barragán, tía de ellos, sabe “leer los sueños ajenos, y puede
verlos como en cine” (70). Después de un atentado contra
Arcángel, éste adquirió “fama de criatura etérea y alelada... [y]
la manía de caminar en puntas de pies, como si evitara el con-
tacto con el suelo” (73). El Bacán, cabeza de un grupo de per-
sonas que siempre permanece distante de los Barragán y sus
ostentaciones, es un ciego sabio e imperturbable que juega
dominó. La narración de la fiesta del matrimonio de Nando
5
Este personaje recuerda al tío Tomba en La barraca, de Vicente Blazco Ibáñez,
el que se encarga de transmitirle a Batiste la profecía de maldición que caerá sobre
la tierra que éste habitará y cultivará con su familia.
6
Skármeta llama hiperrealista a este tipo de literatura, y entre las razones que
encuentra para llamarla así destaca que ella “recoje muy bien un aspecto decisivo
en la formación del mundo nuevo de la narrativa latinoamericana, que es la in-
fluencia del pop art. Esta influencia está muy vinculada al movimiento, que es
una valoración poética de lo inmediato, lo concreto, lo allí dado. Es decir que en
el hiperrealismo lo que hay es una relación creadora entre lo allí dado y el ojo que
lo ve. Lo revolucionario, lo cambiante, es cómo es mirado lo ya allí dado” (Véase
Xaubet, 78-79).
7
Helena Araújo en su artículo “Imitadoras de García Márquez, un mimetismo
lucrativo” sostiene que Esquivel, Allende y las colombianas Laura Restrepo en su
Dulce compañía y Fanny Buitrago en Señora de la miel recurren al modelo
garcíamarquiano como un mecanismo para ser aceptadas en los espacios canóni-
cos y patriarcarles.
8
La novela de aprendizaje o de educación describe “un proceso consciente y
dirigido que se orienta hacia un fin determinado, el desarrollo, en los seres, de
ciertas cualidades que, sin una activa y feliz intervención de los hombres y de las
circunstancias, no surgirían jamás en ellos” (125). Véase Georg Lukács, Teoría de
la novela, trad. Juan José Sebreli (Buenos Aires: Ediciones Siglo Veinte, 1974).
9
Una discusión sobre la teoría de la nouvelle, desde la Novellentheorie hasta los
más recientes desarrollos, se encuentra en José Cardona López, “La nouvelle his-
panoamericana reciente” (Kentucky: Universidad de Kentucky, 1997).
10
Hago uso de la distinción entre historia y trama establecida por E. M. Forster
en Aspects of the Novel (New York: Harcourt, Brace and Company, 1954), 86.
Obras de referencia
1
Una versión de este artículo fue publicada en Gaceta, 42-43 enero-abril, 1998,
8-25.
2
Nació en Medellín el 24 de octubre de 1942 y reside en México desde 1971.
Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes en Bogotá, también estu-
dió música y composición en Colombia y cinematografía en “El Centro Experi-
mental” de Roma. Héctor Abad Faciolince en una entrevista que le hizo a Vallejo
nos da una suscinta biografia del autor: “Melómano, excelente pianista aficionado,
cocinero, médico sin cartón en horas muertas, gramático, veterinario, lexicógrafo.
Su última fatiga es un panfleto en contra de Darwin, para Vallejo no es concebible
que el espantoso hombre sea pariente de los puros animales. Ha escrito contra todo
y contra todos, pero todavía le falta alguien: por eso ahora redacta –en la cabeza–
un libro contra la mamá. Tiene la mirada exaltada del genio. O del santo, o del
energúmeno. Parece un poseído por la tirria y por la compasión” (41).
3
Vale la pena anotar aquí la acertada afirmación de Carbonell Parra: “Como
coterráneo de Fernando González y de Barba Jacob, Fernando Vallejo hereda del
primero su mordacidad y sarcasmo contra muchas maneras de ser del país, contra
el oscurantismo religioso, en defensa del amor homoerótico y del amor en general,
reprendiendo irónicamente la moralidad impartida por retrógrados sectores ecle-
siásticos. No le acompaña en cambio en las pretensiones de sentar cátedra filosófi-
ca... Recibe [de Barba Jacob] el gusto de escandalizar, épater le bourgeois, al describir
sus costumbres reprobadas por la sociedad, al dejar que la luz ilumine sus vicios más
oscuros de la mano de una prosa poética, lírica y expresiva. De Epifanio Mejía tomó
lo que aquél nunca aspiraba poder lograr y que fue quizás la causa de su locura: el
deseo y necesidad de una gran libertad para decirle a todo el mundo sus verdades sin
medias tintas. También el movimiento literario del nadaísmo encabezado en los
años sesenta por un antioqueño deja sentir una gran influencia en el mensaje del
texto, pues no sólo en El fuego secreto se evocan los sitios de reunión de los nadaístas
sino que la obra toda pretende suministrarle aire fresco a la narrativa colombiana”.
4
El epígrafe de Años de indulgencia es de Rodríguez Freyle “Hombres y mujeres
son las dos más malas sabandijas que Dios crió”; y apunta al sentimiento similar
de los dos autores acerca del ser humano.
5
Álvaro Pineda Botero ve la intención desacralizadora del autor como una ac-
titud de resentimiento, pues en sus obras se ridiculizan las más sagradas figuras de
la patria como Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander o Tomás Carrasquilla
como también los íconos del mundo antioqueño. “Los campesinos y obreros son
indolentes y ladrones. Los gobernantes de turno son igualmente ladrones. Ridicu-
liza también las empresas de su padre: el periódico La Defensa, su finca en San
Carlos, sus campañas políticas con “El Tuso” Navarro, sus inversiones en Procinal.
Los vecinos, los profesores y allegados no se escapan de su pluma mordaz. Las
ceremonias y procesiones, de Semana Santa, la llegada de la televisión, la Biblio-
teca Piloto, el filósofo de Otraparte (Fernando González), las textileras de los
Echavarría, los zarpazos financieros de Ardila, la Vuelta a Colombia en bicicleta,
Carlos Arturo Rueda y Ramón Hoyos, todo va quedando deformado por la lente
de burla. Se trata de “una realidad infame” (Días azules, 135) que hay que repu-
diar” (1 16-1 17).
Películas
6
Efraín González era uno de los bandoleros que capturó la imaginación de mu-
chos colombianos por su valor y por su estilo de Robin Hood, porque compartía
el fruto de sus asaltos con las gentes menos favorecidas. Comandaba una pandilla
de unos treinta hombres armados. Sus alias eran: Curí, Almanegra, Caminero y
Carevieja. Germán Guzmán Campos dice al respecto: “La estampa de González
es la de un hombre en extremo valiente. Lástima que su coraje se hubiera dilapi-
dado en acciones oscuras. Fue una víctima más del sectarismo político y de quie-
nes lo explotaron para su propio provecho y por razones de banderías, en las que
hallan cabida apetitos monstruosos” (415).
Biografías
mismo hizo con las vidas de Barba Jacob y Silva; en ellas inves-
tigó no sólo los personajes sino su época y sus circunstancias,
recreando más los vicios pues las virtudes escaseaban. Las bio-
grafías son un inventario de las trampas y tejemanejes a que re-
currieron los poetas para sobrevivir en medio de la miseria, uno
consumido por la tuberculosis y la miseria y el otro por las deu-
das. Los notables de entonces, como los de ahora, eran corruptos
y mezquinos. Los enredos de uno y otro respondieron a la ne-
cesidad del momento y a las intrigas ajenas; fueron incapaces
de restringir sus veleidades o de conseguir el dinero indispen-
sable para satisfacer sus necesidades. Vallejo elaboró una fina
red de datos para recobrar las figuras de Silva y Barba Jacob con
todo el prodigio de sus versos y lo humano de su quehacer
existencial. Al recuperar lo sublime y lo grotesco, lo bueno y lo
malo se pueden comprender sus actitudes, sus decisiones y sus
conflictos. Vemos al ser humano inscrito en su medio y en sus
circunstancias; pues si se ignoran estos parámetros se falsifica
la vida del individuo y se puede embeceller o deformar una
experiencia vital7. Con los trabajos de Vallejo vemos el conte-
nido humano, contradictorio, a veces miserable y otras extrava-
gante de la vida de estos dos poetas; además, se adquiere una
7
Jairo Morales Henao ve la importancia de recoger las fuentes orales ya que
humanizan la crónica haciendo simultáneas varias experiencias vivenciales y
haciendo tangible la borrosa imagen del poeta. Las diversas versiones recogidas
en fuentes escritas y orales muestran las contradicciones en la vida del poeta y
descubren “órbitas inéditas, puesto que tal entramado de perspectivas hace de él
un mundo complejo, ambiguo, es decir, vivo a salvo de la muy usual falsifica-
ción consistente en imponer a posteriori una coherencia a lo que en su momen-
to fue una fuerza “amplia undívaga y abierta como el mar”, cuya única fijeza
profunda, inamovible, fue la de habitante de un territorio poético por él mismo
elaborado” (4).
8
Manuel Roberto Montenegro reconoce en una columna titulada “Mal ejem-
plo: infierno de Barba Jacob” que en El Excelsior de México se ve la huella de Barba
Jacob, pues sus “Perifonemas”, en Últimas Noticias, son todavía escuela del mejor
periodismo iberoamericano (7-8).
9
Barba Jacob “Contó cómo dio muerte a Miguel Ángel Osorio y su reciente homi-
cidio de Ricardo Arenales: había llegado a un país desconocido, sin un centavo, con
el solo traje que llevaba puesto por todo equipaje: “Ya que no llevaba nada conmigo,
nada en absoluto, quise despojarme de lo único que me acompañaba: mi nombre.
Y una vez más el acero de mi voluntad asesinó mi propio yo”. Le preguntaron cómo
había personalizado su nuevo yo y repuso: “Lo formé como se forma el protagonis-
ta de una novela. Lo dediqué a nuevas actividades y hasta concebí para él nuevos
vicios. Lo único que no pude dejar de ser fue poeta”. (El mensajero 1991, 136).
10
Las mismas características aquí anotadas se pueden extender a la biografía de
Silva, pues Vallejo la escribió con la misma intención y estilo de la de Barba Jacob.
11
Pendolfi por pendejo, como aclara Carrasquilla, y por asociación con Silva
Gandolfi, un cónsul venezolano.
12
En la bibliografía aparecen las novelas que conforman esta serie. A pesar de que
La Virgen de los sicarios no aparece dentro de esta colección, pues no tiene el subtítulo
de El río del tiempo, sigue el mismo estilo autobiográfico de dichas obras.
13
Fernando Molano Vargas, recientemente fallecido, recrea la vida de dos ado-
lescentes en sus años escolares y su descubrimiento del amor y de las dificultades
afrontadas ante la reacción de padres y profesores cuando descubren sus relacio-
nes amorosas en Un beso a Dick (Medellín: Cámara de Comercio de Medellín,
1992). Este tipo de obras han empezado a sacar a luz unas realidades hasta hace
poco relegadas a espacios clandestinos y calificadas como nefandas.
14
Gustavo Álvarez Gardeazábal afirma sobre esta novela: “No se puede aceptar
el chisme como recurso literario mientras él no posea los fundamentos mínimos
de humor, vertiginosidad narrativa y conceptualización deformante de la reali-
dad. Y Vallejo no se acerca a ninguna de estas tres vertientes sino que cuenta para
dañar, recuerda para saciar frustraciones o calmar venganzas sicoanalíticas”.
15
Es una novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal, Bogotá: Plaza & Janés, 1986.
revólver de plata con balas de plata para zamparles las que les
quepan a los que se atrevan a tocarle una sola cucharita de plata”
(Entre fantasmas, 104). Con una actitud cínica defiende la rique-
za y se burla de los vanos esfuerzos del padre García Herreros o
ataca la política de Fidel Castro; pero oblicuamente va señalan-
do los abismos de miseria y opulencia que separan al pueblo y a
la élite y que son una de las causas del malestar social.
Uno de los logros de las novelas / memorias es, sin duda, el
manejo del lenguaje y la apropiación de giros y metáforas que
reflejan las actitudes ante la vida y el medio social del país en
diferentes situaciones y etapas. E. M. Cioran tenía razón al afir-
mar de forma precisa y contundente que: “No se habita un país,
se habita una lengua. Esa es la patria y no otra cosa” (20). Vallejo
con su magia verbal nos regresa al Medellín de los años cincuenta
o sesenta o a la época del tropel –ya que sus memorias son un
proceso– y podemos revivir y regresar a esa patria de las pala-
bras; recrea con precisión el dialecto y el idiolecto de grupos
determinados; por ejemplo, el habla coloquial paisa se recrea
en el parloteo cotidiano con la familia y los amigos; el lenguaje
del bajo mundo aparece con los sicarios y los malevos; el habla
culta con sus parodias a escritores, locutores, políticos e inte-
lectuales. Todos hablan con una voz propia, sus parodias nos
acercan a su sicología y a su mundo. Al evocar a Miguel Anto-
nio Caro leyendo una carta de Silva dice:
16
El sicariato es uno de los temas que ha empezado a aparecer en la literatura
colombiana más reciente. Henry Díaz, Fernando Vallejo, Rocío Vélez, Alonso
Salazar, Víctor Gaviria, son autores que han retomado esta temática en sus obras.
Los testimonios recogidos por Salazar son los más conocidos, pues fueron el pri-
mer intento de conocer de cerca a estos jóvenes de las comunas de Medellín, quie-
nes trabajaban para los narcotraficantes y para los cuales realizaban los trabajos
17
En sus obras, pero sobre todo en Entre fantasmas, no deja de burlarse de Octavio
Paz, de José Luis Cuevas y de Zabludovsky, por su vanagloria, oportunismo y atro-
pello de la lengua respectivamente.
18
Otro de los rituales de los sicarios es tomar café con pólvora para calmar los
nervios.
Obras
Ediciones
Películas
Obras de referencia
MANUEL HERNÁNDEZ
Universidad de los Andes
1
Esta conferencia nació como un homenaje a los periódicos. Sus citas nacen de
los periódicos, de los medios de televisión, de las revistas semanales, no de las con-
sideraciones académicas. Lo único académico son las citas de García Márquez,
tal vez la teoría de la inmundidad de Macondo. Todo lo demás nace del rumor, de
la doxa, de la opinión que no piensa, sin embargo, para terminar, me atrevería a
decir unas cuantas cosas.
Conferencia pronunciada el lunes 15 de mayo de 1998 en Corferias, en el
marco de la Feria del libro y publicada por la Cámara del libro y la Cooperativa
del Magisterio en agosto de 1998.
2
Declaraciones de García Márquez en entrevista concedida a Germán Castro
Caicedo, transcripción sin publicar, 1976.
Márquez pide que por favor tengamos todos en cuenta esa di-
solución de la frontera entre ficción y realidad y esa necesidad
urgente de cambiar de oficio ante la resistencia del material de
la vida para ser catalogado como verdad o mentira, nos dice que
cómo vamos a enfrentar el siglo XXI, si escasamente estamos
impugnados por acceder al siglo XX. Desde otra perspectiva com-
pletamente distinta a la del escritor, en la medida en que
estoy usando la interface del escritor con la sociedad como par-
te de mi argumento y que por lo tanto es un argumento que él
no puede presentar, entonces yo voy a tratar de mostrar la in-
terface de Gabriel García Márquez con la realidad colombiana
desde el punto de vista de la relación literatura-política y sobre
todo de la relación con ese sujeto invisible o extremadamente
fantasmal del “libro”, del Libro con mayúscula.
no. Me temo que lo único que han cambiado son ciertas for-
mas, ciertos instrumentos, ciertas indumentarias y parafernalias
exteriores, pero que el alcalde sigue siendo el mismo. El alcalde
sigue siendo el rey de un pequeño reino que es el reino de las frus-
traciones de esa no-modernidad asumida como postmodernidad.
La primera. Lo que podríamos decir que está sucediendo (si
algo estuviera sucediendo) es que los muertos de Cien años de
soledad están preguntando por su destino; es decir, se están co-
locando de nuevo delante de nuestros ojos. Y nosotros no
tenemos ahora, desde esta postmodernidad sin ilustración, res-
puesta para ninguno de esos muertos, que se yerguen como los
muertos que Victor Hugo coloca en Los miserables que a su vez
se yerguen en la cita que Derrida hace de los Espectros de Marx.
Es lo impensado de la muerte que se vuelve a poner delante de
nuestros ojos. El cuerpo alineado como racimo de banano del
vagón de carga del tren macondiano se transforma en el cuerpo
del libro pirateado que como un triunfo de la modernidad va a
ser quemado en la misma semana de la feria del libro. Son se-
tecientos mil ejemplares de literatura pirateada incautados en
Cali y en Bogotá y en Medellín. Es una noticia de ayer. Hay que
quemarlos, es la única manera de que empecemos a respetar al
autor –no estoy hablando yo, por favor, me entienden, no estoy
haciendo la ironía–. Hay que quemarlos porque es la única ma-
nera de que respetemos al autor, de que respetemos al libro, de
que respetemos el contrato, de que respetemos el derecho, de
que respetemos la autonomía de la voluntad, el sujeto univer-
sal, el adulto que pedía Kant. O si no, regalémoselos a los ni-
ños pobres. E inscribámonos entonces en la tradición de El po-
der y la gloria, de Graham Greene, en la ausencia de lápiz de La
vorágine, en la ausencia de mundo de Macondo, en la ausencia de
Obras de referencia