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A lg u n o s in d ic io s h e r m é t ic o s
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logia caballeresca que nace en los últimos años del siglo XII, con Chres-
tien de Troyes especialmente.
Pero el hermetismo, en el sentido de hermesismo, se manifiesta ya a "
través de motivos, tem as y escenarios o topói en numerosas novelas “anti
guas” que ven la luz entre 1130 y 1170. A sí Tebas, Eneas y Troya, de Be-
no'ít de Sainte-Maure; o Alexandre, de Alberic. Se revelan entonces temas
ocultos, tales como se los podía encontrar en los escritos seudo-aristotéli-
cos de la época, como el Secreta secretorum atribuido al preceptor de A le
jandro, imágenes, símbolos o motivos herméticos, etc. La primacía corres
ponde al tem a iniciático y a la disciplina arcani, al secreto. La Vida de Mer-
lín de Geoffrey de M onm outh (hacia el 1150 bajo el título de Vita Merlirí)
puede probarlo, y estos pocos versos extraídos de Alejandro podrían ilus
trar lo dicho:
H abría que citar otros textos, en el crepúsculo del siglo, para conven
cerse de su importancia en la evolución y la eclosión, unos decenios más
tarde, del gran relato épico a la gloria de la caballería. No olvidemos, evi
dentem ente, el Tristón de Thom as de Inglaterra (hacia 1170), en el cual
Piefre Galláis ha descubierto un m odelo persa, Wis y Ramin de Gurgani,
hacia 1050, y a través del cual analiza el encuentro dé O riente y Occidente.
D el am or trasm utado en Dios a la compleja alquimia del deseo, no hay
sino un paso. Será franqueado po r las grandes novelas de la búsqueda y la
mística amorosa cantada por la cortesía. v
3 - O r d e n e s d e c a b a lle r ía y m it o s d e la b ú s q u e d a
E l t ie m p o d e la s ó r d e n e s
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do. Se saben muy pocas cosas sobre la hipotética “doctrina secreta” del
Temple, que hizo correr tanta tinta. Por el contrario, no hay dudas acerca
* de la leyenda del G raal y, especialmente, el relato Parzival de W olfram
V on Eschenbach, escrito entre 1200 y 1210, que pueden reflejar ciertos ca
racteres.
L a O rden del Temple aparece como una referencia insoslayable. E n
efecto, el m ito h a superado la realidad histórica y religiosa, la leyenda lo
ha llevado por sobre la veracidad de los hechos. Este mito y esta leyenda
perdurarán en el esoterismo occidental, especialmente en la francmasone
ría tem plaría del siglo XVIII. U n aspecto preciso aparece propiam ente
esotérico: Jerusalén y la Tierra Santa son menos entidades geográficas que
entidades espirituales. E l Lugar Santo es tam bién la expresión, en el mi
crocosmos humano, de una iniciación mística y de una revelación. E n el
plano del macrocosmos, Jerusalén representa un centro donde el cielo y la
tierra se encuentran. Cualesquiera que hayan sido los argumentos invoca
dos después en favor o en contra de la O rden, en el m om ento de su conde-
j na p o r la bula del papa Clemente V, en 1312, luego de la ejecución de su
gran m aestro en 1314, es bajo este ángulo simbólico e iniciático que el eso
terismo preservará su memoria. E n fin, se han recordado mucho las seme
janzas entre el Temple y ciertas órdenes similares musulmanas, aunque
sea la orden ya evocada de los “asesinos”. ¿Trasm itieron éstos los secretos
a los occidentales? No se ha hecho la luz sobre la cuestión. ¿Se trataba de
una doctrina con raíces en el espíritu de la gnosis, del maniqueísmo medie
val que inspira ciertas herejías? Tam bién aquí sólo podem os suponer.
Serge H uttin escribe al respecto:
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Pese a las acusaciones de herejía, de sodomía, etc., con las que se cargará a
los Templarios convertidos en molestias para Felipe el Hermoso, ciertos
esoteristas reivindicaron muy tem prano una filiación con ellos. Así el ca
ballero de Ram say, en su D iscurso de Lunéville, en 1736, el baró n de
Hund, en 1751, son, respectivamente, el prom otor de grados superiores en
la francmasonería escocesa y el fundador de una “masonería rectificada”
que acredita la descendencia de la O rden del Tem ple. Citem os, entre
otros, los nombres, en el siglo XIX, de J. Loiseleur, autor de una Doctrina
secreta de los templarios (1872), o de Saint-Yves d ’Alveydre en sus M isio
nes de los judíos, de 1884, y en el siglo XX de Victor-Emile Michelet, René
G uénon o G érard de Sède.
La historia de los cátaros (del gr. catharos, “puro”) plantea también
numerosos interrogantes. Varios elementos esotéricos aparecen en efecto
en la doctrina de los “puros”. Su origen se rem ontaría al menos al siglo X,
pero es a partir de mediados del siglo X II que los cátaros se habrían ex
pandido en Renania, en Flandes, en Champaña, en los países del Loira y
otras regiones de Europa. Según Jean Duvem oy, el catarismo se confunde
con el bogomilismo eslavo-bizantino, herejía m aniquea de la Edad Media.
Para el autor de la sustancial Historia de los cátaros (1989), existen al
menos dos escuelas cátaras, una partidaria del dualismo absoluto y por
este hecho en los antípodas del esoterismo, y la otra partidaria del dualis
mo “mitigado”, cercana en ciertos aspectos a algunas tendencias del esote
rismo. Esta última escuela se habría desarrollado sobre todo en Lom bar
d ia ;^ principios del siglo XIII. E l fenóm eno càtaro interesa a la historia y
más particularm ente a la historia de la Iglesia. D e hecho, el papa Inocen
cio III, áyudado p o r el rey de Francia, em prende ima cruzada, desde 1207,
contra los albigenses, es decir los cátaros que vivían en el sudoeste de
Francia. Los exterminó y, en 1330, la “Iglesia herética” ha desaparecido
totalm ente. Con esta cruzada Francia adquiere su unidad, pero la civiliza
ción meridional queda destruida. La Inquisición, instituida desde 1215 en
el concilio de Letrán, y las condenas que de ella se desprenden son conse
cuencias duraderas.
E ntre los docum entos que poseemos, algunos dem uestran preocupa
ciones que, indirectam ente, interesan al esoterismo: creencia en la me-
tempsicosis que asegura la supervivencia de las almas hasta la purificación
final, ciertos mitos de la creación del hom bre que derivan de las enseñan
zas bíblicas de Filón, una disciplina del arcano, es decir del secreto, ligada
a alegorías y símbolos, diferentes aspectos iniciáticos de la regla y de los ri
tuales, etc. Pero, de nuevo, la leyenda se adelanta a la exégesis precisa de
los textos: el mito dé perfección, de abstinencia y de austeridad será culti
vado po r ciertos pensadores del esoterism o. E n cuanto a su influencia
sobre la literatura, se m anifestará de m anera sensible en la poesía del siglo
XIH, aspecto bien estudiado po r un especialista en la materia, René Nelli,
en su muy bello libro: L a erótica de los trovadores (1963).
Por otra parte, diferentes historiadores han enum erado y analizado las
herejías de la E dad Media. A quí, el esoterismo sólo aflora en escasos luga-
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res, como a través de ciertos símbolos, el pelícano càtaro por ejemplo, en
ciertas alegorías cosmológicas y escatológicas tam bién. A l contrario, el
' maniqueísmo medieval, al cual el historiador Steven R u ndm an ha consa
grado un ensayo sobre este título, en 1972, ve resurgir tem as gnósticos y
favorece el nacimiento de leyendas, de las cuales algunas serán reinterpre
tadas p o r el esoterismo, “mitificadas” a veces en los rituales y, en todos los
casos, m antenidas por la imaginación en el transcurso d e los siglos.
Pero es sobre todo la mitología caballeresca la que ofrecerá el más
bello florón literario y seguirá siendo un modelo ejem plar para el esoteris
mo, sobre todo en su esencia “cortés”.
I n i c i a c i ó n c o r t é s y b ú s q u e d a e s p i r it u a l
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cretos divinos, atribuyen el mismo valor a dos expresiones de la caridad
(agapé) y del deseo (érós). Porque ambos designan una misma potencia de
unificación y de concentración, y más aún de conservación, que pertenece
po r toda la eternidad a lo Bello-y-Bueno”. Este pasaje de Nom bres divinos
ignora la oposición entre concepción cristiana y visión platónica, oposición
a menudo subrayada por los historiadores de la Edad M edia que ven un
abismo entre érós y agapé.
Los Fedeli d ’amore, o Fieles de am or, encam aron esta concepción uni
taria del amor, vía de salvación, de perfección y de redención. Constitu
yen, según la expresión de A ntoine Faivre, una “verdadera milicia secreta
expandida en diversos países de E uropa” y que se “expresa a través de un
lenguaje oculto”. La poesía traducirá ese lenguaje “secreto”, ilustrará esos
“ritos” y designará esos “símbolos” del amor, separando así la hermenéu
tica del esoterismo filosófico y de la mística.
Chrétien de Troyes (hacia 1135-1185) es el precursor de esta corriente
que se desarrollará durante los siglos siguientes. Su Perceval, modelo del
género, habría sufrido la influencia del Oriente. Pierre Galláis lo expone
claramente:
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E n su notable libro Perceval y la iniciación, Pierre Galláis ha analiza
do am pliam ente este simbolismo del espejo, este pensam iento analógico
que rige el universo de Chrétien. Los Fieles de am or son los “amantes de
la belleza”, como lo escribe Ruzbehan de Chiraz (1128-1209) en su Jazm ín
de los Fieles de amor. La influencia de los poetas persas y árabes es clara:
la mujer es un intermediario entre el fiel y Dios; en el espejo de su belleza,
el am ante adora una imagen que le revela la presencia de Dios. D e hecho,
el esoterismo no podía menos que ser sensible a este maravilloso espiritua
lizado, que reintroducía en el imaginario religioso el deseo de amar, y el
culto deferente del fiel al objeto femenino de sus votos. Citemos, a guisa
de ejemplo, la prim era visión que Perceval tiene de Blancaflor: “Si nunca
he descrito la belleza que D ios h a puesto en cuerpo o rostro de mujer,
quiero intentarlo otra vez y no m entir ni en una palabra (...). Para encan
ta r los sentidos y el corazón de la gente, Dios había hecho de ella la m ara
villa de las maravillas. Jam ás todavía había creado algo semejante; nunca
jam ás lo crearía”.
Los sucesores de Chrétien de Troyes enriquecerán y amplificarán la
leyenda del Graal. H arán de ella un verdadero manifiesto de la mitología
caballeresca y del amor trascendente y espiritualizado. V endrán a incorpo
rarse a este relato las fascinantes ram as de una genealogía compleja de los
personajes, una interpretación religiosa y alegórica de la queste, y un sim
bolismo muy rico: hermético, alquímico especialm ente, com o bien lo ha
dem ostrado Paul-Georges Sansonetti en su ensayo emblemático titulado
Graal y alquimia (1987). Hay que mencionar sobre todo la versión de Ro-
b ert de B oron (hacia el 1200-1210), L e Rom án de VEstoire dou Graal, aso
ciada a la versión en prosa de M erlín y de Percival, la del Libro de Cara-
doc (hacia el 1200), que relata el nacimiento mágico del héroe Caradoc
Briebras, hijo del encantador Eliavrés y de Ysave, la sobrina de A rturo, y
que da un lugar im portante a la magia en general y a su simbolismo; las del
gran conjunto elaborado entre 1215 y 1235 que com prende Lancelot, la
búsqueda del Santo Graal, L a muerte del rey A rturo y luego VEstoire del
Saint Graal y VEstoire Merlin; en fin, la de W olfram von Eschenbach, ca
ballero alemán que, en el Parzifal (redactado entre 1200 y 1210), acentúa
la dim ensión herm ética del m ito e invoca el carácter soteriológico del
Graal.
La palabra “graal” derivaría del griego ¡cráter, y esta etimología en
contraría su sentido simbólico en la remisión al Libro IV del Corpus her-
m eticum donde se dice: “E l (D ios) llenó una gran crátera y la hizo llevar
por un mensajero, ordenándole gritar lo siguiente al corazón dé los hom
bres: ‘Bautizaos, si podéis, en la crátera, vosotros que creéis que retom a
réis a aquel que la ha enviado, vosotros que sabéis p o r qué habéis nacido’.
Y aquellos que respondieron al llam ado fueron bautizados en la Inteligen
cia, poseyeron la gnosis y se convirtieron en iniciados de la Inteligencia,
los hom bres perfectos (...) contem plar las cosas divinas y com prender a
Dios. Tal es el favor de la divina crátera”.
H enry y R enée Kahane, en The Krater and the Grail (1965), adhirie-
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ron a este acercamiento muy estimulante de la copa del G raal con la “crá
tera” hermética. Pero muchos otros exegetas dem ostraron que el conjunto
de los textos podía ser leído a la luz del esoterismo de la época, y descifra
do gracias a su simbolismo, o aun interpretado a la luz del ocultismo o de
la magia de los S dtas o de los Celtas. La riqueza de esta “M ateria de B re
taña” y los relatos de la Tabla R edonda están lejos de agotarse por las in
vestigaciones históricas, etnográficas y religiosas. Asimismo, continuará
largo tiempo proveyendo a la heráldica, al simbolismo y al esoterismo un
prestigioso reservorio de imágenes. Bajo la casuística amorosa de la corte
sía y detrás de las hazañas de la caballería, la influencia persa y árabe ha
trabajado, reduciendo insensiblemente las desviaciones de la naturaleza,
de forma y de finalidad que distinguen al am or cortés y al amor espiritual
de los místicos en Occidente, como lo testimonian las obras citadas. Pese a
las polémicas que esta cuestión ha despertado, hay que -admitir que una
lectura hecha en el espíritu del esoterismo perm ite aprehender circunstan
cias y, sobre todo, virtudes o símbolos comunes. Ciertas obras lo muestran
con claridad, aunque sea a través de paralelismos, en la época, de la místi-
ca de San Bernardo y de los temas de la poesía cortés, especialmente en
Occidente. A principios del siglo siguiente, la beguina Hadewijich de A n
vers elaborará una mística nupcial en sus Poemas espirituales, mística muy
interesante al respecto. Su poesía resplandece, como dice Jean-Noël Vuar-
net, con un “am or cortés del puro am or”.
E n cuanto a la epopeya iniciática de la caballería, une tradiciones va
riadas —druídicas, célticas— a los misterios del cristianismo, traduciendo
un esoterismo al cual el m undo árabe contribuyó ampliamente, sobre todo
en el hermetismo y en el hermesismo, la alquimia. Simultáneamente, esta
caballería tom a de la Iglesia su ideología, su ética y su espiritualidad. E n li
teratura, la O rden del Tem ple será su modelo mítico y legendario, pese a
las condenas que sufrirán aquellos a quienes San Bernardo designará con ,
el nom bre de M ilitia Christi. Parzival entregará el arquetipo mayor, en
una deslum brante síntesis. Retengamos estas palabras de Trevizent a Par
zival, palabras ricas en su sentido: “Valientes caballeros tienen su m orada
en Montsalvage, donde se guarda el Graal. Son los templarios”.
R einterpretando la historia bíblica de José de A rim atea, mencionado
en los Evangelios —él pide a Pilatos el cuerpo de Jesús y lo coloca en una
tum ba— , enriqueciéndola con el motivo del G raal, sucesivamente copa
que contiene la hostia (C hrétien de Troyes), cáliz de la prim era cena y
vaso en el cual José de A rim atea h ab ría recogido la sangre d e C risto
(Boron), o tam bién lapis exiltís (Eschenbach), los siglos X II y X III perm i
tieron la eclosión de un esoterismo verídico que, hasta entonces, no había
logrado cristalizarse. A l mismo tiempo, daban nacimiento a un imaginario,
a la vez profano, recorrido de temas populares, mágicos u ocultos, y a la
preeminencia de un maravilloso cristiano al cual el arte románico confería r
sus títulos de nobleza. E n fin, fundían en él mismo crisol alegorías corteses
y místicas, haciendo d el caballero un hom bre de elección en busca de
Dios, de la grada, de sí mismo en el espejo de su dama. E l amor, aquí, es
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i heroico en la medida en que encara la reconquista del am or divino, de
su eternidad en la unión con el otro y de su unidad perdida. Ciertas cate-
' drales, como la de M ódena o la de Barí, no vacilarán en acoger la Mesa
de A rtu ro y en testim oniar así ese abrazo del am or en las puertas del
santuario.
4 - F ilo s o f ía y m ís t ic a j u d ía s
H e r e n c ia n e o p la t ó n ic a y e s p e c u la c ió n f ilo s ó f ic a
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tal/sentidos, etc. Enuncia una filosofía neoplatónica que cede, ontológica y
cronológicamente, a la voluntad, luego vienen la forma y la materia que
ella engendra y labra. La Fuente de Vida se vincula esencialmente a esta
última cuestión de la forma y la m ateria. Ibn G abirol asocia entonces a
Plotino y los misterios judíos. A dopta la cosmología plotiniana y la idea de
que toda sustancia supone una form a y una materia, a excepción de la divi
nidad, evidentemente. E n consecuencia, no ve ninguna diferencia de valor
o de grado entre sustancias espirituales y sustancias corporales: en las pri
meras, la m ateria es espiritual, y en las segundas la forma es corporizada.
Sólo su naturaleza es diferente. E l m undo es un organon donde todo está
ligado, donde todo es contiguo, em anante, carácter específico del platonis
mo en general.
E n cambio, es en la relación que el m undo creado mantiene con Dios
donde se adhiere a la mística hebraica. A ndré N eher escribe al respecto:
“No es de un pensam iento suprem o de donde el Universo deriva y emana
según Ibn Gabirol, sino de una voluntad, muy parecida a la del Dios bíbli
co, que crea y dirige al mundo. Esta afirmación bíblica en pleno corazón
del sistema neoplatónico hacía la tesis del pensador judío fecunda en el
m undo cristiano”. D e suerte que Plotino y la Revelación bíblica se super
ponen en un sistema inclinado a las correspondencias, a las jerarquías y a
las similitudes, y preocupado no obstante por preservar la acción ex nihilo
de Dios: ‘La creación dé las cosas por el C reador Muy Alto, quiero decir la
m anera en que la forma sale de la prim era fuente, que es la Voluntad, y se
expande sobre la m ateria, puede com pararse a la m anera en que el agua
sale de su fuente y se expande poco a poco sobre lo que está junto a ella;
sólo (la voluntad) procede sin interrupción, sin detenerse, sin movimiento
y sin tiempo (...). Y es así que se dice por aproximación (en figurado), que
el C reador Muy A lto ha pronunciado una palabra cuyo sentido se impri
mió en la esencia de la m ateria, que la ha retenido; es decir que la forma
creada está im presa en la m ateria’”.
El segundo pensador judío de la época que se inscribe en una tradi
ción cercana a Platón y al neoplatonismo, ostentando un misticismo judío
a la m anera de un Saadia G aon (882-942), es Bahya Ibn Paqúba. Sin duda
vivió en el siglo X I, y nada se sabe de su vida, que debió de desarrollarse
en la España árabe. E s considerado como un “segundo pensador”, pese a
su anterioridad respecto de Ibn Gabirol. Su obra, en efecto, es menos inte
resante para el esoterismo. Paqúba reacciona a las especulaciones intelec
tuales de la filosofía. Insiste más bien en la m oral práctica y la necesidad
de un ascetismo, conducente a la contemplación de lo bello y a la felicidad
del alma en Dios. Su autobiografía espiritual, Introducción a los deberes
del corazón (H óbót halebábót), está fundada sobre una alianza de la Reve
lación y de la razón. Predica el despertar po r la accesis. Como en los pita
góricos, se trata prim ero de observar reglas de m oral y de practicar la vir
tud, a fin de ganar el derecho al conocimiento, después al am or espiritual.
La razón com bate la pereza y desafía la inercia: es fuente de despertar.
Paqúba anticipa ya el espíritu que anim ará en este sentido al Renacimien-
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