Desde el momento en que se nace se está loco y seguir viviendo es un acto
de locura. Reflexiono al ver el triste cielo gris encumbrado por encima de los edificios. Hoy es un día triste para los poetas, pero fructífero a la vez para su bohemia. Del cielo se respira melancolía en forma de una ligera brisa que cae y roza delicadamente mis mejillas, saludándome como dicen que a la Providencia le gusta saludar a sus hijos. Alzó los brazos al aire y me quedo meditando un rato. Mi mente viaja a la deriva como un barco en medio del océano, a veces calmado, a veces agitado. Qué bueno es no estar vivo, medito, los muertos están salvos de las marejadas y maremotos despiadados que golpean hasta que la embarcación cede y se hunde. El océano es el verdadero asesino de hombres, triste es el frío instante en que te das cuenta que el fondo salado te espera con su inmensidad oscura; ni un ancla a la que aferrarte ni menos un brazo amigo al cual asirte solo la oscuridad que como la ballena con el profeta Jonás te engulle en el silencio del caos. A lo lejos escucho campanas tañéndose, no solo yo sino muchos. Giramos la cabeza en busca del sitio donde se origina la melodía, sin embargo, no se detecta su origen y sí su ruido; un ruido melodioso y a la vez hueco. La melodía cubre mis oídos de paz y me dejo guiar por ésta cerrando mis ojos, no obstante, inmediatamente los abro, hay en ese aparente tañido de paz un trasfondo un tanto malicioso que me recuerda a las máscaras de teatro por un lado es alegría por otro la agonía de un sentimiento insospechado. Los oyentes proseguimos nuestra marcha sin darle más importancia a este fenómeno acústico y en definitiva llevamos razón en nuestro actuar. No es la primera vez que ese tañido se deja escuchar ya van dos meses desde que hizo su aparición. No solo en esta ciudad sino en todo el orbe, fue como una sorpresa inesperada su advenimiento y se habló a este respecto hasta en las cadenas televisivas más prominentes, el periódico no hacía otra cosa que imprimirse desmedidamente porque la gente quería no solo leer la noticia por ella misma sino guardar el papel impreso cual si fuera un amuleto de la buena prosperidad o una pieza de museo. La radio se desvivía por darle una explicación a la música del cielo como le llamaron. Ninguna respuesta irrefutable por el momento. Se hablaba de ovnis, de fantasmas o de la llegada de los cuatro jinetes del apocalipsis anunciando el fin del mundo. Al principio las personas temblaban, rezaban o cavilaban sobre el génesis de la música del cielo. Las autoridades pedían calma y de repente hasta le restaban importancia argumentando que las agencias policiales estaban lidiando con verdaderos problemas como para salir fuera de sus burocráticas oficinas y oír lo que cualquier transeúnte en las mañanas escuchaba. Las iglesias de todos los credos peroraban que era la primer señal de un sinfín de señales que estaban por venir anunciando o más bien gritando lo que por cualquiera con un mínimo de noción en materia religiosa ya se imaginara: << ¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado!>> No importaba ser cristiano o musulmán, creer en Yahvé o en Alá para estos sectores el ruido de esas campanas se empieza a confundir con trompetas y la compostura que se debiera de esperar se convierte en mercadotecnia líquida para sus pozos y en el peor de los casos, en brotes de paranoia aunque afortunadamente, esto último no se ha dado a menudo. Lo que sí sucedió como buenos animales hastiados de la vida que nos sorprendemos como niños ante un nuevo juguete para a las dos semanas después botarlo porque nos aburrió la emoción sensacionalista que antes nos embriagaba cedió y dio paso a la indiferencia. La gente dejo de preguntarse de dónde provenía el tañido de las campanas o si era una señal del apocalipsis de San Juan. Llegaron al mismo sentimiento que nos da a todos cuando escuchamos una y otra vez una misma canción, tedio, pasamos del deleite al hartazgo en muy poco tiempo y más si eso que provoca nuestra atención y luego nuestra frustración es inocuo, pues si el ser humano determina que algo no lo lastima no lo valora. Sólo aprendemos de nuestros errores mas nunca de nuestras bendiciones. Y es por esto mismo que reaccionamos de forma más intensa ante el fracaso que ante el éxito, y por la misma razón nos cuesta mucho más perdonar una equivocación a nuestro prójimo que alabarle un triunfo y de aquí nace el origen del por qué el pueblo está más unido ante la crisis que en el progreso. En las crisis hay dinamismo que nos empuja a salir a dar batalla y en los denominados buenos tiempos el dinamismo es reemplazado por rutina y la rutina termina matando al ser humano de modo más devastador que una bala, la rutina es como un cáncer que merma el interior de una criatura e inclusive más silencioso porque el infectado se percata de su mal únicamente cuando sabe que sus días están contados. Así las cosas, no es de impresionar que al populacho el fenómeno acústico le haya cansado y hayan pasado la página a temas más interesantes como soccer, moda o al siguiente bufón en las redes sociales. Yo seguía mi camino sin prisa rumbo a mi lugar de trabajo: la biblioteca. Porque yo, Daniel a mis veinte años soy bibliotecario, pertenezco al sector burocrático más tranquilo y armonioso que pueda haber. Nunca hay filas, no existen muchos usuarios y nunca nadie se ha quejado por un mal servicio. La biblioteca es el paraíso adelantado para los inteligentes. Me la vivo plácidamente entre los libros y el silencio, entre el sabio y la duda, entre la monotonía y el vivir aventuras codificadas en letras. Más que el responsable de la biblioteca municipal me siento como cualquier lector que se dirige a abstraerse de la vida que lo rodea. ¿Cómo había logrado conseguir el empleo? Fue fácil casi nadie sabe hoy en día que las bibliotecas existen ni siquiera para entrar en una y preguntar si hay vacantes de empleo. Yo hice eso, me dijo una señora entrada en años, de cabello corto y cano, de figura rechoncha que estaba a punto de jubilarse y que todavía no tenía a su sucesor. Llena este formato, mételo en el buzón y si te llaman ya la hiciste. Lo hice. Me llamaron y me entrevisto la misma bibliotecaria debido a que el sistema bibliotecario nacional esta tan desatendido que los responsables de éstas ante la ausencia de responsabilidad de sus jefes gubernamentales pasan a ser dioses; los Dioses de la sabiduría. Al parecer le caí bien y hubo manera de que me echara la mano y quede contratado, nunca pensé que fuera tan sencillo, pero así fue, mejor por mí no quería ver caras y rogar porque se me diera una forma de mantenerme. No soy arrastrado y las súplicas no van con mi dignidad preferiría morir de hambre antes que pedir limosna, gracias a Dios quede exento de fallecer de inanición. Logrado mi objetivo por fin pude dormir a gusto, el miedo por saber cómo iba a vivir se había esfumado y ciertamente fue un tanto a lo Alicia en el país de las maravillas. ¿Cuántos estudiantes recién graduados de universidades hay que no hallan empleo? ¿Cuántos tienen que aceptar un empleo por debajo de sus expectativas? Y ¿Cuántos se tienen que agachar delante de unos jefes imbéciles y prepotentes? Muchos. La situación laboral es pésima. El gobierno se desvive propugnando soluciones para la escasez de oportunidades laborales. Resultados, cero. Al gobierno ni siquiera le importa la situación laboral de los recién egresados. ¿Tan si quiera han observado las estadísticas que ellos mismos mandan realizar? O ¿Dan seguimiento a los que se encuentran en busca de empleo? No y con un demonio no. La situación es para llorar para los jóvenes y encima la gran estupidez de las compañías. Esos monstruos corporativos que miran a los demás por encima del hombro y que ven a los candidatos a vacantes como ladrones o como limosneros. Ni son ladrones ni limosneros. Debido a que no van a robar sino a laborar a cambio de un salario y no van a pedir limosna puesto que van a realizar un trabajo o servicio a cambio del salario. Por ley jurídica y moral todas las personas somos iguales y, sin embargo, la jerarquía corrompe, hoy están abajo, mañana arriba y casualmente resulta que cuanto más ascienden menos memoria les queda para reconocer de donde vienen. El humano busca el dominio del semejante para sentirse superior y, no obstante, no se percatan que eso mismo los hace inferiores pues quien es superior refleja la virtud en su conducta y no hace alarde de su poder para subyugar. Dejando estas disertaciones de lado abro la biblioteca y me dirijo a mi asiento en mi escritorio que se encuentra en medio del recinto. Me siento en mi silla móvil a la que hago girar varias veces en círculos, me detengo y sacó de un cajón mi libro que actualmente estoy leyendo: Madame Bovary; y me enfrasco en su lectura. Soy capaz de perderme hasta tres o cuatro horas sin saber de mí. Igual a cuando duermo, pero sin perder la conciencia de lo que hago, es idéntico a la manera que tienen los submarinos de sumergirse en el océano, van directo a donde quieren sin dificultad, yo igual, ellos surcan el lecho marino yo sueño. Y así el tiempo se deforma en estelas de colores que se rompen y difuminan a mi alrededor. Son partículas semitransparentes que flotan azarosamente cual pompas de jabón. Se hacen grandes y luego desaparecen, su existencia es muy corta y por ende se ganan mi respeto. En lo profundo de mi mente al leer las veo y no sé si verdaderamente existen o son meramente producto de mi imaginación. En cualquier caso, mientras sueño y leo me hacen compañía, no me incomodan y les resto atención. Pasan las horas me doy cuenta por ese reloj enorme pegado a la pared con forma de estrella, tic-tac, tic-tac, tic-tac dice sempiternamente cada vez que pasa un segundo y es sólo ese artefacto elaborado en tiempos de ocio por los homínidos el que se percata del correr del tiempo, vive para medir el tiempo y se acabó. Nadie es más consciente del transcurso del tiempo que un reloj. Y mi mente divaga. ¿Qué es el tiempo? El tiempo es la consciencia que tengo de mí mismo a través de la existencia. No es algo que se mida, sino se siente, y el tiempo existe solo cuando siento y si no siento no existe pues al no sentir no tengo conciencia de mí mismo. Que es lo que ocurre cuando se yace cómodamente dormido o muerto. El tiempo es inexorable y también duro; si lo sintiéramos eternamente nuestra existencia sería un tormento y la única salida sería el suicidio. El paso del tiempo nos demuestra que la vida es insoportable, de lo contrario, sentiríamos todo el paso de cronos sin hacer ni una mueca. Sin embargo, al creador se le da más crear tortura que vida plena, sufrimiento que parece eterno contra felicidad fugaz. El creador hizo las cosas al revés. La cuestión a plantearse aquí es, ¿lo hizo accidentalmente o lo hizo exactamente así porque es sádico? Ni Dios responde ni el tiempo propone. De pronto alguien ajeno a mi soledad la turba. Giro la cabeza y me encuentro con Martín un muchacho de quince años, de ojos pícaros y mirada curiosa. Este personaje ha sido uno de los pocos usuarios que he observado a menudo por la biblioteca. Callado y tranquilo pero necio y curioso cuando se le provoca. La primera vez que nos vimos se acercó a hablarme según él motivado por la poca diferencia de edad que nos separa. Eres tú el nuevo bibliotecario, pregunto, sí, respondí escuetamente ¿pues a quién esperaba ver? ¿A un simio? - Hola, ¿cómo estás? – dice Martín - Bien ¿y tú qué, y la escuela? - No fui hoy - ¿Y eso? - Aprendo más aquí – dijo Martín mientras se pasaba una mano por la nariz – Y como los maestros ya no leen, aquí aprendo más que ellos. - Pero si lees puros libros extraños - Que sean extraños no les quita su validez - Y bien, ¿Qué leerás hoy? - Mira vengo a relatarte parte de mis investigaciones que he llevado a cabo en los últimos meses para ser preciso desde que se escuchó por primera vez la música del cielo - Te oigo Quién es Martín sino un sabio precoz. Uno de esos seres que viven admirándose por lo extraño de la vida; monstruo del lago Ness, el abominable hombre de las nieves o religiones antiguas. Uno de esos escasos jóvenes para los que la moda o el ejercicio no tienen sentido, que viven la existencia como exploradores hurgando en libros o internet los sucesos inexplicables del día a día, que al no contar con calificaciones de excelencia o músculos se diferencian de los demás por su marcado excentricismo. Existen no para descifrar misterios, todo lo contrario, existen para crear más misterios pues su sola conducta es un misterio, su forma primigenia que dio lugar a una criatura torturada por lo que otros no ven o no desean ver, un enigma. Un investigador de lo exótico o un investigador de lo absurdo según se quiera ver, sin embargo, eso ya no depende de él sino de los ojos de quien lo mira. Martín hablo con el pecho firme y la voz ronca de sucesos raros que comenzaron a acaecer inmediatamente la melodía celestial se dejó escuchar. Los videntes declaraban que el fin del mundo se acercaba puesto que las ánimas así se los hicieron saber. En los hospitales gente que estuvo a punto de perecer o que perecieron de manera clínica volvieron de la muerte y dijeron que durante el tiempo que estuvieron difuntos se les hizo saber por una luz blanca parlanchina o por seres alados de tintes blancos que la gran tribulación se avecinaba y que los elegidos serían los únicos en sobrevivir. Los terremotos en Japón y los tsunamis en Sudamérica lo constataban y que como dijo el Maestro “Quien tenga oídos que oiga”. Iba a responderle que primero habría que limpiarse los oídos para evitar oír mal, pero me abstuve. Martín seguía diciendo que las ECM (experiencias cercanas a la muerte) se incrementaron a raíz de la acústica de las campanas y que los que la padecían enunciaban lo anteriormente mencionado que el fin de esta era se acercaba. - ¿Y qué perdemos con el fin de la era? – le pregunte a Martín - Nuestras vidas - ¿Puedes mencionarme algo que vayamos a perder exclusivamente con el fin de esta era y no algo que de todos modos con o sin fin vamos a perder? - La maldad, tal vez – dijo a media voz - El bien y el mal son concepciones intrínsecas a la especie humana. Mientras existamos esta dualidad nos acompañara. Llámame maniqueísta, pero así es. - ¿Acaso no has entendido el sentido del fin de la era como la conocemos? – pregunta vehemente Martín – Si hay un fin no es debido a que venga un término sino un reinicio. Ya ha habido cismas decisivos en la vida del hombre y no me refiero solamente a cataclismos de la madre naturaleza. También ha habido cataclismos sociales, religiosos e ideológicos. ¿O es que seguimos pensando cómo hace doscientos años? O ¿la gente le tiene el mismo temor a Dios que antaño? Para nada. Todo cambió y muchos no se percatan de esta metamorfosis en la vida social e individual del hombre y, sin embargo, transmutaciones como estas demuestran que cambiamos constantemente casi siempre para bien. Las féminas desde hace décadas pueden votar y ser ateo no te lleva a la horca. Sin estos cismas el humano sería un error perpetuo. Y la diferencia entre él y una roca oscilaría únicamente en que la roca no se equivoca. - Tienes razón le digo, no obstante, el origen al que le confieres la causa de estos cismas está errado. Sí, ha habido transformaciones de orden interno y externo en el individuo que lo ha hecho avanzar, casualmente o premeditadamente, al progreso, pero no es este acontecimiento causado por un dios sino por el mismo ser humano. Nosotros llevamos inherente el cambio ya lo dijo Heráclito lo único permanente es el cambio. El hombre reflexiona y dicta, siente y dicta. Y como no todos pensamos del mismo modo siempre aparece un sujeto que transforma la corriente de pensamiento de la época como Marx o Nietzsche, Freud o Voltaire. Es gracias a estos monstruos que llegamos cada vez más lejos y es gracias a ellos que los convencionalismos o dogmas son desechados cuando se pone sobre la mesa su banalidad. Bien dijo Umberto Eco nosotros vamos a hombros de gigantes. - Entonces le restas importancia a Dios – dijo Martín provocativamente - Conforme. Sin embargo, no puedes anular del todo su papel meritorio en estos cismas. Sin importar si es el dios cristiano o el musulmán o incluso la religión budista en todas sus derivaciones, son gracias a la existencia de los credos que el hombre ha tomado impulso hacia delante, si bien con sus debidos tropiezos, no niego la inquisición ni los genocidios que han acarreado al punto de mostrar lo más vil y abyecto del ser humano. Pero con todo y eso nos han provisto del aliento que necesitamos para caminar. ¿O es que un individuo desmotivado llega lejos? ¿Desde cuándo el sinsentido de la vida ha ocasionado que los hombres se paren de sus camas de madrugada y vayan a trabajar? Ha sido la creencia en un más allá, en una divinidad lo que en todos los rincones del globo terráqueo ha puesto manos a la obra el porvenir. - Los caníbales tienen sus divinidades y ya ves – le dije socarronamente – continúan vistiendo taparrabos. Martín no puede evitar soltar una risa apenas audible. Es lo que me gusta de este muchacho. Que a pesar de su edad se pueda discutir con él tan amenamente sin temor a rencores o a que se caldeen los ánimos. Me dice y le digo, responde y le contesto. Cualquier otro ya hubiese mostrado su faceta intolerante pero no Martín. A los pocos instantes ya se encuentra en el pasillo de los libros de autoayuda y espiritual reanudando su investigación. Había escuchado por la radio lo del aumento de las ECM y en el acto surgió dentro de mí el flujo de la indiferencia. Suponiendo la veracidad metafísica de este fenómeno ¿Qué se ganan los ángeles o seres del más allá otorgando a ciertos elegidos el beneficio de ver antes de tiempo lo que de todos modos van a ver cuándo les llegue la verdadera hora? ¿Acaso lo hacen para echarnos en cara lo bien que se está allá comparado con la materia fecal de aquí? Y si el más allá se halla en óptimas condiciones ¿Por qué no arreglan lo que está mal aquí o es que este mundo es la excepción porque como dijo el Mesías este mundo es de hombres y yo les hablo del mundo de mi Padre? El que aborrece este mundo y muere por mi causa se ganará la vida eterna y el que viva por este mundo y me desconozca perecerá eternamente. Entonces ¿sólo yacemos en este planeta para ponernos a prueba como un examen? ¿Hicimos algo malévolo y nos mandaron castigados al rincón de la clase que resulta que tiene forma de esfera de color azul y se le denomina Tierra? Si uno se halla de vacaciones en las Bahamas ¿no le ha surgido intempestivamente el sentimiento de querer quedarse allí y no volver a su ciudad donde le espera el trabajo y la monotonía? Y si nos marchamos ¿no es exclusivamente debido a que no contamos con el capital económico suficiente para perpetuar una vida hedonista? Ahora imagínense un más allá supuestamente cinco mil veces más hermoso que las Bahamas en donde existimos antes del nacimiento ¿quién dejaría conscientemente un lugar tan magnífico para caer en las garras de este planeta tirano? Creo que nadie al menos que dieran publicidad engañosa lo cual sería un acto deleznable de los cielos o que nos coaccionaran a venir lo cual todavía sería peor. Sin olvidarse la maraña de visiones que tienen los que han padecido ECM desde visiones paradisiacas hasta los abismos infernales desde Cristo hasta Vishnu, desde túneles y luces hasta jardines o palacios. ¿Y qué con la luz blanca intensa que no cala a los ojos? Pienso en esto sin explicar porque me comienzan a temblar las manos. Dicen que la luz es tan blanca, intensa y preciosa que te inunda un estado de paz. Presuponiendo que está luz existiera lanzo mi pregunta a los silencios ¿Esa luz es Dios en alguna de sus denominaciones o es una droga imposible para el humano por su alto grado de tecnología? Desde cuando una luz puede conceder en el hombre un estado de éxtasis o de paz. Ni el sol puede hacer eso, o ¿es que estamos como los mosquitos y el bombillo eléctrico? Poco probable, mas sí sé de algo que nos puede llevar al más intenso cielo o a la más desenfrenada sensación de intenso vaivén, la droga. Me van a decir que una luz causa más alegría que el contemplar el rostro de tu hijo mientras duerme o que otorga más dicha que cuando besas a la persona que te gusta. Y si así fuera entonces ¿qué tanta validez tiene lo que nos sucede en la Tierra? ¿Cuál es su trascendencia? Si con observar una luz nuestras prioridades cambian en un santiamén ¿Qué es lo verdadero y que lo falso? Si lo falso es esto, dicen los creyentes, por lógica anulan la importancia de sus vínculos que tienen con los demás y por lo tanto los creyentes serían en lo más recóndito de su ser las criaturas más egoístas al tildar los lazos hechos en la tierra como mentira. Al final ni familia ni amigos solo la luz. Vienes de un mundo podrido mira nuestro cielo sin mancha ni arruga parecen decir los ángeles y como el sediento en medio del desierto cuando le enseñan una botella de agua él cual sería capaz de asesinar por ella, aquel que se deleita con ese perfecto más allá niega a los suyos y su vida terrenal al grado de desear impúdicamente no volver a la vida como afirma la mayoría de los que experimentaron una ECM, que se saquen el problema los míos yo me quiero quedar aquí dicen. Y si existiese la reencarnación, tanto peor, volvemos a ser engañados en el círculo vicioso sempiternamente. La cárcel inexpugnable es aquella en la cual una parte de los esclavos fungen como custodios y evitan que sus colegas de infortunio escapen y lo más irónico de todo es que no lo hacen por maldad sino por fe. La tarde cae y un fresco aire barre la ciudad. Las hojas de los árboles citadinos embellecen el paisaje de las calles y explanadas. Un aroma a tierra mojada recorre la nariz de las personas que nos encontramos al aire libre. Afuera de la biblioteca recargado en un hermoso pino me fumo un cigarro al tiempo que contemplo el cielo, sigue nublado. Años atrás la vista de un cielo gris me provocaba nostalgia cual si fuera la apoteosis de un drama de Víctor Hugo. En la actualidad me induce a sentirme dentro de una novela de Camus. Las cosas cambian y las sensaciones en mí también, unas murieron, otras que no sabía que sentiría nacieron. El tiempo es cambio pues no es estático y hasta los dioses del edén se cambian de postura frecuentemente al observarnos. Doy una profunda calada al cigarro, mis manos siguen temblando, maldita luz, reflexiono no me deja en paz su presencia en mi mente. ¿Qué se sentirá ser Dios? ¿Fumara? y si la respuesta es positiva, ¿será tabaco, opio o marihuana? ¿Los dioses se aburrirán? Si en la eternidad no percibes el tiempo no puedes ser plenamente consciente de ti y de la existencia que te envuelve, por lo tanto, solamente te quedan dos alternativas: existir en estado onírico perenne que es en última instancia como concibo a la divinidad o fumar hierba para mitigar el tedio de ser y no ser al mismo tiempo. Regreso a mi puesto y veo dos caras nuevas; un anciano de setenta años sacando a Don Quijote de un estante y a una muchacha de unos diecisiete años. ¡Ah, los mágicos diecisiete años! Como se vive y se sufre a esa edad. Los muchachos somos torpes y semi- sabios a partes iguales. Creemos saberlo todo y no sabemos ni si quiera atarnos las agujetas de los zapatos. Decimos que amamos y herimos al amigo en seguida. Temperamentales y sensibles. La parte más enigmática del hombre es su etapa de adolescencia. Lástima que la olvidemos con prisa. Nos avergüenza lo que sentimos e hicimos a esa edad, no obstante, nos marca de por vida. En mi caso fue de este modo y eso hace apenas tres años, pero para mí es como si esos avatares hormonales me hubieran ocurrido en otra vida. Desde mi percepción hace tres años representa un pasado lejano y ese yo que vivió tantas penas un yo distinto al que soy en este instante. Desconozco a ese yo de hace un trienio y no por vergüenza sino porque lo siento como una sombra ajena a la silueta que hoy soy. Afortunadamente el tiempo evita lo fijo y pude salir por medio de leyes físicas de los diecisiete años. La muchacha elige un libro y se sienta en una mesa, se coloca sus lentes y mira detenidamente el ejemplar que sostiene sus manos. De repente la lectura la absorbe, lo sé por su mirada concentrada y abstraída que me recuerda a la mirada de los invidentes que, aunque de cuerpo estén presente su ser figurara estar muy distante, en una dimensión diferente diría. Sigo leyendo a Madame Bovary serenamente y dejo que su imaginario me lleve a otra dimensión. A la mañana siguiente cae una lluvia ligera. Un viento helado recorre el corazón de la ciudad. Salgo con chubasquera y me intereso por ver los charcos a mi alrededor. Los niños brincan en ellos y los adultos los evitan. Las avenidas están atascadas de tráfico y los camiones repletos de pasajeros. El bullicio de la vida burgués es menor cuando llueve. Casi no hay peatones y los pocos que vamos caminando evitamos vernos a los ojos. Pareciera que la urbe sigue dormida encantada en un letargo por la lluvia. Llegando a la biblioteca alzo la vista para mirar a la muchacha de ayer. Viste un suéter rojo y lleva un paraguas amarillo. Espera a que abra la puerta e inmediatamente se mete dentro con aire de magnificencia cual Ulises versión femenina que regresase de su Odisea. No nos hablamos más allá de un simple saludo de cortesía. Ella va a su mesa a leer y yo a mi escritorio. Aunque esta ha sido la primera vez que asiste tan temprano. Me pregunto por qué. No tendrá nada mejor que hacer o quizá su novio la abandono y busca refugio en un lugar solitario. Francamente no sé y a veces el no saber causa intriga. Pero no soy impertinente y tampoco me gusta entrometerme en los asuntos de los demás. Dejo que la corriente de la duda siga su cauce natural. Mejor me pongo a trabajar y verifico el reporte de los libros en préstamo con el objeto de saber cuáles deberán ser entregados hoy y en los días siguientes y si hay otros que ya deberían de haber sido entregados. Lo positivo de que sean libros y no dinero lo que se presta aquí consiste en que por lo general sólo muy pocos usuarios sacan su membresía para solicitar llevarse un libro a casa y segundo, que al no ser dinero casi siempre regresan lo que pidieron prestado. Eso sí, a veces con un poco de salsa encima e inclusive en dos ocasiones las páginas estaban manchadas de café. Les dije que debían de pagar por el libro y afortunadamente aceptando su error no pusieron pegas, así me hice con dos ejemplares nuevos para el servicio al lector. Llevo un control basado en fechas y en las claves con que cuentan los libros en el lomo como un código de barras. Cuando alguien se lleva un libro yo registro su clave en la computadora y listo, hasta que no haya devolución en mi registro ese código en particular existirá en la cuenta de libros en préstamo. Por la tarde ocasionalmente me dedico aparte de barrer y trapear a pasar un trapo limpio estante por estante y obra por obra para evitar el polvo y dar una apariencia de pulcritud literaria. Podrían pasar un dedo por cualquier recoveco y no hallarían suciedad. Lo malo radica en que de repente vienen a mis dominios de letras alumnos de secundaria traídos por profesores en una excursión didáctica con el propósito de darles a conocer la existencia y función de este recinto. Ruido, ruido y puro ruido. Después bendita sea la Providencia se marchan. Esperando nunca volver a verlos salgo y doy tres vueltas alrededor del pino y fumo. Es mi cábala ante estos días donde la biblioteca se llena no de lectores y sí de hormonas ignorantes. Se acerca el verano y será mi primer verano como bibliotecario y entonces tendré que lidiar con los talleres de lecturas que se impartirán para los niños. No obstante, no me preocupa en lo absoluto, los niños a diferencia de los estudiantes de secundaria son tranquilos y sus travesuras siguen conservando una estela de inocencia. Afuera se escucha el tañido de las campanas. Se había tardado. Las campanas repican sin tregua casi amenazadoramente a veces son interrumpidas por un relámpago caprichoso y por las gotas que caen en los techos de lámina de las fábricas y, sin embargo, la melodía celestial no cede, al contrario, su sonido se hace más fuerte, más vigoroso, cual composición legendaria del mejor Richard Wagner. No cabe duda esas campanas no anuncian paz sino guerra. Me recuerda aquellas palabras dichas por Jesús de Nazaret en el Santo Evangelio según San Mateo “No vine a traer la paz sino la espada” 10:34-36 Me asomo por la ventana. La poca gente continúa caminando como si nada. Absorta en sus propias diatribas personales. Ajenas a la música del cielo, caminan viendo hacia abajo para evitar pisar un charco. Adultos en su mayoría y uno que otro estudiante van dando pasos al tiempo que la lluvia cae; un paso, una gota, una vida, una historia en el gran caos de gaya. Los carros pasan la avenida tratando de no lanzar agua al peatón. Si bien algunos cretinos se acercan a la esquina y de improviso aceleran el motor empapando a los incautos. La lluvia modifica la vida en la ciudad, pero para mañana todo estará olvidado a excepción de la monotonía, esta se pega a nuestro ser y no nos suelta hasta que nos carcome y nos hace mal bichos. A unos malévolos a otros indiferentes. Lo mejor de este día o mejor dicho lo más interesante de hoy fue la visita de Martín. Siguió hablando acerca de las campanas y de cómo esta situación ajena a todos parecía no acabar. Qué querrán decir con su tañido se preguntaba. No me importa le contestaba. Me tiene sin preocupación lo que debe suceder sucederá nos parezca o no. La vida no te pregunta si quieres esto o lo otro, si estás bien con ello o aquello. Simplemente es vida y actúa a su modo sin cuestionamientos, balances o consideraciones. La existencia del ser humano se reduce a interpretar estos vaivenes como desee. A vivir o abstraerse de la vida, sentirla o rechazarla, agradecerle o criticarla. A la vida no le importa pues ella seguirá siendo mientras tú un día dejarás de ser. Martín de cara a mi escritorio enunciaba que el fin de los días estaba cerca que el Juez llegaría con la vara para medirnos según la calidad moral de nuestras acciones. - ¿Por qué crees que un juez nos juzgará por nuestros actos si siempre nos ha dejado hacer lo que queramos? – le cuestione - Las personas les dan libertad a sus vástagos aun con el riesgo de que obren mal, por lo tanto ¿Cuál es la diferencia entre ellos y Dios? - Que nosotros imponemos a nuestros semejantes un código de valores prestablecido, delimitado y sobre todo bien explicado. Y las acciones que yo haga ¿quién me las juzgará? ¿Cristo o Alá o quizás una divinidad hinduista? Hay de credos en el mundo como peces en el mar. Y algunos tan diversos entre sí que, una acción de gran virtud en una determinada religión puede ser vista como una abyección en otra. Entonces, tengo que obrar según quién o qué, si la vida es de locos y sólo el más loco nos puede juzgar. - La vida no es de locos – asegura Martín con aire compungido – la vida es de clarividentes, pero como ver cansa nos evadimos de la realidad a través del conformismo o de los pretextos. El hombre no es perfecto y por eso nos equivocamos. Conforme. Sin embargo, eso no es excusa para cometer aberraciones. El error humano y la vileza premeditada no son lo mismo, no obstante, cerramos los ojos con la finalidad de hacerlos parecer iguales. Obrar con justicia cansa más que ninguna otra cosa y por eso evitamos concienzudamente a la honradez para refugiarnos en el fango de la mediocridad. ¿Y quién tiene la culpa? Sino Dios, sin importar si crees o no en él así es, se ha convertido en la excusa más enorme jamás usada para justificar la maldad de nosotros, los de carne y hueso. - El problema es – le digo un tanto emocionado por la conversación - los valores y no Dios. Si hiciésemos lo correcto debe ser porque es correcto y no porque lo dice Dios. - Dios – dice Martín al tiempo que levanta el dedo índice izquierdo hacia arriba – ha hecho mucho más por la axiología de lo que tú crees. Sí, es cierto hay muchos credos con contenidos ciertamente dispares entre sí, pero eso nunca ha sido óbice para que cada uno de ellos enriquezca a la axiología. En lo que difieren los credos es tanto la divinidad a adorar como en las concepciones de cielo e infierno. Así como las prácticas ceremoniales que llevan a cabo. Sin embargo, en última instancia buscan separar las acciones en buenas y malas basadas en las concepciones sempiternas del hombre que lo han acompañado en su existencia desde antes del nacimiento de las religiones. Amor, amistad, tolerancia, honestidad, solidaridad, entre otros conceptos; ya existían y eran puestos en práctica antes del inicio de las creencias religiosas como institución organizada. Pero han sido las religiones con sus estudios y juicios valorativos quienes han no solamente enriquecido sino ampliado la moral humana de antaño. Condensaron en una filosofía las acciones de los hombres y las analizaron según el bien o mal que éstas provocaban a nivel individual o colectivo. Nos dieron un orden social y nos ayudaron a comprender qué es lo correcto de manera universal pues hay leyes como no matar, no robar, no violar, no calumniar, etc. Que se aplican aquí como al otro lado del océano. Que las religiones se hayan desviado de su cauce humano en el cual los errores eran permitidos a ser puro dogma es cosa de la neurosis colectiva de cada época. Que en la práctica no apliquen sus nobles preceptos es de seres cansados de la vida que como ya dije, prefieren cerrar los ojos y pretextar a mantenerlos abiertos y luchar. - Acepto que las religiones pusieran sobre la mesa la dualidad de nuestros actos. Que los analizarán y tratarán de diferenciar lo elevado de lo bajo. Sin embargo, dime, ¿Quién es Dios? Y ¿Dios sabe de todo este drama? ¿Para ser mejores criaturas se debe de mezclar la moral con la teología? ¿No existe la posibilidad de que se divorcien? - Tú – dijo el chico con voz atronadora – eres tu propio Dios. No obstante, para el prójimo no pasas de ser un ciudadano promedio. La indiferencia corroe el espíritu del hombre. Apaga nuestra empatía con los demás, por ende, necesitábamos del concepto del Dios social para amarnos los unos a los otros o cuando menos para no dañarnos. De qué sirve ser tu propia divinidad, ser el capitán de tu vida si eso más que hacerte modesto te hace vanidoso y más que acercarte al semejante te aleja más y más de él enzarzados en una competencia absurda y egocéntrica por ver quién es más dueño de sí. Ya no se competiría exclusivamente por puestos de trabajo sino además por hacer el mayor ruido, caeríamos en el sinsentido de sentirnos únicos en un mundo de iguales, de llamarnos justos por ser justos con nosotros mismos y no por ser justos con otros. El tener una divinidad a la cual una sociedad reconoce como tal evita que nos matemos en la lucha de nuestro ego personal y al concebir a un ser superior a la raza humana nos otorga modestia y el que a veces esta divinidad sea representada como enemiga del hombre nos provoca empatía con el de al lado como la solidaridad intempestiva que surge entre dos personas ante el infortunio y el que exista la imagen del infierno la compasión y el perdón para quien es esclavo del mal. Nuestra plática se prolongó media hora más y debo de reconocerlo. Me entretuvo de sobremanera. Martín y yo. Un muchacho de quince años y un joven de veinte perdidos en una biblioteca cualquiera en una urbe cualquiera intentando dilucidar las cuestiones esenciales de la existencia. A la distancia la borrasca hace oscilar al pino, y desde la ventana nos llega un olor a hierbabuena. El olor traspasa mi nariz y me causa arrobamiento. Los espíritus vuelven a casa en la lluvia, las palabras son absorbidas por el vaho matinal el cual las hace desaparecer como si nunca hubiesen sido pronunciadas y por esto, guardan un parecido con los fantasmas. Una parte de nosotros también desaparece después de haberlas pronunciado y esa parte nunca vuelve, se difumina en la pared o en el inconsciente de nuestro receptor. Vamos dejando estelas personales en otros cual leproso va dejando su nariz o parte de su mentón en la casa de un amigo. ¿Quién nos recordará cuando ya no estemos? Nos vamos sin dejar siquiera la sombra de lo que fuimos, nos quedamos en la memoria de algún samaritano por cierto tiempo hasta que él también muera y con él nosotros. Las personas mueren dos veces antes de caer en la nada. - Vamos a un lado ahorita que te desocupes – me dice Martín sacándome de mis pensamientos - ¿A dónde? - A que conozcas a una persona - ¿Nada más? - Nada más Reflexiono antes de volver a hablar. La muchacha se nos queda viendo desde su mesa. Sus ojos nos traspasan y estudian ávidamente. Ya no lee, tiene el libro cerrado y su mano derecha encima de éste. Prendo la radio para aminorar la tensión en el ambiente. Sintonizo una estación de noticias local. La muchacha desprende un aura misteriosa y una sonrisa a medias se dibuja en sus labios lo que hace inquietarme. Pienso en algo que decirle para romper el hielo, pero no se me ocurre nada. Martín no se da cuenta sigue en su singular planeta de moral y teología. De repente la muchacha se para y se pierde entre los estantes del lado oeste. Sobre la mesa un celular con una correa de Winnie Pooh comienza a sonar. A las siete de la tarde camino con Martín sin saber todavía de qué va la cosa. Pasamos frente a fábricas pestilentes y calles tan inundadas que me recuerdan a Venecia. En ocasiones las rodeamos evitando mojarnos hasta las rodillas. Una llovizna ambienta el trayecto que parece interminable. Los perros de una vecindad comienzan a ladrar mientras se acercan a olernos. Damos vuelta en una esquina y un callejón nos cierra el paso. Sólo una puerta de madera que por su estética y estado me indica que cuando menos tiene cincuenta años de existir sin que nadie le diera mantenimiento nos recibe de par en par como si dentro se supiera de antemano de nuestra llegada. Dentro la gente toma y se divierte jugando con un futbolito de mesa, choques de cervezas por todas partes, la alegría de los brindis festivos incita a unírseles empinando alcohol como si no hubiera un mañana. Todos disfrutando de la comida y bebida. Como me percaté de la ausencia de algunas disposiciones que las cantinas deben presentar por parte de fiscalización y control deduje que me encontraba en un tugurio clandestino. Mas no me importa, de hecho, me entusiasma. Todo hombre sano debe de tener accesos de rebeldía pese a la ley. Son estos accesos rebeldes lo que nos diferencia de los autómatas y estúpidos que necesitan de una línea recta para no despistarse. Hombres de bien, ciudadanos ejemplares se dicen a voces, pero por dentro perdieron el espíritu libre sustituyéndolo por leyes genéricas. Cuando el caos de la existencia irrumpe en sus vidas se quedan sin saber qué hacer. Y es que el caos no perdona. Siempre se halla latente en cada uno de nosotros y basta una emoción que nos marque para que el desorden nos convierta en criaturas desesperadas, desabridas y sin sentido del humor. Caminamos hasta una mesa redonda de color café. Encima de ésta se encuentra un salero y un servilletero en forma de paloma. En el centro un platito con limones ya partidos y un cenicero con diseño sesentero nos esperan. De fondo empieza a sonar música de Frank Sinatra, música que casi nunca escucho y menos esperaba oír en un bar del siglo XXI. Algunas parejas bailan y otras se contemplan a los ojos al transcurso de la voz de Sinatra. Se aman con los ojos y se embriagan para olvidar que aman. Así de penosos somos. - Mira, ¿si ves a esa señora en la mesa de fondo? – pregunta Martín Asiento con la cabeza - Pues es a ella a quien vinimos a ver. Pero antes hay que tomar algo. - ¿Tú en serio bebes a tu edad? A los quince, eso es un récord yo inicié a los diecisiete - Sí bebo, sabes, la vida es corta y ni siquiera sé si voy a llegar a los dieciocho años de edad. Es decir, me puede atropellar un carro o darme cáncer pasado mañana. Así que por si las dudas tomo antes de tiempo porque no sé si después haya tiempo. - Eres singular – digo al tiempo que rio – Lees, pero sólo vas a la escuela cuando quieres, crees en la moralidad y, sin embargo, hete aquí bebiendo. - Si lo pones de ese modo llevas razón – dice mientras hace bolita una servilleta – No obstante, creo en el libre albedrío y a menudo, me dejo guiar por él. Soy moralista mas no exagero. Creo en un Dios, pero no vivo para atarme a él. Valoro las leyes, sin embargo, al ser elaboradas por humanos cuentan perpetuamente con cierto grado de injusticia. No soy anarquista únicamente porque reconozco que nada bueno saldría de esta doctrina en los años turbulentos que vivimos. Soy un humano y como tal, me doy gustos por anticipado porque nadie ni los bienintencionados nos pueden asegurar con certeza el mañana. Ahora, dime tú Daniel en qué crees. - ¿En que creo? - Sí, ¿en qué crees? ¿Crees en Dios? Tengo dudas puesto que únicamente lo criticas, sin embargo, ¿a quién críticas, a Dios o a los que según tú lo crearon? - A todos. Porque todos somos parte de un todo y nadie puede librarse del papel que desempeña en este drama circense. ¿Qué si Dios existe? No lo sé, aunque el meollo del asunto no es si existe o no, sino en la autoridad que le conferirías si existiese. ¿El que exista un ser superior es motivo suficiente para someternos a él? O la verdadera razón de nuestro sometimiento es por miedo a él. Y si por ventura fuera por miedo a él, quiere decir que lo negamos por la imposibilidad de dominarlo y no por la total ausencia de creencia en él. Negamos lo fuerte; así como un mal perdedor niega al vencedor. Para mí, desde hace tiempo he concebido a Dios como el Todo en estado onírico eterno. Para él nuestros avatares son un sueño dentro de un sueño, dentro de otro sueño, envuelto dentro de otro sueño y nos contempla como sus ensoñaciones; no interviene, sólo contempla lo que es, fue y será. Pero que sucede ahora y desde siempre. Somos piezas de dominó en manos de un ajedrecista. ¿Qué esperabas? Solamente combinaciones raras pueden salir. Martín me observa fijamente y luego vuelve a preguntar - ¿Crees en el hombre? ¿En su destino? - Creo en lo inesperado y nada más. De un hombre no te puedes fiar jamás. Vivo con ellos debido a que no me queda de otra. Gracias a eso, me doy cuenta de que el pensamiento de la organización social es una opinión. No pensamos igual ni creemos en las mismas cosas por lo cual caminamos en rumbos diversos pese a vivir entre el humo y el concreto. Hoy la mayoría rendimos culto a un estilo de vida y mañana a otro. Se convive con opiniones variadas. Nadie tiene razón, pero nadie está totalmente equivocado. Como dijo Aristóteles “Nunca se alcanza la verdad total, ni nunca se está totalmente alejado de ella” En ese momento un mesero nos trae dos cervezas frías y saluda a Martín con gesto que sólo la costumbre provoca. Damos unos tragos en silencio. La señora de fondo nos voltea a ver y saluda de mano a mi acompañante. Acto seguido vuelve a concentrarse en su michelada. La señora aparenta unos sesenta años, de cabello largo con algunos mechones canosos, y para su edad un cuerpo bien formado; lo que da indicios de un pasado glamuroso y sexi. Saca un celular de su bolso y marca un número. Su voz llega hasta nuestra mesa, no alcanzo a comprender lo que dice, no obstante, se le ve animada. Enciende un cigarro y el humo sale flotando en zigzag hasta el techo. David Bowie reemplaza a Sinatra. Las horas siguen su curso. Martín y yo seguimos pidiendo una cerveza tras otra animados por el ambiente del tugurio. Llegan mujeres con faldas cortas y escotes ajustados. Vienen maquilladas cual cadáver egipcio en proceso de ser embalsamado. Se sientan a una mesa de nosotros y hablan de tantas cosas; sus aventuras sexuales, novios engañados, sueños frustrados, en fin, han vivido la vida mundana con intensidad. De la nada, unos hombres se acercan a entablar conversación con ellas. Todo fluye con normalidad, como debe ser. Afuera una lluvia torrencial se precipita lo que me concede una sensación de bienestar y nostalgia. Sé que estos momentos que vivo no los olvidaré. Una hora más tarde el local se encuentra abarrotado puesto que fue usado como refugio ante el intenso diluvio, hay charcos por todas partes y me da la impresión de oír el croar de ranas. Qué bien, reflexiono, las ranas necesitan también refugiarse de la rutina y beber alcohol. Todos los que estamos aquí somos fugitivos, bebemos para celebrar el escape fugaz de ser piezas de dominó. - Ya es hora – dice Martín – Vamos a hablar con la señora - ¿Para qué? - Pregunto con voz somnolienta - Para que te sorprendas – dice al tiempo que se para y me hace señas para seguirlo La señora resulto llamarse Florinda, vaya nombre pensé cuando lo dijo. Fue modelo para revistas de mediano prestigio en sus tiempos mozos y en la actualidad modela para comerciales y anuncios publicitarios donde ocupen señoras maduras. Como espectaculares para cremas antiarrugas o productos rejuvenecedores. Gana lo suficiente para vivir holgadamente y casi a diario viene a este bar a ahogar sus penas en alcohol por amores pasados y desilusiones. Nos habla de su época famosa y de sus novios, de sus padres, y hermanos que se extraviaron en los azares de distintas ciudades del mundo. Es una solitaria y únicamente tiene contacto con otros seres en su horario laboral, luego bebe y posteriormente se olvida de los que la rodean. Me platicó que ver a un muchacho tan joven tomando fue lo que le hizo aceptar en un primer momento la amistad de Martín. Su despreocupación por la vida que a ella le hubiera gustado tener, su plática extravagante, pero lúcida lejana de las típicas conversaciones estúpidas que por años escucho de hombres superfluos carentes de esa vitalidad, de ese genio que caracteriza a los que sienten las emociones en los huesos, en los que la llama del pensamiento rebelde arde. Los que no aceptan las normas y crean las propias sin imponérselas a nadie más. Para Florinda, Martín representaba su juventud perdida. Su regreso a ese paraíso de ideales elevados. El ave fénix del tiempo regresaba a ella en forma de un quinceañero obsesionado con temas olvidados de la conciencia colectiva. Y para mi sorpresa, según la confesión de Florinda, ella, esa mujer sentada en el fondo de un tugurio podía vislumbrar parte del futuro. Por denominarla de un modo sería semejante a un profeta. A pesar de que particularmente no creo en los profetas ni en profecías decidí escuchar asintiendo en silencio. Como ya mencioné, percibía que todos estos instantes jamás los olvidaría. Iban a formar parte de mí y ni las palabras ni la lluvia lograrían borrar estos recuerdos. La vida a veces te concede sentirte a plenitud, sentir las palabras emanadas de labios rosas, hacer tuyas las emociones ajenas, convertir el instante en eternidad fugaz. Tres personas de distintas edades conviviendo bajo un mismo techo, compartiendo abrigo y cerveza, recreando al golpeteo de la lluvia experiencias de vida de diferente índole. La vida, el amor, el desamor, las situaciones que dejaron huellas en nuestro ser. El hilo del humo del cigarro elevándose cual incienso en una ceremonia antigua. Tres corazones que comenzaron a latir en años diversos conectándose en el ahora de la música de Bowie. Vivimos para noches como esta ¿no? A la mañana siguiente amanezco con resaca y maldigo por lo alto a Martín. ¡Diablos! No debí de haberme dejado llevar por ese mocoso precoz ahora me siento fatal. Me levanto con náuseas y una sensación de vértigo arropa mi ser. Siento dar vueltas en un mundo distinto al mío y no miro hacia la ventana por temor de ver aparecer de repente a Peter Pan o a algún ser fantástico en un día apagado, pero distorsionado de la realidad habitual por el alcohol. Una atmósfera de estupor y arrepentimiento baña mi habitación. Hacía años que no me emborrachaba así. Desde los malditos diecisiete para ser exactos. Me doy una ducha rápidamente, me visto con la primera ropa que veo colgada del armario y me dirijo inmediatamente a la biblioteca. A mi paso veo desfilar ante mí a personas maquilladas y a niños con globos en la mano. ¿Un desfile de payasos? O ¿es que ya morí y no me avisaron? Me pregunto sin mucho interés pues la respuesta es obvia, sigo vivo. Lo que presencio seguramente es uno de esos festivales raros que de vez en cuando se celebran en mi igualmente rara ciudad. Hoy son payasos con niños, mañana perros con amos embutidos en botargas de Superman y pasado mañana manifestaciones por la falta de pago en el servicio público. Las ciudades siempre tratan de reinventarse a sí mismas, aunque para eso recurran a situaciones poco ortodoxas, sin embargo, es su forma de decir ¡aquí estamos! ¡mírennos! Existimos así sea para traer caos a la vida. Delante de mí la muchacha de la biblioteca camina despreocupadamente. Viste unos jeans y una blusa azul. Su cabello largo y negro lo lleva suelto y en ocasiones el viento lo mece como si se lo acariciara. No es muy alta, pero tampoco baja; diría que de estatura promedio. En la mano izquierda a diferencia de los otros días lleva un reloj grande de aspecto sencillo. Me le acerco para entablar conversación, sin embargo, las campanas del cielo con su melodía me detienen. Otra vez como de costumbre su sonido prístino se oye por toda la urbe, cada vez el sonido se eleva más y más hasta alcanzar su cénit. ¿Qué diría Chopin si escuchara algo como esto? ¿Acaso el tañido de las campanas lo inspiraría a crear una pieza musical? ¿A Salvador Dalí lo incitaría a pintar algo sacado del cielo más desconocido? Quién sabe, solamente sé que mientras camino la gente aminora el paso como no queriendo para concentrarse en la melodía unos instantes, para luego, seguir su inescrutable camino. La chica y yo llegamos a la biblioteca y nuevamente nos saludamos como ayer, no obstante, detecto en el saludo una mayor deferencia por parte de ella. - Ya estamos – dice Martín a las dos horas de estar yo sentado en mi silla móvil. - ¿Qué pasa? – le pregunto - ¿Cómo te encuentras luego de ayer? - Nauseabundo y fatal – le digo haciendo una mueca de desagrado – tenía bastante tiempo sin beber en exceso. No más nunca más. No sé cómo tú te ves como si nada. - Porque para mí estas experiencias son nuevas y no me han cansado – dice Martín silbando por lo bajo – sin embargo, el día que me harte tal vez tenga tu aspecto. - Lo tendrás – le auguró - Oye y de lo que dijo Florinda ¿qué piensas? - No sé, hay cosas que me acuerdo y otras que definitivamente no. Yo escuchaba a Bowie. - ¿Le crees o no? - ¿Qué quieres que te conteste? Conocí a una mujer madura la noche pasada y crees que ya estoy en condiciones de discernir si miente o no. Debe ser un chiste. - No, a las personas sólo las conoces bien en los primeros momentos en que las tratas cuando se hayan vulnerables después cuando se acostumbran a ti también se acostumbran a fingir. - No sé – insisto en usar esta expresión de desconocimiento al tiempo que enfoco la vista en un libro de Cioran – Todo puede ser. - Pues yo le creo. Las campanas apocalípticas no mienten. - Nunca han hablado para saber si mienten. - Tocan y ya está. Por algo lo hacen que las ignoremos no es problema de ellas. - Ni mío – digo al tiempo que me asomo por la ventana; una brisa fresca sopla por la avenida haciendo un sonido casi imperceptible. En el tronco del pino un gato se acurruca con claras intenciones de dormir. - No creo que falte ni semanas es de días – dice Martín más para sí que para alguien más – en todo caso ha llegado primero la hora de presentarte a una amiga. - ¿Una amiga? – pregunto con temor ya que cuando dije que no volvería a beber lo dije en serio. - Sí – dice a la vez que una sonrisa siniestra deforma su rostro – aquí está. Detrás de él la muchacha de la biblioteca me observa con una tímida sonrisa. No me percate cuando fue que se acercó. Tiene las manos agarradas entre sí y me mira con expectación. Yo no sé cómo reaccionar y espero a que Martín haga las presentaciones. No tarda en hacerlas y yo descubro que se llama Anabel y ella descubre que me llamo Daniel. Nos tocamos ligeramente las manos en un apretón cálido y tímido. Ella parece feliz con este nuevo acercamiento quizá porque de este modo podrá venir con más confianza aquí a leer. Para mantener la conversación y también movido por curiosidad le pregunto a Anabel que cuál es el libro que está leyendo. Cumbres borrascosas dice y agrega, pero ya lo acabé y ahora leo algo de Dostoievski. Bien le digo, también he leído una que otra novela de él. Cuáles me pregunta. Y así nos enrollamos en una disertación literaria la mar de interesante. Tenía años sin poder platicar con nadie de literatura a excepción de Martín y el hacerlo con una muchacha me emociona. El corazón del hombre es sencillo. Conversamos por bastante tiempo sobre literatura francesa, inglesa y japonesa si bien Anabel se centra más en la inglesa y yo en las otras dos. Después pasamos a hablar de filosofía un tema espinoso para mí pues reconozco que no he leído lo suficiente de esta rama. Por algo me he considerado un filósofo casero construido en días de rutina y lluvia. No obstante, esto no es impedimento para hablarle de Nietzsche, Cioran, de Diógenes el Cínico y en menor medida de Plinio el Viejo. Ella parece escucharme con atención, a veces, mueve los labios en señal de sorpresa. Cierra y abre su mano derecha. Sus ojos cafés me miran directamente y siento como su mirada cruza la mía como fuego. Un fuego que quema mi interior y enciende mi alma y la despierta del sinsabor de la vida en la que la tenía abandonada. No soy consciente del tiempo y no sé cuánto es que llevamos así sólo escucho el tic tac del reloj de la pared. Ella se llevó mi percepción del tiempo a un lugar invisible e imposible para mí. No parece darse cuenta de este hecho. Solamente me observa fijamente cual cámara fotográfica a su objetivo a fotografiar. No pierde detalle de mí y de lo que digo, asiente en ocasiones y en otras añade breves comentarios. Fuera comienza a llover. El gato en el pino se despereza y huye a buscar refugio. Un autobús se detiene en la esquina y un grupo de personas corren y se suben inmediatamente. Ahora el camión figura una lata de sardinas apretujadas vuelve a arrancar y el motor emite un ronroneo semejante al de un disco rayado. El camión se pierde cuesta arriba en medio de un aguacero descomunal. Va atravesando cortinas de agua y neblina como si de un barco en medio de un ciclón se tratara, se mece hacia los lados y lucha impetuosamente por subir la colina, luego desaparece y con él, las sardinas en forma de personas. El agua golpetea fuertemente las ventanas de la biblioteca creando un ruido de martillazos que se propaga por el recinto. Dos personas con vestimenta elegante llegan a guarecerse dentro. Uno es un señor de unos cincuenta y cinco años de barba recortada y aspecto de empresario mediano. Se sienta en una silla a la vez que mira su reloj. No nos voltea a ver y saca de un portafolio negro unos papeles a los que empieza a analizar con fruición. El segundo refugiado es un hombre treintañero de corbata roja y aspecto cansino. Se pone por detrás de la entrada y comienza a hablar por celular. Gruñe y hace ademanes muy marcados con la mano izquierda. Sus cabellos mojados se crispan al escuchar a su interlocutor telefónico. Su semblante es de pocos amigos y basándome en su cara juraría que es un asesino serial con tendencias suicidas o únicamente un burgués metido en líos de faldas. Para la época del año en que nos encontramos son verdaderamente improbables los chubascos, sin embargo, en los últimos días se han precipitado. El clima se está volviendo tan loco como a los que moja. Espero que no sea así con el calor y éste no se intensifique. Aguanto los días fríos y los chaparrones menos el calor. Con el calor me muero por expresarlo de alguna forma, siempre me he imaginado viviendo en Siberia o en la Antártida mas nunca en el Sahara. No resisto más allá de los 35°C cuando la temperatura sobrepasa esta cifra un sudor interminable emana de todos los poros de mi piel habidos y por haber. El bochorno me marea y siento que estoy dando los últimos respiros de vida. Forzosamente tengo que tomar una soda helada y comer chocolate solamente así mitigo los efectos del calor. Martín interrumpe mi conversación con Anabel para anunciarnos con gesto de niño que se ha sacado un diez en una nota que la lluvia es el preámbulo de la catástrofe por venir. Se mete un dedo a la boca y lo saca para ponerlo en el aire. Sí amigos míos, dice, la cosa va a terminar pronto. No sé qué decirle, no obstante, le agradezco su intervención en la plática puesto que me estaba quedando sin ideas de cómo continuarla. - Por cierto, Anabel es hija de la mujer que vimos ayer – dice Martín - La del… - iba a decir tugurio, pero me abstuve – ¿la que se llama Florinda? - La misma que calza y viste - ¿Entonces? – pregunto sin saber que más añadir - Sí, un día me la encontré en la calle con Anabel y me conto que eran madre e hija ¿tú crees? La tuvo después de cumplir los cuarenta años. Fue un milagro usando sus propias palabras. Me sentía como Sara cuando tuvo a Isaac entre sus brazos dijo. Luego de eso Anabel y yo nos hicimos amigos. Observo a la muchacha en busca de alguna reacción. Ella no dice nada y no manifiesta emoción alguna parece una estatua, si bien una estatua linda. - ¿Y por qué cuando estaban aquí los dos no se hablaban? – pregunto - Porque es muy tímida y sabía que si le hablaba en tu presencia ella se iba a incomodar. El ambiente de paz en que lee sus libros se enviciaría y no volvería más. Por ende, te sacaba plática con la intención de que te conociera sin que tú supieras de nuestra amistad. Para que actuarás cómo eres sin miramientos. Y pudiera comprobar por sí misma que no eres mala persona. Desde hace tiempo supe que ya no había desconfianza por parte de ella hacia a ti, por lo tanto, ya no había necesidad de fingir. Ya estamos los que debemos de estar, los tres. Anabel sigue impávida como si el asunto no fuera con ella. Al sentir mi vista asiente ligeramente. - ¿Y somos los tres…? – pregunto movido sinceramente por curiosidad - Los tres raros o la anomalía por tres – enuncia Martín con aire seguro- ¿Recuerdas que mencionaste que yo era singular? Pues bueno, le estuve dando vueltas a eso y llegué a la conclusión de que a ojos ajenos soy una singularidad. Ella – señala a Anabel - es el silencio y tú eres… - ¿Yo soy? – pregunto sin poder contener la respiración - El observador – enuncia con solemnidad – Sí señor, aquí estamos ya reunidos por fin. La singularidad, el silencio y el observador. ¿Tú que piensas? – pregunta a Anabel - Me parece bien – confirma la chica - Como es de esperarse del silencio – sentenció Martín Después de eso, los tres nos enfrascamos en una nueva discusión esta vez para alegría de Martín acerca de la segunda venida de Cristo. Les conté que todo eso me sabía a triquiñuela, es decir, quién querría volver luego de que lo crucificarán a sabiendas de que si regresa muy seguramente acabaría de la misma manera. Verdugos ha habido ayer, hoy y siempre. Ayer fueron los judíos mañana pueden ser los norteamericanos y pasado mañana ¿por qué no? Hasta nosotros. Nadie se salva de hacer el mal y es por ello que no se debe señalar a nadie. Mañana estarás en otros zapatos. Haz el bien sin mirar a quien y listo, no te compliques la existencia. Pero ciertamente es muy tonto querer venir a donde una vez la pasaste mal. Martín dice que es para salvarnos. Salvarnos de qué le preguntamos al unísono Anabel y yo como si nos hubiésemos puesto de acuerdo. De los pecados, dice Martín, ni la chica ni yo lo creemos así. Partiendo de la premisa de que la segunda venida de Cristo sea verídica. Se debe analizar que siempre aparecen los dioses en tiempos de convulsión humana y su mensaje sea cierto o no, sea amoroso o no, surge para ser oído por gente desesperada por desastres humanos o naturales. Jehová se manifiesta a través de Moisés para llevar a su pueblo elegido a la tierra prometida en un marco histórico donde los israelitas vivían sometidos por Egipto. Siglos después aparece el Mesías y su mensaje fraterno en una época en la que el judío se hallaba bajo el yugo del imperio romano. Actualmente se cree por diversas fuentes, por ejemplo, el apocalipsis de San Juan que Cristo volverá luego de que la Tierra se encuentre en crisis mundial. Por la caída de un asteroide, terremotos monstruosos sin comparación, tsunamis de magnitudes bíblicas o por motivos más humanos como una guerra nuclear y que vendrá en toda su gloria a juzgar a vivos y muertos, o cuando menos, ha dejar un nuevo mensaje de esperanza. Pero nótese que todo mensaje comunicado por una divinidad siempre nos es enviado en tiempos en que el hombre es más vulnerable a creer sin juicio crítico en estas ideologías. ¿Por qué debe venir el Mesías después de una tragedia de alcance mundial? ¿No será acaso debido a que es en momentos de desesperación y miseria donde el humano obedeciendo a su instinto de supervivencia se agarra de cualquier cosa para no morir ahogado? Cuando es más propenso a creer por creer sin importar quien sea la divinidad con tal de que eso lo lleve a un estado de profunda esperanza. Cuando se haya tan jodido que no pierde nada en creer que ese Mesías es el enviado de un Ser superior. ¿Qué pasaría si Cristo regresará en tiempos de calma? ¿Su mensaje sería tomado al mismo nivel que lo sería en tiempos horrendos? O con fundamento en la psique humana se podría propugnar que en épocas apacibles el mensaje del Mesías sería recibido con la más cruda indiferencia. Y por consiguiente él espera – o tanto peor – los dioses provocan los cataclismos políticos y naturales para contar con la apertura de mente del hombre derrotado. Si fuera de este modo el aparente azar no sería otra cosa que la voluntad de los dioses camuflada de coincidencia. El libre albedrío humano una ilusión hecha realidad para esconder el libre albedrío de las divinidades. Ellos preparan el terreno que pisamos y nos mandan un guía para recorrer un camino predeterminado por ellos; no por nosotros ni siquiera por el guía. Obedecemos el capricho de los de arriba porque inconscientemente le tenemos miedo a su berrinche. Si Cristo u otro ser excepcional que proclame ser enviado de los de arriba hace su aparición en seguida de una tribulación mundial daría que pensar. A la semana hubo una injerencia en la señal de un canal de televisión. Un ser oligofrénico o un ángel como muchos le denominaron vestido todo de blanco e incluso su piel mostraba un aspecto blanquecino decadente como si hubiese estado expuesto a una fuerte cantidad de radiación. Su nariz fina y puntiaguda adornaba una frente escamosa y falsa. De hecho, todo su ser desprendía un aura de falsedad. El traje de látex lo cubría cual si fuese una segunda piel de lo ajustado que se mostraba. Sus brazos eran tan delgados que parecían los brazos de una mantis religiosa. Su cuero cabelludo ralo y traslúcido denotaba enfermedad en el tipo. Sus rubios mechones estaban tan cuidados como lo que se espera del pelo de una vieja muñeca de porcelana. Enjuto y serio movía los labios. Es el fin de ustedes, decía, el tiempo de cambio necesario en su planeta llegará y un asteroide terminará la era que comenzó hace dos mil años. – Pausa el tipo parece tomar aire – Pero sean felices. Bienaventurados los que habiendo escuchado este mensaje hayan hecho las paces con su semejante pues de ellos será el reino de los cielos. Luego la transmisión se corta y vuelve la programación ordinaria. Luego la transmisión ordinaria vuelve a cortarse, pero esta vez para dar noticias acerca del suceso. Un conductor gordo y de traje arrugado cavila sobre si el tipo en cuestión era humano o humanoide o hasta un ser de luz. Su pobre canal de televisión no se explica cómo es que hackearon la señal. Se habla de simples bromistas o de alguna secta terrorista desconocida. No obstante, que el mensaje de quien quiera que haya sido lo emitiera al tiempo que desde meses atrás por las mañanas se oye aquel repicar de campanas sólo echaba más pólvora a la situación. El mismo mensaje se escuchó a lo largo del mundo pues al igual que a su compañía otras igualmente habían sido hackeadas con el mismo mensaje y la misma lánguida criatura. Sin embargo, hablo en distintos idiomas según la lengua oficial de cada nación de modo que todos le comprendieran al instante sin necesidad de traducciones o subtítulos. No se pudo averiguar más pues de fondo no se percibía más que una blancura anormal y ningún sonido además de sus inquietantes palabras. No dejo rastro de sí y no se pudo rastrear su ubicación. Era un misterio y las agencias de investigación lo comenzarían a investigar como un acto de terrorismo en las líneas de comunicación a gran escala. El conductor rechoncho se reacomodo en su asiento y dijo que dentro de dos horas habría nueva información con entrevistas a expertos en ciberseguridad y rastreo en comunicaciones satelitales. Así fue, hubo entrevistas de todo tipo e incluso a figuras religiosas y milenaristas. Martín me llamó por teléfono y no miento al contar que tenía la voz de un maníaco excitado. ¡Ves, tenía razón! El fin de la era se avecina y es ya una mera cuestión de esperar. Seremos observadores impotentes de nuestra destrucción en aras de un infernal asteroide. ¡Asteroide! Quién diría que iba a ser por una de esas masas rocosas incandescentes; tal parece que Dios nos la arrojo con una resortera desde el Valhalla. ¡Y qué tiro, qué precisión será! Siento hablar de esta manera a lo mejor te sientes desahuciado, pero, así como al que sobrevive a las quimios le sale nuevamente pelo así a la madre Tierra le nacerán nuevos hijos, aunque – suelta unas risitas nerviosas – no seamos nosotros. Ni carbón seremos no estaremos ni para encender la parrilla del nuevo tiempo. Por algo bebí antes de los dieciocho, falte a la escuela e hice cuanto quise – ahora tose secamente – antes de comunicarme contigo hablé con Anabel y por respuesta me dio un seco ah, ya lo sabía mi madre lo profetizo, luego de eso me la paso. – Vuelve a reír al tiempo que continua – su madre y yo nos dimos los cinco metafóricamente hablando ya que estábamos conectados únicamente por un cable alámbrico, teníamos razón, eso no nos salvará, no obstante, un poco de vanidad al final no disgusta a nadie. Martín callo esperando mi reacción. No supe que contestarle más que con risas y diciéndole que todo podía ser obra de un loco aprovechando la melodía del cielo para incitar a la histeria. No funciono. El muchacho seguía obstinado en su civilización calcinada y sumergida cual Atlántida de cemento del siglo XXI. Lo seguía escuchando por amabilidad y en realidad, no me importaba si el mundo acabase. Una vez en internet leí una frase que enunciaba que la mayoría de los seres humanos morimos a los veinte años pero que no nos entierran sino hasta los ochenta. Pura verdad. La vida no termina en la tumba sino cuando ya no la vivimos y eso puede ser mucho antes de acabar en una tumba. Somos zombis de traje y corbata pretendiendo cumplir nuestras metas. Metas impuestas por la sociedad al fin y al cabo que las hagas tuyas no les quita el tufo de ajenas, nada es real, a excepción de que somos producto de leyes sociales aprobadas por antepasados y de nuestras circunstancias; mezcla de azar e historia. Qué me importa el fin de la era, si nunca la construí, el humano destruye y sobre los escombros se echa a dormir. Y dios es fiel reflejo de la naturaleza de su pequeño hijo; plagas, inundaciones, terremotos, cataclismos. Somos tal para cual. El caos nos une y el infinito nos separa. Habitamos en tierra y la divinidad en las estrellas; nos comunicamos a través de la violencia. Dios no es producto de la imaginación del hombre sino de sus actos. Nos necesitamos mutuamente y representamos un mito para ambas partes. Qué venga quien quiera, que nos quemen cuantas veces quieran al final si pudiera el humano haría lo mismo, eso sí, con mayor sofisticación. Dos días después del misterioso mensaje del ser en la televisión Martín, Anabel y yo salimos al cine. La mañana era fresca y se encontraba perfumada por una brisa acuosa proveniente del campo. Una lluvia amenazaba con caer. Caminamos con las manos en los bolsillos de los pantalones a través de unas avenidas tristes y embadurnadas de comerciantes. En un mercado de pulgas unas gitanas ofrecían leer las manos. Eran húngaras y muy altas, de aspecto imponente y fuerte tomaban a los clientes de la mano con una facilidad que haría sorprender al mismísimo Robocop. La predicción era genérica, desolación, hasta las gitanas veían la destrucción inminente en la mano tímida de cualquier persona. Unos niños pasan corriendo detrás de unos perros galgos rumbo al campo de béisbol municipal. Llevan una mochila de la cual se asoman un bate y unos guantes. Un olor a pescado nauseabundo irrita mi nariz, hago una mueca de desagrado. Volteo y miro que Anabel se va tapando la nariz con la mano. Martín va como si nada, enajenado en su apocalipsis personal con la vista hipnotizada. En la India las cobras a las que los faquires tocan la flauta empiezan a bailar absortas en la inconsciencia; del mismo modo Martín yace inconsciente caminando de cuerpo con nosotros, pero con la vista enfocando mundos lejanos. Aceleramos el paso y en cinco minutos más de caminata y enajenaciones llegamos al cine. A la media hora me encuentro sentado en una butaca acolchonada mirando una película de guerra e intriga. El mismo tópico cansino: un gobierno corrupto (no es novedad) adoctrina a sus súbditos para que le sean fieles hasta las últimas consecuencias y gracias a la tecnología crea súper soldados (mira tú por donde) y con un final cliché, feliz porque el gobierno cae y triste debido a que el protagonista muere. No me desagradan los clichés, sin embargo, últimamente carecen de creatividad necesaria para cuando menos llegar a ese final de manera original. Aparte de que a leguas se nota que es una copia de V for Vendetta. Estábamos en una plaza comercial cuando de improviso repicaron las campanas del cielo y una melodía dulce y triste hizo acto de presencia. Me recuerda a la melodía sublime de algunos violinistas tan melancólica y nostálgica, y, sin embargo, tan llena de un sentimiento indescriptible. Ahora, como desde hace tiempo no ocurría la gente deja lo que estaba haciendo para oírla; unos se abrazan y otros se persignan. Solo nosotros tres permanecemos imperturbables cual soldados de guardia de la reina; no nos quebramos y no vamos arrepintiéndonos sólo porque creemos que el fin se acerca. No creemos en la conveniencia. Nos abrimos camino por en medio de la multitud sentimental. Las campanas no han callado y su repiquetear ha durado más de lo normal. Entramos a una fonda y pedimos unas tortas y refresco. Aprovecho que Martín está en las nubes para entablar conversación con Anabel, ella me mira a los ojos cuando le hablo y a mi pregunta de cómo siente el día ella únicamente exclama – normal-. - ¿Por qué eres así… de callada…? – le pregunto – no es por criticar, lo sabes, pero ciertamente me intriga. Ella se hace un ovillo en su asiento y me mira compasivamente como si no comprendiera la vida. Le da un trago a su Coca-Cola antes de responder. - No lo sé, desde que nací he sido así. No es que me haya ocurrido un evento traumático ni nada por el estilo. Desde el jardín elemental preferí el silencio y los libros. Como un pedazo de hierro al que lo atrae un imán me sentí destinada a la quietud y paz. - Vaya y siendo de tal forma ¿cómo es que aguantas a este hiperactivo? – pregunto señalando a Martín que yace devorando su torta indiferente a nuestra charla. - Es amigo de mi madre y ella lo considero buena amistad para mí. Me cae bien. Respeta mi forma de ser y no intenta flirtear conmigo. Además – dice Anabel acercándose a mí, sus labios rosas se abren en la pose de alguien que contará un secreto – me gusta más escuchar que platicar. - Tienes razón – le doy un bocado a mi torta – y en lo que te llevo de conocer sólo te has emocionado cuando hemos hablado de libros. - Me encantan los libros – dice a la vez que le brillan los ojos – sin los libros no estaría viva. Soy hija única; mi madre me tuvo en una época en la que pensaba más en la menopausia que en la fecundación – sonríe calurosamente – y quedó embarazada de mí. Ella siempre me considero un milagro y me trato con amor. No obstante, su trabajo la mantenía ocupada lejos de mí pese a vivir bajo el mismo techo, y en las noches se escapa de juerga. No se lo reprocho es su vida y le concedo su derecho de vivirla a su gusto. Mientras que mi vida gira entorno a la lectura. Fui la clase de niña que creció leyendo a Alicia en el país de las maravillas, la que leía a Esopo y cuentos infantiles como los tres cochinitos y el lobo feroz o el patito feo. Poseo mi biblioteca personal con clásicos de los hermanos Grimm y la colección entera de Robert Louis Stevenson y Julio Verne. Como verás – dice y estira las manos lentamente lo que me da la oportunidad de contemplar sus hermosos dedos finos y frágiles – no me aburro. - ¿Y qué dices de tu madre, en verdad es profeta? - ¿Y quién no lo es? Sólo los ciegos tienen derecho a dudar de lo que tienen en frente. * Acabando de comer nos dirigimos a un parque. Unos árboles amontonados entre columpios y hacinados en un pasto húmedo y verde componen nuestro escenario. Martín contrario a su comportamiento de todo el día comienza a hablar. Qué se sentirá ser una ardilla, pregunta, que ni siquiera sabe que se va a desintegrar pronto. Miren – señala un hueco en un tronco – ahí tiene su guarida donde mete sus nueces para el invierno sin saber que este año no las necesitará. Le comento aquella famosa frase de su tocayo Luther King que dice que si aún si el mundo se acabase mañana él todavía hoy plantaría un árbol. Martín sonríe socarronamente, sí Daniel, así es el hombre; le gusta traer vida a sabiendas de su ocaso irreversible. No por esperanza sino para estar conscientes de que algo a parte de ellos mismos tendrá igualmente su ocaso, el saber que compartirás un mismo destino con otros otorga paz. Anabel ahora era ella la que iba absorta en sus pensamientos nos miraba y nos hacía señas de que nos sentáramos en una banca. Una vez nos sentamos Martín relató que de niño se sentaba en el parque por horas saludando a desconocidos con el objeto de ver quien le regresaba el saludo y gracias a este medio según él comprobó los mecanismos para clasificar a las personas en varias categorías desde buenas y malas hasta degenerados y pedófilos. Nunca falla, dice, los ojos son el espejo del alma, pero ver cómo se comporta una persona en soledad es el alma misma. Soy antropólogo – dice mientras se balancea – no fallo al determinar la clase de humano que es alguien exclusivamente observando cómo convive consigo misma. Anabel nos pide que miremos al cielo. Hay estrellas y una luna roja nos regresa la mirada. Vámonos – decimos al unísono – en el firmamento unos relámpagos amenazan con interrumpir el trabajo de recolección de nueces de la ardilla. Días después el día 00 del año 20XX para ser exactos. Los tres nos hallábamos en la biblioteca. Yo en mi silla móvil dando vueltitas y ellos dos delante del escritorio. Nos acompañaba en un rincón un anciano abstraído en la lectura de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Supe inmediatamente que era él mismo de la otra vez. Martín platicaba acerca de un político al que habían descubierto teniendo sexo en plena vía pública. Reía y gesticulaba. Anabel nos oía en silencio, su principal virtud, y de vez en cuando hacía comentarios del tipo <<en serio, humm, ah, ya lo sabía >> Estaba siendo un día muy animado y lluvioso. Desde la madrugada no dejaba de llover, la gente salía a las calles con paraguas e impermeables. Los autobuses como de costumbre en estos casos iban apretujados y los cretinos mojaban a los incautos en las esquinas. El semáforo cambiaba de verde a amarillo y de amarillo a rojo. Grupos de estudiantes cruzaban la avenida obedeciendo a la metamorfosis del color. El tañido de campanas aún no hacía acto de presencia. Martín se perdió en los estantes del ala izquierda buscando un libro raro y un extraño nerviosismo lo invadió. - Miren si… el 666… se refería a… - dijo Martín - ¿A qué? – le preguntamos Anabel y yo - Pero como no me di cuenta – dijo sin prestar atención a nuestra pregunta y sacando de su lugar la Biblia. La abrió en el libro de las Revelaciones – Si… si a esto las coordenadas… no obstante, primero en su idioma original…tierra y no monstruo… anticristo es no un ser individual sino… tiempos… compañía… organización visible con segregaciones invisiblemente envenenadas… - ¿Qué tantas locuras dices, necesitas un doctor? – le pregunto - << Y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia o el número de su nombre>> - Eso no ha sucedido – le digo - ¡Por eso mismo! – dice Martín frenéticamente - ¡Mil años de paz! ¡El falso profeta! Lo que pienso es tan diabólico … intuyo… - ¿Qué? - << Aquí hay sabiduría. Él que tenga entendimiento cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis >> - ¿Y bien? No hay tal número de la bestia, el asteroide, dicen que será el que… - ¿Y después? – pregunta Martín como loco - ¿Y después qué? Sino nada, ¡pum! Y finalizo este drama - No, yo creo que no nos vamos a extinguir todos. Algunos sobrevivirán y se tendrán que organizar… y estarán a merced… - ¿De quién? - Sí, ahí está el engaño, nos hacen creer… el orden está invertido… - Miren – dice Anabel desde la ventana. Nos asomamos y contemplamos un punto rojo luminiscente. Cada vez se hace más grande al punto de parecer ya una pelota, ya un estadio de fútbol, ya una montaña… De repente una luz me ciega y sé que he perdido la visión, en mi oscuridad oigo un zumbido, y en mi propia negrura presiento una luz blanca intensísima, más blanca, luego más blanca y de repente un sórdido estallido paraliza mi ser y borra mis tímpanos y un calor infernal me abrasa de soslayo y de repente la vibración de un todo me absorbe y de repente… * Me despierto en un cuarto blanco tan blanco como la nieve más pura. A lo lejos veo la inmensidad de una luz que me trae una paz que me inquieta y al mismo tiempo me serena. Todo bulle hacia ella y me siento absorbido como un leño en un mar agitado. El cuarto amplio se mantiene encendido por un foco colgado del techo. Éste está muy alto y me es imposible tocarlo con la mano alzada. De pronto diviso una puerta de madera en un extremo de la habitación. ¿Qué habrá afuera? Voy acercándome hacia la puerta mientras siento que por alguna misteriosa razón mis pasos son más ligeros como si flotara o hubiera perdido treinta kilos de peso. Abro la puerta y veo una bruma lechosa, sin embargo, ésta pronto se desvanece y me permite contemplar un patio enorme al que no le encuentro fin. Se asemeja mucho al patio de una escuela. Me da la impresión de que de improvisto aparecerá una cancha de básquet y unas casetas donde vendan sodas. Nada de eso. A cambio miro árboles, edificios y mares; a lo lejos se ve una playa con sus camastros en la arena y sus palapas. Ni un ser humano a la vista. Es increíble cómo todo esto existe en un patio. Una rara sensación me dice que recorra el lugar. Hay habitaciones con arquitectura romana, griega y egipcia; entre otras con diseños estéticos de culturas diversas. No obstante, hay otras con arte estrambótico que no guardan parecido alguno con nada que se haya contemplado en la Tierra – o en el exterior – como inexplicablemente me da por denominarle. También hay comidas y vinos de todo tipo. Descorcho un vino que pareciera bastante viejo, lo pruebo, su sabor es exquisito. Mi paladar capta parte de este mágico elíxir como si estuviese recién hecho y a la vez degusto su sabor milenario, añejo, cuasi infinito. A la distancia distingo murmullos de personas y al dirigirme a las voces contemplo a gente vestida con atuendos de hace milenios. Dialogan con aquellos dialectos indescifrables para mí, pero sonríen y ese gesto sí lo entiendo. Me pongo delante de ellos y trato de llamar su atención, en vano pues no me miran ni me oyen. Grito y pataleo, no sirve; no se percatan de mi presencia. Ni en el Coloso de Rodas ni en el Anfiteatro de Flavio, ni siquiera en los Jardines colgantes de Babilonia. Soy un muerto para los muertos y un desconocido para los vivos. No me acuerdo en que época viví o si sigo con vida. Si esto es un sueño o la realidad programada por una súper computadora o por un ser superior a nosotros de nombre Dios. Aquí parece que el tiempo no existe, no porque verdaderamente no exista sino por el estado letárgico en que invariablemente me encuentro. Aparte de no contar con nada con que medir el tiempo. Me siento como un conejo dentro de la chistera de un mago. En los árboles cantan los pájaros que se mecen suavemente en las ramas. También hay monos y uno de ellos baja hasta donde me encuentro y me muestra su dedo índice, yo correspondo a su gesto mostrándole a su vez el mío, éstos se tocan en una fracción de segundo. Inmediatamente el mono vuelve a subir a las alturas con sus compinches. En la playa hay ballenas nadando a sus anchas mientras arrojan agua por sus lomos. El mar está embravecido debido al movimiento violento de los cetáceos, paradójicamente, la orilla está tranquila y las olas que llegan son inocuas. En uno de los edificios hay una biblioteca enorme y tiene de libros hasta para regalar. Contiene todos los libros que han existido y cada cinco minutos aparece de repente un nuevo tomo que seguramente en el exterior acaban de escribir. La biblioteca se expande conforme la actividad intelectual de los hombres. Cada obra lleva escrita el nombre de su autor y ninguna se mantiene en anonimato o en estado de indigna difamación. El mérito es reconocido. En ese recinto sin fin se hallan almacenados los registros akáshicos de la intelectualidad humana. Recobro la consciencia en el cuarto del bombillo de luz. No me percate en que momento fue que perdí la noción de mí. Me aproximo a la puerta y nuevamente la abro. Veo el mismo patio con la misma neblina y, no obstante, la escenografía es distinta. Ante mí se alza una cadena montañosa imponente con picos tan elevados que eternamente nieva en el silencio más absoluto. Grandes dragones surcan los cielos. Son majestuosos y tienen una piel escarlata intensa. Extienden sus bellas alas a un sol vasto y dorado que las hace brillar cual si fueran de oro. Con cada aleteo una música vibra en el lugar. Una melodía de viejos tiempos y de excelsa virtud que arrincona toda posibilidad de existencia y la zambulle en un estado de fantástica fascinación. Y qué es lo que ven mis ojos a la distancia sino gigantes de unos cuatro metros de alto con gorras de labradores y una barba luenga que les llega al pecho. Están constituidos sólidamente como grandes carros compactos con brazos fortísimos. En su pecho portan una insignia que no alcanzo a distinguir pues parte de la ingente barba la cubre. Como sucedió con los humanos estas criaturas tampoco me pueden mirar. Así que paso sin temor por un lado de ellos deseando llevar una cámara fotográfica para plasmar en una imagen el alucinante encuentro. El sonido de agua ocasiona que me ponga en camino rumbo al oeste según mi pobre sentido de orientación. De repente diviso una cascada imponente de unos treinta metros de caída libre que provocaba un vapor enceguecedor y una espuma parecida a la del jabón. Al acercarme aprecié un agua cristalina de la cual bebí un poco; su sabor era tan agradable como ninguna otra del mundo exterior. En la parte detrás de la cascada se hallaba un arcoíris en pleno apogeo de visibilidad con colores tan deslumbrantes y diversos y, sin embargo, no molestaban a la vista; y debajo de éste se encontraban unos enanos de escaso metro de altura bailando al compás de la música emanada de las alas de los dragones. Eran siete y solo les faltaba Blanca Nieves pues eran idénticos a los de la película. En esta ocasión en la biblioteca hay libros de autores distintos a nosotros los terrícolas como por ejemplo obras de un tal Rayputzunk, otros de Melfíak y algunos de Gelístenes, etc. El único autor que casualmente reconocí fue Merlín. Los libros son de cuero y en su mayoría son tres veces más gruesos que la Biblia. Otra diferencia estribaba en que estas obras estaban escritas de derecha a izquierda como si fueran libros escritos en alguna parte de Oriente y en total disparidad con la forma de escribir de izquierda a derecha de los occidentales. En ese instante una voz misteriosa resonó en mi interior explicándome que en esta peculiar literatura primero se escribe el final y al último el principio de la historia. Un polvo fino cubre los tomos y los estantes, pero al pasar un dedo me percato de que no se adhiere a la yema de los dedos. Una última divergencia entre esta literatura y la de nosotros radica en que todas estas obras figuraran ser tratados de magia y tarda hasta media hora en aparecer un nuevo libro. Despierto nuevamente en el cuarto en que da inicio todo. Como de costumbre me dirijo a la puerta y la abro. Afuera el mítico patio escolar de siempre. Ahora naves espaciales surcan los cielos a una velocidad despampanante. Una luna prístina alumbra el paisaje. A lo lejos grandes edificios se alzan, se asemejan a los nuestros, si bien estos son extraordinariamente imponentes como murallas celestiales hechas por el más grande dios que la fascinación pueda crear y la Torre de Babel es cosa de niños a su lado. Este mundo lo habitan seres parecidos a nosotros, no obstante, con sus respectivas diferencias. Algunos tienen los ojos rojos, otros blancos. Sus orejas son puntiagudas como la de los elfos, son bastante más delgados y estéticamente más hermosos que nosotros. Su estatura promedio ronda el metro con setenta centímetros y visten trajes grises en tanto otros verdes. Parecen convivir en paz y salvo la diferencia en algunos del color de ojos y de vestimenta no percibo divergencias de índole jerárquico. Sin previo aviso el suelo comienza a temblar y al girar la cabeza veo robots gigantescos como los de los animes japoneses. Dan la impresión de estar hechos de un material más resistente que el acero, pero más liviano. No hacen ruido al desplazarse ni despiden gases. Se mueven tranquilamente a veces en zigzag a veces de manera ascendente y descendente como si no pesasen en absoluto cual hojas cayendo del árbol y meciéndose en el aire. En esos momentos el silencio era sepulcral. Cuando asistí a la comida de estas criaturas aprovechándome de mi invisibilidad di cuenta de unos trozos malhechos de lo que parecía ser carne envuelta en algún tipo de hoja cual tamal del exterior. Su sabor era rancio y simplón. Su bebida consistía en un líquido acuoso semejante al aceite para coches; sabía y apestaba a lodo. Acabando de comer estos seres dialogaron en un lenguaje parco sin necesidad de un vocabulario muy rico para comunicarse. Sacaban de un bolso que llevaban a la cintura unas píldoras rosas que me recordaban al peptobismol y se las tomaban. Posteriormente se incorporaban de sus asientos y se marchaban hasta que se perdían de vista en una neblina fantasmal. Sus libros son los más raros que hasta ahora he visto. Son hologramas en donde uno podía vislumbrar escenas de un pasado remoto o de un presente cercano. Era como estar en el cine. Aprendí mucho de su cultura gracias a que yo mismo observé su pasado y presente sin engaños o bochornos sin sentido. Ante la pantalla desfilaba su historia verdadera sin tapujos. Y a diferencia de los libros cada segundo que pasaba una nueva escena surgía, sin embargo, debías de dejar en paz un rato al holograma para que esa nueva trama cobrará sentido. No soy el mismo que era antes de llegar, pero no soy más que el que era antes de llegar. Esta es mi deducción a la que llegué luego de haber visto tantos mundos y tantos dramas. La fantasía encarnada en un sitio imposible. Muchos personajes, escenarios y mucha trama arropadas en el símbolo mismo del destino y salvaguardadas de cualquier intento de clasificación en las ilusiones enclenques de orden y caos. Un alud de preguntas bombardeaba mi fuero interno ¿quién soy yo? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy? Últimamente me sentía más mente que cuerpo a pesar de que seguía contando con un cuerpo físico. Me sentía más espectador que actor a pesar de conservar mi voluntad intacta. ¿Esto es lo más cercano a estar dormido inmemorialmente? Y si esto es un sueño ¿en dónde se halla la realidad? Y si me encuentro en el umbral donde sueño y realidad se fusionan ¿qué soy yo? ¿una criatura o un pensamiento? Estas cuestiones existencialistas me abrumaban conforme despertaba y dormía en el cuarto de luz sin noción de cuando empezó o cuándo acabará esta comedia al tiempo que soy testigo de los dramas universales más vastos y curiosos y teniendo sólo a mi mente como Homero sus diarios para guardar crónica de sucesos insólitos en el lugar del nunca jamás. De repente, de pronto, intempestivamente, en un segundo o en un instante que sucedió hace nada y a la vez hace mucho porque no importa el tiempo sino el hecho. Ocurrió que recobré la consciencia en la habitación del bombillo de luz. Salí y como de costumbre me encontré en un nuevo escenario. Una neblina sórdida, fea, mística y blancuzca cubría el panorama. Concentrándome fui rompiendo su velo de Isis como cortina de seda al pasarle el cuchillo. Sólo quedo el silencio y la singularidad que ante mí se presentaba en forma de cuatro caminos extraños, pero que yo en lo profundo de mi ser reconocía. Estos caminos eran largos y sinuosos con sus tramos apacibles para el camino y sus tramos cenagosos que se prestaban para una sutil confusión. A los lados de los caminos sembradas en hilera había rosas blancas y rosas negras que perfumaban el misterio y añadían los toques míticos y vivos de toda la creación en estado refulgente. El primer camino conducía a una cruz incólume. El segundo hacía una sagrada montaña con una luna creciente y una estrella. El tercero dirigía a un hermoso y lozano árbol Bohdi. Y el cuarto conducía en dirección a un espejo prístino, sí, un simple espejo y no más que un espejo, pero con la cualidad de percibir la verdad total; la suma de lo interior y lo exterior. El misterio desvelado. La fábula de la totalidad. Decidí - no ahora ni hace mucho, digamos una vez -, emprender mis pasos al cuarto camino, el camino del espejo. Mis pasos fueron lentos, rápidos, mas siempre concisos. Mi existencia brillaba o se opacaba, sin embargo, la imagen que me devolvía disipaba las tinieblas lechosas y los engaños malintencionados para al fin, cerca de donde estoy, dando unos últimos pasos, contemplarme en el espejo; en el reflejo de lo permanente, de lo intemporal y de lo inmanente. Del sempiternamente ser y sempiternamente estar aquí, allá, en todos lados. Siendo un dios o una sombra. El reflejo me devolvió la imagen de lo que yo, imperecedera e inmutablemente soy… Y al hacerlo el espejo se rompió en millones de infinitos pedazos y la luz blanca que eternamente rodeaba todo empezó a desvanecerse. Gradualmente una oscuridad tranquila y apacible iba ganando terreno y todo iba siendo succionado en la mente del Todo. Pero antes de que todo se volviera absolutamente oscuro, antes de que el absoluto silencio muriera en sí mismo, antes de que la singularidad se correspondiera e instantes antes de que todo acabara en el Todo; contemplé como estrellas vivas y latentes en una galaxia lejana: el inquieto infinito, al tiempo marchando de estrella a estrella, la insurrecta voluntad y en un último vislumbre, la imaginación…