Está en la página 1de 34

Los

Dados de los Dioses


Por

Arsenio Moriarty


Desde el momento en que se nace se está loco y seguir viviendo es un acto


de locura. Reflexiono al ver el triste cielo gris encumbrado por encima de los
edificios. Hoy es un día triste para los poetas, pero fructífero a la vez para su
bohemia. Del cielo se respira melancolía en forma de una ligera brisa que cae
y roza delicadamente mis mejillas, saludándome como dicen que a la
Providencia le gusta saludar a sus hijos. Alzó los brazos al aire y me quedo
meditando un rato. Mi mente viaja a la deriva como un barco en medio del
océano, a veces calmado, a veces agitado. Qué bueno es no estar vivo, medito,
los muertos están salvos de las marejadas y maremotos despiadados que
golpean hasta que la embarcación cede y se hunde. El océano es el verdadero
asesino de hombres, triste es el frío instante en que te das cuenta que el fondo
salado te espera con su inmensidad oscura; ni un ancla a la que aferrarte ni
menos un brazo amigo al cual asirte solo la oscuridad que como la ballena con
el profeta Jonás te engulle en el silencio del caos.
A lo lejos escucho campanas tañéndose, no solo yo sino muchos. Giramos
la cabeza en busca del sitio donde se origina la melodía, sin embargo, no se
detecta su origen y sí su ruido; un ruido melodioso y a la vez hueco. La
melodía cubre mis oídos de paz y me dejo guiar por ésta cerrando mis ojos, no
obstante, inmediatamente los abro, hay en ese aparente tañido de paz un
trasfondo un tanto malicioso que me recuerda a las máscaras de teatro por un
lado es alegría por otro la agonía de un sentimiento insospechado. Los oyentes
proseguimos nuestra marcha sin darle más importancia a este fenómeno
acústico y en definitiva llevamos razón en nuestro actuar. No es la primera vez
que ese tañido se deja escuchar ya van dos meses desde que hizo su aparición.
No solo en esta ciudad sino en todo el orbe, fue como una sorpresa inesperada
su advenimiento y se habló a este respecto hasta en las cadenas televisivas más
prominentes, el periódico no hacía otra cosa que imprimirse desmedidamente
porque la gente quería no solo leer la noticia por ella misma sino guardar el
papel impreso cual si fuera un amuleto de la buena prosperidad o una pieza de
museo. La radio se desvivía por darle una explicación a la música del cielo
como le llamaron. Ninguna respuesta irrefutable por el momento. Se hablaba
de ovnis, de fantasmas o de la llegada de los cuatro jinetes del apocalipsis
anunciando el fin del mundo. Al principio las personas temblaban, rezaban o
cavilaban sobre el génesis de la música del cielo. Las autoridades pedían
calma y de repente hasta le restaban importancia argumentando que las
agencias policiales estaban lidiando con verdaderos problemas como para salir
fuera de sus burocráticas oficinas y oír lo que cualquier transeúnte en las
mañanas escuchaba. Las iglesias de todos los credos peroraban que era la
primer señal de un sinfín de señales que estaban por venir anunciando o más
bien gritando lo que por cualquiera con un mínimo de noción en materia
religiosa ya se imaginara: << ¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha
acercado!>> No importaba ser cristiano o musulmán, creer en Yahvé o en Alá
para estos sectores el ruido de esas campanas se empieza a confundir con
trompetas y la compostura que se debiera de esperar se convierte en
mercadotecnia líquida para sus pozos y en el peor de los casos, en brotes de
paranoia aunque afortunadamente, esto último no se ha dado a menudo. Lo
que sí sucedió como buenos animales hastiados de la vida que nos
sorprendemos como niños ante un nuevo juguete para a las dos semanas
después botarlo porque nos aburrió la emoción sensacionalista que antes nos
embriagaba cedió y dio paso a la indiferencia. La gente dejo de preguntarse de
dónde provenía el tañido de las campanas o si era una señal del apocalipsis de
San Juan. Llegaron al mismo sentimiento que nos da a todos cuando
escuchamos una y otra vez una misma canción, tedio, pasamos del deleite al
hartazgo en muy poco tiempo y más si eso que provoca nuestra atención y
luego nuestra frustración es inocuo, pues si el ser humano determina que algo
no lo lastima no lo valora. Sólo aprendemos de nuestros errores mas nunca de
nuestras bendiciones. Y es por esto mismo que reaccionamos de forma más
intensa ante el fracaso que ante el éxito, y por la misma razón nos cuesta
mucho más perdonar una equivocación a nuestro prójimo que alabarle un
triunfo y de aquí nace el origen del por qué el pueblo está más unido ante la
crisis que en el progreso. En las crisis hay dinamismo que nos empuja a salir a
dar batalla y en los denominados buenos tiempos el dinamismo es
reemplazado por rutina y la rutina termina matando al ser humano de modo
más devastador que una bala, la rutina es como un cáncer que merma el
interior de una criatura e inclusive más silencioso porque el infectado se
percata de su mal únicamente cuando sabe que sus días están contados. Así las
cosas, no es de impresionar que al populacho el fenómeno acústico le haya
cansado y hayan pasado la página a temas más interesantes como soccer, moda
o al siguiente bufón en las redes sociales.
Yo seguía mi camino sin prisa rumbo a mi lugar de trabajo: la biblioteca.
Porque yo, Daniel a mis veinte años soy bibliotecario, pertenezco al sector
burocrático más tranquilo y armonioso que pueda haber. Nunca hay filas, no
existen muchos usuarios y nunca nadie se ha quejado por un mal servicio. La
biblioteca es el paraíso adelantado para los inteligentes. Me la vivo
plácidamente entre los libros y el silencio, entre el sabio y la duda, entre la
monotonía y el vivir aventuras codificadas en letras. Más que el responsable
de la biblioteca municipal me siento como cualquier lector que se dirige a
abstraerse de la vida que lo rodea. ¿Cómo había logrado conseguir el empleo?
Fue fácil casi nadie sabe hoy en día que las bibliotecas existen ni siquiera para
entrar en una y preguntar si hay vacantes de empleo. Yo hice eso, me dijo una
señora entrada en años, de cabello corto y cano, de figura rechoncha que
estaba a punto de jubilarse y que todavía no tenía a su sucesor. Llena este
formato, mételo en el buzón y si te llaman ya la hiciste. Lo hice. Me llamaron
y me entrevisto la misma bibliotecaria debido a que el sistema bibliotecario
nacional esta tan desatendido que los responsables de éstas ante la ausencia de
responsabilidad de sus jefes gubernamentales pasan a ser dioses; los Dioses de
la sabiduría. Al parecer le caí bien y hubo manera de que me echara la mano y
quede contratado, nunca pensé que fuera tan sencillo, pero así fue, mejor por
mí no quería ver caras y rogar porque se me diera una forma de mantenerme.
No soy arrastrado y las súplicas no van con mi dignidad preferiría morir de
hambre antes que pedir limosna, gracias a Dios quede exento de fallecer de
inanición. Logrado mi objetivo por fin pude dormir a gusto, el miedo por saber
cómo iba a vivir se había esfumado y ciertamente fue un tanto a lo Alicia en el
país de las maravillas. ¿Cuántos estudiantes recién graduados de universidades
hay que no hallan empleo? ¿Cuántos tienen que aceptar un empleo por debajo
de sus expectativas? Y ¿Cuántos se tienen que agachar delante de unos jefes
imbéciles y prepotentes? Muchos. La situación laboral es pésima. El gobierno
se desvive propugnando soluciones para la escasez de oportunidades laborales.
Resultados, cero. Al gobierno ni siquiera le importa la situación laboral de los
recién egresados. ¿Tan si quiera han observado las estadísticas que ellos
mismos mandan realizar? O ¿Dan seguimiento a los que se encuentran en
busca de empleo? No y con un demonio no. La situación es para llorar para los
jóvenes y encima la gran estupidez de las compañías. Esos monstruos
corporativos que miran a los demás por encima del hombro y que ven a los
candidatos a vacantes como ladrones o como limosneros. Ni son ladrones ni
limosneros. Debido a que no van a robar sino a laborar a cambio de un salario
y no van a pedir limosna puesto que van a realizar un trabajo o servicio a
cambio del salario. Por ley jurídica y moral todas las personas somos iguales
y, sin embargo, la jerarquía corrompe, hoy están abajo, mañana arriba y
casualmente resulta que cuanto más ascienden menos memoria les queda para
reconocer de donde vienen. El humano busca el dominio del semejante para
sentirse superior y, no obstante, no se percatan que eso mismo los hace
inferiores pues quien es superior refleja la virtud en su conducta y no hace
alarde de su poder para subyugar. Dejando estas disertaciones de lado abro la
biblioteca y me dirijo a mi asiento en mi escritorio que se encuentra en medio
del recinto. Me siento en mi silla móvil a la que hago girar varias veces en
círculos, me detengo y sacó de un cajón mi libro que actualmente estoy
leyendo: Madame Bovary; y me enfrasco en su lectura. Soy capaz de
perderme hasta tres o cuatro horas sin saber de mí. Igual a cuando duermo,
pero sin perder la conciencia de lo que hago, es idéntico a la manera que
tienen los submarinos de sumergirse en el océano, van directo a donde quieren
sin dificultad, yo igual, ellos surcan el lecho marino yo sueño. Y así el tiempo
se deforma en estelas de colores que se rompen y difuminan a mi alrededor.
Son partículas semitransparentes que flotan azarosamente cual pompas de
jabón. Se hacen grandes y luego desaparecen, su existencia es muy corta y por
ende se ganan mi respeto. En lo profundo de mi mente al leer las veo y no sé si
verdaderamente existen o son meramente producto de mi imaginación. En
cualquier caso, mientras sueño y leo me hacen compañía, no me incomodan y
les resto atención. Pasan las horas me doy cuenta por ese reloj enorme pegado
a la pared con forma de estrella, tic-tac, tic-tac, tic-tac dice sempiternamente
cada vez que pasa un segundo y es sólo ese artefacto elaborado en tiempos de
ocio por los homínidos el que se percata del correr del tiempo, vive para medir
el tiempo y se acabó. Nadie es más consciente del transcurso del tiempo que
un reloj. Y mi mente divaga. ¿Qué es el tiempo? El tiempo es la consciencia
que tengo de mí mismo a través de la existencia. No es algo que se mida, sino
se siente, y el tiempo existe solo cuando siento y si no siento no existe pues al
no sentir no tengo conciencia de mí mismo. Que es lo que ocurre cuando se
yace cómodamente dormido o muerto. El tiempo es inexorable y también
duro; si lo sintiéramos eternamente nuestra existencia sería un tormento y la
única salida sería el suicidio. El paso del tiempo nos demuestra que la vida es
insoportable, de lo contrario, sentiríamos todo el paso de cronos sin hacer ni
una mueca. Sin embargo, al creador se le da más crear tortura que vida plena,
sufrimiento que parece eterno contra felicidad fugaz. El creador hizo las cosas
al revés. La cuestión a plantearse aquí es, ¿lo hizo accidentalmente o lo hizo
exactamente así porque es sádico? Ni Dios responde ni el tiempo propone.
De pronto alguien ajeno a mi soledad la turba. Giro la cabeza y me
encuentro con Martín un muchacho de quince años, de ojos pícaros y mirada
curiosa. Este personaje ha sido uno de los pocos usuarios que he observado a
menudo por la biblioteca. Callado y tranquilo pero necio y curioso cuando se
le provoca. La primera vez que nos vimos se acercó a hablarme según él
motivado por la poca diferencia de edad que nos separa. Eres tú el nuevo
bibliotecario, pregunto, sí, respondí escuetamente ¿pues a quién esperaba ver?
¿A un simio?
- Hola, ¿cómo estás? – dice Martín
- Bien ¿y tú qué, y la escuela?
- No fui hoy
- ¿Y eso?
- Aprendo más aquí – dijo Martín mientras se pasaba una mano por la nariz
– Y como los maestros ya no leen, aquí aprendo más que ellos.
- Pero si lees puros libros extraños
- Que sean extraños no les quita su validez
- Y bien, ¿Qué leerás hoy?
- Mira vengo a relatarte parte de mis investigaciones que he llevado a cabo
en los últimos meses para ser preciso desde que se escuchó por primera vez la
música del cielo
- Te oigo
Quién es Martín sino un sabio precoz. Uno de esos seres que viven
admirándose por lo extraño de la vida; monstruo del lago Ness, el abominable
hombre de las nieves o religiones antiguas. Uno de esos escasos jóvenes para
los que la moda o el ejercicio no tienen sentido, que viven la existencia como
exploradores hurgando en libros o internet los sucesos inexplicables del día a
día, que al no contar con calificaciones de excelencia o músculos se
diferencian de los demás por su marcado excentricismo. Existen no para
descifrar misterios, todo lo contrario, existen para crear más misterios pues su
sola conducta es un misterio, su forma primigenia que dio lugar a una criatura
torturada por lo que otros no ven o no desean ver, un enigma. Un investigador
de lo exótico o un investigador de lo absurdo según se quiera ver, sin embargo,
eso ya no depende de él sino de los ojos de quien lo mira. Martín hablo con el
pecho firme y la voz ronca de sucesos raros que comenzaron a acaecer
inmediatamente la melodía celestial se dejó escuchar. Los videntes declaraban
que el fin del mundo se acercaba puesto que las ánimas así se los hicieron
saber. En los hospitales gente que estuvo a punto de perecer o que perecieron
de manera clínica volvieron de la muerte y dijeron que durante el tiempo que
estuvieron difuntos se les hizo saber por una luz blanca parlanchina o por seres
alados de tintes blancos que la gran tribulación se avecinaba y que los elegidos
serían los únicos en sobrevivir. Los terremotos en Japón y los tsunamis en
Sudamérica lo constataban y que como dijo el Maestro “Quien tenga oídos que
oiga”.
Iba a responderle que primero habría que limpiarse los oídos para evitar oír
mal, pero me abstuve. Martín seguía diciendo que las ECM (experiencias
cercanas a la muerte) se incrementaron a raíz de la acústica de las campanas y
que los que la padecían enunciaban lo anteriormente mencionado que el fin de
esta era se acercaba.
- ¿Y qué perdemos con el fin de la era? – le pregunte a Martín
- Nuestras vidas
- ¿Puedes mencionarme algo que vayamos a perder exclusivamente con el
fin de esta era y no algo que de todos modos con o sin fin vamos a perder?
- La maldad, tal vez – dijo a media voz
- El bien y el mal son concepciones intrínsecas a la especie humana.
Mientras existamos esta dualidad nos acompañara. Llámame maniqueísta,
pero así es.
- ¿Acaso no has entendido el sentido del fin de la era como la conocemos?
– pregunta vehemente Martín – Si hay un fin no es debido a que venga un
término sino un reinicio. Ya ha habido cismas decisivos en la vida del hombre
y no me refiero solamente a cataclismos de la madre naturaleza. También ha
habido cataclismos sociales, religiosos e ideológicos. ¿O es que seguimos
pensando cómo hace doscientos años? O ¿la gente le tiene el mismo temor a
Dios que antaño? Para nada. Todo cambió y muchos no se percatan de esta
metamorfosis en la vida social e individual del hombre y, sin embargo,
transmutaciones como estas demuestran que cambiamos constantemente casi
siempre para bien. Las féminas desde hace décadas pueden votar y ser ateo no
te lleva a la horca. Sin estos cismas el humano sería un error perpetuo. Y la
diferencia entre él y una roca oscilaría únicamente en que la roca no se
equivoca.
- Tienes razón le digo, no obstante, el origen al que le confieres la causa de
estos cismas está errado. Sí, ha habido transformaciones de orden interno y
externo en el individuo que lo ha hecho avanzar, casualmente o
premeditadamente, al progreso, pero no es este acontecimiento causado por un
dios sino por el mismo ser humano. Nosotros llevamos inherente el cambio ya
lo dijo Heráclito lo único permanente es el cambio. El hombre reflexiona y
dicta, siente y dicta. Y como no todos pensamos del mismo modo siempre
aparece un sujeto que transforma la corriente de pensamiento de la época
como Marx o Nietzsche, Freud o Voltaire. Es gracias a estos monstruos que
llegamos cada vez más lejos y es gracias a ellos que los convencionalismos o
dogmas son desechados cuando se pone sobre la mesa su banalidad. Bien dijo
Umberto Eco nosotros vamos a hombros de gigantes.
- Entonces le restas importancia a Dios – dijo Martín provocativamente -
Conforme. Sin embargo, no puedes anular del todo su papel meritorio en estos
cismas. Sin importar si es el dios cristiano o el musulmán o incluso la religión
budista en todas sus derivaciones, son gracias a la existencia de los credos que
el hombre ha tomado impulso hacia delante, si bien con sus debidos tropiezos,
no niego la inquisición ni los genocidios que han acarreado al punto de
mostrar lo más vil y abyecto del ser humano. Pero con todo y eso nos han
provisto del aliento que necesitamos para caminar. ¿O es que un individuo
desmotivado llega lejos? ¿Desde cuándo el sinsentido de la vida ha ocasionado
que los hombres se paren de sus camas de madrugada y vayan a trabajar? Ha
sido la creencia en un más allá, en una divinidad lo que en todos los rincones
del globo terráqueo ha puesto manos a la obra el porvenir.
- Los caníbales tienen sus divinidades y ya ves – le dije socarronamente –
continúan vistiendo taparrabos.
Martín no puede evitar soltar una risa apenas audible. Es lo que me gusta
de este muchacho. Que a pesar de su edad se pueda discutir con él tan
amenamente sin temor a rencores o a que se caldeen los ánimos. Me dice y le
digo, responde y le contesto. Cualquier otro ya hubiese mostrado su faceta
intolerante pero no Martín. A los pocos instantes ya se encuentra en el pasillo
de los libros de autoayuda y espiritual reanudando su investigación. Había
escuchado por la radio lo del aumento de las ECM y en el acto surgió dentro
de mí el flujo de la indiferencia. Suponiendo la veracidad metafísica de este
fenómeno ¿Qué se ganan los ángeles o seres del más allá otorgando a ciertos
elegidos el beneficio de ver antes de tiempo lo que de todos modos van a ver
cuándo les llegue la verdadera hora? ¿Acaso lo hacen para echarnos en cara lo
bien que se está allá comparado con la materia fecal de aquí? Y si el más allá
se halla en óptimas condiciones ¿Por qué no arreglan lo que está mal aquí o es
que este mundo es la excepción porque como dijo el Mesías este mundo es de
hombres y yo les hablo del mundo de mi Padre? El que aborrece este mundo y
muere por mi causa se ganará la vida eterna y el que viva por este mundo y me
desconozca perecerá eternamente. Entonces ¿sólo yacemos en este planeta
para ponernos a prueba como un examen? ¿Hicimos algo malévolo y nos
mandaron castigados al rincón de la clase que resulta que tiene forma de esfera
de color azul y se le denomina Tierra? Si uno se halla de vacaciones en las
Bahamas ¿no le ha surgido intempestivamente el sentimiento de querer
quedarse allí y no volver a su ciudad donde le espera el trabajo y la
monotonía? Y si nos marchamos ¿no es exclusivamente debido a que no
contamos con el capital económico suficiente para perpetuar una vida
hedonista? Ahora imagínense un más allá supuestamente cinco mil veces más
hermoso que las Bahamas en donde existimos antes del nacimiento ¿quién
dejaría conscientemente un lugar tan magnífico para caer en las garras de este
planeta tirano? Creo que nadie al menos que dieran publicidad engañosa lo
cual sería un acto deleznable de los cielos o que nos coaccionaran a venir lo
cual todavía sería peor. Sin olvidarse la maraña de visiones que tienen los que
han padecido ECM desde visiones paradisiacas hasta los abismos infernales
desde Cristo hasta Vishnu, desde túneles y luces hasta jardines o palacios. ¿Y
qué con la luz blanca intensa que no cala a los ojos? Pienso en esto sin
explicar porque me comienzan a temblar las manos. Dicen que la luz es tan
blanca, intensa y preciosa que te inunda un estado de paz. Presuponiendo que
está luz existiera lanzo mi pregunta a los silencios ¿Esa luz es Dios en alguna
de sus denominaciones o es una droga imposible para el humano por su alto
grado de tecnología? Desde cuando una luz puede conceder en el hombre un
estado de éxtasis o de paz. Ni el sol puede hacer eso, o ¿es que estamos como
los mosquitos y el bombillo eléctrico? Poco probable, mas sí sé de algo que
nos puede llevar al más intenso cielo o a la más desenfrenada sensación de
intenso vaivén, la droga. Me van a decir que una luz causa más alegría que el
contemplar el rostro de tu hijo mientras duerme o que otorga más dicha que
cuando besas a la persona que te gusta. Y si así fuera entonces ¿qué tanta
validez tiene lo que nos sucede en la Tierra? ¿Cuál es su trascendencia? Si con
observar una luz nuestras prioridades cambian en un santiamén ¿Qué es lo
verdadero y que lo falso? Si lo falso es esto, dicen los creyentes, por lógica
anulan la importancia de sus vínculos que tienen con los demás y por lo tanto
los creyentes serían en lo más recóndito de su ser las criaturas más egoístas al
tildar los lazos hechos en la tierra como mentira. Al final ni familia ni amigos
solo la luz. Vienes de un mundo podrido mira nuestro cielo sin mancha ni
arruga parecen decir los ángeles y como el sediento en medio del desierto
cuando le enseñan una botella de agua él cual sería capaz de asesinar por ella,
aquel que se deleita con ese perfecto más allá niega a los suyos y su vida
terrenal al grado de desear impúdicamente no volver a la vida como afirma la
mayoría de los que experimentaron una ECM, que se saquen el problema los
míos yo me quiero quedar aquí dicen. Y si existiese la reencarnación, tanto
peor, volvemos a ser engañados en el círculo vicioso sempiternamente. La
cárcel inexpugnable es aquella en la cual una parte de los esclavos fungen
como custodios y evitan que sus colegas de infortunio escapen y lo más
irónico de todo es que no lo hacen por maldad sino por fe.
La tarde cae y un fresco aire barre la ciudad. Las hojas de los árboles
citadinos embellecen el paisaje de las calles y explanadas. Un aroma a tierra
mojada recorre la nariz de las personas que nos encontramos al aire libre.
Afuera de la biblioteca recargado en un hermoso pino me fumo un cigarro al
tiempo que contemplo el cielo, sigue nublado. Años atrás la vista de un cielo
gris me provocaba nostalgia cual si fuera la apoteosis de un drama de Víctor
Hugo. En la actualidad me induce a sentirme dentro de una novela de Camus.
Las cosas cambian y las sensaciones en mí también, unas murieron, otras que
no sabía que sentiría nacieron. El tiempo es cambio pues no es estático y hasta
los dioses del edén se cambian de postura frecuentemente al observarnos. Doy
una profunda calada al cigarro, mis manos siguen temblando, maldita luz,
reflexiono no me deja en paz su presencia en mi mente. ¿Qué se sentirá ser
Dios? ¿Fumara? y si la respuesta es positiva, ¿será tabaco, opio o marihuana?
¿Los dioses se aburrirán? Si en la eternidad no percibes el tiempo no puedes
ser plenamente consciente de ti y de la existencia que te envuelve, por lo tanto,
solamente te quedan dos alternativas: existir en estado onírico perenne que es
en última instancia como concibo a la divinidad o fumar hierba para mitigar el
tedio de ser y no ser al mismo tiempo. Regreso a mi puesto y veo dos caras
nuevas; un anciano de setenta años sacando a Don Quijote de un estante y a
una muchacha de unos diecisiete años. ¡Ah, los mágicos diecisiete años!
Como se vive y se sufre a esa edad. Los muchachos somos torpes y semi-
sabios a partes iguales. Creemos saberlo todo y no sabemos ni si quiera
atarnos las agujetas de los zapatos. Decimos que amamos y herimos al amigo
en seguida. Temperamentales y sensibles. La parte más enigmática del hombre
es su etapa de adolescencia. Lástima que la olvidemos con prisa. Nos
avergüenza lo que sentimos e hicimos a esa edad, no obstante, nos marca de
por vida. En mi caso fue de este modo y eso hace apenas tres años, pero para
mí es como si esos avatares hormonales me hubieran ocurrido en otra vida.
Desde mi percepción hace tres años representa un pasado lejano y ese yo que
vivió tantas penas un yo distinto al que soy en este instante. Desconozco a ese
yo de hace un trienio y no por vergüenza sino porque lo siento como una
sombra ajena a la silueta que hoy soy. Afortunadamente el tiempo evita lo fijo
y pude salir por medio de leyes físicas de los diecisiete años. La muchacha
elige un libro y se sienta en una mesa, se coloca sus lentes y mira
detenidamente el ejemplar que sostiene sus manos. De repente la lectura la
absorbe, lo sé por su mirada concentrada y abstraída que me recuerda a la
mirada de los invidentes que, aunque de cuerpo estén presente su ser figurara
estar muy distante, en una dimensión diferente diría. Sigo leyendo a Madame
Bovary serenamente y dejo que su imaginario me lleve a otra dimensión.
A la mañana siguiente cae una lluvia ligera. Un viento helado recorre el
corazón de la ciudad. Salgo con chubasquera y me intereso por ver los charcos
a mi alrededor. Los niños brincan en ellos y los adultos los evitan. Las
avenidas están atascadas de tráfico y los camiones repletos de pasajeros. El
bullicio de la vida burgués es menor cuando llueve. Casi no hay peatones y los
pocos que vamos caminando evitamos vernos a los ojos. Pareciera que la urbe
sigue dormida encantada en un letargo por la lluvia. Llegando a la biblioteca
alzo la vista para mirar a la muchacha de ayer. Viste un suéter rojo y lleva un
paraguas amarillo. Espera a que abra la puerta e inmediatamente se mete
dentro con aire de magnificencia cual Ulises versión femenina que regresase
de su Odisea. No nos hablamos más allá de un simple saludo de cortesía. Ella
va a su mesa a leer y yo a mi escritorio. Aunque esta ha sido la primera vez
que asiste tan temprano. Me pregunto por qué. No tendrá nada mejor que
hacer o quizá su novio la abandono y busca refugio en un lugar solitario.
Francamente no sé y a veces el no saber causa intriga. Pero no soy
impertinente y tampoco me gusta entrometerme en los asuntos de los demás.
Dejo que la corriente de la duda siga su cauce natural. Mejor me pongo a
trabajar y verifico el reporte de los libros en préstamo con el objeto de saber
cuáles deberán ser entregados hoy y en los días siguientes y si hay otros que
ya deberían de haber sido entregados. Lo positivo de que sean libros y no
dinero lo que se presta aquí consiste en que por lo general sólo muy pocos
usuarios sacan su membresía para solicitar llevarse un libro a casa y segundo,
que al no ser dinero casi siempre regresan lo que pidieron prestado. Eso sí, a
veces con un poco de salsa encima e inclusive en dos ocasiones las páginas
estaban manchadas de café. Les dije que debían de pagar por el libro y
afortunadamente aceptando su error no pusieron pegas, así me hice con dos
ejemplares nuevos para el servicio al lector. Llevo un control basado en fechas
y en las claves con que cuentan los libros en el lomo como un código de
barras. Cuando alguien se lleva un libro yo registro su clave en la computadora
y listo, hasta que no haya devolución en mi registro ese código en particular
existirá en la cuenta de libros en préstamo. Por la tarde ocasionalmente me
dedico aparte de barrer y trapear a pasar un trapo limpio estante por estante y
obra por obra para evitar el polvo y dar una apariencia de pulcritud literaria.
Podrían pasar un dedo por cualquier recoveco y no hallarían suciedad. Lo
malo radica en que de repente vienen a mis dominios de letras alumnos de
secundaria traídos por profesores en una excursión didáctica con el propósito
de darles a conocer la existencia y función de este recinto. Ruido, ruido y puro
ruido. Después bendita sea la Providencia se marchan. Esperando nunca
volver a verlos salgo y doy tres vueltas alrededor del pino y fumo. Es mi
cábala ante estos días donde la biblioteca se llena no de lectores y sí de
hormonas ignorantes. Se acerca el verano y será mi primer verano como
bibliotecario y entonces tendré que lidiar con los talleres de lecturas que se
impartirán para los niños. No obstante, no me preocupa en lo absoluto, los
niños a diferencia de los estudiantes de secundaria son tranquilos y sus
travesuras siguen conservando una estela de inocencia. Afuera se escucha el
tañido de las campanas. Se había tardado. Las campanas repican sin tregua
casi amenazadoramente a veces son interrumpidas por un relámpago
caprichoso y por las gotas que caen en los techos de lámina de las fábricas y,
sin embargo, la melodía celestial no cede, al contrario, su sonido se hace más
fuerte, más vigoroso, cual composición legendaria del mejor Richard Wagner.
No cabe duda esas campanas no anuncian paz sino guerra. Me recuerda
aquellas palabras dichas por Jesús de Nazaret en el Santo Evangelio según San
Mateo “No vine a traer la paz sino la espada” 10:34-36
Me asomo por la ventana. La poca gente continúa caminando como si
nada. Absorta en sus propias diatribas personales. Ajenas a la música del cielo,
caminan viendo hacia abajo para evitar pisar un charco. Adultos en su mayoría
y uno que otro estudiante van dando pasos al tiempo que la lluvia cae; un paso,
una gota, una vida, una historia en el gran caos de gaya. Los carros pasan la
avenida tratando de no lanzar agua al peatón. Si bien algunos cretinos se
acercan a la esquina y de improviso aceleran el motor empapando a los
incautos. La lluvia modifica la vida en la ciudad, pero para mañana todo
estará olvidado a excepción de la monotonía, esta se pega a nuestro ser y no
nos suelta hasta que nos carcome y nos hace mal bichos. A unos malévolos a
otros indiferentes.
Lo mejor de este día o mejor dicho lo más interesante de hoy fue la visita
de Martín. Siguió hablando acerca de las campanas y de cómo esta situación
ajena a todos parecía no acabar. Qué querrán decir con su tañido se
preguntaba. No me importa le contestaba. Me tiene sin preocupación lo que
debe suceder sucederá nos parezca o no. La vida no te pregunta si quieres esto
o lo otro, si estás bien con ello o aquello. Simplemente es vida y actúa a su
modo sin cuestionamientos, balances o consideraciones. La existencia del ser
humano se reduce a interpretar estos vaivenes como desee. A vivir o abstraerse
de la vida, sentirla o rechazarla, agradecerle o criticarla. A la vida no le
importa pues ella seguirá siendo mientras tú un día dejarás de ser. Martín de
cara a mi escritorio enunciaba que el fin de los días estaba cerca que el Juez
llegaría con la vara para medirnos según la calidad moral de nuestras acciones.
- ¿Por qué crees que un juez nos juzgará por nuestros actos si siempre nos
ha dejado hacer lo que queramos? – le cuestione
- Las personas les dan libertad a sus vástagos aun con el riesgo de que
obren mal, por lo tanto ¿Cuál es la diferencia entre ellos y Dios?
- Que nosotros imponemos a nuestros semejantes un código de valores
prestablecido, delimitado y sobre todo bien explicado. Y las acciones que yo
haga ¿quién me las juzgará? ¿Cristo o Alá o quizás una divinidad hinduista?
Hay de credos en el mundo como peces en el mar. Y algunos tan diversos
entre sí que, una acción de gran virtud en una determinada religión puede ser
vista como una abyección en otra. Entonces, tengo que obrar según quién o
qué, si la vida es de locos y sólo el más loco nos puede juzgar.
- La vida no es de locos – asegura Martín con aire compungido – la vida es
de clarividentes, pero como ver cansa nos evadimos de la realidad a través del
conformismo o de los pretextos. El hombre no es perfecto y por eso nos
equivocamos. Conforme. Sin embargo, eso no es excusa para cometer
aberraciones. El error humano y la vileza premeditada no son lo mismo, no
obstante, cerramos los ojos con la finalidad de hacerlos parecer iguales. Obrar
con justicia cansa más que ninguna otra cosa y por eso evitamos
concienzudamente a la honradez para refugiarnos en el fango de la
mediocridad. ¿Y quién tiene la culpa? Sino Dios, sin importar si crees o no en
él así es, se ha convertido en la excusa más enorme jamás usada para justificar
la maldad de nosotros, los de carne y hueso.
- El problema es – le digo un tanto emocionado por la conversación - los
valores y no Dios. Si hiciésemos lo correcto debe ser porque es correcto y no
porque lo dice Dios.
- Dios – dice Martín al tiempo que levanta el dedo índice izquierdo hacia
arriba – ha hecho mucho más por la axiología de lo que tú crees. Sí, es cierto
hay muchos credos con contenidos ciertamente dispares entre sí, pero eso
nunca ha sido óbice para que cada uno de ellos enriquezca a la axiología. En lo
que difieren los credos es tanto la divinidad a adorar como en las concepciones
de cielo e infierno. Así como las prácticas ceremoniales que llevan a cabo. Sin
embargo, en última instancia buscan separar las acciones en buenas y malas
basadas en las concepciones sempiternas del hombre que lo han acompañado
en su existencia desde antes del nacimiento de las religiones. Amor, amistad,
tolerancia, honestidad, solidaridad, entre otros conceptos; ya existían y eran
puestos en práctica antes del inicio de las creencias religiosas como institución
organizada. Pero han sido las religiones con sus estudios y juicios valorativos
quienes han no solamente enriquecido sino ampliado la moral humana de
antaño. Condensaron en una filosofía las acciones de los hombres y las
analizaron según el bien o mal que éstas provocaban a nivel individual o
colectivo. Nos dieron un orden social y nos ayudaron a comprender qué es lo
correcto de manera universal pues hay leyes como no matar, no robar, no
violar, no calumniar, etc. Que se aplican aquí como al otro lado del océano.
Que las religiones se hayan desviado de su cauce humano en el cual los errores
eran permitidos a ser puro dogma es cosa de la neurosis colectiva de cada
época. Que en la práctica no apliquen sus nobles preceptos es de seres
cansados de la vida que como ya dije, prefieren cerrar los ojos y pretextar a
mantenerlos abiertos y luchar.
- Acepto que las religiones pusieran sobre la mesa la dualidad de nuestros
actos. Que los analizarán y tratarán de diferenciar lo elevado de lo bajo. Sin
embargo, dime, ¿Quién es Dios? Y ¿Dios sabe de todo este drama? ¿Para ser
mejores criaturas se debe de mezclar la moral con la teología? ¿No existe la
posibilidad de que se divorcien?
- Tú – dijo el chico con voz atronadora – eres tu propio Dios. No obstante,
para el prójimo no pasas de ser un ciudadano promedio. La indiferencia corroe
el espíritu del hombre. Apaga nuestra empatía con los demás, por ende,
necesitábamos del concepto del Dios social para amarnos los unos a los otros
o cuando menos para no dañarnos. De qué sirve ser tu propia divinidad, ser el
capitán de tu vida si eso más que hacerte modesto te hace vanidoso y más que
acercarte al semejante te aleja más y más de él enzarzados en una competencia
absurda y egocéntrica por ver quién es más dueño de sí. Ya no se competiría
exclusivamente por puestos de trabajo sino además por hacer el mayor ruido,
caeríamos en el sinsentido de sentirnos únicos en un mundo de iguales, de
llamarnos justos por ser justos con nosotros mismos y no por ser justos con
otros. El tener una divinidad a la cual una sociedad reconoce como tal evita
que nos matemos en la lucha de nuestro ego personal y al concebir a un ser
superior a la raza humana nos otorga modestia y el que a veces esta divinidad
sea representada como enemiga del hombre nos provoca empatía con el de al
lado como la solidaridad intempestiva que surge entre dos personas ante el
infortunio y el que exista la imagen del infierno la compasión y el perdón para
quien es esclavo del mal.
Nuestra plática se prolongó media hora más y debo de reconocerlo. Me
entretuvo de sobremanera. Martín y yo. Un muchacho de quince años y un
joven de veinte perdidos en una biblioteca cualquiera en una urbe cualquiera
intentando dilucidar las cuestiones esenciales de la existencia. A la distancia la
borrasca hace oscilar al pino, y desde la ventana nos llega un olor a
hierbabuena. El olor traspasa mi nariz y me causa arrobamiento. Los espíritus
vuelven a casa en la lluvia, las palabras son absorbidas por el vaho matinal el
cual las hace desaparecer como si nunca hubiesen sido pronunciadas y por
esto, guardan un parecido con los fantasmas. Una parte de nosotros también
desaparece después de haberlas pronunciado y esa parte nunca vuelve, se
difumina en la pared o en el inconsciente de nuestro receptor. Vamos dejando
estelas personales en otros cual leproso va dejando su nariz o parte de su
mentón en la casa de un amigo. ¿Quién nos recordará cuando ya no estemos?
Nos vamos sin dejar siquiera la sombra de lo que fuimos, nos quedamos en la
memoria de algún samaritano por cierto tiempo hasta que él también muera y
con él nosotros. Las personas mueren dos veces antes de caer en la nada.
- Vamos a un lado ahorita que te desocupes – me dice Martín sacándome
de mis pensamientos
- ¿A dónde?
- A que conozcas a una persona
- ¿Nada más?
- Nada más
Reflexiono antes de volver a hablar. La muchacha se nos queda viendo
desde su mesa. Sus ojos nos traspasan y estudian ávidamente. Ya no lee, tiene
el libro cerrado y su mano derecha encima de éste. Prendo la radio para
aminorar la tensión en el ambiente. Sintonizo una estación de noticias local.
La muchacha desprende un aura misteriosa y una sonrisa a medias se dibuja en
sus labios lo que hace inquietarme. Pienso en algo que decirle para romper el
hielo, pero no se me ocurre nada. Martín no se da cuenta sigue en su singular
planeta de moral y teología. De repente la muchacha se para y se pierde entre
los estantes del lado oeste. Sobre la mesa un celular con una correa de Winnie
Pooh comienza a sonar.
A las siete de la tarde camino con Martín sin saber todavía de qué va la
cosa. Pasamos frente a fábricas pestilentes y calles tan inundadas que me
recuerdan a Venecia. En ocasiones las rodeamos evitando mojarnos hasta las
rodillas. Una llovizna ambienta el trayecto que parece interminable. Los perros
de una vecindad comienzan a ladrar mientras se acercan a olernos. Damos
vuelta en una esquina y un callejón nos cierra el paso. Sólo una puerta de
madera que por su estética y estado me indica que cuando menos tiene
cincuenta años de existir sin que nadie le diera mantenimiento nos recibe de
par en par como si dentro se supiera de antemano de nuestra llegada. Dentro la
gente toma y se divierte jugando con un futbolito de mesa, choques de
cervezas por todas partes, la alegría de los brindis festivos incita a unírseles
empinando alcohol como si no hubiera un mañana. Todos disfrutando de la
comida y bebida. Como me percaté de la ausencia de algunas disposiciones
que las cantinas deben presentar por parte de fiscalización y control deduje
que me encontraba en un tugurio clandestino. Mas no me importa, de hecho,
me entusiasma. Todo hombre sano debe de tener accesos de rebeldía pese a la
ley. Son estos accesos rebeldes lo que nos diferencia de los autómatas y
estúpidos que necesitan de una línea recta para no despistarse. Hombres de
bien, ciudadanos ejemplares se dicen a voces, pero por dentro perdieron el
espíritu libre sustituyéndolo por leyes genéricas. Cuando el caos de la
existencia irrumpe en sus vidas se quedan sin saber qué hacer. Y es que el caos
no perdona. Siempre se halla latente en cada uno de nosotros y basta una
emoción que nos marque para que el desorden nos convierta en criaturas
desesperadas, desabridas y sin sentido del humor. Caminamos hasta una mesa
redonda de color café. Encima de ésta se encuentra un salero y un servilletero
en forma de paloma. En el centro un platito con limones ya partidos y un
cenicero con diseño sesentero nos esperan. De fondo empieza a sonar música
de Frank Sinatra, música que casi nunca escucho y menos esperaba oír en un
bar del siglo XXI. Algunas parejas bailan y otras se contemplan a los ojos al
transcurso de la voz de Sinatra. Se aman con los ojos y se embriagan para
olvidar que aman. Así de penosos somos.
- Mira, ¿si ves a esa señora en la mesa de fondo? – pregunta Martín
Asiento con la cabeza
- Pues es a ella a quien vinimos a ver. Pero antes hay que tomar algo.
- ¿Tú en serio bebes a tu edad? A los quince, eso es un récord yo inicié a
los diecisiete
- Sí bebo, sabes, la vida es corta y ni siquiera sé si voy a llegar a los
dieciocho años de edad. Es decir, me puede atropellar un carro o darme cáncer
pasado mañana. Así que por si las dudas tomo antes de tiempo porque no sé si
después haya tiempo.
- Eres singular – digo al tiempo que rio – Lees, pero sólo vas a la escuela
cuando quieres, crees en la moralidad y, sin embargo, hete aquí bebiendo.
- Si lo pones de ese modo llevas razón – dice mientras hace bolita una
servilleta – No obstante, creo en el libre albedrío y a menudo, me dejo guiar
por él. Soy moralista mas no exagero. Creo en un Dios, pero no vivo para
atarme a él. Valoro las leyes, sin embargo, al ser elaboradas por humanos
cuentan perpetuamente con cierto grado de injusticia. No soy anarquista
únicamente porque reconozco que nada bueno saldría de esta doctrina en los
años turbulentos que vivimos. Soy un humano y como tal, me doy gustos por
anticipado porque nadie ni los bienintencionados nos pueden asegurar con
certeza el mañana. Ahora, dime tú Daniel en qué crees.
- ¿En que creo?
- Sí, ¿en qué crees? ¿Crees en Dios? Tengo dudas puesto que únicamente
lo criticas, sin embargo, ¿a quién críticas, a Dios o a los que según tú lo
crearon?
- A todos. Porque todos somos parte de un todo y nadie puede librarse del
papel que desempeña en este drama circense. ¿Qué si Dios existe? No lo sé,
aunque el meollo del asunto no es si existe o no, sino en la autoridad que le
conferirías si existiese. ¿El que exista un ser superior es motivo suficiente para
someternos a él? O la verdadera razón de nuestro sometimiento es por miedo a
él. Y si por ventura fuera por miedo a él, quiere decir que lo negamos por la
imposibilidad de dominarlo y no por la total ausencia de creencia en él.
Negamos lo fuerte; así como un mal perdedor niega al vencedor. Para mí,
desde hace tiempo he concebido a Dios como el Todo en estado onírico eterno.
Para él nuestros avatares son un sueño dentro de un sueño, dentro de otro
sueño, envuelto dentro de otro sueño y nos contempla como sus ensoñaciones;
no interviene, sólo contempla lo que es, fue y será. Pero que sucede ahora y
desde siempre. Somos piezas de dominó en manos de un ajedrecista. ¿Qué
esperabas? Solamente combinaciones raras pueden salir.
Martín me observa fijamente y luego vuelve a preguntar - ¿Crees en el
hombre? ¿En su destino?
- Creo en lo inesperado y nada más. De un hombre no te puedes fiar jamás.
Vivo con ellos debido a que no me queda de otra. Gracias a eso, me doy
cuenta de que el pensamiento de la organización social es una opinión. No
pensamos igual ni creemos en las mismas cosas por lo cual caminamos en
rumbos diversos pese a vivir entre el humo y el concreto. Hoy la mayoría
rendimos culto a un estilo de vida y mañana a otro. Se convive con opiniones
variadas. Nadie tiene razón, pero nadie está totalmente equivocado. Como dijo
Aristóteles “Nunca se alcanza la verdad total, ni nunca se está totalmente
alejado de ella”
En ese momento un mesero nos trae dos cervezas frías y saluda a Martín
con gesto que sólo la costumbre provoca. Damos unos tragos en silencio. La
señora de fondo nos voltea a ver y saluda de mano a mi acompañante. Acto
seguido vuelve a concentrarse en su michelada. La señora aparenta unos
sesenta años, de cabello largo con algunos mechones canosos, y para su edad
un cuerpo bien formado; lo que da indicios de un pasado glamuroso y sexi.
Saca un celular de su bolso y marca un número. Su voz llega hasta nuestra
mesa, no alcanzo a comprender lo que dice, no obstante, se le ve animada.
Enciende un cigarro y el humo sale flotando en zigzag hasta el techo. David
Bowie reemplaza a Sinatra. Las horas siguen su curso. Martín y yo seguimos
pidiendo una cerveza tras otra animados por el ambiente del tugurio. Llegan
mujeres con faldas cortas y escotes ajustados. Vienen maquilladas cual
cadáver egipcio en proceso de ser embalsamado. Se sientan a una mesa de
nosotros y hablan de tantas cosas; sus aventuras sexuales, novios engañados,
sueños frustrados, en fin, han vivido la vida mundana con intensidad. De la
nada, unos hombres se acercan a entablar conversación con ellas. Todo fluye
con normalidad, como debe ser. Afuera una lluvia torrencial se precipita lo que
me concede una sensación de bienestar y nostalgia. Sé que estos momentos
que vivo no los olvidaré. Una hora más tarde el local se encuentra abarrotado
puesto que fue usado como refugio ante el intenso diluvio, hay charcos por
todas partes y me da la impresión de oír el croar de ranas. Qué bien,
reflexiono, las ranas necesitan también refugiarse de la rutina y beber alcohol.
Todos los que estamos aquí somos fugitivos, bebemos para celebrar el escape
fugaz de ser piezas de dominó.
- Ya es hora – dice Martín – Vamos a hablar con la señora
- ¿Para qué? - Pregunto con voz somnolienta
- Para que te sorprendas – dice al tiempo que se para y me hace señas para
seguirlo
La señora resulto llamarse Florinda, vaya nombre pensé cuando lo dijo.
Fue modelo para revistas de mediano prestigio en sus tiempos mozos y en la
actualidad modela para comerciales y anuncios publicitarios donde ocupen
señoras maduras. Como espectaculares para cremas antiarrugas o productos
rejuvenecedores. Gana lo suficiente para vivir holgadamente y casi a diario
viene a este bar a ahogar sus penas en alcohol por amores pasados y
desilusiones. Nos habla de su época famosa y de sus novios, de sus padres, y
hermanos que se extraviaron en los azares de distintas ciudades del mundo. Es
una solitaria y únicamente tiene contacto con otros seres en su horario laboral,
luego bebe y posteriormente se olvida de los que la rodean. Me platicó que ver
a un muchacho tan joven tomando fue lo que le hizo aceptar en un primer
momento la amistad de Martín. Su despreocupación por la vida que a ella le
hubiera gustado tener, su plática extravagante, pero lúcida lejana de las típicas
conversaciones estúpidas que por años escucho de hombres superfluos
carentes de esa vitalidad, de ese genio que caracteriza a los que sienten las
emociones en los huesos, en los que la llama del pensamiento rebelde arde.
Los que no aceptan las normas y crean las propias sin imponérselas a nadie
más. Para Florinda, Martín representaba su juventud perdida. Su regreso a ese
paraíso de ideales elevados. El ave fénix del tiempo regresaba a ella en forma
de un quinceañero obsesionado con temas olvidados de la conciencia
colectiva.
Y para mi sorpresa, según la confesión de Florinda, ella, esa mujer sentada
en el fondo de un tugurio podía vislumbrar parte del futuro. Por denominarla
de un modo sería semejante a un profeta. A pesar de que particularmente no
creo en los profetas ni en profecías decidí escuchar asintiendo en silencio.
Como ya mencioné, percibía que todos estos instantes jamás los olvidaría.
Iban a formar parte de mí y ni las palabras ni la lluvia lograrían borrar estos
recuerdos. La vida a veces te concede sentirte a plenitud, sentir las palabras
emanadas de labios rosas, hacer tuyas las emociones ajenas, convertir el
instante en eternidad fugaz. Tres personas de distintas edades conviviendo
bajo un mismo techo, compartiendo abrigo y cerveza, recreando al golpeteo de
la lluvia experiencias de vida de diferente índole. La vida, el amor, el desamor,
las situaciones que dejaron huellas en nuestro ser. El hilo del humo del cigarro
elevándose cual incienso en una ceremonia antigua. Tres corazones que
comenzaron a latir en años diversos conectándose en el ahora de la música de
Bowie. Vivimos para noches como esta ¿no?
A la mañana siguiente amanezco con resaca y maldigo por lo alto a Martín.
¡Diablos! No debí de haberme dejado llevar por ese mocoso precoz ahora me
siento fatal. Me levanto con náuseas y una sensación de vértigo arropa mi ser.
Siento dar vueltas en un mundo distinto al mío y no miro hacia la ventana por
temor de ver aparecer de repente a Peter Pan o a algún ser fantástico en un día
apagado, pero distorsionado de la realidad habitual por el alcohol. Una
atmósfera de estupor y arrepentimiento baña mi habitación. Hacía años que no
me emborrachaba así. Desde los malditos diecisiete para ser exactos. Me doy
una ducha rápidamente, me visto con la primera ropa que veo colgada del
armario y me dirijo inmediatamente a la biblioteca. A mi paso veo desfilar
ante mí a personas maquilladas y a niños con globos en la mano. ¿Un desfile
de payasos? O ¿es que ya morí y no me avisaron? Me pregunto sin mucho
interés pues la respuesta es obvia, sigo vivo. Lo que presencio seguramente es
uno de esos festivales raros que de vez en cuando se celebran en mi
igualmente rara ciudad. Hoy son payasos con niños, mañana perros con amos
embutidos en botargas de Superman y pasado mañana manifestaciones por la
falta de pago en el servicio público. Las ciudades siempre tratan de
reinventarse a sí mismas, aunque para eso recurran a situaciones poco
ortodoxas, sin embargo, es su forma de decir ¡aquí estamos! ¡mírennos!
Existimos así sea para traer caos a la vida. Delante de mí la muchacha de la
biblioteca camina despreocupadamente. Viste unos jeans y una blusa azul. Su
cabello largo y negro lo lleva suelto y en ocasiones el viento lo mece como si
se lo acariciara. No es muy alta, pero tampoco baja; diría que de estatura
promedio. En la mano izquierda a diferencia de los otros días lleva un reloj
grande de aspecto sencillo. Me le acerco para entablar conversación, sin
embargo, las campanas del cielo con su melodía me detienen. Otra vez como
de costumbre su sonido prístino se oye por toda la urbe, cada vez el sonido se
eleva más y más hasta alcanzar su cénit. ¿Qué diría Chopin si escuchara algo
como esto? ¿Acaso el tañido de las campanas lo inspiraría a crear una pieza
musical? ¿A Salvador Dalí lo incitaría a pintar algo sacado del cielo más
desconocido? Quién sabe, solamente sé que mientras camino la gente aminora
el paso como no queriendo para concentrarse en la melodía unos instantes,
para luego, seguir su inescrutable camino. La chica y yo llegamos a la
biblioteca y nuevamente nos saludamos como ayer, no obstante, detecto en el
saludo una mayor deferencia por parte de ella.
- Ya estamos – dice Martín a las dos horas de estar yo sentado en mi silla
móvil.
- ¿Qué pasa? – le pregunto
- ¿Cómo te encuentras luego de ayer?
- Nauseabundo y fatal – le digo haciendo una mueca de desagrado – tenía
bastante tiempo sin beber en exceso. No más nunca más. No sé cómo tú te ves
como si nada.
- Porque para mí estas experiencias son nuevas y no me han cansado – dice
Martín silbando por lo bajo – sin embargo, el día que me harte tal vez tenga tu
aspecto.
- Lo tendrás – le auguró
- Oye y de lo que dijo Florinda ¿qué piensas?
- No sé, hay cosas que me acuerdo y otras que definitivamente no. Yo
escuchaba a Bowie.
- ¿Le crees o no?
- ¿Qué quieres que te conteste? Conocí a una mujer madura la noche
pasada y crees que ya estoy en condiciones de discernir si miente o no. Debe
ser un chiste.
- No, a las personas sólo las conoces bien en los primeros momentos en
que las tratas cuando se hayan vulnerables después cuando se acostumbran a ti
también se acostumbran a fingir.
- No sé – insisto en usar esta expresión de desconocimiento al tiempo que
enfoco la vista en un libro de Cioran – Todo puede ser.
- Pues yo le creo. Las campanas apocalípticas no mienten.
- Nunca han hablado para saber si mienten.
- Tocan y ya está. Por algo lo hacen que las ignoremos no es problema de
ellas.
- Ni mío – digo al tiempo que me asomo por la ventana; una brisa fresca
sopla por la avenida haciendo un sonido casi imperceptible. En el tronco del
pino un gato se acurruca con claras intenciones de dormir.
- No creo que falte ni semanas es de días – dice Martín más para sí que
para alguien más – en todo caso ha llegado primero la hora de presentarte a
una amiga.
- ¿Una amiga? – pregunto con temor ya que cuando dije que no volvería a
beber lo dije en serio.
- Sí – dice a la vez que una sonrisa siniestra deforma su rostro – aquí está.
Detrás de él la muchacha de la biblioteca me observa con una tímida
sonrisa. No me percate cuando fue que se acercó. Tiene las manos agarradas
entre sí y me mira con expectación. Yo no sé cómo reaccionar y espero a que
Martín haga las presentaciones. No tarda en hacerlas y yo descubro que se
llama Anabel y ella descubre que me llamo Daniel. Nos tocamos ligeramente
las manos en un apretón cálido y tímido. Ella parece feliz con este nuevo
acercamiento quizá porque de este modo podrá venir con más confianza aquí a
leer. Para mantener la conversación y también movido por curiosidad le
pregunto a Anabel que cuál es el libro que está leyendo. Cumbres borrascosas
dice y agrega, pero ya lo acabé y ahora leo algo de Dostoievski. Bien le digo,
también he leído una que otra novela de él. Cuáles me pregunta. Y así nos
enrollamos en una disertación literaria la mar de interesante. Tenía años sin
poder platicar con nadie de literatura a excepción de Martín y el hacerlo con
una muchacha me emociona. El corazón del hombre es sencillo. Conversamos
por bastante tiempo sobre literatura francesa, inglesa y japonesa si bien Anabel
se centra más en la inglesa y yo en las otras dos. Después pasamos a hablar de
filosofía un tema espinoso para mí pues reconozco que no he leído lo
suficiente de esta rama. Por algo me he considerado un filósofo casero
construido en días de rutina y lluvia. No obstante, esto no es impedimento para
hablarle de Nietzsche, Cioran, de Diógenes el Cínico y en menor medida de
Plinio el Viejo. Ella parece escucharme con atención, a veces, mueve los
labios en señal de sorpresa. Cierra y abre su mano derecha. Sus ojos cafés me
miran directamente y siento como su mirada cruza la mía como fuego. Un
fuego que quema mi interior y enciende mi alma y la despierta del sinsabor de
la vida en la que la tenía abandonada. No soy consciente del tiempo y no sé
cuánto es que llevamos así sólo escucho el tic tac del reloj de la pared. Ella se
llevó mi percepción del tiempo a un lugar invisible e imposible para mí. No
parece darse cuenta de este hecho. Solamente me observa fijamente cual
cámara fotográfica a su objetivo a fotografiar. No pierde detalle de mí y de lo
que digo, asiente en ocasiones y en otras añade breves comentarios. Fuera
comienza a llover. El gato en el pino se despereza y huye a buscar refugio. Un
autobús se detiene en la esquina y un grupo de personas corren y se suben
inmediatamente. Ahora el camión figura una lata de sardinas apretujadas
vuelve a arrancar y el motor emite un ronroneo semejante al de un disco
rayado. El camión se pierde cuesta arriba en medio de un aguacero
descomunal. Va atravesando cortinas de agua y neblina como si de un barco en
medio de un ciclón se tratara, se mece hacia los lados y lucha impetuosamente
por subir la colina, luego desaparece y con él, las sardinas en forma de
personas. El agua golpetea fuertemente las ventanas de la biblioteca creando
un ruido de martillazos que se propaga por el recinto. Dos personas con
vestimenta elegante llegan a guarecerse dentro. Uno es un señor de unos
cincuenta y cinco años de barba recortada y aspecto de empresario mediano.
Se sienta en una silla a la vez que mira su reloj. No nos voltea a ver y saca de
un portafolio negro unos papeles a los que empieza a analizar con fruición. El
segundo refugiado es un hombre treintañero de corbata roja y aspecto cansino.
Se pone por detrás de la entrada y comienza a hablar por celular. Gruñe y hace
ademanes muy marcados con la mano izquierda. Sus cabellos mojados se
crispan al escuchar a su interlocutor telefónico. Su semblante es de pocos
amigos y basándome en su cara juraría que es un asesino serial con tendencias
suicidas o únicamente un burgués metido en líos de faldas. Para la época del
año en que nos encontramos son verdaderamente improbables los chubascos,
sin embargo, en los últimos días se han precipitado. El clima se está volviendo
tan loco como a los que moja. Espero que no sea así con el calor y éste no se
intensifique. Aguanto los días fríos y los chaparrones menos el calor. Con el
calor me muero por expresarlo de alguna forma, siempre me he imaginado
viviendo en Siberia o en la Antártida mas nunca en el Sahara. No resisto más
allá de los 35°C cuando la temperatura sobrepasa esta cifra un sudor
interminable emana de todos los poros de mi piel habidos y por haber. El
bochorno me marea y siento que estoy dando los últimos respiros de vida.
Forzosamente tengo que tomar una soda helada y comer chocolate solamente
así mitigo los efectos del calor. Martín interrumpe mi conversación con
Anabel para anunciarnos con gesto de niño que se ha sacado un diez en una
nota que la lluvia es el preámbulo de la catástrofe por venir. Se mete un dedo a
la boca y lo saca para ponerlo en el aire. Sí amigos míos, dice, la cosa va a
terminar pronto. No sé qué decirle, no obstante, le agradezco su intervención
en la plática puesto que me estaba quedando sin ideas de cómo continuarla.
- Por cierto, Anabel es hija de la mujer que vimos ayer – dice Martín
- La del… - iba a decir tugurio, pero me abstuve – ¿la que se llama
Florinda?
- La misma que calza y viste
- ¿Entonces? – pregunto sin saber que más añadir
- Sí, un día me la encontré en la calle con Anabel y me conto que eran
madre e hija ¿tú crees? La tuvo después de cumplir los cuarenta años. Fue un
milagro usando sus propias palabras. Me sentía como Sara cuando tuvo a Isaac
entre sus brazos dijo. Luego de eso Anabel y yo nos hicimos amigos.
Observo a la muchacha en busca de alguna reacción. Ella no dice nada y
no manifiesta emoción alguna parece una estatua, si bien una estatua linda.
- ¿Y por qué cuando estaban aquí los dos no se hablaban? – pregunto
- Porque es muy tímida y sabía que si le hablaba en tu presencia ella se iba
a incomodar. El ambiente de paz en que lee sus libros se enviciaría y no
volvería más. Por ende, te sacaba plática con la intención de que te conociera
sin que tú supieras de nuestra amistad. Para que actuarás cómo eres sin
miramientos. Y pudiera comprobar por sí misma que no eres mala persona.
Desde hace tiempo supe que ya no había desconfianza por parte de ella hacia a
ti, por lo tanto, ya no había necesidad de fingir. Ya estamos los que debemos
de estar, los tres.
Anabel sigue impávida como si el asunto no fuera con ella. Al sentir mi
vista asiente ligeramente.
- ¿Y somos los tres…? – pregunto movido sinceramente por curiosidad
- Los tres raros o la anomalía por tres – enuncia Martín con aire seguro-
¿Recuerdas que mencionaste que yo era singular? Pues bueno, le estuve dando
vueltas a eso y llegué a la conclusión de que a ojos ajenos soy una
singularidad. Ella – señala a Anabel - es el silencio y tú eres…
- ¿Yo soy? – pregunto sin poder contener la respiración
- El observador – enuncia con solemnidad – Sí señor, aquí estamos ya
reunidos por fin. La singularidad, el silencio y el observador. ¿Tú que piensas?
– pregunta a Anabel
- Me parece bien – confirma la chica
- Como es de esperarse del silencio – sentenció Martín
Después de eso, los tres nos enfrascamos en una nueva discusión esta vez
para alegría de Martín acerca de la segunda venida de Cristo. Les conté que
todo eso me sabía a triquiñuela, es decir, quién querría volver luego de que lo
crucificarán a sabiendas de que si regresa muy seguramente acabaría de la
misma manera. Verdugos ha habido ayer, hoy y siempre. Ayer fueron los
judíos mañana pueden ser los norteamericanos y pasado mañana ¿por qué no?
Hasta nosotros. Nadie se salva de hacer el mal y es por ello que no se debe
señalar a nadie. Mañana estarás en otros zapatos. Haz el bien sin mirar a quien
y listo, no te compliques la existencia. Pero ciertamente es muy tonto querer
venir a donde una vez la pasaste mal. Martín dice que es para salvarnos.
Salvarnos de qué le preguntamos al unísono Anabel y yo como si nos
hubiésemos puesto de acuerdo. De los pecados, dice Martín, ni la chica ni yo
lo creemos así. Partiendo de la premisa de que la segunda venida de Cristo sea
verídica. Se debe analizar que siempre aparecen los dioses en tiempos de
convulsión humana y su mensaje sea cierto o no, sea amoroso o no, surge para
ser oído por gente desesperada por desastres humanos o naturales. Jehová se
manifiesta a través de Moisés para llevar a su pueblo elegido a la tierra
prometida en un marco histórico donde los israelitas vivían sometidos por
Egipto. Siglos después aparece el Mesías y su mensaje fraterno en una época
en la que el judío se hallaba bajo el yugo del imperio romano. Actualmente se
cree por diversas fuentes, por ejemplo, el apocalipsis de San Juan que Cristo
volverá luego de que la Tierra se encuentre en crisis mundial. Por la caída de
un asteroide, terremotos monstruosos sin comparación, tsunamis de
magnitudes bíblicas o por motivos más humanos como una guerra nuclear y
que vendrá en toda su gloria a juzgar a vivos y muertos, o cuando menos, ha
dejar un nuevo mensaje de esperanza. Pero nótese que todo mensaje
comunicado por una divinidad siempre nos es enviado en tiempos en que el
hombre es más vulnerable a creer sin juicio crítico en estas ideologías. ¿Por
qué debe venir el Mesías después de una tragedia de alcance mundial? ¿No
será acaso debido a que es en momentos de desesperación y miseria donde el
humano obedeciendo a su instinto de supervivencia se agarra de cualquier
cosa para no morir ahogado? Cuando es más propenso a creer por creer sin
importar quien sea la divinidad con tal de que eso lo lleve a un estado de
profunda esperanza. Cuando se haya tan jodido que no pierde nada en creer
que ese Mesías es el enviado de un Ser superior. ¿Qué pasaría si Cristo
regresará en tiempos de calma? ¿Su mensaje sería tomado al mismo nivel que
lo sería en tiempos horrendos? O con fundamento en la psique humana se
podría propugnar que en épocas apacibles el mensaje del Mesías sería recibido
con la más cruda indiferencia. Y por consiguiente él espera – o tanto peor – los
dioses provocan los cataclismos políticos y naturales para contar con la
apertura de mente del hombre derrotado. Si fuera de este modo el aparente
azar no sería otra cosa que la voluntad de los dioses camuflada de
coincidencia. El libre albedrío humano una ilusión hecha realidad para
esconder el libre albedrío de las divinidades. Ellos preparan el terreno que
pisamos y nos mandan un guía para recorrer un camino predeterminado por
ellos; no por nosotros ni siquiera por el guía. Obedecemos el capricho de los
de arriba porque inconscientemente le tenemos miedo a su berrinche. Si Cristo
u otro ser excepcional que proclame ser enviado de los de arriba hace su
aparición en seguida de una tribulación mundial daría que pensar.
A la semana hubo una injerencia en la señal de un canal de televisión. Un
ser oligofrénico o un ángel como muchos le denominaron vestido todo de
blanco e incluso su piel mostraba un aspecto blanquecino decadente como si
hubiese estado expuesto a una fuerte cantidad de radiación. Su nariz fina y
puntiaguda adornaba una frente escamosa y falsa. De hecho, todo su ser
desprendía un aura de falsedad. El traje de látex lo cubría cual si fuese una
segunda piel de lo ajustado que se mostraba. Sus brazos eran tan delgados que
parecían los brazos de una mantis religiosa. Su cuero cabelludo ralo y
traslúcido denotaba enfermedad en el tipo. Sus rubios mechones estaban tan
cuidados como lo que se espera del pelo de una vieja muñeca de porcelana.
Enjuto y serio movía los labios. Es el fin de ustedes, decía, el tiempo de
cambio necesario en su planeta llegará y un asteroide terminará la era que
comenzó hace dos mil años. – Pausa el tipo parece tomar aire – Pero sean
felices. Bienaventurados los que habiendo escuchado este mensaje hayan
hecho las paces con su semejante pues de ellos será el reino de los cielos.
Luego la transmisión se corta y vuelve la programación ordinaria. Luego la
transmisión ordinaria vuelve a cortarse, pero esta vez para dar noticias acerca
del suceso. Un conductor gordo y de traje arrugado cavila sobre si el tipo en
cuestión era humano o humanoide o hasta un ser de luz. Su pobre canal de
televisión no se explica cómo es que hackearon la señal. Se habla de simples
bromistas o de alguna secta terrorista desconocida. No obstante, que el
mensaje de quien quiera que haya sido lo emitiera al tiempo que desde meses
atrás por las mañanas se oye aquel repicar de campanas sólo echaba más
pólvora a la situación. El mismo mensaje se escuchó a lo largo del mundo
pues al igual que a su compañía otras igualmente habían sido hackeadas con el
mismo mensaje y la misma lánguida criatura. Sin embargo, hablo en distintos
idiomas según la lengua oficial de cada nación de modo que todos le
comprendieran al instante sin necesidad de traducciones o subtítulos. No se
pudo averiguar más pues de fondo no se percibía más que una blancura
anormal y ningún sonido además de sus inquietantes palabras. No dejo rastro
de sí y no se pudo rastrear su ubicación. Era un misterio y las agencias de
investigación lo comenzarían a investigar como un acto de terrorismo en las
líneas de comunicación a gran escala. El conductor rechoncho se reacomodo
en su asiento y dijo que dentro de dos horas habría nueva información con
entrevistas a expertos en ciberseguridad y rastreo en comunicaciones
satelitales. Así fue, hubo entrevistas de todo tipo e incluso a figuras religiosas
y milenaristas. Martín me llamó por teléfono y no miento al contar que tenía la
voz de un maníaco excitado. ¡Ves, tenía razón! El fin de la era se avecina y es
ya una mera cuestión de esperar. Seremos observadores impotentes de nuestra
destrucción en aras de un infernal asteroide. ¡Asteroide! Quién diría que iba a
ser por una de esas masas rocosas incandescentes; tal parece que Dios nos la
arrojo con una resortera desde el Valhalla. ¡Y qué tiro, qué precisión será!
Siento hablar de esta manera a lo mejor te sientes desahuciado, pero, así como
al que sobrevive a las quimios le sale nuevamente pelo así a la madre Tierra le
nacerán nuevos hijos, aunque – suelta unas risitas nerviosas – no seamos
nosotros. Ni carbón seremos no estaremos ni para encender la parrilla del
nuevo tiempo. Por algo bebí antes de los dieciocho, falte a la escuela e hice
cuanto quise – ahora tose secamente – antes de comunicarme contigo hablé
con Anabel y por respuesta me dio un seco ah, ya lo sabía mi madre lo
profetizo, luego de eso me la paso. – Vuelve a reír al tiempo que continua – su
madre y yo nos dimos los cinco metafóricamente hablando ya que estábamos
conectados únicamente por un cable alámbrico, teníamos razón, eso no nos
salvará, no obstante, un poco de vanidad al final no disgusta a nadie. Martín
callo esperando mi reacción. No supe que contestarle más que con risas y
diciéndole que todo podía ser obra de un loco aprovechando la melodía del
cielo para incitar a la histeria. No funciono. El muchacho seguía obstinado en
su civilización calcinada y sumergida cual Atlántida de cemento del siglo
XXI. Lo seguía escuchando por amabilidad y en realidad, no me importaba si
el mundo acabase. Una vez en internet leí una frase que enunciaba que la
mayoría de los seres humanos morimos a los veinte años pero que no nos
entierran sino hasta los ochenta. Pura verdad. La vida no termina en la tumba
sino cuando ya no la vivimos y eso puede ser mucho antes de acabar en una
tumba. Somos zombis de traje y corbata pretendiendo cumplir nuestras metas.
Metas impuestas por la sociedad al fin y al cabo que las hagas tuyas no les
quita el tufo de ajenas, nada es real, a excepción de que somos producto de
leyes sociales aprobadas por antepasados y de nuestras circunstancias; mezcla
de azar e historia. Qué me importa el fin de la era, si nunca la construí, el
humano destruye y sobre los escombros se echa a dormir. Y dios es fiel reflejo
de la naturaleza de su pequeño hijo; plagas, inundaciones, terremotos,
cataclismos. Somos tal para cual. El caos nos une y el infinito nos separa.
Habitamos en tierra y la divinidad en las estrellas; nos comunicamos a través
de la violencia. Dios no es producto de la imaginación del hombre sino de sus
actos. Nos necesitamos mutuamente y representamos un mito para ambas
partes. Qué venga quien quiera, que nos quemen cuantas veces quieran al final
si pudiera el humano haría lo mismo, eso sí, con mayor sofisticación.
Dos días después del misterioso mensaje del ser en la televisión Martín,
Anabel y yo salimos al cine. La mañana era fresca y se encontraba perfumada
por una brisa acuosa proveniente del campo. Una lluvia amenazaba con caer.
Caminamos con las manos en los bolsillos de los pantalones a través de unas
avenidas tristes y embadurnadas de comerciantes. En un mercado de pulgas
unas gitanas ofrecían leer las manos. Eran húngaras y muy altas, de aspecto
imponente y fuerte tomaban a los clientes de la mano con una facilidad que
haría sorprender al mismísimo Robocop. La predicción era genérica,
desolación, hasta las gitanas veían la destrucción inminente en la mano tímida
de cualquier persona. Unos niños pasan corriendo detrás de unos perros galgos
rumbo al campo de béisbol municipal. Llevan una mochila de la cual se
asoman un bate y unos guantes. Un olor a pescado nauseabundo irrita mi
nariz, hago una mueca de desagrado. Volteo y miro que Anabel se va tapando
la nariz con la mano. Martín va como si nada, enajenado en su apocalipsis
personal con la vista hipnotizada. En la India las cobras a las que los faquires
tocan la flauta empiezan a bailar absortas en la inconsciencia; del mismo modo
Martín yace inconsciente caminando de cuerpo con nosotros, pero con la vista
enfocando mundos lejanos. Aceleramos el paso y en cinco minutos más de
caminata y enajenaciones llegamos al cine. A la media hora me encuentro
sentado en una butaca acolchonada mirando una película de guerra e intriga.
El mismo tópico cansino: un gobierno corrupto (no es novedad) adoctrina a
sus súbditos para que le sean fieles hasta las últimas consecuencias y gracias a
la tecnología crea súper soldados (mira tú por donde) y con un final cliché,
feliz porque el gobierno cae y triste debido a que el protagonista muere. No
me desagradan los clichés, sin embargo, últimamente carecen de creatividad
necesaria para cuando menos llegar a ese final de manera original. Aparte de
que a leguas se nota que es una copia de V for Vendetta. Estábamos en una
plaza comercial cuando de improviso repicaron las campanas del cielo y una
melodía dulce y triste hizo acto de presencia. Me recuerda a la melodía
sublime de algunos violinistas tan melancólica y nostálgica, y, sin embargo,
tan llena de un sentimiento indescriptible. Ahora, como desde hace tiempo no
ocurría la gente deja lo que estaba haciendo para oírla; unos se abrazan y otros
se persignan. Solo nosotros tres permanecemos imperturbables cual soldados
de guardia de la reina; no nos quebramos y no vamos arrepintiéndonos sólo
porque creemos que el fin se acerca. No creemos en la conveniencia. Nos
abrimos camino por en medio de la multitud sentimental. Las campanas no
han callado y su repiquetear ha durado más de lo normal. Entramos a una
fonda y pedimos unas tortas y refresco. Aprovecho que Martín está en las
nubes para entablar conversación con Anabel, ella me mira a los ojos cuando
le hablo y a mi pregunta de cómo siente el día ella únicamente exclama –
normal-.
- ¿Por qué eres así… de callada…? – le pregunto – no es por criticar, lo
sabes, pero ciertamente me intriga.
Ella se hace un ovillo en su asiento y me mira compasivamente como si no
comprendiera la vida. Le da un trago a su Coca-Cola antes de responder.
- No lo sé, desde que nací he sido así. No es que me haya ocurrido un
evento traumático ni nada por el estilo. Desde el jardín elemental preferí el
silencio y los libros. Como un pedazo de hierro al que lo atrae un imán me
sentí destinada a la quietud y paz.
- Vaya y siendo de tal forma ¿cómo es que aguantas a este hiperactivo? –
pregunto señalando a Martín que yace devorando su torta indiferente a nuestra
charla.
- Es amigo de mi madre y ella lo considero buena amistad para mí. Me cae
bien. Respeta mi forma de ser y no intenta flirtear conmigo. Además – dice
Anabel acercándose a mí, sus labios rosas se abren en la pose de alguien que
contará un secreto – me gusta más escuchar que platicar.
- Tienes razón – le doy un bocado a mi torta – y en lo que te llevo de
conocer sólo te has emocionado cuando hemos hablado de libros.
- Me encantan los libros – dice a la vez que le brillan los ojos – sin los
libros no estaría viva. Soy hija única; mi madre me tuvo en una época en la
que pensaba más en la menopausia que en la fecundación – sonríe
calurosamente – y quedó embarazada de mí. Ella siempre me considero un
milagro y me trato con amor. No obstante, su trabajo la mantenía ocupada
lejos de mí pese a vivir bajo el mismo techo, y en las noches se escapa de
juerga. No se lo reprocho es su vida y le concedo su derecho de vivirla a su
gusto. Mientras que mi vida gira entorno a la lectura. Fui la clase de niña que
creció leyendo a Alicia en el país de las maravillas, la que leía a Esopo y
cuentos infantiles como los tres cochinitos y el lobo feroz o el patito feo.
Poseo mi biblioteca personal con clásicos de los hermanos Grimm y la
colección entera de Robert Louis Stevenson y Julio Verne. Como verás – dice
y estira las manos lentamente lo que me da la oportunidad de contemplar sus
hermosos dedos finos y frágiles – no me aburro.
- ¿Y qué dices de tu madre, en verdad es profeta?
- ¿Y quién no lo es? Sólo los ciegos tienen derecho a dudar de lo que
tienen en frente.
*
Acabando de comer nos dirigimos a un parque. Unos árboles amontonados
entre columpios y hacinados en un pasto húmedo y verde componen nuestro
escenario. Martín contrario a su comportamiento de todo el día comienza a
hablar. Qué se sentirá ser una ardilla, pregunta, que ni siquiera sabe que se va a
desintegrar pronto. Miren – señala un hueco en un tronco – ahí tiene su
guarida donde mete sus nueces para el invierno sin saber que este año no las
necesitará. Le comento aquella famosa frase de su tocayo Luther King que
dice que si aún si el mundo se acabase mañana él todavía hoy plantaría un
árbol. Martín sonríe socarronamente, sí Daniel, así es el hombre; le gusta traer
vida a sabiendas de su ocaso irreversible. No por esperanza sino para estar
conscientes de que algo a parte de ellos mismos tendrá igualmente su ocaso, el
saber que compartirás un mismo destino con otros otorga paz. Anabel ahora
era ella la que iba absorta en sus pensamientos nos miraba y nos hacía señas
de que nos sentáramos en una banca. Una vez nos sentamos Martín relató que
de niño se sentaba en el parque por horas saludando a desconocidos con el
objeto de ver quien le regresaba el saludo y gracias a este medio según él
comprobó los mecanismos para clasificar a las personas en varias categorías
desde buenas y malas hasta degenerados y pedófilos. Nunca falla, dice, los
ojos son el espejo del alma, pero ver cómo se comporta una persona en
soledad es el alma misma. Soy antropólogo – dice mientras se balancea – no
fallo al determinar la clase de humano que es alguien exclusivamente
observando cómo convive consigo misma. Anabel nos pide que miremos al
cielo. Hay estrellas y una luna roja nos regresa la mirada. Vámonos – decimos
al unísono – en el firmamento unos relámpagos amenazan con interrumpir el
trabajo de recolección de nueces de la ardilla.
Días después el día 00 del año 20XX para ser exactos. Los tres nos
hallábamos en la biblioteca. Yo en mi silla móvil dando vueltitas y ellos dos
delante del escritorio. Nos acompañaba en un rincón un anciano abstraído en
la lectura de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Supe
inmediatamente que era él mismo de la otra vez. Martín platicaba acerca de un
político al que habían descubierto teniendo sexo en plena vía pública. Reía y
gesticulaba. Anabel nos oía en silencio, su principal virtud, y de vez en cuando
hacía comentarios del tipo <<en serio, humm, ah, ya lo sabía >> Estaba siendo
un día muy animado y lluvioso. Desde la madrugada no dejaba de llover, la
gente salía a las calles con paraguas e impermeables. Los autobuses como de
costumbre en estos casos iban apretujados y los cretinos mojaban a los
incautos en las esquinas. El semáforo cambiaba de verde a amarillo y de
amarillo a rojo. Grupos de estudiantes cruzaban la avenida obedeciendo a la
metamorfosis del color. El tañido de campanas aún no hacía acto de presencia.
Martín se perdió en los estantes del ala izquierda buscando un libro raro y un
extraño nerviosismo lo invadió.
- Miren si… el 666… se refería a… - dijo Martín
- ¿A qué? – le preguntamos Anabel y yo
- Pero como no me di cuenta – dijo sin prestar atención a nuestra pregunta
y sacando de su lugar la Biblia. La abrió en el libro de las Revelaciones – Si…
si a esto las coordenadas… no obstante, primero en su idioma original…tierra
y no monstruo… anticristo es no un ser individual sino… tiempos…
compañía… organización visible con segregaciones invisiblemente
envenenadas…
- ¿Qué tantas locuras dices, necesitas un doctor? – le pregunto
- << Y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la
marca o el nombre de la bestia o el número de su nombre>>
- Eso no ha sucedido – le digo
- ¡Por eso mismo! – dice Martín frenéticamente - ¡Mil años de paz! ¡El
falso profeta! Lo que pienso es tan diabólico … intuyo…
- ¿Qué?
- << Aquí hay sabiduría. Él que tenga entendimiento cuente el número de
la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis
>>
- ¿Y bien? No hay tal número de la bestia, el asteroide, dicen que será el
que…
- ¿Y después? – pregunta Martín como loco
- ¿Y después qué? Sino nada, ¡pum! Y finalizo este drama
- No, yo creo que no nos vamos a extinguir todos. Algunos sobrevivirán y
se tendrán que organizar… y estarán a merced…
- ¿De quién?
- Sí, ahí está el engaño, nos hacen creer… el orden está invertido…
- Miren – dice Anabel desde la ventana.
Nos asomamos y contemplamos un punto rojo luminiscente. Cada vez se
hace más grande al punto de parecer ya una pelota, ya un estadio de fútbol, ya
una montaña… De repente una luz me ciega y sé que he perdido la visión, en
mi oscuridad oigo un zumbido, y en mi propia negrura presiento una luz
blanca intensísima, más blanca, luego más blanca y de repente un sórdido
estallido paraliza mi ser y borra mis tímpanos y un calor infernal me abrasa de
soslayo y de repente la vibración de un todo me absorbe y de repente…
*
Me despierto en un cuarto blanco tan blanco como la nieve más pura. A lo
lejos veo la inmensidad de una luz que me trae una paz que me inquieta y al
mismo tiempo me serena. Todo bulle hacia ella y me siento absorbido como
un leño en un mar agitado. El cuarto amplio se mantiene encendido por un
foco colgado del techo. Éste está muy alto y me es imposible tocarlo con la
mano alzada. De pronto diviso una puerta de madera en un extremo de la
habitación. ¿Qué habrá afuera? Voy acercándome hacia la puerta mientras
siento que por alguna misteriosa razón mis pasos son más ligeros como si
flotara o hubiera perdido treinta kilos de peso. Abro la puerta y veo una bruma
lechosa, sin embargo, ésta pronto se desvanece y me permite contemplar un
patio enorme al que no le encuentro fin. Se asemeja mucho al patio de una
escuela. Me da la impresión de que de improvisto aparecerá una cancha de
básquet y unas casetas donde vendan sodas. Nada de eso. A cambio miro
árboles, edificios y mares; a lo lejos se ve una playa con sus camastros en la
arena y sus palapas. Ni un ser humano a la vista. Es increíble cómo todo esto
existe en un patio. Una rara sensación me dice que recorra el lugar. Hay
habitaciones con arquitectura romana, griega y egipcia; entre otras con diseños
estéticos de culturas diversas. No obstante, hay otras con arte estrambótico que
no guardan parecido alguno con nada que se haya contemplado en la Tierra –
o en el exterior – como inexplicablemente me da por denominarle. También
hay comidas y vinos de todo tipo. Descorcho un vino que pareciera bastante
viejo, lo pruebo, su sabor es exquisito. Mi paladar capta parte de este mágico
elíxir como si estuviese recién hecho y a la vez degusto su sabor milenario,
añejo, cuasi infinito. A la distancia distingo murmullos de personas y al
dirigirme a las voces contemplo a gente vestida con atuendos de hace
milenios. Dialogan con aquellos dialectos indescifrables para mí, pero sonríen
y ese gesto sí lo entiendo. Me pongo delante de ellos y trato de llamar su
atención, en vano pues no me miran ni me oyen. Grito y pataleo, no sirve; no
se percatan de mi presencia. Ni en el Coloso de Rodas ni en el Anfiteatro de
Flavio, ni siquiera en los Jardines colgantes de Babilonia. Soy un muerto para
los muertos y un desconocido para los vivos. No me acuerdo en que época viví
o si sigo con vida. Si esto es un sueño o la realidad programada por una súper
computadora o por un ser superior a nosotros de nombre Dios. Aquí parece
que el tiempo no existe, no porque verdaderamente no exista sino por el estado
letárgico en que invariablemente me encuentro. Aparte de no contar con nada
con que medir el tiempo. Me siento como un conejo dentro de la chistera de un
mago. En los árboles cantan los pájaros que se mecen suavemente en las
ramas. También hay monos y uno de ellos baja hasta donde me encuentro y
me muestra su dedo índice, yo correspondo a su gesto mostrándole a su vez el
mío, éstos se tocan en una fracción de segundo. Inmediatamente el mono
vuelve a subir a las alturas con sus compinches. En la playa hay ballenas
nadando a sus anchas mientras arrojan agua por sus lomos. El mar está
embravecido debido al movimiento violento de los cetáceos, paradójicamente,
la orilla está tranquila y las olas que llegan son inocuas.
En uno de los edificios hay una biblioteca enorme y tiene de libros hasta
para regalar. Contiene todos los libros que han existido y cada cinco minutos
aparece de repente un nuevo tomo que seguramente en el exterior acaban de
escribir. La biblioteca se expande conforme la actividad intelectual de los
hombres. Cada obra lleva escrita el nombre de su autor y ninguna se mantiene
en anonimato o en estado de indigna difamación. El mérito es reconocido. En
ese recinto sin fin se hallan almacenados los registros akáshicos de la
intelectualidad humana.
Recobro la consciencia en el cuarto del bombillo de luz. No me percate en
que momento fue que perdí la noción de mí. Me aproximo a la puerta y
nuevamente la abro. Veo el mismo patio con la misma neblina y, no obstante,
la escenografía es distinta. Ante mí se alza una cadena montañosa imponente
con picos tan elevados que eternamente nieva en el silencio más absoluto.
Grandes dragones surcan los cielos. Son majestuosos y tienen una piel
escarlata intensa. Extienden sus bellas alas a un sol vasto y dorado que las
hace brillar cual si fueran de oro. Con cada aleteo una música vibra en el lugar.
Una melodía de viejos tiempos y de excelsa virtud que arrincona toda
posibilidad de existencia y la zambulle en un estado de fantástica fascinación.
Y qué es lo que ven mis ojos a la distancia sino gigantes de unos cuatro metros
de alto con gorras de labradores y una barba luenga que les llega al pecho.
Están constituidos sólidamente como grandes carros compactos con brazos
fortísimos. En su pecho portan una insignia que no alcanzo a distinguir pues
parte de la ingente barba la cubre. Como sucedió con los humanos estas
criaturas tampoco me pueden mirar. Así que paso sin temor por un lado de
ellos deseando llevar una cámara fotográfica para plasmar en una imagen el
alucinante encuentro. El sonido de agua ocasiona que me ponga en camino
rumbo al oeste según mi pobre sentido de orientación. De repente diviso una
cascada imponente de unos treinta metros de caída libre que provocaba un
vapor enceguecedor y una espuma parecida a la del jabón. Al acercarme
aprecié un agua cristalina de la cual bebí un poco; su sabor era tan agradable
como ninguna otra del mundo exterior. En la parte detrás de la cascada se
hallaba un arcoíris en pleno apogeo de visibilidad con colores tan
deslumbrantes y diversos y, sin embargo, no molestaban a la vista; y debajo de
éste se encontraban unos enanos de escaso metro de altura bailando al compás
de la música emanada de las alas de los dragones. Eran siete y solo les faltaba
Blanca Nieves pues eran idénticos a los de la película. En esta ocasión en la
biblioteca hay libros de autores distintos a nosotros los terrícolas como por
ejemplo obras de un tal Rayputzunk, otros de Melfíak y algunos de Gelístenes,
etc. El único autor que casualmente reconocí fue Merlín. Los libros son de
cuero y en su mayoría son tres veces más gruesos que la Biblia. Otra
diferencia estribaba en que estas obras estaban escritas de derecha a izquierda
como si fueran libros escritos en alguna parte de Oriente y en total disparidad
con la forma de escribir de izquierda a derecha de los occidentales. En ese
instante una voz misteriosa resonó en mi interior explicándome que en esta
peculiar literatura primero se escribe el final y al último el principio de la
historia. Un polvo fino cubre los tomos y los estantes, pero al pasar un dedo
me percato de que no se adhiere a la yema de los dedos. Una última
divergencia entre esta literatura y la de nosotros radica en que todas estas
obras figuraran ser tratados de magia y tarda hasta media hora en aparecer un
nuevo libro.
Despierto nuevamente en el cuarto en que da inicio todo. Como de
costumbre me dirijo a la puerta y la abro. Afuera el mítico patio escolar de
siempre. Ahora naves espaciales surcan los cielos a una velocidad
despampanante. Una luna prístina alumbra el paisaje. A lo lejos grandes
edificios se alzan, se asemejan a los nuestros, si bien estos son
extraordinariamente imponentes como murallas celestiales hechas por el más
grande dios que la fascinación pueda crear y la Torre de Babel es cosa de
niños a su lado. Este mundo lo habitan seres parecidos a nosotros, no obstante,
con sus respectivas diferencias. Algunos tienen los ojos rojos, otros blancos.
Sus orejas son puntiagudas como la de los elfos, son bastante más delgados y
estéticamente más hermosos que nosotros. Su estatura promedio ronda el
metro con setenta centímetros y visten trajes grises en tanto otros verdes.
Parecen convivir en paz y salvo la diferencia en algunos del color de ojos y de
vestimenta no percibo divergencias de índole jerárquico. Sin previo aviso el
suelo comienza a temblar y al girar la cabeza veo robots gigantescos como los
de los animes japoneses. Dan la impresión de estar hechos de un material más
resistente que el acero, pero más liviano. No hacen ruido al desplazarse ni
despiden gases. Se mueven tranquilamente a veces en zigzag a veces de
manera ascendente y descendente como si no pesasen en absoluto cual hojas
cayendo del árbol y meciéndose en el aire. En esos momentos el silencio era
sepulcral. Cuando asistí a la comida de estas criaturas aprovechándome de mi
invisibilidad di cuenta de unos trozos malhechos de lo que parecía ser carne
envuelta en algún tipo de hoja cual tamal del exterior. Su sabor era rancio y
simplón. Su bebida consistía en un líquido acuoso semejante al aceite para
coches; sabía y apestaba a lodo. Acabando de comer estos seres dialogaron en
un lenguaje parco sin necesidad de un vocabulario muy rico para comunicarse.
Sacaban de un bolso que llevaban a la cintura unas píldoras rosas que me
recordaban al peptobismol y se las tomaban. Posteriormente se incorporaban
de sus asientos y se marchaban hasta que se perdían de vista en una neblina
fantasmal. Sus libros son los más raros que hasta ahora he visto. Son
hologramas en donde uno podía vislumbrar escenas de un pasado remoto o de
un presente cercano. Era como estar en el cine. Aprendí mucho de su cultura
gracias a que yo mismo observé su pasado y presente sin engaños o bochornos
sin sentido. Ante la pantalla desfilaba su historia verdadera sin tapujos. Y a
diferencia de los libros cada segundo que pasaba una nueva escena surgía, sin
embargo, debías de dejar en paz un rato al holograma para que esa nueva
trama cobrará sentido.
No soy el mismo que era antes de llegar, pero no soy más que el que era
antes de llegar. Esta es mi deducción a la que llegué luego de haber visto
tantos mundos y tantos dramas. La fantasía encarnada en un sitio imposible.
Muchos personajes, escenarios y mucha trama arropadas en el símbolo mismo
del destino y salvaguardadas de cualquier intento de clasificación en las
ilusiones enclenques de orden y caos. Un alud de preguntas bombardeaba mi
fuero interno ¿quién soy yo? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy? Últimamente
me sentía más mente que cuerpo a pesar de que seguía contando con un cuerpo
físico. Me sentía más espectador que actor a pesar de conservar mi voluntad
intacta. ¿Esto es lo más cercano a estar dormido inmemorialmente? Y si esto
es un sueño ¿en dónde se halla la realidad? Y si me encuentro en el umbral
donde sueño y realidad se fusionan ¿qué soy yo? ¿una criatura o un
pensamiento? Estas cuestiones existencialistas me abrumaban conforme
despertaba y dormía en el cuarto de luz sin noción de cuando empezó o
cuándo acabará esta comedia al tiempo que soy testigo de los dramas
universales más vastos y curiosos y teniendo sólo a mi mente como Homero
sus diarios para guardar crónica de sucesos insólitos en el lugar del nunca
jamás.
De repente, de pronto, intempestivamente, en un segundo o en un instante
que sucedió hace nada y a la vez hace mucho porque no importa el tiempo
sino el hecho. Ocurrió que recobré la consciencia en la habitación del
bombillo de luz. Salí y como de costumbre me encontré en un nuevo
escenario. Una neblina sórdida, fea, mística y blancuzca cubría el panorama.
Concentrándome fui rompiendo su velo de Isis como cortina de seda al pasarle
el cuchillo. Sólo quedo el silencio y la singularidad que ante mí se presentaba
en forma de cuatro caminos extraños, pero que yo en lo profundo de mi ser
reconocía. Estos caminos eran largos y sinuosos con sus tramos apacibles para
el camino y sus tramos cenagosos que se prestaban para una sutil confusión. A
los lados de los caminos sembradas en hilera había rosas blancas y rosas
negras que perfumaban el misterio y añadían los toques míticos y vivos de
toda la creación en estado refulgente. El primer camino conducía a una cruz
incólume. El segundo hacía una sagrada montaña con una luna creciente y una
estrella. El tercero dirigía a un hermoso y lozano árbol Bohdi. Y el cuarto
conducía en dirección a un espejo prístino, sí, un simple espejo y no más que
un espejo, pero con la cualidad de percibir la verdad total; la suma de lo
interior y lo exterior. El misterio desvelado. La fábula de la totalidad. Decidí -
no ahora ni hace mucho, digamos una vez -, emprender mis pasos al cuarto
camino, el camino del espejo. Mis pasos fueron lentos, rápidos, mas siempre
concisos. Mi existencia brillaba o se opacaba, sin embargo, la imagen que me
devolvía disipaba las tinieblas lechosas y los engaños malintencionados para al
fin, cerca de donde estoy, dando unos últimos pasos, contemplarme en el
espejo; en el reflejo de lo permanente, de lo intemporal y de lo inmanente. Del
sempiternamente ser y sempiternamente estar aquí, allá, en todos lados.
Siendo un dios o una sombra. El reflejo me devolvió la imagen de lo que yo,
imperecedera e inmutablemente soy… Y al hacerlo el espejo se rompió en
millones de infinitos pedazos y la luz blanca que eternamente rodeaba todo
empezó a desvanecerse. Gradualmente una oscuridad tranquila y apacible iba
ganando terreno y todo iba siendo succionado en la mente del Todo. Pero antes
de que todo se volviera absolutamente oscuro, antes de que el absoluto
silencio muriera en sí mismo, antes de que la singularidad se correspondiera e
instantes antes de que todo acabara en el Todo; contemplé como estrellas vivas
y latentes en una galaxia lejana: el inquieto infinito, al tiempo marchando de
estrella a estrella, la insurrecta voluntad y en un último vislumbre, la
imaginación…

También podría gustarte