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Había un gran predicador que se había convertido a Cristo mientras estaba

dominado por un determinado vicio. Su conversión fue una experiencia


transformadora notable y quedó liberado de ese vicio. Su ministerio adquirió
grandes proporciones, demandando de él mucha energía. Pero un día, después
de haber experimentado grandes presiones y tentaciones no pudo resistir el estrés
y cayó en el vicio que había superado. A la mañana siguiente se sintió tan
avergonzado que reunió a los diáconos de su iglesia y después de contarles el
error que había cometido les presentó su dimisión. Era evidente que se sentía
arrepentido y avergonzado. Entonces, para su sorpresa, se colocaron alrededor de
él rodeándole con sus brazos y oraron. No aceptaron su dimisión. Y alguien que
estuvo presente el domingo siguiente en su predicación matinal declaró que nunca
le había escuchado pronunciar un sermón tan efectivo, que impactó a toda la
congregación. Es que aquellos diáconos se habían comportado con él como
verdaderos cirujanos, uniendo el hueso fracturado, colocándolo en su lugar y
restaurándolo a su función con amor, delicadeza y humildad. Otras personas le
hubieran expulsado inmediatamente del ministerio. Pero aquellos diáconos
colocaron al pastor nuevamente sobre sus pies y entonces Dios le utilizó de una
manera extraordinaria después de este incidente.
Pablo dijo: Vosotros que sois espirituales, restauradle. Y ¿cómo lo hace uno? Con
el fruto del Espíritu: Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, y ahora,
escuche usted: MANSEDUMBRE. Ésa es la palabra.
Se le debe restaurar con espíritu de mansedumbre. ¿Y por qué? Considerándote a
ti mismo, no sea que tú también seas tentado. No piense usted que es inmune a
aquello mismo que está señalando con el dedo y por lo cual está reprochando y
culpando a un hermano por haberse equivocado. Usted podría haber cometido el
mismo error. Así que la actitud recomendada es restaurar al caído con amor y
mansedumbre. Fue ese gran hombre Germán Girdy quien dijo: "Yo no he visto
cometer pecado o crimen que yo mismo no hubiera podido cometer". Llegamos
ahora al versículo 2 de este capítulo 6, de la epístola a los Gálatas.

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