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Adios A La Razon - Paul Feyerabend PDF
Adios A La Razon - Paul Feyerabend PDF
Paul Feyerabend
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PAUL FEYERABEND
ADIOS A LA RAZON
TERCERA EDICION
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Diseño de cubierta: Joaquín Gallego
© P a u l F e y e ra b e n d
© ED ITO RIA L TECNOS, S.A., 1992
Juan Ignacio Luca de Tena, 15 - 28027 M adrid
ISBN: 84-309-1071-9
Depòsito Legai: S. 710-1996
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IN D IC E
P rólogo a la e d ic ió n c a stellana: C o n o c im ie n t o
P A R A LA S U P E R V I V E N C I A ........................................ Pág. 9
A d ió s a la r a z ó n ................................................................... 19
1. P a n o rá m ic a .................................................................... 19
2. L a e s tru c tu r a de la cien cia ..................................... 20
3. E stu d io s de c a so ........................................................ 35
4. C ien c ia : u n a tra d ic ió n e n tre m u c h a s ................ 59
5. R a z ó n y p rá c tic a ........................................................ 69
6. E le m e n to s de u n a so c ie d a d lib re ...................... 81
7. B ien y m al ....................................................................... 85
8. A d ió s a la ra z ó n ......................................................... 93
C i e n c i a : ¿ G r u p o d e p r e s ió n p o l í t i c a o i n s t r u
m en to d e in v e s t ig a c ió n ? ............................................... 103
C ie n c ia c o m o a r t e ...................................................................... 123
1. U n e x p e rim e n to r e n a c e n tis ta y su s c o n s e c u e n
cias 123
2. V a lo ra c ió n del e p is o d io .......................................... 129
3. R e a l i d a d ............................................................................ 144
4. A b stra c c io n e s: «la» v e rd a d ..................................... 160
5. L a c o n d ic ió n d e la v e rific a b ilid a d .................... 183
6. R e su m e n .......................................................................... 187
7. O tr a s in d ic a c io n e s ...................................................... 190
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PROLOGO A LA EDICION CASTELLANA
CONOCIMIENTO PARA LA
SUPERVIVENCIA
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com o en mis escritos siguientes: Tratado contra el
método (Tecnos, M adrid, 1981), capítulo 17; Philo
sophical Papers, vol. II (C am bridge, 1981), capí
tulo I; «X enophanes: a forerunner o f critical ratio
nalism ?», en G u n n a r A ndersson (ed.), Rationality in
Science and Politics, D ordrecht, 1983.
La idea ab stracta del conocim iento desem peñó un
im p o rtan te papel en la historia de la ciencia y filo
sofía occidentales, y ha subsistido hasta hoy. Es a
m enudo incom pleta en un im portante aspecto: no
revela si, y cóm o, los hum anos van a sacar prove
cho de ella. Es, en parte, una supervivencia de las
m ás prim itivas form as de vida: el conocim iento abs
tracto , tal com o lo han presentado algunos de sus
m ás relevantes cam peones, tiene m ucho en com ún
con los decretos divinos, y el p ropósito de los
decretos divinos sólo en m uy escasas ocasiones es
explicado. La incom pletud es tam bién una conse
cuencia natu ral del enfoque abstracto: los conceptos
«objetivos», es decir, independientes de la situación,
no pueden cap tar a los sujetos hum anos y el m undo
tal com o es visto y configurado p o r ellos. Con
todo, los intelectuales han intentado frecuentem ente
extender el enfoque abstracto a todos los aspectos
de la vida hum ana.
La tentativa es claram ente paradójica: conceptos
que son definidos de acuerdo con argum entos o
historias-prueba explícitos, claram ente form ulados y
drásticam ente no-históricos, no pueden expresar en
ab so lu to el con ten ido de conceptos que están ad ap
tad o s a las características — en p arte conocidas, en
p arte desconocidas, pero siem pre cam biantes— de
las vidas de los seres hum anos, y p o r ello constitu
yen p artes inseparables de su historia. A lgunos de
los prim eros físicos fueron conscientes del p ro
blem a. R idiculizaron a los filósofos que pretendían
reducir todas las enferm edades a unas pocas nocio
nes simples, y co n trastaro n la pobreza de esas
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nociones con la riqueza de su propia experiencia
práctica. P lató n , pese a su inclinación fuertem ente
teórica, nunca dejó de preocuparse p o r la m ateria, y
a m enudo reto rn ab a a las form as tradicionales de
pensam iento. P ero la m ayoría de los científicos y de
los filósofos científicos no son conscientes de los
problem as im plicados; para ellos, el enfoque abs
trac to es el único p u n to de vista aceptable. (Esto
tam bién se aplica a pensadores m odernos, com o
Bohm , Prigogine o T hom , que rechazan el arm azón
de la física clásica, dem andan una filosofía más
adecuada a los asuntos hum anos, pero siguen cre
yendo que una teoría abstracta que incluya m odelos
de con d u cta hu m an a al lado de átom os y galaxias
será la que dé en el clavo. Sólo B ohr y, h asta cierto
p u n to , P rim as parecen hab er dado cabida a la sub
jetividad de los seres hum anos individuales.)
Es interesante observar que elem entos im portan
tes del enfoque ab stracto hacen su aparición incluso
en cam pos que han sido cultivados en abierta o p o
sición a él. Las hum anidades son un ejem plo. R etó
ricos, poetas, hum anistas, psicólogos hum anistas,
historiadores, frecuentem ente han subrayado las
deficiencias de los conceptos ab stracto s y «objeti
vos», y h an d esarro llad o m odos alternativos de
investigación y descripción. P or ejem plo, subraya
ron la im p o rtan cia de «com prender» más allá y p o r
encim a de los experim entos, observaciones y arg u
m entos basados en ellos. Pero ese «com prender»
que em plearon era el suyo propio, o bien un p ro
ceso conform ado p or la profesión a la que pertene
cían; la com prensión de personas ajenas entró a
fo rm ar p arte de sus clases docentes y de sus libros
sólo después de h ab er sido tam izada p o r ese filtro
p articu lar. P o r o tra parte, las ideas de un individuo
ingenioso o de un grupo privilegiado se convierten
en m odelo p ara la vida de los dem ás.
Pero, com o se preguntará el lector im paciente,
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¿de qué o tra m anera podem os proceder?, ¿de qué
o tra m anera podem os ad q u irir conocim iento sobre
el m undo y la posición de los hum anos en él? C on
seguir saber cosas es una em presa difícil, y sólo
unos pocos tienen tiem po y disposición p ara ello.
E sta es la razón p o r la cual necesitam os grupos
especiales de gente especialm ente preparada; esta es
la razón p o r la cual necesitam os expertos. Estoy de
acuerdo en que necesitam os expertos. Pero la cues
tión es: 1) ¿cóm o procederían esos expertos?;
2) ¿cómo han de ser juzgados sus resultados?, y
3) ¿quién tiene que decidir al respecto?
La tercera cuestión ya fue discutida en la an ti
güedad. H ab ía esencialm ente dos respuestas, a
saber: 3A) los expertos deben ser juzgados por
super-expertos, y 3B) los expertos pueden ser juzga
dos p o r todos.
La respuesta 3A era la de P latón. Los expertos,
decía P latón, son m uy buenos dentro de sus propios
cam pos, pero carecen de un sentido de perspectiva
y desconocen cóm o se hacen consistentes los resul
tados especiales. Los filósofos (de la línea correcta)
sí tienen este conocim iento. P or tan to , debiera d ár
seles el p o d er de aco m o d ar la sociedad de acuerdo
con sus ideas. A ún hoy perdura parte de la res
puesta de P latón. Se halla en la creencia de que hay
ciencias básicas y ciencias m ás periféricas, y que la
em presa de av an zar y com entar el conocim iento
correspondería exclusivam ente a las ciencias b á
sicas.
La respuesta 3B parece hab er sido la de P rotágo-
ras. Según él, los ciudadanos de una dem ocracia
donde la inform ación es fácilm ente disponible des
cub rirán p ro n to la fuerza y la debilidad de sus
expertos. C om o los m iem bros de un ju rad o , descu
b rirán que los expertos tienden a exagerar la im por
tancia de su labor; que expertos diferentes tienen a
m enudo opiniones diferentes sobre el m ism o asunto:
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que están relativam ente bien inform ados en un
pequeño cam po, pero que son m uy ignorantes fuera
de él; que casi nunca adm iten esta ignorancia y ni
siquiera son conscientes de ella, pero la salvan
m ediante un lenguaje altisonante, engañando de
este m odo a sí m ism os y a los dem ás; que no les
repugnan las tácticas de presión de la p eo r especie;
que pretenden buscar la verdad y usar la razón
cu an d o su guía es la fam a y no la verdad, ni el
deseo de e s ta r en lo c o rre c to , ni la ra z ó n , etc.
Es inútil esperar — concluirá así su inform e un p ro
ponente de la respuesta 3B— que el supercientífico
esté libre de tales defectos: muy al contrario, al
carecer de controles y contrapesos, pueden cultivar
los y hacerlos florecer del m odo que deseen.
E stos de acuerdo con esta respuesta. Llevo inten
tando explicarlo hace unos quince años, y m ás
recientem ente en La ciencia en una sociedad libre
(F ran k fu rt, 1980 [Siglo X X I, M éxico-M adrid-B o-
g otá, 1982]) y en el volum en II, capítulo 1, de mis
Philosophical Papers. Los expertos — decía yo—
están pagados p o r los ciudadanos; son sus sirvien
tes, no sus am os, y han de ser supervisados p o r
ellos com o el fo n tan ero que rep ara una gotera ha
de ser supervisado p o r la persona que lo contrata;
de o tra m anera, ésta tendrá que hacerse cargo de
i'n a ab u ltad a factura e incluso de una gotera aún
m ayor. Es inútil esperar que la ética profesional de
un cam po se preocupe del asunto p o r dentro. P ara
em pezar, u n a ética supone que el cam po es im por
tan te y que debe crecer. Los ciudadanos de una
sociedad libre pueden tener diferentes prioridades
(p o r ejem plo, pueden decidir que es m ás im portante
m ejorar la calidad del aire, del agua y de los ali
m entos, que fin anciar aún m ás esa onerosa versión
de la filatelia que se conoce por física de alta ener
gía). ¿Y p o r qué h abríam os de confiar en los cientí
ficos d en tro de su cam po cuando no confiam os en
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ellos fuera de él, som etiéndolos a las leyes civiles de
la sociedad en que viven? Ciertamente, hay científi
cos que ro b an , asesinan, m ienten, a pesar del hecho
de que la ética general parece p ro h ib ir tal com por
tam iento. ¿Por qué h ab rían de ser m ás honrados al
dedicarse a sus especialidades?
Pero, ¿es realista querer c o n tro la r no sólo la con
du cta de los científicos, sino tam bién la dirección de
sus investigaciones y la validez de los resultados que
ellos obtengan (cuestión 2)? P or ejem plo, ¿es
realista esperar que los deseos de los ciudadanos
libres p o r una visión m ás arm oniosa del m undo
— verbigracia, p o r una visión que utilice la religión
p ara p o n er en perspectiva los logros del m ateria
lismo— pueden re-dirigir la ciencia sin grave dete
rio ro en la calidad de nuestro conocim iento? ¿No es
una locura d ejar que los sueños antediluvianos de
unos incom petentes perjudiquen un cuerpo de
conocim iento y un m odo de investigación que han
sido desarro llad o s d u ra n te siglos y apoyados por
excelentes arg u m en tos y p o r la evidencia del tipo
m ás poderoso y delicado? El ensayo «Ciencia:
¿grupo de presión política o instrum ento de investi
gación?» in ten ta responder a estas preguntas. En
breves palabras, la respuesta es com o sigue.
En prim er lugar, los logros de la ciencia m oderna
parecen im po rtan tes, y el dañ o p ara ellos parece
desastroso, sólo si ya se ha aceptado u n a cierta
visión de la natu raleza y un cierto p ro p ó sito de
conocim iento. Sin em bargo, hay m uchas visiones
así, y cada u n a de ellas ha engendrado culturas con
«resultados» y con «conocim iento» que guían y dan
contenido a las vidas de m ucha gente. C ualquier
d añ o a un conocim iento de este tipo significa un
d añ o personal a la gente im plicada. El hecho de
que nuestros intelectuales de tendencia científica
hablen de desilusiones y de un progreso glorioso
que las elim ina no cam bia esta situación; sólo
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revela la falta de respeto que m uestran los intelec
tuales p o r las form as de vida diferentes a las suyas.
E n una dem ocracia, no hay d u d a de que tienen
derecho a esa falta de respeto, pero no tienen dere
cho a que to d a la sociedad se adapte a ella.
En segundo lugar, m uchos de los denom inados
logros del m aterialism o científico son rum ores, no
resultados científicos. P or ejem plo, no existen gru
pos de co n tro l integrados p o r voluntarios, tratados
p o r m étodos no científicos, p ara analizar la eficien
cia de la m edicina científica m oderna en áreas tales
com o el cáncer, la nutrición, etc. En m uchos países,
y en m uchos de los E stados de E E .U U ., la form a
ción de gru p o s de co ntrol está p ro h ib id a p o r la ley,
lo cual significa que los físicos han conseguido
em plear la ley com o protección c o n tra posibles
objeciones científicas. P o r o tro lado, corresponde a
los ciu d ad an o s ev aluar y, quizá, cam biar esta situa
ción m ediante iniciativa o votación popular.
En tercer lugar, y lo que es m ás im p o rtan te, la
ciencia, tal como es practicada por los grandes cientí
fico s (en cu an to opuestos a la congregación de
escritorzuelos que se dan el m ism o nom bre), tiene
un carácter tan abierto que no sólo permite, sino que
incluso demanda, la participación democrática. P ara
ver esto, supóngase que una visión, A, que goza de
las m ás altas credenciales científicas, es co n fro n tad a
p or o tra visión, B, que entra en conflicto con A,
contradice la evidencia y los m ás im portantes prin
cipios científicos, y es adem ás b astan te ridicula y
carente de desarrollo. En este caso, el juicio de los
intelectuales de tendencia científica será claro: A
subsiste; los defensores de A reciben to d o lo que la
investigación garan tiza estar disponible en el área;
B debe desaparecer, y no h abría que desperdiciar
tiem po y dinero en intentar desarrollarla más.
Este juicio p ara p o r alto algunas características
interesantes e im portantes de la investigación cientí
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fica: solía suceder que determ inados investigadores
enfrentados con alternativas tales com o A y B se las
ap añ ab an p ara transferir de A a B tan to la eviden
cia com o el apoyo de los principios básicos; esto es,
tran sfo rm ab an B en una parte respetable de la cien
cia y m o strab an que A carecía de m érito (los capí
tulos 6 al 12 de Tratado contra el método describen
tal desarrollo). A h ora bien, a p artir de la naturaleza
de la situación resulta claro que esos desarrollos no
p ueden preverse de una m anera científica; ni los
p artid a rio s de A ni los p artid ario s de B pueden
ofrecer argum entos contundentes p ara la o tra parte.
C on to d o , las conseuencias de defender A o B pue
den afectar a la sociedad en su conjunto, lo cual
significa que el asunto ha de decidirse de una
m anera dem ocrática, bien p o r votación, bien por
consenso. Y, com o todos los casos en que la ciencia
entra en conflicto con las dem andas populares son
del tipo descrito, toda investigación científica está en
principio sujeta a una votación democrática.
C on esto llego finalm ente a la cuestión de la
supervivencia: la supervivencia de la naturaleza y de
la hum anidad ante la m ala adm inistración, la con
tam inación y la am enaza de una guerra nuclear.
E sto, en lo que a mí se refiere, es el problem a más
difícil y urgente que existe. N os concierne a todos:
to d as las clases, todos los países, to d o el ám bito de
la natu raleza están afectados p o r él de la m ism a
m anera. Nos fuerza a considerar seriam ente nues
tras prioridades: ¿podem os co ntinuar desarrollando
asu n to s recónditos y explayando sobre la belleza de
soluciones que son evidentes para sólo unos pocos
especialistas?; ¿podem os co ntinuar siguiendo el
ejem plo de nuestros intelectuales, cuando sabem os
que ellos aco stu m bran a reem plazar los tem as
h um an o s simples p o r m odelos de sí m ism os, com
plejos e inútiles (m arxism o, m odelos evolucionistas,
teoría de sistem as, etc.)?; ¿podem os continuar acep
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tando sus proposiciones y sus visiones del m undo
que no in co rp o ran a los seres hum anos y sí sus
caricaturas teóricas, de las que han sido elim inadas
la p arte m ás im p o rta n te de la vida h u m a n a , su
subjetividad?, ¿o acaso no es necesario in fo rm ar a
todos de las opciones disponibles y dejar que ellos
decidan de acuerdo con sus am ores, sus m iedos, su
piedad y su sentido de lo sagrado? H em os visto que
los cam pos m ás abstractos del conocim iento no
sólo perm iten la participación de todos los ciuda
d anos, sino que invitan a ella. Sabem os que los ciu
d adanos de la m ayor parte de los países occidenta
les van m uy p o r delante de sus políticos en su deseo
de fren ar la carrera de arm am entos. Sabem os tam
bién que el sentido com ún suele ser superior a las
p roposiciones de los expertos; esto lo dem uestran
los juicios p o r ju ra d o que utilizan expertos. C om bi
nem os estos descubrim ientos y desarrollem os una
nueva clase de conocim iento que sea hum ano no
p o rq u e incorpore una idea ab stracta de hum anidad,
sino p o rq u e to d o el m undo pueda p articip ar en su
construcción y cam bio, y em pleem os este conoci
m iento p ara resolver los dos problem as pendientes
en la actu alid ad , el problem a de la supervivencia y
el pro b lem a de la paz; p o r un lado, la paz entre los
h u m an o s y, p o r o tro , la paz entre los hu m an o s y
to d o el conjunto de la N aturaleza.
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ADIOS A LA RAZON
1. P A N O R A M IC A
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de u n a filosofía de la ciencia; la autoridad de la
ciencia co m p arad a con o tras form as de vida; la
au to rid ad de las tradiciones en general y el papel
del p ensam iento científico (filosofía, religión, m eta
física) y de los ideales abstractos (por ejem plo, el
hum anitarism o).
2. LA E ST R U C T U R A D E LA C IEN C IA
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fico p ara la ciénaga en que va a penetrar. Tal p ro
cedim iento le d ará una idea general de la riqueza
del proceso histórico en que él quiere influir; le
an im ará a d ejar atrá s cosas infantiles, com o la
lógica y los sistem as epistem ológicos; le ay udará a
pensar en d erro tero s m ás com plejos, y esto es to d o
lo que podem os hacer, dada la naturaleza del m ate
rial. U na teo ría que p retenda m ás perderá el co n
tacto con la realid ad precisam ente cu an d o debería
ser p uram ente n o rm ativa. N o sólo las norm as son
algo que no usan los científicos: es imposible obede
cerlas, lo m ism o que es im posible escalar el m onte
Everest usando los pasos de ballet clásico.
Las ideas expuestas (ilustradas con ejem plos his
tóricos en TCM ) no son nuevas. Las encontram os
en B oltzm ann, M ach, D uhem , Einstein y tam bién,
de una form a filosóficam ente desecada, en W itt-
genstein. E stos científicos y o tro s antes de ellos han
exam inado abstracciones com o «espacio», «tiem po»,
«substancia», «hecho», «espíritu», «cuerpo», y las
en co n traro n defectuosas. Ni las m ism as leyes de la
lógica q u ed aro n exentas de sus dudas, y, p o r ejem
plo, B oltzm ann las consideraba com o ayudas tem
porales al pensam iento que p ro n to serían sustitui
das p or leyes m ejores
Estos científicos creían que todo lo que influye en
la ciencia debe tam bién ser exam inado p o r ella.
H acer ciencia no significa resolver problem as sobre
la base de condiciones externas previam ente co n o
cidas, po n er restricciones a la investigación y capa
citarnos p ara an ticip ar propiedades generales de
to d as las posibles soluciones (por ejem plo, todas las
soluciones son «racionales» y conform es a las leyes
de la «lógica»); significa a d a p ta r cualquier conoci
m iento que un o tenga y cualquier instrum ento
(físico, psicológico, etC:) que uno use a las ideas y
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exigencias de un particu lar estadio histórico. Un
científico no es un sum iso tra b a ja d o r que obedece
piadosam ente a leyes básicas vigiladas p o r sum os
sacerdotes estelares (lógicos y /o filósofos de la cien
cia), sino que es un oportunista que va plegando los
resultados del p asad o y los m ás sacros principios
del presente a un o u o tro objetivo, suponiendo que
llegue siquiera a prestarles atención 2. Los princi
pios generales pueden desem peñar un papel, pero
son usados (y, todavía con m ayor frecuencia, a b u
sados) de acuerdo con la situación concreta de la
investigación. Es inútil intentar «explicar» o «justi
ficar» o «presentarlos sistem áticam ente» y los cien
tíficos q ue acab o de m encionar llam an realm ente
a sus invenciones «aperçus» u «observaciones m ar
ginales» o incluso «jokes» (brom as) 3. Especial
m ente, M ach rehusaba h ablar de «filosofía». En la
m edida en que el científico está interesado, hay
tam bién investigación, hay m étodos em píricos ilus
trados históricam ente p ara científicos del futuro, y
no hay m ás que hablar.
Los e sq u em atism o s de la lógica form al y de la lógica
inductiva tienen sólo poca u tilid ad p a ra la investiga
ción, p o rq u e la situación intelectual jam á s se repite de
la m ism a fo rm a. Sin em b a rg o , los ejem plos de los
g ran d es científicos son m uy estim ulantes, y así es
co m o se d a el in te n to de realizar experim entos m en ta
les a su m an era. E sta es, pues, la fo rm a en que gene
raciones po sterio res han hecho a v an z ar a la ciencia [...]4.
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T odas las ciencias, psicología, fisiología incluida,
co lab o raro n en el exam en de categorías trad icio n a
les, com o la categoría de una existencia objetiva, y
el estudio de la historia se ad a p ta al m ism o p ro p ó
sito 5. Incluso las leyes m ás fundam entales del pen
sam iento pueden ser derribadas en el curso del
cam bio científico. Esto no fue p alab rería vacía; se
trató de ideas fecundas: la revolución de la física
m oderna hub iera sido im posible sin ellas 6. Surgió
entonces una física que no era ya un esquem a de
predicciones, sino una concepción filosófica, y esta
concepción, a su vez, no era sim ple verbalism o inte
lectual: estaba llena de contenido concreto.
A hora bien, es interesante contem plar cóm o esta
fecunda colaboración entre pensam iento filosófico,
estudio histórico e investigación científica cesó
repentinam ente y fue sustituida por un nuevo prim i
tivism o filosófico 1. C ircundados p o r descubrim ien
tos revolucionarios en el cam po de las ciencias, por
interesantes p u n to s de vista en las artes, p o r sor
prendentes desarrollos en política, los «filósofos»
del C írculo de Viena se retiraron a un estrecho y
mal construido bastión. Se rom pieron los lazos con
la historia; dejó de usarse el tra ta r tem as distantes
p ara solucionar problem as filosóficos; se im puso
una term inología ajena a las ciencias, así com o
problem as sin relevancia científica 8. D espués de un
largo p erío d o de tiem po, Polanyi y luego K uhn fue
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ron los prim eros pensadores qué co m p araro n la
filosofía escolar resultante con su pretendido objeto
— la ciencia— y m ostraron así su carácter de ilu
sión. E sto no m ejoró la situación. Los filósofos no
volvieron a la historia. N o a b a n d o n aro n las c h a ra
das lógicas que eran su negocio actual. Las enrique
cieron con nuevos gestos vacíos, la m ayoría to m a
dos de K hun («paradigm a», «crisis», «revolución»,
etcétera), sin tener encuenta el contexto, y com pli
caron su doctrina, pero no la acercaron más a la
realidad 9. El positivism o pre-kuhniano era infantil,
pero relativam ente claro (esto incluye a P opper que
es un positivista en todos los aspectos relevantes).
El positivism o post-kuhniano ha perm anecido sien
do infantil, pero adem ás es muy oscuro.
Im re L ak ato s fue el único filósofo de la ciencia
que se enfrentó seriam ente con el desafío de Kuhn.
C o m b atió a K uhn sobre su propio fu n dam ento y
con sus p ro p ias arm as. A dm itió que el positivism o
y el falsificacionism o ni ilum inan al científico ni le
ayudan en su investigación. Sin em bargo, negó que
ad en trarse m ás en la historia fo rzara a u n a relativi-
zación de todos los estándares. Esa puede ser la
reacción de un racionalista confuso que se enfrenta
p o r p rim era vez a la historia en todo su esplendor.
Pero un estudio m ás p ro fundo del m ism o m aterial
m uestra que los procesos científicos com parten una
estru ctu ra y obedecen a reglas generales. H ay una
teo ría de la ciencia y, m ás generalm ente, u n a teoría
de la racio n alid ad p o r la que el pensam iento pene
tra en la historia de una form a legítima.
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En TCM, así com o en el capítulo 10 del volum en
II de mis Philosophical Papers (C am bridge 1981) he
in ten tad o refu tar esta tesis. Mi form a de proceder
fue parcialm ente ab stracta, consistiendo en una crí
tica de la interpretación de la historia hecha por
L akatos, parcialm ente histórica. A lgunos críticos
niegan que mis ejem plos históricos apoyen mi causa
(abajo serán trata d as sus objeciones). Sin em bargo,
si estoy en lo ju sto — y me hallo b astan te seguro de
ello— , entonces es necesario volver a la posición de
M ach y Einstein. Entonces es im posible una teoría
de la ciencia. Sólo existe un proceso de investiga
ción, y hay to d o tipo de reglas em píricas que nos
ayudan en n u estro in ten to de avanzar, pero que tie
nen que ser siem pre exam inadas p a ra asegurar que
siguen siendo útiles 10.
C on esto tenem os una sencilla respuesta a las
diversas críticas que o me corrigen p o r oponerm e a
las teorías de la ciencia y p o r llegar a desarrollar yo
m ism o u na teoría, o me reprenden p o r n o d a r «una
determ inación positiva de aquello en que consiste
una buen a ciencia» (D iederich): si un conjunto de
reglas em píricas es llam ado «teoría», entonces,
desde luego, yo tengo una teoría —pero esto difiere
considerablem ente de los antisépticos castillos so ñ a
dos de K ant y Hegel o de las perreras de C arn ap y
Popper. Por o tra p arte, M ach y W ittgenstein care
cen de un im ponente edificio m ental, de un «sis
tem a», com o les gusta decir a los alem anes, no p o r
carecer de potencia especuladora, sino p o r haberse
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p ercatad o de que los «sistem as» po d rían ser la
m uerte de las ciencias (artes, religión, etc.) u . Y las
ciencias n aturales, especialm ente la física y la a stro
nom ía, introducen el argum ento, no porque yo esté
«fascinado p o r ellas», com o han no tad o algunos
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críticos, sino p o rq u e son el tem a en cuestión:
m atem áticas, física y astronom ía fueron las arm as
que u saro n los positivistas y sus angustiados a n ta
gonistas, los racionalistas críticos, p a ra asesinar
o tras filosofías; a h o ra esta arm a se vuelve co n tra
sus utilizadores y dispara contra ellos llfl.
T am poco h ab lo de progreso p o rq u e yo crea en él
o sepa lo que significa, sino con el p ro p ó sito de
crear dificultades a los racionalistas, que son, pues,
los am antes del progreso (utilizar una reductio ad
absurdum no im plica que el argum entante tenga que
acep tar las prem isas 12 [cf. TCM, página 12]). En lo
que concierne al lem a «todo sirve», sin em bargo el
asu n to es m uy sencillo. En TCM, esta consigna sólo
aparece u n a vez y yo explico lo que significa {TCM,
página 12):
A quienes consideren el rico m aterial que p ro p o r
ciona la h isto ria y no intenten em pobrecerlo, p a ra d a r
satisfacción a sus m ás bajos in stin to s y a su deseo de
se g u rid ad in telectual con el p re te x to de c la rid a d , p re
cisión, «objetividad», «verdad», a esas p e rso n as les
p a rec erá que sólo hay un principio que puede defen
derse bajo cualquier circunstancia y en todas las etap as
del d e sa rro llo h u m an o . M e refiero al p rin cip io todo
sirve.
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lo ad o p to , p ero describo sim plem ente el destino de
un am an te de los principios que tom a en considera
ción la historia: el único principio que le queda será
el «todo sirve». En la página 17 de T C M (y lo
repito en E F M y en C SL) he rechazado explícita
m ente la p rim era in terp re tació n . Yo escribo ahí:
Mi in ten ció n n o es su stitu ir un c o n ju n to de reglas
generales p o r o tro c o n ju n to ; p o r el c o n tra rio , mi
intención es convencer al lecto r de que todas las m eto
dologías, incluidas las m ás obvias, tienen sus lím ites u .
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La situación se clarifica aún m ás si se consideran
las siguientes circunstancias 15.
D espués de p ro d u cir la consigna «todo sirve»,
escribí: «Este principio debe ah o ra ser exam inado y
explicado en sus detalles concretos (TC M , pági
na 12). Lo que quiere decir: el principio carece
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to davía de contenido. Su contenido lo adquiere
m ediante un análisis de procesos concretos, lo
m ism o que el concepto de R enacim iento, p ara
to m ar un ejem plo histórico, recibe su contenido
desde la investigación histórica, que tra ta situacio
nes m uy diferentes y com plejas. Los procesos h istó
ricos a que aludo son, desde luego, estudios de
caso. Estos estudios m uestran cóm o C opérnico,
New ton, G alileo, los presocráticos y Einstein logra
ron lo que hoy es conocido com o sus éxitos. Los
d erro tero s que siguieron no carecían de dirección, y
todos ellos tenían ideas m uy concretas sobre sus
m étodos, aunque las ideas a las que llegaron fueron
muy distintas de sus puntos de partida. T am poco
p u d o preverse la dirección final de la investigación.
N adie conocía de antem ano los virajes y vueltas que
ten d ría que hacer; nadie preveía los m étodos que
ten d ría que utilizar en el curso del viaje, p ero nues
tros viajeros no dudaron y se ad en traro n valerosa
m en te en t i e r r a d e n a d ie . R e tro s p e c tiv a m e n te
podem os con frecuencia identificar itinerarios bien
definidos; podem os retrazarlos en detalle y con pre
cisión (TC M , capítulo 11), pero estos itinerarios
difirieron considerablem ente de las heliografías de
los filósofos (ver las m alhum oradas objeciones de
D escartes a G alileo en TCM, página 53) y no eran
conocidos previam ente. O portu n id ad , actividad h u
m ana, leyes n aturales, circunstancias sociales; to d o
esto co n trib u y ó de la form a m ás curiosa y asom
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b rosa a llevarles a sus objetivos. P or esta razón, los
estudios de caso tienen un resultado positivo y o tro
negativo. El resu ltado negativo es que se violan y
hay que violar m uchos estándares si querem os
obtener lo que ah o ra consideram os ser logros de
im portancia. N o hay estándares que tengan un con
tenido y den una explicación correcta de todos los
descubrim ientos hechos en las ciencias. El resultado
positivo es que m étodos que hoy parecen poseer
cierta racio n alid ad e integridad (estas cosas, sin.
em bargo, ten ían un aspecto muy distinto cuando se
las usó p o r prim era vez [cf. M argolis]) tuvieron
éxito y pueden ser considerados com o útiles reglas
em píricas p ara la investigación del futuro. (Estoy
muy lejos de recom endar la elim inación de todas las
reglas y m étodos de las que intento explicar cóm o
ayudaron a conseguir los éxitos pasados, es decir,
sobre qué acciones fueron posibles dichos éxitos; yo
solam ente hago n o ta r que los éxitos se dieron bajo
condiciones específicas prácticam ente desconocidas,
que n o sotros frecuentem ente no com prendem os a
dónde se dirigían y que su repetición no sólo no es
una cosa n atu ral, sino algo b astante im probable;
adem ás, que las ideas sobre éxito y progreso cam
bian de u n episodio de la investigación al próxim o.)
Sólo pocos lectores han escuchado mi advertencia
y han p restad o atención a los estudios de caso. La
m ayoría de los críticos parecen haber suspendido su
lectura después del prim er «todo sirve». P ara ellos,
los estudios de caso o han debido ser dem asiado
difíciles 16, o dem asiado detallados, o, si es que han
tom ado el vacío in terno en sus cabezas com o pauta,
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han debido pen sar que el vacío y el principio sin
explicar eran ya la m ism a cosa.
H ay o tra razón que justifica el que no se tom en
los ejem plos seriam ente. Se b asa en una idea que
desem peña un im p o rtan te papel en todas las trad i
ciones racionalistas y que puede expresarse diciendo
> que lo que importaría en una argumentación no son
los ejemplos mismos sino sus descripciones abstractas.
D esde luego, las descripciones deben ser exam ina
das co m p arán d o las con los ejem plos. Sin em bargo,
si son verdad, entonces su fuerza argum entativa es
independiente de una estrecha fam iliaridad con tales
ejem plos. La idea se viene abajo con las obras de
arte. P ara ju zg ar logros artísticos, uno tiene que
fam iliarizarse con ellos; no b astan las descripciones,
p o r «verdaderas» y «bien confirm adas» que sean.
A hora bien, un o de los principales p u n to s del análi
sis de las ciencias en M ach, de la actitud de Einstein
an te la investigación científica, de la filosofía de
B ohr, así com o de los dos libros que ycr he escrito
p ara defender a estos pensadores, es que precisa
m ente en esta problem ática es donde las ciencias se
asem ejan a las artes. O que, p a ra expresarlo de u n a
fo rm a algo p arad ó jica, la ciencia en su mejor
aspecto, es decir, la ciencia en cuanto es practicada
por nuestros grandes científicos, es una habilidad, o
un arte, pero no una ciencia en el sentido de una
empresa «racional» que obedece estándares inaltera
bles de la razón y que usa conceptos bien definidos,
estables, «objetivos» y por esto también independien
tes de la práctica. O, p ara utilizar una term inología
to m ad a del g ran d eb ate sobre la distinción entre
«G eistesw issenschaften» (Ciencias del espíritu) y
«N aturw issenschaften» (Ciencias de la naturaleza),
no existen «ciencias» en el sentido de nuestros racio
nalistas; sólo hay humanidades. Las «ciencias» en
cuanto opuestas a las humanidades sólo existen en las
cabezas de ¡os filósofos cabalgadas por los sueños.
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Este resu ltad o ten d rá luego su im portancia cu an d o
trate de la política.
Los co m entarios de los tres últim os p árrafo s no
sólo se aplican a los críticos que se oponen al «todo
sirve», sino tam b ién a los au to res que lo siguen y
que quieren utilizarlo en provecho propio. En este
caso, mi objeción es que la ausencia de estándares
«objetivos» no hace la vida m ás fácil: la dificulta
aún más. Los científicos no pueden seguir ap o y án
dose en reglas de pensam iento y acción bien defini
das. No pueden decir: nosotros poseem os ya los
m étodos y estándares p a ra u n a investigación correc
ta; to d o lo que necesitam os es aplicarlos. P orque
según la visión de la ciencia defendida p o r M ach,
B oltzm ann y Einstein, y que yo he presentado de
nuevo en TCM, los científicos no sólo son respon
sables de u na aplicación adecuada de los estándares
existentes, sino que además son responsables de esos
mismos estándares. Ni siquiera puede uno referirse a
las leyes de la lógica, p o rq u e pueden darse circuns
tancias que nos fuerzan a revisarlas tam bién (p o r
ejem plo, la m ecánica cuántica analizada p o r Von
N eum ann y B irkhoff, p o r Jau c h y P irón, p o r Pri
mas y otros). H ay que recordar esta situación
cuando consideram os la relación entre los «grandes
pensadores», p o r un lado, y los editores, benefacto
res e instituciones científicas, p o r o tro . Antes, los
científicos con ideas inusitadas y las instituciones a
las que pedían ay u d a com partían ciertas ideas gene
rales, y to d o lo que tenía que hacer un científico
que necesitaba dinero era m ostrar que su investiga
ción, ap a rte de contener ciertas sugerencias origina
les, estaba de acu erdo con estas ideas. Ahora, los
científicos y sus jueces tienen tam bién que argum en
ta r acerca de principios; no pueden confiar ya en
tópicos establecidos (su intercam bio es «libre», no
«guiado» [CSL, p ágina 28]). En esta situación, la
petición de los científicos «anarquistas» de «m ayor
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libertad» puede interpretarse de dos form as: se la
puede considerar com o deseo de que se realice una
discusión científica libre no ligada a regla específica
alguna, pero que intenta (cf. de nuevo CSL,
pág in a 28) llegar a una base com ún. O puede in ter
pretarse tam bién com o exigencia de que se acepten
ideas de investigación sin examen alguno sim ple
m ente p a ra h acer la vida m ás fácil a grandes e in u
sitadas m entes (o en la m ayoría de las veces a gente
que pretende tener tales cabezas). Siguiendo la
arg u m en tació n de T C M y de CSL, el segundo tipo
de petición puede apoyarse en la puntualización de
que las ideas absurdas e inusitadas frecuentem ente
han llevado al progreso. La argum entación pasa
p o r alto que los jueces, editores, benefactores pue
den utilizar la m isma fo rm a de razonar: el statu quo
tam bién ha llevado al progreso y el «todo sirve»
tam bién se aplica a sus defensores. P or esto es nece
sario ofrecer algo m ás que la arrogante petición de
m ayor libertad. Los estudios de caso m uestran que
los científicos rebeldes verdaderam ente ofrecieron
m ucho m ás. G alileo, p o r ejem plo, no se contentó
con quejarse y resignarse: intentó convencer a sus
adversarios con los mejores m edios de que disponía.
Estos m edios frecuentem ente diferían de los proce
dim ientos tradicionales —aquí se encuentra la com
ponente an arq u ística de la investigación de G ali
leo— , pero con frecuencia tuvieron éxito. Y no
olvidem os que una plena dem ocratización de la
ciencia incluso h a rá m ás difícil la vida a los auto-
proclam ados descubridores de G randes Ideas. P or
que éstos ten d rán que dirigirse a gentes que no
com parten precisam ente su interés p o r la ciencia.
¿Qué h arán nuestros «anarquistas» que am an la
libertad en tales circunstancias? Sobre to d o cuando
sus adversarios no son ya odiados personajes de
alto co turno, sino ciudadanos libres queridos por
todos.
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3. E ST U D IO S D E CASO
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m iento y un prim er m ovim iento (en la serie causal)
cuyo ritm o de cam bio es constante; la longitud de
un objeto en m ovim iento no tiene valor exacto, etc.
El prim er teorem a se apoya en la suposición de que
el m undo es u na entidad som etida a leyes. Puede
utilizársele co n tra ideas tales com o la teoría del
Bing Bang (estallido inicial) sobre el origen del un i
verso; y la idea de W igner de que la reducción del
paquete de o ndas se debe a la acción de la concien
cia. Así pues, la teoría de A ristóteles era coherente:
existía u na term inología unificada para la descrip
ción y explicación de todos los tipos de m ovi
m iento. E stab a confirm ada en un alto grado, esti
m ulaba la investigación en física, fisiología, biología,
epidem iología, y condujo a num erosos descubri
m ientos 17. Sigue teniendo im portancia hoy porque
las ideas de la m ecánica de los siglos x v n y x v m
36
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siguen siendo totalm ente inadecuadas p ara tra ta r el
m ovim iento 18. ¿Qué es lo que hace G alileo? El
reem plaza esta com pleja y sofisticada teoría con su
p ro p ia ley de la inercia, que carece de confirm ación
excepto en el contexto de la teoría aristotélica 19, la
aplica solam ente a la locom oción y «reduce d rásti
cam ente el grad o de falsificación de to d o el sis
tema».
Sin em bargo, si se considera la falsificabilidad de
las afirm aciones observacionales, la situación es la
siguiente: el racionalism o crítico, la «filosofía» que
defiende G A , o es un fecundo p u n to de vista que
guía al científico, o es m era ch arla hueca que puede
ponerse de acuerdo con cualquier m étodo. Los
popperianos afirm an que se tra ta de lo prim ero
(rechazo de la afirm ación de N eurath de que cual
quier afirm ación puede ser refutada p o r cualquier
razón). P o r esto insisten en que afirm aciones fun
dam entales que intentan refu tar u n a teo ría tienen
que estar m uy bien com probadas. Las observacio
nes realizadas al telescopio p o r G alileo no satisfa
cen esta exigencia: p o r autocontradictorias, no p u e
den ser repetidas p o r cualquiera; los que las repiten
com o K epler llegan a resultados diferentes, y no
hay teo ría que perm ita separar «fantasm as» de los
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fenóm enos verídicos (la óptica física m encionada
p o r G A es irrelevante, porque las afirm aciones
básicas en discusión no trata n de los rayos de luz,
sino de la oposición, color y estructuras de los
rem iendos visuales, y una hipótesis po p u lar que
pone en correlación la prim era con la segunda se
puede m o strar fácilm ente que es falsa [TC M ,
página 148]). P o r esta razón, las afirm aciones bási
cas de G alileo son hipótesis atrevidas, sin m ucha
confirm ación. G A parece aceptar esta descripción:
hace falta tiem po — se dirá— para obtener eviden
cia co n firm ad o ra (y las «teorías-piedra-de-toque»
concernientes, p ara usar u n a excelente expresión de
Lakatos). La prim era interpretación del raciona
lismo crítico m encionado arrib a afirm a que du ran te
ese tiem po las afirm aciones no tienen poder refuta-
dor. Si un o dice, com o G A , que G alileo refutó con
cepciones populares con sus observaciones, entonces
se desplaza u no de la prim era a la segunda interpre
tación, donde las afirm aciones básicas pueden utili
zarse de cualquier m anera. La expresión literal
sigue siendo crítica, pero su contenido se ha evapo
ra d o to talm en te. Este es claram ente el p u n to donde
un h o n esto ad v ersario de confusiones babilónicas,
tal com o pretende serlo G A , debe to m ar posición.
Debe confesar que, m ientras que él no puede tener
su G alileo y hacerle racional, al m ism o tiem po se
encuentra dem asiado em barazado p ara adm itir esto
en público.
Esta es u n a buena ocasión p ara m encionar una
crítica que ha p ublicado T. A. W hitaker en dos car
tas en la revista Science 20. W hitaker señala que
existen dos conjuntos de imágenes de la luna, los
grabados en m adera (que m encioné y m ostré en
TCM ) y los en cobre, que son m ucho m ás exactos,
desde un p u n to de vista m oderno, que los g rabados
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en m adera. Según W hitaker, los g rabados en cobre
m uestran a un G alileo que era m ucho m ejor obser
vad o r de la luna que el G alileo que he p in tad o yo.
Pues bien, lo p rim ero es que yo jam ás he d u d ad o
de la cap acid ad de G alileo com o observador.
C itando a R. W olf (Geschichte der Asíronomie,
página 396), que escribe que «G alileo no era un
gran o b servador astronóm ico, a no ser que las
em ociones producidas p o r tantos descubrim ientos
telescópicos com o él hizo en este período hubieran
dism inuido su destreza o su sentido crítico», res
pondía yo (TCM, página 117):
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K epler resp o n día, basándose en observaciones
hechas a ojo d esnudo (TC M , página 115, n ota 167):
Si m iras c u id ad o sam en te la lu n a llena, parece per
ceptible que algo falla en su círcularidad.
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tam bién h ab ría sido un m étodo no científico el que
G alileo p ro p u g n a ra la existencia de dichos fenóm e
nos — lo m ism o que tam poco sería científico hoy
afirm ar resultados experim entales que carecieran de
co rro b o ració n independiente y que se obtuviesen
con m étodos no p ro b ad o s— , sin importar hasta qué
punto sus observaciones se aproximarán a las nues
tras. P ara ser científicos en el sentido que discuti
m os aquí (y que se critica en T C M y C S L ) hay que
ac tu a r ad ecu ad am en te con respeto a los conoci
m ientos existentes y no p o r respeto a las teorías y
observaciones de un futuro desconocido.
A hora bien, p a ra calibrar las reacciones de los
co ntem poráneos de G alileo he utilizado los g ra b a
dos en m adera. N ótese que no intenté p ro b a r que
G alileo fu era un científico m ediocre apoyándom e
en el hecho de que los grabados en m ad era difieren
de las im ágenes m odernas de la luna (tal argum en
tación hu b iera co n tradicho las consideraciones que
acabo de exponer). Mi suposición fue, más bien,
que la luna en cu an to se la contem pla a ojo des
nudo tiene un aspecto muy distinto del ofrecido por
los g rab ad o s en m adera, que podría haber tenido
o tro aspecto d istin to p a ra los contem poráneos de
G alileo, y que algunos de ellos podrían haber criti
cado el Sidereus Nuncius apoyándose en sus propias
observaciones a ojo desnudo. Esta suposición sigue
siendo útil, p o rq u e los grabados en m adera acom
p añ ab an la m ayoría de las ediciones de la obra. ¿Se
aplica tam bién a las lám inas? Sí, com o se m uestra
p o r las críticas de Kepler. P or añ ad id u ra, había
m uchas razones p o r las que el telescopio no era
considerado unánim em ente com o un fiable p ro d u c
to r de hechos (algunas de estas razones, em píricas y
teóricas, h an sido expuestas en TCM ). La afirm a
ción de W hitaker, hecha en su segunda com unica
ción, de que los dibujos de la luna hechos p o r G ali
leo tienen u n a excelente calidad co m p arad o s con
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imágenes m odernas, es algo irrelevante con respecto
a esta discusión.
El caso de las observaciones de la luna hechas
p o r G alileo constituye sólo una pequeña p arte de
mi argum entación de que G alileo no aplicó lo que
la m ayoría de los científicos y todos los filósofos de
la ciencia consideran hoy com o el «m étodo cientí
fico adecuado» y que no podría haber realizado sus
descubrim ientos de dicho m odo. En cuanto la
investigación histórica avanza y altera nuestras
ideas sobre el p asad o , la evidencia que yo em pleo
en mi argum entación tam bién puede, naturalm ente,
q u ed ar m odificada. Estoy claram ente decidido a
conceder que esto puede hacer más «científico» a
G alileo en algunas áreas. Sin em bargo, debates más
recientes (algunos de ellos m encionados en TCM:
h ablo de la d em ostración hecha en la to rre incli
n ada, del experim ento con el plan o inclinado de sus
observaciones de las lunas de Júpiter, del paso del
ím petus a la relatividad galileica) han m ostrado que
está más bien aum entando el núm ero de áreas en
que aparece m enos «científico». E sto no convertirá
en un mal científico a G alileo; sim plem ente m uestra
que la ciencia tiene poco que ver con lo que los
filósofos, e incluso los mismos científicos, dicen
sobre ella.
M ientras que G A se equivoca, p o rq u e la perpleji
dad oscurece su visión, la razón del fallo de JW es
sim plem ente incom petencia. V erdaderam ente, su
ap o rtació n es un triste ejem plo del deterioro de los
estándares de la discusión racional que se han
im puesto en la LSE tras la m uerte de Im re L akatos.
JW expone cu atro quejas: una concerniente a la
p reten d id a originalidad de mis ideas, o tra sobre mi
form a de ver la relación entre teorías y hechos, o tra
sobre el experim ento de la torre y, finalm ente, otra
sobre mi in terpretación del m ovim iento brow niano.
- P ara em pezar, yo nunca he pretendido en ningún
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sitio haber inventado las ideas que discuto. T odo lo
contrario: más de una vez he rehusado el dudoso
h o n o r de h ab er sido el iniciador de una y o tra inte
ligente ideílla 21. D esde luego, he h ab lad o y escrito
de una fo rm a muy directa, pero esto, sólo puede
crear confusión en los seguidores de «pensadores»
que consideran su afirm ación m ás trivial com o su
más íntim a pro p ied ad y que carecen de inform ación
histórica p a ra conocer m ejor las cosas; en una
palabra, entre los popperianos 22.
En segundo lugar, JW me atribuye el «truism o de
que los “ hechos teó ricos” son dependientes de la
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teoría», así com o argum entos que «dependen de
to m ar “ hecho” a un nivel teórico m uy elevado». Lo
que realm ente afirm o en el texto en que se explican
estos tem as es que todos los hechos son teóricos (o,
de m odo fo rm al, «hablando lógicam ente, todos los
térm inos son “ teóricos” » 23). Y esto no es una afir
m ación que introduzco sin m ás p ara convertirla
luego en base de posterior retórica: to d o el texto
está dedicado a m o strar que, y p o r qué, esto es p re
ferible a o tras alternativas, incluyendo la que el
mism o JW parece tener en la cabeza 24. Las quejas
44
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de JW n o tienen n a d a que ver con esta posición y
con estos argum entos.
El arg u m en to de la torre, según JW fue d esarro
llado p o r G alileo del siguiente m odo: la tierra en
m ovim iento, de acuerdo con la teo ría aristotélica
45
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del m ovim iento, haría que la piedra se ap artase de
la torre. La p ied ra no se a p a rta de la torre, luego,
afirm a el G alileo de JW , «el experim ento no refuta
a C opérnico, sino a un sistem a teórico más
am plio», y reem plaza la dinám ica de A ristóteles que
es p arte de este sistem a, p o r su p ro p ia ley de iner
cia. Al hacer esto perm anece dentro del m arco del
análisis de la teoría del cam bio de D uhem . Más
especialm ente, él corrige un «error lógico» de los
anti-copernicanos según el cual la afirm ación falsa
(la piedra se m ueve alejándose de la torre) seguiría
directam ente de la suposición de que la tierra gira.
H asta aquí JW .
Pero, en prim er lugar, el pretendido «error
lógico» nu n ca fue com etido por los anti-copernica-
nos. Estos sabían m uy bien que la conclusión nece
sitaba p o r lo m enos dos prem isas. Tam bién las
m encionaban, pero dirigían la flecha de la falsifica
ción sólo c o n tra una de ellas —el m ovim iento de la
tierra— , pues la o tra prem isa era teóricam ente
plausible y estaba confirm ada en un alto grado, y,
adem ás, no era el asu n to en discusión (cf. los
com entarios de P opper a la argum entación de
D uhem ).
En segundo lugar, el reem plazam iento de la ley
de inercia de A ristóteles fue sólo una p arte de los
cam bios llevados a cabo por Galileo. La ley aristo-
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télica describía m ovim ientos absolutos, y lo m ism o
hizo el arg u m en to de la torre (la predicha desvia
ción de la p ied ra de la torre es, desde luego, la dife
rencia entre dos m ovim ientos absolutos y, p o r eso,
un cam bio relativo; pero el problem a es lo que
cam bió G alileo y no las razones por las que realizó
dichos cam bios). Si se introduce una nueva «hipóte
sis auxiliar», entonces esta hipótesis tam bién debe
utilizar nociones absolutas: debe ser u n a form a de
la teoría del Ímpetus. P or o tro lado, G alileo se con
virtió g radualm ente en un relativista del m ovi
m iento (TC M , página 63, n ota 82; página 83,
n o ta 117). Su hipótesis auxiliar tenía que funcionar
sin ímpetus. Así, al final, él no sólo cam bió una
hipótesis de un sistem a conceptual no m odificado en
lo dem ás (el m ovim iento absoluto es alrededor de la
tierra, o alred ed o r del sol, pero no directam ente
hacia el centro), sino que sustituyó los concep
tos del siste m a p o r o tro s c o n c e p to s: in tro d u jo
u na nueva m isión del m undo. El prim er proceso
puede ex p resarse p o r el esq u em a de D uhem ; el
segundo, no.
En el caso del m ovim iento brow niano, final
mente, JW ofrece un análisis ju n to con unos pocos
apartes teatrales sórdidos. Estos son ingenuos, o,
p ara expresarlo de u n a form a suave: ¿Por qué con
sideran E xner y G ouy el m ovim iento brow niano
com o un riesgo p a ra la segunda ley? P orque consi
deraban la hipótesis atóm ica, aunque esta hipótesis
les condujo ya una vez a dificultades (ver las m edi
das de Exner que se exponen en TCM, página 24,
n o ta 27). Los cálculos del equilibrio de energía que
se supone determ inan si la energía de la partícula es
o btenida del fluido sin m ás trabajo, usan la prim era
ley, no la examinan. En lo que atañe al m ovim iento
brow niano, mi respuesta es la siguiente. Yo in tro
duzco un argum ento. JW dice que él no com prende
este argum ento. H asta aquí to d o va bien. P ara
47
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co m p ren d er el argum ento, JW lo traduce a un len
guaje fam iliar p a ra él, a una especie de lógica cha-
purrera. Esto es tam bién un m étodo m uy razonable:
si yo no entiendo un argum ento intentaré reform u-
larlo a mi m odo. JW va m ás allá. L am enta que yo
no haya fo rm u lad o mi argum ento en su lenguaje ya
desde el principio. Esto sería una queja legítim a si
yo hubiera escrito el argum ento personalm ente para
JW . Pero esto no lo hice. Lo construí p ara físicos
que favorecen un m onism o teórico, y éstos parecen
haberlo com prendido perfectam ente (originalm ente,
el argum ento provenía de D avid Bohm ). A dem ás,
JW no presen ta precisam ente u n a objeción a que se
le haya dejado fuera, sino que supone que el len
guaje que él com prende es el único razonable. En
esto, ciertam ente, se equivoca, com o se m uestra p o r
el sinsentido que produce su traducción 25.
C om o los nativos que hablan un lenguaje del que
no conocen sus propios límites, él proyecta el sin
sentido sobre mi p ro p io argum ento y pretende
h aber m o strad o así su incoherencia. Yo, p o r o tro
lado, concluiría que hay m uchas cosas que pueden
expresarse m ucho m ejor en el lenguaje inform al uti
lizado p o r los científicos cuando discuten problem as
del cam bio teórico; es decir, argum entaría: supon
gam os que poseem os una teoría T (y con esto aludo
a to d a la teoría com pleja más las condiciones inicia
les, m ás las hipótesis auxiliares, etc.). T afirm a que
o cu rrirá C. C no ocurre; en su lugar ocurre C ’. Si
se conociera este hecho, entonces uno po d ría decir
que T ha sido refutada y C ’ sería la evidencia refu-
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tad o ra (nótese que yo no distingo entre hechos y
afirm aciones; no hay paso en la argum entación que
dependa de la distinción, y ninguna persona inteli
gente se sen tiría confusa ante tal ausencia). S upon
gam os ah o ra, adem ás, que las leyes de la naturaleza
nos previenen p a ra que no sepam os C y C ’: no hay
experim ento que pueda inform arnos sobre la dife
rencia. P o r o tro lado, p o d ría ser posible identificar
C ’ de u n a fo rm a vaga, con la ayuda de efectos
especiales que o curren ante C ’ pero no en presencia
de C y que son excluidos p o r T, pero postulados
p or una teo ría altern ativa T \ Un ejem plo de tales
efectos sería que C ’ pone en m ovim iento un m acro-
proceso M 26. En tal caso, T ’ puede ay u d arn o s a
en co n trar u n a evidencia co n tra T que no h abría
sido descubierta utilizando sólo la teoría T y los
experim entos descritos con sus categorías: p ara
Dios, M o C ’ son evidencias co n tra T; nosotros, sin
em bargo, necesitam os T ’ p ara tener seguridad de
este hecho. El m ovim iento brow niano es un caso
especial de esta situación general: C son los proce
sos en un m edio no p ertu rb ad o en equilibrio tér
mico, según la teo ría fenom enológica de la term o
dinám ica; C ’ son los procesos en el m ism o m edio(
según la teo ría cinética. C y C ' no pueden distin
guirse directam ente p o r ningún instrum ento, porque
la m edida del contenido en calor contiene las mis
mas fluctuaciones de calor que suponía revelaría. M
es el m ovim iento de u n a partícula brow niana; T ’, la
teo ría cinética. C om o en el caso de G alileo, es
posible p resio n ar estos elem entos en el esquem a de
D uhem diciendo que se ha reem plazado u n a hipóte
sis auxiliar p o r o tra y que así se h a elim inado algo
de la dificultad —pero nótese que, en nuestro caso,
no fue la dificultad la que condujo a la sustitución,
26 JW tiene dificu ltad es con «triggers» [«im pulsar», en el sen
tido del gatillo p a ra d isp a rar (N. del T .)\ C u alq u ier d iccionario
le puede in fo rm a r sobre el significado del térm ino.
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sino que ésta nos ayudó a encontrar la dificultad—
y este p u n to se ha perdido com pletam ente en el
análisis de JW (es com o si alguien negara la dife
rencia entre los m étodos de inducción y de falsifica
ción p o r el m o tiv o de que en am bos casos se d ed u
cen afirm aciones singulares de. otras generales).
Estoy dispuesto sinceram ente a adm itir con Ian
H acking (IH ) que la ciencia es más com pleja y poli
facética de lo que yo he expuesto en alguno de mis
escritos an teriores e incluso en algunas partes del
TCM. He com etido dos tipos de equivocaciones: he
tenido u na idea dem asiado sim plista de los elemen
tos de la ciencia, y he tenido u n a idea dem asiado
sim plista de la relación entre los elem entos. La cien
cia contiene teorías, pero éstas no son sus únicos
ingredientes ni pueden analizarse éstos en térm inos
de proposiciones asertivas (o de entidades de Sneed,
en esta m ateria). La ciencia ocasionalm ente analiza
sus ingredientes en térm inos de los conceptos dis
ponibles m ás abstractos, pero este m étodo no es
universal ni aplicable universalm ente. P or ejem plo,
puede que no sea posible tra ta r teorías ya d errib a
das com o casos especiales de sus sucesores; en cam
bio, quizá debam os restringirlas am bas a dom inios
especiales (por ejem plo, la teoría cuántica y la
m ecánica clásica del punto). En conjunto, la
em presa científica puede ser algo m ás cercano a la
m ultiform idad de las artes de lo que han supuesto
los lógicos (y yo entre ellos) y existen indicios de
que el progreso científico es im posible m ientras
prevalezcan tendencias abstractas y universalizado-
ras. Mis prim eras dudas sobre el m étodo ab stracto
surgieron del estudio de los escritos de W ittgens-
tein; p ero yo expresaba entonces mis dudas de
form a ab stracta, en térm inos de problem as concep
tuales (inconm ensurabilidad, elem entos «subjetivos»
de la teoría de la explicación). Al iniciar el trab a jo
del capítulo 17 de T C M me encontré ante cuestiones
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m ás precisas sobre la naturaleza, el origen y la ade
cuación de los m étodos abstractos, ta n to en las
ciencias com o en la filosofía de la ciencia 27. Inten
tando co n testar a las cuestiones y resolver las
dudas, distinguí entre dos tipos de tradiciones que
yo he d en o m in ad o tradiciones abstractas y trad icio
nes históricas respectivam ente 28. H ay m uchos
m odos de caracterizar estas tradiciones. U na dife
rencia que encontré com o p u n to de p artid a favora
ble es la fo rm a en que los dos tipos de tradiciones
tratan sus objetos (gente, ideas, dioses, m ateria,
universo, sociedades, etc.). Las tradiciones ab strac
tas form ulan proposiciones. Las proposiciones se
sujetan a ciertas reglas (reglas lógicas, reglas de
experim entación, reglas de argum entación, etc.) y
los objetos sólo afectan a las proposiciones en con
form idad con las reglas. Esto — se dice— garantiza
la «objetividad» de la inform ación tran sm itid a p o r
las proposiciones o el «conocim iento» que ellas con
tienen. Es posible entender, criticar y m ejo rar tales
proposiciones sin h aber tro p ezad o con u n o solo de
los objetos descritos (ejem plos: física de las p a rtíc u
las elem entales; psicología conductista; biología
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m olecular que puede ser expuesta por personas que
jam ás han visto en su vida un perro o un cerdo).
Los m iem bros de las tradiciones históricas tam bién
form ulan proposiciones, pero llegan a ellas y las
exam inan de u n a form a totalm ente distinta. A ctúan
com o si supusieran que los objetos poseen un len
guaje pro p io e intentan aprenderlo. Intentan ap ren
derlo no basándose en teorías lingüísticas, sino p o r
inm ersión, lo m ism o que los niños pequeños se
fam iliarizan con el m undo. P ara describir un p ro
ceso de este tip o son totalm ente inadecuadas cate
gorías del m étodo de acceso abstracto, com o, p o r
ejem plo, el concepto de verdad objetiva. S uponga
mos que un extranjero quiere entender el signifi
cado de una expresión facial concreta. Al principio,
él no tiene idea de que hay una cosa «objetiva» que
debe entenderse: él reacciona sim plem ente. Su p ri
m era reacción d a form a a lo que de o tro m odo
sería un fenóm eno neutral o am biguo (¡relaciones
de figura y trasfondo!). El cam bio es advertido por
la persona observ ada, provoca u n a to m a de con
ciencia de sí y cam bia, adem ás, el am biente del
fenóm eno (la am abilidad de una persona am able
que vive entre gente am able es diferente de la am a
bilidad de un proscrito). A ñádase la articulación
debida al lenguaje, norm as sociales, pensam iento,
poesía, artes, costum bres y religión; considérese
cóm o el desarrollo, el descubrim iento de cosas irre
levantes, accidentes, m itos interfieren constante
m ente en el proceso y p o d rá verse lo absurdo de la
idea de una sonrisa am istosa «objetiva» que estaría
sim plem ente d ad a ahí, y la de un investigador
«científico» que se acercaría gradualm ente cada vez
más a su «verdad» 28°. El ejem plo tiene aplicaciones
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inm ediatas a cam pos tales com o la psicología, la
sociología, la antropología, pero tam bién se aplica a
la física (com plem entariedad). En m edicina tenem os
la vieja d isp u ta entre los curadores que aprenden
m edicina en co ntacto directo con m aestros y gente
enferm a (sana) y los teóricos que desarrollan nocio
nes ab stractas de salud, enferm edad y los corres
pondientes tests abstractos 29. A m bas tradiciones
históricas em plean todos los talentos del hom bre,
m ientras que las observaciones abstractas se reali
zan de u na form a rigurosam ente som etida a reglas.
Es b astan te interesante n o tar que las tradiciones
abstractas frecuentem ente se convierten en tradicio
nes históricas y conservan su fecundidad sólo si no
se excluyen del to d o tales cam bios. Esto está tam
bién co n firm ad o p o r lo que decía yo hacia el final
de la sección 2: la ciencia buena es un arte, no una
ciencia 30. El análisis de IH es una excelente ilustra
53
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ción del aspecto-arte de la experim entación cientí
fica (y de o tras cosas que ocurren en las ciencias).
A nthony Perovich (AP) m uestra que, al discutir
la in co n m ensurabilidad, yo he pasado de una ver
sión sem ántica a u n a versión ontológica, y que oca
sionalm ente ha co n fundido am bas cosas. El cam bio
se explica (post hoc, ¡desde luego!) p o r mi creciente
convicción de que la m etodología es algo p arasita
rio en la o n tología y no al revés. La idea del
au m en to de conten ido, p a ra aducir un único ejem
plo, tiene sentido en un m undo infinito ta n to cuali
tativa com o cuantitativam ente; no tiene sentido en
un m undo finito. Yo añ ad iría que los «principios
universales» no deben interpretarse de una form a
d em asiado intelectualista (TC M , página 264 y
siguientes). P or ejem plo, no deben interpretarse
com o principio de uso lingüístico que pueden sepa
rarse de su em pleo y discutirse aisladam ente. Q ui
siera, pues, su b ray ar que la inconm ensurabilidad no
dificulta el tráfico entre las tradiciones, com o han
dicho D uerr, F ran z y otros antes de ellos 30a; y que
vos conceptos que in tro d u c e el criticism o son de p o b re c o n te
nid o , pero este m ism o rasgo es lo que les perm ite u sarlos en
p ru e b as «objetivas». Los co n cep to s a n te rio re s son m ás ricos:
dependen de circunstancias, no o riginan pru eb as, sino conside
raciones d e p lau sib ilid ad (cf. Snell, op. c it., cap. I, así co m o Die
A usdrücke f ü r den B e g riff des W issens in der Vorplalonischen Phi-
losophie. B erlín, 1924, reim preso en New Y ork, 1976). La
« p rueb am anía» se extiende y ejerce u n a fuerte influencia sobre
el de sa rro llo de las ciencias: las consideraciones de objetividad
logran el pred o m in io . M uchos tem as del pen sam ien to en el
siglo xx (m étodos clínicos versus estadísticos en psiq u iatría;
m edicina analítica versus holística; intuicionism o versus fo rm a
lism o en m atem áticas; m atem áticas de d e m o stra ció n versus
m atem áticas de raciocinio plausible; y así sucesivam ente) son la
expresión tard ía de esta «vieja querella entre las artes y las cien
cias», tal com o lo ex p resab a ya P la tó n , y no o tra cosa es la dis
p u ta en tre los filósofos del lenguaje o rd in ario y los filósofos que
recom iendan la c onstrucción de lenguajes form alizados. Los
p aralelo s e n tre H o m e ro y los filósofos del C om m onsense están,
p o r tan to , lejos del anacronism o.
3-°a Yo d iscutí la in co n m e n su rab ilid a d varios añ o s antes que
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esto no es una objeción al intento de encontrar
p untos de vista unificados (com o parece haber
supuesto Scheurer cierto tiem po 31). Lo que esto
im pide es un «cam bio dirigido» (C SL , página 28)
que restringe un debate im poniendo ciertas condi
ciones 32. Estoy de acuerdo en que la inconm ensu
rabilidad no excluye un realism o en el sentido de
AP, pero, cuando los científicos declaran que las
cosas son reales, piensan en objetos fenom enológi-
cos, y aquí mi argum entación conserva to d a su
fuerza.
A lan M usgrave ha m ostrado que la trad ició n ins-
trum entalista de la astronom ía antigua era m ucho
m ás débil de lo que pretendía D uhem . Lo que él
olvidó m encionar es que la ciencia m oderna con
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du jo a un instrum entalism o de signo contrario:
ah o ra se considera com o instrum entos a cualidades
y leyes cualitativas. Lo m ism o se aplica a los lazos
entre observaciones (subjetivas) y predicciones (obje
tivas) que están en la base de to d as las observacio
nes o experim entos «m odernos». A ristóteles ha
establecido dichos lazos en su Física; ahí no existía
el problem a cuerpo-espíritu. La ciencia m oderna
utiliza el instrum entalism o en su p ro p ia base, y lo
m uestra (p o r ejem plo, la teoría cuántica de la
m edida). En u n a co rta introducción que no tiene
n ad a que ver con el tem a central de su texto y que
parece h ab er añ ad id o com o una especie de reflexio
nes posteriores, M usgrave presenta una curiosa crí
tica de un tra b a jo m ío a n terio r 33. En dicho tra b a jo
m o strab a yo que la m ayoría de los argum entos filo
sóficos en favor de una interpretación realista de la
ciencia eran dem asiado débiles, que existían casos
especiales d o n d e podían ser derribados p o r conside
raciones físicas, que p o r esta razón debía hacérseles
m ás fuertes, y pasaba entonces a desarrollar una
versión m ás fuerte de realism o que pudiera resistir
incluso a los co n tra-argum entos físicos. Según M us-
grave, yo hago lo contrario: intento en co n trar
argum entos universales p a ra el instrumentalismo. No
puedo pen sar que A lan haya leído m al mi trab ajo ,
pues es un crítico m uy esm erado y mi texto es uno
de los m ás claros que he escrito yo jam ás, pero
estoy dispuesto a aceptar un alegato de dem encia
tem poral. Perm ítasem e añadir, incidentalm ente, que
ya no creo en la im p o rtan cia de tales pruebas gene
rales, com o las que expuse en dicho trab a jo , p a ra
nuestra com prensión de la ciencia.
Estoy de acuerdo con prácticam ente todos los
p untos y objeciones presentados en el herm oso
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ensayo de G ro v er Maxwell sobre el problem a
cuerpo-espíritu. A d m ito que, a pesar de mis buenas
intenciones, «con dem asiada frecuencia recaí en la
[...] p ráctica em piricista [...] de tra ta r el significado
de una fo rm a apriórica» (pero tam bién tuve mis
m om entos de lucidez y entonces tra té los significa
dos com o estru ctu ras neurofisiológicas o com o
«program as» 34). T am bién adm ito que ocasional
m ente olvidé la natu raleza d e la teo ría pragm ática
de la observación (p ara mis m om entos de lucidez en
este p u n to , cf. mi p equeña nota «Science w ithout
Experience» 35). Es verdad que, al criticar relaciones
de fam iliarización cognitiva, «presenté un títere».
Pero, realm ente, yo no fui el que lo presentó, sino
los p artid ario s de d ato s sensibles, aunque al elim i
n arlo creo que he elim inado todos los aspectos de
fam iliarización cognitiva, y así, ciertam ente, me he
equivocado. N o fui coherente en mi e rro r porque
ocasionalm ente supuse, com o había hecho Russell,
que el cerebro p o d ría ser directam ente percibido,
pero no saqué la conclusión lógica y declaré que
algunos hechos eran m entales. No me p ertu rb a
dem asiado que algunos de mis argum entos sum inis
tren m unición al m entalista elim inativo (esto me
parece que se aplica a todos los argum entos sobre
tem as contingentes). En lo que concierne a la p ro
pia teo ría de G ro v er, mi único problem a es que se
apoya dem asiado en nociones y m étodos científicos.
Ya sé que en el p asad o yo m ism o fui un caprichoso
de la ciencia, pero actualm ente me he hecho muy
escéptico sobre la a u to rid a d de la ciencia en tem as
ontológicos. El hecho de que la «ciencia funciona»
no elim ina mi incom odidad. La ciencia funciona
algunas veces, y con frecuencia falla. Y, adem ás, la
eficiencia de la ciencia viene determ inada p o r crite
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rios que pertenecen a la tradición científica. La
ciencia no salva alm as, pero esto no es parte de su
«funciona». Yo concluiría, pues, que G M ha m os
trad o cóm o nuestras ideas sobre espíritu y cuerpo
pueden desarrollarse d en tro del m arco científico sin
p or eso elim inar nociones que pueden desem peñar
un im p o rtan te papel en otros m arcos de referencia.
F inalm ente, el sutil estudio de caso de Van de
Vate tiene un significado m uy personal p a ra mí.
Joachim -C asim ir Schm oller (no Schm óller, com o
sugiere equivocadam ente: el papel del m anuscrito
que utiliza debe de haber tenido un grano muy
grueso o h a sido incidentalm ente desfigurado por
depósitos de insectos; debería dársele un buen cris
tal de aum ento o hacérsele m irar m ás exactam ente)
es un p ariente lejano mío. El legado literario de mi
tía m aterna, Josefine M utzenbacher, contiene un
m anuscrito b astan te confuso de su p ro p ia m ano,
que ah o ra, finalm ente, encuentra su explicación.
Puedo co nfirm ar las atrocidades de su latín, aunque
su alem án no es m ucho mejor: Schm oller era de
origen polaco (no se conserva su nom bre polaco, lo
que confirm a o tra de las hipótesis de Van de Vate o
su actividad com o agente doble); su principal obje
tivo vital parece haber sido salvar a C opérnico de la
rein terpretación m odernista de G alileo. Pero su
am bición no se detuvo ahí; no sólo pretendió m os
tra r que A ristóteles no fue superado en asu n to s de
física y filosofía (un pu n to que nunca puso en d u d a
C opérnico); tam bién quiso p ro b a r que el principio
vital de A ristóteles afectaría tam bién a la trayecto
ria de los organism os en caída libre. D om inado por
un ataq u e pasajero de dem encia (que en sus cartas
describe de m anera conm ovedora com o causada
p o r su gran am o r a la V erdad; tengo la ca rta ante
mí y el texto casi ilegible donde alrededor de la
p alab ra vertías se desintegra, en m ovim ientos espás^-
tioos, sin sentido, lo que revela claram ente su
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estado m ental), él levantó a su hijita de seis años,
que ju g ab a a su lado en lo m ás alto de la to rre
inclinada, y sólo la decidida intervención de una
vigorosa pisana le im pidió arro jarla a u n a m uerte
cierta. D u ran te la lucha, dos piedras de tam año
desigual se desp ren d ieron del p a rap eto y cayeron a\
suelo (debieron p ro v o car los huecos m encionados
p or Van de Vate). La hija era un an tep asad o lejano
de mi m adre, y yo agradezco al destino y a la m en
cionada m ujer h aberla salvado, porque su supervi
vencia me d a o p o rtu n id a d p a ra defender la sana
causa de la falta de salud m ental de Schmoller.
4. C IEN C IA : U N A T R A D IC IO N
ENTRE MUCHAS
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que se supone que hace la gente m adura 36: configu
ran sus propias m entes y actúan según las conclu
siones que han logrado ellos mismos.
Principalm ente tengo dos razones p ara mi afir
m ación. Mi p rim era razón es que no existe ninguna
cosa que co rresp o n d a a la palab ra «ciencia» o a la
p alab ra «racionalism o». Ni hay nada así com o un
«m étodo científico», o un «m odo científico de tra
bajo» que g uiaría todas las etapas de la em presa
científica (cf. arrib a, sección 2). Pero sin tales uni
dades y tales m étodos unifícadores no tiene sentido
h ab lar de la « au toridad de la ciencia» o de la
« au to rid ad de la razón» o afirm ar la excelencia
co m p arativ a de la ciencia y /o de la racionalidad.
En segundo lugar, los argum entos en favor de la
ciencia o del racionalism o occidental em plean siem
pre ciertos valores. Preferim os la ciencia, aceptam os
sus p ro d u cto s, los atesoram os p o rq u e están de
acuerdo con dichos valores. Ejem plos de valores
que nos hacen preferir la ciencia a o tras tradiciones
son la eficiencia, el dom inio de la n aturaleza, la
com prensión de ésta en térm inos de ideas abstractas
y de principios com puestos p o r ellas. Sin em bargo
siem pre h u b o y sigue habiendo valores m uy d istin
tos (cf. los ensayos de Naess y D eloria). A dem ás, la
ciencia m ism a ha d ad o con frecuencia u n a o p o rtu
n idad a tradiciones extracientíficas, precisam ente en
el campo de los valores científicos: tienen m ejores
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resultados; los resultados se logran de una form a
más sim ple y producen daños m enores en o tras p ar
tes (m étodos de diagnóstico m édico, tratam iento del
suelo en ag ricu ltu ra, interferencias terapéuticas en
m edicina y psicoterapia, etc.). Pueden encontrarse
detalles en la p arte 2, secciones 8 y 9 de EFM, así
com o en la introducción a este libro.
La dependencia de valores específicos ha sido
p asad a p o r alto precisam ente p o r aquellos críticos
que se h an dad o cuenta de los límites de un p u n to
de vista m eram ente científico. Así, el intento de
Kekes de su perar el relativism o parece tener éxito
solam ente p o rque él ha ad o p tad o ya cierta posición.
E sta es co m p artid a p o r m uchos de sus lectores; no
se dan cuenta de las suposiciones hechas y conside
ra r a h o ra las razones deducidas com o «algo o b
jetiv o » e in d ep en d ien te de la trad ició n . L a posi
ción (tradición) de que procede Kekes contiene tres
suposiciones: 1) es im portante resolver problem as;
2) existen m étodos más o m enos am biguos p ara
resolver problem as, y 3) algunos problem as son
independientes de todas las tradiciones; Kekes llam a
a los problem as de este género problem as de vida.
Se supone, pues, que la conceptualización desem
peña una p arte m uy im p o rtan te en el reconoci
m iento, form ulación y solución de problem as. Pero
algunas sectas cristianas, grupos religiosos, tribus
enteras consideran las cosas, que nosotros denom i
nam os problem as que necesitan u n a «solución»,
com o tests necesarios de fibra m oral, o com o pre
paraciones p a ra u n a difícil tarea (cf. el D eutero-
Isaías) o com o caprichos que divierten en vez de
co n stern ar y que u n o sim plem ente deja pasar en
lugar de in ten tar resolverlos 37. O tros solucionan
57 Los rep resen tan tes g u bernam entales blancos del A frica
C entral a m enudo se vieron to talm en te d esconcertados p o r el
hécho de que p ro b lem as que ellos h ab ían a d v ertid o , sobre los
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problem as básicos recurriendo a una escatología
que los convierte en pasos necesarios hacia la vida
espiritual: «los p roblem as de la vida» en el sentido
de Kekes desem peñan un papel sólo en tradiciones
especiales y relativam ente jóvenes, donde los cuer
pos h um anos, los progresos m ateriales y el pensa
m iento ab stracto son las únicas cosas consideradas
com o im portantes o, p ara expresarlo de o tra form a,
tales problem as son «relativos a» las tradiciones
fundam entadas en valores m aterialistas y hum anís
ticos. Sus soluciones es claro que no pueden ser
jueces im parciales de tales tradiciones. A dem ás,
dependen de lo que nosotros esperam os de la vida,
p o rq u e hay m uchas form as distintas de vida. Esto
se m uestra en nuestros artistas. Incluso cam pos
«objetivos» com o la m edicina dependen de nociones
tales com o las de enferm edad y salud, que no sólo
poseen una historia, sino que pueden cam biar tam
bién con la cu ltura a que pertenece la persona
enferm a (cf. los resultados de F oucault que fueron
anticipados p o r algunos m édicos antiguos). Hay
que ad m itir que m uchos valores y m uchas culturas
han cesado de existir: nadie sigue tom ándolos ya en
serio. Pero Kekes quiere una solución teórica del
p roblem a del relativism o, y tal solución no se
encuentra en cam ino.
O bservaciones sim ilares hay que aplicar al intere
sante y p ro v o cad o r ensayo de N o re tta K oertge. En
la m edida en que yo puedo verlo, hay m ucho
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acuerdo p ráctico entre nosotros. Sin em bargo,
N oretta to d av ía distingue entre apariencia y reali
dad y afirm a que la ciencia produce resultados
auto rizad o s sobre la últim a. H ay que alab arla p o r
su b ray ar que, al tra ta r con otros, la apariencia de
los ciu d ad an o s (que después de to d o es nuestra
única guía) es p o r lo m enos tan im p o rtan te com o la
«realidad» (que es precisam ente la form a com o a p a
recen las cosas a los expertos de m oda): «N o sólo
debe hacerse justicia, sino que debe parecer que se
hace justicia». Lo que cuenta en una dem ocracia es
la experiencia de los ciudadanos, es decir, su subje
tividad y no lo que pequeñas bandas de intelectua
les autistas declaran que es real (si a u n experto no
le gustan las ideas de la gente corriente, to d o lo que
tiene que hacer es h ablar con ella e in ten tar p ersu a
dirla p ara pensar en líneas distintas; sin em bargo,
no debe o lv id ar q ue m ientras él se com prom ete en
esta actividad, es un m endigo y no un «m aestro»
que intenta presionar cierta verdad en las cabezas
de alum nos renitentes). P ero la distinción que
introduce N o retta no puede sostenerse. Estoy de
acuerdo en que las ciencias y las civilizaciones cons
tru id as a su alred ed o r contienen algo llam ado «opi
nión de expertos», pero esto tam bién es verdad en
o tras tradiciones (p o r ejem plo, es verdad del D ogon
tal com o ha m o strad o G riaule en su m aravilloso
libro). T am bién adm ito que la opinión de los exper
tos ocasionalm ente m uestra convergencias. Pero la
convergencia en algunas áreas, en cierto m om ento,
está m ás que com pensada p o r la extrem a divergen
cia en otras. Sin em bargo, la convergencia ocasional
de la opinión de los expertos no establece u n a a u to
ridad objetiva, y, si lo hace, entonces tendrem os
que elegir entre m uchas au to rid ad es diferentes: la
distinción entre experto-realidad, p o r un lado, y
lego-apariencia, p o r otro, se diluye en lo que le pare
ce a cada un o de n o sotros, incluyendo los expertos.
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Lo que los racionalistas clam ando p o r la objeti
vidad y la racio n alidad intentan vender es u n a ideo
logía tribal p ro p ia, y esto se adviente claram ente en
las reacciones de algunos de los m iem bros de la
trib u m enos d o tados. Así, T ibor M acham (TM ),
escribiendo a co sta de un equipo om inosam ente
denom inado The Reason Foundation 3S, distingue
entre pau tas, ideas y tradiciones aceptables y tra
diciones que son «sim plem ente caprichosas y des
tru ctiv as p a ra la vida hum ana». ¿Qué es lo racional
en esta distinción? U na teoría del hom bre. ¿D ónde
está la substancia de su teoría del hom bre? En que
los «seres hum anos son anim ales racionales [...],
seres biológicos con la necesidad característica y
con la capacidad de pensar según principios (o con
ceptualm ente) y de acción». Esto, desde luego, es
una descripción perfecta del intelectual, pero una
p ersona con u na perspectiva algo distinta podría
objetar, m odestam ente, que la «teoría del hom bre»
de TM es sólo una entre m uchas y que los intelec
tuales sólo constituyen todavía un débil porcentaje
de la hum anidad.
Existe tam bién la idea de que el hom bre es un
e rro r del m undo m aterial, incapaz de com prender
su posición y su finalidad y «con una necesidad
característica» de salvación; existe la idea, íntim a
m ente relacio n ad a con la m encionada, de que el
hom bre es una chispa divina encerrada en una
vasija terren a, u n a «huella de oro im plantada en el
b arro», com o solían decir los gnósticos «con la
característica necesidad» de liberarse p o r la fe. Y
éstas no son precisam ente ideas abstractas: pertene
cen a form as de vida que se estru ctu raro n de
acuerdo con ellas. O tra form a de vida de este
género contiene la idea de que el hom bre quiere
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huir del sufrim iento, que el pensam iento y la activi
dad finalizada b asad a en el pensam iento son las
principales causas del sufrim iento y que el sufri
m iento sólo cesará cuando se elim inen las distincio
nes habituales y los fines usuales. El Génesis de los
H opi p resenta al hom bre en u n a arm onía inicial
con la n aturaleza. El pensar y el esfuerzo, es decir,
la m ism a «necesidad de pensam iento según princi
pios y acción» que TM pone en el centro de su teo
ría del h om bre, destruyen la arm onía, los anim ales
se retiran del hom bre, la especie hum ana se divide
en razas, surgen trib u s con ideas y lenguajes dife
rentes, h asta que los individuos ni se entienden
unos a otros. Pero los seres hum anos, teniendo esa
«característica necesidad y capacidad de» arm onía
pueden su p erar la fragm entación liberándose de las
cadenas del pensam iento conceptual y de la lucha
así o rig in ad a y recu p erar el equilibrio original. H ay
num erosas ideas de este tipo y todas ellas difieren
de la «teoría» m encionada y considerada como
demostrada p o r TM . D esde luego, TM está en su
derecho de favorecer una visión o condenar otra.
Pero lo hace en una pose de racionalista y hum ani-
tarista. P retende no tener sólo anatem as, sino tam
bién arg um entos, y pretende que le m otiva su am o r
a la hu m an id ad . Un exam en de su crítica m uestra
que am bas pretensiones son espurias. Sus argum en
tos no son sino an atem as pronunciados con la
envarada retórica del erudito endiosado, y su am o r
p o r la hum anidad se detiene ju stam ente a la puerta
de su oficina.
C om o es h ab itu al entre los eruditos, TM utiliza
casos no analizad o s com o el de las m uertes de
Jonestow n p a ra asu star a su lector en lugar de
inten tar ilustrarle (los «racionalistas» germ anos uti
lizan A uschw itz y, más recientem ente, el terrorism o
ad nauseam, con el m ism o propósito). «Estos son
casos sencillos», dice TM . ¿H asta dónde puede lle
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gar tu ingenuidad? A lgunas personas, se suicidaron
librem ente, sabiendo a conciencia lo que hacían
(caso 1). O tros vacilaban, estaban indecisos, les
h ab ría gustado sobrevivir, pero se som etieron a la
presión de sus com pañeros y de sus líderes (caso 2).
Finalm ente, otro s fueron sim plem ente asesinados
(caso 3). P ara TM no existen estas distinciones.
Pero son com pletam ente esenciales p ara un análisis
aleccio n ad o r del caso. El caso 3 puede ser «fácil» si
uno prefiere h ab lar de esta form a superficial, a u n
que hay notables problem as precisam ente aquí
(¿H abría que m atar el cuerpo p a ra salvar las almas?
Los inquisidores racionales pensaban así y con
argum entos excelentes. ¿Pueden dejarse de lado
tales argum entos? ¿H em os de to m ar el m aterialism o
com o algo dem ostrado? No tengo dificultad ante el
últim o m étodo, pero ¿a dónde llevaría esto a un
racionalista, es decir, a una persona que pretende
tener razones p a ra cada m ovim iento que hace?) El
caso 1 es de nuevo «fácil», aunque no de form a que
supone TM . Desee luego, es «destructivo p a ra la
vida hum ana», pero ¿es la vida hum ana el valor
suprem o? Los m ártires cristianos ciertam ente no
p en sab an así (y ni TM ni otros racionalistas han
logrado d em o strar que estuvieran en el error).
Tenían u na opinión diferente, y eso es todo. Sócra
tes expresaba sentim ientos sim ilares cuando se sui
cidó (¡recuérdese que h abría podido ab a n d o n ar
A tenas!). Ni p o r una vez se le ocurre a TM que su
visión del hom bre no es sino u n a entre m uchas
posibles, y que él m ism o form a parte del debate, no
es su supervisor. Q ueda el caso 2: aquí estoy ple
nam ente con los que piden que la gente debe ser
protegida ante las presiones de los m iem bros del
grupo o de los líderes. Pero este «caveat» debe apli
carse tan to a los líderes religioso del tipo del Reve
rendo Jo n es com o a los líderes seculares, com o son
filósofos, Prem ios N obel, m arxistas, liberales, per
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sonas de influjo en fundaciones y sus representantes
educacionales: hay que robustecer al joven contra la
m anipulación p o r los llam ados m aestros y, sobre
to do, co n tra los racio-fascistas com o TM y sus cole
gas; de lo co n trario , estarán en peligro de p erd er su
alm a sin haber tenido una o p o rtu n id ad de conside
ra r siquiera la m ateria y de haber tenido en cuenta
sus propios deseos. N o es necesario decirlo: la edu
cación co n tem p o rán ea está lejos de co n co rd ar con
este principio.
F inalm ente quiero re fu tar un argum ento sobre la
superioridad de la ciencia que parece ser m uy p o p u
lar, pero que está totalm ente equivocado. Según
este argum ento, las tradiciones no-científicas tuvie
ron ya su o p o rtu n id ad , pero no sobrevivieron a la
com petencia de la ciencia y del racionalism o. D esde
luego, la cuestión obvia es: ¿fueron elim inadas p o r
m otivos racionales, o su desaparición fue resultado
de presiones m ilitares, políticas, económ icas, etc?
Por ejem plo, ¿se elim inaron los rem edios ofrecidos
p o r la m edicina india (que m uchos m édicos norte-
ram ericanos to davía utilizaban el siglo xix) p o r
haberse co m p ro b ad o que eran inútiles o peligrosos,
o p o rq u e sus inventores, los indios, carecían de
p o d er político y financiero? 39 ¿Se elim inaron los
m étodos tradicionales de la agricultura y fueron
sustituidos p o r m étodos quím icos p o r una superio
ridad sobre el terreno, o p o r ser la quím ica clara
m ente superior, o p o rque se generalizaron sin más
exam en los éxitos de la quím ica en otros dom inios
muy lim itados y p o rque las instituciones que a p o
yaban la quím ica tuvieron el poder de sustituir este
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brinco intelectual con coacción práctica? En m uchos
casos, la contestación es del segundo tipo: las trad i
ciones diversas de las del racionalism o y de las
ciencias fueron elim inadas no porque un exam en
racional hubiera dem ostrado su inferioridad, sino
p o rque presiones políticas (incluida la política de
ciencia) arro llaro n a sus defensores.
La referencia a oportunidades pasadas pasa tam
bién p o r alto un im portante rasgo en el desarrollo
de las ciencias: incluso refutaciones claras e inequí
vocas no sellan el destino de un interesante punto
de vista (p ara lo que sigue, cf. C SL, páginas 115 y
siguientes): la idea del m ovim iento de la tierra fue
exam inada y refutada en la A ntigüedad, pero
reto rn ó y arro lló a sus arrolladores. La teoría a tó
m ica se in tro d u jo (en O ccidente) p ara «salvar»
m acrofenóm enos, com o el del m ovim iento. Fue
superada p o r la filosofía, m ás sofisticada en los
aspectos dinám icos, de los aristotélicos; regresó con
la revolución científica, tuvo que retroceder al des
arro llarse las teorías de la continuidad, volvió de
nuevo a fines del siglo xix y experim entó un nuevo
retroceso con la com plem entariedad. La lección a
sacar de ejem plos de este género es que un re tro
ceso tem poral en una ideología, u n a teoría o una
tradición no debe tom arse com o fundam ento p ara
elim inarlos 39°. U no advertiría tam bién chocantes y
b astan te incóm odas sem ejanzas entre esta argum en
590 L os teólogos católicos y p ro testa n tes se han hecho m uy
h u m ild e s a n te la s c ie n c ia s . S u p o n e n q u e los a r g u m e n to s
científicos c o n tra un d e te rm in a d o p lan team ien to pueden a ca b ar
con dich o p u n to de vista de u n a vez p a ra siem pre y q u e nadie
g a n aría n a d a p rosiguiendo su defensa. Pero si los científicos no
a ce p ta n el veredicto de sus colegas, si c o n tin ú a n tra b a ja n d o
ideas d e sa cre d ita d as y si su testaru d ez les conduce ocasio n al
m ente a un gran éxito, entonces ¿por qué debería detenerse a los
teólogos, so b re to d o si ellos poseen no sólo u n a m etodología,
sino tam b ién u n a visión del ho m b re, un ingrediente que d esg ra
ciad am en te fa lta en la ciencia? P a ra m ás detalles so b re el tem a
a rrib a m encionado, cf. vol. I, cap. 8, de mis Philosophical Papers.
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tación y com en tario s com o los que hacían los nazis
después de su triu n fo de 1933: el liberalism o ha
tenido ya su o p o rtu n id ad , ha sido superado p o r
nuevas fuerzas que han p ro b a d o así su excelencia.
Finalm ente, b asta con que los ciudadanos elijan las
tradiciones que ellos prefieren. La dem ocracia, la
fatal incom pletud de to d a crítica, el descubrim iento
de que el pred o m in io de u n a m anera de ver nunca
es ni ha sido el resu ltado de una aplicación exclusi
vista de los principios defendidos p o r dicho m odo
de ver, to d o esto sugiere que los intentos de revivir
tradiciones antiguas y de intro d u cir nuevas perspec
tivas anticientíficas han de ser acogidos com o al
com ienzo de u n a nueva era de ilustración donde
nuestra acción sea guiada p o r cierta dosis de visión
y no sim plem ente p o r eslóganes piadosos y con fre
cuencia totalm ente enajenados m entalm ente.
5. R A ZO N Y P R A C T IC A
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quizá tam bién un poco a W eber y A dorno, y vuelve
a no so tro s sólo cu ando hayas com enzado a exam i
n ar seriam ente la sociedad.
Yo adm ito , sin m ás, que mis observaciones sobre
ciencia y política son incom pletas y que no llegan ni
a un tosco esbozo. Esto parcialm ente se debe al
p ro p ó sito que yo m ism o me he fijado. Mi intención
no era desarrollar una nueva teoría del conoci
m iento y de la sociedad, sino m o strar la fatal debi
lidad de u n a vieja teoría. P ero yo tam bién expliqué
que, y p o r qué, no podem os tener más. C om o he
sub ray ad o en T C M y en C SL (EFM), y com o he
vuelto a arg u m en tar en la sección 2 del presente
ensayo, no puede haber ninguna teoría del conoci
miento y de la ciencia que sea a la vez adecuada e
informativa prescindiendo de qué ingredientes socia
les, económicos, etc., quiera uno añadir a la teoría.
Yo ofrecí dos razones de esta situación. El m undo
en que vivimos es dem asiado com plejo para ser
com prendido p or teorías que obedecen a principios
(generales) epistem ológicos. Y los científicos, los
políticos —cualquiera que intente com prender y /o
influir al m undo— , teniendo en cuenta esta situa
ción, violan reglas universales, abusan de los con
ceptos elaborados, distorsionan el conocim iento ya
obtenido y d esbaratan constantem ente el intento de
im poner una ciencia en el sentido de nuestros epis-
tem ologistas. El proceso, en un alto grado, es
inconsciente, com o puede verse en los m uchos
intentos p o r p resentarlo com o algo realizado en
con fo rm id ad con las «leyes de la razón»: «subjeti
vam ente», la m ayoría de los científicos obedece a
reglas estrictas y sin piedad. «O bjetivam ente» p ra c
tican un arte o un oficio. Yo no niego que las con
diciones que influyen sobre habilidades en el des
em peño de un oficio pu ed an ser descritas y que
puedan explicarse sus efectos. Pero la explicación
consiste en cam biar al interro g ad o r hasta que llegue
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a ser capaz de p a rtic ip a r en la habilidad que quiere
explicar y en usar las historias que llegan así a su
m ente, y no en u n a deducción a p a rtir de principios
«objetivos» que no presuponen un dom inio de tal
habilidad (cf. Phil. Papers, volum en II, páginas 5 y
siguientes). T am poco quiero negar a las artes un
puesto den tro de las ciencias; to d o lo co n tra rio , me
parece que lós artistas han resuelto problem as que
todavía confunden a serios pensadores objetivos
(por ejem plo, cóm o cap tar la subjetividad de una
persona de u n a fo rm a que la haga accesible a
otras), y que sus m edios de presentación son m ucho
m ás ricos, m ucho m ás adaptables y m ucho más
realistas que los estériles esquem as que uno puede
en c o n trar en las ciencias sociales. Pero los críticos,
al n o ta r la po b reza de mis sugerencias positivas,
apenas han pensado en las artes; lo que ellos desea
ban eran teorías científicas y program as políticos
basados en la ciencia. Y aquí es donde se aplican en
to d a su fuerza mis objeciones: el desarrollo de la
ciencia, su relación con las condiciones externas,
sean ideas o circunstancias m ateriales, tales com o
las exigencias de gu erra, sólo pueden ser determ ina
das de una fo rm a práctica, p o r ejem plo, p o r científi
cos y generales que colaboren, en un determ inado
tiem po, con un cierto objetivo; y los resultados de
tal colaboración no p o d rán pasarse p o r alto. Pode
m os describirlos después de que se ha concluido el
proceso, pero todo intento de generalizar esta des
cripción y convertirla en una teoría del cam bio
científico debe fracasar. ¿Por qué? Porque el resul
tad o depende de condiciones que son en parte
«objetivas» (por ejem plo, propiedades de los m ate
riales), pero que tam bién contienen un am plio com
ponente «subjetivo» (por ejem plo, el tem peram ento
de un particip an te). A m bas condiciones pueden
perm anecer estables du ran te largos períodos de
tiem po, pero la estabilidad de las relaciones ab strac
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tas causadas p o r ello no m uestran que hayam os
en contrado p o r fin la naturaleza de la R azón Cien
tífica; sólo m uestra que el espíritu del m undo a
veces duerm e.
Así que no soy yo quien tiene dem asiada con
fianza en el p o d er de la teoría y del esfuerzo del
espíritu hum ano, sino mis contrarios. Ellos escriben
libros que in ten tan ap reh en d er la ciencia y el racio
nalism o desde fu era, y luego sugieren reform as
sobre la base de los m odelos obtenidos. Ellos creen
que debe ser posible desem brollar y do m in ar la
ciencia, el capitalism o, el im perialism o y m uchas
o tras cosas con la ayuda de alguna bonita teoría
pequeña; ellos me piden que lea libros p a ra que lle
gue a co m p ren d er m ejor el papel social de la cien
cia, m ientras que yo he intentado dem ostrar que la
práctica científica y la teoría filosófica difieren ya
en casos tan sim ples com o el surgim iento de la teo
ría de la relatividad o de la m ecánica cuántica.
C onfían en el po d er de la razón en áreas donde
sólo puede obstaculizar el progreso, y dudan de ella
donde p o d ría realm ente ayudar.
P orque la inteligencia y las ideas que vienen con
ella tienen m ucha m ás influencia de lo que suponen
los apóstoles de u n a visión m ás com pleja de la his
toria. M ás del 30 % de los ciudadanos de los E sta
dos Unidos superan actualm ente el pugilato de la
capacitación a estudios superiores. La indoctrina
ción que reciben deja huellas claras y precisas. Es
verdad que m uestra m uy poco de la calidad de la
m ism a inteligencia; to d o lo que m uestra son sus
reflexiones toscam ente distorsionadas en las oficinas
universitarias, sus corredores y aulas, pero sigue
creando la im presión de que ha sido una cierta
fo rm a de pensar lo que ha hecho del m undo lo que
es hoy. Precisam ente aquellos autores tan fascina
dos p o r las fuerzas sociales, y que se m ofan de los
poderes del pensam iento puro, sólo raras veces
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intentan vigilar de cerca dichas fuerzas. Ellos no
participan en las prácticas que pretenden haber
creado, no perm iten que ellas guíen su pensam iento,
no, perm anecen hundidos en sus pupitres, en sus
oficinas, en sus bibliotecas, en sus buhardillas, y allí
escriben ensayos y libros donde la fatal incom pletud
de los m étodos p uram ente intelectuales se m uestra
con argum entos brillantes e irrisión m ordaz. El
gran respeto que precisam ente la gente crítica m ani
fiesta ante los expertos se m uestra en la angustiada
reverencia con que m uchos de ellos aceptan el juicio
de sus m édicos y cum plen sus órdenes. U na persona
que acab a de o ír que él, o ella, debe ser o p e ra d a de
cáncer; que es in fo rm ad a de su tragedia en la
atm ósfera carcelaria de un hospital m oderno donde
uno se p regunta, donde uno nunca sabe exacta
m ente lo que sucede pero cum ple toda orden reci
bida; una p ersona que busca consuelo y fortaleza
p ara enfrentarse con lo inevitable en un psiquiatra
(p alab ra de m édico = juicio divino); este paciente
apenas es ya u na persona; indefenso y consum ido
p o r el tem or, él o ella es sim plem ente el objeto de
las m aquinaciones de torturadores expertos 40.
A hora bien, si u no explica que todo este circo del
destino no es algo inevitable; que es el p roducto
falible de seres hum anos; que parece sólo im presio
nante p o r el excelente trab a jo de relaciones públicas
y la buena gestión del escenario; si uno añade que
la gente que h ab ita el circo, aunque conozca algu
nos buenos trucos (recosido de m iem bros heridos,
incluido el pene), usa tales trucos m ucho m ás allá
de su dom inio de aplicabilidad (cortando, que
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m ando, serran d o al m enor pretexto, usando im pre
sionantes m aquinarias p ara achaques triviales; muy
p ro n to tendrem os una m áquina-de-extracción-de-
astillitas-de-un-m illón-dólares), que con m ucha fre
cuencia no saben ni de lo que hablan, pero que
o cu ltan su ignorancia con u n a tan d a de tests aquí,
algo de cirugía ex p loratoria allá, sólo para d ar la
im presión de que están al cabo de todo; que a
m enudo rechazan procedim ientos inofensivos (dieta
en el caso de cáncer), sin exam inarlos siquiera y sin
la m ás m ínim a curiosidad; que los éxitos de la
m edicina científica en conjunto son un tem a b as
tante quisquilloso, precisam ente en el dom inio
donde pretende ser plenam ente com petente; que
existen estudios que m uestran fallos totales en cier
tas áreas (fallo total práctico, pues la teoría puede
seguir en su apacible sendero); que «el m étodo cien
tífico» a que se apela en caso de dificultad sim ple
m ente no existe; que en m edicina, lo m ism o que en
cualquier o tro cam po, los deficientes m entales supe
ran con m ucho el n úm ero de la gente inteligente; si
uno explica todas estas cosas a la víctim a o a la víc
tim a planeada, entonces el poder institucional de las
sociedades médicas no h ab rá dism inuido en un
ápice, pero uno h ab rá elim inado la angustia, la
im presión de inevitabilidad, y h ab rá ayudado a un
ser h um ano en su esfuerzo p o r seguir siendo una
persona con dignidad y respeto propio, aun en
situaciones de auténtica prueba. Los científicos
sociales m uestran poco conocim iento de la n a tu ra
leza h u m an a al dejar de lado estos aspectos y to d a
vía m enos com pasión al p roponer que se pase a
otros tem as pretendidam ente m ás im portantes.
H oy, cuando la «form a correcta de pensar» desem
peña un papel tan im portante y cuando sus preten
didos resultados tienen tal au to rid ad , u n a ilusión
m eram ente intelectual es m ucho más que un lujo.
N o sólo sum inistra inform ación, sino que ayuda
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tam bién a la gente a resistir los intentos de los polí
ticos, cardenales, cirujanos y físicos nucleares que
quieren convertirla en dóciles instrum entos de sus
m aquinaciones. Y cuando el tem a llegue a co n o
cerse m ejor y cada vez m ás gente em piece a consul
ta r a curanderos en vez de a fontaneros científicos
del cuerpo, entonces tam bién se irá erosionando el
poder social de la m edicina científica.
T om em os o tro ejem plo. Un prisionero, al que
exam ina un p siq u iatra de la prisión y le dice que
sus tendencias antisociales están relacionadas con
sucesos en p arte dolorosos, en parte incom prensi
bles de su niñez, está som etido a u n a gran presión
psicológica y física 41. Parecen inevitables cam bios
de perso n alid ad . A quí, de nuevo, algunas ideas
sobre las lagunas, y, quizá, la com pleta vacuidad de
la p siq u iatría científica, po d rían au m en tar su m ar
gen de libertad 42.
C onsidérese, adem ás, a personas que particip an
en culturas diferentes, com o Josephus Flavius, el
h isto riad o r 43, los intelectuales de H aití, o jóvenes
indios a que se obliga al conflicto y que sufren de
él 44. Las ventajas, p o r un lado —ciencia occiden
tal— , parecen ap o yarse en una com binación única
de principios filosóficos y de éxitos prácticos: el
pensam iento y la m ateria se com binan de una
form a tal que p erm ite llegar a grandes ideas y a
resultados prácticos terroríficos, especialm ente en el
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dom inio de la guerra 45. Si uno m uestra que el com
ponente intelectual es m ucho más débil de lo que
pretenden los apóstoles de la racionalidad, si uno
explica que no puede existir p o r sí m ism o, que los
llam ados argum entos en su favor son engaño y sus
principios m itos, si uno recuerda a sus potenciales
seguidores que los m ism os resultados prácticos son
m ucho más restringidos de lo que se anuncia y que
deben ser exam inados en cada caso (la habilidad en
la construcción de cañones no im plica una excelente
m edicina; los éxitos en la elim inación de plagas no
van m ano a m ano con la habilidad p ara cu rar el
cáncer), entonces surgirá la posibilidad de utilizar
las ventajas del racionalism o occidental, sin destruir
al m ism o tiem po los valores tradicionales 46. D esde
luego, to davía no poseerem os una teoría de la cien
cia, o del im perialism o, pero tendrem os algo m ucho
m ás im p ortante: habrem os reducido la presión psi
cológica del éxito (parcial), habrem os reconocido
que hay m ás de u n a m ísera m anera de hacer las
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cosas, y así habrem os abierto el cam ino a sueños
que h asta ah o ra no tenían posibilidad de llegar a
realizarse.
C on esto, vuelvo ah o ra a la objeción que afirm a
que yo digo m uy poco sobre cóm o puede usarse
esta libertad recién conquistada. Esto es com pleta
m ente cierto, pero ya he expuesto mis razones.
Vivir es un ofició que sólo puede ser com prendido
p o r los que lo p ractican, y lo m ism o puede decirse
de la política. Yo no creo que los planes políticos
deban desarrollarse desde deseos, observaciones o
ideas que se originan independientem ente de la
realidad (social, psicológica, física) que hay que
reform ar, com o resultado de un raciocinio «obje
tivo» sobre dicha realidad, y dudo de que acciones
pertinentes puedan discutirse independientem ente de
las intuiciones y em ociones que las guiarían dentro
de los en to rn o s pertinentes. D esde luego, una discu
sión ab stracta tiene resultados; tenem os ah o ra teo
rías, ideas, planes, argum entos y, quizá, incluso
algunos principios sobre el juicio m oral, pero el
intento de p asa r a la realidad lo hablado conduce
siem pre a situaciones inesperadas o, si uno no las
percibe p o r estar dem asiado em bebido en la ideolo
gía m im ada, a penosas distorsiones del hom bre y de
la sociedad 47. Tóm ese el ejem plo m ás sencillo: dos
personas que se am an. A quí tenem os ya m uchos
desarrollos no previstos e imprevisibles. C om enza
mos con dos seres hum anos m ás o m enos definidos;
pero éstos cam bian, sus ideas, em ociones y deseos
se tran sfo rm an , to d o el m undo se les m uestra a una
luz distinta. ¿Quién com prende tales transform acio
nes, quién las advierte, quién sabe cóm o ac tu a r
d u ran te su curso? Los am igos y los íntim os, no teó
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ricos distantes. Volvem os a en co n trar de nuevo una
im p o rtan tísim a diferencia entre problem as ab strac
tos, tales com o los que he discutido en la sección 2,
y los problem as de la acción práctica (incluyendo
las acciones prácticas del teórico). Los problem as
surgen p o rque usam os principios abstractos (prim er
ejem plo extrem o: el U no incam biable y hom ogéneo
de Parm énides). O casionalm ente pueden resolverse
de form a ab stra cta (lo que no es enteram ente ver
d ad, pero contentém onos ah o ra con una prim era
aproxim ación). P or ejem plo, es relativam ente fácil
exponer los errores de los racionalistas m odernos
(positivistas, racionalistas críticos, m arxistas), que
pretenden h ab er en co n trad o reglas adecuadas y
fecundas p ara la investigación. Pero, si uno quiere
hacer avan zar las m ism as ciencias, entonces no bas
tan ya los arg u m en tos abstractos: uno m ism o debe
sum ergirse en la práctica del dom inio que uno
quiere hacer progresar; hay que in ten tar el Fingers
pitzengefühl * necesitado en este dom inio, lo m ism o
que un artista adquiere conocim iento y habilidades
técnicas, y la investigación sólo puede com enzar
después de que este proceso de crecim iento ha
lo grado un equilibrio tem poral. En política, la
situación es exactam ente la m ism a. Es fácil soñar
con teorías grandiosas sobre la naturaleza hum ana
y la sociedad, y es igualm ente fácil ridiculizar tales
teorías co m p arándolas con la inagotable riqueza de
la realidad y con la infinita variedad de deseos,
ideas, sentim ientos y aspiraciones del hom bre. Pero
después, la dim ensión crítica de las teorías queda
reem plazada, no p o r un esquem a m ejor o p o r ideas
m ás sofisticadas, sino una vez m ás p o r la acción.
D esde luego, no so tros nunca actuam os sin pensar;
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pero las ideas que usam os al actu ar han superado el
test de la práctica; h an sido m odificadas p o r em o
ciones, deseos, sueños de quienes participan en la
acción (E F M , p ág in a 153 y siguientes), lo que signi
fica que han ab so rb id o u n a gran parte de la subjeti
vidad de los agentes. E sta es, p o r tan to , la razón
p o r la que no tengo n ad a que decir sobre proble
m as políticos, éticos, estéticos, científicos, etc.: una
discusión abstracta de las vidas de gentes que no
conozco, y cuya situación no me es fam iliar, no es
sino una pérdida de tiempo.
Tam bién es algo impertinente. N o teniendo fam i
liaridad con las condiciones en que viven esos
extraños, con la m an era en que tales condiciones se
les m u estran a ellos m ism os, no teniendo experien
cia directa de sus sueños, tem ores o deseos, yo
rehúso co n stru ir mis propios estándares, mis form as
de ver las cosas, mi presunto conocim iento (grande
o pequeño, esto no im porta); en una p alab ra,
rehúso poner com o base de diagnóstico y sugeren
cias «objetivos» mi p ropia y m uy lim itada hum ani
dad. (Sólo gente m uy ingenua o muy intolerante
puede creer que un estudio de la « naturaleza del
hom bre» es algo superior a contactos personales,
tan to en la vida priv ada propia com o en la polí
tica.) J u tta , que tiene un nom bre de jum er, pero
que fácilm ente alcanza el nivel de chauvinism o de
sus m ás fogosos colegas académ icos m asculinos,
dice que carezco de corazón e im aginación. T odo lo
contrario: yo puedo im aginarm e que hay situaciones
en las que nunca he pensado, que no están descritas
en libros, que nunca han sido encontradas p o r los
científicos y que si se vieran confrontados con ellas
no reconocerían, y creo que tales situaciones tienen
un aspecto distinto p ara personas diferentes, que las
afectan de form a diversa, que suscitan diferentes
tem ores y esperanzas y tengo corazón para som eter
mis sospechas distantes a las im presiones de los
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directam ente afectados. J u tta dice que debería
«exam inar», y con «respeto», lo que yo conozco.
¿Exam inar? Si yo am o a una m ujer y quiero com
p a rtir su vida en provecho p ro p io y de ella, enton
ces no debo «exam inar» esa vida ni respetuosa
m ente ni con desdén; debo in ten tar participar en
ella (supuesto que ella me lo perm ita), de fo rm a que
pueda com prenderla desde dentro. H aciéndolo, me
transform aré en u na nueva persona con ideas nue
vas, con sentim ientos nuevos, con nuevas form as de
ver el m undo. N aturalm ente, yo podré seguir
haciendo sugerencias, pero sólo después de que haya
ocurrido el cambio y sobre la base de las nuevas
sensibilidades creadas con él. La política, bien com
pren d id a, tiene m ucho en com ún con el am or; res
p eta a las gentes, considera sus deseos personales,
no las «estudia», sino que in ten ta com prenderlas
desde d en tro y une sugerencias de cam bio con las
ideas y em ociones que fluyen de tal com prensión.
Tal com prensión personal y puram ente subjetiva es
lo que decide el asunto, no las teorías políticas
«objetivas». Pero el h áb itat de J u tta parece ser el de
los pasillos de la vida académ ica. Así, ¿por qué no
tra ta r con lo que ella encuentra allí? ¿Por qué no
in ten tar log rar m ejores salarios p ara sus am igos y
colegas? (El dinero parece estar muy cerca de su
corazón, com o se advierte p o r sus envidiosas obser
vaciones sobre mis dos puestos de trab ajo .) En vez
de suponer tales cosas, si usara su corazón y su
im aginación p ara «respetuosos» «exámenes» podría
ser capaz de en tender las vidas de los cam pesinos
de la P rovenza, o de los esqim ales, o de los an cia
nos clérigos b áv aros 48. P or o tro lado, quizá se me
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perdone si al enfren tarm e con vanos sueños com o
los del criticism o yo me refugie en la realidad de un
m elodram ático serial o de una función de teatro; si
es necesario, incluso con la ayuda de un taxi.
6. E LE M E N T O S D E UN A S O C IE D A D LIB R E
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to d o respeto pro p io y autocontrol, se revuelcan en
la verdad com o cerdos en el fango; sólo tengo des
precio p ara todos los bellos planes de esclavizar a la
gente en nom bre de D ios, de la verdad, de la ju sti
cia o de o tras abstracciones vacías, especialm ente
cuando los que p erp etran tales delitos son dem a
siado cobardes p a ra acep tar la responsabilidad y se
o cultan d etrás de la «objetividad» de lo que preten
den im ponernos. M uchos de mis lectores parecen
considerar tales m aquinaciones com o u n m étodo
muy norm al; si no, ¿cómo podré explicar que lean
mis p ropuestas de dicha form a? Pero las observa
ciones que he hecho ocasionalm ente de form a
totalm ente incom pleta sobre E stado, ética, educa
ción y el negocio de la ciencia deben p ro b arse pri
m ero en la subjetividad de la gente a que se dirigen.
Son opiniones subjetivas, no una guía objetiva. No
se dirigen a instituciones influyentes, a grupos de
p o d er político, a líderes intelectuales, y, cierta
m ente, no p retenden ofuscar las alm as esclavas de
potenciales «pupilos», se dirigen a gente de cuya
situación tengo una vaga idea, cuyos problem as
creo p o d er en ten d er en cierta m edida; yo les hablo
con la esperanza de que esto increm ente su libertad
e independencia, incluyendo independencia ante mis
propias sugerencias.
L a objeción de que prim ero debe enseñarse a la
gente el correcto uso de la libertad sólo refleja el
engreim iento y la ignorancia de los que la hacen,
po rque el problem a fundam ental es: ¿quién puede
h ab lar y quién debe perm anecer callado? ¿Quién
tiene conocim iento y quién es m eram ente un obsti
nado? ¿Podem os confiar en nuestros expertos, en
nuestros físicos, filósofos, senadores y educadores?
¿Saben ellos de qué hablan, o sim plem ente quieren
m ultiplicar su p ro p ia y m ísera existencia? ¿Tienen
nuestras grandes cabezas, tienen P latón, L utero,
R ousseau, M arx algo que ofrecer, o es la reverencia
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que sentim os ante ellos un m ero reflejo de nuestra
credulidad?
Estas son cuestiones que nos afectan a todos, y
todos debem os p articip ar en su solución. El estu
d iante estúpido y el más ladino cam pesino, el más
h o n rad o servidor de la sociedad y su m ujer que
hace tan to tiem po sufre, personalidades de la vida
académ ica y perreros, asesinos y santos, todos ellos
tienen el derecho de decir: m irad aquí, yo tam bién
soy h um ano; yo tam bién tengo ideas, sueños, sen
tim ientos, deseos; yo tam bién he sido creado a im a
gen de D ios, pero vosotros nunca me prestáis la
m á s m ín im a a t e n c i ó n e n v u e s t r o s p r e c io s o s
cuentos 49.
La im p o rtan cia de cuestiones ab stractas, el con
tenido de las respuestas que se les han d ad o , la
calidad de vida entrevista en estas contestaciones,
todas estas cosas sólo pueden decidirse si todos
pueden p artic ip a r en el debate y si se les anim a a
exponer sus p u n to s de vista sobre la m ateria. El
m ejor y m ás sencillo resum en de esta posición se
encuentra en el gran discurso de P rotágoras (P la
tón, Protágoras, 320c-328d): los ciudadanos de A te
nas no necesitan que se les instruya en su idiom a,
en la práctica de la justicia, en el tratam ien to de los
expertos (señores de la guerra, navegantes, arquitec
tos): al haber crecido en una sociedad abierta donde
la instrucción es directa y no m ediada y p ertu rb ad a
p o r educadores, ellos han aprendido todas estas
cosas de n ada, sim plem ente. Sin em bargo, la o tra
objeción de que los E stados y las iniciativas de ciu
dadanos no surgen inesperadam ente, sino que
deben ser puestos en m ovim iento p o r acciones
intencionadas, es fácil de contestar: perm ítase al
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o b jeto r iniciar u n a iniciativa de ciudadanos, y
p ro n to en co n trará lo que necesita, lo que fom enta
sus fines am b icio n ados, lo que obstruye, h asta qué
p u n to sus ideas son una ayuda a otros, h asta qué
p u n to les estorban, etc. 50.
E sta es, pues, mi respuesta a las diversas críticas
de «mi» « m o d elo » p o lític o . El m o d elo es vago
— ello es cierto — , pero la vaguedad es necesaria
p o rq u e se p resum e que « h ará sitio» (E F M , pági
na 160) a las decisiones concretas de los que lo
usen. El m odelo recom ienda una igualdad de trad i
ciones: prim ero debe com probarse esta propuesta
en las tradiciones e iniciativas de ciudadanos p ara
las que ha sido p ensado y nadie puede prever los
resultados. Los conflictos se trata n , no con una
«educación», sino con las fuerzas de policía. M arg
h erita von B rentano in terp reta las últim as sugeren
cias com o im plicando que los ciudadanos sólo pue
den hablar, y quizá escribir, pero que sus acciones
están gravem ente lim itadas, y otros críticos han
levantado desesperados sus brazos: H ablan de poli
cía, de liberales y de m arxistas com o si se fueran a
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m ojar los calzones. Pero éste es precisam ente el
erro r descrito arrib a. P orque la policía no es un
agente externo que vaya em pujando a la gente de
un lado p a ra o tro ; es introducida por los m ism os
ciudadanos, consta de ciudadanos y sirve a sus nece
sidades (cf. mis co m entarios sobre la gu ard ia de
protección de los Black M uslims en EFM , páginas
162 y 297). Los ciudadanos no sólo piensan; tam
bién deciden sobre su entorno, incluyendo asuntos
de policía. Yo sim plem ente sugiero que es más
h um ano regular el co m portam iento con restriccio
nes exteriores — éstas pueden elim inarse fácilm ente
si se co m p ru eb a que n o son prácticas— que el
m ejorar las alm as. P orque, suponiendo que tuvié
ram os éxito en im p lan tar el Bien en todos, ¿cómo
seríam os capaces entonces de volver jam ás al Mal?
7. BIEN Y M AL
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p alab rería y sobre ella se han construido sistem as
filosóficos enteros. A lgunos de estos sistem as
hablan de cualidades «objetivas» y de «deberes
objetivos» p ara m antener o destruir dichas cualida
des. Sin em bargo, la cuestión no es cóm o h ablar
sino qué co ntenido puede darse a nuestra palabre
ría. Y todo lo que podem os en co n trar al intentar
identificar ciertos contenidos son diversos sistem as
que afirm an diferentes conjuntos de valores con
n ad a m ás que nuestras inclinaciones p a ra decidir
entre ellos (C S L , p arte I). A hora bien, si una incli
nación se co n trap o n e a o tra inclinación, al final la
inclinación m ás fuerte g anará, y esto es lo que sig
nifican los bancos, o los libros más gordos, o los
educadores m ás decididos, o los cañones más gran
des. A hora, lo m ás significativo en el D erecho y en
O ccidente parece ser favorecer a la gente que p ro
fesa defender valores hum anitarios, y así queda
resuelta la cuestión. Esta, entre paréntesis, fue una
de las lecciones que yo ap ren d í de la vida de Remi-
gius, el inquisidor. M argherita von B rentano, que
m enciona mi referencia a él, ha sido suficientem ente
am able com o p ara no suponer que yo estaba
p idiendo u n a resurrección de la brujería y de las
persecuciones de brujas. N aturalm ente, no es ésa mi
intención. T am p o ca creo que yo fuera un silencioso
testigo de tales persecuciones 51. Pero mi explicación
sería que el tem a no me agrada, y no que es algo
intrínsecam ente m alo y basado en ideas retrógradas
sobre el universo. Tales expresiones superan con
m ucho lo que puede fundam entarse en las mejores
intenciones y en los argum entos. Prestan al que las
usa una au to rid ad que él sencillam ente no posee. Le
colocan del lado de los ángeles, cuando to d o lo que
hace es expresar sus opiniones personales. Parece
51 Al a rg u m e n ta r a h o ra d e n tro de u n a trad ició n p a rtic u la r no
e n tro en conflicto con mi a n te rio r afirm ación de que d eberían
darse iguales derechos a to d as las tradiciones.
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que es la m ism a verdad la que le acom paña cuando
es una m era opinión lo que guía sus acciones, y una
opinión m uy m al argumentada en este punto. Existen
cantidades de argum entos contra los átom os, el
m ovim iento de la T ierra, el éter del siglo xix, cosas
to d as que, aunque refutadas, han vuelto a la escena.
La existencia de D ios, el dem onio, el cielo y el
infierno nunca ha sido atacada con razones p o r lo
m enos m edio decorosas. Así, si yo quiero elim inar a
Rem igius y el espíritu de su época, desde luego
puedo com enzar a hacerlo, pero debo ad m itir que
los únicos in stru m en tos de que dispongo son el
poder, la retórica y el agradable sentim iento de
estar en el lado de la verdad.
Si, p o r o tra p arte, acepto sólo razones «objeti
vas», entonces la situación me obliga a ser tole
rante, porque no existen tales razones, ni en éste ni
en o tro s casos (cf. C SL , p artes I y II, cap ítu lo 3 de
EFM). R em igius cree en D ios, cree en una in m o rta
lidad, cree en el infierno y en sus torm entos, y tam
bién cree que los niños de las brujas que no son
quem adas term in arán en el infierno. Y él no sólo
cree en estas cosas, sino que a p o rta tam bién argu
m entos. N o arg u m en ta a nuestro m odo, y su evi
dencia (la Biblia, las afirm aciones de los Padres de
la Iglesia, las decisiones de los Concilios) no es lo
que n o sotros llam aríam os hoy evidencia. Pero esto
no significa que sus ideas carezcan de substancia.
Porque ¿qué es lo que tenem os p ara oponerle? ¿La
creencia de que existe un m étodo científico y que
éste ha llevado al éxito? La prim era p arte de esta
creencia es falsa (cf. de nuevo sección 2); la segunda
p arte es, desde luego, correcta, pero debe com ple
tarse con el com entario de que se han dad o y
siguen dándose m uchos fallos, así com o que los éxi
tos ocurren en un estrecho dom inio que apenas
llega a to car lo que está en discusión (p o r ejem plo,
el alm a queda com pletam ente olvidada). Lo que cae
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fuera del dom inio, com o la idea del infierno, es
algo que nunca fue examinado, excepto de la form a
m ás superficial; se han perdido lo m ism o que los
logros científicos de la A ntigüedad se perdieron en
los prim eros cristianos. D e n tro del m arco de este
pensam iento, Rem igius actú a com o un ser hum ano
responsable y racional, y h ab ría que elogiarlo. Si
nos repelen sus ideas y som os incapaces de darle lo
que le debem os, entonces tenem os que reconocer
que no existen ab so lutam ente argum entos «objeti
vos» p ara ap o y ar nu estra repulsión. Podem os, n a tu
ralm ente, decir m uchas cosas, y éstas pueden con
co rd ar m u tu am en te de una form a muy herm osa,
pero no podem os co nstruir con esta p alabrería nin
gún puente a Rem igius y, apelando a su razón,
traerle p o r él a n u estro lado. P orque él usa su
razó n , pero con un fin diferente, de acuerdo con
reglas diferentes y sobre la base de una evidencia
diferente. No hay escapatoria: cargam os con la
plena responsabilidad de no ac tu a r com o lo hizo
Remigius, y no hay valores objetivos que nos
defiendan si descubriéram os que nuestras acciones
han llevado al desastre.
P o r o tro lado, no olvidem os que nuestros tiem pos
tam p o co carecen de inquisidores, aunque no los
encontram os en la teología, sino en las ciencias, en
la m edicina, en la educación, en la teoría política.
Basta m irar a los m édicos que cortan, envenenan, o
som eten a radiaciones a gente sin haber estudiado
m étodos alternativos de tratam ien to que son bien
conocidos, que no tienen consecuencias peligrosas y
que pueden ap elar a sus éxitos. No vale la pena
experim entar tales m étodos (¿no vale la pena inten
ta r m antener vivos a los niños de las brujas?). Vale
la pena p ro b ar. P ero considerando tales sugeren
cias, nuestros inquisidores m odernos sólo tienen
una respuesta: ¡Anathema sint! O perm ítasenos
exam inar los esfuerzos de nuestros educadores, a
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quienes de añ o en añ o se les suelta sobre la genera
ción joven y que han aprendido muy bien a disim u
lar su estupidez n atu ral, su intolerancia y presun
ción tras u n a term inología científica 52. El espíritu
de Rem igius, mi querida M argherita von B rentano,
sigue vivo entre n o sotros, en la econom ía, en la
pro d u cció n y uso (abuso) de la energía, en la ed u
cación, en las ciencias. La única diferencia im por
tante es que Rem igius actuaba p o r razones humani
tarias (quería salvar a los niños pequeños de la
condenación eterna), m ientras que sus sucesores
m odernos sólo se preocupan de su «integridad pro
fesional». No sólo les falta perspectiva: también les
fa lta humanidad. A mí no me gustan, pero mis
razones, de nuevo, no son norm as objetivas, sino
sueños de una vida m ejor. Si uno com bina tales
sueños (los que yo tengo) con una idea de valores
objetivos (que yo rechazo) y denom ina el resultado
u na conciencia m oral, entonces no tengo conciencia
moral, afo rtu n ad am en te, porque, diría yo, la m ayo
ría de la m iseria de nuestro m undo, guerras, des
trucción de alm as y cuerpos, carnicerías sin fin, son
algo causado no p o r individuos m alos, sino por
gente que objetiviza sus deseos m ás personales e
inclinaciones y así los hace inhum anos.
Esto, entre paréntesis, es la única cosa que parece
haber advertido Agassi en su extraño estallido.
Agassi dice que quiere expresar la verdad. Algo
muy bo n ito en él, pero que no nos alivia m ucho.
P orque los críticos de su o b ra científica han n o tad o
ya hace tiem po que él ra ra vez sabe de qué habla,
incluso cuan d o in ten ta contarnos la verdad 53. Su
artícu lo confirm a esta im presión. Dice que yo entré
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de v o lu n tario en el ejército alem án: se me reclutó.
Dice q ue intenté o lvidar los aspectos m orales y
políticos de la Segunda G u erra M undial: no háblé
de ellos. Dice que yo idolatré a P opper. Es cierto
que me gusta id o latrar a la gente, me gusta ser
capaz de m irar desde abajo a alguien, adm irarla o
adm irarle, tom arle com o ejem plo, p ero P opper no
es de la m ad era de que se hacen los ídolos. Agassi
me llam a discípulo de Popper. Esto es verdad en un
sentido, y com pletam ente falso en otro. Es verdad
que yo asistí a las clases de P opper, asistí a su
sem inario, ocasionalm ente le visité y hablé con
o tro s estudiantes en la L ondon School o f Econo-
mics. No lo hice p o r mi p ro p io deseo, sino porque
P opper era mi supervisor: una condición de mi
estancia en In g laterra era que trab a jara con él. No
elegí a Popper p ara esta tarea: yo había elegido a
W ittgenstein. Pero W ittgenstein m urió y P opper era
el siguiente ca n d id a to en mi lista. ¿Tam poco se
acu erd a Agassi de cuántas veces me rogó, de ro d i
llas, que a b a n d o n ara mi reservatio mentalis p ara
que me entregara totalm ente a la filosofía de Pop-
per y especialm ente que desperdigara cantidades de
no tas de pie de p ágina con P opper en todos mis
ensayos? Lo últim o lo cum plí 54 — bueno, yo soy un
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tipo bon d ad o so y totalm ente dispuesto a ayudar a
los que parece que sólo existen cuando ven su
nom bre im preso— , pero no cum plí lo prim ero: al
final del añ o de que habla Agassi (1953), P opper
me pidió que fuera su asistente; dije que no, a pesar
del hecho de que no disponía de ningún dinero y
tenía que ser alim entado una vez p o r uno, o tra vez
p o r o tro , de mis am igos que sí disponían de él.
Agassi cu en ta tam bién algunos de los rum ores que
cenvertían la vida en el círculo popperiano en u n a
experiencia tan agradable: dice que P opper afirm ó
que ya había lam en tado u n a vez, llorando, haber
particip ad o en la Segunda G u e rra M undial. Esto es
com pletam ente posible —soy una persona em ocio
nal y he hecho m uchas cosas estúpidas en mi vida— ,
p ero es m uy poco probable: jam ás discuto tem as
personales con extraños y, adem ás, no había nada
que lam entar, excepto quizá la insuficiente inteli
gencia m o strad a en el intento de escapar al reclu
tam iento. Las lágrim as —esto es m ás pro b ab le—
serían lágrim as de aburrim iento que fluyeron
b astan te librem ente durante mis visitas al m aestro.
Es un triste signo de la decadencia de los estándares
de la vida académ ica en A lem ania que u n a pieza de
desperdicios lacrim ales com o el ensayo de Agassi
haya p o d id o escribirse con la ayuda de u n a beca
que lleva el viejo, y h o norable nom bre de A lexander
von H u m b o ld t 5S. H ay sólo un pu n to donde Agassi
m uestra cierto sentido de la realidad, y esto con
cierne a nuestra discusión sobre tem as m orales. Yo
tam bién recuerdo la discusión. Agassi me pidió que
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to m ara una posición, es decir, que c a n ta ra arias
m orales. Yo me sentí muy incóm odo. P or un lado,
la m ateria parecía m uy idiota. Yo canté mi aria, el
nazi can ta su aria; ah o ra bien, ¿cuál? P or o tro lado,
sentía yo fuertem ente la irracional presión de
Auschw itz que Agassi y m uchos otros cantores
callejeros antes y después de él han utilizado des
vergonzadam ente p ara im pulsar a la gente a gestos
vacíos. ¿Qué digo yo hoy? D igo que A uschw itz no
es el problem a. El p roblem a es el tratam ien to de las
m inorías en las dem ocracias industriales; el proble
m a es la «educación», educación hacia un p u n to de
vista hum anitario, incluido el hecho de que la m ayo
ría del tiem po consiste en tran sfo rm ar a m aravillosa
gente joven en copias incoloras y farisaicas de sus
m aestros; el problem a es el colosal engreim iento de
nuestros intelectuales, su creencia de que saben pre
cisam ente lo que la hum anidad necesita y sus esfuer
zos inexorables p o r recrear a la gente a su triste
im agen y sem ejanza; el problem a es la infantil
m egalom anía de algunos de nuestros m édicos que
ch an tajean con tem ores a sus pacientes, los m utilan
y, finalm ente, los persiguen con enorm es cuentas; el
problem a es la falta de sentim iento de m uchos a u to
d en o m inados buscadores de la verdad, que to rtu ra n
sistem áticam ente anim ales, estudian sus m olestias y
reciben prem ios p or su crueldad. En lo que a mí con
cierne, no existe diferencia alguna entre los verdugos
de A uschw itz y esos «benefactores de la h um ani
dad»: en am bos casos se abusa de la vida p a ra p ro
pósitos especiales. El problem a es la falta de consi
deración de valores espirituales y su sustitución p o r
un m aterialism o o un hum anism o crudo, pero «cien
tífico»: el h om bre (es decir, seres hum anos en cuan
to en tren ad o s p o r sus intelectuales) puede resolver
todos los problem as; no necesita ninguna confianza
y ninguna asistencia de o tras agencias. ¿Cóm o
puedo to m ar yo en serio a una persona que deplora
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crím enes lejanos, pero alab a a los crim inales de su
entorno? ¿y cóm o puedo decidir un caso desde lejos
viendo que la realid ad es m ás rica que la más
m aravillosa im aginación? Ya lo sé: m uchos de mis
am igos pueden to m ar u n a decisión así con am bas
m anos atad as a su espalda; bien, ellos pueden haber
logrado u na conciencia m oral bien desarrollada.
Yo, p o r o tra p arte, quisiera considerar un p u n to de
vista d istin to d o n d e el m al es p arte de la vida, lo
m ism o que es p arte de la creación. U no no lo verá
con ag rad o , p ero tam poco se c o n ten ta con reac
ciones infantiles. U no lo delim ita, pero lo deja per
sistir en su dom inio. P orque nadie puede decir
cu án to bien contiene todavía, y h asta qué p u n to la
existencia precisam ente de la m ás insignificante cosa
buena está ligada a los crím enes más atroces.
8. A D IO S A LA R A ZO N
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H ans Peter concibió la idea de un festival PK F
(Paul K arl Feyerabend) y com enzó a enviar cartas
en todas direcciones. A lgunas de las cartas regresa
ron sin haber sido abiertas, o tras con reflexiones
sobre su salud m ental, o tras con la excusa de falta
de tiem po, p ero tam bién algunas personas decidie
ron alabarm e o m aldecirm e o realizar exorcism os
sobre mí rodeándom e con círculos de retórica. No
fue, pues, el m érito de mi o b ra el que ha p roducido
tal colección, sino el poder del alcohol.
M ucho m ás difícil es contestar a la segunda pre
gunta. M ucha gente, científicos, artistas, juristas,
políticos, sacerdotes, no hacen distinción alguna
entre su profesión y sus vidas. Si logran éxito, ello
se entiende com o u n a afirm ación de to d a su exis
tencia. Si fracasan en su profesión, creen que han
fracasado tam bién com o seres hum anos, sin im por
tarles las alegrías que puedan sentir con sus am igos,
hijos, esposas, am antes o perros. Si escriben libros,
novelas, colecciones de poem as o tratad o s filosófi
cos, esos libros se convierten en parte de un edificio
co n stru id o desde su más íntim a substancia. «¿Quién
soy yo?», se interroga Schopenhauer, y responde:
«El que ha escrito El mundo como voluntad y repre
sentación y el que ha resuelto el gran problem a del
ser». Padres, herm anos, herm anas, esposas, m ari
dos, queridas, periquitos, los sentim ientos m ás per
sonales del au to r, sus sueños, sus tem ores, sus espe
ranzas, todo esto sólo tiene significado con referen
cia al edificio que construyen, y de acuerdo a este
hecho se describe todo el resto: la m ujer, los am i
gos, los hijos crearon la atm ósfera adecuada o per
tu rb aro n al pobre chico; lo com prendieron, lo ali
m entaron, lo anim aron, le prestaron dinero, lo
ay u d aro n afanosam ente en el p a c to de los m ons
tru o s que alu m b ró , o les faltó lealtad y han hecho
aú n m ás pesada la ya grave carga de su «obra»; el
p erro lo acom pañó en sus paseos y lo entretuvo con
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sus cabriolas, o lo m an tu v o despierto en la noche
con su p lañ id era atención a la luna, y así sucesiva
m ente. E sta actitu d se encuentra m uy extendida. Es
la base de casi todas las biografías y autobiografías.
Se dio en pensadores realm ente grandes (Sócrates,
pocas horas antes de su m uerte, echa fuera a su
m ujer e hijos p a ra po der p arlo te ar sobre cosas muy
profundas con -sus estudiantes que le ad o rab an
[Fedón 60a]) 57, pero es tam bién m uy corriente entre
los roedores académ icos de hoy.
P ara mí, esta actitu d es extraña, incom prensible y
ligeram ente siniestra. C ierto que yo tam bién adm iré
un día este fenóm eno desde lejos; esperaba entonces
en tra r en los castillos desde donde residía éste y
particip ar en las guerras de ilustración que los eru
ditos caballeros de aquellos castillos, los cated ráti
cos, habían lanzado sobre to d o el m undo. O casio
nalm ente advertí, sin em bargo, los aspectos más
pedestres del asu n to , el hecho es que los caballeros
sirven a m aestros que los pagan y les dicen lo que
tienen que hacer; no son m entes libres buscando la
arm o n ía y la felicidad p ara todos, sino sirvientes
civiles (D enkbeam te —funcionarios del pensam ien
to — , p ara usar una m aravillosa palabra alem ana), y
su m anía p o r el orden no es resultado de u n a inves
tigación eq u ilib rad a, sino u n a enferm edad profesio
nal. Así, m ientras que yo utilicé plenam ente los
apreciables salarios que adquirí p o r hacer muy
poco, me p reo cu p ab a de proteger de dicha enfer
m edad a los pobres hum anos (y en Berkeley a
perros, gatos, m apaches y tam bién, de vez en
cuando, a un m ono) que venían a mis lecciones.
Después de todo — me decía a mí m ism o— , tengo
algo de responsabilidad sobre esta gente y no debo
ab u sa r de su confianza. Les co n tab a historias y
57 El paralelo en el caso de artistas es n a rra d o «con gusto»,
p ero tam bién con m ucho resentim iento, p o r C laire G oll en su
au to b io g rafía, Ich verzeihe keinem , M ünchen, 1980.
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p ro c u rab a fortalecer su natu ral testarudez y resis
tencia, p orque — pensaba— esto sería la m ejor
defensa co n tra los cantores callejeros ideológicos
con que iban a tropezar: la mejor educación consiste
en inmunizar contra toda educación organizada per
petradle.
Pero estas am ables consideraciones nunca siquiera
llegaron a establecer un lazo cerrado entre mi tra
bajo y yo. F recuentem ente, al conducir p o r la uni
versidad, ya sea en Berkeley, o bien en Zurich,
d o n d e se me paga en buenos francos suizos,co
m encé a pensar que yo era «uno de ellos», «soy un
profesor en esta U niversidad» — me decía a mí
m ism o— , «im posible, ¿cómo ha sucedido esto?».
En lo que concierne a mis llam adas «ideas», mi
actitu d es exactam ente la m ism a. A mí siem pre me
gustó el diálogo con los am igos sobre religión, polí
tica, sexo, asesinato, la teoría cuántica de la m edida
y m uchos o tro s asuntos. En tales discusiones yo
to m ab a una vez una posición, o tra vez o tra, cam
biaba de posición, e incluso la form a de mi vida, en
p arte p ara escapar al aburrim iento, en parte porque
soy an tisu g erid o r (com o advirtió K arl P opper una
vez con tristeza), y en parte p o r mi creciente con
vicción de que incluso el p u n to de vista m ás estú
pido e in h u m an o tiene sus m éritos y m erece una
buena defensa. Casi todos mis escritos — bien, per
m ítasenos llam arlos «obra»— , com enzando con mi
tesis, surgieron de tales discusiones vivas y m ues
tran el im pacto de los participantes: V ictor K raft y
los m iem bros del C írculo K raft du ran te mis prim e
ros años en Viena (cf. C SL, páginas 126 y siguien
tes; era la época en que me sentí m uy im presionado
p o r los escritos de H ugo D ingler, el convenciona-
lista alem án); K órner, Bohm , Edgley, P opper, W at-
kins, en In g laterra; Feigl y los m iem bros de su
m aravilloso C en tro (H em pel, Nagel, G rü n b au m ,
Maxwell, Putnam , Landé, Hill, Scriven y m uchos
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otros), en los E stad o s U nidos; en V iena, H ollits-
cher, uno de mis m aestros, me cam bió de positivista
cabezota en realista algo m enos cabezota; K uhn y
L akatos tam bién discutieron conm igo algo después.
E lizabeth A ncscom be, con quien vivam ente discutí
d u ra n te días enteros sobre W ittgenstein, y los escri
tos del m ism o W ittgenstein desem peñaron un papel
muy im p o rtan te en mi pensam iento. A veces creía
que tenía ideas p ro p ias — alguna vez todos som os
víctim as de tales ilusiones— , pero nunca habría
soñado en considerar tales pensam ientos com o p ar
tes esenciales de mí m ismo. C om o dije al com enzar
a tra ta r este tem a, verdaderam ente soy algo muy
distinto de la m ás sublim e invención que haya p ro
ducido yo m ism o y de la convicción más p ro fu n
dam ente sentida que me haya invadido, y nunca
debo p erm itir que estas invenciones y convicciones
lleguen a d o m in ar y a convertirm e en su obediente
servidor. D e vez en cuando puedo «tom ar una posi
ción» (aunque la práctica e incluso las palabras me
sacan de ella), pero, si lo hago, entonces la razón es
un an to jo pasajero, no una «consciencia m oral» o
algún o tro m onstruo de esta índole.
C on esto, pienso que puedo finalm ente d ar una
respuesta a la segunda pregunta: ¿por qué escribí
u na réplica?
Escribí u n a réplica, en prim er lugar, p o r curiosi
d ad infantil: ¿C óm o se relacionan m utuam ente los
trab a jo s que he p u blicado a lo largo de los años?
¿Existe siquiera un nexo o sólo hay cam bios arb i
trarios? La respuesta es que, en efecto, existe un
nexo. (Lo he descrito en parte en la introducción a
los volúm enes I y II de mis Philosophical Papers. El
rem anente m ental que me guió tras lo que yo digo
en dicha introducción está fuera del dom inio de
racio n alid ad tal com o se lo concibe en el libro.) En
segundo lugar, escribí mi réplica p ara m ostrar cóm o
los racionalistas m enores observan el dictam en del
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instrum ento tan restringido que han to m ad o com o
guía. Se p resentan com o eruditos, navegan bajo la
b an d era de la razón, pero casi nunca conocen ni un
arg u m en to fu n d a d o en u n a perforación del suelo.
Los académ icos son dem asiado educados, o están
dem asiado asustados o dem asiado preocupados, o
son dem asiado incom petentes p ara que puedan
in fo rm ar al público sobre los deficientes m entales
en su seno. Yo no tengo tales reparos. En tercer
lugar, habiendo finalm ente constatado los inconve
nientes del racionalism o m oderno, quise defender
aquellas contribuciones m ías que lo apoyaban, a u n
que fuera sólo indirectam ente. La razón es una
d am a m uy atractiv a. Los asuntos con ella han ins
p irad o algunos m aravillosos cuentos de hadas,
tan to en las artes com o en las ciencias. Pero es una
característica peculiar de esta singular d am a que el
m atrim onio la cam bia en una vieja b ru ja p arla n
chína y dom inante. M uchos de mis am igos no im a
ginan la m ugre de un m atrim onio así y llegan a
alabarse a sí m ism os p o r el vigor m oral que les
capacita p ara sobrevivir en las circunstancias. U na
b o n ita cosa en lo que a mí concierne. Lo que no me
gusta es que intenten extender su m ugre a su alre
d ed o r y que creen instituciones que garantizan que
tam p o co generaciones futuras lleguen jam ás a libe
rarse de ella.
En los últim os años he descubierto que esta acti
tud mía no es precisam ente un capricho personal,
sino que ha sido y sigue siendo c o m p artid a p o r
m uchas tradiciones. Los medievales investigaban en
cam pos estrechos, p ero tam bién eran fieles m iem
bros de la Iglesia. Pertenecían a la com unidad de
los eruditos, p ero tam bién eran m iem bros po ten cia
les de la com unidad de los santos y eran conscientes
de ello. E sta consciencia les im pedía obtener, de
una em presa lim itada, estrecha e históricam ente
accidental, una m edida de la hum anidad en su con
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ju n to . Los ju d ío s am aron y siguen am an d o el cono
cim iento. P ero p a ra ellos el conocim iento pertenece
a un rico y cro m ático tapiz. Ilum ina cada u n a de
las partes de este tapiz y es hum anizado p o r él (el
nexo fue trad u cid o a térm inos intelectuales p o r
M aim ónides y d estru ido p o r el intelectualism o agre
sivo e inhum ano de Spinoza). Las ciencia, en am bos
casos, no es im p o rtan te p o r sí y en sí m ism a. No
tiene im p o rtan cia independiente; recibe su substan
cia com o p arte de una vida dedicada a m aterias
incom parablem ente m ás im portantes. Un ser h u m a
no puede ser un científico, pero él, o ella, es sólo un
verdadero científico si es consciente de esos asu n to s
m ás am plios. O , dicho con las palabras de Einstein,
la g randeza de un científico consiste en que él p er
m anece cuando se le sustrae su ciencia í8.
El surgim iento de la ciencia m oderna ha elim i
nad o tales m ecanism os com pensadores y los ha
reem plazado p o r u na «filosofía» m aterialista estre
cha (a veces tam bién llam ada «hum anística»).
A h o ra n ad a im pide a un individuo destruirse él
m ism o y a los otro s, en nom bre de versiones p u ra
m ente seculares, es decir, que p ro n to se especializa
ro n , de la verdad, de la realidad y de la justicia.
N ad a le im pide destruirse a sí m ism o y a los otros
en nom bre de la Razón.
Porque las prom esas de éxito y hum anidad que
aco m p añ ab an el ascenso del racionalism o científico
se convirtieron p ro n to en gestos vacíos. Es cierto
que las ciencias p rogresaron (en un sentido que fue
definido p o r ellas y que cam bió de un perío d o a
otro), pero el racionalism o tiene poco que ver con
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este hecho (detalles en TC M y en la sección 2,
supra). Es verdad que ocasionalm ente la gente ha
sacado provecho de los resultados científicos, pero
no com prendieron lo que sucedía, no tenían nada
que decir sobre el tem a, se m antenían en un estado
de ignorancia, y, p o r o tra parte, se producían
m uchos fracasos y desastres. Las instituciones se
hicieron m ás hum anas, pero, de nuevo, poco tiene
que ver esto con las ciencias. U na total dem ocrati
zación del conocim iento podría haber restaurado
p o r lo m enos p arte del contexto más am plio, habría
establecido un nexo real y no m eram ente verbal con
la h u m an id ad , y h ab ría podido llevar a una a u tén
tica ilustración, y no sim plem ente a la sustitución
de una clase de inm adurez (fe firm e e ignorante en
la Iglesia) p o r o tra (fe firm e e ignorante en la C ien
cia). En cam bio, sólo unos pocos intelectuales p er
m itirían que un lego les to cara su m ás exquisita
posesión: la ciencia. Luego, incluso em presas secu
lares fueron subdivididas y convertidas en especiali
dades. K ant, Hegel, Schopenhauer, Steiner estud ia
ron las ciencias y las artes, exploraron la religión, el
derecho y la política, e intentaron hallar un arreglo
eq u ilibrado entre estos asuntos y los talentos
hum anos que los había creado (y que fueron m ucho
más allá de cualesquiera resultados particulares).
E rnst M ach, que era un científico y un filósofo de
la ciencia, situado p o r encim a de las m edianías inte
lectuales que pueblan este^cam po, no habló sim ple
m ente de racionalidad y Vérdad: intentó transformar
las ciencias, hacerlas m enos especializadas, y en este
proceso hizo contribuciones a la psicología, fisiolo
gía, filosofía, física- historia del conocim iento, e
incluso a la literatura; al darse cuenta de que el
proceso del desarrollo científico es dem asiado com
plejo p ara ser cap tad o p o r categorías ordenadas,
ello le hizo esforzarse p o r conseguir un estilo n a rra
tivo que siem pre m antuviera la incom pletud ante
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los ojos del lector. Sin em bargo, incluso esta activi
dad ya am pliam ente lim itada es dem asiado com
pleja p a ra los «racionalistas» de hoy que se enorgu
llecen de h aber superado el dogm atism o de sus
predecesores al tiem po de precisar de los talentos y,
en la m ayoría de los casos, del conocim iento histó
rico p ara beneficiarse de los éxitos de ellos 59. Sepa
rad o ta n to de los intereses de la hum anidad (aun
que no de los eslóganes edulcoradam ente h u m an ita
rios, este «racionalism o» es una buena ayuda p ara
los llam ados pensadores que pueblan ah o ra nues
tras universidades y m arcan pautas a la hum anidad
m ientras que carecen de los elem entos m ás básicos
de ella. No los acuso. La m iseria que constituye su
h áb itat n atu ra l fue preparada p o r grandes y vanido
sos escritores, com o Spinoza y K ant, que intentaron
encajar a D ios y el M undo en las dim inutas áreas
de sus cerebros capaces de una actividad constante
y desarrolladas en profundidad p o r hordas de inte
lectuales apoyados estatalm ente. Sus denom inadas
filosofías han envenenado nuestras vidas y torcido
nuestras alm as. Ya es hora de elim inar esta enfer
m edad de entre no sotros y re to rn ar a ideas más
m odestas p ero tam bién m ás abiertas. Ya es h o ra de
volver a ap reciar la m ás am plia perspectiva de las
visiones religiosas del m undo.
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CIENCIA:
¿GRUPO DE PRESION POLITICA
O INSTRUMENTO
DE INVESTIGACION?
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tienen en com ún ciertos rasgos y que estos rasgos
pueden ser identificados, descritos y com prendidos
independientem ente de la com plejidad de las p rá cti
cas a que pertenecen.
E sta es u na suposición com pletam ente ingenua.
Incluso u na m irada superficial sobre el estado
actual de las ciencias m uestra u n a m ultitud de
ideas, m étodos, preferencias y aversiones que resiste
todo intento de unificación teórica 2. D esde luego,
el observ ad o r debe considerar todas las ciencias: la
física de altas presiones y la topología de los con
ju n to s puntuales; la etología y la botánica, lo
m ism o que las especulaciones sobre el origen del
m u n d o , y no puede p asa r p o r alto la enorm e varie
d ad de vías de acceso existentes en cada cam po:
algunos m atem áticos llegan a sus resultados con la
ay u d a de ingeniosos experim entos m entales; otros
perm anecen en un nivel de estricto form alism o;
algunos físicos (p o r ejem plo, V on N eum ann) ofre
cen m odelos teóricos bien construidos; otros (com o
B ohr) n arran historias. A lgunos psicólogos intentan
e n c o n trar un único principio subyacente en todas
las conductas hum anas. O tros se contentan con una
d etallad a descripción ideográfica de los fenóm enos.
M irando hacia atrás, com probarem os que en la his
to ria no ha existido u n a sola regla que no fuera cri
ticad a o mal utilizada, y ningún principio que no
suscitara oposición.
El atom ism o fue u n a hipótesis útil y valiosa p a ra
M axwell, y un m o n struo m etafísico p a ra M ach. El
tiem po fue un m edio de existencia relativam ente no
estru ctu rad o p a ra los geólogos uniform istas, y una
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entidad m edible exactam ente p ara Kelvin, su m ayor
enemigo entre los físicos. La increíble sofisticación
de la ciencia no ha m ejorado las cosas; to d o lo con
trario , ha m inado todavía m ás ideas fundam entales
(límites estrictos entre observador y objetos obser
vados, existencia de leyes físicas am plias, validez
universal de las leyes de la lógica form al, etc.),
pero, p o r o tro lado, ha reintroducido ideas an ted i
luvianas (idea de un universo finito con un
com ienzo ab soluto tem poral).
En esta situación, ¿cuál puede ser la respuesta a
la cuestión a)?
H ay dos cosas obvias: la respuesta no puede ser
un a contestación ab stracta, y no puede restringir
investigaciones futuras. T odo lo que podem os decir
es: éstas son las ideas existentes hoy (y h ab rá
m uchas ideas conflictivas sobre ellas), éstas son las
razones p o r las que algunos científicos las aceptan,
éstas son las razones (frecuentem ente m uy distintas)
p o r las que otro s científicos las rechazan, éstas son
las form as en que m uchos científicos (pero, desde
luego, no todos) delim itan y valoran la investiga
ción. Pero nuevas ideas y nuevos m odos de hacer
ciencia pueden estar ya a la vuelta de la esquina.
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P enetrando en este fundam ento p ara el adiestra
m iento, el investigador desarrolla su m ente, la hace
m ás despierta y versátil, m ás capaz de crear nuevas
form as de pensam iento y nuevas posibilidades de
investigación. P o r esto, en cierto sentido «no se
puede enseñar la investigación» 4, no es «un saco
con trucos de legistas» 5; es un arte cuyos rasgos
específicos sólo revelan u n a tenue p arte de sus
posibilidades y cuyas reglas nunca llegan a estar
perm itidas p ara crear dificultades insuperables a la
ingenuidad hum ana.
Estas reglas pueden ocasionalm ente guiar la
investigación, pero frecuentem ente quedan reconsti
tuidas p o r nuevas invenciones y nuevos m étodos.
Según Einstein 6, «las condiciones externas estable
cidas [para el científico] p o r los hechos de la expe
riencia no le perm iten lim itarse él m ism o dem asiado
en la construcción de su m undo conceptual al ad h e
rirse a un sistem a epistem ológico. P or esto, p a ra un
epistem ólogo sistem ático aparecerá él com o el tipo
de un o p o rtu n ista sin escrúpulos.» «Sí, yo la he ini
ciado —dijo a Infeld sobre una nueva m anera de
tra b a ja r en física— , pero consideraba estas ideas
com o algo provisional. Jam ás pensé que otros las
to m arían m ucho m ás en serio de lo que yo m ism o
lo hice.» 7 D icho de form a m ás ligera, «una buena
b ro m a no debe repetirse dem asiado» 8. Niels B ohr
4 Loe. cit.
5 O p. cit., p. 401, n. 1.
6 P. A. Schillpp (ed.), A lbert Einstein, Philosopher-Scientist.
E vanston, 1951, pp. 683 ss.
7 C ita d o de R. W. C lark , Einstein, New Y ork, 1971, p. 360.
La a ctitu d de M ach fue sim ilar, D e n o m in a b a a sus ideas sobre
la ciencia sugerencias p rovechosas o «aperçus» (Analyse der
Empfindungen, Je n a , 1922, p. 39), y a firm ab a que «no hay nece
sidad de cam b iar este punto de vista transitorio p o r un sistem a
de p o r vida del que nos con v ertiríam o s en esclavos» (Populär
wissenschaftliche Vorlesungen, Leipzig, 1896, p. 226).
8 Philipp F ra n k , Einstein, H is L ife and Times, L o ndon, 1946,
p. .261.
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(y W illiam Jam es, a quien B ohr ad m irab a m ucho)
subrayaba la inestabilidad de los logros científicos.
P or esto los presen taba históricam ente com o p ro
ductos provisionales dentro de un desarrollo largo y
com plejo y se oponía a los intentos de clarificación
independientes de la investigación (Som m erfeld,
Von N eum ann, teorías axiom áticas de cam po). Pen
saba que tales intentos estabilizarían am plias zonas
científicas y dificultarían la investigación 9. Boltz
m ann, al ap licar el darw inism o a la ciencia, ha
in terp retad o precisam ente de esta m anera las leyes
del pensam iento com o ingredientes del estadio de
d esarrollo m ás reciente, pero todavía transicional,
que las cam bia en el preciso m om ento en que
com ienzan a existir 10. Podem os resum ir la actitud
de estos científicos diciendo que no existen condicio
nes restrictivas perm anentes de la investigación y que
la investigación y sus resultados no son »racionales»
en el sentido de tales condiciones restrictivas.
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em pírica, o que son incoherentes, o que tropiezan
con hechos básicos. A lgunas de las m ás bellas teo
rías m odernas fueron en su día incoherentes, care
cieron de base y chocaron con los hechos básicos
del tiem po en que se las p ro p u so p o r prim era vez.
Tuvieron éxito p o rque se las usó de una form a que
ah o ra se niega a los recién llegados n .
Después de todo, la base evidencial, la adecuación
a lo fáctico, la coherencia son algo producido por la
investigación y, por tanto, algo que no puede impo
nerse como precondición de ella. A dem ás, la misma
investigación que p roduce evidencia en favor de un
p u n to de vista, o que rem ueve las dificultades de
ese m ism o p u n to de vista considerado hasta el
m om ento com o sin fundam ento, puede dism inuir su
evidencia o crear dificultades p a ra los «hechos» que
aparentem ente p ro b arían su inadecuación 12. R echa
zar u n a hipótesis p o r estar en pugna con hechos
bien establecidos favorecidos científicam ente signi
fica em pezar la casa p o r el tejado. El conflicto
m uestra que no concuerdan los hechos y la h ipóte
sis. Pero no m uestra que los hechos no puedan ser
abatidos p o r la hipótesis l3.
T am poco es posible rechazar un pu n to de vista
p o r haber sido exam inado ya, y, si ha fracasado
p ara la ciencia de hoy, no es la ciencia la que lo
hace fracasar. La ciencia m oderna está llena de
ingredientes que frecuentem ente fracasaron en el
11 Los científicos que presen tan ideas nuevas e inusitadas
o c u lta n frecuentem ente estos defectos d a n d o una relación enga
ñosa de sus descubrim ientos. E jem plos son: G alileo (cf. caps. 8
y siguientes de mi TCM , versión española, M adrid, 1981) y
N ew ton (cf. Philosophical Papers, vol. II, cap. 2).
12 Cf. la form a en que G alileo cam bia el experim ento de la
to rre de u n a refutación en u n a co nfirm ación del p u n to de vista
copernicano.
13 E sto supone que las ciencias sólo p ro p o rcio n a n una serie
co n sisten te de hechos p a ra e n fre n tarlo s a la hipótesis. E sto sólo
se d a ra ra vez y, adem ás, debilita la posición de la «ciencia»
an te nuevas (o viejas) form as de hipótesis.
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pasado. La filosofía del atom ism o ofrece un buen
ejem plo. Fue in tro d u cida (en O ccidente), en la
A ntigüedad, con el p ro p ó sito de «salvar» m acrofe-
nóm enos tales com o el del m ovim iento. Fue asu
m ida luego p o r la filosofía de A ristóteles dinám i
cam ente más sofisticada, volvió con la revolución
científica, fue considerada com o un m onstruo an te
diluviano a fines del siglo xix (en el continente
europeo, no en Inglaterra), tuvo un regreso triunfal
al cam bio de siglo sólo p ara volver a quedar de
nuevo restringida p o r la com plem entariedad. O tro
ejem plo es el m ovim iento de la tierra. Se aceptó en
la A n tigüedad, fue d erro tad o p o r la poderosa
argum entación de los aristotélicos considerado
com o una concepción «increíblem ente ridicula» por
Ptolom eo l4, inició un regreso triunfal en el siglo
x v n sólo p a ra volver a ser considerado com o una
de las m últiples posibilidades de la teoría general de
la relatividad. Lo que rige en el caso de las teorías
es tam bién verdad en los m étodos o «estándares».
El conocim iento, p rim ero, fue algo basado en la
especulación y en la lógica; luego, A ristóteles in tro
dujo m étodos m ás «em píricos», que fueron a su vez
reem plazados p o r los m étodos m atem áticos de G ali-
leo y D escartes 15, sólo p a ra volver a com binarse
con consideraciones cualitativas en los siglos xix
y xx.
La idea de que el universo es finito y con un
com ienzo en el tiem po fue considerada du ran te
m ucho tiem po com o un vástago de ideas religiosas
y ridiculizada h asta el advenim iento de la teoría
general de la relatividad, que le perm itió volver
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com o una hipótesis científica respetable, aunque
«repulsiva» 16. Hoy es u n a idea que form a p arte del
sentido com ún científico.
La lección a sacar de este esbozo histórico es que
la relegación tem poral de una teoría, de un pu n to
de vista o de u na ideología no puede tom arse com o
u na razón p ara elim inarlos. U na ciencia interesada
p o r en co n trar la verdad debe retener todas las ideas
de la h u m an id ad p ara su posible uso, o, dicho de
o tra fo rm a, la historia de las ideas es un constitutivo
esencial de la investigación científica 17.
Recíprocam ente, un debate que elim ina ideas p o r
estar en pugna con concepciones populares científi
cas (principios, teorías, «hechos», estándares) no es
un debate científico, no puede invocar la au to rid ad
de la ciencia en fav or del m odo con que se trab a ja,
y u na victoria gan ada en el curso de dicho debate
no es una victoria de la ciencia, sino de aquellos
que han decidido convertir el estado tran sito rio del
conocim iento en un árb itro perm anente de disputas.
O, p ara describirlo de o tra m anera, se tra ta de una
victoria de los que han decidido convertir la ciencia
de instrum ento de investigación en grupo de presión
política 18. La «victoria» de la evolución, la sustitu
ción de la au to rid ad de la iglesia p o r la au to rid ad de
los científicos, educadores, intelectuales del m ontón,
la expulsión del alm a en psicología, la elim inación
110
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de la m edicina trib al de la praxis m édicá en el si
glo xix 19, la decisión de los teólogos de no seguir
interfiriendo en los debates sobre la estructura del
universo m aterial sino de dejar dichas m aterias a
los científicos, to d o esto han sido victorias políticas
en el sentido descrito 20. El hábito de considerar los
desarrollos que conducen a tales victorias oscurece
esta situación. P roduce la im presión de que las
norm as de valor actualm ente aceptadas tenían ya
fuerza entonces y que los perdedores fueron conde
nados p o r ellas y no precisam ente vencidos p o r un
m ero trab ajo de relaciones públicas (ejem plo sobre
saliente de esta ilusión es la discusión entre la física
aristotélica y la nueva ciencia de G alileo y sus
seguidores).
111
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m aterial del que se d u d a, así com o en u n a evalua
ción de las dificultades que im plica tal intento.
A quí hem os de conservar una perspectiva del
conjunto: hay que superar grandes obstáculos; a
largos períodos de fracaso pueden suceder éxitos
brillantes que, a su vez, pueden revelarse luego
com o ficticios y com o preludio de fallos aún m ayo
res. Incluso la idea aparentem ente m enos esperan-
zadora puede finalm ente convertirse en un principio
científico básico; y el principio aparentem ente m ás
fundam ental puede revelarse com o un disparate. Y
n o olvidem os que las p au tas según las cuales enjui
ciam os un logro son precisam ente tan móviles com o
el logro enjuiciado: p ara los aristotélicos, una teoría
del m ovim iento sólo era satisfactoria si cubría todos
los casos de cam bio y m ovim iento, m ovim iento
espacial y cam bio cualitativo, crecim iento y m ero
increm ento, y en cu anto preservaba la un id ad cuali
tativa del m ovim iento. En cam bio, los seguidores de
G alileo se co n centran en el m ovim iento espacial y
se d ab an p o r satisfechos si podían usarlo m era
m ente p ara predicciones. C am bios com o el ru b o ri
zarse o el proceso de aprendizaje de un alum no
bajo un m aestro con talento y constancia no eran,
p o r tan to , sujeto de explicación, ni siquiera de con
sideración. Lo co nsiderado era el m ovim iento de
objetos sim ples sin vida en condiciones enorm e
m ente idealizadas, e incluso se suponía que este
m ovim iento co n stab a de m om entos individuales
indivisibles. C ualquier idea que en determ inado
m om ento queda fuera de la ciencia puede llegar a
convertirse en un refo rm ad o r potencial de la cien
cia, y cualquier idea «científica» puede tam bién
term in ar su vida en el m o n tó n de desperdicios de la
historia.
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cam po de trab a jo a la enorm e cantidad de ideas
que han sido creídas y respetadas en las sociedades
en que viven. Tienen que seleccionar, tienen que
h acer una elección, tienen que elim inar sugerencias
sin haberlas exam inado de la form a que acaba de
describirse. A quí la ciencia no se diferencia de la
vida cotidiana. N osotros tam bién elegim os profe
siones, cam pos de interés, pareja, países, tom am os
decisiones que nos afectan a nosotros m ism os o a
otro s de u n a form a fundam ental sin un detallado
estudio de to d as las rutas, pero rechazam os otras
sim plem ente, sin a rro jar ni u n a m irada en su direc
ción, y esto es lo adecuado, pues todavía no han
tenido éxito los hom bres sabios de todos los tiem
pos en iniciar siquiera un estudio com pleto de todas
las posibles historias vividas.
La analogía entre la ciencia y la vida va m ás allá.
La decisión de p asa r p o r alto posibilidades im por
tantes conduce siem pre a cam bios irreversibles:
habiendo decidido vivir con preferencia en un país,
ap ren d o su idiom a; me fam iliarizo con su arte, lite
ra tu ra, burdeles; hago am istades, y con to d o esto
llego a ser u n a persona muy diferente de la que
hizo la elección. Igualm ente, la decisión de invertir
dinero, energía, form ación o esfuerzo intelectual en
un d eterm inado pro g ram a científico cam bia ciencia
y sociedad de una form a que im posibilita volver de
nuevo a la decisión y al p u n to de p artid a. Precisa
m ente en los cam pos puram ente teóricos ocurren
cam bios irreversibles. C uando se acababa de pre
sen tar la teo ría de la relatividad, a m ucha gente le
chocaba aquella extraña form a de hacer física y
estaba dispuesta a rechazarla al m enor pretexto.
P osteriorm ente no hubiera sido posible desalojarla
ni con argum entos m ucho más fuertes.
P or eso podem os decir que una decisión científica
es una decisión existencial, que, m ás que seleccionar
posibilidades de acuerdo a m étodos previam ente
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determ inados desde un conjunto preexistente de
alternativas, llega a crear esas m ismas posibilidades.
T o d o estadio de la ciencia, to d a etapa de nuestras
vidas han sido creados p o r decisiones que ni acep
tan los m étodos y resultados de la ciencia ni son
justificados p o r los ingredientes conocidos de nues
tras vidas.
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P ara ap o y ar esta idea, p ara m o strar su «raciona
lidad» y elim inar, o por lo m enos reducir, el
tam añ o de las lagunas d en tro de la ciencia, algunos
científicos y filósofos han apelado a principios de
gran generalidad. Si esta apelación parece tener
éxito es sólo p o rque los principios utilizados son
vacíos — es decir, pueden ad o rn ar, com o un b ro
cado, to d o tip o de actividad, con lo que parece
que estas les ap o y an — o porque todos han olvi
dad o las altern ativ as. La observación de que la
ciencia es au to crítica pertenece a la prim era catego
ría: cualquier form a de actuar puede ser introducida
criticando alternativas dentro de un cierto cam bio
(el dogm atism o, p o r ejem plo, fue frecuentem ente
introducido basándose en una detallada y to ta l
m ente rebuscada crítica de alternativas liberales). El
principio de que la ciencia crea y debe au m en tar el
conocim iento y el requerim iento reseñado contra las
hipótesis ad hoc 22 en tra dentro de la segunda cate
goría: p en etra en un m undo que es finito c u a n tita
tiva y cu alitativam ente. Un llam am iento a una cosa
llam ada «lógica» parece im presionar a un gran
núm ero de personas, pero sólo porque no saben
m ucho de ella. P ara em pezar, hay que recordar que
no existe «una lógica», sino m uchos sistem as dife
rentes lógicos, unos m ás fam iliares, otros casi des
conocidos. La física clásica estaba m ás en co n fo r
m idad con sistem as m ás fam iliares; la teoría
cuántica, en cam bio, no. (Y cuando hablo de la
«física clásica» o de la «teoría cuántica» no me
refiero a la investigación en estas disciplinas, sino a
algunos estadios tran sito rio s idealizados en ese
cam po de investigación.) Más im portante aún: las
leyes de to d o sistem a lógico se aplican solam ente en
la m edida en que los conceptos se m antienen esta
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bles a través de u n a argum entación: condición
raram en te cum plida en un debate científico de inte
rés. E sta es la razón p o r la que los científicos
logran hacer buena física con teorías que adolecen
de serios defectos lógicos 23.
Un tercer intento de d ar poder a la ciencia sobre
p u n to s de vista no científicos es construir teorías
científicas que no sólo reclam an una jurisdicción
sobre una gran variedad de hechos, sino que tom an
m uchos de estos hechos en su valor aparente. La
m ecánica clásica, tal com o la interpretaban m uchos
científicos del siglo xix, tenía la pretensión de ser
una descripción adecuada del m undo. El que no
pu d iera d ar cuenta de cualidades, crecim iento,
novedad, conciencia, era considerado com o u n a crí
tica de estos fenóm enos — que serían m eras
aparien cias— , no de la m ecánica. Las teorías de
Bohm , Prigogine y otros intentan conseguir m ayor
alcance sin negar realidad a tales fenóm enos. Esto
h a dism inuido el abism o entre las ciencias y las
artes y hum anidades, haciendo esperar que una teo
ría nueva y m ás am plia pueda llegar un día a capa
citar a los físicos de form a que pu ed an tra ta r todos
estos temas.
P ero la m encionada laguna no desaparecería así.
Tóm ese la cosm ología de Prigogine. Es inm anen-
tista en el sentido de que el m ovim iento no es
116
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im puesto desde fuera, sino que es un constitutivo de
las entidades m ovidas (cf. A ristóteles: «T odo p ro
ducto de la natu raleza tiene dentro de sí un princi
pio de m ovim iento y quietud»). Existen alternativas
que contienen fuentes de cam bio y de m ovim iento y
que no están ellas m ism as som etidas al cam bio y al
m ovim iento (un ejem plo es el «prim er m otor» de
Aristóteles; la concepción del átom o de N ew ton es
otro). Una altern ativ a es to d o lo que necesitam os
p a ra lanzar los argum entos de la sección 5. Ni la
lógica ni la ciencia ni la filosofía pueden cerrar las
lagunas descritas en esa sección. ¿Existe u n a form a
de aceptar la esencial arbitrariedad, la naturaleza
existencial, y, p o r tan to , «subjetiva», incluso de
nuestras decisiones «más racionales», o p o r lo
m enos de im poner cierto orden en las elecciones
hechas p o r los científicos?
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Segundo paso: la ciencia difiere de la carrera de
caballos en varios puntos. P or ejem plo, la situación
de apuesta en las ciencias no está regida p o r están
dares sim ilares. C ad a estadio alcanzado en la cien
cia introduce nuevas reglas, nuevos hechos, nuevas
condiciones enm arcantes: «la situación intelectual
nu n ca es exactam ente la m ism a» (E. M ach; cf.
n o ta 3).
En el siglo x v n , el experim ento de M ichelson-
M orley h abría sido una im presionante pru eb a de la
inm ovilidad de la tierra; hoy constituye la base de
u n a teoría que la m ayoría de los científicos da p o r
supuesta. Existe o tra diferencia aún más im por
tante: en u na carrera de caballos, todos los cab a
llos, incluso, aquellos p o r los que nadie soñaría
ap o star ni un penique, pueden acabar la carrera. En
las ciencias, sólo los caballos agraciados son sufi
cientem ente bien m antenidos p ara que puedan
correr. Al final sabem os que han llegado a un sitio;
no sabem os si otro s caballos no hubieran ido más
lejos. (Sabem os h asta dónde nos ha llevado la
m edicina científica; no sabem os si la m edicina de
los Nei Ching, si hubiera dispuesto de m edios sim i
lares y con an álo g o prestigio social, no nos habría
llevado m ás lejos.) F inalm ente, el resultado de u n a
carrera de caballos puede afectar al ap o stad o r y a
su fam ilia, p ero la decisión sobre un p ro g ram a de
investigación en ciencia (m edicina) frecuentem ente
altera grandes zonas de todas nuestras vidas de una
form a irreversible. Eligiéndolo, hem os elegido una
form a de vida sin conocer ni su form a ni sus
consecuencias.
R esultado: la elección de un p ro g ram a de investi
gación es u n a apuesta. P ero es u n a apuesta cuyo
resultado no puede ser com probado. La apuesta es
p ag ad a p o r los ciudadanos; puede afectar a sus
vidas y a las de generaciones futuras (basta conside
ra r cóm o la relación de los hom bres con D ios
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quedó afectada al surgir la ciencia m oderna). A ho ra
bien, si tenem os cierta seguridad de que existe un
g rupo de p ersonas que p o r su en trenam iento son
capaces de elegir alternativas que im plicarían gran
des beneficios p ara todos, entonces nos inclinaría
mos a pagarles y a dejarles actu ar sin más control
d u ran te largos períodos de tiem po. N o existe tal
seguridad ni p o r m otivos teóricos ni p o r o tro s per
sonales. H em os de concluir que, en una democracia,
la elección de programas de investigación en todas las
ciencias es una tarea en la que deben poder participar
todos los ciudadanos.
Esta dem ocratización de la ciencia y de otras
form as de conocim iento no hará desaparecer las
lagunas descritas en la sección 5. Sin em bargo,
dadas estas lagunas, el curso más racional de acción
a to m ar es: si debe existir una elección, pero no hay
g aran tía de éxito, entonces la elección deberá
dejarse a aquellos que paguen la política elegida y
que sufran sus consecuencias. En tales circunstan
cias, dejar la ciencia a los científicos significaría
a b a n d o n ar nuestra responsabilidad ante una de las
instituciones m ás poderosas y, si no se tom an gran
des precauciones, tam bién m ortales de nuestro
m edio, m ortal p ara las m entes tan to com o p ara los
cuerpos.
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ción. R espuesta: tam poco los científicos com pren
den la ciencia. La m ayoría de ellos intenta sustituir
opiniones im populares m ediante argum entos tan
sim plistas com o los descritos al com ienzo de la sec
ción 5, m ientras que la investigación que nos ap o rtó
las teorías m ás destacadas de la ciencia m oderna
era m ucho más com pleja. A dem ás, hay m uchos
científicos que son egom aníacos de m entalidad
estrecha y que inten tan m ejorar su posición en la
profesión y están com pletam ente desinteresados p o r
el bienestar hum ano.
O bjeción n úm ero tres: la m ejor m anera de hacer
u n a ciencia que m uestre m ás interés p o r las necesi
dades públicas es «educar» a los científicos, es
decir, fam iliarizarlos con las hum anidades. Res
puesta: una sugerencia m uy poco realista. ¿Quién va
a sacar a los científicos de sus laboratorios y llevar
los, digam os, a una conferencia filosófica? Adem ás,
la m otivación es egoísta: uno quiere m antener al
público fuera de los asuntos académ icos. P ero, si la
ciencia necesita u n a supervisión pública, tam bién
las hum anidades y cualquier com binación de
am bas.
O bjeción núm ero cuatro: la analogía con u na
carrera de caballos es u n a caricatu ra de la situación
actual de las ciencias. En la ciencia tenem os hechos
y leyes que deben perm anecer siendo válidas — no
im p o rta cuáles— , que crean nexos entre distintos
program as de investigación y posibilitan a los cien
tíficos el hacer predicciones sobre la estructura de
p ro g ram as de investigación que tengan éxito. Res
puesta: pueden predecir que una tosca conjetura
que colisione con un detallado program a de investi
gación no llegará a resolver los problem as resueltos
p o r dicho program a. Pero no pueden predecir lo
que sucedería si se d esarro llara tal conjetura en
to d o su detalle. A dem ás, nuevos desarrollos ponen
frecuentem ente de relieve zonas todavía nuevas y no
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tratadas. En éstas pueden pronto superar a sus riva
les. El problem a entre la biología m olecular y la
m edicina del N ei Ching es un caso m ás de dicha
situación.
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tam poco sabem os cóm o habríam os enjuiciado los
logros que h ab rían surgido así en nuestro m edio.
Podem os p lan tear la pregunta en térm inos todavía
más concretos. Supongam os que los m étodos cientí
ficos de diagnóstico, tratam ien to o prevención de la
enferm edad, adm inistración, etc., son reem plazados
totalm ente p o r m étodos de un sistem a m édico alter
nativo: ¿m ejoraría esto la calidad general de vida
vista desde la perspectiva de los que reciben un tra
tam iento? No lo sabem os. T odavía peor: no existe
ninguna evidencia científica que nos capacite p ara
responder a esta cuestión en térm inos científicos.
U na evidencia científica necesita grupos de control
tratad o s de una form a no científica, pero la form a
ción de tales grupos de control está frecuentem ente
h asta p ro h ib id a p o r la ley, y la profesión m édica se
opone fuertem ente a ella. Así es que poseem os
inform aciones aisladas sobre éxitos y fracasos en
am bas zonas, p ero no tenem os idea de lo que tales
logros nos refieren sobre el cuadro total (por ejem
plo, el papel de la m edicina científica en la elim ina
ción de plagas sigue siendo todavía muy oscuro).
La m edicina científica, tal com o se la practica
hoy, p o d ría ser muy bien u n a enferm edad social
peligrosa que ocasionalm ente d a a la gente la sensa
ción de estar bien, pero su desaparición podría
q uizá m ejorar la calidad de vida de u n a form a ni
so ñ ad a aún. E sto, desde luego, no es nada nuevo:
cualquier estadio de la ciencia puede revelarse luego
que es una m era ilusión p o r cualquier conjetura p o r
ab su rd a que parezca ésta a prim era vista (cf. sec
ciones 4 y 5, supra). La conclusión es la m ism a que
antes: en u na dem ocracia, la decisión final sobre la
investigación a hacer y los resultados que deben ser
enseñados co rresponden a los ciudadanos, NO a los
expertos.
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CIENCIA COMO ARTE
UNA D IS C U S IO N D E LA T E O R IA D E L A R T E
D E R IE G L R E A L IZ A D A C O N EL IN T EN TO D E
A P L IC A R L A A LA C IE N C IA
1. UN E X P E R IM E N T O R EN A C EN TISTA
Y SUS C O N SE C U EN C IA S
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Imagen Espejo
<¿L
-------------,
Ojo
Baptisterio
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n a r u n único sitio desde el que se p u d iera c o n tem p lar
el c u a d ro . Y p a ra que no p u d iera com eterse falta
a lg u n a en su contem p lació n , d a d o que la im agen varía
p a ra el ojo según el sitio, hab ía hecho un a g u je ro en
la tab la en que se e n co n trab a la im agen, situ á n d o lo en
la re p ro d u c c ió n del tem plo de San G io v an n i, e x acta
m ente en el p u n to a d o n d e m iraba el ojo desde el inte
rio r de la p u e rta c en tral de S a n ta M a ría del F io re en
que h ab ía e stad o él m ien tras p in ta b a . Este a gujero era
tan p e q u eñ o com o u n a lenteja p o r el lad o de la im a
gen y se a b ría piram id alm en te hacia la p a rte p o ste rio r
en form a de so m b re ro de paja de m ujer, h asta el
tam a ñ o de un d u c a d o o algo m ás. El q uería que el
esp e c ta d o r c o lo c ara su ojo en la p a rte p o ste rio r del
c u a d ro d o n d e el a g u jero era grande y que con u n a
m an o ace rca ra la im agen al ojo m ientras que con la
o tra se m an ten ía frente a la tabla un espejo p la n o que
reflejara la im agen. La distancia del espejo de la
segunda m ano d eb ía su p o n e r tan to s codos pequeños
com o la d istan cia en codos reales desde el sitio en que
h abía e stad o d u ra n te su d ib u jo h asta el tem plo de San
G iovanni. J u n to con las o tras circunstancias m encio
n a d a s, el espejo p u lid o , la Piazza y lo d em ás; al m ira r
desde dicho p u n to la im agen, parecía que realm ente se
veía el m ism o B aptisterio. Y yo lo tuve en la m an o y
lo c o ntem plé entonces m uchas veces y p uedo testim o
niar la v erdad de lo dicho
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El hecho tiene todas las propiedades de un expe
rimento científico. En prim er lugar, se realiza una
comparación entre un objeto producido p o r el hom
bre, la imagen dibujada p o r Brunelleschi, y la «reali
dad». En segundo lugar, la com paración no queda
al arb itrio del experim entador; éste no m ira la cosa
sim plem ente, sino q ue la exam ina bajo condiciones
determ inadas estrictam ente: debe situarse en un
p u n to calculado con exactitud, a unos nueve pies
d en tro de la en tra d a de la catedral, m antiene el
a p a ra to a unos cinco pies de altura, m ira a través
de una ap e rtu ra en el centro de la im agen y sitúa el
espejo a una distancia tam bién calculada exacta
m ente. El espejo refleja en su m itad inferior la im a
gen dibujada, en la m itad superior las nubes, de
form a que el esp ectador contem pla una com bina
ción de arte y realidad. Se aleja entonces el espejo,
y el efecto es que no se altera lo visto, aunque
ah o ra se trata de la «realidad». En tercer lugar, el
ob jeto a enjuiciar, es decir, la im agen, no ha sido
pin tad o sim plem ente, sino que se le ha construido de
acuerdo con reglas. Estas reglas, com o sospecha
K rautheim er, proceden — y éste es el cuarto
p u n to — de la práctica de la proyección horizontal y
vertical en perspectiva (fig. 2), que Brunelleschi
conocía muy bien com o arquitecto. Pero la m era
práctica no explica p o r qué la construcción lleva a
idéntica im presión de im agen y realidad. P ara esto
hay que com binarla con una determ inada concep
ción sobre la naturaleza del proceso visual. Según la
muy plausible sospecha de Edgerton 2, esta concep
ción, siguiendo la óptica m edieval (Bacon, Geck-
ham ), une el proceso visual con una pirám ide de
rayos visibles. Sólo aquellos rayos que llegan verti
calm ente a la superficie del ojo producen un efecto.
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G eneran una im agen bidim ensional de la cara del
objeto ofrecida al ojo. En q uinto lugar, la actividad
to d av ía muy intuitiva de Brunelleschi en este expe
rim ento conduce p ro n to a una am plia y tam bién ya
algo d o ctrin aria teoría sobre la p intura. En el tra
tad o Delia pittura, de Leon B attista A lberti, se
encuentra la siguiente definición:
La im agen es un co rte transversal de la pirám ide
óptica.
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escribió odas a los atletas, a los luchadores, a los
políticos, pero no m enciona ni a pintores ni a escul
tores. A ristófanes m enciona a m úsicos, poetas,
luchadores y políticos, pero jam ás a pintores y
escultores. Las universidades medievales asum ieron
la m úsica y la poesía entre las artes liberales, pero
la p in tu ra siguió entre las actividades grem iales.
Parece que fue G io tto el prim er p in to r y arquitecto
a cuyo arte se concedió la m ism a categoría que a la
m úsica o a la poesía. H oy m ism o las disciplinas
m ás diversas intentan m ejorar su prestigio m os
tran d o de una u o tra form a sus nexos académ icos
o, com o suele expresarse, su cientificidad. Así, p o r
ejem plo, los astrólogos que ganan m ucho dinero no
se co n ten tan con ello. T am poco les b asta que
m uchas p ersonas sigan sus esfuerzos casi con reve
rencia religiosa (quieren ser tam bién científicos). Ya
en la época de A lberti ay u d ab a la ciencia a ob ten er
prestigio, y A lberti intenta m o strar que la p in tu ra y
la arq u itectu ra tienen bases científicas. Sus esfuer
zos tienen éxito y p ro n to Vasari funda, en F loren
cia, la prim era academ ia de arte, la Accademia del
Disegno. N o p asará m ucho tiem po sin que llegue a
lam entarse la rigidez de la p in tu ra académ ica.
¿Existe m ejor p ru eb a de la cientificidad del con
ju n to de este desarrollo?
En séptim o lugar, a la queja precede una crítica
objetiva de los principios de la nueva p intura.
A lberti había to m ad o de Euclides el principio de que:
Si el ángulo de visión es m ás agudo,
entonces el objeto visto parece m enor.
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psicología se llam a el fenóm eno de la constancia.
Sobre to d o subraya L eonardo que las leyes presen
tad as p o r A lberti sólo tienen validez en condiciones
muy determ inadas y restringidas, exactam ente en
aquellas condiciones que Brunelleschi había ya
resaltado en su experim ento. Pero un p in to r no
p in ta n orm alm ente p a ra tu erto s con u n a cabeza
ato rn illad a a un p u n to fijo; pinta p a ra personas que
se m ueven librem ente ante la im agen. Y, si la im a
gen debe aparecer com o algo natural y no defor
m ado p ara estos espectadores, entonces deberá
construirse según o tras leyes.
2. V A L O R A C IO N D E L E PISO D IO
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Un ejem plo de esta interpretación se encuentra en
la o b ra de G iorgio V asari, Descripción de la vida de
fa m osos arquitectos, escultores y pintores 4:
En la E ra p rim e ra y m ás a n tig u a vim os a las tres
arte s (a rq u itec tu ra, p in tu ra y escultura) to d av ía m uy
lejos de su perfección y, a u n q u e ya p ro d u jera n ciertas
cosas buenas, esto venía a co m p añ a d o de ta n ta im per
fección que c iertam en te no q u e d ab a m ucho lu g ar para
grandes a lab an zas. En la segunda E ra se ve in m ed ia
tam ente que el a rte ha m ejo rad o m ucho, ta n to en sus
proyectos co m o en su realización, que se hace con
m ejor dib u jo , p ro ced im ien to y m ás c u id ad o . Así es
com o a h o ra ha desap arecid o aquella h errum bre
pasad a de m oda, p o r así decirlo, y aquella to rp ez a y
falta de fo rm a que se le h a b ía n a d h e rid o p o r la falta
de com petencia de los tiem pos antiguos [...]. Precisa
m ente es algo p ro p io de las a rte s, algo in trín seco a su
peculiar n a tu ra le z a, el que p artien d o desde un hum ilde
com ienzo m ejoren m ás y m ás, h a sta llegar finalm ente
a la cu m b re de la perfección [...]. Así se ve có m o la
m anera griega, prim ero gracias a C im abue y luego por
el im pulso a p o rta d o p o r G io tto , m urió p ro n to y dejó
a p are ce r en su lu g ar u n a nueva m anera que quisiera
d e n o m in a r la m anera de G io tto [...]. En ella en co n
tra m o s su p e rad a s aquellas líneas de c o n to rn o que
ro d e ab a n al p rin cip io las figuras, los ojos m uy a b ie r
tos, los pies colocados sobre sus puntas, las m anos
ala rg ad a s, la fa lta de som bras y o tro s toscos defectos
de aquellos p in to res griegos; y, en com pensación,
aquella a g rad a b le elegancia de las cabezas y un c o lo
rido suave. Sobre to d o , G io tto prestó a sus figuras
actitudes m ejores, p o r prim era vez m o stró algo de
vida en las cabezas, con los pliegues de sus vestidos se
acercó m ás que sus predecesores a la n atu raleza y
tam bién d e sc u b rió ya algo de perspectiva y a c o rta
m iento en las figuras. A dem ás, com enzó una represen
tación de los m ovim ientos del án im o , de fo rm a que se
pueden reconocer en él un cierto g ra d o de expresiones
de tem o r, de esp eran za, de cólera y de a m o r, y la
m anera suave de su form a de p in ta r sustituye la form a
a n te rio r d u ra y torpe.
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H asta aquí V asari sobre las artes cuya historia
narra. M uchas descripciones de la historia de las
ciencias siguen un esquem a análogo. El esquem a no
puede arm onizarse ya con los conocim ientos histó
ricos que poseem os actualm ente.
Es verdad que los «com ienzos del arte», tal cual
los conocem os hoy, se encuentran «lejos de la p er
fección», si se com prende, com o Vasari, la perfec
ción com o n atu ralism o y vivacidad. Según A. Leoi-
G o urhan, antes del período clásico del arte paleolíti
co, que supera en naturalism o y vivacidad a m uchas
representaciones posteriores (figuras 4 y 5), hubo
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realista, sino u na creciente esquem atización: faltan
detalles, la imagen queda dom inada p o r toscas
líneas de co n to rn o (fig. 5a).
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Sólo fo rzando las cosas puede describirse un des
arro llo de este género com o decadencia. El halcón
en la estela triu n fal del Rey N arm er (prim era dinas
tía, hacia 2900) tiene un m ovim iento vivo (fig. 6,
arrib a a la derecha); el halcón en la estela funeraria
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F i g u r a 7. E stela fu n eraria del rey W adj (El L ouvre, E 11007).
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de Am enofis IV (1364-1347), que sustituyó la vieja
religión sacerd o tal p o r un culto solar, y las petrifi
cadas form as del arte tradicional p o r un expresio
nism o casi salvaje, la form a de representar se alteró
incluso dos veces. La prim era alteración, la que se
acab a de describir, aparece sólo cu a tro años des
pués de su subida al trono. Así pues, existía tan to
la cap acid ad visual com o la técnica p a ra un estilo
que se distinguía del tradicional. D educir desde el
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F ig u r a 9. C abeza de una princesa (M useo del E stad o , Ber
lín, 21364).
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dam entalm ente de la de Vasari: en el arte no existe
ningún progreso y ninguna decadencia. Pero existen
diferentes form as estilísticas. C ada form a de estilo
es algo perfecto en sí y obedece a leyes propias. El
arte es la pro d u cció n de form as de estilo y la histo
ria del arte es la h isto ria de su sucesión. E sta con
cepción fue ju stificad a y d esarro llad a con gran cla
rid ad p o r A lois Riegl en su o b ra Spatróm ische
Kunstindustrie (In d u stria artística del final de la
época ro m a n a ) 6.
Riegl basó su idea en una investigación del an ti
guo arte cristiano, que generalm ente era conside
rad o com o un fenóm eno de decadencia. Se decía
que el arte cristiano prim itivo no h abía constituid o
un fenóm eno positivo, sino que había sido m era
m ente un resto: no sería sino el m ism o arte antiguo
despojado de sus características escandalosas e imi
tad o im perfectam ente p o r falta de talento y capaci
d ad artesanal.
Riegl escribe:
Es realm ente significativo que jam á s nadie haya
e m p re n d id o la tarea de investigar en detalle el pre
su n to proceso de una destrucción violenta del a rte clá
sico p o r los b á rb aro s. Sólo se h ab lab a en térm inos
generales de una barb arizació n , d e ja n d o los detalles de
ésta en una niebla im penetrable, a u n q u e la hipótesis
m an te n id a no h a b ría pod id o subsistir a la disipación
de dicha nebulosidad. Pero ¿qué p o d ría haberse
puesto en su lugar c u a n d o se d a b a p o r evidente que el
a rte ro m a n o del últim o p erío d o no h ab ía significado
ningún progreso, sino sólo una decadencia? 7.
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E n la o b ra de a rte se concede a las cosas una plena
trim en sio n alid ad . Así se reconoce tam bién la existen
cia del espacio, p e ro sólo en la m edida en q u e se
adhiere a los individuos m ateriales, es decir, com o un
espacio c e rra d o en sí e im p en etrab le, m edible cú b ica
m ente, no co m o un espacio de infinita p ro fu n d id a d
e ntre las cosas 8.
L o p ecu liar de la a rq u ite c tu ra ro m a n a de la últim a
época se e n cu e n tra en su a ctitu d an te el problem a del
espacio. R econoce el espacio com o una m agnitud
m aterial cúbica (en esto se distingue de la a rq u ite c tu ra
del A ntig u o O riente y de la clásica); p ero n o lo reco
noce co m o u n a m ag n itu d sin form a e in fin ita (en esto
se distingue de la a rq u itec tu ra m oderna).
P a ra ver con plena clarid ad estas condiciones basta
situ ar m entalm ente ju n to u n a construcción central
ro m a n a , un tem p lo griego y u n a iglesia gótica de
aldea. H oy (¡1901!) en co n trarem o s chocantem ente
d u ro s los c o n to rn o s del edificio central (el P anteón);
esto p o d ría so rp re n d e r si se considera que tam bién
nuestra m o d ern a visión del arte se apoya en una c o n
tem plación a distancia, pero se explica p o r el hecho de
que la c o n stru cció n central ro m an a busca plenam ente
en sí m ism a la conclusión individual. En cam b io , n o s
o tro s exigim os una sensibilización de la u n id ad de la
c o n stru cció n individual con el espacio c irc u n d an te , y
p o r esta razó n la a g u d a to rre de iglesia que penetra
c o rta n te m en te en el espacio atm osférico despierta
n u e stro a g rad o . P ero tam bién el tem plo griego
e n cu e n tra gracia a n te nuestros ojos, p o r m ás que se
delim ite estrictam ente an te el espacio circu n d an te,
pues p o r lo m enos busca u n a conexión con el plan o
b ásico (ideal) q u e le ro d e a , y esta conexión de una
form a a rtística con dos dim ensiones espaciales nos
b asta p a ra hacernos olvidar la conexión con la tercera.
C iertam en te, la c onstrucción central ro m an a no ha
p e rd id o to ta lm e n te el nexo con el p lan o , pero al
m enos p a ra u n a c o ntem plación detallada lo ha debili
tad o su stancialm ente, y el aislam iento p ro d u cid o así es
lo que nos hace rechazar sem ejante tipo de c onstruc
ción. T o talm en te aislado se en cu en tra el o tro tip o de
construcción ro m an a tardía: la basílica.
8 lbídem , p. 34.
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La escultura satisface a las mismas leyes de estilo.
P ara m ostrarlo , Riegl analiza entre otros objetos el
relieve del arco de C onstantino, construido hacia
el 315:
L as d istin ta s p a rte s de las figuras se e n cu e n tra n
se p a ra d a s un as de o tra s p o r zonas en so m b ra s, lo que
se aprecia especialm ente en el tra ta m ie n to del cabello
y vestidos. Así es com o, de la m ism a fo rm a que se
relacionan las figuras con el co n ju n to , tam bién los
m iem bros y los vestidos no se e n cu e n tra n en una rela
ción de p alpable unión frente a las figuras, sino en ais
lam iento ó p tico m u tu o 9.
9 Ibídem , p. 89.
10 Ibídem , p. 237.
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F igura 10. Arco de Constantino (Rom a). Relieve con el reparto del dinero.
tenem os que cosechar aislad am en te cad a fig u ra desde
la im agen, si es que querem os d isfru ta r realm ente de
ellas. In d u d a b le m e n te, el a rte ro m an o ta rd ío (y el
b izantino) ni siquiera ha buscado u n a nueva un id ad
espacial [...]
11 Ibídem , p. 252.
12 Ibídem , p. 251.
13 Ibídem , pp. 389 y ss.
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F igura 11. M osaico, San Vitale (R àvena).
El nuevo estilo se distingue así, ciertam ente, del
estilo del arte clásico. Pero la diferencia no consiste
en u na decadencia del arte clásico o en que se haya
perdido algo p ro p io de él. Las nuevas leyes estilísti
cas que incluso m enciona V asari en su d iatrib a, y
que, p o r tan to , tuvo que conocer (líneas de con
to rn o , falta de som bras, rigidez, etc.), son algo bien
d eterm inado, delatan u n a concepción positiva o,
com o dice Riegl, son la expresión de u n a nueva
voluntad artística muy específica.
A pliquem os ah o ra este resultado al experim ento
que he descrito en la prim era sección. Según la idea
del progreso, el experim ento y las generalizaciones
hechas a p artir de él p o r A lberti son im portantes
estadios en un desarrollo continuo, que conduce a
una representación cada vez m ejor y m ás fidedigna
de lo real. Según Riegl, no encontram os aquí p ro
greso, sino m ero cam bio. El nuevo estilo perspecti-
vístico tiene el m ism o grado de perfección interna
que el de la maniera greca apostrofada p o r V asari
(sim plem ente obedece a diferentes principios estilís
ticos). El experim ento m uestra que estos principios
pueden realizarse de distintas form as, p o r imágenes
muy bien constru id as sobre un lienzo, pero que
deben contem plarse de una form a muy poco n a tu
ral, o p o r u na contem plación asim ism o muy poco
n atu ral de objetos tridim ensionales, com o la del
B aptisterio. La cuidadosa preparación m uestra que
tam bién en el últim o caso no se ab a n d o n a uno sen
cillam ente a u na «realidad», sino que se intenta
im poner los nuevos principios estilísticos tam bién
en el espacio óptico. El experim ento co m para preci
sam ente dos obras artísticas. U na es la im agen del
B aptisterio; la o tra, el m ism o B aptisterio, p ero no
tal com o es «en sí m ism o», sino tal com o aparece a
un o b serv ad o r situ ad o en una determ inada form a y
h ab itu ad o a las peculiaridades de la perspectivas.
Así pues, ni nos hem os acercado m ás a u n a «reali
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dad» no afectada p o r el arte, ni nos hem os alejado
de ella.
H asta aquí, dos concepciones extrem as del papel
de la perspectiva central y del desarrollo de las
artes. ¿Qué concepción debe preferirse y en qué
consisten sus ventajas?
3. R E A L ID A D
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F igura 12. M ichael F a ra d ay (1791-1867). D ib u jo de G eorge
R ichm ond.
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El argum ento se hace plausible cuando se consi
deran análogas situaciones en el cam po de las cien
cias. Tam bién aquí existe una actividad que consiste
en d esarro llar form as sólo atendiendo a su perfec
ción interna, es decir, la matem ática pura:
La m atem ática p u ra es el análogo científico al
arte según Riegl. C om o el arte de Riegl al. artista,
así la m atem ática p u ra concede al científico u na
gran libertad en la construcción de m undos ap aren
tes. C u an d o el h om bre se concentraba exclusiva
m ente en el conocim iento de la realidad, no existía
aún esta lib ertad — incluso ni se advertía que sólo
p o día en trarse en contacto con la realidad a través
del rodeo de instrum entos quizá inaplicables com o
son la concepción y la representación. O casiona-
m ente se to m ab a al instrum ento p o r la m isma
realidad y no se in ten tab a com probarlo co m p arán
dolo con o tro s instrum entos (form as estilísticas,
form as de pensam iento). P or esta razón tam poco se
descubrían aquellos rasgos de la realidad que los
m edios representativos deform aban y que quizá
o cu ltab an to talm ente. La m atem ática p u ra y el arte
según Riegl hacen posibles tales descubrim ientos
— son pues im p o rtantes m edios auxiliares de una
avanzada investigación de la realidad. Pero ésta
consiste en que se seleccione desde la plenitud de
form as disponibles sólo algunas, y en caso ideal
sólo u n a fo rm a b asándose en u n a com paración con
la realidad. U n arte que se im pone la ta re a de
investigar y representar la realidad no puede con
tentarse, p o r tan to , con un relativism o a lo Riegl.
P ara exam inar m ás detalladam ente este arg u
m ento, desarrollem os el p u n to de vista de Riegl de
la siguiente fo rm a. C oncedam os a Riegl que el arte
produce m uchas form as distintas artísticas, que
to d a form a artística tiende a una perfección interna,
y que ocasionalm ente tam bién la alcanza. N o toda
producción artística nos perm ite reconocer las leyes
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de u n a d eterm in ad a voluntad artística (existen
defectos en el talen to , falta de capacidad técnica,
to rp eza y errores). P ero hay obras que m anifiestan
estas leyes con m ay o r claridad. N osotros vam os
m ás allá de Riegl al afirm ar que el artista quiere
representar tam bién la realidad (perfección interna
y representación de la realidad son las dos condi
ciones m arco que orientan su creación).
Según esta nueva teoría, ta n to el arte paleocris-
tian o com o el R enacim iento han creado form as esti
lísticas de gran perfección interna; pero el arte
paleocristiano fracasa en su intento de ca p ta r un
espacio real independiente de los cuerpos. E n la
arq u itectu ra sí se logra, p o r ejem plo, en Brunelles
chi (pórtico in terio r de la plaza del H ospicio; figu
ra 13), en la p in tu ra de Rafael (el espacio en La
Escuela de A tenas no se adhiere a los cuerpos, no
qu ed a separado p o r ellos en bloques espaciales
definidos, sino que perm ite m ovim ientos libres a los
cuerpos en to d as las direcciones; fig, 14). La teoría
es m uy plausible y explica m uchos episodios histó
ricos. Pero padece ciertas dificultades teóricas y hay
hechos totalm ente incom patibles con ella.
Las dificultades teóricas com ienzan con la pre
gunta: ¿Cóm o encuentra el artista la realidad que
aparentem ente le sirve de m arco orientador? ¿D ónde
se encuentra este p u n to de com paración de su acti
vidad y cóm o se identifica con él? El posee in stru
m entos, ideas, convicciones, cierta capacidad téc
nica; an te sí no tiene sólo las obras de artistas
an teriores y de sus contem poráneos, tiene tam bién
las ob ras de científicos, teólogos, políticos (y to d o
esto debe m editarlo según u n a p a u ta interdepen-
diente de la o b ra hu m ana según la «realidad»). Esta
es u n a exigencia im posible. Se exige que el hom bre
salga de su n atu raleza y de su historia y que las
enjuicie desde un p u n to de vista que él ni to m a ni
n u n ca p o d rá to m ar. Pero si p ronuncia un juicio o
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ad o p ta un p u n to de vista, entonces, o se atiene a
una o b ra hu m an a ya existente, o la produce en su
m ism o acto de ju zg ar y con las acciones consiguien
tes. La exigencia de que u n a o b ra de arte o una
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p in tu ra, en la escultura, en el arte de la poesía,
tam bién en las ciencias, existe un gran núm ero de
m uy diversas tradiciones (co m p arar de nuevo la
figura 6 con la fig. 7, la 11 con la 12 y las 4 y 5 con
la 5a). Parece que, a pesar de n u estro discurso
sobre la relación a la realidad, hem os aterrizado de
nuevo en él p u n to de vista de Riegl.
Incluso la indicación de que las tradiciones no
son percibidas com o m eram ente yuxtapuestas, sino
que se las o rd e n a según su proxim idad a la reali
dad, no soluciona el problem a, pues exactam ente lo
m ism o que hay m uchas tradiciones distintas, tam
bién existen muy diversos principios de orden. T oda
tradición de suficiente generalidad enjuicia las cosas
a su m odo p ropio. Nosotros tenem os la sensación
de algo natu ral ante la fotografía de u n a casa o
ante un dibujo con perspectiva; una persona no
fam iliarizada con la perspectiva ve un edificio que
se derru m b a. M uchos consideran com o n atu ral el
cu ad ro de F arad ay y com o locura la d am a azul de
Léger (¿dónde está la dam a?); pero tam bién pueden
verse las cosas de o tra fo rm a totalm ente distinta,
com o un intento de p en e trar desde una representa
ción superficial que sólo cap ta la corteza social más
apacible de u n a época p asad a a un esbozo (leve
m ente irónico) de los aspectos de u n a E ra indus
trial. Y no olvidem os que la transición desde la
cosm ovisión aristotélica hasta la im agen del m undo
de la física y la biología m odernas ha elevado a
principio de verdad la locura que se acaba de criti
car: el m undo colorista y polifacético de la concien
cia habitual queda sustituido p o r u n a tosca esque-
m atización en que no existen ni colores, ni olores,
ni sentim ientos, ni siquiera el curso tem poral habi
tual; y esta caricatu ra es considerada ah o ra com o la
realidad.
El desarrollo y el conflicto que ha suscitado se
m u estra m uy bien en las ilustraciones de textos de
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enseñanza. N orm alm ente han sido preparadas por
artistas que in ten tab an representar, p o r un lado, los
nuevos «hechos» científicos y, p o r o tro , la vieja
«realidad», au n q u e ésta cada vez m enos (figs. 15 y
16). A quí realm ente no se está ya m uy lejos del arte
m oderno. Es cierto que las caricaturas científicas
nos ayudan a en ten d er el m undo, pero, en prim er
lugar, no funcionan en todas partes (hay lagunas
enorm es en psicología, sociología, m edicina, donde
el éxito de la acu p u n tu ra recuerda de nuevo viejas
concepciones de la realidad, y en la com prensión de
nuestros coetáneos) y, en segundo lugar, el dom inio
de la n atu raleza es sólo un principio de orden entre
m uchos. A los hom bres, o se les puede dom inar
— y, p o r cierto, o con presión em ocional o con la
ayu d a de arg u m en to s— o se puede in ten tar aum en
tar su libertad (y con ello dism inuir su dom inabili-
d ad y predictibilidad); tam bién puede am árselos,
puede intentarse com penetrarse con ellos, y así alte
ra r to talm en te la n aturaleza propia, incluidos los
propios principios de orden. Igualm ente m últiples
son las posibilidades de nuestra conducta ante la
n atu raleza, e igualm ente m últiple tam bién es la
«realidad» que contem plam os en ella. La circuns
tancia de que hoy sólo parece do m in ar una form a
de co n tem p lar la naturaleza no puede seducirnos a
erro r y hacernos p ensar que a fin de cuentas, a
pesar de to do, hem os alcanzado «la» realidad.
Solam ente significa que o tras form as de realidad
provisionalm ente no tienen consum idores, am igos,
defensores, y ciertam ente no porque no tengan nada
que ofrecer, sino porque no se las conoce o porque
no existe interés p o r sus productos. No es posible
co m p letar la concepción de Riegl con un criterio de
realidad, y elim inarla así. Si se asum e tal com ple
m ento, entonces p ro n to se descubrirá que tam bién
está som etido a la concepción de Riegl, y esto signi
fica que noso tro s no sólo tenem os form as artísti-
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F ig u r a 15. Ilustración a n ató m ic a del texto de enseñanza de
G iu lio C asserio (ca. 1600).
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F ig u r a 16. Ilu strac ió n del Tratado sobre el hom bre, de
D escartes, p ublicado en 1664.
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eos después de él, d an a esta pregunta la siguiente
respuesta: realidad es lo que nos representan los
científicos com o realidad.
Leam os ah o ra el siguiente texto del Libro de la
consolación divina del M aestro Eckehart:
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los escritos sagrados, las ideas de los Padres de la
Iglesia, las resoluciones de los concilios y de los
sínodos locales, reflexiones filosóficas. T am bién se
em plean experiencias, com o una curación de una
enferm edad m ortal, u n a paulatina satisfacción des
pués de u n a larga dolencia, y o tro s hechos singula
res. La fundam entación es hum ana y dem ocrática,
en el sentido de que un hom bre que pide razones
no tiene que em pezar p o r realizar un aprendizaje
que le conduzca a la sabiduría del p resen tad o r de
razones, sino que p ara to d a p ersona y p ara toda
com prensión existe una explicación que hace plau
sible el tem a: hay leyendas p ara personas piadosas y
sencillas, «evidencia» p ara escépticos notorios,
argum entos filosóficos p ara intelectuales, vías de
aproxim ación m ística p ara personas que pueden
av an zar p o r estos cam inos. Se tom a a las personas
tal com o son, se atiende a cada peculiaridad
h u m an a, se aproxim a uno a ellos, pues C risto ha
m u erto p ara todos los hom bres, y no sólo p a ra los
profesores. Los argum entos sólo responden p a r
cialm ente a las exigencias de una justificación cien
tífica m oderna, p ero esto no es ninguna objeción.
Pues la realidad de la que habla el M aestro Ecke-
h art no es la realidad del m undo m aterial, de la que
quizá tengan las ciencias una idea adecuada, sino un
dom inio muy diverso. Si se rehúsa aceptar tal
dom inio con la observación de que no es accesible a
las ciencias, entonces tenem os un juicio exactam ente
com o el rechazo de u na iglesia gótica p o r el m otivo
de que no se ha construido según los principios esti
lísticos rom ánicos. Si se responde que la iglesia
gótica sí existe, pero no el dom inio sobrenatural del
M aestro Eckehart, entonces la respuesta es que p ara
un seguidor fanático de principios estilísticos más
an tiguos tam p o co existe u n a iglesia gótica, es decir,
una casa de D ios construida según un orden; p ara
él existen iglesias, y éstas son o rom ánicas o defor
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mes m ontones de piedras. Si con Riegl se atiende a
que una iglesia gótica posee, sin em bargo, una
estru ctu ra peculiar, que se puede reconocer y des
cribir después de cierto aprendizaje, entonces tam
poco puede negarse un dom inio divino, pues éste,
p ara los que han ap rendido, es algo que está clara
m ente presente. Así pues, no sucede que a la
«realidad» de-las ciencias se oponga un reino de la
apariencia, sino que n osotros o tenem os dos im áge
nes aparen tes, o dos realidades, y am bas están
estru ctu rad as según principios peculiares. Si final
m ente se ob jeta que las teorías científicas nos ayu
dan, con to do, a alcanzar ciertas cosas — podem os
vo lar a !a luna, podem os repetir experim entos,
cu rar enferm os incurables— , entonces la respuesta
es que esto tam bién rige p ara el objeto religioso.
Tam bién aquí se em prenden viajes, sólo que a
dom inios espirituales; tam bién aquí se cura, sólo
que del pecado o del do lo r del apego a objetos
terrenos. No hem os superado a Riegl.
T om em os un segundo ejem plo: según Riegl, el
ám b ito del arte paleocristiano está com puesto de
bloques espaciales, y éstos dependen de los cuerpos
que ocupan el espacio. Ello responde exactam ente a
la concepción espacial aristotélica. Según A ristóte
les, el lugar de un objeto no es u n a p arte de un
m édium universal donde el objeto ha penetrado
casualm ente, sino el límite interno de las cosas que
rodean al objeto l5. A hora bien, de ningún m odo
quiero afirm ar que los artistas cristianos prim itivos
han leído a A ristóteles (dada su posición social,
esto no sería posible, y, adem ás, la Física de A ristó
teles no era conocida entonces en Occidente).
Pero la definición aristotélica del espacio no era
un sutil pensam iento divorciado de la vida coti
d iana, sino el resultado del intento de trad u cir a
15 Física, 212a20.
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conceptos claros la concepción subyacente, pero
inarticulada en la m entalidad cotidiana.
En el intento de o rien ta r y enjuiciar estilos artís
ticos de u n a fo rm a «objetiva», es decir, unidos en
este caso a una «realidad» supuestam ente fijada por
las ciencias, nos encontram os, pues, no con un
p u n to de apoyo arquim édico, sino de nuevo con
o tro s estilos, aunque éstos no son ya estilos artísti
cos, sino estilos de pensar. El relativism o de Riegl
no es, pues, lim itado; se extiende a las ciencias.
El que las artes y las ciencias no quedan sep ara
das sino acercadas p o r el problem a de la realidad se
m uestra en m últiples recubrim ientos de los que aquí
sólo quiero ad ucir algunos y de u n a form a muy
som era.
C om o ya se advirtió arriba, el espacio indepen
diente de los objetos (después de ciertos p rep arati
vos en la teología) fue introducido en la p intura y
arq u itectu ra m ás de 250 años antes de N ew ton
(co m p arar figs. 13 y 14) y construido sobre la base
de reglas simples. L eonardo ya criticó la identifica
ción de este espacio con el espacio visual, que per
d u ra en la óptica hasta el siglo xix y que produce
m uchas dificultades (R onchi y su escuela han elim i
n ad o esta identificación com pletam ente en el si
glo xx). El arte poético, la epopeya y el d ra m a des
arro llan m edios p ara representar peculiaridades
individuales y leyes sociales, ya m ucho antes que la
psicología y la sociología se ocu p aran del tem a, y
siguen to d av ía hoy m uy p o r delante de estas disci
plinas en la capacitación y presentación de la ten
sión sujeto-objeto: no en vano denom ina A ristóte
les al arte literario m ás filosófico que la historia 16.
Incluso esquem as lógicos básicos com o el modus
tollens, que florecen y se extienden en los dom inios
m ás secos de la lógica form al, se encuentran pri
16 Poética, 1451b5.
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m ero en la trag ed ia, p ara la construcción y enredo
del nudo trágico; y eso, a su vez, es el resultado de
un choque entre tradiciones incom patibles: Orestes
debe vengar a su padre y, p o r ta n to , m atar a su
m adre, pero no puede m atarla pues es consanguínea.
Yo he m encionado ya que los defensores de una
verdad y de una realidad apelan aquí a principios
de orden que no sólo separan las ciencias de las
artes, sino que deben m ostrar que las ciencias, y
más generalm ente el pensam iento racional, son lo
único objetivo. N o se niega la posibilidad de antici
paciones com o las m encionadas, pero sólo afectan a
lo real tras u n a transform ación en el sentido de los
principios de orden. Yo ya he respondido a esta
objeción: no existen sólo principios de orden téc
nico (racionales), sino tam bién m uchos otros. Una
segunda respuesta sería que no existe ninguna trad i
ción, tam p o co en las ciencias, que se atenga exclu
siva y perm anentem ente a los supuestos principios
de orden: la razón sólo rara vez es razonable.
P ara ju stificar esta segunda respuesta pregunte
m os sobre qué condiciones debe cum plir una estruc
tu ra p ara poder ser una representación válida de
«’la» realidad, o u na expresión válida de «la» ver
dad. E n la m edida en que conozco yo la situación,
sobre to d o dos condiciones han desem peñado un
papel en la historia del pensam iento:
— conceptos abstractos y
— m étodos estrictos de com probación.
C onsiderem os m ás detenidam ente la prim era
condición.
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bles de la h isto ria de n u estra cultura. En las epope
yas que precedieron a este acontecim iento, dioses,
hom bres, datos históricos y hechos cosm ológicos no
eran caracterizados p o r definiciones o teorías, sino
p o r narraciones. C onocem os este m étodo en las
novelas, historias breves, leyendas y obras de teatro,
pero tam bién en la historia, en la m edida en que
ésta no se co n tenta con una m era enum eración de
hechos. Es el m étodo más ap ro p iad o p ara ilum inar
un objeto desde m uchos aspectos, donde ocasio
nalm ente se m anifiesta muy claram ente que la
inform ación d ada no es ni com pleta ni «objetiva»;
com párese, p o r ejem plo, cóm o se va estructurando
lentam ente la im agen de O telo — a través de los
relatos de B rabantio, D esdém ona, C assio, Jag o , de
la co n d u cta de éstos y del com portam iento del
m ism o O telo— sin que nunca llegue a precisarse
inequívocam ente (lo que m uestra en la pluralidad
de posibles escenificaciones de ésta y otras obras).
La exposición puede ser muy larga, pero puede
caracterizarse tam bién p o r su brevedad, com o
sucede con la caracterización de H edda G abler al
com ienzo de la obra: incluso antes de que aparezca
se sabe exactam ente qué tipo de persona vam os a
en co n trar. En la epopeya y en los m itos que se des
arro llan independientem ente de ella, dioses, hom
bres y sus relaciones se caracterizan exactam ente de
esta form a; p o r lo dem ás, con la excepción de que
aquí se tra ta de realidades experim entables, no de
ficciones. M uchos eruditos (ejem plo m ás reciente,
W. B urkert 17) h an negado la referencia a la reali
dad, p o r lo dem ás sólo basándose en u n a visión
algo superficial sobre la relación entre experiencia y
tradición. N ietzsche lo vio m ucho más claro. Es
cribía:
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D e suyo, el h o m b re en e sta d o de vigilia só lo ve cla
ram en te q u e está d esp ierto p o r el ríg id o y regular
h ilad o co n ce p tu a l, y p recisam ente p o r esto llega a
veces a creer que sueña c u a n d o ese h ila d o de concep
tos llega [...] a desgarrarse. Pascal tiene razó n al a fir
m a r q u e n o so tro s, si tuviéram os to d as las noches el
m ism o su eñ o , tam b ién nos o c u p aría éste en el m ism o
g ra d o en que nos o c u p an las cosas que vem os to d o s
los días [...]. El d ía, desp ierto , de un p u e b lo m o vido
m íticam ente co m o el de los a n tig u o s griegos, es de
h echo m ás sim ilar al su eñ o , a causa del m ilagro c o n ti
n u a d o su p u e sto en el m ito, q u e al d ía de u n pen sa
m ien to científico sobrio. Si cada á rb o l puede h a b la r
una vez c o m o nin fa, o si b a jo la e n v o ltu ra de u n to ro
u n dio s puede ra p ta r vírgenes, si puede verse rep en ti
n am en te a la m ism a diosa A tenea c u a n d o co n d u ce a
trav és d e los m ercad o s d e A ten as un bello tiro de
caballos a c o m p añ a d a p o r P isístrato — alg o q u e creía
el h o n ra d o ateniense— , entonces en to d o instante,
c o m o en el sueño, to d o es posible y to d a la n a tu ra le z a
revolotea a lre d ed o r del ho m b re, co m o si fuera sólo el
carnaval de los dioses [...]
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y representación. D igo que se van deslizando p o r
que sus representantes se co m p o rtan com o si todo
lo an terio r fuera m era palabrería, que con algo más
de atención hubiera podido sustituirse ya hace
tiem po con el conocim iento. No se p ro p o n e una
nueva form a de conocim iento; se insinúa que a falta
de un pensam iento claro, h asta ah o ra ni siquiera ha
habido conocim iento. Los cam bios que (entre otros)
van apareciendo a consecuencia de esta insinua
ción, son descritos habitualm ente p o r los eruditos
en su contenido, es decir, se expone qué nueva con
cepción de dios y qué nuevas ideas sobre el alm a
ocupan el lugar de las ideas de la epopeya y de los
m itos antiguos, y adem ás se asum e que, en la tran
sición, el pensam iento racional ha desem peñado un
papel esencial. P o r ejem plo, según M ircea Eliade,
«un largo proceso de erosión [...] ha desnudado de
su significado original a los m itos hom éricos y a los
dioses» l9, d o n d e la «aguda» crítica de Jenófanes 20
y el descubrim iento de la form a esférica de la tierra
(«[...] dado que ahora se sabia que la tierra es una
esfera» 2I), desem peñó un im portante papel: el pen
sam iento arran ca del m ito y contribuye, p o r lo
m enos, a su disolución. Es el m ism o pensam iento
antes, después, entonces, hoy, pero (¿falta de inteli
gencia?) sólo desde el siglo vi se le em plea de form a
decidida.
Así pues, aq u í tenem os un im p o rtan te com po
nente de la concepción de la realidad que, según
m uchos eruditos y artistas, debe com pletar el punto
de vista de Riegl. ¿Nos ofrece una correcta descrip
ción del poceso de «erosión»? No lo pienso.
C onsiderem os, p a ra seguir la pista del tem a, la
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«aguda» argum entación de Jenófanes. Es la si
guiente:
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to d o s, después de e xam inar el tem a con ex actitud, pre
ferirían las co stu m b res p ro p ias a to d as las dem ás.
H a sta tal p u n to está cu alq u ier p ueblo co nvencido de
que sus form as de vida son las m ejores.
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En La Ilíada leemos:
Pues som os tres los h erm an o s q u e C ro n o s e n gendró
con Rea: Z eus, yo m ism o [Poseidón] y H ades, el rey
de los infiernos. En tres partes fue to d o re p a rtid o y
cad a u n o o b tu v o su d o m in io . E ch ad as las suertes, a
mí me c o rre sp o n d ió h a b ita r p a ra siem pre el can o so
m ar, tocóles a H ades h a b ita r la tenebrosa so m b ra y a
Z eus a l a n c h o cielo, h a b ita n d o en el é te r y en las
nubes. Pero la tie rra c o n tin u ó siendo h erencia c o m ú n ,
y com ún es tam bién el elevado O lim po. J a m á s ,-p o r
ta n to , m e som eteré yo a Zeus; p o r fuerte que sea, ¡que
perm anezca tran q u ilo en su m odesto tercio! 21
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El dios de Jenófanes tiene las siguientes propie
dades:
Existe un dios que no es igual a los m ortales, ni en
form a ni en pensam ientos. P erm anece siem pre en el
m ism o lugar e inm óvil. N o le conviene ir de acá para
allá, pues él dirige sin esfuerzo el universo con la
fuerza de su espíritu.
Y recibe la respuesta:
Yo creo, pues, que es c o nocim iento ta n to aquello
que uno puede a p ren d e r con T eo d o ro , es decir, el arte
de la m edida y las o tra s cosas que a cab as de m encio
n ar. co m o tam b ién , p o r o tro lado, el a rte de hacer
zap a to s y las o tra s a rte s de los restantes arte sa n o s; me
parece a mí que todas y cada una de ellas no son nada
sino conocim iento.
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M enón responde:
P ero no es difícil, Sócrates, re sp o n d erte . D esde
luego, si de lo que quieres h ab lar es de la virtu d de un
h o m b re, es fácil decirlo; significa ser c ap a z de a d m i
n istra r los a su n to s de la ciu d ad y a se g u ra r el bien de
sus am igos frente al m al de los enem igos, y ten e r cui
d a d o de preservarse a u n o m ism o de to d o m al. Si
piensas en cam bio en la virtud de la m ujer, tam p o c o
es difícil de te rm in a rla : debe a d m in istra r bien la casa y
m an ten erla en buen e stad o y tam bién obed ecer a su
m arido. D istin ta es tam bién la virtu d del n iñ o , del
m uch ach o o de (a niña, o la del an cian o , ya pienses en
h o m b res libres, ya en esclavos. Y a ú n hay m uch as
o tra s clases de virtu d es, de m o d o que no te verás p e r
plejo si tienes que decir lo que es la virtu d ; ya que
p a ra cad a situación y p a ra cada ed ad , p a ra cada
acción y p a ra cad a u n o de n o so tro s existe una virtud
p a rticu la r; y lo m ism o o cu rre, creo yo, S ócrates, con
el vicio.
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vez para siem pre. Sócrates no está de acuerdo con
este m étodo. Así responde a Teeteto:
L ibre y generosam ente, m i q u e rid o am igo, das tú
m ucho d o n d e sólo se te ha p e d id o una cosa, y ofreces
lo com plejo en lugar de lo sencillo.
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tres a diez y siete. Teeteto y su am igo Sócrates quie
ren caracterizar los núm eros irracionales de o tra
form a, no p o r la enum eración a base de las pruebas
ap o rta d as paso a paso, sino con la ayuda de con
ceptos que d eterm inan de una vez p o r todas la p ro
piedad de los núm eros irracionales. Teeteto describe
su procedim iento com o sigue:
T e e t e t o : [ ...] D iv id im o s la s t o ta lid a d de lo s n ú m e
r o s e n d o s g r u p o s ; a lo s q u e p u e d e n s u r g i r c o m o p r o
d u c to de fa c to re s ig u a le s lo s re p r e s e n ta m o s con la
f ig u ra d e l c u a d r a d o , y lo s d e s c r ib im o s c o m o c u a d r á t i-
cos y e q u ilá te ro s .
S ó c r a t e s : E stá bien a s i.
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irracionales y que perm ite derivar teorem as sobre
todos los núm eros irracionales.
— M uchachos — dice S ócrates— , esto me parece
to d o lo a c e rta d o q u e puede ser lo d ich o p o r un
h u m a n o . P e ro m e p arece que T e o d o ro n o q u e d a afec
ta d o p o r el reproche de un falso testim onio.
— Sí — objeta T eeteto — , ¡Sócrates!, yo no p o d ría
c o n te sta r a tu p reg u n ta de la m ism a form a que a la
cuestión so b re las longitudes y núm eros c u ad ra d o s.
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p ara los m ism os griegos son distintas en la ciudad y
en el cam po, en tiem po de H om ero y en tiem po de
la dem ocracia ateniense, en A tenas y en E sparta.
No parece aq u í posible una determ inación com ún,
p ero Sócrates pretende lograrla. N osotros sospecha
rem os que los conceptos que realicen tal d eterm ina
ción, caso de que lleguen siquiera a darse, podrán
a firm a r m uy poco, y m uy poco concreto, sobre
aq uello que es com ún a todas estas situaciones tan
d istintas: el in terro g ar socrático, tal com o se le pre
sen ta en los Diálogos de P latón, es un in terro g ar
sobre conceptos relativam ente vacíos y la «vieja
d isp u ta entre la poesía y la filosofía» de que habla
P latón 28 es u n a disputa entre form as de presentar
que son ricas en detalles y que se co n ten tan con
toscos esquem atism os. Es interesante ver que los
nuevos intelectuales, entre los que se cuenta tam
bién P lató n , niegan u n a referencia a la realidad, al
epos, a la tragedia o al m ito, y lo reclam an p a ra sus
alam bicados esquem atism os. El dios de Jenófanes
es el p rim er y m uy extrem o ejem plo de esta ten
dencia.
(El conflicto entre form as com plejas de represen
tación y esquem atism os sim ples tam bién se d a en
el arte. La perspectiva se inspira p o r lo m enos p a r
cialm ente en el intento de fundam entar la presenta
ción del espacio sobre principios que deben ser
válidos en to d as las circunstancias. Si se com para el
L ili M arlene de F assbinder con la biografía de la
heroína, o con la novela autobiográfica que ella
m isma escribió, o Los diablos de Ken Russell con
Los demonios de Loudun de Aldous H uxley, entonces
se ve m uy claram ente que tam bién los artistas han
logrado cierta m aestría en el traer de acá p a ra allá
sím bolos vacíos. Se puede incluso d a r un paso más:
tam bién estos artistas afirm an p o d er p en e trar hacia
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la «realidad» a través del en tram ad o de circunstan
cias ocasionales; tam bién ellos opinan que la reali
dad es algo vacío, desierto y pobre en detalles.)
A hora se plantea la pregunta: ¿En qué consistía
la ventaja de las esquem atizaciones y vaciam ientos
conceptuales a que se dirige el preguntar socrático y
cóm o se ha llegado a que este m étodo dom ine de
tal form a to d o el pensam iento occidental? ¿C óm o se
ha llegado a este rasgo fundam ental del naciona
lismo occidental que sigue tendiendo todavía hoy a
un dom inio ab soluto donde se habían conservado
m edios m ás realistas de presentación y tratam ien to
de la naturaleza?
La p regunta tiene una fácil respuesta, pero las
siguientes circunstancias merecen que se les preste
atención.
En prim er lugar, ya en los epos existía un m ovi
m iento hacia conceptos más abstractos y esquem á
ticos. Un ejem plo es el concepto de la honra. El
concepto de la h o n ra subyacente en La Ilíada es un
concepto relacional: tiene h o n ra quien es tra ta d o de
una form a honrosa, en el convite, después de la vic
to ria en el cam po de batalla, en el sacrificio. El
concepto ab arca las acciones que dispensan h o n ra y
las circunstancias en que deben realizarse; tiene,
pues, un rico contenido. En el canto noveno, Ulises
en u m era los dones honrosos que se ofrecen a Aqui-
les, pero éste d u d a de que realm ente aporten honra.
La h o n ra «verdadera» a la que él apela es algo que
no se explica en ningún lugar, sólo se la advierte en
que sustrae a las dem ás acciones su valor, y el con
cepto que la corresponde apenas es conocido. Pero
una cosa sí se sabe: no es ciertam ente algo rico en
detalles, pues está separado de los sucesos de este
m undo. En su Teogonia. H esíodo ord en a la historia
de los dioses y de los hom bres según un esquem a
genealógico. Los prim eros m iem bros del esquem a
son: surgim iento del C aos, de la T ierra, del Eros. El
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C aos engendra a E rebo y a la Noche; ésta, unida
con E rebo, al Cielo claro (E ter) y al D ía. La T ierra
engendra al Cielo con estrellas, a M ontañas, P ra
dos, C am pos, así com o a los M ares interiores, pero
a los últim os sin cooperar el am or. Erebo y la
N oche, que han surgido del Caos, le son sem ejan
tes, pues tam bién son oscuros. El Cielo, los M ontes,
el M ar Interio r son sem ejantes a la T ierra. P odría
designarse, pues, a E rebo y a la Noche «com o p ro
piam ente perteneciendo al “ concepto” fde Caos]»
(Schwabl), pues com parten con el C aos ciertas p ro
piedades m uy generales y tam bién muy indeterm i
nadas.
En mi o pinión, un fuerte m otivo p ara que se
independizasen estas nuevas propiedades pobres en
detalles fue el descubrim iento de que con su ayuda
podían contarse, p o r así decirlo, nuevos tipos de
historias, nuevos m odos de m itos con rasgos sor
prendentes. El curso de estos nuevos m itos no
estab a ya som etido a la coacción externa de una
tradición, sino que venía regulado desde dentro,
«era consecuencia» de la naturaleza de las cosas. Si,
p o r ejem plo, en lugar del concepto tradicional de
dios explicado p o r num erosos episodios se intro
duce un concepto en que sólo se habla ya del poder
o del ser, entonces se puede n arrar la siguiente his
to ria, ciertam ente no m uy interesante y tam poco
autentificada p o r la tradición, pero, con to d o , muy
constrictiva:
D ios o es uno o es m uchos. Si es m uchos, entonces
o éstos son iguales o son desiguales. Si son iguales,
entonces son com o los c iu d a d an o s de una c iu d a d , es
decir, no dioses. Si son desiguales, entonces algunos
son inferiores, es decir, tam p o c o son dioses (pues el
poder de un dios, que es única característica, no tiene
lim ite alguno). Luego dios es sólo uno.
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actitu d ante el hecho de la gran pluralidad de tradi
ciones.
T o m ad o en sí, este hecho no plantea todavía
problem a alguno. T odo lo co n trario , despierta la
curiosidad: se investigan cosas desconocidas, se
integran logros ajenos, se alcanza un vivo intercam
bio cu ltu ral que no llega a interrum pirse ni por
confrontaciones bélicas. Un buen ejem plo de tal
interacción de tradiciones es la situación en Asia
M enor, M esopotam ia y Egipto al Final del período
del bronce (hacia 1600-1200, a de C.), un período
que el egiptólogo J. H. Breasted ha denom inado el
«prim er internacionalism o». Las tribus, reinos, pue
blos que habitaban dicha zona disputan constante
m ente entre sí, p ero esto no les im pide aprender y
asum ir unos de otro s ideas fundam entales, institu
ciones, form as de conducta.
Este fecundo intercam bio, m otivado p ráctica
m ente, de bienes espirituales y m ateriales, del que la
historia ofrece todavía otros m uchos ejem plos en
todos los círculos y períodos culturales, es obstacu
lizado con frecuencia p o r tendencias de un género
totalm ente diferente o queda incluso co rtad o del
todo. Tales tendencias contienen habitualm ente dos
elem entos: la exagerada valoración de u n a determ i
n ad a tradición, que tran sfo rm a diferencias de grado
en diferencias cualitativas, y diferencias cualitativas
en dicotom ías ingenuas pero plenam ente eficaces
(sum iso a la volu n tad de dios-sin dios, hum ano-
in h um ano, racional-irracional o, en nuestro tiem po
ya muy provinciano, científico-no científico). La
separación de la tradición condecorada de las o tras
tradiciones lleva n aturalm ente a un problem a:
¿C óm o se convence a los hom bres de que la unici
d ad no sólo es afirm ad a, sino que responde a la
naturaleza de las cosas? ¿C óm o se ejecutan los invo
luntario s sacrificios de la nueva m anía de form a
que no sólo se tengan que realizar p o rq u e ni
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siquiera existen o tras posibilidades, sino de form a
que se com pongan de obras libres?
Un m edio que ya utilizó el antiguo judaism o con
éxito parcial es el de la indoctrinación: se aisla a la
joven generación del tra to con otras tradiciones, se
le ofrece u n a presentación deform ada de las propie
dades de dichas tradiciones y se pro cu ra que estas
im ágenes d isto rsio n adas se hagan carne y sangre de
los pupilos.
El descubrim iento de historias que tienden por sí
m ism as a un d eterm inado final ofreció a los defen
sores de la lim itación provinciana un instrum ento
todavía m ejor: la dem ostración (o el argum ento).
Lo que se dem uestra no es algo a que se coacciona
exteriorm ente al alum no: se sigue de la m ism a n atu
raleza del objeto. N o los m étodos educativos de una
tradición, que siem pre son casuales históricam ente,
sino las cosas indican ah o ra el cam ino, y, p o r
cierto, de una fo rm a «objetiva», independiente de
las opiniones existentes casualm ente. P ara los inte
lectuales de la G recia antigua surgió así una posibi
lidad ap arentem ente nueva y muy fecunda de
en co n trar d en tro de la disputa entre las tradiciones
una y sólo u n a «verdad».
N aturalm ente, esto fue un error. La circunstancia
de que los conceptos, p o r así decirlo, se reúnan por
sí solos en historias los distingue únicam ente
cuando en co n tram os agrado en esta «necesidad
interna», cu an d o la preferim os a o tras reflexiones,
com o pueden ser reflexiones de plausibilidad. No
nos vem os forzados a aceptar dicha necesidad; to d o
lo co n tra rio , las personas a las que interesa m ás el
co ntacto directo con la realidad considerarán com o
gran desventaja el vacío de los conceptos utilizados.
N aturalm ente, uno puede introducir una concepción
de la «realidad» o de la «verdad» que presuponga la
m encionada encajabilidad m utua de los conceptos
vacíos, p ero notem os que aquí se tra ta exactam ente
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de una nueva concepción que se añade a las con
cepciones ya existentes. Y, adem ás, esta concepción,
com o se ha dicho ya, es una concepción muy
extraña, pues habla de «realidad» donde realm ente
es sólo m ínim o el co n tacto con lo cotidiano y los
conocim ientos ya existentes. Sea lo que sea, la idea
de Riegl, según la cual existen distintas form as de
arte y de conocim iento, de ningún m odo ha sido
superada. Tam bién el dios de Jenófanes, que es un
resultado parcial del m ovim iento hacia el vacío
conceptual, es sólo un dios entre m uchos.
C on esto hem os vuelto de nuevo a nuestra pre
gunta: ¿C óm o p u d o suceder que el proceder ab s
tracto de los intelectuales, que el «racionalism o»
vacío que es su invención, haya podido desem peñar
un papel tan im portante en el pensam iento occiden
tal? ¿C óm o se ha llegado a que esta tradición, a
pesar de num erosos fracasos y a pesar de largos
períodos de m arch ar en pu n to m uerto, con todo
haya p odido regalarnos uno y o tro pequeño descu
brim iento? ¿Qué ha sucedido para que no se descu
briera enseguida la inutilidad del m étodo y no se
rechazara inm ediatam ente ese m ism o m étodo? Las
respuestas a estas cuestiones nos ofrecen una intere
sante visión de los m ecanism os que m antienen viva
una tradición.
En prim er lugar se descubrió y criticó muy
p ro n to la inutilidad de la nueva form a de pensar.
Tom em os, p or ejem plo, la m edicina. En ocasión de
su discusión sobre la m edicina, en el diálogo Fedro,
P lató n alude a que no b asta c u ra r cuerpo y alm a
«sólo p or rutina y experiencia», sino que es necesa
rio «sum inistrar salud y fuerza con un arte cons
ciente, m ediante m edicam entos y alim entos». Un
arte consciente significa que se quiere clarificar la
n atu raleza de las cosas, sobre todo la naturaleza del
hom bre, del cuerpo, del alm a 29, y esto significa, a
29 P latón. Fedro. 270b y ss.
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su vez, que deben introducirse conceptos generales
sobre dichos objetos y determ inarlos férream ente
m ediante definiciones (es decir, con teorías senci
llas). Un procedim iento de este género sustituye los
conceptos anclados m uchas veces en la práctica tal
com o los poseía la m edicina tradicional, cuyo con
tenido es dem asiado rico com o p ara que pueda cla
rificársele p o r una definición, m ediante ideas senci
llas pero m ucho m ás pobres. A quí ya había
precedido Em pédocles a Platón. P ara él, el cuerpo
hu m an o co n stab a de cu a tro elem entos, y la enfer
m edad era sim plem ente la falta de equilibrio entre
estos elem entos. Los m édicos de la escuela coica
criticaban así la definición:
N o p u ed o sencillam ente co m p ren d er cóm o aquellos
que defienden o tra concepción y a b a n d o n a n el viejo
m éto d o [de la m edicina práctica] p a ra fu n d a m e n ta r el
a rte m édico sobre un p o stu lad o pueden tr a ta r a sus
pacientes en el sen tid o de este p o stu lad o . Pues, com o
a mi me parece, no han d escubierto ningún c alo r o
frío ab so lu to s, ninguna sequedad o h u m ed ad a b so lu
tas, que n o p a rticip e n de nin g u n a o tra fo rm a. P ero yo
creo que ellos tienen los m ism os alim entos y bebidas
que tenem os to d o s, y añ ad en a uno la p ro p ied a d de lo
caliente, a o tro la p ro p ied a d de lo frío, a o tro lá
sequedad y a o tro la hum edad; pues no ten d ría ningún
sentido p rescribir a un paciente algo caliente, porque
él p re g u n ta ría inm ediatam ente: ¿Qué cosa caliente?
Así pues, o h a b la n algo sin sen tid o o deb en apoyarse
en una de las substancias conocidas.
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hom bre desde el prin cip io , cóm o surgió y de q u é ele
m entos. Pero yo creo que to d o lo que han dicho o
escrito los filósofos y m édicos so b re la ciencia natu ral
no tiene m ás que ver con la m edicina que con la
pintura.
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nes establecidas. ¿De dónde obtuvo él su pujanza?
La o btuvo de los dos fenóm enos ya m encionados,
es decir, de un d esarrollo general hacia u n a m ayor
abstracción, que quizá se vio apoyado por tenden
cias religiosas fuera del ám bito hom érico, así com o
p o r el descubrim iento de «pruebas», tal com o lo
acabam os de describir.
Estas «pruebas» — y con ello llego a u n a nueva
aportación a la pujanza del prim itivo racionalism o—
condujeron a una acum ulación de «resultados»
(com o el teorem a de Parm énides de que nada se
mueve, y que no existen cosas que existan sep ara
dam ente, o el correspondiente teorem a de Zenón) y,
con ello, a una acum ulación de problem as y de
investigaciones (m uy p ro n to com enzó a proliferar
alegrem ente el nuevo cam po de la filosofía). La p ro
liferación hace ser conocido y fam oso, aun cuando
se tra ta de u na proliferación del sinsentido y algo
que no co n tribuye en n ad a a los problem as ya exis
tentes en disciplinas tam bién existentes (com párese
la situación muy sim ilar de los desarrollos produci
dos en la teo ría de la ciencia a p artir del C írculo de
Viena). No puede tam poco pasarse por alto que los
d ebates filosóficos se realizaban en A tenas en la
plaza del m ercado y despertaban el interés del
público (com párense aquí los debates posteriores de
los representantes de distintas direcciones religiosas
en las plazas del m ercado de las aldeas m edievales).
Se fo rm aro n escuelas de pensam iento. Sócrates
estro p eab a a la juv entud con sus preguntas ab stra c
tas, pero to davía no de una form a sistem ática. Pla
tón organiza, selecciona, reúne, pro cu ra con trucos
psicológicos que sus alum nos no se distraigan. Esto
tam poco tiene n ad a que ver con «verdad» o con
«realidad», tro p as de choque * de alum nos decidi
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dos que se han reunido p ara defender las ideas más
locas. La ventaja del racionalism o es que puede
resolver problem as aparentes surgidos fuera de las
escuelas e independientem ente de ellas (por ejem plo,
en la astronom ía). Y no olvidem os que fue A ristóte
les, que desem peñó aquí un papel m uy decisivo,
quien logró restablecer el nexo con el sentido
com ún y con las disciplinas existentes, p o r lo m enos
parcialm ente. En ello utiliza, entre o tro s, un
m étodo que ha sido m antenido vivo hasta hoy por
el racionalism o, es decir, el método de los movim ien
tos retrógrados: los conceptos abstractos, el orgullo
de los racionalistas, son sacados de su contexto abs
tracto , se les relaciona con la práctica, dan un
nuevo im pulso a ésta, y se realizan nuevos descu
brim ientos. Los éxitos no se consiguen p o r haber
sujetado a la razón, tal com o esta se presentaba en
las abstracciones conseguidas previam ente, sino por
que se es suficientem ente razonable como para proce
der irracionalmente.
En la historia de las ciencias hay num erosos
ejem plos de este procedim iento irrazonable-razo-
nable, para esta irracionalidad que siem pre vuelve a
salvar el racionalism o.
Así es com o los m édicos alejandrinos no m ostra
ron ninguna aversión ante los conceptos de los filó
sofos naturalefe; p e ro /n o los utilizaron de acuerdo
con las reg las^p rescritas por los filósofos, sino
basándose en una com binación intuitiva y apenas
describible de estas reglas con las de la práctica
m édica. En los Principia, N ew ton construye ap aren
tem ente una ciencia estricta con conceptos precisa
m ente clarificados, pero en la discusión del p ro
blem a de los tres cuerpos no utiliza dichos
conceptos, sino que vuelve a trab a jar intuitiva
m ente. En la época de Einstein había disciplinas
com o la m ecánica, la electrodinám ica y la term odi
nám ica, que habían desarrollado un elevado nivel
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de form alism o (recuérdese, por ejem plo, la teoría de
H am ilton). En su prim er artículo sobre el problem a
de la radiación (1905), Einstein no em plea los con
ceptos así explicados: habla muy generalm ente de
«imágenes teóricas» bajo las que alude a caracterís
ticas generales de las teorías que tenían ante sí e
independientes de su form ulación m atem ática.
Estas im ágenes, no las m ism as teorías, fueron lo
que él investigó. Y ahí no se apoyó en las leyes de
su tiem po m ejor confirm adas em píricam ente, sino
que utilizó aproxim aciones y preguntó cuál de aque
llas im ágenes era apoyada por la aproxim ación ele
gida. Supuso que esta imagen tam bién estaría en la
base del hecho adecuado, pero oculta bajo otros
procesos.
La argum entación a base de aproxim aciones fue
luego el m étodo de la prim era teoría cuántica. El
m ism o B ohr ha criticado de esta m anera inform al
aplicaciones con éxito de los m étodos exactos de la
m ecánica a la teoría atóm ica (crítica del m étodo de
Schwarzschild, Epstein y Somm erfeld). Su crítica y
sus argum entos asim ism o inform ales ap o rta ro n
num erosos resultados, y éstos condujeron final
m ente a una nueva y precisa teoría. Im re L akatos
ha escrito espléndidam ente análogos procesos en la
m atem ática p ura.
(Tam bién en el arte se dan dichos m ovim ientos
retrógrados. Así es com o M asaccio em plea la pers
pectiva, pero no sólo p ara representar la realidad
i. aterial, sino tam bién la jerarq u ía de principios
espirituales: el D ios Padre, que norm alm ente es
representado com o m ayor físicam ente, adquiere
ah o ra grandeza p o r su colocación totalm ente atrás
en una extrem a construcción en arco [fig. 17]. Y los
m anieristas em plean la perspectiva, pero locam ente,
p ara generar efectos especiales.)
Resum o: la p rim era condición que los pensadores
orientados científicam ente quieren im poner a una
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F ig u r a 17. La Santísim a Trinidad, de M asaccio.
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presentación objetiva es que tengan, que utilizar
conceptos ab stracto s y que realizar pruebas (argu
m entos) basándose en las leyes vigentes p a ra dichos
conceptos. Esta condición no introduce «la» reali
d ad y tam p o co «la» verdad; a lo sum o, una nueva
concepción de la realidad, es decir, un nuevo estilo,
y adem ás raras veces es cum plida en las disciplinas
que esos mismos pensadores tan to alaban. Así,
pues, a la extensión del p u n to de vista riegliano a
las ciencias y a la conexión im plicada en él de cien
cias y artes sólo se opone todavía la segunda condi
ción, es decir, la condición de la verificabilidad.
5. LA C O N D IC IO N D E LA
V E R IF IC A B IL ID A D
183
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se explica cóm o se relacionan m utuam ente estos
m ovim ientos: unos son básicos, otros más bien peri
féricos. P o r p rim era vez en la historia del pensa
m iento A ristóteles form ula algo así com o u n a ley
de la inercia4~lQs objetos no necesitan siem pre un
im pulso, to m o p o d ría ser su alm a, y cuando son
m ovidos p o r un alm a, es decir, de una form a n a tu
ral (y A ristóteles ofrece lo que son los posibles
m ovim ientos n atu rales).-L a física se construye y se
la verifica en y p o r «fenóm enos». Estos, en parte,
son sim ples observaciones, com o la observación de
que el au m en to del m ovim iento siem pre exige una
cierta fuerza m ínim a; en parte, en constataciones
com o la de que «el lugar y los cuerpos son cosas
distintas, pues un cuerpo puede ser alejado de su
lugar», que aparecen plenam ente evidentes, aunque
no se puede in d icar con precisión en qué se apoya
esta evidencia; en parte, se tra ta de intentos anterio
res p o r llegar a u n a teoría m ás am plia a p a rtir de lo
conocido y pensado. A ristóteles supone que el
hom bre y el m undo, en condiciones norm ales, se
en cuentran en arm o n ía. Lo que los hom bres pien
san sobre el m undo, cóm o ven el m undo, to d o esto
contiene, pues, un núcleo verdadero que debe ser
to davía liberado de perturbaciones. A ristóteles
exam ina la hipótesis al ap licar la teoría del m ovi
m iento fu n d ad a sobre ella a la interacción entre los
objetos y los órganos de sensación hum anos y
m uestra qué y cóm o resultan aquellas im presiones
de las que él m ism o h a p artid o al principio. D ad o
que las observaciones constatan cualidades, la física
de A ristóteles es una teoría cualitativa. C ontiene
num erosas afirm aciones que hoy consideram os m uy
triviales, pero tam bién contiene teorem as, com o,
p o r ejem plo, los siguientes: antes de cualquier
m ovim iento existe o tro m ovim iento; existe un pri
m er m ovim iento, y éste tiene velocidad constante; la
longitud de un objeto en m ovim iento en la direc
184
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ción del m ovim iento carece de valor determ inado.
El últim o teorem a ni se apoya en la observación ni
se le puede verificar con observaciones. Es una con
secuencia de la aplicación de la teoría de la conti
nuidad aristotélica al m ovim iento. En esta física, las
predicciones desem peñan un papel insignificante:
son tarea de o tras ciencias, com o la astro n o m ía. La
astro n o m ía no se preocupa m ucho de la naturaleza
de los objetos predichos p o r ella; esta tarea recae
sobre la física, ella se contenta con identificaciones
prácticas.
La física que suele denom inarse física de Galileo
d a gran v alor a fórm ulas cuantitativas y, p o r lo
m enos según su idea, está co n tro lad a p o r prediccio
nes. Se dice que triu n fó p o r su éxito sobre la física
aristotélica.
Exito: esto puede significar o que una nueva
v oluntad estilística plantea nuevas exigencias al
pensam iento, y que la física de G alileo cum ple estas
exigencias —ésta sería la concepción del proceso
según Riegl— , o que se ha en contrado com o insufi
ciente al aristotelism o a base de norm as que también
él aceptaba. En el últim o caso se h ab la h a b itu al
m ente de u n a crítica «objetiva», pero yo no alcanzo
a co m p ren d er p o r qué u n a crítica que utiliza pautas
m ás po p u lares ha de ser «más objetiva» que una
crítica q ue se ap o y a en p au tas m enores di fundidas.
Sim plem ente se co n stata que el m aterial en que se
quiere realizar un cierto estilo de pensar no sirve
p ara esto, y se encuentra uno ante la alternativa:
nuevo estilo de pensam iento o nuevo m aterial. En
tal situación, los científicos no siem pre tom an el
prim er cam ino — b asta contem plar con qué decisión
las form as de p en sar galileicas y las form as de pen
sar del siguiente m ecanicism o se aplicaron a la vida
e incluso a procesos aním icos: si la voluntad artís
tica oculta tras una determ inada form a de pensar
está m uy m arcad a, entonces no se deja uno forzar
185
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tan fácilm ente a un cam bio del estilo m ental p o r las
peculiaridades del m aterial.
Pero el segundo caso, que, com o se acaba de
m ostrar, encaja m uy bien en el esquem a de Riegl,
no es el que se da en la «revolución copernicana».
Pues no se intro d u cen en absoluto nuevas ideas
basándose en viejos criterios, sino que se cam bian
ideas y criterios. P or ejem plo, se lim ita desde el
~ \ principio al estudio del m ovim iento local. La d o c
trin a aristotélica del m ovim iento se ocupa tan to del
m ovim iento local com o de los cam bios que se p re
sentan cuando un m aestro inteligente enseña a un
alum no recalcitrante. La doctrina galileica del
m ovim iento sólo se ocupa del m ovim iento local, e
incluso aquí em pleando m edios m entales muy sim
ples. P ara A ristóteles, el m ovim iento local era un
proceso co n tin u ad o en un m edio continuo: así,
pues, en un caso sencillo, en u n a línea recta. La
co n tinuidad de la línea significa que sus elem entos
se encuentran en interdependencia recíproca. D ado
que los p u n to s son indivisibles, no pueden interde-
pender y, p o r tan to , tam poco pueden ser elem entos
de u na línea. Pero están contenidos en ella p o ten
cialm ente: se puede c o rta r la línea, actualizar un
determ inado p u n to e interrum pir así la continuidad
de la línea. G alileo rechaza sin m ás esta concep
ción:
E x actam ente co m o u n a línea de diez hebras [carne]
con tien e diez líneas de una lo n g itu d de una h ebra y
c u a re n ta líneas de la lon g itu d de un b razo [bracchia] y
o ch en ta líneas de m edio b ra zo de longitud, etc., así
contiene tam b ién un n úm ero sin fin de p u n to s, llám a
los actuales o potenciales, com o te plazca, mi q u erid o
Sim plicio, pues en lo que concierne a este detalle me
d oblego an te tu o p in ió n y tu juicio.
186
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estructura se altera de una form a esencial. P ara
G alileo, esta estru ctura no es ya interesante.
En lo que concierne a las predicciones que con
firm an ap arentem ente el éxito de la d octrina gali-
leica, la situación es la siguiente: en A ristóteles, el
acto de la percepción se veía som etido a las mismas
leyes que cu alq u ier o tra interacción. Y, d ad o que
las interacciones tam bién pueden llevar a un inter
cam bio de cualidades, la descripción de las percep
ciones y la realidad objetiva son de género esen
cialm ente diferente: existe un problem a alm a-
cuerpo. El p ro b lem a no se queda en la periferia,
pues en cada observación se supone que acaba
resuelto. El p ro b lem a no es resuelto. Las observa
ciones y los procedim ientos básicos de verificación
de la nueva form a de pensar están en el aire. Si uno
sigue apoyándose en ellos, esto im plica una especie
de acto de fe. N o se advierte dicho acto de fe, pues
se posee ah o ra frente al m étodo de com probación
una actitu d tan ingenua com o ante la cuestión de la
continuidad: los resultados de las m edidas produci
dos sobre el acto de fe concuerdan m utuam ente
(m ás o m enos): esto basta. Tal actitud práctica se
diferencia esencialm ente de la actitud de A ristóteles,
al que no im p o rtaban sólo buenas predicciones,
sino tam bién el conocim iento de la naturaleza de
las cosas sobre las que se predecía algo. Pero esto
significa que tenem os ante nosotros un nuevo estilo
de pensam iento, con nuevos criterios y con una
nueva estructura del saber construido p o r él.
6. R ESU M EN
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1. Riegl tiene razón al decir que las artes han
desarrollado una serie de form as estilísticas y que
estas form as existen en igualdad de derechos, a no
ser que se las enjuicie desde el pu n to de vista arb i
trariam en te elegido de una determ inada form a de
estilo. Incluso cu an d o se elige con m otivos un
p u n to de vista de este tipo, existe p ara cada grupo
de m otivos o tro s grupos, es decir, en la fundam en-
tación o se llega a una elección o a intuiciones, o
sea, a acción au to m ática y, así, de nuevo a una
elección, aunque esta vez no reflexionada.
2. La afirm ación de Riegl afecta asim ism o a las
ciencias. T am bién éstas han desarrollado una serie
de estilos, incluyendo estilos de com probación, y el
desarrollo de un estilo a o tro es, decim os nosotros,
totalm ente análogo al desarrollo desde la A ntigüe
dad al estilo gótico.
3. T an to artistas com o científicos, cuando ela
bo ran un estilo, con frecuencia trab ajan con la
segunda intención de que se tra ta de la presentación
de la verdad, o de «la» realidad.
4. E sta segunda intención no lleva más allá de
la concepción de Riegl. Sólo es una p arte de la
voluntad artística que Riegl ha dejado muy im pre
cisa, y sólo m uestra que los estilos artísticos están
estrecham ente enlazados a estilos de pensam iento:
hem os insertado un cuadro, o una estatua, o una
tragedia, insertos en una o b ra de arte verbal (por lo
dem ás, apenas excitante).
5. Esto se m uestra en los m uchos significados
de la p alab ra «verdad» o «realidad». Pues, si se
investiga lo que un determ inado estilo de pensa
m iento com prende bajo estas cosas, no se encuentra
algo m ás del m ism o estilo de pensar, sino sus p ro
pias presuposiciones: verdad es lo que afirm a el
estilo de p ensar que es verdad. Así es com o en un
tiem po fue verdad que existían los dioses griegos,
pero hoy esto es un absurdo p a ra m uchas personas.
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6. El éxito sólo puede distinguir a un estilo de
pensar cuan d o se poseen ya criterios que determ i
nan lo que es éxito. P ara el gnóstico, el m undo
m aterial es ap arien cia, el alm a real, y el éxito es
sólo lo que acontece a la últim a. D e nuevo se
o culta tras la aceptación de un estilo, no algo
«objetivo», sino un elem ento más del estilo.
7. P or ejem plo, m uchas personas se atienen hoy
al estilo de pensar de las ciencias, p o r haber per
d ido su interés p o r cosas sobrenaturales, p orque les
parece m ucho m ás im portante la fam a terrena que
la salud del alm a, porque uno quiere m antenerse
alejado de o tras personas (éste es el m otivo objetivo
del deseo de objetividad) y porque se cree — y, por
cierto, no basándose en investigaciones m ás preci
sas— que las ciencias pueden au m en tar y m ejorar
los bienes terrenos.
8. La elección de un estilo, de una realidad, de
u na form a de verdad, incluyendo criterios de reali
d ad y de racionalidad, es la elección de un p roducto
hum ano. Es un acto social, depende de la situación
histórica, ocasionalm ente es un proceso relativa
m ente consciente —se reflexiona sobre distintas
posibilidades y se decide una p o r u n a— , m ucho
m ás frecuentem ente es acción directa basándose en
intuiciones m ás fuertes. Es «objetiva» esta elección
sólo en el sentido condicionado p o r la situación his
tórica: tam bién la objetividad es una característica
de estilo (com párese, p o r ejem plo, el puntillism o
con el realism o o el naturalism o). Así, pues, uno se
decide en favor o en contra de las ciencias exacta
m ente com o u n o se decide p o r el p u n k rock o en
co n tra de él, p o r lo dem ás con la diferencia de que
la actu al inserción social de las ciencias rodea a la
decisión del prim er caso con m ucha m ás palabrería
y tam bién con m ucho más ruido.
9. Y, d ad o que hasta ah o ra se creía que sólo las
artes se en cu en tran en esta situación; d ad o que, p o r
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tan to , la situación sólo se ha conocido, h asta cierto
pun to , en las artes, la conclusión es que la m ejor
m anera de describir la situación análoga en las
ciencias y los m uchos recubrim ientos existentes ahí,
y de los que yo sólo he m encionado una pequeña
porción, se dice que las ciencias son artes en el sen
tido de esta com prensión progresiva del arte.
(Si viviéram os en un tiem po en que se creyera
ingenuam ente en el poder curativo y en la «objeti
vidad» de las artes, si no se separa arte y E stado, si
las artes se sustituyeran con m edios fiscales, si se las
apren d iera en las escuelas com o disciplinas obliga
torias, m ientras que las ciencias serían consideradas
com o colecciones de juguetes, de las que los ju g a
dores u n a vez elegirían un juego y o tra vez otro,
entonces, com o es n atu ral, sería igualm ente indi
cado reco rd ar que las artes son ciencias. Pero, des
graciadam ente, no vivimos en un tiem po así.)
7. OTRAS IN D IC A C IO N E S
190
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Blunt, A rtistic Theory in Italy 1450-1600, O xford,
1975 (prim era publicación en 1940).
En la discusión sobre la perspectiva y la relación
a la realidad en p in tu ra y escultura, con frecuencia
no se distinguen con suficiente claridad los dos
problem as siguientes. En prim er lugar, el problem a
de la representación de la realidad y, en segundo
lugar, el problem a de la presentación del m odo en
que aparece la realidad al espectador.
El prim er problem a es am biguo: tan to la figura A
com o la figura B son im ágenes de un estanque
rodeado de árboles. A m bas sólo captan ciertos
aspectos de la realidad: no tienen ni color ni m uchos
detalles. Esto rige p ara todas las representaciones de
<3-
o ~
F ig u r a A. F ig u r a B.
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cosa y la form a en que se ofrece a un observador
sólo puede trazarse claram ente muy raras veces.
¿Tiene la cab añ a de m adera de un lab ra d o r pared
trasera? Sí. ¿Se ve que tiene pared trasera aun
cuando no se ve la pared trasera? ¡Claro que sí! El
lector puede hacer p o r sí m ism o la prueba: prim ero
se le en fren ta a un o bjeto de pega vacío p o r de
trás (fig. C), luego a un bloque totalm ente lleno
(fig. D ), pero que p o r delante tiene exactam ente el
m ism o aspecto que el objeto de pega. La prim era
im presión será que se tra ta de dos casas sólidas. Si
el o b servador circula alrededor de la escena y
vuelve a m irar desde delante, entonces verá la
vacuidad del objeto de pega y la solidez del bloque
macizo. Se necesita mucho ejercicio para ver todas
las cosas como el objeto de pega, es decir, para
poder acertar en la percepción con la diferencia
entre cosa y m odo de aparecer. Este ejercicio no
m ejora nuestra percepción, es decir, no la hace más
realista, pues ver una casa com o un objeto de pega
significa tener una falsa im presión. Es esta falsa
im presión aquello sobre lo que se funda la p in tu ra
perspectivística y, por esto, de ningún m odo es un
paso hacia una presentación más realista, a no ser
que se suponga que la realidad en su totalidad está
constituida p o r aspectos.
L .J
F ig u r a C. F ig u r a D.
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b o rra la diferencia entre el prim ero y el segundo
problem a. T am bién se olvida la com ponente con
vencional. Pero la convención sólo se da en la
m edida en que se concibe una determ inada percep
ción com o la representación correcta de la realidad
y tam bién en aquello que ah o ra es considerado
com o «realidad»: la casa tal com o la concibe el que
la habita, o el arq uitecto, o el físico que, p o r ejem
plo, calcula la rad iación sobre el e n to rn o de una
casa co n tam in ad a radiactivam ente. La casa es lo
que es, ciertam ente; pero ¿qué es? C osas distintas
p ara distintas personas, y algo totalm ente distinto
p a ra el p erro casero, p a ra la rata, la chinche en la
cam a, la cigüeña en el tejado.
Una espléndida discusión de los problem as que se
presentan aquí se encuentran en H. Scháfer, Von
Aegyptischer Kunst, 4, W iesbaden, 1963. U na expli
cación a un caso especial puede verse en el capítulo
17 de mi libro Wider den M ethodenzwang, F ran k -
furt, 1976, d o n d e tra to del arte arcaico en Grecia.
Detalles sobre el relativism o se encuentran en la
p rim era p arte, caps. 4 y 5, de mi libro Erkenntnis
fü r Freie Menschen, F ran k fu rt, 1980. P rotágoras fue
el prim ero en a p o rta r la idea básica.
Es interesante ver que tam bién existe una form a
artística p a ra la realidad descrita p o r el M aestro
Eckehard, que intenta representarla o, p o r lo m enos,
llevar a ella: es el arte gótico naciente en la Isla de
Francia. El ab ad Suger de Saint-D enis, que p a rti
cipó decisivam ente en el nacim iento de este arte, le
atrib u y e la facultad de elevar el espíritu hu m an o a
la verdad a través de los m ateriales o rd enados
adecuadam ente:
M ens hebes ad verum per m aterialia surgit
Et dem ensa prius hac visa luce resurgot 30.
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C om o b ro ta n d o de mi éxtasis an te la belleza de la
casa de D ios, c u an d o los en can to s de las m uchas pie
d ras co lo re ad a s me h a b ía n liberado de las p re o cu p a
ciones exteriores y m ovido a m editar sobre la diferen
cia de las sa n tas virtudes, en c u a n to que trasp asab a lo
que es m aterial a lo inm aterial; entonces, m e pareció
com o si m e viera a mí m ism o h a b ita n d o en una
e x tra ñ a región del universo-, que no existe ni en el
fan g o de la tie rra ni en la pureza del cielo; y que yo,
p o r la G ra cia de D ios, p odía ser trasla d ad o de una
fo rm a anag ó g ica desde este m u n d o inferior a aquel
su p erio r 51.
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de Dios. P ara ello eligió el concepto de o m n ip o ten
cia. El que este concepto no estuviera más d ad o que
el o tro —pues am bos eran ajenos a la fe p o p u lar—
no se le o cu rrió o, p o r lo m enos, no le preocupó;
pues sólo el concepto de unidad era p ara él concebi
ble y d em ostrable, y lo que más le importaba era la
dialéctica» n . A quí se encuentra ya in nuce la concep
ción de u na conexión entre conceptos y pruebas tal
com o la he explicado yo brevem ente en el texto, y
se afirm a, adem ás, que tal nexo fue utilizado p o r
p rim era ver p o r Jenófanes. Se ha discutido la
A F IR M A C IO N , y hoy se la considera generalm ente
com o refutada. Pero no se ha refutado la posibili
d ad de estru ctu ras de dem ostración pre-parm ení-
dicas del tip o dicho. A rgum entos en p ro de tal
hipótesis son la presencia de elem entos de tales
estructuras de dem ostración en Esquilo (esque
ma: A, p o r ta n to B; y no-B, luego no-A ), ya m uy
claram ente en Parm énides y tam bién en Zenón. Lo
im p o rtan te es que sólo quedan determ inadas las
pruebas de un unicidad divina cuando se está dis
puesto a acep tar un cierto concepto de D ios y con
siderarlo com o el único correcto (del m ism o m odo,
los argum entos de Parm énides sólo son convincen
tes cuando se h a aceptado ya un concepto u n itario
del Ser, es decir, cuando no se afirm a, com o A ristó
teles, que se puede h ablar de lo que es de m uchas
m aneras).
Lo m ism o rige p a ra la m atem ática p u ra que se
convirtió p ara m uchos filósofos en u n m odelo de
una cosm ología racionalista. Pues a los núm eros
pu ro s (p o r ejem plo) existen los núm eros constata-
bles em píricam ente, y éstos satisfacen a distintas
leyes, a distintos dom inios.
32 O .C ., p. 96. S u b ra y a d o m ío.
195
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«Adiós a la razón», «Ciencia: ¿grupo de presión política
o instrum ento de investigación?» y «Ciencia como arte» son
los tres trabajos de Paul Feyerabend que integran el presen
te volumen, encabezado por un prólogo a la edición caste
llana titulado «Conocimiento para la supervivencia», donde
queda resumido el ideal final de la filosofía del autor con las
siguientes palabras: «... desarrollemos una nueva clase de co
nocimiento que sea hum ano, no porque incorpore una idea
abstracta de hum anidad, sino porque todo el mundo pueda
participar en su construcción y cambio, y empleemos este co
nocimiento para resolver los dos problemas pendientes en la
actualidad, el problem a de la supervivencia y el problem a de
la paz; por un lado, la paz entre los hum anos y, por otro,
la paz entre los humanos y todo el conjunto de la N atura
leza».
Del mismo autor, Editorial Tecnos ha publicado Tratado
contra el método y ¿Por qué no Platón?
CASA BEL U B R O
AUÍOS A LA RAZON .'FEYERABF.Nn C
,7 8 8 4 3 0 9 1 0 7 1 7 00080 6 2 9 2 -0 4 0 ^
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