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Adiós a la razón

Paul Feyerabend

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PAUL FEYERABEND

ADIOS A LA RAZON

TERCERA EDICION

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Diseño de cubierta: Joaquín Gallego

Traducción de José R. de Rivera

1.a edición, 1984


Reim presión, 1987
2.a edición, 1992
3.a edición, 1996

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está pro­


tegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o m ultas, ade­
más de las correspondientes indem nizaciones por daños y perjui­
cios, para quieres reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o com uni­
caren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística
o científica, o su transform ación, interpretación o ejecución artísti­
ca fijada en cualquier tipo de soporte o com unicada a través de
cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

© P a u l F e y e ra b e n d
© ED ITO RIA L TECNOS, S.A., 1992
Juan Ignacio Luca de Tena, 15 - 28027 M adrid
ISBN: 84-309-1071-9
Depòsito Legai: S. 710-1996

P rim ed in Spain. Impreso en España por Gráficas VARONA


Polígono Industrial «El M ontalvo», parcela 49. 37008 Salamanca

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IN D IC E

P rólogo a la e d ic ió n c a stellana: C o n o c im ie n t o
P A R A LA S U P E R V I V E N C I A ........................................ Pág. 9
A d ió s a la r a z ó n ................................................................... 19
1. P a n o rá m ic a .................................................................... 19
2. L a e s tru c tu r a de la cien cia ..................................... 20
3. E stu d io s de c a so ........................................................ 35
4. C ien c ia : u n a tra d ic ió n e n tre m u c h a s ................ 59
5. R a z ó n y p rá c tic a ........................................................ 69
6. E le m e n to s de u n a so c ie d a d lib re ...................... 81
7. B ien y m al ....................................................................... 85
8. A d ió s a la ra z ó n ......................................................... 93
C i e n c i a : ¿ G r u p o d e p r e s ió n p o l í t i c a o i n s t r u ­
m en to d e in v e s t ig a c ió n ? ............................................... 103
C ie n c ia c o m o a r t e ...................................................................... 123
1. U n e x p e rim e n to r e n a c e n tis ta y su s c o n s e c u e n ­
cias 123
2. V a lo ra c ió n del e p is o d io .......................................... 129
3. R e a l i d a d ............................................................................ 144
4. A b stra c c io n e s: «la» v e rd a d ..................................... 160
5. L a c o n d ic ió n d e la v e rific a b ilid a d .................... 183
6. R e su m e n .......................................................................... 187
7. O tr a s in d ic a c io n e s ...................................................... 190

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PROLOGO A LA EDICION CASTELLANA

CONOCIMIENTO PARA LA
SUPERVIVENCIA

La ascensión del racionalism o en O ccidente es el


resultado de dos desarrollos, uno gradual e involun­
tario, y o tro m ás bien repentino y basado en la
o b ra de un pequeño grupo de intelectuales.
El prim er desarrollo reem plazó los conceptos
ricos y dependientes de la situación, p ro p io s de la
prim itiva épica, por unas pocas ideas abstractas e
independientes de la situación. El segundo d esarro ­
llo dio com ienzo con el descubrim iento, efectuado
algo antes p or Parm énides, de que las ideas abstrac­
tas e independientes de la situación generan histo­
rias especiales, p ro n to llam adas «pruebas» o «ar­
gum entos», cuya tram a no es im puesta a los
caracteres principales, sino que «se sigue de» la
naturaleza de ellos. N o los relatos accidentales de
una tradición que son a m enudo contradichos por
relatos procedentes de la misma tradición o de otras
tradiciones, sino que son las propias cosas las que
producen la historia y la dicen «objetivam ente»,
esto es, independientem ente de las opiniones y de
las com pulsiones históricas. Los dos desarrollos
p ro n to se fu n d ieron, y su presión co njunta afianzó
el criterio de que el conocim iento es único — existe
una sola historia aceptable: la «verdad»— , abs­
tracto , independiente de la situación («objetivo») y
basado en argum ento. Se pueden hallar detalles y
bibliografía en la sección 4 del ensayo «Ciencia
com o arte», incluido en el presente volum en, así

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com o en mis escritos siguientes: Tratado contra el
método (Tecnos, M adrid, 1981), capítulo 17; Philo­
sophical Papers, vol. II (C am bridge, 1981), capí­
tulo I; «X enophanes: a forerunner o f critical ratio ­
nalism ?», en G u n n a r A ndersson (ed.), Rationality in
Science and Politics, D ordrecht, 1983.
La idea ab stracta del conocim iento desem peñó un
im p o rtan te papel en la historia de la ciencia y filo­
sofía occidentales, y ha subsistido hasta hoy. Es a
m enudo incom pleta en un im portante aspecto: no
revela si, y cóm o, los hum anos van a sacar prove­
cho de ella. Es, en parte, una supervivencia de las
m ás prim itivas form as de vida: el conocim iento abs­
tracto , tal com o lo han presentado algunos de sus
m ás relevantes cam peones, tiene m ucho en com ún
con los decretos divinos, y el p ropósito de los
decretos divinos sólo en m uy escasas ocasiones es
explicado. La incom pletud es tam bién una conse­
cuencia natu ral del enfoque abstracto: los conceptos
«objetivos», es decir, independientes de la situación,
no pueden cap tar a los sujetos hum anos y el m undo
tal com o es visto y configurado p o r ellos. Con
todo, los intelectuales han intentado frecuentem ente
extender el enfoque abstracto a todos los aspectos
de la vida hum ana.
La tentativa es claram ente paradójica: conceptos
que son definidos de acuerdo con argum entos o
historias-prueba explícitos, claram ente form ulados y
drásticam ente no-históricos, no pueden expresar en
ab so lu to el con ten ido de conceptos que están ad ap ­
tad o s a las características — en p arte conocidas, en
p arte desconocidas, pero siem pre cam biantes— de
las vidas de los seres hum anos, y p o r ello constitu­
yen p artes inseparables de su historia. A lgunos de
los prim eros físicos fueron conscientes del p ro ­
blem a. R idiculizaron a los filósofos que pretendían
reducir todas las enferm edades a unas pocas nocio­
nes simples, y co n trastaro n la pobreza de esas

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nociones con la riqueza de su propia experiencia
práctica. P lató n , pese a su inclinación fuertem ente
teórica, nunca dejó de preocuparse p o r la m ateria, y
a m enudo reto rn ab a a las form as tradicionales de
pensam iento. P ero la m ayoría de los científicos y de
los filósofos científicos no son conscientes de los
problem as im plicados; para ellos, el enfoque abs­
trac to es el único p u n to de vista aceptable. (Esto
tam bién se aplica a pensadores m odernos, com o
Bohm , Prigogine o T hom , que rechazan el arm azón
de la física clásica, dem andan una filosofía más
adecuada a los asuntos hum anos, pero siguen cre­
yendo que una teoría abstracta que incluya m odelos
de con d u cta hu m an a al lado de átom os y galaxias
será la que dé en el clavo. Sólo B ohr y, h asta cierto
p u n to , P rim as parecen hab er dado cabida a la sub­
jetividad de los seres hum anos individuales.)
Es interesante observar que elem entos im portan­
tes del enfoque ab stracto hacen su aparición incluso
en cam pos que han sido cultivados en abierta o p o ­
sición a él. Las hum anidades son un ejem plo. R etó­
ricos, poetas, hum anistas, psicólogos hum anistas,
historiadores, frecuentem ente han subrayado las
deficiencias de los conceptos ab stracto s y «objeti­
vos», y h an d esarro llad o m odos alternativos de
investigación y descripción. P or ejem plo, subraya­
ron la im p o rtan cia de «com prender» más allá y p o r
encim a de los experim entos, observaciones y arg u ­
m entos basados en ellos. Pero ese «com prender»
que em plearon era el suyo propio, o bien un p ro ­
ceso conform ado p or la profesión a la que pertene­
cían; la com prensión de personas ajenas entró a
fo rm ar p arte de sus clases docentes y de sus libros
sólo después de h ab er sido tam izada p o r ese filtro
p articu lar. P o r o tra parte, las ideas de un individuo
ingenioso o de un grupo privilegiado se convierten
en m odelo p ara la vida de los dem ás.
Pero, com o se preguntará el lector im paciente,

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¿de qué o tra m anera podem os proceder?, ¿de qué
o tra m anera podem os ad q u irir conocim iento sobre
el m undo y la posición de los hum anos en él? C on­
seguir saber cosas es una em presa difícil, y sólo
unos pocos tienen tiem po y disposición p ara ello.
E sta es la razón p o r la cual necesitam os grupos
especiales de gente especialm ente preparada; esta es
la razón p o r la cual necesitam os expertos. Estoy de
acuerdo en que necesitam os expertos. Pero la cues­
tión es: 1) ¿cóm o procederían esos expertos?;
2) ¿cómo han de ser juzgados sus resultados?, y
3) ¿quién tiene que decidir al respecto?
La tercera cuestión ya fue discutida en la an ti­
güedad. H ab ía esencialm ente dos respuestas, a
saber: 3A) los expertos deben ser juzgados por
super-expertos, y 3B) los expertos pueden ser juzga­
dos p o r todos.
La respuesta 3A era la de P latón. Los expertos,
decía P latón, son m uy buenos dentro de sus propios
cam pos, pero carecen de un sentido de perspectiva
y desconocen cóm o se hacen consistentes los resul­
tados especiales. Los filósofos (de la línea correcta)
sí tienen este conocim iento. P or tan to , debiera d ár­
seles el p o d er de aco m o d ar la sociedad de acuerdo
con sus ideas. A ún hoy perdura parte de la res­
puesta de P latón. Se halla en la creencia de que hay
ciencias básicas y ciencias m ás periféricas, y que la
em presa de av an zar y com entar el conocim iento
correspondería exclusivam ente a las ciencias b á­
sicas.
La respuesta 3B parece hab er sido la de P rotágo-
ras. Según él, los ciudadanos de una dem ocracia
donde la inform ación es fácilm ente disponible des­
cub rirán p ro n to la fuerza y la debilidad de sus
expertos. C om o los m iem bros de un ju rad o , descu­
b rirán que los expertos tienden a exagerar la im por­
tancia de su labor; que expertos diferentes tienen a
m enudo opiniones diferentes sobre el m ism o asunto:

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que están relativam ente bien inform ados en un
pequeño cam po, pero que son m uy ignorantes fuera
de él; que casi nunca adm iten esta ignorancia y ni
siquiera son conscientes de ella, pero la salvan
m ediante un lenguaje altisonante, engañando de
este m odo a sí m ism os y a los dem ás; que no les
repugnan las tácticas de presión de la p eo r especie;
que pretenden buscar la verdad y usar la razón
cu an d o su guía es la fam a y no la verdad, ni el
deseo de e s ta r en lo c o rre c to , ni la ra z ó n , etc.
Es inútil esperar — concluirá así su inform e un p ro ­
ponente de la respuesta 3B— que el supercientífico
esté libre de tales defectos: muy al contrario, al
carecer de controles y contrapesos, pueden cultivar­
los y hacerlos florecer del m odo que deseen.
E stos de acuerdo con esta respuesta. Llevo inten­
tando explicarlo hace unos quince años, y m ás
recientem ente en La ciencia en una sociedad libre
(F ran k fu rt, 1980 [Siglo X X I, M éxico-M adrid-B o-
g otá, 1982]) y en el volum en II, capítulo 1, de mis
Philosophical Papers. Los expertos — decía yo—
están pagados p o r los ciudadanos; son sus sirvien­
tes, no sus am os, y han de ser supervisados p o r
ellos com o el fo n tan ero que rep ara una gotera ha
de ser supervisado p o r la persona que lo contrata;
de o tra m anera, ésta tendrá que hacerse cargo de
i'n a ab u ltad a factura e incluso de una gotera aún
m ayor. Es inútil esperar que la ética profesional de
un cam po se preocupe del asunto p o r dentro. P ara
em pezar, u n a ética supone que el cam po es im por­
tan te y que debe crecer. Los ciudadanos de una
sociedad libre pueden tener diferentes prioridades
(p o r ejem plo, pueden decidir que es m ás im portante
m ejorar la calidad del aire, del agua y de los ali­
m entos, que fin anciar aún m ás esa onerosa versión
de la filatelia que se conoce por física de alta ener­
gía). ¿Y p o r qué h abríam os de confiar en los cientí­
ficos d en tro de su cam po cuando no confiam os en

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ellos fuera de él, som etiéndolos a las leyes civiles de
la sociedad en que viven? Ciertamente, hay científi­
cos que ro b an , asesinan, m ienten, a pesar del hecho
de que la ética general parece p ro h ib ir tal com por­
tam iento. ¿Por qué h ab rían de ser m ás honrados al
dedicarse a sus especialidades?
Pero, ¿es realista querer c o n tro la r no sólo la con­
du cta de los científicos, sino tam bién la dirección de
sus investigaciones y la validez de los resultados que
ellos obtengan (cuestión 2)? P or ejem plo, ¿es
realista esperar que los deseos de los ciudadanos
libres p o r una visión m ás arm oniosa del m undo
— verbigracia, p o r una visión que utilice la religión
p ara p o n er en perspectiva los logros del m ateria­
lismo— pueden re-dirigir la ciencia sin grave dete­
rio ro en la calidad de nuestro conocim iento? ¿No es
una locura d ejar que los sueños antediluvianos de
unos incom petentes perjudiquen un cuerpo de
conocim iento y un m odo de investigación que han
sido desarro llad o s d u ra n te siglos y apoyados por
excelentes arg u m en tos y p o r la evidencia del tipo
m ás poderoso y delicado? El ensayo «Ciencia:
¿grupo de presión política o instrum ento de investi­
gación?» in ten ta responder a estas preguntas. En
breves palabras, la respuesta es com o sigue.
En prim er lugar, los logros de la ciencia m oderna
parecen im po rtan tes, y el dañ o p ara ellos parece
desastroso, sólo si ya se ha aceptado u n a cierta
visión de la natu raleza y un cierto p ro p ó sito de
conocim iento. Sin em bargo, hay m uchas visiones
así, y cada u n a de ellas ha engendrado culturas con
«resultados» y con «conocim iento» que guían y dan
contenido a las vidas de m ucha gente. C ualquier
d añ o a un conocim iento de este tipo significa un
d añ o personal a la gente im plicada. El hecho de
que nuestros intelectuales de tendencia científica
hablen de desilusiones y de un progreso glorioso
que las elim ina no cam bia esta situación; sólo

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revela la falta de respeto que m uestran los intelec­
tuales p o r las form as de vida diferentes a las suyas.
E n una dem ocracia, no hay d u d a de que tienen
derecho a esa falta de respeto, pero no tienen dere­
cho a que to d a la sociedad se adapte a ella.
En segundo lugar, m uchos de los denom inados
logros del m aterialism o científico son rum ores, no
resultados científicos. P or ejem plo, no existen gru­
pos de co n tro l integrados p o r voluntarios, tratados
p o r m étodos no científicos, p ara analizar la eficien­
cia de la m edicina científica m oderna en áreas tales
com o el cáncer, la nutrición, etc. En m uchos países,
y en m uchos de los E stados de E E .U U ., la form a­
ción de gru p o s de co ntrol está p ro h ib id a p o r la ley,
lo cual significa que los físicos han conseguido
em plear la ley com o protección c o n tra posibles
objeciones científicas. P o r o tro lado, corresponde a
los ciu d ad an o s ev aluar y, quizá, cam biar esta situa­
ción m ediante iniciativa o votación popular.
En tercer lugar, y lo que es m ás im p o rtan te, la
ciencia, tal como es practicada por los grandes cientí­
fico s (en cu an to opuestos a la congregación de
escritorzuelos que se dan el m ism o nom bre), tiene
un carácter tan abierto que no sólo permite, sino que
incluso demanda, la participación democrática. P ara
ver esto, supóngase que una visión, A, que goza de
las m ás altas credenciales científicas, es co n fro n tad a
p or o tra visión, B, que entra en conflicto con A,
contradice la evidencia y los m ás im portantes prin­
cipios científicos, y es adem ás b astan te ridicula y
carente de desarrollo. En este caso, el juicio de los
intelectuales de tendencia científica será claro: A
subsiste; los defensores de A reciben to d o lo que la
investigación garan tiza estar disponible en el área;
B debe desaparecer, y no h abría que desperdiciar
tiem po y dinero en intentar desarrollarla más.
Este juicio p ara p o r alto algunas características
interesantes e im portantes de la investigación cientí­

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fica: solía suceder que determ inados investigadores
enfrentados con alternativas tales com o A y B se las
ap añ ab an p ara transferir de A a B tan to la eviden­
cia com o el apoyo de los principios básicos; esto es,
tran sfo rm ab an B en una parte respetable de la cien­
cia y m o strab an que A carecía de m érito (los capí­
tulos 6 al 12 de Tratado contra el método describen
tal desarrollo). A h ora bien, a p artir de la naturaleza
de la situación resulta claro que esos desarrollos no
p ueden preverse de una m anera científica; ni los
p artid a rio s de A ni los p artid ario s de B pueden
ofrecer argum entos contundentes p ara la o tra parte.
C on to d o , las conseuencias de defender A o B pue­
den afectar a la sociedad en su conjunto, lo cual
significa que el asunto ha de decidirse de una
m anera dem ocrática, bien p o r votación, bien por
consenso. Y, com o todos los casos en que la ciencia
entra en conflicto con las dem andas populares son
del tipo descrito, toda investigación científica está en
principio sujeta a una votación democrática.
C on esto llego finalm ente a la cuestión de la
supervivencia: la supervivencia de la naturaleza y de
la hum anidad ante la m ala adm inistración, la con­
tam inación y la am enaza de una guerra nuclear.
E sto, en lo que a mí se refiere, es el problem a más
difícil y urgente que existe. N os concierne a todos:
to d as las clases, todos los países, to d o el ám bito de
la natu raleza están afectados p o r él de la m ism a
m anera. Nos fuerza a considerar seriam ente nues­
tras prioridades: ¿podem os co ntinuar desarrollando
asu n to s recónditos y explayando sobre la belleza de
soluciones que son evidentes para sólo unos pocos
especialistas?; ¿podem os co ntinuar siguiendo el
ejem plo de nuestros intelectuales, cuando sabem os
que ellos aco stu m bran a reem plazar los tem as
h um an o s simples p o r m odelos de sí m ism os, com ­
plejos e inútiles (m arxism o, m odelos evolucionistas,
teoría de sistem as, etc.)?; ¿podem os continuar acep­

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tando sus proposiciones y sus visiones del m undo
que no in co rp o ran a los seres hum anos y sí sus
caricaturas teóricas, de las que han sido elim inadas
la p arte m ás im p o rta n te de la vida h u m a n a , su
subjetividad?, ¿o acaso no es necesario in fo rm ar a
todos de las opciones disponibles y dejar que ellos
decidan de acuerdo con sus am ores, sus m iedos, su
piedad y su sentido de lo sagrado? H em os visto que
los cam pos m ás abstractos del conocim iento no
sólo perm iten la participación de todos los ciuda­
d anos, sino que invitan a ella. Sabem os que los ciu­
d adanos de la m ayor parte de los países occidenta­
les van m uy p o r delante de sus políticos en su deseo
de fren ar la carrera de arm am entos. Sabem os tam ­
bién que el sentido com ún suele ser superior a las
p roposiciones de los expertos; esto lo dem uestran
los juicios p o r ju ra d o que utilizan expertos. C om bi­
nem os estos descubrim ientos y desarrollem os una
nueva clase de conocim iento que sea hum ano no
p o rq u e incorpore una idea ab stracta de hum anidad,
sino p o rq u e to d o el m undo pueda p articip ar en su
construcción y cam bio, y em pleem os este conoci­
m iento p ara resolver los dos problem as pendientes
en la actu alid ad , el problem a de la supervivencia y
el pro b lem a de la paz; p o r un lado, la paz entre los
h u m an o s y, p o r o tro , la paz entre los hu m an o s y
to d o el conjunto de la N aturaleza.

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ADIOS A LA RAZON

T raducción de la versión inglesa de la respuesta a


los ensayos recogidos p o r H. P. D ü rr, en Versu-
chungen (T entaciones), F ran k fu rt, 1981. D ifiere de
la versión alem ana.
La versión alem ana de este ensayo se basaba en
la tam bién versión alem ana de Against M ethod (tra ­
ducción al castellano: Tratado contra el método,
Ed. Tecnos, M adrid, 1981; abreviatura: TCM ), que
difiere de las versiones inglesa, francesa y holan­
desa. Erkenntnis fü r freie Menschen (C onocim iento
p ara hom bres libres; abreviatura: EFM) es una ver­
sión am pliada al alem án de la o b ra Science in a
Free Society (traducción al castellano: L a ciencia en
una sociedad libre, M adrid, 1982; abreviatura: C SL).
N o contiene los capítulos sobre K uhn, la Revolu­
ción C o p ernicana, A ristóteles y las respuestas a las
críticas, que en la versión inglesa su ponían m ás de
la m itad del texto. En su luga se ofrece u n a explica­
ción m ás detallada de la relación entre razón y
práctica, un capítulo am pliado sobre el Relativism o,
un resum en del desarrollo filosófico desde Jenófa-
nes a L akatos, así com o u n a reconstrucción racio­
nal del d ebate entre el a u to r y estudiantes de la
U niversidad de Kassel.
Las notas a pie de página deben leerse ju n to con
el texto: son co n trap u n to , no m eras ideas elab o ra­
das posteriorm ente.

1. P A N O R A M IC A

En T C M y en EFM he tra ta d o los tem as siguien­


tes: la estructura del raciocinio científico y el papel

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de u n a filosofía de la ciencia; la autoridad de la
ciencia co m p arad a con o tras form as de vida; la
au to rid ad de las tradiciones en general y el papel
del p ensam iento científico (filosofía, religión, m eta­
física) y de los ideales abstractos (por ejem plo, el
hum anitarism o).

2. LA E ST R U C T U R A D E LA C IEN C IA

E n lo que concierne al prim er punto, mis ideas


son las siguientes: las ciencias no poseen una estruc­
tu ra com ún, no hay elem entos que se den en toda
investigación científica y que no aparezcan en otros
dom inios O casionalm ente, desarrollos concretos
tienen rasgos distintos y p o r ello, en ciertas circuns­
tancias, podem os decir p o r qué y cóm o han co n d u ­
cido tales rasgos al éxito. P ero esto no es verdad
p ara to d o desarrollo científico, y un procedim iento
que nos ay u d ó en el pasad o puede p ro n to llevarnos
al desastre. L a investigación con éxito n o obedece a
estándares generales: ya se apoya en una regla, ya
en o tra, y no siem pre se conocen explícitam ente los
m ovim ientos que la hacen avanzar. U na teoría de la
ciencia que ap u n ta a estándares y elem entos estruc­
turales com unes a todas las actividades científicas y
las au to rice p o r referencia a alguna teoría de la
racionalidad del quehacer científico, puede parecer
m uy im ponente, pero es un instrum ento dem asiado
tosco p ara ay u d ar al científico en su investigación.
P or o tro lado, podem os enum erar m étodos em píri­
cos, aducir ejem plos históricos; usando estudios de
caso podem os intentar d em ostrar la inherente com ­
plejidad de la investigación y p rep arar así al cientí-

1 La objeción de que sin tales elem entos la p a la b ra «ciencia»


n o ten d ría significado p resupone una teoría del significado que
ha sido c ritic a d a , con razones excelentes, p o r O ckham , Berkeley
y "W ittgenstein.

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fico p ara la ciénaga en que va a penetrar. Tal p ro ­
cedim iento le d ará una idea general de la riqueza
del proceso histórico en que él quiere influir; le
an im ará a d ejar atrá s cosas infantiles, com o la
lógica y los sistem as epistem ológicos; le ay udará a
pensar en d erro tero s m ás com plejos, y esto es to d o
lo que podem os hacer, dada la naturaleza del m ate­
rial. U na teo ría que p retenda m ás perderá el co n ­
tacto con la realid ad precisam ente cu an d o debería
ser p uram ente n o rm ativa. N o sólo las norm as son
algo que no usan los científicos: es imposible obede­
cerlas, lo m ism o que es im posible escalar el m onte
Everest usando los pasos de ballet clásico.
Las ideas expuestas (ilustradas con ejem plos his­
tóricos en TCM ) no son nuevas. Las encontram os
en B oltzm ann, M ach, D uhem , Einstein y tam bién,
de una form a filosóficam ente desecada, en W itt-
genstein. E stos científicos y o tro s antes de ellos han
exam inado abstracciones com o «espacio», «tiem po»,
«substancia», «hecho», «espíritu», «cuerpo», y las
en co n traro n defectuosas. Ni las m ism as leyes de la
lógica q u ed aro n exentas de sus dudas, y, p o r ejem ­
plo, B oltzm ann las consideraba com o ayudas tem ­
porales al pensam iento que p ro n to serían sustitui­
das p or leyes m ejores
Estos científicos creían que todo lo que influye en
la ciencia debe tam bién ser exam inado p o r ella.
H acer ciencia no significa resolver problem as sobre
la base de condiciones externas previam ente co n o ­
cidas, po n er restricciones a la investigación y capa­
citarnos p ara an ticip ar propiedades generales de
to d as las posibles soluciones (por ejem plo, todas las
soluciones son «racionales» y conform es a las leyes
de la «lógica»); significa a d a p ta r cualquier conoci­
m iento que un o tenga y cualquier instrum ento
(físico, psicológico, etC:) que uno use a las ideas y

10 Populäre Schriften, Leipzig, 1905, p. 318.

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exigencias de un particu lar estadio histórico. Un
científico no es un sum iso tra b a ja d o r que obedece
piadosam ente a leyes básicas vigiladas p o r sum os
sacerdotes estelares (lógicos y /o filósofos de la cien­
cia), sino que es un oportunista que va plegando los
resultados del p asad o y los m ás sacros principios
del presente a un o u o tro objetivo, suponiendo que
llegue siquiera a prestarles atención 2. Los princi­
pios generales pueden desem peñar un papel, pero
son usados (y, todavía con m ayor frecuencia, a b u ­
sados) de acuerdo con la situación concreta de la
investigación. Es inútil intentar «explicar» o «justi­
ficar» o «presentarlos sistem áticam ente» y los cien­
tíficos q ue acab o de m encionar llam an realm ente
a sus invenciones «aperçus» u «observaciones m ar­
ginales» o incluso «jokes» (brom as) 3. Especial­
m ente, M ach rehusaba h ablar de «filosofía». En la
m edida en que el científico está interesado, hay
tam bién investigación, hay m étodos em píricos ilus­
trados históricam ente p ara científicos del futuro, y
no hay m ás que hablar.
Los e sq u em atism o s de la lógica form al y de la lógica
inductiva tienen sólo poca u tilid ad p a ra la investiga­
ción, p o rq u e la situación intelectual jam á s se repite de
la m ism a fo rm a. Sin em b a rg o , los ejem plos de los
g ran d es científicos son m uy estim ulantes, y así es
co m o se d a el in te n to de realizar experim entos m en ta ­
les a su m an era. E sta es, pues, la fo rm a en que gene­
raciones po sterio res han hecho a v an z ar a la ciencia [...]4.

2 E instein escribe (P. A. Schilpp [éd.], A lbert Einstein: Philo­


sopher Scientist, New Y ork, 1951, pp. 683 ss.): «Las condiciones
e xternas establecidas [p a ra el científico] p o r los hechos de la
experiencia no le p erm iten restringirse él m ism o d em a siad o en la
c onstrucción de su m u n d o conceptual a dhiriéndose a un sistem a
epistem ológico. P o r esta razón, a n te los ojos del epistem ologista
sistem ático debe a p are ce r com o un o p o rtu n ista sin e scrúpu­
los [...].»
1 «A perçus», en E. M ach, A nalyse der Empfindungen, Jen a,
1922, p. 39; «Jokes», en P hilipp F ra n k , Einstein, his L ife and
Times. L on d o n , 1948, p. 261.
4' M ach, E rkenntnis und Irrtum , Leipzig, 1917, p. 200.

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T odas las ciencias, psicología, fisiología incluida,
co lab o raro n en el exam en de categorías trad icio n a­
les, com o la categoría de una existencia objetiva, y
el estudio de la historia se ad a p ta al m ism o p ro p ó ­
sito 5. Incluso las leyes m ás fundam entales del pen­
sam iento pueden ser derribadas en el curso del
cam bio científico. Esto no fue p alab rería vacía; se
trató de ideas fecundas: la revolución de la física
m oderna hub iera sido im posible sin ellas 6. Surgió
entonces una física que no era ya un esquem a de
predicciones, sino una concepción filosófica, y esta
concepción, a su vez, no era sim ple verbalism o inte­
lectual: estaba llena de contenido concreto.
A hora bien, es interesante contem plar cóm o esta
fecunda colaboración entre pensam iento filosófico,
estudio histórico e investigación científica cesó
repentinam ente y fue sustituida por un nuevo prim i­
tivism o filosófico 1. C ircundados p o r descubrim ien­
tos revolucionarios en el cam po de las ciencias, por
interesantes p u n to s de vista en las artes, p o r sor­
prendentes desarrollos en política, los «filósofos»
del C írculo de Viena se retiraron a un estrecho y
mal construido bastión. Se rom pieron los lazos con
la historia; dejó de usarse el tra ta r tem as distantes
p ara solucionar problem as filosóficos; se im puso
una term inología ajena a las ciencias, así com o
problem as sin relevancia científica 8. D espués de un
largo p erío d o de tiem po, Polanyi y luego K uhn fue­

5 Se recuerda al lector cóm o usaba A ristóteles la historia para


a y u d a r a la filosofía y las ciencias e in te g rab a en el proceso
fisica, biología, psicología, filosofía política, retó rica, teoría de
las ideas y de la poesía.
6 El in te n to de Z ah a r de m o strar que E instein fue un p o p p e ­
rian o y que sólo M ach le h a b ría p o d id o fren a r en dicha ten d en ­
cia ha sido re fu ta d o en el vol. II, cap. 6, de m is Philosophical
Papers, C am bridge, 1981.
* Así es com o yo interpreté la situación de form a m uy dife­
rente a la de Ravetz.
8 Para detalles, cf. vol. II, cap. 5, de mis Philosophical Papers.

23

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ron los prim eros pensadores qué co m p araro n la
filosofía escolar resultante con su pretendido objeto
— la ciencia— y m ostraron así su carácter de ilu­
sión. E sto no m ejoró la situación. Los filósofos no
volvieron a la historia. N o a b a n d o n aro n las c h a ra­
das lógicas que eran su negocio actual. Las enrique­
cieron con nuevos gestos vacíos, la m ayoría to m a­
dos de K hun («paradigm a», «crisis», «revolución»,
etcétera), sin tener encuenta el contexto, y com pli­
caron su doctrina, pero no la acercaron más a la
realidad 9. El positivism o pre-kuhniano era infantil,
pero relativam ente claro (esto incluye a P opper que
es un positivista en todos los aspectos relevantes).
El positivism o post-kuhniano ha perm anecido sien­
do infantil, pero adem ás es muy oscuro.
Im re L ak ato s fue el único filósofo de la ciencia
que se enfrentó seriam ente con el desafío de Kuhn.
C o m b atió a K uhn sobre su propio fu n dam ento y
con sus p ro p ias arm as. A dm itió que el positivism o
y el falsificacionism o ni ilum inan al científico ni le
ayudan en su investigación. Sin em bargo, negó que
ad en trarse m ás en la historia fo rzara a u n a relativi-
zación de todos los estándares. Esa puede ser la
reacción de un racionalista confuso que se enfrenta
p o r p rim era vez a la historia en todo su esplendor.
Pero un estudio m ás p ro fundo del m ism o m aterial
m uestra que los procesos científicos com parten una
estru ctu ra y obedecen a reglas generales. H ay una
teo ría de la ciencia y, m ás generalm ente, u n a teoría
de la racio n alid ad p o r la que el pensam iento pene­
tra en la historia de una form a legítima.

9 Polanyi tiene sólo u n a influencia m enor: él era d em asiad o


difícil p a ra los cientos de jóvenes sociólogos y filósofos de la
ciencia que preferían fraseologías m ás m anejables y conceptos
aca b ad o s a un tip o de com p ren sió n que no puede com prim irse
en u n esquem a filosófico. A dem ás, él e stab a influido p o r Kier-
kegaard, u n o de los m ás radicales enem igos de u n a filosofía de
«resultados».

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En TCM, así com o en el capítulo 10 del volum en
II de mis Philosophical Papers (C am bridge 1981) he
in ten tad o refu tar esta tesis. Mi form a de proceder
fue parcialm ente ab stracta, consistiendo en una crí­
tica de la interpretación de la historia hecha por
L akatos, parcialm ente histórica. A lgunos críticos
niegan que mis ejem plos históricos apoyen mi causa
(abajo serán trata d as sus objeciones). Sin em bargo,
si estoy en lo ju sto — y me hallo b astan te seguro de
ello— , entonces es necesario volver a la posición de
M ach y Einstein. Entonces es im posible una teoría
de la ciencia. Sólo existe un proceso de investiga­
ción, y hay to d o tipo de reglas em píricas que nos
ayudan en n u estro in ten to de avanzar, pero que tie­
nen que ser siem pre exam inadas p a ra asegurar que
siguen siendo útiles 10.
C on esto tenem os una sencilla respuesta a las
diversas críticas que o me corrigen p o r oponerm e a
las teorías de la ciencia y p o r llegar a desarrollar yo
m ism o u na teoría, o me reprenden p o r n o d a r «una
determ inación positiva de aquello en que consiste
una buen a ciencia» (D iederich): si un conjunto de
reglas em píricas es llam ado «teoría», entonces,
desde luego, yo tengo una teoría —pero esto difiere
considerablem ente de los antisépticos castillos so ñ a­
dos de K ant y Hegel o de las perreras de C arn ap y
Popper. Por o tra p arte, M ach y W ittgenstein care­
cen de un im ponente edificio m ental, de un «sis­
tem a», com o les gusta decir a los alem anes, no p o r
carecer de potencia especuladora, sino p o r haberse

10 ¿C uáles son los criterio s que guían el proceso de c o m p ro ­


bación? H ay criterios que parecen m ás a p ro p ia d o s p a ra la situa­
ción a m an o . ¿C óm o p o d rá determ in arse su ad ecu ació n ? N os­
o tro s la constituim os en la m ism a investigación que realizam os:
los c riterios n o sólo enjuician sucesos y procesos; con frecuencia
q u e d an constituidos p o r dichos elem entos y deben ser in tro d u c i­
d o s de e sta fo rm a, o , de lo c o n tra rio , la investigación jam ás
p o d rá ser iniciada. Cf. TCM , p. 16.

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p ercatad o de que los «sistem as» po d rían ser la
m uerte de las ciencias (artes, religión, etc.) u . Y las
ciencias n aturales, especialm ente la física y la a stro ­
nom ía, introducen el argum ento, no porque yo esté
«fascinado p o r ellas», com o han no tad o algunos

" L ak ato s, W orral y L enk después de él h a n p re sen ta d o la


objeción de qu e, si esto p o d ría ser verdad en las reglas episte­
m ológicas que in te n tan guiar la investigación, n o p o d ría , en
c am bio, aplicarse a las p a u ta s con que se juzgan resultados.
A h o ra bien, tales juicios o lim itan la investigación, o son actos
verbales sin consecuencias prácticas. L akatos, W orral y L enk,
en reacción a an te rio re s observaciones críticas m ías y de M us-
g ra v e , e x clu y en la p rim e ra a lte rn a tiv a (cf. L a k a to s , e n C.
H ow son [ed.], M eth o d and A ppraisal in the P hysical Sciences,
C am bridge, 1976, pp. 15 ss.) e identifican la ho n estid ad cientí­
fica con el o frecim iento de descripciones correctas, en p a la b ras
de L ak ato s, de estadios tran sito rio s de la investigación sin afec­
ta r a los m ism os estad io s. P ero ¿cuál es la u tilid ad de u n a ética
d o n d e un lad ró n puede ro b a r to d o lo que qu iera, es a la b a d o
com o un h o m b re h o n ra d o p o r la policía y p o r el h o m b re de la
calle a co ndición de que él cuente a to d o s que es un ladrón? Si
éste es el se n tid o en que la m eto d o lo g ía de los p ro g ra m a s de
investigación difiere del « a narquism o», entonces yo estoy dis­
p u esto a con v ertirm e en un seguidor de los p ro g ram a s de inves­
tigación. P o rq u e ¿quién no p referirá ser a la b a d o a ser criticado
c u an d o to d o lo que tiene que hacer es d escribir sus a cto s en la
jerg a de u n a d e te rm in a d a escuela? Cf. mis Phil. Papers, vol. II,
cap. 10, n o ta 25.
E n su a u to b io g ra fía , que contiene la relación m ás c la ra sobre
la filosofía de P o p p er, he leído en algún sitio que G e ra rd R ad-
n itzky escribe que yo he «m alo g rad o el pro b lem a de la evalua­
ción de la teo ría ta n to com o antes lo hizo K uhn» (Philosophers
on their own work, ed. A . M ercier am d M. Svilar, vol. 7, Berne-
Las V egas, 1981, p. 167). El a rg u m e n to en el tex to m u estra que
n o hem os e stro p ea d o el p ro b lem a, sino que lo hem os a rtic u la d o
— n o existe un p ro b lem a de evaluación de teo rías con u n a so lu ­
ción, sin o que hay ta n to s p ro b lem as y tan ta s soluciones com o
teorías m ayores— y le hem os asignado a él, o, m ejor d icho, a
los m uchos p ro b lem as que han sido reem plazados p o r los sim ­
plistas cuentos de h a d as de los filósofos, su con tex to adecuado,
el de la investigación científica real: las filosofías q u e se o c u p an
de la evaluación de teo rías en fo rm a a b stra c ta e independiente­
m ente de la situación en investigación en que debería realizarse
la evaluación no son sino necios in ten to s de c o n stru ir un ins­
tru m e n to de m edida sin c o n sid e ra r lo q u e se va a m ed ir y en
qué circunstancias. Cf. C SL, p. 33.

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críticos, sino p o rq u e son el tem a en cuestión:
m atem áticas, física y astronom ía fueron las arm as
que u saro n los positivistas y sus angustiados a n ta ­
gonistas, los racionalistas críticos, p a ra asesinar
o tras filosofías; a h o ra esta arm a se vuelve co n tra
sus utilizadores y dispara contra ellos llfl.
T am poco h ab lo de progreso p o rq u e yo crea en él
o sepa lo que significa, sino con el p ro p ó sito de
crear dificultades a los racionalistas, que son, pues,
los am antes del progreso (utilizar una reductio ad
absurdum no im plica que el argum entante tenga que
acep tar las prem isas 12 [cf. TCM, página 12]). En lo
que concierne al lem a «todo sirve», sin em bargo el
asu n to es m uy sencillo. En TCM, esta consigna sólo
aparece u n a vez y yo explico lo que significa {TCM,
página 12):
A quienes consideren el rico m aterial que p ro p o r­
ciona la h isto ria y no intenten em pobrecerlo, p a ra d a r
satisfacción a sus m ás bajos in stin to s y a su deseo de
se g u rid ad in telectual con el p re te x to de c la rid a d , p re ­
cisión, «objetividad», «verdad», a esas p e rso n as les
p a rec erá que sólo hay un principio que puede defen­
derse bajo cualquier circunstancia y en todas las etap as
del d e sa rro llo h u m an o . M e refiero al p rin cip io todo
sirve.

E sta es u n a explicación en sí ya clara, pero puede


leerse to d av ía de dos form as: yo a d o p to dicho lem a
y sugiero se use com o base del pensam iento; yo no

110 A dem ás, cu alq u ier niño puede a ta c a r un racio n alism o a b s­


tra c to con m aterial sacado de las ciencias sociales o de las
hum anidades. Los rasgos irracionales de las ciencias n atu rales
son algo m u ch o m ás difícil de identificar, son m ucho m ás so r­
prendentes y — éste es el p u n to cen tral— tienen substancia.
12 Parece que u n so rp re n d en te n ú m ero de críticas no conoce
esta sim ple regla de arg u m e n ta c ió n que era ya a rc h isa b id a p o r
P la tó n , y que fue c odificada p o r A ristóteles en sus Tópicos: los
m ás cla m o ro so s d efensores del racio n alism o n o conocen el c o n ­
ten id o de su d o c trin a fa v o rita. P a ra m ás detalles, cf. C SL, pa rte
tercera («C onversaciones con analfab eto s» ), especialm ente
pp. 182 ss.

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lo ad o p to , p ero describo sim plem ente el destino de
un am an te de los principios que tom a en considera­
ción la historia: el único principio que le queda será
el «todo sirve». En la página 17 de T C M (y lo
repito en E F M y en C SL) he rechazado explícita­
m ente la p rim era in terp re tació n . Yo escribo ahí:
Mi in ten ció n n o es su stitu ir un c o n ju n to de reglas
generales p o r o tro c o n ju n to ; p o r el c o n tra rio , mi
intención es convencer al lecto r de que todas las m eto­
dologías, incluidas las m ás obvias, tienen sus lím ites u .

Un crítico irritad o , que desgraciadam ente no ha


sido bendecido p o r un exceso de inteligencia,
denom ina este co m entario un «intento de inm uniza­
ción». Pero un o , ciertam ente, debe distinguir entre
correcciones que d an nuevos significados a afirm a­
ciones an teriores y o tras correcciones que citan
afirm aciones ya hechas pero pasadas por alto por la
crítica. Mis com entarios son del segundo tipo y reve­
lan o u na falta de pensam iento claro o u n a conside­
rable falta de cu idado p o r p a rte de mis lectores
m enos am istosos 14.

13 El pasaje co n tin ú a: «La m ejor m anera de h acer ver esto


consiste en d e m o s tra r los lim ites, e incluso la irrac io n a lid a d de
alg u n a de las reglas que la m eto d o lo g ía o el lecto r g u sta n consi-
j d e rar com o básicas. En el caso de la inducción (incluida la
inducción p o r falsación) lo a n te rio r equivale a d e m o stra r que la
í co n train d u cció n puede ser defendida satisfactoriam ente con
! a rg u m en to s [...]»: la co n train d u cció n es una pa rte de la crítica
de m éto d o s trad icio n a le s, no el p u n to de p a rtid a de u n a nueva
m etodología com o parecen su p o n e r m uchos críticos.
14 U n ejem plo in teresan te, y ex trem o , en cierto m o d o , es la
! recensión de m is lib ro s en la New York R eview o f B ooks hecha
( p o r Jo ra v sk y . C ierta m e n te , a Jo ra v sk y no le gusta m i estilo, mi
form a de p re sen ta r, mis ideas; esto lo m anifiesta con clarid ad y
ab u n d an tem e n te . Sin em b arg o , m e pide que a p o rte criterios
p a ra preferir u n a teo ría o un p ro g ram a de investigación a otros.
Pero ésta es precisam ente la cuestión que yo p lan teo y respondo
en T C M y en C SL. En TCM , el con tex to es la investigación
científica y la respuesta es; los c riterio s p a ra la investigación
científica varían de un proyecto de investigación al próxim o.
In te n ta r d iscutirlos y fijarlos independientem ente de la situación

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La situación se clarifica aún m ás si se consideran
las siguientes circunstancias 15.
D espués de p ro d u cir la consigna «todo sirve»,
escribí: «Este principio debe ah o ra ser exam inado y
explicado en sus detalles concretos (TC M , pági­
na 12). Lo que quiere decir: el principio carece

q u e se presum e deb en g u iar ellos m ism os es algo tan necio


com o in te n ta r c o n stru ir un in stru m en to de m edida sin sa b e r lo
que u n o va a m edir. En C SL, el con tex to es u n a so cied ad libre,
y la respuesta: los resu ltad o s científicos son v a lo ra d o s p o r las
p au tas de la trad ició n a que se ofrecen, lo que n a tu ra lm e n te
p resupone una separación entre E stad o y ciencia. L a p re g u n ta
de Jo ra v sk y m u estra que él no ha pod id o e n c o n tra r estas res­
puestas, a u n q u e están explicadas a lo largo de a m b o s libros y
resum idas en las secciones in tro d u c to ria s. L o que h a pod id o
e n c o n tra r h a n sido tres líneas de n atu raleza a u to b io g ráfic a que
tra ta n del c o lo r de mi orina. O bviam ente, él p o d ría ser un exce­
lente c o rre c to r d e p ru e b as p a ra a nuncios de arabescos. U n o se
p reg u n ta q u é es lo que ha m o vido a los e d ito res p a ra c ree r que
él tam bién p o d ría recensionar libros.
15 El a nalfabetism o es u n a p a rte esencial de la historia de las
ideas: el tem a no existiría sin él. E scritores filosóficos, inclu­
y endo al c u id a d o so Sim plicio, m ucho tiem po p e n sa ro n que Pla­
tón y A ristóteles tenían la m ism a filosofía. En este caso se unían
p od ero so s m otivos teóricos. F uertes m otivos teóricos están
tam bién suby acen tes en la tesis d e que los filósofos, y tam bién
el m ism o A ristóteles, trab a ja n to d o s con un sistem a único y que
ja m á s cam b ian de m en talid ad . En el caso de A ristó teles esta
idea h a sido su p e ra d a sólo en el siglo xx, co m o re su lta d o del
incisivo análisis de W erner Jäger. Los m otivos teóricos se com ­
b in ab a n con v o racidad (de fam a) y la sim ple ignorancia tra n s ­
fo rm ó a M ach en u n filósofo de los d a to s sensibles (cf. vol. II,
cap. 6, de m is Phil. Papers p a ra una explicación m ás d etallad a).
Niels B ohr inventó una interpretación predisposicional de la
p ro b a b ilid ad y una in terp retació n objetiva d e los hechos c u á n ti­
cos sólo p a ra que P o p p er le criticara su subjetivism o, siendo
m uy interesante que el m ism o P o p p e r em plea una versión recor­
ta d a de la idea d e Bohr so b re la p ro p en sió n co m o su in stru ­
m ento de crítica (Phil. Papers, vol. I, cap. 16). T o d o holgazán
de la filosofía de la ciencia ha criticado, o p o r lo m enos a n a te ­
m atiza d o , a A ristóteles o a H egel, sin el m ás ru d im e n tario
co n o cim ien to de las ideas de am bos. Se em plean m uchos p rejui­
cios b asad o s, c iertam en te, en la ignorancia: «¿Q uiere usted que
v olvam os a A ristóteles?», escribió M ary H esse en una crítica a
u n o de m is prim eros trab a jo s (cf. TCM, p. 32, n o ta 36) e influyó
en m uchos lectores que jam á s han leído u n a sola línea de este

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to davía de contenido. Su contenido lo adquiere
m ediante un análisis de procesos concretos, lo
m ism o que el concepto de R enacim iento, p ara
to m ar un ejem plo histórico, recibe su contenido
desde la investigación histórica, que tra ta situacio­
nes m uy diferentes y com plejas. Los procesos h istó ­
ricos a que aludo son, desde luego, estudios de
caso. Estos estudios m uestran cóm o C opérnico,
New ton, G alileo, los presocráticos y Einstein logra­
ron lo que hoy es conocido com o sus éxitos. Los
d erro tero s que siguieron no carecían de dirección, y
todos ellos tenían ideas m uy concretas sobre sus
m étodos, aunque las ideas a las que llegaron fueron
muy distintas de sus puntos de partida. T am poco
p u d o preverse la dirección final de la investigación.
N adie conocía de antem ano los virajes y vueltas que
ten d ría que hacer; nadie preveía los m étodos que
ten d ría que utilizar en el curso del viaje, p ero nues­
tros viajeros no dudaron y se ad en traro n valerosa­
m en te en t i e r r a d e n a d ie . R e tro s p e c tiv a m e n te
podem os con frecuencia identificar itinerarios bien
definidos; podem os retrazarlos en detalle y con pre­
cisión (TC M , capítulo 11), pero estos itinerarios
difirieron considerablem ente de las heliografías de
los filósofos (ver las m alhum oradas objeciones de
D escartes a G alileo en TCM, página 53) y no eran
conocidos previam ente. O portu n id ad , actividad h u ­
m ana, leyes n aturales, circunstancias sociales; to d o
esto co n trib u y ó de la form a m ás curiosa y asom ­

filósofo. B runo y G alileo presentan objeciones de tal fo rm a que


se ad vierte que no cono cían o no q u e ría n ten er en c u en ta las
excelentes respuestas que A ristóteles d a a las m ism as objeciones.
L essing, el g ra n ra cio n alista y p o e ta a le m án , hace tiem p o que
re c o n o c ió e sta c a ra c te rís tic a de Ja h is to ria de la s id e a s e
in te n tó c o m b a tirla escribiendo «rehabilitaciones» («R ettungen»)
de gente que h ab ía sido c alum niada p o r crasa ignoran cia y p o r
analfab etism o . D esgraciadam ente, su h u m an itarism o nunca fue
p o p u la r entre los «líderes» intelectuales cuya fam a y existencia
p arece d ep en d er de ru m o res desaprensivos.

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b rosa a llevarles a sus objetivos. P or esta razón, los
estudios de caso tienen un resultado positivo y o tro
negativo. El resu ltado negativo es que se violan y
hay que violar m uchos estándares si querem os
obtener lo que ah o ra consideram os ser logros de
im portancia. N o hay estándares que tengan un con­
tenido y den una explicación correcta de todos los
descubrim ientos hechos en las ciencias. El resultado
positivo es que m étodos que hoy parecen poseer
cierta racio n alid ad e integridad (estas cosas, sin.
em bargo, ten ían un aspecto muy distinto cuando se
las usó p o r prim era vez [cf. M argolis]) tuvieron
éxito y pueden ser considerados com o útiles reglas
em píricas p ara la investigación del futuro. (Estoy
muy lejos de recom endar la elim inación de todas las
reglas y m étodos de las que intento explicar cóm o
ayudaron a conseguir los éxitos pasados, es decir,
sobre qué acciones fueron posibles dichos éxitos; yo
solam ente hago n o ta r que los éxitos se dieron bajo
condiciones específicas prácticam ente desconocidas,
que n o sotros frecuentem ente no com prendem os a
dónde se dirigían y que su repetición no sólo no es
una cosa n atu ral, sino algo b astante im probable;
adem ás, que las ideas sobre éxito y progreso cam ­
bian de u n episodio de la investigación al próxim o.)
Sólo pocos lectores han escuchado mi advertencia
y han p restad o atención a los estudios de caso. La
m ayoría de los críticos parecen haber suspendido su
lectura después del prim er «todo sirve». P ara ellos,
los estudios de caso o han debido ser dem asiado
difíciles 16, o dem asiado detallados, o, si es que han
tom ado el vacío in terno en sus cabezas com o pauta,

16 Así, G ellner, en su crítica (cf. CSL, p a rte tercera, sec­


ción 2), adm ite su incom petencia en m aterias científicas y de
histo ria de la ciencia, p e ro escribe, sin em b a rg o , u n a recensión
su p o n ie n d o , co m o tam bién lo h a n hecho o tro s, que m is a firm a ­
ciones pueden ser criticadas independientem ente de los ejem plos
que elegí p a ra ilustrarlas.

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han debido pen sar que el vacío y el principio sin
explicar eran ya la m ism a cosa.
H ay o tra razón que justifica el que no se tom en
los ejem plos seriam ente. Se b asa en una idea que
desem peña un im p o rtan te papel en todas las trad i­
ciones racionalistas y que puede expresarse diciendo
> que lo que importaría en una argumentación no son
los ejemplos mismos sino sus descripciones abstractas.
D esde luego, las descripciones deben ser exam ina­
das co m p arán d o las con los ejem plos. Sin em bargo,
si son verdad, entonces su fuerza argum entativa es
independiente de una estrecha fam iliaridad con tales
ejem plos. La idea se viene abajo con las obras de
arte. P ara ju zg ar logros artísticos, uno tiene que
fam iliarizarse con ellos; no b astan las descripciones,
p o r «verdaderas» y «bien confirm adas» que sean.
A hora bien, un o de los principales p u n to s del análi­
sis de las ciencias en M ach, de la actitud de Einstein
an te la investigación científica, de la filosofía de
B ohr, así com o de los dos libros que ycr he escrito
p ara defender a estos pensadores, es que precisa­
m ente en esta problem ática es donde las ciencias se
asem ejan a las artes. O que, p a ra expresarlo de u n a
fo rm a algo p arad ó jica, la ciencia en su mejor
aspecto, es decir, la ciencia en cuanto es practicada
por nuestros grandes científicos, es una habilidad, o
un arte, pero no una ciencia en el sentido de una
empresa «racional» que obedece estándares inaltera­
bles de la razón y que usa conceptos bien definidos,
estables, «objetivos» y por esto también independien­
tes de la práctica. O, p ara utilizar una term inología
to m ad a del g ran d eb ate sobre la distinción entre
«G eistesw issenschaften» (Ciencias del espíritu) y
«N aturw issenschaften» (Ciencias de la naturaleza),
no existen «ciencias» en el sentido de nuestros racio­
nalistas; sólo hay humanidades. Las «ciencias» en
cuanto opuestas a las humanidades sólo existen en las
cabezas de ¡os filósofos cabalgadas por los sueños.

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Este resu ltad o ten d rá luego su im portancia cu an d o
trate de la política.
Los co m entarios de los tres últim os p árrafo s no
sólo se aplican a los críticos que se oponen al «todo
sirve», sino tam b ién a los au to res que lo siguen y
que quieren utilizarlo en provecho propio. En este
caso, mi objeción es que la ausencia de estándares
«objetivos» no hace la vida m ás fácil: la dificulta
aún más. Los científicos no pueden seguir ap o y án ­
dose en reglas de pensam iento y acción bien defini­
das. No pueden decir: nosotros poseem os ya los
m étodos y estándares p a ra u n a investigación correc­
ta; to d o lo que necesitam os es aplicarlos. P orque
según la visión de la ciencia defendida p o r M ach,
B oltzm ann y Einstein, y que yo he presentado de
nuevo en TCM, los científicos no sólo son respon­
sables de u na aplicación adecuada de los estándares
existentes, sino que además son responsables de esos
mismos estándares. Ni siquiera puede uno referirse a
las leyes de la lógica, p o rq u e pueden darse circuns­
tancias que nos fuerzan a revisarlas tam bién (p o r
ejem plo, la m ecánica cuántica analizada p o r Von
N eum ann y B irkhoff, p o r Jau c h y P irón, p o r Pri­
mas y otros). H ay que recordar esta situación
cuando consideram os la relación entre los «grandes
pensadores», p o r un lado, y los editores, benefacto­
res e instituciones científicas, p o r o tro . Antes, los
científicos con ideas inusitadas y las instituciones a
las que pedían ay u d a com partían ciertas ideas gene­
rales, y to d o lo que tenía que hacer un científico
que necesitaba dinero era m ostrar que su investiga­
ción, ap a rte de contener ciertas sugerencias origina­
les, estaba de acu erdo con estas ideas. Ahora, los
científicos y sus jueces tienen tam bién que argum en­
ta r acerca de principios; no pueden confiar ya en
tópicos establecidos (su intercam bio es «libre», no
«guiado» [CSL, p ágina 28]). En esta situación, la
petición de los científicos «anarquistas» de «m ayor

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libertad» puede interpretarse de dos form as: se la
puede considerar com o deseo de que se realice una
discusión científica libre no ligada a regla específica
alguna, pero que intenta (cf. de nuevo CSL,
pág in a 28) llegar a una base com ún. O puede in ter­
pretarse tam bién com o exigencia de que se acepten
ideas de investigación sin examen alguno sim ple­
m ente p a ra h acer la vida m ás fácil a grandes e in u ­
sitadas m entes (o en la m ayoría de las veces a gente
que pretende tener tales cabezas). Siguiendo la
arg u m en tació n de T C M y de CSL, el segundo tipo
de petición puede apoyarse en la puntualización de
que las ideas absurdas e inusitadas frecuentem ente
han llevado al progreso. La argum entación pasa
p o r alto que los jueces, editores, benefactores pue­
den utilizar la m isma fo rm a de razonar: el statu quo
tam bién ha llevado al progreso y el «todo sirve»
tam bién se aplica a sus defensores. P or esto es nece­
sario ofrecer algo m ás que la arrogante petición de
m ayor libertad. Los estudios de caso m uestran que
los científicos rebeldes verdaderam ente ofrecieron
m ucho m ás. G alileo, p o r ejem plo, no se contentó
con quejarse y resignarse: intentó convencer a sus
adversarios con los mejores m edios de que disponía.
Estos m edios frecuentem ente diferían de los proce­
dim ientos tradicionales —aquí se encuentra la com ­
ponente an arq u ística de la investigación de G ali­
leo— , pero con frecuencia tuvieron éxito. Y no
olvidem os que una plena dem ocratización de la
ciencia incluso h a rá m ás difícil la vida a los auto-
proclam ados descubridores de G randes Ideas. P or­
que éstos ten d rán que dirigirse a gentes que no
com parten precisam ente su interés p o r la ciencia.
¿Qué h arán nuestros «anarquistas» que am an la
libertad en tales circunstancias? Sobre to d o cuando
sus adversarios no son ya odiados personajes de
alto co turno, sino ciudadanos libres queridos por
todos.

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3. E ST U D IO S D E CASO

Mis estudios de caso han sido criticados p o r dos


caballeros: clara y hum orísticam ente, p o r G u n n ar
A nderson (abreviado en G A); prim itivam ente y de
una form a b astan te confusa, p o r Jo n ath an W urril
(JW ). Ellos no com entan mis consideraciones gene­
rales (TC M , capítulos 1, 12, 18; CLS, partes 1 y 2);
lo que analizan y cuestionan es el m ism o m aterial
histórico y las conclusiones que yo he deducido de
él. El m aterial —dicen— no apoya las conclusiones.
Según G A , el caso G alileo puede poner en peligro
una «versión dem asiado sim ple e ingenua del falsifi-
cacionism o», pero no am enazaría una filosofía
donde teorías y observaciones fueran falibles. Así
pues, mi interp retación de las hipótesis de G alileo
revelaría que yo no he com prendido la definición de
las hipótesis ad hoc dada p o r P opper. G A dice que
las h ip ó tesis a d hoc no son m eras su p o sicio n es
introducidas p ara explicar efectos específicos, sino
que rebajan el grad o de falsificación del sistem a en
que o curren. A h o ra bien, esto es precisam ente lo
que hacen las suposiciones más fundam entales de
Galileo. G alileo no sólo introduce una teoría del
m ovim iento que convierte el argum ento de la torre
de u na refutación de C opérnico en una confirm a­
ción; el con ten id o de esta teoría del m ovim iento es
considerablem ente más restringido que el de la teo­
ría aristotélica que le había precedido {TCM, pági­
nas 128 ss.).
La teoría de A ristóteles tal com o se la desarrolla
en los libros I, II, VII y V III de la Física es u n a
teoría universal del m ovim iento que ab arca el
m ovim iento espacial, la generación y corrupción,
cam bio cualitativo, crecim iento y decrecim iento.
C ontiene teorem as com o los siguientes: to d o m ovi­
m iento es precedido (tem poralm ente) p o r o tro
m o v im ien to ; existe u n a cau sa inm óvil del m ovi­

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m iento y un prim er m ovim iento (en la serie causal)
cuyo ritm o de cam bio es constante; la longitud de
un objeto en m ovim iento no tiene valor exacto, etc.
El prim er teorem a se apoya en la suposición de que
el m undo es u na entidad som etida a leyes. Puede
utilizársele co n tra ideas tales com o la teoría del
Bing Bang (estallido inicial) sobre el origen del un i­
verso; y la idea de W igner de que la reducción del
paquete de o ndas se debe a la acción de la concien­
cia. Así pues, la teoría de A ristóteles era coherente:
existía u na term inología unificada para la descrip­
ción y explicación de todos los tipos de m ovi­
m iento. E stab a confirm ada en un alto grado, esti­
m ulaba la investigación en física, fisiología, biología,
epidem iología, y condujo a num erosos descubri­
m ientos 17. Sigue teniendo im portancia hoy porque
las ideas de la m ecánica de los siglos x v n y x v m

17 La teo ría que a c a b a de describirse debe distinguirse de las


leyes especiales que fo rm u la A ristóteles en el De Coelo. T ene­
m os, pues, q u e p r o c u ra r n o c o n fu n d ir un d e b a te so b re co n d i­
ciones especiales c o n u n d e b ate sobre leyes fu n d am en tales. Así,
A ristóteles a firm a m uy explícitam ente que «en un vacío to d o s
los objetos tienen la m ism a velocidad» (Física, 216a20), pero
niega que el m u n d o c ontenga un vacío: su teo ría del m ovi­
m iento es suficientem ente general com o p a ra cu b rir a m b o s tipos
de m ov im ien to , en u n m edio o en el vacío. H ace d e p en d e r el
m ovim iento de la fo rm a y n atu raleza del m edio, de la n a tu ra ­
leza de la fu erza inh eren te; lo que m u estra que el fam oso
«argum ento» de G a lile o c o n tra la «ley de la caída libre» de
A ristóteles (si los objeto s m ás pesados cayeran m ás deprisa que
los m enos pesados, entonces un objeto pequeño sujeto a uno
m ayor debería h a ce r que am bos se m ovieran m ás dep risa, p o r­
que el objeto co m b in a d o es ah o ra m ás pesado, y n o tan deprisa,
p o rq u e el o b jeto peq u eñ o reten d ría el m ovim iento del m ay o r)
no se puede a p lic ar a A ristóteles, d onde el m ovim iento resul­
tan te d epende de la m anera com o se co m b in a n los objetos
(estam os tra ta n d o de un pro b lem a de m ecánica de fluidos). Y
así sucesivam ente. H istó ricam en te, el d eb ate no tuvo lugar entre
G alileo y A ristóteles, sin o entre G alileo y un c h a p u rre ro A ristó ­
teles artificio sam en te m o n ta d o p a ra hacer ap arecer com o inven­
cibles los a rg u m e n to s de G alileo. (P a ra este p u n to , cf. tam bién
la nota 15 supra.) T am bién nuestros filósofos de la ciencia p re ­
sentan una relación c h ap u rre ra de este m ism o debate.

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siguen siendo totalm ente inadecuadas p ara tra ta r el
m ovim iento 18. ¿Qué es lo que hace G alileo? El
reem plaza esta com pleja y sofisticada teoría con su
p ro p ia ley de la inercia, que carece de confirm ación
excepto en el contexto de la teoría aristotélica 19, la
aplica solam ente a la locom oción y «reduce d rásti­
cam ente el grad o de falsificación de to d o el sis­
tema».
Sin em bargo, si se considera la falsificabilidad de
las afirm aciones observacionales, la situación es la
siguiente: el racionalism o crítico, la «filosofía» que
defiende G A , o es un fecundo p u n to de vista que
guía al científico, o es m era ch arla hueca que puede
ponerse de acuerdo con cualquier m étodo. Los
popperianos afirm an que se tra ta de lo prim ero
(rechazo de la afirm ación de N eurath de que cual­
quier afirm ación puede ser refutada p o r cualquier
razón). P o r esto insisten en que afirm aciones fun­
dam entales que intentan refu tar u n a teo ría tienen
que estar m uy bien com probadas. Las observacio­
nes realizadas al telescopio p o r G alileo no satisfa­
cen esta exigencia: p o r autocontradictorias, no p u e­
den ser repetidas p o r cualquiera; los que las repiten
com o K epler llegan a resultados diferentes, y no
hay teo ría que perm ita separar «fantasm as» de los

18 B ohm , Prigogine, Eigen, Ja n tsc h y o tro s h a n c o m e n tad o


los inconvenientes de la m ecánica clásica (incluyendo algunos
aspectos de la m ecánica c u án tica ) y han p e d id o u n a filosofía en
la que el c am b io no fu era u n a a p arien cia periférica, sino un
fenóm eno fu n d am en tal. A ristóteles ha d e sa rro llad o precisa­
m ente u n a filosofía de ese género y podem os a p re n d e r m u ch o
de él. Incluso en los detalles, A ristóteles o casio n alm en te va b a s­
tan te m ás lejos que sus m o d ern o s sucesores. U n ejem plo es su
teoría de la c o n tin u id ad . Cf. m is «Remarles on A risto tle ’s
T h eo ry o f M athem atics», en M idwestern Stu d ies in Philosophy,
1982.
19 C o p é rn ic o y G alileo se m ueven d e n tro del m arc o a risto té ­
lico de u n a op o sició n en tre el m ovim iento rectilíneo y el circ u ­
lar, p ero in te n ta n a d a p ta rlo a la hipótesis de q u e la tierra es un
a stro (y p o r ello p a rticip a del m ovim iento circular).

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fenóm enos verídicos (la óptica física m encionada
p o r G A es irrelevante, porque las afirm aciones
básicas en discusión no trata n de los rayos de luz,
sino de la oposición, color y estructuras de los
rem iendos visuales, y una hipótesis po p u lar que
pone en correlación la prim era con la segunda se
puede m o strar fácilm ente que es falsa [TC M ,
página 148]). P o r esta razón, las afirm aciones bási­
cas de G alileo son hipótesis atrevidas, sin m ucha
confirm ación. G A parece aceptar esta descripción:
hace falta tiem po — se dirá— para obtener eviden­
cia co n firm ad o ra (y las «teorías-piedra-de-toque»
concernientes, p ara usar u n a excelente expresión de
Lakatos). La prim era interpretación del raciona­
lismo crítico m encionado arrib a afirm a que du ran te
ese tiem po las afirm aciones no tienen poder refuta-
dor. Si un o dice, com o G A , que G alileo refutó con­
cepciones populares con sus observaciones, entonces
se desplaza u no de la prim era a la segunda interpre­
tación, donde las afirm aciones básicas pueden utili­
zarse de cualquier m anera. La expresión literal
sigue siendo crítica, pero su contenido se ha evapo­
ra d o to talm en te. Este es claram ente el p u n to donde
un h o n esto ad v ersario de confusiones babilónicas,
tal com o pretende serlo G A , debe to m ar posición.
Debe confesar que, m ientras que él no puede tener
su G alileo y hacerle racional, al m ism o tiem po se
encuentra dem asiado em barazado p ara adm itir esto
en público.
Esta es u n a buena ocasión p ara m encionar una
crítica que ha p ublicado T. A. W hitaker en dos car­
tas en la revista Science 20. W hitaker señala que
existen dos conjuntos de imágenes de la luna, los
grabados en m adera (que m encioné y m ostré en
TCM ) y los en cobre, que son m ucho m ás exactos,
desde un p u n to de vista m oderno, que los g rabados

- 20 2 de m ayo y 10 de o ctubre de 1980.

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en m adera. Según W hitaker, los g rabados en cobre
m uestran a un G alileo que era m ucho m ejor obser­
vad o r de la luna que el G alileo que he p in tad o yo.
Pues bien, lo p rim ero es que yo jam ás he d u d ad o
de la cap acid ad de G alileo com o observador.
C itando a R. W olf (Geschichte der Asíronomie,
página 396), que escribe que «G alileo no era un
gran o b servador astronóm ico, a no ser que las
em ociones producidas p o r tantos descubrim ientos
telescópicos com o él hizo en este período hubieran
dism inuido su destreza o su sentido crítico», res­
pondía yo (TCM, página 117):

E sta afirm ació n tal vez sea v erdadera (aunque me


inclino a p o n e rla en d u d a a la vista de la e x tra o rd in a ­
ria h ab ilid ad observacional que m anifiesta G alileo en
o tra s ocasiones). Pero resulta po b re de c o n te n id o y,
creo, poco interesante [...]. E xisten, sin em b a rg o , o tras
h ipótesis que sí c o n d u ce n a nuevas sugerencias y que
nos revelan cuán com pleja era la situ ació n en tiem pos
de G alileo.

Luego m enciono dos de tales hipótesis, u n a que


trata de las peculiaridades de la visión telescópica
co ntem poránea, la o tra que considera la suposición
de que las percepciones, es decir, las cosas vistas
con el ojo d esnudo, tienen una historia (que puede
descubrirse co m b in ando la histo ria de la a stro n o ­
m ía visual con la de la p in tu ra, poesía, etc.). En
segundo lugar, la referencia a los grabados de cobre
no elim ina to d o s los aspectos problem áticos de las
observaciones de G alileo sobre la luna. G alileo no
sólo dibujó, sino que tam bién describió verbalm ente
lo visto. P o r ejem plo, pregunta (TCM, página 115):

¿ P o r qué no vem os d esigualdades, rugo sid ad es e


irreg u larid a d es en la periferia de la luna creciente,
hacia el oeste, o en el o tro borde c ircu lar de la luna
m en g u a n te, h acia el este, o en el círcu lo e x te rio r de la
luna llena? ¿P or qué aparecen perfectam ente red o n d as
y circulares?

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K epler resp o n día, basándose en observaciones
hechas a ojo d esnudo (TC M , página 115, n ota 167):
Si m iras c u id ad o sam en te la lu n a llena, parece per­
ceptible que algo falla en su círcularidad.

Y contesta a la pregunta de Galileo:


N o sé cuán cuidadosam ente has reflexionado sobre
este a su n to , o si tu p re g u n ta , co m o es m ás p ro b a b le ,
se basa en im presiones populares. Pues [...] yo afirm o
que existe con seguridad alg u n a im perfección en ese
círculo ex tern o d u ra n te el p erío d o de luna llena.
Vuelve a estudiar el asu n to e infórm anos qué te parece.

E sta pequeña discusión nos m uestra, en tercer


lugar, que el p ro blem a de la observación existente
en el tiem po de G alileo no puede resolverse m os­
tran d o que las observaciones de G alileo están de
acuerdo con nuestra visión del asunto. P ara m ostrar
cóm o actu ab a G alileo, si fue «racional» o si que­
b ra n tó reglas im portantes del m étodo científico,
tenem os que co m p arar sus logros y sus sugerencias
con su circu n stancia y no con la situación de un
fu tu ro todavía desconocido. P or ejem plo, tenem os
que preg u n tar: d ados los m edios aceptados y las
p au tas de observación de la época, ¿fueron las
in fo rm a c io n e s de G a lile o in fo rm a c io n e s de
«hechos»?, es decir, ¿eran algo repetible y bien fun­
dam en tad o teóricam ente? P ara en contrar u n a res­
puesta a esta p regunta tenem os que co m p arar las
observaciones de G alileo con observaciones hechas
p o r astrónom os de su propio tiem po, así com o con
teorías de visión y, especialm ente, de la visión teles­
cópica en que se apoyaron dichas observaciones. Si
resulta q ue los fenóm enos referidos p o r G alileo no
fueron co n firm ados p o r ningún otro , que no había
razones p ara confiar en el telescopio com o en un
instrum ento de investigación, sino que existían
m uchas razones, tan to teóricas com o observaciona-
les, que h ab lab an co n tra tal instrum ento, entonces

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tam bién h ab ría sido un m étodo no científico el que
G alileo p ro p u g n a ra la existencia de dichos fenóm e­
nos — lo m ism o que tam poco sería científico hoy
afirm ar resultados experim entales que carecieran de
co rro b o ració n independiente y que se obtuviesen
con m étodos no p ro b ad o s— , sin importar hasta qué
punto sus observaciones se aproximarán a las nues­
tras. P ara ser científicos en el sentido que discuti­
m os aquí (y que se critica en T C M y C S L ) hay que
ac tu a r ad ecu ad am en te con respeto a los conoci­
m ientos existentes y no p o r respeto a las teorías y
observaciones de un futuro desconocido.
A hora bien, p a ra calibrar las reacciones de los
co ntem poráneos de G alileo he utilizado los g ra b a­
dos en m adera. N ótese que no intenté p ro b a r que
G alileo fu era un científico m ediocre apoyándom e
en el hecho de que los grabados en m ad era difieren
de las im ágenes m odernas de la luna (tal argum en­
tación hu b iera co n tradicho las consideraciones que
acabo de exponer). Mi suposición fue, más bien,
que la luna en cu an to se la contem pla a ojo des­
nudo tiene un aspecto muy distinto del ofrecido por
los g rab ad o s en m adera, que podría haber tenido
o tro aspecto d istin to p a ra los contem poráneos de
G alileo, y que algunos de ellos podrían haber criti­
cado el Sidereus Nuncius apoyándose en sus propias
observaciones a ojo desnudo. Esta suposición sigue
siendo útil, p o rq u e los grabados en m adera acom ­
p añ ab an la m ayoría de las ediciones de la obra. ¿Se
aplica tam bién a las lám inas? Sí, com o se m uestra
p o r las críticas de Kepler. P or añ ad id u ra, había
m uchas razones p o r las que el telescopio no era
considerado unánim em ente com o un fiable p ro d u c­
to r de hechos (algunas de estas razones, em píricas y
teóricas, h an sido expuestas en TCM ). La afirm a­
ción de W hitaker, hecha en su segunda com unica­
ción, de que los dibujos de la luna hechos p o r G ali­
leo tienen u n a excelente calidad co m p arad o s con

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imágenes m odernas, es algo irrelevante con respecto
a esta discusión.
El caso de las observaciones de la luna hechas
p o r G alileo constituye sólo una pequeña p arte de
mi argum entación de que G alileo no aplicó lo que
la m ayoría de los científicos y todos los filósofos de
la ciencia consideran hoy com o el «m étodo cientí­
fico adecuado» y que no podría haber realizado sus
descubrim ientos de dicho m odo. En cuanto la
investigación histórica avanza y altera nuestras
ideas sobre el p asad o , la evidencia que yo em pleo
en mi argum entación tam bién puede, naturalm ente,
q u ed ar m odificada. Estoy claram ente decidido a
conceder que esto puede hacer más «científico» a
G alileo en algunas áreas. Sin em bargo, debates más
recientes (algunos de ellos m encionados en TCM:
h ablo de la d em ostración hecha en la to rre incli­
n ada, del experim ento con el plan o inclinado de sus
observaciones de las lunas de Júpiter, del paso del
ím petus a la relatividad galileica) han m ostrado que
está más bien aum entando el núm ero de áreas en
que aparece m enos «científico». E sto no convertirá
en un mal científico a G alileo; sim plem ente m uestra
que la ciencia tiene poco que ver con lo que los
filósofos, e incluso los mismos científicos, dicen
sobre ella.
M ientras que G A se equivoca, p o rq u e la perpleji­
dad oscurece su visión, la razón del fallo de JW es
sim plem ente incom petencia. V erdaderam ente, su
ap o rtació n es un triste ejem plo del deterioro de los
estándares de la discusión racional que se han
im puesto en la LSE tras la m uerte de Im re L akatos.
JW expone cu atro quejas: una concerniente a la
p reten d id a originalidad de mis ideas, o tra sobre mi
form a de ver la relación entre teorías y hechos, o tra
sobre el experim ento de la torre y, finalm ente, otra
sobre mi in terpretación del m ovim iento brow niano.
- P ara em pezar, yo nunca he pretendido en ningún

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sitio haber inventado las ideas que discuto. T odo lo
contrario: más de una vez he rehusado el dudoso
h o n o r de h ab er sido el iniciador de una y o tra inte­
ligente ideílla 21. D esde luego, he h ab lad o y escrito
de una fo rm a muy directa, pero esto, sólo puede
crear confusión en los seguidores de «pensadores»
que consideran su afirm ación m ás trivial com o su
más íntim a pro p ied ad y que carecen de inform ación
histórica p a ra conocer m ejor las cosas; en una
palabra, entre los popperianos 22.
En segundo lugar, JW me atribuye el «truism o de
que los “ hechos teó ricos” son dependientes de la

21 C om o ejem plo cf. cap. 6, n o ta 1, de m is P hilosophical


Papers, vol. I (C am bridge, 1981). Este tra b a jo se pub licó por
p rim era vez en 1965. En la versión original yo tam b ién m encio­
n aba a P opper. H a b ien d o descubierto luego que su c ontribución
al pro b lem a d iscu tid o es nula, he b o rra d o su n o m b re de la lista.
“ Es curioso o b serv ar la frecuencia con que la gente inter­
p reta u n a fo rm a de escribir directa y sincera com o si im p licara
preten d er ser original. P erm ítasem e repetir p o r esto lo que he
dicho frecuentem ente en mis conferencias y he su b ra y a d o en m is
trabajos escritos: ninguna de las ideas que describo y defiendo
es p ro p ied a d m ía. N o soy un c rea d o r de ideas —p a ra eso se
necesitan talentos m uy distin to s del m ío— ; soy un d efen so r y un
p ro p a g an d ista de ideas valorables pero m altratad a s, es decir,
soy u n a especie de p eriodista. ¿Quién inventó las ideas que yo
defiendo? N o A d o rn o , com o dice J u tta . Y tam p o c o P opper,
c o m o escribe A gassi en su confusa explosión. N o m e interesan
efím eros insectos filosóficos com o éstos. P ero he a p ren d id o de
P rotágoras, al cual el m ism o P latón le p re sen tó de tal form a
que p erm ite q u e u n a te n to lecto r p u ed a re fu ta r la m ism a crítica
de P latón. H e a p ren d id o de K ierkegaard, que e la b o ró excelentes
a rgum entos c o n tra c ualquier filosofía de resultados y c o n tra
c u alq u ier fo rm a de racionalism o b a sa d a en el p ro g reso e n el
cam po de los resultados. H e a p ren d id o de H elm h o ltz, M axw ell,
B oltzm ann, D uhem y M ach, que hace ya tiem po pusiero n en
claro que el c am b io científico p u e d e d e rrib a r c u a lq u ie r p a u ta ,
aunque sea «racional», sin tener que term in ar en el caos. He
a p ren d id o de A ristóteles que las fan tasías a b stra c ta s c u en tan
poco c u an d o se las c o m p a ra con los elem entos de las fo rm as de
vida de d o n d e surgieron. E sto s y o tro s m uchos escritores h a n
sido m is m aestro s, y yo he in te n tad o «rehabilitarlos» del m ism o
m o d o que L essing re h ab ilitó en sus R ettungen a g ra n d es y
difam ados escritores.

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teoría», así com o argum entos que «dependen de
to m ar “ hecho” a un nivel teórico m uy elevado». Lo
que realm ente afirm o en el texto en que se explican
estos tem as es que todos los hechos son teóricos (o,
de m odo fo rm al, «hablando lógicam ente, todos los
térm inos son “ teóricos” » 23). Y esto no es una afir­
m ación que introduzco sin m ás p ara convertirla
luego en base de posterior retórica: to d o el texto
está dedicado a m o strar que, y p o r qué, esto es p re­
ferible a o tras alternativas, incluyendo la que el
mism o JW parece tener en la cabeza 24. Las quejas

23 Phil. Papers, vol. I, p. 32, n o ta 22, últim a frase.


«T heory ladenness» (carga teórica) fue in tro d u c id a p o r H a n so n
en 1958 (P atterns o f D iscovery). El m ism o a ñ o p u b liq u é yo «An
A ttem p t a t a R ealistic In te rp re ta tio n o f E xperience» (reim preso
co m o cap. 2, vol. I, d e m is Philosophical Papers), d o n d e se
in tro d u c e la tesis del c ará cte r plenam ente teó rico de todos los
hechos (y n o só lo de los hechos teóricos), se la fu n d a a rg u m e n ­
tativ am en te y se la defiende c o n tra las críticas. A q u í JW puede
e n c o n tra r to d o s los «argum entos reales» que quiere escuchar.
Sobre el m ism o p u n to pueden en co n trarse m ás a rg u m e n to s en
mi tra b a jo « D as Problem d e r E xistenz T h eo retisch er E n titäten » ,
que ap areció en 1960. JW no tra ta estos a rg u m en to s en ningún
sitio.
24 JW tiene g ran dificultad con la n a tu ra le z a de los hechos.
Q uiere d istin g u ir en tre hechos em píricos y hechos teóricos, p ero
no tiene idea de cóm o separarlos. En alg u n a ocasión define la
diferencia en térm in o s p u ra m e n te psicológicos (lo que m ucho
antes que él, y de una form a m ucho m ás clara, fue hecho ya p o r
C a rn ap , en Testability and Meaning, y p o r mí m ism o, en
«A ttem p t» , sección 2), co m o una diferencia entre hechos que
son a ce p ta d o s p o r to d o s los expertos en un cierto dom in io y
o tro s hechos que suscitan debate. En o tra s ocasiones parece
su p o n e r que el acu e rd o logrado es algo m ás que psicológico,
p e ro fu n d a m e n ta d o sobre los m ism os hechos: los hechos em pí­
ricos e starían m enos im pregnados de teo ría de lo que lo están
los hechos teóricos; ten d rían un «núcleo em pírico». N e u rath ,
C a rn a p y yo d iría m o s que tales hechos aparecen co m o m enos
invadidos p o r teoría: los antiguos griegos p ercibían d irectam ente
a sus dioses; estos fenóm enos no m o stra b a n ningún elem ento
te ó ric o , p e ro a lg u ie n d e sc u b rió e v e n tu a lm e n te la id e o lo g ía
com pleja existente en la base y m o stró cóm o incluso «hechos»
m uy sencillos están c o n stitu id o s p o r una e stru ctu ra ex tre m a d a ­
m ente com pleja (cf. TCM , cap. 17). Los físicos clásicos descri-

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de JW n o tienen n a d a que ver con esta posición y
con estos argum entos.
El arg u m en to de la torre, según JW fue d esarro ­
llado p o r G alileo del siguiente m odo: la tierra en
m ovim iento, de acuerdo con la teo ría aristotélica

bían y siguen describ ien d o n u estro e n to rn o en un lenguaje que


a penas c o n sid era la relación entre el o b se rv ad o r y los objeto s
o bservados (suponem os cosas estables e inalterables; basam os
nuestros ex perim entos en ellas), pero la teo ría de la relatividad y
la teo ría cu án tica nos h a n hecho c o n s ta ta r que este lenguaje,
esta form a de percepción y esta m anera de realizar experim entos
tienen consecuencias cosm ológicas. N o se fo rm u la n explícita­
m ente las consecuencias — y p o r esto no las a d v ertim o s y
seguim os h a b la n d o sencillam ente de «hechos» em p írico s— , pero
dichass consecuencias se e n cu e n tra n en la base de to d o s los
fenóm enos; es decir, los hechos a p are n te m en te em píricos son
plenam ente teóricos aun cuando frecuentem ente fu ncionen como
jueces entre alternativas teóricas. JW su p o n e q u e tales jueces
deben c o n te n er o u n a c o m p o n e n te teórica n e u tra l, o un núcleo
n o-teórico «fáctico»; es decir, supone que los científicos que u ti­
lizan hechos al ex am in ar diversas teorías no los a lte ra n , p o r
ejem plo, n o los convierten en hechos diferentes. Se m uestra
fácilm ente el e rro r de esta suposición. Los relativistas y los teó ­
ricos del éter tienen hechos diferentes, p recisam en te en el d o m i­
nio de observación. P a ra el relativista, la m asa, la longitud, el
intervalo de tiem po ob serv ad o s son proyecciones de estru ctu ras
de c u a tro dim ensiones en ciertos sistem as de referencia (cf.
Synge, en D e W itt y D e W itt, R elativity, Groups and Topology,
New Y ork, 1964), m ientras que el « absolutista» los considera
com o p ro p ied ad es intrínsecas de los objetos físicos. El relativista
adm ite que las descripciones clásicas (pensadas p a ra expresar
hechos clásicos) pueden usarse ocasionalm ente p a ra tra n s p o rta r
inform ación so b re hechos relativistas y no las em plea en las cir­
cun stan cias p e rtin en te s. P ero esto n o im plica que él acepte su
interpretación clásica. T o d o lo c o n tra rio . Su a ctitu d está m uy
cerca de la del p siq u ia tra que puede h a b la r con un pacien te que
cree estar poseído, em pleando el lenguaje del paciente, sin que
ello im plique que acepte tam bién una o n to lo g ía de d em onios,
ángeles, etc.: n u e stra fo rm a no rm al de h a b la r, incluyendo los
a r g u m e n to s c ie n tíf ic o s , es m u c h o m á s c lá s ic a d e lo q u e
cree JW .
T o d as estas cosas h a n sido explicadas con gran d etalle en la
lite ratu ra de los p asad o s trein ta años (la arg u m e n ta c ió n de las
últim as líneas, p o r ejem plo, se explica en la sección 7 de mi
« E x p lan atio n , R eduction a n d E m piricism », que se p ublicó p o r
prim era vez en 1962; a h o ra , en el cap. 4 del vol. 1 de m is Philo-

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del m ovim iento, haría que la piedra se ap artase de
la torre. La p ied ra no se a p a rta de la torre, luego,
afirm a el G alileo de JW , «el experim ento no refuta
a C opérnico, sino a un sistem a teórico más
am plio», y reem plaza la dinám ica de A ristóteles que
es p arte de este sistem a, p o r su p ro p ia ley de iner­
cia. Al hacer esto perm anece dentro del m arco del
análisis de la teoría del cam bio de D uhem . Más
especialm ente, él corrige un «error lógico» de los
anti-copernicanos según el cual la afirm ación falsa
(la piedra se m ueve alejándose de la torre) seguiría
directam ente de la suposición de que la tierra gira.
H asta aquí JW .
Pero, en prim er lugar, el pretendido «error
lógico» nu n ca fue com etido por los anti-copernica-
nos. Estos sabían m uy bien que la conclusión nece­
sitaba p o r lo m enos dos prem isas. Tam bién las
m encionaban, pero dirigían la flecha de la falsifica­
ción sólo c o n tra una de ellas —el m ovim iento de la
tierra— , pues la o tra prem isa era teóricam ente
plausible y estaba confirm ada en un alto grado, y,
adem ás, no era el asu n to en discusión (cf. los
com entarios de P opper a la argum entación de
D uhem ).
En segundo lugar, el reem plazam iento de la ley
de inercia de A ristóteles fue sólo una p arte de los
cam bios llevados a cabo por Galileo. La ley aristo-

sophical Papers), y especialm ente en el espléndido ensayo de


L ak a to s so b re los p ro g ra m a s de investigación, p e ro JW parece
qu e n o ha o íd o nunca n a d a de esto. Su form a de p la n te a r p ro ­
blem as, su term inolo gía, sus sugerencias pertenecen a alguna
e d ad arcaica a n te rio r al p rim er p e ríodo de ilustración d e n tro del
C írculo de V iena que e n co n tró su expresión en la o b ra de C ar-
n a p , T estatibility and M eaning. P or esto ad m ito que m e equivo­
q u é al d e n o m in a r «falsas» (C SL , p. 256) las sugerencias de JW ;
p ero tenía m is razones; d a b a p o r hecho que el a n tig u o a lu m n o
de L akatos estaba m ejor in fo rm ad o de lo que está realm ente. La
a p o rta c ió n de JW m u estra que m e h a b ía e q uivocado. JW no es
u n a persona de intenciones «falsas»; es sim plem ente incom pe­
tente.

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télica describía m ovim ientos absolutos, y lo m ism o
hizo el arg u m en to de la torre (la predicha desvia­
ción de la p ied ra de la torre es, desde luego, la dife­
rencia entre dos m ovim ientos absolutos y, p o r eso,
un cam bio relativo; pero el problem a es lo que
cam bió G alileo y no las razones por las que realizó
dichos cam bios). Si se introduce una nueva «hipóte­
sis auxiliar», entonces esta hipótesis tam bién debe
utilizar nociones absolutas: debe ser u n a form a de
la teoría del Ímpetus. P or o tro lado, G alileo se con­
virtió g radualm ente en un relativista del m ovi­
m iento (TC M , página 63, n ota 82; página 83,
n o ta 117). Su hipótesis auxiliar tenía que funcionar
sin ímpetus. Así, al final, él no sólo cam bió una
hipótesis de un sistem a conceptual no m odificado en
lo dem ás (el m ovim iento absoluto es alrededor de la
tierra, o alred ed o r del sol, pero no directam ente
hacia el centro), sino que sustituyó los concep­
tos del siste m a p o r o tro s c o n c e p to s: in tro d u jo
u na nueva m isión del m undo. El prim er proceso
puede ex p resarse p o r el esq u em a de D uhem ; el
segundo, no.
En el caso del m ovim iento brow niano, final­
mente, JW ofrece un análisis ju n to con unos pocos
apartes teatrales sórdidos. Estos son ingenuos, o,
p ara expresarlo de u n a form a suave: ¿Por qué con­
sideran E xner y G ouy el m ovim iento brow niano
com o un riesgo p a ra la segunda ley? P orque consi­
deraban la hipótesis atóm ica, aunque esta hipótesis
les condujo ya una vez a dificultades (ver las m edi­
das de Exner que se exponen en TCM, página 24,
n o ta 27). Los cálculos del equilibrio de energía que
se supone determ inan si la energía de la partícula es
o btenida del fluido sin m ás trabajo, usan la prim era
ley, no la examinan. En lo que atañe al m ovim iento
brow niano, mi respuesta es la siguiente. Yo in tro ­
duzco un argum ento. JW dice que él no com prende
este argum ento. H asta aquí to d o va bien. P ara

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co m p ren d er el argum ento, JW lo traduce a un len­
guaje fam iliar p a ra él, a una especie de lógica cha-
purrera. Esto es tam bién un m étodo m uy razonable:
si yo no entiendo un argum ento intentaré reform u-
larlo a mi m odo. JW va m ás allá. L am enta que yo
no haya fo rm u lad o mi argum ento en su lenguaje ya
desde el principio. Esto sería una queja legítim a si
yo hubiera escrito el argum ento personalm ente para
JW . Pero esto no lo hice. Lo construí p ara físicos
que favorecen un m onism o teórico, y éstos parecen
haberlo com prendido perfectam ente (originalm ente,
el argum ento provenía de D avid Bohm ). A dem ás,
JW no presen ta precisam ente u n a objeción a que se
le haya dejado fuera, sino que supone que el len­
guaje que él com prende es el único razonable. En
esto, ciertam ente, se equivoca, com o se m uestra p o r
el sinsentido que produce su traducción 25.
C om o los nativos que hablan un lenguaje del que
no conocen sus propios límites, él proyecta el sin­
sentido sobre mi p ro p io argum ento y pretende
h aber m o strad o así su incoherencia. Yo, p o r o tro
lado, concluiría que hay m uchas cosas que pueden
expresarse m ucho m ejor en el lenguaje inform al uti­
lizado p o r los científicos cuando discuten problem as
del cam bio teórico; es decir, argum entaría: supon­
gam os que poseem os una teoría T (y con esto aludo
a to d a la teoría com pleja más las condiciones inicia­
les, m ás las hipótesis auxiliares, etc.). T afirm a que
o cu rrirá C. C no ocurre; en su lugar ocurre C ’. Si
se conociera este hecho, entonces uno po d ría decir
que T ha sido refutada y C ’ sería la evidencia refu-

25 Su noción de evidencia, p o r ejem plo, le hace im posible


h a b la r de evidencia desconocida o de sucesos que, a u n q u e bien
cono cid o s y a u n q u e exista evidencia, no son conocidos com o
e v id e n tes. M i n o c ió n de ev id en cia es de o tro tip o d is tin to ,
m ás cercana a la form a com o h ablan los físicos (y que tam bién
c o n cu erd a con el uso del térm in o en S herlock H olm es); JW
parece su p o n er que su noción es la única legítim a.

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tad o ra (nótese que yo no distingo entre hechos y
afirm aciones; no hay paso en la argum entación que
dependa de la distinción, y ninguna persona inteli­
gente se sen tiría confusa ante tal ausencia). S upon­
gam os ah o ra, adem ás, que las leyes de la naturaleza
nos previenen p a ra que no sepam os C y C ’: no hay
experim ento que pueda inform arnos sobre la dife­
rencia. P o r o tro lado, p o d ría ser posible identificar
C ’ de u n a fo rm a vaga, con la ayuda de efectos
especiales que o curren ante C ’ pero no en presencia
de C y que son excluidos p o r T, pero postulados
p or una teo ría altern ativa T \ Un ejem plo de tales
efectos sería que C ’ pone en m ovim iento un m acro-
proceso M 26. En tal caso, T ’ puede ay u d arn o s a
en co n trar u n a evidencia co n tra T que no h abría
sido descubierta utilizando sólo la teoría T y los
experim entos descritos con sus categorías: p ara
Dios, M o C ’ son evidencias co n tra T; nosotros, sin
em bargo, necesitam os T ’ p ara tener seguridad de
este hecho. El m ovim iento brow niano es un caso
especial de esta situación general: C son los proce­
sos en un m edio no p ertu rb ad o en equilibrio tér­
mico, según la teo ría fenom enológica de la term o­
dinám ica; C ’ son los procesos en el m ism o m edio(
según la teo ría cinética. C y C ' no pueden distin ­
guirse directam ente p o r ningún instrum ento, porque
la m edida del contenido en calor contiene las mis­
mas fluctuaciones de calor que suponía revelaría. M
es el m ovim iento de u n a partícula brow niana; T ’, la
teo ría cinética. C om o en el caso de G alileo, es
posible p resio n ar estos elem entos en el esquem a de
D uhem diciendo que se ha reem plazado u n a hipóte­
sis auxiliar p o r o tra y que así se h a elim inado algo
de la dificultad —pero nótese que, en nuestro caso,
no fue la dificultad la que condujo a la sustitución,
26 JW tiene dificu ltad es con «triggers» [«im pulsar», en el sen­
tido del gatillo p a ra d isp a rar (N. del T .)\ C u alq u ier d iccionario
le puede in fo rm a r sobre el significado del térm ino.

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sino que ésta nos ayudó a encontrar la dificultad—
y este p u n to se ha perdido com pletam ente en el
análisis de JW (es com o si alguien negara la dife­
rencia entre los m étodos de inducción y de falsifica­
ción p o r el m o tiv o de que en am bos casos se d ed u ­
cen afirm aciones singulares de. otras generales).
Estoy dispuesto sinceram ente a adm itir con Ian
H acking (IH ) que la ciencia es más com pleja y poli­
facética de lo que yo he expuesto en alguno de mis
escritos an teriores e incluso en algunas partes del
TCM. He com etido dos tipos de equivocaciones: he
tenido u na idea dem asiado sim plista de los elemen­
tos de la ciencia, y he tenido u n a idea dem asiado
sim plista de la relación entre los elem entos. La cien­
cia contiene teorías, pero éstas no son sus únicos
ingredientes ni pueden analizarse éstos en térm inos
de proposiciones asertivas (o de entidades de Sneed,
en esta m ateria). La ciencia ocasionalm ente analiza
sus ingredientes en térm inos de los conceptos dis­
ponibles m ás abstractos, pero este m étodo no es
universal ni aplicable universalm ente. P or ejem plo,
puede que no sea posible tra ta r teorías ya d errib a­
das com o casos especiales de sus sucesores; en cam ­
bio, quizá debam os restringirlas am bas a dom inios
especiales (por ejem plo, la teoría cuántica y la
m ecánica clásica del punto). En conjunto, la
em presa científica puede ser algo m ás cercano a la
m ultiform idad de las artes de lo que han supuesto
los lógicos (y yo entre ellos) y existen indicios de
que el progreso científico es im posible m ientras
prevalezcan tendencias abstractas y universalizado-
ras. Mis prim eras dudas sobre el m étodo ab stracto
surgieron del estudio de los escritos de W ittgens-
tein; p ero yo expresaba entonces mis dudas de
form a ab stracta, en térm inos de problem as concep­
tuales (inconm ensurabilidad, elem entos «subjetivos»
de la teoría de la explicación). Al iniciar el trab a jo
del capítulo 17 de T C M me encontré ante cuestiones

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m ás precisas sobre la naturaleza, el origen y la ade­
cuación de los m étodos abstractos, ta n to en las
ciencias com o en la filosofía de la ciencia 27. Inten­
tando co n testar a las cuestiones y resolver las
dudas, distinguí entre dos tipos de tradiciones que
yo he d en o m in ad o tradiciones abstractas y trad icio ­
nes históricas respectivam ente 28. H ay m uchos
m odos de caracterizar estas tradiciones. U na dife­
rencia que encontré com o p u n to de p artid a favora­
ble es la fo rm a en que los dos tipos de tradiciones
tratan sus objetos (gente, ideas, dioses, m ateria,
universo, sociedades, etc.). Las tradiciones ab strac­
tas form ulan proposiciones. Las proposiciones se
sujetan a ciertas reglas (reglas lógicas, reglas de
experim entación, reglas de argum entación, etc.) y
los objetos sólo afectan a las proposiciones en con­
form idad con las reglas. Esto — se dice— garantiza
la «objetividad» de la inform ación tran sm itid a p o r
las proposiciones o el «conocim iento» que ellas con­
tienen. Es posible entender, criticar y m ejo rar tales
proposiciones sin h aber tro p ezad o con u n o solo de
los objetos descritos (ejem plos: física de las p a rtíc u ­
las elem entales; psicología conductista; biología

27 A quí me a y u d a ro n tres libros: el m agnífico Discovery o f the


Mind, de B runo Snell; Principies o f E gyptian Art, de H einrich
Schäfer, O xford, 1974 (lie u tilizado la edición ale m an a m ucho
m ás d e so rd en a d a , p e ro tam bién m ucho m ás in teresan te, que fue
p re p ara d a to d av ía p o r el m ism o a u to r), y la o b ra de V asco
R onchi, Optics, the Science o f Vision. H o y a ñ a d iría los escritos
sobre la h isto ria del arte de Panofsky y, especialm ente, su o b ra
que ab re nuevas ru tas, D ie P erspektive als «Sym bolische Form»,
(reim presa en A u fsätze zu Grundfragen der Kunstw issenschaft,
Berlin, 1974), y A lois Riegl, Spätröm ische Kunstindustrie, W is­
senschaftliche Buchgesellschaft, D a rm stad t, 1973. E stos e scrito ­
res h a n c o m p re n d id o m ejor que casi to d o s los filósofos m o d er­
nos el p roceso de la adquisición del co nocim iento y el cam bio
de conocim iento.
28 P ara detalles, cf. cap. I, vol. II, de m is Philosophical
Papers. El tem a fue m ás e la b o ra d o en mi lección in au g u ra l,
E T H -Z ü rich , 7 de ju lio de 1981, con el título de W issenschaft als
Kunst (C iencia co m o A rte).

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m olecular que puede ser expuesta por personas que
jam ás han visto en su vida un perro o un cerdo).
Los m iem bros de las tradiciones históricas tam bién
form ulan proposiciones, pero llegan a ellas y las
exam inan de u n a form a totalm ente distinta. A ctúan
com o si supusieran que los objetos poseen un len­
guaje pro p io e intentan aprenderlo. Intentan ap ren ­
derlo no basándose en teorías lingüísticas, sino p o r
inm ersión, lo m ism o que los niños pequeños se
fam iliarizan con el m undo. P ara describir un p ro ­
ceso de este tip o son totalm ente inadecuadas cate­
gorías del m étodo de acceso abstracto, com o, p o r
ejem plo, el concepto de verdad objetiva. S uponga­
mos que un extranjero quiere entender el signifi­
cado de una expresión facial concreta. Al principio,
él no tiene idea de que hay una cosa «objetiva» que
debe entenderse: él reacciona sim plem ente. Su p ri­
m era reacción d a form a a lo que de o tro m odo
sería un fenóm eno neutral o am biguo (¡relaciones
de figura y trasfondo!). El cam bio es advertido por
la persona observ ada, provoca u n a to m a de con­
ciencia de sí y cam bia, adem ás, el am biente del
fenóm eno (la am abilidad de una persona am able
que vive entre gente am able es diferente de la am a­
bilidad de un proscrito). A ñádase la articulación
debida al lenguaje, norm as sociales, pensam iento,
poesía, artes, costum bres y religión; considérese
cóm o el desarrollo, el descubrim iento de cosas irre­
levantes, accidentes, m itos interfieren constante­
m ente en el proceso y p o d rá verse lo absurdo de la
idea de una sonrisa am istosa «objetiva» que estaría
sim plem ente d ad a ahí, y la de un investigador
«científico» que se acercaría gradualm ente cada vez
más a su «verdad» 28°. El ejem plo tiene aplicaciones

280 W illy H ochkeppel, cuya noción de verd ad está firm em ente


fu n d a d a en trad icio n e s a b strac ta s, no parece c o m p re n d er que la
v erdad, tal com o o c u rre en las tradiciones históricas, no sólo
guía d e sa rro llo s, sino que también queda constituida por ellos, y

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inm ediatas a cam pos tales com o la psicología, la
sociología, la antropología, pero tam bién se aplica a
la física (com plem entariedad). En m edicina tenem os
la vieja d isp u ta entre los curadores que aprenden
m edicina en co ntacto directo con m aestros y gente
enferm a (sana) y los teóricos que desarrollan nocio­
nes ab stractas de salud, enferm edad y los corres­
pondientes tests abstractos 29. A m bas tradiciones
históricas em plean todos los talentos del hom bre,
m ientras que las observaciones abstractas se reali­
zan de u na form a rigurosam ente som etida a reglas.
Es b astan te interesante n o tar que las tradiciones
abstractas frecuentem ente se convierten en tradicio­
nes históricas y conservan su fecundidad sólo si no
se excluyen del to d o tales cam bios. Esto está tam ­
bién co n firm ad o p o r lo que decía yo hacia el final
de la sección 2: la ciencia buena es un arte, no una
ciencia 30. El análisis de IH es una excelente ilustra­

p o r eso se m odifica de un p erío d o h istórico a o tro . E sto es un


rasgo in m am ente de la histo ria, no un fin objetivo situ ad o fuera
de ella. T eniendo este c ará cte r, ni puede a poyarse en « d e sa rro ­
llos o ntogenéticos o filogenéticos», ni tam p o c o puede ser una
«alternativa»: es d e m a siad o b lan d a e in articu lad a com o noción
que p u d iera fu n c io n a r com o a ltern ativ a o su m in istra r u n a base
p a ra una alternativa.
29 P arte del d e b ate se explica en Paul M eehl, Clinical vj. Sla-
tistical Prediction, M inneapolis, 1966.
50 M arg h erita von B rentano afirm a que las trad icio n es h istó ­
rica y a b stra c ta son p a rte s de un proceso universal de racio n ali­
zación, que com enzó en la a n tig ü e d ad y que p e rd u ra h a sta hoy.
E sto es v erd ad , p ero no elim ina el a n tag o n ism o , el ansia del
lado a b stra c to p o r lo g rar el pred o m in io , ni tam p o c o elim ina las
d istorsiones del proceso cau sad as p o r tal ansia. Jen ó fan e s, Par-
m énides, H eráclito y especialm ente P latón se o p onen a H om ero,
el « ed u cad o r de to d o s los griegos» (Jenófanes), el «general» de
to d o s los filósofos (P latón); critican en p a rte el co n ten id o , en
p a rte la fo rm a del pensam iento hom érico (las objeciones del
Sócrates p lató n ico , que parecen revelar equivocaciones triviales
de los interlo cu to res, son de hecho objeciones a tradiciones
in d e p e n d ie n te s d e c o n te n id o p ro p io ; cf. B ru n o S n e ll, D ie
E nldeckung des Geistes, G ó ttin g e n , 1975, así com o K. J. D over,
G reek Popular M orality, Berkeley-L os A ngeles, 1974). L os nue-

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ción del aspecto-arte de la experim entación cientí­
fica (y de o tras cosas que ocurren en las ciencias).
A nthony Perovich (AP) m uestra que, al discutir
la in co n m ensurabilidad, yo he pasado de una ver­
sión sem ántica a u n a versión ontológica, y que oca­
sionalm ente ha co n fundido am bas cosas. El cam bio
se explica (post hoc, ¡desde luego!) p o r mi creciente
convicción de que la m etodología es algo p arasita­
rio en la o n tología y no al revés. La idea del
au m en to de conten ido, p a ra aducir un único ejem ­
plo, tiene sentido en un m undo infinito ta n to cuali­
tativa com o cuantitativam ente; no tiene sentido en
un m undo finito. Yo añ ad iría que los «principios
universales» no deben interpretarse de una form a
d em asiado intelectualista (TC M , página 264 y
siguientes). P or ejem plo, no deben interpretarse
com o principio de uso lingüístico que pueden sepa­
rarse de su em pleo y discutirse aisladam ente. Q ui­
siera, pues, su b ray ar que la inconm ensurabilidad no
dificulta el tráfico entre las tradiciones, com o han
dicho D uerr, F ran z y otros antes de ellos 30a; y que
vos conceptos que in tro d u c e el criticism o son de p o b re c o n te ­
nid o , pero este m ism o rasgo es lo que les perm ite u sarlos en
p ru e b as «objetivas». Los co n cep to s a n te rio re s son m ás ricos:
dependen de circunstancias, no o riginan pru eb as, sino conside­
raciones d e p lau sib ilid ad (cf. Snell, op. c it., cap. I, así co m o Die
A usdrücke f ü r den B e g riff des W issens in der Vorplalonischen Phi-
losophie. B erlín, 1924, reim preso en New Y ork, 1976). La
« p rueb am anía» se extiende y ejerce u n a fuerte influencia sobre
el de sa rro llo de las ciencias: las consideraciones de objetividad
logran el pred o m in io . M uchos tem as del pen sam ien to en el
siglo xx (m étodos clínicos versus estadísticos en psiq u iatría;
m edicina analítica versus holística; intuicionism o versus fo rm a ­
lism o en m atem áticas; m atem áticas de d e m o stra ció n versus
m atem áticas de raciocinio plausible; y así sucesivam ente) son la
expresión tard ía de esta «vieja querella entre las artes y las cien­
cias», tal com o lo ex p resab a ya P la tó n , y no o tra cosa es la dis­
p u ta en tre los filósofos del lenguaje o rd in ario y los filósofos que
recom iendan la c onstrucción de lenguajes form alizados. Los
p aralelo s e n tre H o m e ro y los filósofos del C om m onsense están,
p o r tan to , lejos del anacronism o.
3-°a Yo d iscutí la in co n m e n su rab ilid a d varios añ o s antes que

54

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esto no es una objeción al intento de encontrar
p untos de vista unificados (com o parece haber
supuesto Scheurer cierto tiem po 31). Lo que esto
im pide es un «cam bio dirigido» (C SL , página 28)
que restringe un debate im poniendo ciertas condi­
ciones 32. Estoy de acuerdo en que la inconm ensu­
rabilidad no excluye un realism o en el sentido de
AP, pero, cuando los científicos declaran que las
cosas son reales, piensan en objetos fenom enológi-
cos, y aquí mi argum entación conserva to d a su
fuerza.
A lan M usgrave ha m ostrado que la trad ició n ins-
trum entalista de la astronom ía antigua era m ucho
m ás débil de lo que pretendía D uhem . Lo que él
olvidó m encionar es que la ciencia m oderna con­

K uhn in tro d u je ra el térm ino, y m ostré ya cóm o p o d ría c o m p a ­


rarse teorías in conm ensurables y cóm o p o d ría n p re p ara rse entre
ellas experim entos cruciales. Cf. Philosophical Papers, vol. I,
cap. 2, n o ta 21 y texto.
Cf. su R évolutions de la Science et perm anence du réel,
París, 1979.
32 Las condiciones son, en su m ayoría, de tipo sem ántico
(estabilidad del significado, a u m e n to de co n ten id o , y así sucesi­
vam ente). Se las viola en to d a discusión in teresante. Y, cierta­
m ente, son violadas d u ra n te las revoluciones científicas. Pero
n o so tro s po d em o s, n a tu ra lm e n te , c o m p a ra r teorías de otras
m uchas m aneras. Así, una teo ría lineal (es decir, una teoría
cuyas ecuaciones fundam entales sean ecuaciones diferenciales
lineales) es preferible a u n a teoría no lineal; u n a teo ría que p ro ­
duce fácilm ente hechos es preferible a u n a teo ría q u e no es
coherente (en la práctica, esta exigencia puede e n tra r en con­
flicto con la exigencia precedente), pues existen condiciones
m etafísicas tales com o el «principio de realidad» de E instein,
etcétera. Así pues, p odem os e n c o n tra r (y se han e n c o n tra d o fre­
cuentem ente) teorías que tra ta n con áreas que antes eran cub ier­
tas p o r u n a varied ad de diversas teorías. Este caso, sin em bargo,
im plica casi siem pre un cam bio de significado: lo que la nueva
teo ría a firm a so b re el d o m in io es d istin to de lo que d ecían las
teorías p recedentes sobre él y, así, las condiciones sem ánticas
m encionadas a rrib a pueden tam bién ser v ioladas (nótese, inci­
d en talm en te, que el m ero cam bio de significado no es suficiente
p a ra la in co n m e n su rab ilid a d : el c am b io d ebe ser de tip o es­
pecial).

55

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du jo a un instrum entalism o de signo contrario:
ah o ra se considera com o instrum entos a cualidades
y leyes cualitativas. Lo m ism o se aplica a los lazos
entre observaciones (subjetivas) y predicciones (obje­
tivas) que están en la base de to d as las observacio­
nes o experim entos «m odernos». A ristóteles ha
establecido dichos lazos en su Física; ahí no existía
el problem a cuerpo-espíritu. La ciencia m oderna
utiliza el instrum entalism o en su p ro p ia base, y lo
m uestra (p o r ejem plo, la teoría cuántica de la
m edida). En u n a co rta introducción que no tiene
n ad a que ver con el tem a central de su texto y que
parece h ab er añ ad id o com o una especie de reflexio­
nes posteriores, M usgrave presenta una curiosa crí­
tica de un tra b a jo m ío a n terio r 33. En dicho tra b a jo
m o strab a yo que la m ayoría de los argum entos filo­
sóficos en favor de una interpretación realista de la
ciencia eran dem asiado débiles, que existían casos
especiales d o n d e podían ser derribados p o r conside­
raciones físicas, que p o r esta razón debía hacérseles
m ás fuertes, y pasaba entonces a desarrollar una
versión m ás fuerte de realism o que pudiera resistir
incluso a los co n tra-argum entos físicos. Según M us-
grave, yo hago lo contrario: intento en co n trar
argum entos universales p a ra el instrumentalismo. No
puedo pen sar que A lan haya leído m al mi trab ajo ,
pues es un crítico m uy esm erado y mi texto es uno
de los m ás claros que he escrito yo jam ás, pero
estoy dispuesto a aceptar un alegato de dem encia
tem poral. Perm ítasem e añadir, incidentalm ente, que
ya no creo en la im p o rtan cia de tales pruebas gene­
rales, com o las que expuse en dicho trab a jo , p a ra
nuestra com prensión de la ciencia.
Estoy de acuerdo con prácticam ente todos los
p untos y objeciones presentados en el herm oso

33 R e im p re so c o m o c ap . 11, vol. I, de m is P h ilo so p h ica l


Papers.

56
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ensayo de G ro v er Maxwell sobre el problem a
cuerpo-espíritu. A d m ito que, a pesar de mis buenas
intenciones, «con dem asiada frecuencia recaí en la
[...] p ráctica em piricista [...] de tra ta r el significado
de una fo rm a apriórica» (pero tam bién tuve mis
m om entos de lucidez y entonces tra té los significa­
dos com o estru ctu ras neurofisiológicas o com o
«program as» 34). T am bién adm ito que ocasional­
m ente olvidé la natu raleza d e la teo ría pragm ática
de la observación (p ara mis m om entos de lucidez en
este p u n to , cf. mi p equeña nota «Science w ithout
Experience» 35). Es verdad que, al criticar relaciones
de fam iliarización cognitiva, «presenté un títere».
Pero, realm ente, yo no fui el que lo presentó, sino
los p artid ario s de d ato s sensibles, aunque al elim i­
n arlo creo que he elim inado todos los aspectos de
fam iliarización cognitiva, y así, ciertam ente, me he
equivocado. N o fui coherente en mi e rro r porque
ocasionalm ente supuse, com o había hecho Russell,
que el cerebro p o d ría ser directam ente percibido,
pero no saqué la conclusión lógica y declaré que
algunos hechos eran m entales. No me p ertu rb a
dem asiado que algunos de mis argum entos sum inis­
tren m unición al m entalista elim inativo (esto me
parece que se aplica a todos los argum entos sobre
tem as contingentes). En lo que concierne a la p ro ­
pia teo ría de G ro v er, mi único problem a es que se
apoya dem asiado en nociones y m étodos científicos.
Ya sé que en el p asad o yo m ism o fui un caprichoso
de la ciencia, pero actualm ente me he hecho muy
escéptico sobre la a u to rid a d de la ciencia en tem as
ontológicos. El hecho de que la «ciencia funciona»
no elim ina mi incom odidad. La ciencia funciona
algunas veces, y con frecuencia falla. Y, adem ás, la
eficiencia de la ciencia viene determ inada p o r crite­

54 C fr. m is P hilosophical Papers, vol. I, cap. 6, vol. II, cap. 9.


35 N ueva p u blicación en cap. 7, del vol. I de Phil. Papers.

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rios que pertenecen a la tradición científica. La
ciencia no salva alm as, pero esto no es parte de su
«funciona». Yo concluiría, pues, que G M ha m os­
trad o cóm o nuestras ideas sobre espíritu y cuerpo
pueden desarrollarse d en tro del m arco científico sin
p or eso elim inar nociones que pueden desem peñar
un im p o rtan te papel en otros m arcos de referencia.
F inalm ente, el sutil estudio de caso de Van de
Vate tiene un significado m uy personal p a ra mí.
Joachim -C asim ir Schm oller (no Schm óller, com o
sugiere equivocadam ente: el papel del m anuscrito
que utiliza debe de haber tenido un grano muy
grueso o h a sido incidentalm ente desfigurado por
depósitos de insectos; debería dársele un buen cris­
tal de aum ento o hacérsele m irar m ás exactam ente)
es un p ariente lejano mío. El legado literario de mi
tía m aterna, Josefine M utzenbacher, contiene un
m anuscrito b astan te confuso de su p ro p ia m ano,
que ah o ra, finalm ente, encuentra su explicación.
Puedo co nfirm ar las atrocidades de su latín, aunque
su alem án no es m ucho mejor: Schm oller era de
origen polaco (no se conserva su nom bre polaco, lo
que confirm a o tra de las hipótesis de Van de Vate o
su actividad com o agente doble); su principal obje­
tivo vital parece haber sido salvar a C opérnico de la
rein terpretación m odernista de G alileo. Pero su
am bición no se detuvo ahí; no sólo pretendió m os­
tra r que A ristóteles no fue superado en asu n to s de
física y filosofía (un pu n to que nunca puso en d u d a
C opérnico); tam bién quiso p ro b a r que el principio
vital de A ristóteles afectaría tam bién a la trayecto­
ria de los organism os en caída libre. D om inado por
un ataq u e pasajero de dem encia (que en sus cartas
describe de m anera conm ovedora com o causada
p o r su gran am o r a la V erdad; tengo la ca rta ante
mí y el texto casi ilegible donde alrededor de la
p alab ra vertías se desintegra, en m ovim ientos espás^-
tioos, sin sentido, lo que revela claram ente su

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estado m ental), él levantó a su hijita de seis años,
que ju g ab a a su lado en lo m ás alto de la to rre
inclinada, y sólo la decidida intervención de una
vigorosa pisana le im pidió arro jarla a u n a m uerte
cierta. D u ran te la lucha, dos piedras de tam año
desigual se desp ren d ieron del p a rap eto y cayeron a\
suelo (debieron p ro v o car los huecos m encionados
p or Van de Vate). La hija era un an tep asad o lejano
de mi m adre, y yo agradezco al destino y a la m en­
cionada m ujer h aberla salvado, porque su supervi­
vencia me d a o p o rtu n id a d p a ra defender la sana
causa de la falta de salud m ental de Schmoller.

4. C IEN C IA : U N A T R A D IC IO N
ENTRE MUCHAS

Mi segundo tem a era la au to rid ad de la ciencia:


no hay razones que obliguen a preferir la ciencia y
el racionalism o occidental a o tras tradiciones, o que
les presten m ayor peso. Desde luego podem os deci­
dir in ten tar expulsarlos. Intentándolo, podem os
co n struir instituciones que resistan el cam bio;
podem os llegar a habituarnos a dichas instituciones,
y al final seríam os incapaces de im aginar la vida sin
ellas. T odas estas cosas pueden o cu rrir, y h an ocu­
rrido. Mi p u n to de vista es que su excelencia sólo
puede dem o strarse de una form a circular, supo­
niendo u n a p arte de lo que debería dem ostrarse.
Los más recientes intentos de revitalizar viejas tra ­
diciones, o de sep arar la ciencia y la instituciones
relacionadas con ella de las instituciones del E stado,
no son p o r esta razón sim ples síntom as de irracio ­
nalidad; son los prim eros pasos de tan teo hacia una
nueva ilustración: los ciudadanos no aceptan p o r
más tiem po los juicios de sus expertos; no siguen
d an d o p o r seguro que los problem as difíciles son
m ejor gestionados p o r los especialistas; hacen lo

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que se supone que hace la gente m adura 36: configu­
ran sus propias m entes y actúan según las conclu­
siones que han logrado ellos mismos.
Principalm ente tengo dos razones p ara mi afir­
m ación. Mi p rim era razón es que no existe ninguna
cosa que co rresp o n d a a la palab ra «ciencia» o a la
p alab ra «racionalism o». Ni hay nada así com o un
«m étodo científico», o un «m odo científico de tra ­
bajo» que g uiaría todas las etapas de la em presa
científica (cf. arrib a, sección 2). Pero sin tales uni­
dades y tales m étodos unifícadores no tiene sentido
h ab lar de la « au toridad de la ciencia» o de la
« au to rid ad de la razón» o afirm ar la excelencia
co m p arativ a de la ciencia y /o de la racionalidad.
En segundo lugar, los argum entos en favor de la
ciencia o del racionalism o occidental em plean siem ­
pre ciertos valores. Preferim os la ciencia, aceptam os
sus p ro d u cto s, los atesoram os p o rq u e están de
acuerdo con dichos valores. Ejem plos de valores
que nos hacen preferir la ciencia a o tras tradiciones
son la eficiencia, el dom inio de la n aturaleza, la
com prensión de ésta en térm inos de ideas abstractas
y de principios com puestos p o r ellas. Sin em bargo
siem pre h u b o y sigue habiendo valores m uy d istin­
tos (cf. los ensayos de Naess y D eloria). A dem ás, la
ciencia m ism a ha d ad o con frecuencia u n a o p o rtu ­
n idad a tradiciones extracientíficas, precisam ente en
el campo de los valores científicos: tienen m ejores

56 Según K ant, la ilustración se realiza cuan d o la gente supera


una inm adurez que ellos m ism os se cen su ran . La ilu stra c ió n del
siglo x v in hizo a la gente m ás m a d u ra an te las iglesias. U n ins­
tru m e n to esencial p a ra conseguir esta m ad u rez fue un m ayor
c o nocim iento del h o m b re y del m undo. Pero las instituciones
que c rearon y ex p an d iero n los conocim ientos necesarios m uy
p ro n to co n d u je ro n a una nueva especie de inm adurez. H o y se
ace p ta el veredicto de científicos o de o tro s ex p erto s con la
m ism a reverencia p ro p ia de débiles m entales que se reservaba
an te s a o bispos y card en ales, y los filósofos, en lu g ar de criticar
este proceso, in te n tan d e m o stra r su «racionalidad» interna.

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resultados; los resultados se logran de una form a
más sim ple y producen daños m enores en o tras p ar­
tes (m étodos de diagnóstico m édico, tratam iento del
suelo en ag ricu ltu ra, interferencias terapéuticas en
m edicina y psicoterapia, etc.). Pueden encontrarse
detalles en la p arte 2, secciones 8 y 9 de EFM, así
com o en la introducción a este libro.
La dependencia de valores específicos ha sido
p asad a p o r alto precisam ente p o r aquellos críticos
que se h an dad o cuenta de los límites de un p u n to
de vista m eram ente científico. Así, el intento de
Kekes de su perar el relativism o parece tener éxito
solam ente p o rque él ha ad o p tad o ya cierta posición.
E sta es co m p artid a p o r m uchos de sus lectores; no
se dan cuenta de las suposiciones hechas y conside­
ra r a h o ra las razones deducidas com o «algo o b ­
jetiv o » e in d ep en d ien te de la trad ició n . L a posi­
ción (tradición) de que procede Kekes contiene tres
suposiciones: 1) es im portante resolver problem as;
2) existen m étodos más o m enos am biguos p ara
resolver problem as, y 3) algunos problem as son
independientes de todas las tradiciones; Kekes llam a
a los problem as de este género problem as de vida.
Se supone, pues, que la conceptualización desem ­
peña una p arte m uy im p o rtan te en el reconoci­
m iento, form ulación y solución de problem as. Pero
algunas sectas cristianas, grupos religiosos, tribus
enteras consideran las cosas, que nosotros denom i­
nam os problem as que necesitan u n a «solución»,
com o tests necesarios de fibra m oral, o com o pre­
paraciones p a ra u n a difícil tarea (cf. el D eutero-
Isaías) o com o caprichos que divierten en vez de
co n stern ar y que u n o sim plem ente deja pasar en
lugar de in ten tar resolverlos 37. O tros solucionan

57 Los rep resen tan tes g u bernam entales blancos del A frica
C entral a m enudo se vieron to talm en te d esconcertados p o r el
hécho de que p ro b lem as que ellos h ab ían a d v ertid o , sobre los

61

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problem as básicos recurriendo a una escatología
que los convierte en pasos necesarios hacia la vida
espiritual: «los p roblem as de la vida» en el sentido
de Kekes desem peñan un papel sólo en tradiciones
especiales y relativam ente jóvenes, donde los cuer­
pos h um anos, los progresos m ateriales y el pensa­
m iento ab stracto son las únicas cosas consideradas
com o im portantes o, p ara expresarlo de o tra form a,
tales problem as son «relativos a» las tradiciones
fundam entadas en valores m aterialistas y hum anís­
ticos. Sus soluciones es claro que no pueden ser
jueces im parciales de tales tradiciones. A dem ás,
dependen de lo que nosotros esperam os de la vida,
p o rq u e hay m uchas form as distintas de vida. Esto
se m uestra en nuestros artistas. Incluso cam pos
«objetivos» com o la m edicina dependen de nociones
tales com o las de enferm edad y salud, que no sólo
poseen una historia, sino que pueden cam biar tam ­
bién con la cu ltura a que pertenece la persona
enferm a (cf. los resultados de F oucault que fueron
anticipados p o r algunos m édicos antiguos). Hay
que ad m itir que m uchos valores y m uchas culturas
han cesado de existir: nadie sigue tom ándolos ya en
serio. Pero Kekes quiere una solución teórica del
p roblem a del relativism o, y tal solución no se
encuentra en cam ino.
O bservaciones sim ilares hay que aplicar al intere­
sante y p ro v o cad o r ensayo de N o re tta K oertge. En
la m edida en que yo puedo verlo, hay m ucho

que h abían tra b a ja d o y presen tad o luego a sus colegas negros,


no eran tra ta d o s seriam ente, con un m ay o r esfuerzo m ental,
sino q u e e ran d e ja d o s de lad o c o n risas: m ie n tras m ás grave era
el pro b lem a, m ay o r era la h ilaridad. E sto — decía el racionalista
b lan co — era una fo rm a de c o n d u cta m uy irracional (y real­
m ente lo era de acu e rd o a sus p au tas). P o r o tro lad o , ¡qué
espléndido m o d o de e v ita r gu e rra s y to d a la m iseria q u e ellas
a p o rta n ! Los p rincipios de K ekes articu lan los m étodos h a b itu a ­
les en ciertas tradiciones: no tienen u n status «objetivo», es
decir, trans-tradicional.

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acuerdo p ráctico entre nosotros. Sin em bargo,
N oretta to d av ía distingue entre apariencia y reali­
dad y afirm a que la ciencia produce resultados
auto rizad o s sobre la últim a. H ay que alab arla p o r
su b ray ar que, al tra ta r con otros, la apariencia de
los ciu d ad an o s (que después de to d o es nuestra
única guía) es p o r lo m enos tan im p o rtan te com o la
«realidad» (que es precisam ente la form a com o a p a ­
recen las cosas a los expertos de m oda): «N o sólo
debe hacerse justicia, sino que debe parecer que se
hace justicia». Lo que cuenta en una dem ocracia es
la experiencia de los ciudadanos, es decir, su subje­
tividad y no lo que pequeñas bandas de intelectua­
les autistas declaran que es real (si a u n experto no
le gustan las ideas de la gente corriente, to d o lo que
tiene que hacer es h ablar con ella e in ten tar p ersu a­
dirla p ara pensar en líneas distintas; sin em bargo,
no debe o lv id ar q ue m ientras él se com prom ete en
esta actividad, es un m endigo y no un «m aestro»
que intenta presionar cierta verdad en las cabezas
de alum nos renitentes). P ero la distinción que
introduce N o retta no puede sostenerse. Estoy de
acuerdo en que las ciencias y las civilizaciones cons­
tru id as a su alred ed o r contienen algo llam ado «opi­
nión de expertos», pero esto tam bién es verdad en
o tras tradiciones (p o r ejem plo, es verdad del D ogon
tal com o ha m o strad o G riaule en su m aravilloso
libro). T am bién adm ito que la opinión de los exper­
tos ocasionalm ente m uestra convergencias. Pero la
convergencia en algunas áreas, en cierto m om ento,
está m ás que com pensada p o r la extrem a divergen­
cia en otras. Sin em bargo, la convergencia ocasional
de la opinión de los expertos no establece u n a a u to ­
ridad objetiva, y, si lo hace, entonces tendrem os
que elegir entre m uchas au to rid ad es diferentes: la
distinción entre experto-realidad, p o r un lado, y
lego-apariencia, p o r otro, se diluye en lo que le pare­
ce a cada un o de n o sotros, incluyendo los expertos.

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Lo que los racionalistas clam ando p o r la objeti­
vidad y la racio n alidad intentan vender es u n a ideo­
logía tribal p ro p ia, y esto se adviente claram ente en
las reacciones de algunos de los m iem bros de la
trib u m enos d o tados. Así, T ibor M acham (TM ),
escribiendo a co sta de un equipo om inosam ente
denom inado The Reason Foundation 3S, distingue
entre pau tas, ideas y tradiciones aceptables y tra ­
diciones que son «sim plem ente caprichosas y des­
tru ctiv as p a ra la vida hum ana». ¿Qué es lo racional
en esta distinción? U na teoría del hom bre. ¿D ónde
está la substancia de su teoría del hom bre? En que
los «seres hum anos son anim ales racionales [...],
seres biológicos con la necesidad característica y
con la capacidad de pensar según principios (o con­
ceptualm ente) y de acción». Esto, desde luego, es
una descripción perfecta del intelectual, pero una
p ersona con u na perspectiva algo distinta podría
objetar, m odestam ente, que la «teoría del hom bre»
de TM es sólo una entre m uchas y que los intelec­
tuales sólo constituyen todavía un débil porcentaje
de la hum anidad.
Existe tam bién la idea de que el hom bre es un
e rro r del m undo m aterial, incapaz de com prender
su posición y su finalidad y «con una necesidad
característica» de salvación; existe la idea, íntim a­
m ente relacio n ad a con la m encionada, de que el
hom bre es una chispa divina encerrada en una
vasija terren a, u n a «huella de oro im plantada en el
b arro», com o solían decir los gnósticos «con la
característica necesidad» de liberarse p o r la fe. Y
éstas no son precisam ente ideas abstractas: pertene­
cen a form as de vida que se estru ctu raro n de
acuerdo con ellas. O tra form a de vida de este
género contiene la idea de que el hom bre quiere

38 Me refiero a u n a recensión de C S L que a p are ce rá en Philo­


sophy o f the Social Sciences.

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huir del sufrim iento, que el pensam iento y la activi­
dad finalizada b asad a en el pensam iento son las
principales causas del sufrim iento y que el sufri­
m iento sólo cesará cuando se elim inen las distincio­
nes habituales y los fines usuales. El Génesis de los
H opi p resenta al hom bre en u n a arm onía inicial
con la n aturaleza. El pensar y el esfuerzo, es decir,
la m ism a «necesidad de pensam iento según princi­
pios y acción» que TM pone en el centro de su teo­
ría del h om bre, destruyen la arm onía, los anim ales
se retiran del hom bre, la especie hum ana se divide
en razas, surgen trib u s con ideas y lenguajes dife­
rentes, h asta que los individuos ni se entienden
unos a otros. Pero los seres hum anos, teniendo esa
«característica necesidad y capacidad de» arm onía
pueden su p erar la fragm entación liberándose de las
cadenas del pensam iento conceptual y de la lucha
así o rig in ad a y recu p erar el equilibrio original. H ay
num erosas ideas de este tipo y todas ellas difieren
de la «teoría» m encionada y considerada como
demostrada p o r TM . D esde luego, TM está en su
derecho de favorecer una visión o condenar otra.
Pero lo hace en una pose de racionalista y hum ani-
tarista. P retende no tener sólo anatem as, sino tam ­
bién arg um entos, y pretende que le m otiva su am o r
a la hu m an id ad . Un exam en de su crítica m uestra
que am bas pretensiones son espurias. Sus argum en­
tos no son sino an atem as pronunciados con la
envarada retórica del erudito endiosado, y su am o r
p o r la hum anidad se detiene ju stam ente a la puerta
de su oficina.
C om o es h ab itu al entre los eruditos, TM utiliza
casos no analizad o s com o el de las m uertes de
Jonestow n p a ra asu star a su lector en lugar de
inten tar ilustrarle (los «racionalistas» germ anos uti­
lizan A uschw itz y, más recientem ente, el terrorism o
ad nauseam, con el m ism o propósito). «Estos son
casos sencillos», dice TM . ¿H asta dónde puede lle­

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gar tu ingenuidad? A lgunas personas, se suicidaron
librem ente, sabiendo a conciencia lo que hacían
(caso 1). O tros vacilaban, estaban indecisos, les
h ab ría gustado sobrevivir, pero se som etieron a la
presión de sus com pañeros y de sus líderes (caso 2).
Finalm ente, otro s fueron sim plem ente asesinados
(caso 3). P ara TM no existen estas distinciones.
Pero son com pletam ente esenciales p ara un análisis
aleccio n ad o r del caso. El caso 3 puede ser «fácil» si
uno prefiere h ab lar de esta form a superficial, a u n ­
que hay notables problem as precisam ente aquí
(¿H abría que m atar el cuerpo p a ra salvar las almas?
Los inquisidores racionales pensaban así y con
argum entos excelentes. ¿Pueden dejarse de lado
tales argum entos? ¿H em os de to m ar el m aterialism o
com o algo dem ostrado? No tengo dificultad ante el
últim o m étodo, pero ¿a dónde llevaría esto a un
racionalista, es decir, a una persona que pretende
tener razones p a ra cada m ovim iento que hace?) El
caso 1 es de nuevo «fácil», aunque no de form a que
supone TM . Desee luego, es «destructivo p a ra la
vida hum ana», pero ¿es la vida hum ana el valor
suprem o? Los m ártires cristianos ciertam ente no
p en sab an así (y ni TM ni otros racionalistas han
logrado d em o strar que estuvieran en el error).
Tenían u na opinión diferente, y eso es todo. Sócra­
tes expresaba sentim ientos sim ilares cuando se sui­
cidó (¡recuérdese que h abría podido ab a n d o n ar
A tenas!). Ni p o r una vez se le ocurre a TM que su
visión del hom bre no es sino u n a entre m uchas
posibles, y que él m ism o form a parte del debate, no
es su supervisor. Q ueda el caso 2: aquí estoy ple­
nam ente con los que piden que la gente debe ser
protegida ante las presiones de los m iem bros del
grupo o de los líderes. Pero este «caveat» debe apli­
carse tan to a los líderes religioso del tipo del Reve­
rendo Jo n es com o a los líderes seculares, com o son
filósofos, Prem ios N obel, m arxistas, liberales, per­

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sonas de influjo en fundaciones y sus representantes
educacionales: hay que robustecer al joven contra la
m anipulación p o r los llam ados m aestros y, sobre
to do, co n tra los racio-fascistas com o TM y sus cole­
gas; de lo co n trario , estarán en peligro de p erd er su
alm a sin haber tenido una o p o rtu n id ad de conside­
ra r siquiera la m ateria y de haber tenido en cuenta
sus propios deseos. N o es necesario decirlo: la edu­
cación co n tem p o rán ea está lejos de co n co rd ar con
este principio.
F inalm ente quiero re fu tar un argum ento sobre la
superioridad de la ciencia que parece ser m uy p o p u ­
lar, pero que está totalm ente equivocado. Según
este argum ento, las tradiciones no-científicas tuvie­
ron ya su o p o rtu n id ad , pero no sobrevivieron a la
com petencia de la ciencia y del racionalism o. D esde
luego, la cuestión obvia es: ¿fueron elim inadas p o r
m otivos racionales, o su desaparición fue resultado
de presiones m ilitares, políticas, económ icas, etc?
Por ejem plo, ¿se elim inaron los rem edios ofrecidos
p o r la m edicina india (que m uchos m édicos norte-
ram ericanos to davía utilizaban el siglo xix) p o r
haberse co m p ro b ad o que eran inútiles o peligrosos,
o p o rq u e sus inventores, los indios, carecían de
p o d er político y financiero? 39 ¿Se elim inaron los
m étodos tradicionales de la agricultura y fueron
sustituidos p o r m étodos quím icos p o r una superio­
ridad sobre el terreno, o p o r ser la quím ica clara­
m ente superior, o p o rque se generalizaron sin más
exam en los éxitos de la quím ica en otros dom inios
muy lim itados y p o rque las instituciones que a p o ­
yaban la quím ica tuvieron el poder de sustituir este

39 R ecientem ente, un in stitu to de investigación alem án exa­


m inó unos 800 p ro d u c to s farm acéuticos c o n tra varias fo rm as de
e nferm edades del co razó n y e n c o n tró que p o r lo m enos el 80 %
de ellos eran to ta lm e n te inútiles. ¿C óm o h ab ían sido a ce p ta d o s
tales m edios al p rincipio? C iertam en te, la investigación n o des­
e m peñó ahí ningún papel.

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brinco intelectual con coacción práctica? En m uchos
casos, la contestación es del segundo tipo: las trad i­
ciones diversas de las del racionalism o y de las
ciencias fueron elim inadas no porque un exam en
racional hubiera dem ostrado su inferioridad, sino
p o rque presiones políticas (incluida la política de
ciencia) arro llaro n a sus defensores.
La referencia a oportunidades pasadas pasa tam ­
bién p o r alto un im portante rasgo en el desarrollo
de las ciencias: incluso refutaciones claras e inequí­
vocas no sellan el destino de un interesante punto
de vista (p ara lo que sigue, cf. C SL, páginas 115 y
siguientes): la idea del m ovim iento de la tierra fue
exam inada y refutada en la A ntigüedad, pero
reto rn ó y arro lló a sus arrolladores. La teoría a tó ­
m ica se in tro d u jo (en O ccidente) p ara «salvar»
m acrofenóm enos, com o el del m ovim iento. Fue
superada p o r la filosofía, m ás sofisticada en los
aspectos dinám icos, de los aristotélicos; regresó con
la revolución científica, tuvo que retroceder al des­
arro llarse las teorías de la continuidad, volvió de
nuevo a fines del siglo xix y experim entó un nuevo
retroceso con la com plem entariedad. La lección a
sacar de ejem plos de este género es que un re tro ­
ceso tem poral en una ideología, u n a teoría o una
tradición no debe tom arse com o fundam ento p ara
elim inarlos 39°. U no advertiría tam bién chocantes y
b astan te incóm odas sem ejanzas entre esta argum en­
590 L os teólogos católicos y p ro testa n tes se han hecho m uy
h u m ild e s a n te la s c ie n c ia s . S u p o n e n q u e los a r g u m e n to s
científicos c o n tra un d e te rm in a d o p lan team ien to pueden a ca b ar
con dich o p u n to de vista de u n a vez p a ra siem pre y q u e nadie
g a n aría n a d a p rosiguiendo su defensa. Pero si los científicos no
a ce p ta n el veredicto de sus colegas, si c o n tin ú a n tra b a ja n d o
ideas d e sa cre d ita d as y si su testaru d ez les conduce ocasio n al­
m ente a un gran éxito, entonces ¿por qué debería detenerse a los
teólogos, so b re to d o si ellos poseen no sólo u n a m etodología,
sino tam b ién u n a visión del ho m b re, un ingrediente que d esg ra­
ciad am en te fa lta en la ciencia? P a ra m ás detalles so b re el tem a
a rrib a m encionado, cf. vol. I, cap. 8, de mis Philosophical Papers.

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tación y com en tario s com o los que hacían los nazis
después de su triu n fo de 1933: el liberalism o ha
tenido ya su o p o rtu n id ad , ha sido superado p o r
nuevas fuerzas que han p ro b a d o así su excelencia.
Finalm ente, b asta con que los ciudadanos elijan las
tradiciones que ellos prefieren. La dem ocracia, la
fatal incom pletud de to d a crítica, el descubrim iento
de que el pred o m in io de u n a m anera de ver nunca
es ni ha sido el resu ltado de una aplicación exclusi­
vista de los principios defendidos p o r dicho m odo
de ver, to d o esto sugiere que los intentos de revivir
tradiciones antiguas y de intro d u cir nuevas perspec­
tivas anticientíficas han de ser acogidos com o al
com ienzo de u n a nueva era de ilustración donde
nuestra acción sea guiada p o r cierta dosis de visión
y no sim plem ente p o r eslóganes piadosos y con fre­
cuencia totalm ente enajenados m entalm ente.

5. R A ZO N Y P R A C T IC A

En este p u n to , m uchos críticos, al parecer, están


b astan te más adelan tados que yo. Pueden estar de
acuerdo con mis sentim ientos, pero me urgen a tra ­
ta r de tem as m ás im portantes. Es verdad — dicen—
que el racionalism o no puede ser defendido de u n a
form a racional y que no existe pru eb a científica de
la ciencia, p ero esto apenas si es un descubrim iento
de interés. A dem ás, una m era reseña intelectual de
sus defectos no alterará las instituciones que lo sos­
tienen. Tal reseña no puede explicar precisam ente el
p o d er de la ciencia en el curso de la historia. P or
esta razón, mi n arración es incom pleta e induce a
erro r. H asta qué p u n to es incom pleta se m uestra en
mi política. P orque aquí yo o no digo n ad a en
ab soluto, o solam ente cosas infantiles. Vuelve a tus
libros — exclam an estos críticos— , estudia las cosas
más detenidam ente, léete a M arx (¡desde luego!),

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quizá tam bién un poco a W eber y A dorno, y vuelve
a no so tro s sólo cu ando hayas com enzado a exam i­
n ar seriam ente la sociedad.
Yo adm ito , sin m ás, que mis observaciones sobre
ciencia y política son incom pletas y que no llegan ni
a un tosco esbozo. Esto parcialm ente se debe al
p ro p ó sito que yo m ism o me he fijado. Mi intención
no era desarrollar una nueva teoría del conoci­
m iento y de la sociedad, sino m o strar la fatal debi­
lidad de u n a vieja teoría. P ero yo tam bién expliqué
que, y p o r qué, no podem os tener más. C om o he
sub ray ad o en T C M y en C SL (EFM), y com o he
vuelto a arg u m en tar en la sección 2 del presente
ensayo, no puede haber ninguna teoría del conoci­
miento y de la ciencia que sea a la vez adecuada e
informativa prescindiendo de qué ingredientes socia­
les, económicos, etc., quiera uno añadir a la teoría.
Yo ofrecí dos razones de esta situación. El m undo
en que vivimos es dem asiado com plejo para ser
com prendido p or teorías que obedecen a principios
(generales) epistem ológicos. Y los científicos, los
políticos —cualquiera que intente com prender y /o
influir al m undo— , teniendo en cuenta esta situa­
ción, violan reglas universales, abusan de los con­
ceptos elaborados, distorsionan el conocim iento ya
obtenido y d esbaratan constantem ente el intento de
im poner una ciencia en el sentido de nuestros epis-
tem ologistas. El proceso, en un alto grado, es
inconsciente, com o puede verse en los m uchos
intentos p o r p resentarlo com o algo realizado en
con fo rm id ad con las «leyes de la razón»: «subjeti­
vam ente», la m ayoría de los científicos obedece a
reglas estrictas y sin piedad. «O bjetivam ente» p ra c­
tican un arte o un oficio. Yo no niego que las con­
diciones que influyen sobre habilidades en el des­
em peño de un oficio pu ed an ser descritas y que
puedan explicarse sus efectos. Pero la explicación
consiste en cam biar al interro g ad o r hasta que llegue

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a ser capaz de p a rtic ip a r en la habilidad que quiere
explicar y en usar las historias que llegan así a su
m ente, y no en u n a deducción a p a rtir de principios
«objetivos» que no presuponen un dom inio de tal
habilidad (cf. Phil. Papers, volum en II, páginas 5 y
siguientes). T am poco quiero negar a las artes un
puesto den tro de las ciencias; to d o lo co n tra rio , me
parece que lós artistas han resuelto problem as que
todavía confunden a serios pensadores objetivos
(por ejem plo, cóm o cap tar la subjetividad de una
persona de u n a fo rm a que la haga accesible a
otras), y que sus m edios de presentación son m ucho
m ás ricos, m ucho m ás adaptables y m ucho más
realistas que los estériles esquem as que uno puede
en c o n trar en las ciencias sociales. Pero los críticos,
al n o ta r la po b reza de mis sugerencias positivas,
apenas han pensado en las artes; lo que ellos desea­
ban eran teorías científicas y program as políticos
basados en la ciencia. Y aquí es donde se aplican en
to d a su fuerza mis objeciones: el desarrollo de la
ciencia, su relación con las condiciones externas,
sean ideas o circunstancias m ateriales, tales com o
las exigencias de gu erra, sólo pueden ser determ ina­
das de una fo rm a práctica, p o r ejem plo, p o r científi­
cos y generales que colaboren, en un determ inado
tiem po, con un cierto objetivo; y los resultados de
tal colaboración no p o d rán pasarse p o r alto. Pode­
m os describirlos después de que se ha concluido el
proceso, pero todo intento de generalizar esta des­
cripción y convertirla en una teoría del cam bio
científico debe fracasar. ¿Por qué? Porque el resul­
tad o depende de condiciones que son en parte
«objetivas» (por ejem plo, propiedades de los m ate­
riales), pero que tam bién contienen un am plio com ­
ponente «subjetivo» (por ejem plo, el tem peram ento
de un particip an te). A m bas condiciones pueden
perm anecer estables du ran te largos períodos de
tiem po, pero la estabilidad de las relaciones ab strac­

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tas causadas p o r ello no m uestran que hayam os
en contrado p o r fin la naturaleza de la R azón Cien­
tífica; sólo m uestra que el espíritu del m undo a
veces duerm e.
Así que no soy yo quien tiene dem asiada con­
fianza en el p o d er de la teoría y del esfuerzo del
espíritu hum ano, sino mis contrarios. Ellos escriben
libros que in ten tan ap reh en d er la ciencia y el racio­
nalism o desde fu era, y luego sugieren reform as
sobre la base de los m odelos obtenidos. Ellos creen
que debe ser posible desem brollar y do m in ar la
ciencia, el capitalism o, el im perialism o y m uchas
o tras cosas con la ayuda de alguna bonita teoría
pequeña; ellos me piden que lea libros p a ra que lle­
gue a co m p ren d er m ejor el papel social de la cien­
cia, m ientras que yo he intentado dem ostrar que la
práctica científica y la teoría filosófica difieren ya
en casos tan sim ples com o el surgim iento de la teo ­
ría de la relatividad o de la m ecánica cuántica.
C onfían en el po d er de la razón en áreas donde
sólo puede obstaculizar el progreso, y dudan de ella
donde p o d ría realm ente ayudar.
P orque la inteligencia y las ideas que vienen con
ella tienen m ucha m ás influencia de lo que suponen
los apóstoles de u n a visión m ás com pleja de la his­
toria. M ás del 30 % de los ciudadanos de los E sta­
dos Unidos superan actualm ente el pugilato de la
capacitación a estudios superiores. La indoctrina­
ción que reciben deja huellas claras y precisas. Es
verdad que m uestra m uy poco de la calidad de la
m ism a inteligencia; to d o lo que m uestra son sus
reflexiones toscam ente distorsionadas en las oficinas
universitarias, sus corredores y aulas, pero sigue
creando la im presión de que ha sido una cierta
fo rm a de pensar lo que ha hecho del m undo lo que
es hoy. Precisam ente aquellos autores tan fascina­
dos p o r las fuerzas sociales, y que se m ofan de los
poderes del pensam iento puro, sólo raras veces

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intentan vigilar de cerca dichas fuerzas. Ellos no
participan en las prácticas que pretenden haber
creado, no perm iten que ellas guíen su pensam iento,
no, perm anecen hundidos en sus pupitres, en sus
oficinas, en sus bibliotecas, en sus buhardillas, y allí
escriben ensayos y libros donde la fatal incom pletud
de los m étodos p uram ente intelectuales se m uestra
con argum entos brillantes e irrisión m ordaz. El
gran respeto que precisam ente la gente crítica m ani­
fiesta ante los expertos se m uestra en la angustiada
reverencia con que m uchos de ellos aceptan el juicio
de sus m édicos y cum plen sus órdenes. U na persona
que acab a de o ír que él, o ella, debe ser o p e ra d a de
cáncer; que es in fo rm ad a de su tragedia en la
atm ósfera carcelaria de un hospital m oderno donde
uno se p regunta, donde uno nunca sabe exacta­
m ente lo que sucede pero cum ple toda orden reci­
bida; una p ersona que busca consuelo y fortaleza
p ara enfrentarse con lo inevitable en un psiquiatra
(p alab ra de m édico = juicio divino); este paciente
apenas es ya u na persona; indefenso y consum ido
p o r el tem or, él o ella es sim plem ente el objeto de
las m aquinaciones de torturadores expertos 40.
A hora bien, si u no explica que todo este circo del
destino no es algo inevitable; que es el p roducto
falible de seres hum anos; que parece sólo im presio­
nante p o r el excelente trab a jo de relaciones públicas
y la buena gestión del escenario; si uno añade que
la gente que h ab ita el circo, aunque conozca algu­
nos buenos trucos (recosido de m iem bros heridos,
incluido el pene), usa tales trucos m ucho m ás allá
de su dom inio de aplicabilidad (cortando, que­

40 Situaciones com o éstas no han sido inventadas: suceden día


tras día en n u e stro s hospitales, ju stific an d o el dicho de N o rm a n
C ousin de que un h o sp ital es el p e o r sitio p a ra qu ien in te n ta
ponerse b ueno (los hospitales tienen tam bién el m ay o r coefi­
ciente de accidentes de c ualquier tip o de em presa; cf. Iván Illich,
M edical Nemesis.

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m ando, serran d o al m enor pretexto, usando im pre­
sionantes m aquinarias p ara achaques triviales; muy
p ro n to tendrem os una m áquina-de-extracción-de-
astillitas-de-un-m illón-dólares), que con m ucha fre­
cuencia no saben ni de lo que hablan, pero que
o cu ltan su ignorancia con u n a tan d a de tests aquí,
algo de cirugía ex p loratoria allá, sólo para d ar la
im presión de que están al cabo de todo; que a
m enudo rechazan procedim ientos inofensivos (dieta
en el caso de cáncer), sin exam inarlos siquiera y sin
la m ás m ínim a curiosidad; que los éxitos de la
m edicina científica en conjunto son un tem a b as­
tante quisquilloso, precisam ente en el dom inio
donde pretende ser plenam ente com petente; que
existen estudios que m uestran fallos totales en cier­
tas áreas (fallo total práctico, pues la teoría puede
seguir en su apacible sendero); que «el m étodo cien­
tífico» a que se apela en caso de dificultad sim ple­
m ente no existe; que en m edicina, lo m ism o que en
cualquier o tro cam po, los deficientes m entales supe­
ran con m ucho el n úm ero de la gente inteligente; si
uno explica todas estas cosas a la víctim a o a la víc­
tim a planeada, entonces el poder institucional de las
sociedades médicas no h ab rá dism inuido en un
ápice, pero uno h ab rá elim inado la angustia, la
im presión de inevitabilidad, y h ab rá ayudado a un
ser h um ano en su esfuerzo p o r seguir siendo una
persona con dignidad y respeto propio, aun en
situaciones de auténtica prueba. Los científicos
sociales m uestran poco conocim iento de la n a tu ra ­
leza h u m an a al dejar de lado estos aspectos y to d a ­
vía m enos com pasión al p roponer que se pase a
otros tem as pretendidam ente m ás im portantes.
H oy, cuando la «form a correcta de pensar» desem ­
peña un papel tan im portante y cuando sus preten­
didos resultados tienen tal au to rid ad , u n a ilusión
m eram ente intelectual es m ucho más que un lujo.
N o sólo sum inistra inform ación, sino que ayuda

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tam bién a la gente a resistir los intentos de los polí­
ticos, cardenales, cirujanos y físicos nucleares que
quieren convertirla en dóciles instrum entos de sus
m aquinaciones. Y cuando el tem a llegue a co n o ­
cerse m ejor y cada vez m ás gente em piece a consul­
ta r a curanderos en vez de a fontaneros científicos
del cuerpo, entonces tam bién se irá erosionando el
poder social de la m edicina científica.
T om em os o tro ejem plo. Un prisionero, al que
exam ina un p siq u iatra de la prisión y le dice que
sus tendencias antisociales están relacionadas con
sucesos en p arte dolorosos, en parte incom prensi­
bles de su niñez, está som etido a u n a gran presión
psicológica y física 41. Parecen inevitables cam bios
de perso n alid ad . A quí, de nuevo, algunas ideas
sobre las lagunas, y, quizá, la com pleta vacuidad de
la p siq u iatría científica, po d rían au m en tar su m ar­
gen de libertad 42.
C onsidérese, adem ás, a personas que particip an
en culturas diferentes, com o Josephus Flavius, el
h isto riad o r 43, los intelectuales de H aití, o jóvenes
indios a que se obliga al conflicto y que sufren de
él 44. Las ventajas, p o r un lado —ciencia occiden­
tal— , parecen ap o yarse en una com binación única
de principios filosóficos y de éxitos prácticos: el
pensam iento y la m ateria se com binan de una
form a tal que p erm ite llegar a grandes ideas y a
resultados prácticos terroríficos, especialm ente en el

41 S obre los efectos de tal presión, cf. la biografía de G enet


p o r Sartre.
42 Los p resid iario s calan las p retensiones científicas de los
psiq u iatras de las prisiones, los m anejan a su gusto, consiguen
excelentes evaluaciones, son liberados antes de tiem p o y así
m uestran que su sen tid o com ún es m uy su p e rio r a las sutiles
teorías de los expertos.
41 Cf. la novela de Lion F euchtw anger com o u n a buena des­
cripción de la vida en el lím ite entre tradiciones diferentes.
Cf. C hildhood and Society, de Erik E rikson, así com o la
b iografía de E rikson escrita p o r Colé.

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dom inio de la guerra 45. Si uno m uestra que el com ­
ponente intelectual es m ucho más débil de lo que
pretenden los apóstoles de la racionalidad, si uno
explica que no puede existir p o r sí m ism o, que los
llam ados argum entos en su favor son engaño y sus
principios m itos, si uno recuerda a sus potenciales
seguidores que los m ism os resultados prácticos son
m ucho más restringidos de lo que se anuncia y que
deben ser exam inados en cada caso (la habilidad en
la construcción de cañones no im plica una excelente
m edicina; los éxitos en la elim inación de plagas no
van m ano a m ano con la habilidad p ara cu rar el
cáncer), entonces surgirá la posibilidad de utilizar
las ventajas del racionalism o occidental, sin destruir
al m ism o tiem po los valores tradicionales 46. D esde
luego, to davía no poseerem os una teoría de la cien­
cia, o del im perialism o, pero tendrem os algo m ucho
m ás im p ortante: habrem os reducido la presión psi­
cológica del éxito (parcial), habrem os reconocido
que hay m ás de u n a m ísera m anera de hacer las

45 E sta hipótesis es lo que condujo a un chauvinism o cientí­


fico en C h in a y en J a p ó n . Los co m u n istas fu e ro n suficiente­
m ente inteligentes co m o p a ra no doblegarse an te la a u to rid a d
de la ciencia (TC M , p. 35), y los vietn am itas, m ás tard e , re fu ta ­
ron la idea de que la ciencia d a la victoria al p o d e r m ilitar.
Sobre el d e sa rro llo en el Ja p ó n , cf. C arm en B lacker, The Japa­
nese Enlightenm ent, C am bridge, 1969.
46 M arg h erita von B ren tan o escribe que el racio n alism o no
fue in ventado p o r los filósofos, sino que surgió en el curso de
un proceso m ás am p lio de racionalización, y pone com o parte
de dicho proceso la a p ro p iació n de las arm as e ideas de Occi­
dente p o r las naciones d o m in ad as. Si u n o lo adm ite, com o lo he
hecho yo (Phil. Papers, vol. II, cap. 1), entonces n o puede p asar
p o r a lto las o p o rtu n id a d e s que se p e rd ie ro n en la recepción:
los «m odernistas» fueron m ás lejos: elim inaron sus p ro p ias tra ­
diciones en lu g ar de co n te n tarse con m odificarlas. A lgo m ás de
reflexión p o d ría haberles enseñado las desventajas de tales exce­
sos. P or o tro lado, he su b ray ad o con frecuencia que el m ito, la
religión o las form as trad icio n ales de p en sar no desap areciero n
p o r ser m ejores las ciencias, sino «porque los apóstoles de la
ciencia eran los conquistadores m ás decididos» (C SL, p. 118, en
cursiva en el original).

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cosas, y así habrem os abierto el cam ino a sueños
que h asta ah o ra no tenían posibilidad de llegar a
realizarse.
C on esto, vuelvo ah o ra a la objeción que afirm a
que yo digo m uy poco sobre cóm o puede usarse
esta libertad recién conquistada. Esto es com pleta­
m ente cierto, pero ya he expuesto mis razones.
Vivir es un ofició que sólo puede ser com prendido
p o r los que lo p ractican, y lo m ism o puede decirse
de la política. Yo no creo que los planes políticos
deban desarrollarse desde deseos, observaciones o
ideas que se originan independientem ente de la
realidad (social, psicológica, física) que hay que
reform ar, com o resultado de un raciocinio «obje­
tivo» sobre dicha realidad, y dudo de que acciones
pertinentes puedan discutirse independientem ente de
las intuiciones y em ociones que las guiarían dentro
de los en to rn o s pertinentes. D esde luego, una discu­
sión ab stracta tiene resultados; tenem os ah o ra teo­
rías, ideas, planes, argum entos y, quizá, incluso
algunos principios sobre el juicio m oral, pero el
intento de p asa r a la realidad lo hablado conduce
siem pre a situaciones inesperadas o, si uno no las
percibe p o r estar dem asiado em bebido en la ideolo­
gía m im ada, a penosas distorsiones del hom bre y de
la sociedad 47. Tóm ese el ejem plo m ás sencillo: dos
personas que se am an. A quí tenem os ya m uchos
desarrollos no previstos e imprevisibles. C om enza­
mos con dos seres hum anos m ás o m enos definidos;
pero éstos cam bian, sus ideas, em ociones y deseos
se tran sfo rm an , to d o el m undo se les m uestra a una
luz distinta. ¿Quién com prende tales transform acio­
nes, quién las advierte, quién sabe cóm o ac tu a r
d u ran te su curso? Los am igos y los íntim os, no teó­

47 Estoy plenam ente de acu erd o con la aversión de H ayek a


los esquem as a b strac to s en política, pero yo extendería tam bién
dichas razones a las ciencias naturales.

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ricos distantes. Volvem os a en co n trar de nuevo una
im p o rtan tísim a diferencia entre problem as ab strac­
tos, tales com o los que he discutido en la sección 2,
y los problem as de la acción práctica (incluyendo
las acciones prácticas del teórico). Los problem as
surgen p o rque usam os principios abstractos (prim er
ejem plo extrem o: el U no incam biable y hom ogéneo
de Parm énides). O casionalm ente pueden resolverse
de form a ab stra cta (lo que no es enteram ente ver­
d ad, pero contentém onos ah o ra con una prim era
aproxim ación). P or ejem plo, es relativam ente fácil
exponer los errores de los racionalistas m odernos
(positivistas, racionalistas críticos, m arxistas), que
pretenden h ab er en co n trad o reglas adecuadas y
fecundas p ara la investigación. Pero, si uno quiere
hacer avan zar las m ism as ciencias, entonces no bas­
tan ya los arg u m en tos abstractos: uno m ism o debe
sum ergirse en la práctica del dom inio que uno
quiere hacer progresar; hay que in ten tar el Fingers­
pitzengefühl * necesitado en este dom inio, lo m ism o
que un artista adquiere conocim iento y habilidades
técnicas, y la investigación sólo puede com enzar
después de que este proceso de crecim iento ha
lo grado un equilibrio tem poral. En política, la
situación es exactam ente la m ism a. Es fácil soñar
con teorías grandiosas sobre la naturaleza hum ana
y la sociedad, y es igualm ente fácil ridiculizar tales
teorías co m p arándolas con la inagotable riqueza de
la realidad y con la infinita variedad de deseos,
ideas, sentim ientos y aspiraciones del hom bre. Pero
después, la dim ensión crítica de las teorías queda
reem plazada, no p o r un esquem a m ejor o p o r ideas
m ás sofisticadas, sino una vez m ás p o r la acción.
D esde luego, no so tros nunca actuam os sin pensar;

* L iteralm ente trad u c id o significa «sensibilidad en las yem as


de los dedos», p ero en el uso se refiere a u n a persona que «tiene
a ntena», tacto , in tuición, sensibilidad (N. del T.).

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pero las ideas que usam os al actu ar han superado el
test de la práctica; h an sido m odificadas p o r em o­
ciones, deseos, sueños de quienes participan en la
acción (E F M , p ág in a 153 y siguientes), lo que signi­
fica que han ab so rb id o u n a gran parte de la subjeti­
vidad de los agentes. E sta es, p o r tan to , la razón
p o r la que no tengo n ad a que decir sobre proble­
m as políticos, éticos, estéticos, científicos, etc.: una
discusión abstracta de las vidas de gentes que no
conozco, y cuya situación no me es fam iliar, no es
sino una pérdida de tiempo.
Tam bién es algo impertinente. N o teniendo fam i­
liaridad con las condiciones en que viven esos
extraños, con la m an era en que tales condiciones se
les m u estran a ellos m ism os, no teniendo experien­
cia directa de sus sueños, tem ores o deseos, yo
rehúso co n stru ir mis propios estándares, mis form as
de ver las cosas, mi presunto conocim iento (grande
o pequeño, esto no im porta); en una p alab ra,
rehúso poner com o base de diagnóstico y sugeren­
cias «objetivos» mi p ropia y m uy lim itada hum ani­
dad. (Sólo gente m uy ingenua o muy intolerante
puede creer que un estudio de la « naturaleza del
hom bre» es algo superior a contactos personales,
tan to en la vida priv ada propia com o en la polí­
tica.) J u tta , que tiene un nom bre de jum er, pero
que fácilm ente alcanza el nivel de chauvinism o de
sus m ás fogosos colegas académ icos m asculinos,
dice que carezco de corazón e im aginación. T odo lo
contrario: yo puedo im aginarm e que hay situaciones
en las que nunca he pensado, que no están descritas
en libros, que nunca han sido encontradas p o r los
científicos y que si se vieran confrontados con ellas
no reconocerían, y creo que tales situaciones tienen
un aspecto distinto p ara personas diferentes, que las
afectan de form a diversa, que suscitan diferentes
tem ores y esperanzas y tengo corazón para som eter
mis sospechas distantes a las im presiones de los

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directam ente afectados. J u tta dice que debería
«exam inar», y con «respeto», lo que yo conozco.
¿Exam inar? Si yo am o a una m ujer y quiero com ­
p a rtir su vida en provecho p ro p io y de ella, enton­
ces no debo «exam inar» esa vida ni respetuosa­
m ente ni con desdén; debo in ten tar participar en
ella (supuesto que ella me lo perm ita), de fo rm a que
pueda com prenderla desde dentro. H aciéndolo, me
transform aré en u na nueva persona con ideas nue­
vas, con sentim ientos nuevos, con nuevas form as de
ver el m undo. N aturalm ente, yo podré seguir
haciendo sugerencias, pero sólo después de que haya
ocurrido el cambio y sobre la base de las nuevas
sensibilidades creadas con él. La política, bien com ­
pren d id a, tiene m ucho en com ún con el am or; res­
p eta a las gentes, considera sus deseos personales,
no las «estudia», sino que in ten ta com prenderlas
desde d en tro y une sugerencias de cam bio con las
ideas y em ociones que fluyen de tal com prensión.
Tal com prensión personal y puram ente subjetiva es
lo que decide el asunto, no las teorías políticas
«objetivas». Pero el h áb itat de J u tta parece ser el de
los pasillos de la vida académ ica. Así, ¿por qué no
tra ta r con lo que ella encuentra allí? ¿Por qué no
in ten tar log rar m ejores salarios p ara sus am igos y
colegas? (El dinero parece estar muy cerca de su
corazón, com o se advierte p o r sus envidiosas obser­
vaciones sobre mis dos puestos de trab ajo .) En vez
de suponer tales cosas, si usara su corazón y su
im aginación p ara «respetuosos» «exámenes» podría
ser capaz de en tender las vidas de los cam pesinos
de la P rovenza, o de los esqim ales, o de los an cia­
nos clérigos b áv aros 48. P or o tro lado, quizá se me

48 J u tta a rm a tam b ién un g ra n a lb o ro to an te el hecho de que


no tengo n ad a nuevo que decir. E stoy to ta lm e n te de a cuerdo,
p e ro ¿he p re te n d id o yo jam á s h a b er sido el in v en to r de nuevas
cosas? (Cf. n o ta 22.) A dem ás, ¿qué diferencia su p o n d ría esto?
Las ideas que yo discuto y defiendo puede que no sean nuevas,

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perdone si al enfren tarm e con vanos sueños com o
los del criticism o yo me refugie en la realidad de un
m elodram ático serial o de una función de teatro; si
es necesario, incluso con la ayuda de un taxi.

6. E LE M E N T O S D E UN A S O C IE D A D LIB R E

¿C óm o arm o n izar esta exposición con mis ideas


sobre policía, igualdad de tradiciones, separación de
E stad o y de ciencia? La respuesta ha sido d a d a ya
en C SL y en EFM (EF M , pág in a 77 y pàssim ): estas
ideas deben atravesar el filtr o de las tradiciones (ini­
ciativas de los ciudadanos) para las que han sido des­
arrolladas. Un erro r fundam ental de casi todos los
que trata n con esta p arte de mis escritos —y esto
incluye a C hristiane van Briessen, que en m uchos
otros p u n to s ap o stó p o r mi núm ero— es que ellos
in terp retan mis sugerencias de la m ism a form a en
que los políticos, filósofos, críticos sociales y gran ­
des hom bres de to d o tipo quieren que se les lea: los
in terp retan com o la silueta de un nuevo orden
social que debe im ponerse ah o ra a la gente con la
ayuda de un chantaje m oral, una b onita revolucion-
cita, eslóganes m elosos (com o «la verdad os h ará
libres»), o utilizando las presiones de instituciones
existentes (educacionales, etc.). Pero sueños de
poder com o éstos no sólo están m uy lejos de mi
m ente; realm ente me ponen enferm o. Me gusta muy
poco la actitu d del ed u cad o r o la del re fo rm ad o r
m oral que tra ta sus infelices ideas com o si fueran
un nuevo sol que ilum ina las vidas de los que viven
en las tinieblas; desprecio a los m aestros que inten­
tan el ap etito de sus discípulos, h asta que, perdidos

p e ro cie rta m en te no se las com prende bien. Así, u n o debe repe­


tirlas, lo m ism o que un m aestro en la escuela elem ental repite la
tabla de m ultip licar an te cada nueva generación.

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to d o respeto pro p io y autocontrol, se revuelcan en
la verdad com o cerdos en el fango; sólo tengo des­
precio p ara todos los bellos planes de esclavizar a la
gente en nom bre de D ios, de la verdad, de la ju sti­
cia o de o tras abstracciones vacías, especialm ente
cuando los que p erp etran tales delitos son dem a­
siado cobardes p a ra acep tar la responsabilidad y se
o cultan d etrás de la «objetividad» de lo que preten­
den im ponernos. M uchos de mis lectores parecen
considerar tales m aquinaciones com o u n m étodo
muy norm al; si no, ¿cómo podré explicar que lean
mis p ropuestas de dicha form a? Pero las observa­
ciones que he hecho ocasionalm ente de form a
totalm ente incom pleta sobre E stado, ética, educa­
ción y el negocio de la ciencia deben p ro b arse pri­
m ero en la subjetividad de la gente a que se dirigen.
Son opiniones subjetivas, no una guía objetiva. No
se dirigen a instituciones influyentes, a grupos de
p o d er político, a líderes intelectuales, y, cierta­
m ente, no p retenden ofuscar las alm as esclavas de
potenciales «pupilos», se dirigen a gente de cuya
situación tengo una vaga idea, cuyos problem as
creo p o d er en ten d er en cierta m edida; yo les hablo
con la esperanza de que esto increm ente su libertad
e independencia, incluyendo independencia ante mis
propias sugerencias.
L a objeción de que prim ero debe enseñarse a la
gente el correcto uso de la libertad sólo refleja el
engreim iento y la ignorancia de los que la hacen,
po rque el problem a fundam ental es: ¿quién puede
h ab lar y quién debe perm anecer callado? ¿Quién
tiene conocim iento y quién es m eram ente un obsti­
nado? ¿Podem os confiar en nuestros expertos, en
nuestros físicos, filósofos, senadores y educadores?
¿Saben ellos de qué hablan, o sim plem ente quieren
m ultiplicar su p ro p ia y m ísera existencia? ¿Tienen
nuestras grandes cabezas, tienen P latón, L utero,
R ousseau, M arx algo que ofrecer, o es la reverencia

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que sentim os ante ellos un m ero reflejo de nuestra
credulidad?
Estas son cuestiones que nos afectan a todos, y
todos debem os p articip ar en su solución. El estu­
d iante estúpido y el más ladino cam pesino, el más
h o n rad o servidor de la sociedad y su m ujer que
hace tan to tiem po sufre, personalidades de la vida
académ ica y perreros, asesinos y santos, todos ellos
tienen el derecho de decir: m irad aquí, yo tam bién
soy h um ano; yo tam bién tengo ideas, sueños, sen­
tim ientos, deseos; yo tam bién he sido creado a im a­
gen de D ios, pero vosotros nunca me prestáis la
m á s m ín im a a t e n c i ó n e n v u e s t r o s p r e c io s o s
cuentos 49.
La im p o rtan cia de cuestiones ab stractas, el con­
tenido de las respuestas que se les han d ad o , la
calidad de vida entrevista en estas contestaciones,
todas estas cosas sólo pueden decidirse si todos
pueden p artic ip a r en el debate y si se les anim a a
exponer sus p u n to s de vista sobre la m ateria. El
m ejor y m ás sencillo resum en de esta posición se
encuentra en el gran discurso de P rotágoras (P la­
tón, Protágoras, 320c-328d): los ciudadanos de A te­
nas no necesitan que se les instruya en su idiom a,
en la práctica de la justicia, en el tratam ien to de los
expertos (señores de la guerra, navegantes, arquitec­
tos): al haber crecido en una sociedad abierta donde
la instrucción es directa y no m ediada y p ertu rb ad a
p o r educadores, ellos han aprendido todas estas
cosas de n ada, sim plem ente. Sin em bargo, la o tra
objeción de que los E stados y las iniciativas de ciu­
dadanos no surgen inesperadam ente, sino que
deben ser puestos en m ovim iento p o r acciones
intencionadas, es fácil de contestar: perm ítase al

49 T al actitu d estaba m uy extendida en la E dad M edia. No


sobrevivió a la tran sició n a lo m o d ern o , que era hostil a las
alternativas y que elim inó un gran núm ero de ellas. Cf. F riedrich
H eer, Die D ril te K raft, F ra n k fu rt, 1959.

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o b jeto r iniciar u n a iniciativa de ciudadanos, y
p ro n to en co n trará lo que necesita, lo que fom enta
sus fines am b icio n ados, lo que obstruye, h asta qué
p u n to sus ideas son una ayuda a otros, h asta qué
p u n to les estorban, etc. 50.
E sta es, pues, mi respuesta a las diversas críticas
de «mi» « m o d elo » p o lític o . El m o d elo es vago
— ello es cierto — , pero la vaguedad es necesaria
p o rq u e se p resum e que « h ará sitio» (E F M , pági­
na 160) a las decisiones concretas de los que lo
usen. El m odelo recom ienda una igualdad de trad i­
ciones: prim ero debe com probarse esta propuesta
en las tradiciones e iniciativas de ciudadanos p ara
las que ha sido p ensado y nadie puede prever los
resultados. Los conflictos se trata n , no con una
«educación», sino con las fuerzas de policía. M arg­
h erita von B rentano in terp reta las últim as sugeren­
cias com o im plicando que los ciudadanos sólo pue­
den hablar, y quizá escribir, pero que sus acciones
están gravem ente lim itadas, y otros críticos han
levantado desesperados sus brazos: H ablan de poli­
cía, de liberales y de m arxistas com o si se fueran a

50 M uchos críticos o b jetan que las iniciativas de los c iu d a d a ­


nos tienen una calidad m uy desigual y que com eten graves equi­
vocaciones. P ero lo m ism o sucede en todas las instituciones. P or
ejem plo, la m edicina científica fue y to d av ía es g o b e rn ad a p o r
m odas ridiculas de dud o so valor (em pleo de calom elanos, san­
grías que fueron an im ad as p o r el m onism o m édico de B. R ush,
m anía o p e ra to ria de m édicos m o d ern o s, c o n cen tració n en la
m icrobiología excluyendo m étodos diversos que p o d rían signifi­
car un avance en la lucha c o n tra el cáncer, etc.). A h o ra bien,
¿qué m étodo debe preferirse? ¿Un procedim iento en que los
«líderes» científicos e intelectuales com eten o corrigen sus e rro ­
res sobre las espaldas de los ciu d ad an o s sin darles u n a o p o rtu ­
n id ad p a ra a p ren d e r, o u n p ro ced im ien to en que los m ism os
c iu d a d an o s com eterían los errores y p u d iera n a p ren d e r de ellos?
E xisten instituciones com o el juicio con ju ra d o d o n d e los no
especialistas pued en a p ren d e r y utilizar lo a p ren d id o p a ra enjui­
ciar la o p inión de expertos, y estas instituciones fun cio n an muy
bien. T o d o lo que se necesita es extender in stituciones de este
género al c o n ju n to de la sociedad.

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m ojar los calzones. Pero éste es precisam ente el
erro r descrito arrib a. P orque la policía no es un
agente externo que vaya em pujando a la gente de
un lado p a ra o tro ; es introducida por los m ism os
ciudadanos, consta de ciudadanos y sirve a sus nece­
sidades (cf. mis co m entarios sobre la gu ard ia de
protección de los Black M uslims en EFM , páginas
162 y 297). Los ciudadanos no sólo piensan; tam ­
bién deciden sobre su entorno, incluyendo asuntos
de policía. Yo sim plem ente sugiero que es más
h um ano regular el co m portam iento con restriccio­
nes exteriores — éstas pueden elim inarse fácilm ente
si se co m p ru eb a que n o son prácticas— que el
m ejorar las alm as. P orque, suponiendo que tuvié­
ram os éxito en im p lan tar el Bien en todos, ¿cómo
seríam os capaces entonces de volver jam ás al Mal?

7. BIEN Y M AL

C o n esta o b servación llego a un p u n to que ha


encolerizado a m uchos lectores y m olestado a
m uchos am igos: mi negativa a condenar incluso un
fascism o extrem o y mi sugerencia de que se le p er­
m ita sobrevivir. A h o ra bien, debería haber quedado
claro p o r lo m enos esto: el fascism o no es mi taza
de té (cf. EFM, página 156: «a pesar de mi p ro p io y
muy d esarrollado sentim entalism o y de mi tenden­
cia casi in stin tiv a a “ ac tu a r de u n a form a hum ani­
ta ria ” »). E ste no es el problem a. El problem a es la
pertinencia de mi actitud: ¿se tra ta de u n a m era
inclinación a la que sigo y acojo favorablem ente en
otros, o existe un «núcleo objetivo» que me capaci­
taría p ara co m b atir el fascism o no precisam ente
porque no m e guste, sino porque es algo intrínseca­
m ente malo? Y mi respuesta es: tenem os una incli­
nación, y n ad a m ás. N aturalm ente, esta inclinación,
com o cualquier o tra, está circundada p o r nubes de

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p alab rería y sobre ella se han construido sistem as
filosóficos enteros. A lgunos de estos sistem as
hablan de cualidades «objetivas» y de «deberes
objetivos» p ara m antener o destruir dichas cualida­
des. Sin em bargo, la cuestión no es cóm o h ablar
sino qué co ntenido puede darse a nuestra palabre­
ría. Y todo lo que podem os en co n trar al intentar
identificar ciertos contenidos son diversos sistem as
que afirm an diferentes conjuntos de valores con
n ad a m ás que nuestras inclinaciones p a ra decidir
entre ellos (C S L , p arte I). A hora bien, si una incli­
nación se co n trap o n e a o tra inclinación, al final la
inclinación m ás fuerte g anará, y esto es lo que sig­
nifican los bancos, o los libros más gordos, o los
educadores m ás decididos, o los cañones más gran ­
des. A hora, lo m ás significativo en el D erecho y en
O ccidente parece ser favorecer a la gente que p ro ­
fesa defender valores hum anitarios, y así queda
resuelta la cuestión. Esta, entre paréntesis, fue una
de las lecciones que yo ap ren d í de la vida de Remi-
gius, el inquisidor. M argherita von B rentano, que
m enciona mi referencia a él, ha sido suficientem ente
am able com o p ara no suponer que yo estaba
p idiendo u n a resurrección de la brujería y de las
persecuciones de brujas. N aturalm ente, no es ésa mi
intención. T am p o ca creo que yo fuera un silencioso
testigo de tales persecuciones 51. Pero mi explicación
sería que el tem a no me agrada, y no que es algo
intrínsecam ente m alo y basado en ideas retrógradas
sobre el universo. Tales expresiones superan con
m ucho lo que puede fundam entarse en las mejores
intenciones y en los argum entos. Prestan al que las
usa una au to rid ad que él sencillam ente no posee. Le
colocan del lado de los ángeles, cuando to d o lo que
hace es expresar sus opiniones personales. Parece
51 Al a rg u m e n ta r a h o ra d e n tro de u n a trad ició n p a rtic u la r no
e n tro en conflicto con mi a n te rio r afirm ación de que d eberían
darse iguales derechos a to d as las tradiciones.

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que es la m ism a verdad la que le acom paña cuando
es una m era opinión lo que guía sus acciones, y una
opinión m uy m al argumentada en este punto. Existen
cantidades de argum entos contra los átom os, el
m ovim iento de la T ierra, el éter del siglo xix, cosas
to d as que, aunque refutadas, han vuelto a la escena.
La existencia de D ios, el dem onio, el cielo y el
infierno nunca ha sido atacada con razones p o r lo
m enos m edio decorosas. Así, si yo quiero elim inar a
Rem igius y el espíritu de su época, desde luego
puedo com enzar a hacerlo, pero debo ad m itir que
los únicos in stru m en tos de que dispongo son el
poder, la retórica y el agradable sentim iento de
estar en el lado de la verdad.
Si, p o r o tra p arte, acepto sólo razones «objeti­
vas», entonces la situación me obliga a ser tole­
rante, porque no existen tales razones, ni en éste ni
en o tro s casos (cf. C SL , p artes I y II, cap ítu lo 3 de
EFM). R em igius cree en D ios, cree en una in m o rta ­
lidad, cree en el infierno y en sus torm entos, y tam ­
bién cree que los niños de las brujas que no son
quem adas term in arán en el infierno. Y él no sólo
cree en estas cosas, sino que a p o rta tam bién argu­
m entos. N o arg u m en ta a nuestro m odo, y su evi­
dencia (la Biblia, las afirm aciones de los Padres de
la Iglesia, las decisiones de los Concilios) no es lo
que n o sotros llam aríam os hoy evidencia. Pero esto
no significa que sus ideas carezcan de substancia.
Porque ¿qué es lo que tenem os p ara oponerle? ¿La
creencia de que existe un m étodo científico y que
éste ha llevado al éxito? La prim era p arte de esta
creencia es falsa (cf. de nuevo sección 2); la segunda
p arte es, desde luego, correcta, pero debe com ple­
tarse con el com entario de que se han dad o y
siguen dándose m uchos fallos, así com o que los éxi­
tos ocurren en un estrecho dom inio que apenas
llega a to car lo que está en discusión (p o r ejem plo,
el alm a queda com pletam ente olvidada). Lo que cae

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fuera del dom inio, com o la idea del infierno, es
algo que nunca fue examinado, excepto de la form a
m ás superficial; se han perdido lo m ism o que los
logros científicos de la A ntigüedad se perdieron en
los prim eros cristianos. D e n tro del m arco de este
pensam iento, Rem igius actú a com o un ser hum ano
responsable y racional, y h ab ría que elogiarlo. Si
nos repelen sus ideas y som os incapaces de darle lo
que le debem os, entonces tenem os que reconocer
que no existen ab so lutam ente argum entos «objeti­
vos» p ara ap o y ar nu estra repulsión. Podem os, n a tu ­
ralm ente, decir m uchas cosas, y éstas pueden con­
co rd ar m u tu am en te de una form a muy herm osa,
pero no podem os co nstruir con esta p alabrería nin­
gún puente a Rem igius y, apelando a su razón,
traerle p o r él a n u estro lado. P orque él usa su
razó n , pero con un fin diferente, de acuerdo con
reglas diferentes y sobre la base de una evidencia
diferente. No hay escapatoria: cargam os con la
plena responsabilidad de no ac tu a r com o lo hizo
Remigius, y no hay valores objetivos que nos
defiendan si descubriéram os que nuestras acciones
han llevado al desastre.
P o r o tro lado, no olvidem os que nuestros tiem pos
tam p o co carecen de inquisidores, aunque no los
encontram os en la teología, sino en las ciencias, en
la m edicina, en la educación, en la teoría política.
Basta m irar a los m édicos que cortan, envenenan, o
som eten a radiaciones a gente sin haber estudiado
m étodos alternativos de tratam ien to que son bien
conocidos, que no tienen consecuencias peligrosas y
que pueden ap elar a sus éxitos. No vale la pena
experim entar tales m étodos (¿no vale la pena inten­
ta r m antener vivos a los niños de las brujas?). Vale
la pena p ro b ar. P ero considerando tales sugeren­
cias, nuestros inquisidores m odernos sólo tienen
una respuesta: ¡Anathema sint! O perm ítasenos
exam inar los esfuerzos de nuestros educadores, a

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quienes de añ o en añ o se les suelta sobre la genera­
ción joven y que han aprendido muy bien a disim u­
lar su estupidez n atu ral, su intolerancia y presun­
ción tras u n a term inología científica 52. El espíritu
de Rem igius, mi querida M argherita von B rentano,
sigue vivo entre n o sotros, en la econom ía, en la
pro d u cció n y uso (abuso) de la energía, en la ed u ­
cación, en las ciencias. La única diferencia im por­
tante es que Rem igius actuaba p o r razones humani­
tarias (quería salvar a los niños pequeños de la
condenación eterna), m ientras que sus sucesores
m odernos sólo se preocupan de su «integridad pro­
fesional». No sólo les falta perspectiva: también les
fa lta humanidad. A mí no me gustan, pero mis
razones, de nuevo, no son norm as objetivas, sino
sueños de una vida m ejor. Si uno com bina tales
sueños (los que yo tengo) con una idea de valores
objetivos (que yo rechazo) y denom ina el resultado
u na conciencia m oral, entonces no tengo conciencia
moral, afo rtu n ad am en te, porque, diría yo, la m ayo­
ría de la m iseria de nuestro m undo, guerras, des­
trucción de alm as y cuerpos, carnicerías sin fin, son
algo causado no p o r individuos m alos, sino por
gente que objetiviza sus deseos m ás personales e
inclinaciones y así los hace inhum anos.
Esto, entre paréntesis, es la única cosa que parece
haber advertido Agassi en su extraño estallido.
Agassi dice que quiere expresar la verdad. Algo
muy bo n ito en él, pero que no nos alivia m ucho.
P orque los críticos de su o b ra científica han n o tad o
ya hace tiem po que él ra ra vez sabe de qué habla,
incluso cuan d o in ten ta contarnos la verdad 53. Su
artícu lo confirm a esta im presión. Dice que yo entré

52 Cf. I. M ich, Deschooling Society, y, en un cam p o m ás espe­


cial, J. Jaegge, D um m heil ist lernbar, Berne, 1976.
53 Cf. p. e. los c o m e n tario s del e ru d ito en C o p é rn ic o E.
R osen, en el ítem 882 de su gran bib lio g rafía so b re C opérnico,
Three Copernican Treatises, New Y ork, 1971.

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de v o lu n tario en el ejército alem án: se me reclutó.
Dice q ue intenté o lvidar los aspectos m orales y
políticos de la Segunda G u erra M undial: no háblé
de ellos. Dice que yo idolatré a P opper. Es cierto
que me gusta id o latrar a la gente, me gusta ser
capaz de m irar desde abajo a alguien, adm irarla o
adm irarle, tom arle com o ejem plo, p ero P opper no
es de la m ad era de que se hacen los ídolos. Agassi
me llam a discípulo de Popper. Esto es verdad en un
sentido, y com pletam ente falso en otro. Es verdad
que yo asistí a las clases de P opper, asistí a su
sem inario, ocasionalm ente le visité y hablé con
o tro s estudiantes en la L ondon School o f Econo-
mics. No lo hice p o r mi p ro p io deseo, sino porque
P opper era mi supervisor: una condición de mi
estancia en In g laterra era que trab a jara con él. No
elegí a Popper p ara esta tarea: yo había elegido a
W ittgenstein. Pero W ittgenstein m urió y P opper era
el siguiente ca n d id a to en mi lista. ¿Tam poco se
acu erd a Agassi de cuántas veces me rogó, de ro d i­
llas, que a b a n d o n ara mi reservatio mentalis p ara
que me entregara totalm ente a la filosofía de Pop-
per y especialm ente que desperdigara cantidades de
no tas de pie de p ágina con P opper en todos mis
ensayos? Lo últim o lo cum plí 54 — bueno, yo soy un

54 Yo n o tenía la m en o r idea de que gestos am istosos com o


éstos p r o n to serían in te rp reta d o s co m o signos de la g ran origi­
nalidad y del p o d e r c re a d o r de escuela de Popper. C reo m ás
bien que se tra ta de signos de su h a b ilid ad p a ra c o n v ertir a m is­
tad en u n a escala a la fam a. E studié a W ittgenstein m ucho m ás
deten id am en te de lo que jam á s hice con P o p p e r (y con razón,
p o rq u e W ittgenstein es un filósofo, m ie n tras que P o p p e r es un
am bicioso m aestro de escuela); d u ra n te cierto tiem po estuve
m uy cerca de em inentes w ittgensteinianos, p e ro ellos ja m á s me
p id ie ro n que e n riq u e cie ra m is n o tas de pie de p ág in a con sus
nom bres, y jam á s se les h a b ría o c u rrid o c o n fu n d ir mi interés
perso n al p o r las ideas de W ittgenstein con la pertenencia o con
el h acerm e discípulo d e n tro de cierta escuela. D esde luego, ellos
po d ían c o n sid era r con to ta l serenidad la cuestión, pues, después
de to d o , W ittgenstein tenía algo que decir.

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tipo bon d ad o so y totalm ente dispuesto a ayudar a
los que parece que sólo existen cuando ven su
nom bre im preso— , pero no cum plí lo prim ero: al
final del añ o de que habla Agassi (1953), P opper
me pidió que fuera su asistente; dije que no, a pesar
del hecho de que no disponía de ningún dinero y
tenía que ser alim entado una vez p o r uno, o tra vez
p o r o tro , de mis am igos que sí disponían de él.
Agassi cu en ta tam bién algunos de los rum ores que
cenvertían la vida en el círculo popperiano en u n a
experiencia tan agradable: dice que P opper afirm ó
que ya había lam en tado u n a vez, llorando, haber
particip ad o en la Segunda G u e rra M undial. Esto es
com pletam ente posible —soy una persona em ocio­
nal y he hecho m uchas cosas estúpidas en mi vida— ,
p ero es m uy poco probable: jam ás discuto tem as
personales con extraños y, adem ás, no había nada
que lam entar, excepto quizá la insuficiente inteli­
gencia m o strad a en el intento de escapar al reclu­
tam iento. Las lágrim as —esto es m ás pro b ab le—
serían lágrim as de aburrim iento que fluyeron
b astan te librem ente durante mis visitas al m aestro.
Es un triste signo de la decadencia de los estándares
de la vida académ ica en A lem ania que u n a pieza de
desperdicios lacrim ales com o el ensayo de Agassi
haya p o d id o escribirse con la ayuda de u n a beca
que lleva el viejo, y h o norable nom bre de A lexander
von H u m b o ld t 5S. H ay sólo un pu n to donde Agassi
m uestra cierto sentido de la realidad, y esto con­
cierne a nuestra discusión sobre tem as m orales. Yo
tam bién recuerdo la discusión. Agassi me pidió que

55 Agassi nos da tam bién un fascinante ejem plo de política en


el círculo p o p p e ria n o . D ice que él no co n fiab a en mí y que no
q uería convertirse en am igo m ío. Pero el m aestro, o lfa te a n d o un
potencial con v erso (yo) y el co rre sp o n d ie n te in crem ento de su
e n to rn o , pidió a Agassi que su p e rara su aversión, y Agassi
superó su aversión. Así de fácil es co n v ertir a un p u rita n o israelí
en un escabel a los pies de la razón crítica.

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to m ara una posición, es decir, que c a n ta ra arias
m orales. Yo me sentí muy incóm odo. P or un lado,
la m ateria parecía m uy idiota. Yo canté mi aria, el
nazi can ta su aria; ah o ra bien, ¿cuál? P or o tro lado,
sentía yo fuertem ente la irracional presión de
Auschw itz que Agassi y m uchos otros cantores
callejeros antes y después de él han utilizado des­
vergonzadam ente p ara im pulsar a la gente a gestos
vacíos. ¿Qué digo yo hoy? D igo que A uschw itz no
es el problem a. El p roblem a es el tratam ien to de las
m inorías en las dem ocracias industriales; el proble­
m a es la «educación», educación hacia un p u n to de
vista hum anitario, incluido el hecho de que la m ayo­
ría del tiem po consiste en tran sfo rm ar a m aravillosa
gente joven en copias incoloras y farisaicas de sus
m aestros; el problem a es el colosal engreim iento de
nuestros intelectuales, su creencia de que saben pre­
cisam ente lo que la hum anidad necesita y sus esfuer­
zos inexorables p o r recrear a la gente a su triste
im agen y sem ejanza; el problem a es la infantil
m egalom anía de algunos de nuestros m édicos que
ch an tajean con tem ores a sus pacientes, los m utilan
y, finalm ente, los persiguen con enorm es cuentas; el
problem a es la falta de sentim iento de m uchos a u to ­
d en o m inados buscadores de la verdad, que to rtu ra n
sistem áticam ente anim ales, estudian sus m olestias y
reciben prem ios p or su crueldad. En lo que a mí con­
cierne, no existe diferencia alguna entre los verdugos
de A uschw itz y esos «benefactores de la h um ani­
dad»: en am bos casos se abusa de la vida p a ra p ro ­
pósitos especiales. El problem a es la falta de consi­
deración de valores espirituales y su sustitución p o r
un m aterialism o o un hum anism o crudo, pero «cien­
tífico»: el h om bre (es decir, seres hum anos en cuan­
to en tren ad o s p o r sus intelectuales) puede resolver
todos los problem as; no necesita ninguna confianza
y ninguna asistencia de o tras agencias. ¿Cóm o
puedo to m ar yo en serio a una persona que deplora

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crím enes lejanos, pero alab a a los crim inales de su
entorno? ¿y cóm o puedo decidir un caso desde lejos
viendo que la realid ad es m ás rica que la más
m aravillosa im aginación? Ya lo sé: m uchos de mis
am igos pueden to m ar u n a decisión así con am bas
m anos atad as a su espalda; bien, ellos pueden haber
logrado u na conciencia m oral bien desarrollada.
Yo, p o r o tra p arte, quisiera considerar un p u n to de
vista d istin to d o n d e el m al es p arte de la vida, lo
m ism o que es p arte de la creación. U no no lo verá
con ag rad o , p ero tam poco se c o n ten ta con reac­
ciones infantiles. U no lo delim ita, pero lo deja per­
sistir en su dom inio. P orque nadie puede decir
cu án to bien contiene todavía, y h asta qué p u n to la
existencia precisam ente de la m ás insignificante cosa
buena está ligada a los crím enes más atroces.

8. A D IO S A LA R A ZO N

¿Cuál es el origen de esta extraña colección que


yace aquí ante los atónitos ojos del lector? Y ¿por
qué he escrito una respuesta?
Es fácil responder a la prim era pregunta.
H ace dos años, en 1979, H ans Peter D u err fue
invitado a convertirse en a u to r de la prestigiosa
E ditorial S u hrkam p en A lem ania. R ehusó p o r tener
otras obligaciones. Pero le quedó la conciencia
tranquila: a H ans Peter no le resulta cóm odo recha­
zar invitaciones am istosas. El D r. Unseld, espíritu
que guía la E dito rial S uhrkam p, cuya habilidad en
olfatear la conciencia intranquila de la gente sólo es
superada p o r su pericia en m anipularles, descubrió
la situación en que se h allab a H ans Peter y le tra tó
con p alabras, alim entos y bebida 56. R esultado:

56 E sta frase fue c en su rad a en la edición a le m an a de esta


obra.

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H ans Peter concibió la idea de un festival PK F
(Paul K arl Feyerabend) y com enzó a enviar cartas
en todas direcciones. A lgunas de las cartas regresa­
ron sin haber sido abiertas, o tras con reflexiones
sobre su salud m ental, o tras con la excusa de falta
de tiem po, p ero tam bién algunas personas decidie­
ron alabarm e o m aldecirm e o realizar exorcism os
sobre mí rodeándom e con círculos de retórica. No
fue, pues, el m érito de mi o b ra el que ha p roducido
tal colección, sino el poder del alcohol.
M ucho m ás difícil es contestar a la segunda pre­
gunta. M ucha gente, científicos, artistas, juristas,
políticos, sacerdotes, no hacen distinción alguna
entre su profesión y sus vidas. Si logran éxito, ello
se entiende com o u n a afirm ación de to d a su exis­
tencia. Si fracasan en su profesión, creen que han
fracasado tam bién com o seres hum anos, sin im por­
tarles las alegrías que puedan sentir con sus am igos,
hijos, esposas, am antes o perros. Si escriben libros,
novelas, colecciones de poem as o tratad o s filosófi­
cos, esos libros se convierten en parte de un edificio
co n stru id o desde su más íntim a substancia. «¿Quién
soy yo?», se interroga Schopenhauer, y responde:
«El que ha escrito El mundo como voluntad y repre­
sentación y el que ha resuelto el gran problem a del
ser». Padres, herm anos, herm anas, esposas, m ari­
dos, queridas, periquitos, los sentim ientos m ás per­
sonales del au to r, sus sueños, sus tem ores, sus espe­
ranzas, todo esto sólo tiene significado con referen­
cia al edificio que construyen, y de acuerdo a este
hecho se describe todo el resto: la m ujer, los am i­
gos, los hijos crearon la atm ósfera adecuada o per­
tu rb aro n al pobre chico; lo com prendieron, lo ali­
m entaron, lo anim aron, le prestaron dinero, lo
ay u d aro n afanosam ente en el p a c to de los m ons­
tru o s que alu m b ró , o les faltó lealtad y han hecho
aú n m ás pesada la ya grave carga de su «obra»; el
p erro lo acom pañó en sus paseos y lo entretuvo con

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sus cabriolas, o lo m an tu v o despierto en la noche
con su p lañ id era atención a la luna, y así sucesiva­
m ente. E sta actitu d se encuentra m uy extendida. Es
la base de casi todas las biografías y autobiografías.
Se dio en pensadores realm ente grandes (Sócrates,
pocas horas antes de su m uerte, echa fuera a su
m ujer e hijos p a ra po der p arlo te ar sobre cosas muy
profundas con -sus estudiantes que le ad o rab an
[Fedón 60a]) 57, pero es tam bién m uy corriente entre
los roedores académ icos de hoy.
P ara mí, esta actitu d es extraña, incom prensible y
ligeram ente siniestra. C ierto que yo tam bién adm iré
un día este fenóm eno desde lejos; esperaba entonces
en tra r en los castillos desde donde residía éste y
particip ar en las guerras de ilustración que los eru ­
ditos caballeros de aquellos castillos, los cated ráti­
cos, habían lanzado sobre to d o el m undo. O casio­
nalm ente advertí, sin em bargo, los aspectos más
pedestres del asu n to , el hecho es que los caballeros
sirven a m aestros que los pagan y les dicen lo que
tienen que hacer; no son m entes libres buscando la
arm o n ía y la felicidad p ara todos, sino sirvientes
civiles (D enkbeam te —funcionarios del pensam ien­
to — , p ara usar una m aravillosa palabra alem ana), y
su m anía p o r el orden no es resultado de u n a inves­
tigación eq u ilib rad a, sino u n a enferm edad profesio­
nal. Así, m ientras que yo utilicé plenam ente los
apreciables salarios que adquirí p o r hacer muy
poco, me p reo cu p ab a de proteger de dicha enfer­
m edad a los pobres hum anos (y en Berkeley a
perros, gatos, m apaches y tam bién, de vez en
cuando, a un m ono) que venían a mis lecciones.
Después de todo — me decía a mí m ism o— , tengo
algo de responsabilidad sobre esta gente y no debo
ab u sa r de su confianza. Les co n tab a historias y
57 El paralelo en el caso de artistas es n a rra d o «con gusto»,
p ero tam bién con m ucho resentim iento, p o r C laire G oll en su
au to b io g rafía, Ich verzeihe keinem , M ünchen, 1980.

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p ro c u rab a fortalecer su natu ral testarudez y resis­
tencia, p orque — pensaba— esto sería la m ejor
defensa co n tra los cantores callejeros ideológicos
con que iban a tropezar: la mejor educación consiste
en inmunizar contra toda educación organizada per­
petradle.
Pero estas am ables consideraciones nunca siquiera
llegaron a establecer un lazo cerrado entre mi tra ­
bajo y yo. F recuentem ente, al conducir p o r la uni­
versidad, ya sea en Berkeley, o bien en Zurich,
d o n d e se me paga en buenos francos suizos,co­
m encé a pensar que yo era «uno de ellos», «soy un
profesor en esta U niversidad» — me decía a mí
m ism o— , «im posible, ¿cómo ha sucedido esto?».
En lo que concierne a mis llam adas «ideas», mi
actitu d es exactam ente la m ism a. A mí siem pre me
gustó el diálogo con los am igos sobre religión, polí­
tica, sexo, asesinato, la teoría cuántica de la m edida
y m uchos o tro s asuntos. En tales discusiones yo
to m ab a una vez una posición, o tra vez o tra, cam ­
biaba de posición, e incluso la form a de mi vida, en
p arte p ara escapar al aburrim iento, en parte porque
soy an tisu g erid o r (com o advirtió K arl P opper una
vez con tristeza), y en parte p o r mi creciente con­
vicción de que incluso el p u n to de vista m ás estú­
pido e in h u m an o tiene sus m éritos y m erece una
buena defensa. Casi todos mis escritos — bien, per­
m ítasenos llam arlos «obra»— , com enzando con mi
tesis, surgieron de tales discusiones vivas y m ues­
tran el im pacto de los participantes: V ictor K raft y
los m iem bros del C írculo K raft du ran te mis prim e­
ros años en Viena (cf. C SL, páginas 126 y siguien­
tes; era la época en que me sentí m uy im presionado
p o r los escritos de H ugo D ingler, el convenciona-
lista alem án); K órner, Bohm , Edgley, P opper, W at-
kins, en In g laterra; Feigl y los m iem bros de su
m aravilloso C en tro (H em pel, Nagel, G rü n b au m ,
Maxwell, Putnam , Landé, Hill, Scriven y m uchos

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otros), en los E stad o s U nidos; en V iena, H ollits-
cher, uno de mis m aestros, me cam bió de positivista
cabezota en realista algo m enos cabezota; K uhn y
L akatos tam bién discutieron conm igo algo después.
E lizabeth A ncscom be, con quien vivam ente discutí
d u ra n te días enteros sobre W ittgenstein, y los escri­
tos del m ism o W ittgenstein desem peñaron un papel
muy im p o rtan te en mi pensam iento. A veces creía
que tenía ideas p ro p ias — alguna vez todos som os
víctim as de tales ilusiones— , pero nunca habría
soñado en considerar tales pensam ientos com o p ar­
tes esenciales de mí m ismo. C om o dije al com enzar
a tra ta r este tem a, verdaderam ente soy algo muy
distinto de la m ás sublim e invención que haya p ro ­
ducido yo m ism o y de la convicción más p ro fu n ­
dam ente sentida que me haya invadido, y nunca
debo p erm itir que estas invenciones y convicciones
lleguen a d o m in ar y a convertirm e en su obediente
servidor. D e vez en cuando puedo «tom ar una posi­
ción» (aunque la práctica e incluso las palabras me
sacan de ella), pero, si lo hago, entonces la razón es
un an to jo pasajero, no una «consciencia m oral» o
algún o tro m onstruo de esta índole.
C on esto, pienso que puedo finalm ente d ar una
respuesta a la segunda pregunta: ¿por qué escribí
u na réplica?
Escribí u n a réplica, en prim er lugar, p o r curiosi­
d ad infantil: ¿C óm o se relacionan m utuam ente los
trab a jo s que he p u blicado a lo largo de los años?
¿Existe siquiera un nexo o sólo hay cam bios arb i­
trarios? La respuesta es que, en efecto, existe un
nexo. (Lo he descrito en parte en la introducción a
los volúm enes I y II de mis Philosophical Papers. El
rem anente m ental que me guió tras lo que yo digo
en dicha introducción está fuera del dom inio de
racio n alid ad tal com o se lo concibe en el libro.) En
segundo lugar, escribí mi réplica p ara m ostrar cóm o
los racionalistas m enores observan el dictam en del

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instrum ento tan restringido que han to m ad o com o
guía. Se p resentan com o eruditos, navegan bajo la
b an d era de la razón, pero casi nunca conocen ni un
arg u m en to fu n d a d o en u n a perforación del suelo.
Los académ icos son dem asiado educados, o están
dem asiado asustados o dem asiado preocupados, o
son dem asiado incom petentes p ara que puedan
in fo rm ar al público sobre los deficientes m entales
en su seno. Yo no tengo tales reparos. En tercer
lugar, habiendo finalm ente constatado los inconve­
nientes del racionalism o m oderno, quise defender
aquellas contribuciones m ías que lo apoyaban, a u n ­
que fuera sólo indirectam ente. La razón es una
d am a m uy atractiv a. Los asuntos con ella han ins­
p irad o algunos m aravillosos cuentos de hadas,
tan to en las artes com o en las ciencias. Pero es una
característica peculiar de esta singular d am a que el
m atrim onio la cam bia en una vieja b ru ja p arla n ­
chína y dom inante. M uchos de mis am igos no im a­
ginan la m ugre de un m atrim onio así y llegan a
alabarse a sí m ism os p o r el vigor m oral que les
capacita p ara sobrevivir en las circunstancias. U na
b o n ita cosa en lo que a mí concierne. Lo que no me
gusta es que intenten extender su m ugre a su alre­
d ed o r y que creen instituciones que garantizan que
tam p o co generaciones futuras lleguen jam ás a libe­
rarse de ella.
En los últim os años he descubierto que esta acti­
tud mía no es precisam ente un capricho personal,
sino que ha sido y sigue siendo c o m p artid a p o r
m uchas tradiciones. Los medievales investigaban en
cam pos estrechos, p ero tam bién eran fieles m iem ­
bros de la Iglesia. Pertenecían a la com unidad de
los eruditos, p ero tam bién eran m iem bros po ten cia­
les de la com unidad de los santos y eran conscientes
de ello. E sta consciencia les im pedía obtener, de
una em presa lim itada, estrecha e históricam ente
accidental, una m edida de la hum anidad en su con­

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ju n to . Los ju d ío s am aron y siguen am an d o el cono­
cim iento. P ero p a ra ellos el conocim iento pertenece
a un rico y cro m ático tapiz. Ilum ina cada u n a de
las partes de este tapiz y es hum anizado p o r él (el
nexo fue trad u cid o a térm inos intelectuales p o r
M aim ónides y d estru ido p o r el intelectualism o agre­
sivo e inhum ano de Spinoza). Las ciencia, en am bos
casos, no es im p o rtan te p o r sí y en sí m ism a. No
tiene im p o rtan cia independiente; recibe su substan­
cia com o p arte de una vida dedicada a m aterias
incom parablem ente m ás im portantes. Un ser h u m a­
no puede ser un científico, pero él, o ella, es sólo un
verdadero científico si es consciente de esos asu n to s
m ás am plios. O , dicho con las palabras de Einstein,
la g randeza de un científico consiste en que él p er­
m anece cuando se le sustrae su ciencia í8.
El surgim iento de la ciencia m oderna ha elim i­
nad o tales m ecanism os com pensadores y los ha
reem plazado p o r u na «filosofía» m aterialista estre­
cha (a veces tam bién llam ada «hum anística»).
A h o ra n ad a im pide a un individuo destruirse él
m ism o y a los otro s, en nom bre de versiones p u ra ­
m ente seculares, es decir, que p ro n to se especializa­
ro n , de la verdad, de la realidad y de la justicia.
N ad a le im pide destruirse a sí m ism o y a los otros
en nom bre de la Razón.
Porque las prom esas de éxito y hum anidad que
aco m p añ ab an el ascenso del racionalism o científico
se convirtieron p ro n to en gestos vacíos. Es cierto
que las ciencias p rogresaron (en un sentido que fue
definido p o r ellas y que cam bió de un perío d o a
otro), pero el racionalism o tiene poco que ver con

58 D e b o esta cita al D r. T h eo G in sb u rg , del In stitu to F ederal


de T ecnología, en Z urich. La leyó d u ra n te una discusión m uy
in stru ctiv a, p e ro tam b ién m uy m ovida, so b re el papel de la
ciencia en la trad ició n ju d ía . Los o tro s p a rticip a n te s fu ero n el
R e cto r M ichael B ollag, el ra b in o D r. J a k o b T eich m an n y el
Prof, D r. H . St. H erzka.

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este hecho (detalles en TC M y en la sección 2,
supra). Es verdad que ocasionalm ente la gente ha
sacado provecho de los resultados científicos, pero
no com prendieron lo que sucedía, no tenían nada
que decir sobre el tem a, se m antenían en un estado
de ignorancia, y, p o r o tra parte, se producían
m uchos fracasos y desastres. Las instituciones se
hicieron m ás hum anas, pero, de nuevo, poco tiene
que ver esto con las ciencias. U na total dem ocrati­
zación del conocim iento podría haber restaurado
p o r lo m enos p arte del contexto más am plio, habría
establecido un nexo real y no m eram ente verbal con
la h u m an id ad , y h ab ría podido llevar a una a u tén ­
tica ilustración, y no sim plem ente a la sustitución
de una clase de inm adurez (fe firm e e ignorante en
la Iglesia) p o r o tra (fe firm e e ignorante en la C ien­
cia). En cam bio, sólo unos pocos intelectuales p er­
m itirían que un lego les to cara su m ás exquisita
posesión: la ciencia. Luego, incluso em presas secu­
lares fueron subdivididas y convertidas en especiali­
dades. K ant, Hegel, Schopenhauer, Steiner estud ia­
ron las ciencias y las artes, exploraron la religión, el
derecho y la política, e intentaron hallar un arreglo
eq u ilibrado entre estos asuntos y los talentos
hum anos que los había creado (y que fueron m ucho
más allá de cualesquiera resultados particulares).
E rnst M ach, que era un científico y un filósofo de
la ciencia, situado p o r encim a de las m edianías inte­
lectuales que pueblan este^cam po, no habló sim ple­
m ente de racionalidad y Vérdad: intentó transformar
las ciencias, hacerlas m enos especializadas, y en este
proceso hizo contribuciones a la psicología, fisiolo­
gía, filosofía, física- historia del conocim iento, e
incluso a la literatura; al darse cuenta de que el
proceso del desarrollo científico es dem asiado com ­
plejo p ara ser cap tad o p o r categorías ordenadas,
ello le hizo esforzarse p o r conseguir un estilo n a rra ­
tivo que siem pre m antuviera la incom pletud ante

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los ojos del lector. Sin em bargo, incluso esta activi­
dad ya am pliam ente lim itada es dem asiado com ­
pleja p a ra los «racionalistas» de hoy que se enorgu­
llecen de h aber superado el dogm atism o de sus
predecesores al tiem po de precisar de los talentos y,
en la m ayoría de los casos, del conocim iento histó­
rico p ara beneficiarse de los éxitos de ellos 59. Sepa­
rad o ta n to de los intereses de la hum anidad (aun­
que no de los eslóganes edulcoradam ente h u m an ita­
rios, este «racionalism o» es una buena ayuda p ara
los llam ados pensadores que pueblan ah o ra nues­
tras universidades y m arcan pautas a la hum anidad
m ientras que carecen de los elem entos m ás básicos
de ella. No los acuso. La m iseria que constituye su
h áb itat n atu ra l fue preparada p o r grandes y vanido­
sos escritores, com o Spinoza y K ant, que intentaron
encajar a D ios y el M undo en las dim inutas áreas
de sus cerebros capaces de una actividad constante
y desarrolladas en profundidad p o r hordas de inte­
lectuales apoyados estatalm ente. Sus denom inadas
filosofías han envenenado nuestras vidas y torcido
nuestras alm as. Ya es hora de elim inar esta enfer­
m edad de entre no sotros y re to rn ar a ideas más
m odestas p ero tam bién m ás abiertas. Ya es h o ra de
volver a ap reciar la m ás am plia perspectiva de las
visiones religiosas del m undo.

59 M ach reco m en d ab a el uso de hipótesis audaces e inducti-


vism o criticad o . Lo hacía en unas pocas líneas e ilu stra b a sus
p ro p u estas con ejem plos tom ados de la historia de la ciencia.
P o p p e r extendió esas pocas líneas a to d a u n a c arre ra sin incre­
m en tar su contenido.

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CIENCIA:
¿GRUPO DE PRESION POLITICA
O INSTRUMENTO
DE INVESTIGACION?

1. Las discusiones generales sobre las ciencias,


su naturaleza, sus im plicaciones, o sobre su papel
en la sociedad, plantean las dos cuestiones si­
guientes:
a) ¿Qué es ciencia?
b) ¿Qué es lo que hace que la ciencia sea tan
im portante?
P or ejem plo, el reciente juicio sobre el creacio­
nism o en A rkansas (EE. UU.) 1 giró alrededor de la
cuestión de si el creacionism o era una ciencia, y el
deseo de revivir m étodos tradicionales de diagnós­
tico y terap ia en M edicina ha surgido porque algu­
nos creían que la ciencia, aunque haya conseguido
sorprendentes éxitos en Física o A stronom ía, ha
fracasado en los asuntos hum anos.
Me parece que hasta ah o ra am bas cuestiones no
han obtenido u na respuesta satisfactoria. Decisiones
legales que im plican ciencia, proyectos basados en
ella, políticos influidos p o r su au to rid ad , se apoyan
en rum ores, no en conocim ientos serios.
Pero ¿cuál será la respuesta satisfactoria a nues­
tras dos cuestiones y cóm o p o d rá obtenerse?

2. La cuestión a) supone que todas las discipli­


nas científicas en todos los estadios de su historia
1 Para una inform ación sobre el caso, c o n su lta r Science,
vol. 125 (enero 1982), pp. 142 ss., y la literatura citada. El juicio
final fue p ublicado en Science, vol. 125 (1982), pp. 934 ss.

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tienen en com ún ciertos rasgos y que estos rasgos
pueden ser identificados, descritos y com prendidos
independientem ente de la com plejidad de las p rá cti­
cas a que pertenecen.
E sta es u na suposición com pletam ente ingenua.
Incluso u na m irada superficial sobre el estado
actual de las ciencias m uestra u n a m ultitud de
ideas, m étodos, preferencias y aversiones que resiste
todo intento de unificación teórica 2. D esde luego,
el observ ad o r debe considerar todas las ciencias: la
física de altas presiones y la topología de los con­
ju n to s puntuales; la etología y la botánica, lo
m ism o que las especulaciones sobre el origen del
m u n d o , y no puede p asa r p o r alto la enorm e varie­
d ad de vías de acceso existentes en cada cam po:
algunos m atem áticos llegan a sus resultados con la
ay u d a de ingeniosos experim entos m entales; otros
perm anecen en un nivel de estricto form alism o;
algunos físicos (p o r ejem plo, V on N eum ann) ofre­
cen m odelos teóricos bien construidos; otros (com o
B ohr) n arran historias. A lgunos psicólogos intentan
e n c o n trar un único principio subyacente en todas
las conductas hum anas. O tros se contentan con una
d etallad a descripción ideográfica de los fenóm enos.
M irando hacia atrás, com probarem os que en la his­
to ria no ha existido u n a sola regla que no fuera cri­
ticad a o mal utilizada, y ningún principio que no
suscitara oposición.
El atom ism o fue u n a hipótesis útil y valiosa p a ra
M axwell, y un m o n struo m etafísico p a ra M ach. El
tiem po fue un m edio de existencia relativam ente no
estru ctu rad o p a ra los geólogos uniform istas, y una

2 U n in te n to fu n d a d o en algo m ás que en p erogrulladas p ia­


d o sas, q u iero decir. Así es com pletam ente verdad que los cientí­
ficos son gente «crítica». Pero n o son críticos an te cualquier
cosa, no son la única gente crítica, y puede que la a ctitu d m ás
dogm ática se in tro d u z ca , com o ha sucedido con frecuencia, a
través de una d etallad a crítica de m étodos m ás liberales.

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entidad m edible exactam ente p ara Kelvin, su m ayor
enemigo entre los físicos. La increíble sofisticación
de la ciencia no ha m ejorado las cosas; to d o lo con­
trario , ha m inado todavía m ás ideas fundam entales
(límites estrictos entre observador y objetos obser­
vados, existencia de leyes físicas am plias, validez
universal de las leyes de la lógica form al, etc.),
pero, p o r o tro lado, ha reintroducido ideas an ted i­
luvianas (idea de un universo finito con un
com ienzo ab soluto tem poral).
En esta situación, ¿cuál puede ser la respuesta a
la cuestión a)?
H ay dos cosas obvias: la respuesta no puede ser
un a contestación ab stracta, y no puede restringir
investigaciones futuras. T odo lo que podem os decir
es: éstas son las ideas existentes hoy (y h ab rá
m uchas ideas conflictivas sobre ellas), éstas son las
razones p o r las que algunos científicos las aceptan,
éstas son las razones (frecuentem ente m uy distintas)
p o r las que otro s científicos las rechazan, éstas son
las form as en que m uchos científicos (pero, desde
luego, no todos) delim itan y valoran la investiga­
ción. Pero nuevas ideas y nuevos m odos de hacer
ciencia pueden estar ya a la vuelta de la esquina.

3. A lgunos de los m ejores científicos están de


acuerdo con esta idea. Según E rnst M ach 3, «los
esquem as de la lógica form al y de la lógica induc­
tiva tienen p oca u tilidad (para los científicos), p o r­
que la situación intelectual jam ás es exactam ente la
m ism a; pero los ejem plos de los grandes científicos
son m uy instructivos». No son instructivos p o r con­
tener elem entos com unes que el investigador sólo
tendría que d estacar y que tendrían tam bién sentido
aislado, sino p orque sum inistran un rico y variado
fundam ento p ara en tren ar su capacidad inventiva.

3 E rnst M ach, E rkenntnis und Irrtum , Leipzig, 1917, p. 200.

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P enetrando en este fundam ento p ara el adiestra­
m iento, el investigador desarrolla su m ente, la hace
m ás despierta y versátil, m ás capaz de crear nuevas
form as de pensam iento y nuevas posibilidades de
investigación. P o r esto, en cierto sentido «no se
puede enseñar la investigación» 4, no es «un saco
con trucos de legistas» 5; es un arte cuyos rasgos
específicos sólo revelan u n a tenue p arte de sus
posibilidades y cuyas reglas nunca llegan a estar
perm itidas p ara crear dificultades insuperables a la
ingenuidad hum ana.
Estas reglas pueden ocasionalm ente guiar la
investigación, pero frecuentem ente quedan reconsti­
tuidas p o r nuevas invenciones y nuevos m étodos.
Según Einstein 6, «las condiciones externas estable­
cidas [para el científico] p o r los hechos de la expe­
riencia no le perm iten lim itarse él m ism o dem asiado
en la construcción de su m undo conceptual al ad h e­
rirse a un sistem a epistem ológico. P or esto, p a ra un
epistem ólogo sistem ático aparecerá él com o el tipo
de un o p o rtu n ista sin escrúpulos.» «Sí, yo la he ini­
ciado —dijo a Infeld sobre una nueva m anera de
tra b a ja r en física— , pero consideraba estas ideas
com o algo provisional. Jam ás pensé que otros las
to m arían m ucho m ás en serio de lo que yo m ism o
lo hice.» 7 D icho de form a m ás ligera, «una buena
b ro m a no debe repetirse dem asiado» 8. Niels B ohr

4 Loe. cit.
5 O p. cit., p. 401, n. 1.
6 P. A. Schillpp (ed.), A lbert Einstein, Philosopher-Scientist.
E vanston, 1951, pp. 683 ss.
7 C ita d o de R. W. C lark , Einstein, New Y ork, 1971, p. 360.
La a ctitu d de M ach fue sim ilar, D e n o m in a b a a sus ideas sobre
la ciencia sugerencias p rovechosas o «aperçus» (Analyse der
Empfindungen, Je n a , 1922, p. 39), y a firm ab a que «no hay nece­
sidad de cam b iar este punto de vista transitorio p o r un sistem a
de p o r vida del que nos con v ertiríam o s en esclavos» (Populär­
wissenschaftliche Vorlesungen, Leipzig, 1896, p. 226).
8 Philipp F ra n k , Einstein, H is L ife and Times, L o ndon, 1946,
p. .261.

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(y W illiam Jam es, a quien B ohr ad m irab a m ucho)
subrayaba la inestabilidad de los logros científicos.
P or esto los presen taba históricam ente com o p ro ­
ductos provisionales dentro de un desarrollo largo y
com plejo y se oponía a los intentos de clarificación
independientes de la investigación (Som m erfeld,
Von N eum ann, teorías axiom áticas de cam po). Pen­
saba que tales intentos estabilizarían am plias zonas
científicas y dificultarían la investigación 9. Boltz­
m ann, al ap licar el darw inism o a la ciencia, ha
in terp retad o precisam ente de esta m anera las leyes
del pensam iento com o ingredientes del estadio de
d esarrollo m ás reciente, pero todavía transicional,
que las cam bia en el preciso m om ento en que
com ienzan a existir 10. Podem os resum ir la actitud
de estos científicos diciendo que no existen condicio­
nes restrictivas perm anentes de la investigación y que
la investigación y sus resultados no son »racionales»
en el sentido de tales condiciones restrictivas.

4. La situación que acaba de describirse tiene


consecuencias obvias.
Si la ciencia está abierta a todo cam bio, si hay
ideas y pau tas incom patibles con cierto estadio
científico que todavía pueden im ponerse y tra n s­
fo rm ar la ciencia — lo que ha sucedido num erosas
veces en la historia de las ideas científicas— , en to n ­
ces el exam en científico de las nuevas sugerencias y
de los m itos antiguos no puede consistir sim ple­
m ente en co m pararlos con este estadio del conoci­
m iento y rechazarlos cuando no encajan. H ay que
perm itir que los m itos, que las sugerencias lleguen a
fo rm ar p arte de la ciencia y a influir en su d esa rro ­
llo. N o sirve de n ada insistir en que carecen de base

9 P ara detalles, cf. sección 6 de mi ensayo «Niels B o h r’s


W orld View», en Phil. Papers, vol. 1, C am bridge, 1981.
10 Cf. sus Populare Vorlesungen. Leipzig, 1906, p. 318.

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em pírica, o que son incoherentes, o que tropiezan
con hechos básicos. A lgunas de las m ás bellas teo­
rías m odernas fueron en su día incoherentes, care­
cieron de base y chocaron con los hechos básicos
del tiem po en que se las p ro p u so p o r prim era vez.
Tuvieron éxito p o rque se las usó de una form a que
ah o ra se niega a los recién llegados n .
Después de todo, la base evidencial, la adecuación
a lo fáctico, la coherencia son algo producido por la
investigación y, por tanto, algo que no puede impo­
nerse como precondición de ella. A dem ás, la misma
investigación que p roduce evidencia en favor de un
p u n to de vista, o que rem ueve las dificultades de
ese m ism o p u n to de vista considerado hasta el
m om ento com o sin fundam ento, puede dism inuir su
evidencia o crear dificultades p a ra los «hechos» que
aparentem ente p ro b arían su inadecuación 12. R echa­
zar u n a hipótesis p o r estar en pugna con hechos
bien establecidos favorecidos científicam ente signi­
fica em pezar la casa p o r el tejado. El conflicto
m uestra que no concuerdan los hechos y la h ipóte­
sis. Pero no m uestra que los hechos no puedan ser
abatidos p o r la hipótesis l3.
T am poco es posible rechazar un pu n to de vista
p o r haber sido exam inado ya, y, si ha fracasado
p ara la ciencia de hoy, no es la ciencia la que lo
hace fracasar. La ciencia m oderna está llena de
ingredientes que frecuentem ente fracasaron en el
11 Los científicos que presen tan ideas nuevas e inusitadas
o c u lta n frecuentem ente estos defectos d a n d o una relación enga­
ñosa de sus descubrim ientos. E jem plos son: G alileo (cf. caps. 8
y siguientes de mi TCM , versión española, M adrid, 1981) y
N ew ton (cf. Philosophical Papers, vol. II, cap. 2).
12 Cf. la form a en que G alileo cam bia el experim ento de la
to rre de u n a refutación en u n a co nfirm ación del p u n to de vista
copernicano.
13 E sto supone que las ciencias sólo p ro p o rcio n a n una serie
co n sisten te de hechos p a ra e n fre n tarlo s a la hipótesis. E sto sólo
se d a ra ra vez y, adem ás, debilita la posición de la «ciencia»
an te nuevas (o viejas) form as de hipótesis.

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pasado. La filosofía del atom ism o ofrece un buen
ejem plo. Fue in tro d u cida (en O ccidente), en la
A ntigüedad, con el p ro p ó sito de «salvar» m acrofe-
nóm enos tales com o el del m ovim iento. Fue asu­
m ida luego p o r la filosofía de A ristóteles dinám i­
cam ente más sofisticada, volvió con la revolución
científica, fue considerada com o un m onstruo an te­
diluviano a fines del siglo xix (en el continente
europeo, no en Inglaterra), tuvo un regreso triunfal
al cam bio de siglo sólo p ara volver a quedar de
nuevo restringida p o r la com plem entariedad. O tro
ejem plo es el m ovim iento de la tierra. Se aceptó en
la A n tigüedad, fue d erro tad o p o r la poderosa
argum entación de los aristotélicos considerado
com o una concepción «increíblem ente ridicula» por
Ptolom eo l4, inició un regreso triunfal en el siglo
x v n sólo p a ra volver a ser considerado com o una
de las m últiples posibilidades de la teoría general de
la relatividad. Lo que rige en el caso de las teorías
es tam bién verdad en los m étodos o «estándares».
El conocim iento, p rim ero, fue algo basado en la
especulación y en la lógica; luego, A ristóteles in tro ­
dujo m étodos m ás «em píricos», que fueron a su vez
reem plazados p o r los m étodos m atem áticos de G ali-
leo y D escartes 15, sólo p a ra volver a com binarse
con consideraciones cualitativas en los siglos xix
y xx.
La idea de que el universo es finito y con un
com ienzo en el tiem po fue considerada du ran te
m ucho tiem po com o un vástago de ideas religiosas
y ridiculizada h asta el advenim iento de la teoría
general de la relatividad, que le perm itió volver

14 Synlaxis, trad u c id a p o r M anitius, Handbuch der A strono-


mie, vol. I, Leipzig, 1963, p. 18.
15 A ristóteles m aneja m uy c uidadosam ente las m atem áticas
(cf. mi ensayo «C om m ents on A risto tle ’s T heory o f M a th em a ­
tics», en M idwestern Studies in Philosophy (1982), pero sólo les
asigna una función auxiliar.

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com o una hipótesis científica respetable, aunque
«repulsiva» 16. Hoy es u n a idea que form a p arte del
sentido com ún científico.
La lección a sacar de este esbozo histórico es que
la relegación tem poral de una teoría, de un pu n to
de vista o de u na ideología no puede tom arse com o
u na razón p ara elim inarlos. U na ciencia interesada
p o r en co n trar la verdad debe retener todas las ideas
de la h u m an id ad p ara su posible uso, o, dicho de
o tra fo rm a, la historia de las ideas es un constitutivo
esencial de la investigación científica 17.
Recíprocam ente, un debate que elim ina ideas p o r
estar en pugna con concepciones populares científi­
cas (principios, teorías, «hechos», estándares) no es
un debate científico, no puede invocar la au to rid ad
de la ciencia en fav or del m odo con que se trab a ja,
y u na victoria gan ada en el curso de dicho debate
no es una victoria de la ciencia, sino de aquellos
que han decidido convertir el estado tran sito rio del
conocim iento en un árb itro perm anente de disputas.
O, p ara describirlo de o tra m anera, se tra ta de una
victoria de los que han decidido convertir la ciencia
de instrum ento de investigación en grupo de presión
política 18. La «victoria» de la evolución, la sustitu­
ción de la au to rid ad de la iglesia p o r la au to rid ad de
los científicos, educadores, intelectuales del m ontón,
la expulsión del alm a en psicología, la elim inación

16 Cf. el m em orial presidencial, m uy instructivo, de E dding-


ton (M ath em at. A ssoc., 5 de enero de 1931), p u b lic a d o en
Nature, vol. 127 (1931), pp. 447 ss.
17 U n im p o rta n te c o ro la rio es el siguiente: los p ro p io s teó lo ­
gos que basan sus ideas en escritos sa g rad o s n o se lim itan a
tem as éticos, sino que pu ed en c o m p e tir con las ideas m ás a v a n ­
z ad as d e las ciencias físicas. Sin e m b a rg o , varam ente se d a tal
fortaleza en los p en sad o res religiosos m odernos (en O ccidente;
las religiones orientales no se dejan im p resio n ar ta n to p o r las
conquistas de la ciencia).
18 Parece que el p rim e r p e n sa d o r que criticó tal m éto d o fue
P latón. Cf. sus objeciones a los «antilógicos» (Rep., 453e, y Tee-
teto, 164c) (el térm ino significa inclinación a la controversia).

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de la m edicina trib al de la praxis m édicá en el si­
glo xix 19, la decisión de los teólogos de no seguir
interfiriendo en los debates sobre la estructura del
universo m aterial sino de dejar dichas m aterias a
los científicos, to d o esto han sido victorias políticas
en el sentido descrito 20. El hábito de considerar los
desarrollos que conducen a tales victorias oscurece
esta situación. P roduce la im presión de que las
norm as de valor actualm ente aceptadas tenían ya
fuerza entonces y que los perdedores fueron conde­
nados p o r ellas y no precisam ente vencidos p o r un
m ero trab ajo de relaciones públicas (ejem plo sobre­
saliente de esta ilusión es la discusión entre la física
aristotélica y la nueva ciencia de G alileo y sus
seguidores).

5. La tesis central de la últim a sección era que


el exam en científico de ideas, m étodos y p u n to s de
vista no consiste en com pararlos con los m étodos,
hechos y teorías de la disciplina científica ap ro p iad a
y en rechazarlos cuando no encajan. Tal procedi­
m iento 21 no sólo es dem asiado ingenuo, sino que
está en conflicto con lo que sabem os sobre im por­
tantes episodios de la historia de la investigación
científica. Un exam en científico ad ecuado (y, en
esta m ateria, cualquier exam en de cualquier pu n to
de vista) consiste en el intento de reestructurar la
ciencia (y las disciplinas utilizadas en el curso del
exam en), de m an era que puedan acom odarse al
19 E n el siglo xix , los m édicos de los E stad o s U n id o s hicieron
frecuente uso de la sa b id u ría m édica india hasta que las co m p a ­
ñías farm acéuticas consiguieron elim inarla sin haberla exam i­
nado. El actual avance de las prácticas científicas está incluso
m enos fu n d a d o en la «razón» de lo que se acab a de describir.
20 Y no debem os o lv id a r que incluso estas victorias h a n sido
a m en u d o conseguidas sin el m ás somero exam en de la m ateria
en cuestión.
21 Q ue fue re co m en d a d o p o r G alileo en su fam osa c arta a
C astelli, y p o r Jo h n S tu a rt Mili en su ensayo sobre el teísm o:
Jo h n S tu a rt M ili, Theism, ed. R. T aylor, New Y ork, 1957, p. 5.

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m aterial del que se d u d a, así com o en u n a evalua­
ción de las dificultades que im plica tal intento.
A quí hem os de conservar una perspectiva del
conjunto: hay que superar grandes obstáculos; a
largos períodos de fracaso pueden suceder éxitos
brillantes que, a su vez, pueden revelarse luego
com o ficticios y com o preludio de fallos aún m ayo­
res. Incluso la idea aparentem ente m enos esperan-
zadora puede finalm ente convertirse en un principio
científico básico; y el principio aparentem ente m ás
fundam ental puede revelarse com o un disparate. Y
n o olvidem os que las p au tas según las cuales enjui­
ciam os un logro son precisam ente tan móviles com o
el logro enjuiciado: p ara los aristotélicos, una teoría
del m ovim iento sólo era satisfactoria si cubría todos
los casos de cam bio y m ovim iento, m ovim iento
espacial y cam bio cualitativo, crecim iento y m ero
increm ento, y en cu anto preservaba la un id ad cuali­
tativa del m ovim iento. En cam bio, los seguidores de
G alileo se co n centran en el m ovim iento espacial y
se d ab an p o r satisfechos si podían usarlo m era­
m ente p ara predicciones. C am bios com o el ru b o ri­
zarse o el proceso de aprendizaje de un alum no
bajo un m aestro con talento y constancia no eran,
p o r tan to , sujeto de explicación, ni siquiera de con­
sideración. Lo co nsiderado era el m ovim iento de
objetos sim ples sin vida en condiciones enorm e­
m ente idealizadas, e incluso se suponía que este
m ovim iento co n stab a de m om entos individuales
indivisibles. C ualquier idea que en determ inado
m om ento queda fuera de la ciencia puede llegar a
convertirse en un refo rm ad o r potencial de la cien­
cia, y cualquier idea «científica» puede tam bién
term in ar su vida en el m o n tó n de desperdicios de la
historia.

6. P o r o tro lado, está claro que los científicos


no poseen ni el dinero ni la fuerza p ara exponer su

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cam po de trab a jo a la enorm e cantidad de ideas
que han sido creídas y respetadas en las sociedades
en que viven. Tienen que seleccionar, tienen que
h acer una elección, tienen que elim inar sugerencias
sin haberlas exam inado de la form a que acaba de
describirse. A quí la ciencia no se diferencia de la
vida cotidiana. N osotros tam bién elegim os profe­
siones, cam pos de interés, pareja, países, tom am os
decisiones que nos afectan a nosotros m ism os o a
otro s de u n a form a fundam ental sin un detallado
estudio de to d as las rutas, pero rechazam os otras
sim plem ente, sin a rro jar ni u n a m irada en su direc­
ción, y esto es lo adecuado, pues todavía no han
tenido éxito los hom bres sabios de todos los tiem ­
pos en iniciar siquiera un estudio com pleto de todas
las posibles historias vividas.
La analogía entre la ciencia y la vida va m ás allá.
La decisión de p asa r p o r alto posibilidades im por­
tantes conduce siem pre a cam bios irreversibles:
habiendo decidido vivir con preferencia en un país,
ap ren d o su idiom a; me fam iliarizo con su arte, lite­
ra tu ra, burdeles; hago am istades, y con to d o esto
llego a ser u n a persona muy diferente de la que
hizo la elección. Igualm ente, la decisión de invertir
dinero, energía, form ación o esfuerzo intelectual en
un d eterm inado pro g ram a científico cam bia ciencia
y sociedad de una form a que im posibilita volver de
nuevo a la decisión y al p u n to de p artid a. Precisa­
m ente en los cam pos puram ente teóricos ocurren
cam bios irreversibles. C uando se acababa de pre­
sen tar la teo ría de la relatividad, a m ucha gente le
chocaba aquella extraña form a de hacer física y
estaba dispuesta a rechazarla al m enor pretexto.
P osteriorm ente no hubiera sido posible desalojarla
ni con argum entos m ucho más fuertes.
P or eso podem os decir que una decisión científica
es una decisión existencial, que, m ás que seleccionar
posibilidades de acuerdo a m étodos previam ente

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determ inados desde un conjunto preexistente de
alternativas, llega a crear esas m ismas posibilidades.
T o d o estadio de la ciencia, to d a etapa de nuestras
vidas han sido creados p o r decisiones que ni acep­
tan los m étodos y resultados de la ciencia ni son
justificados p o r los ingredientes conocidos de nues­
tras vidas.

7. Pocas personas están preparadas p ara poder


acep tar lagunas tan grandes en sus vidas e intentan
tap arlas. Casi to d as las autobiografías creadas por
«grandes hom bres» o «grandes m ujeres», casi todas
las biografías en ciencias, artes o política son un
intento de m o strar razón y finalidad donde una
visión más d etallada revela una serie de accidentes
benéficos felizmente fom entados p o r la ignorancia
y /o la incom petencia de la persona sujeta a ellos.
V erdaderam ente, m uchos de los llam ados grandes
son m onom aniacos que no tuvieron escrúpulos en
d estruir su h u m anidad (y la de sus am igos y cola­
boradores) para poder acabar así el cuadro per­
fecto, la teo ría perfecta, el arm a perfecta; pero
incluso estas vidas pueden encajar sólo en un plano
después de que la elim inación de num erosas equi­
vocaciones, falsos com ienzos y accidentes produce
la ilusión de sim plicidad. El hecho es que nosotros
creamos nuestras vidas actuando en y sobre condi­
ciones que nos re-crean constantem ente.
Los científicos, así com o los intelectuales inclina­
dos a lo científico, pueden conceder que sus vidas
tienen m uchos cabos sueltos, pero se oponen a con­
siderar la ciencia del m ism o m odo. Incluso científi­
cos de m en talidad to leran te y liberal tienen la sen­
sación de que las afirm aciones científicas y las de
fuera de la ciencia tienen distinta autoridad: que la
prim era puede desplazar a la segunda, pero no al
revés. H em os visto que esto es una visión bastan te
ingenua de la relación entre ciencia y no-ciencia.

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P ara ap o y ar esta idea, p ara m o strar su «raciona­
lidad» y elim inar, o por lo m enos reducir, el
tam añ o de las lagunas d en tro de la ciencia, algunos
científicos y filósofos han apelado a principios de
gran generalidad. Si esta apelación parece tener
éxito es sólo p o rque los principios utilizados son
vacíos — es decir, pueden ad o rn ar, com o un b ro ­
cado, to d o tip o de actividad, con lo que parece
que estas les ap o y an — o porque todos han olvi­
dad o las altern ativ as. La observación de que la
ciencia es au to crítica pertenece a la prim era catego­
ría: cualquier form a de actuar puede ser introducida
criticando alternativas dentro de un cierto cam bio
(el dogm atism o, p o r ejem plo, fue frecuentem ente
introducido basándose en una detallada y to ta l­
m ente rebuscada crítica de alternativas liberales). El
principio de que la ciencia crea y debe au m en tar el
conocim iento y el requerim iento reseñado contra las
hipótesis ad hoc 22 en tra dentro de la segunda cate­
goría: p en etra en un m undo que es finito c u a n tita­
tiva y cu alitativam ente. Un llam am iento a una cosa
llam ada «lógica» parece im presionar a un gran
núm ero de personas, pero sólo porque no saben
m ucho de ella. P ara em pezar, hay que recordar que
no existe «una lógica», sino m uchos sistem as dife­
rentes lógicos, unos m ás fam iliares, otros casi des­
conocidos. La física clásica estaba m ás en co n fo r­
m idad con sistem as m ás fam iliares; la teoría
cuántica, en cam bio, no. (Y cuando hablo de la
«física clásica» o de la «teoría cuántica» no me
refiero a la investigación en estas disciplinas, sino a
algunos estadios tran sito rio s idealizados en ese
cam po de investigación.) Más im portante aún: las
leyes de to d o sistem a lógico se aplican solam ente en
la m edida en que los conceptos se m antienen esta­

22 Lo que es u n a repetición, en el «m odo form al de hablar»,


de la a ntigua aversión c o n tra las cualidades ocultas.

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bles a través de u n a argum entación: condición
raram en te cum plida en un debate científico de inte­
rés. E sta es la razón p o r la que los científicos
logran hacer buena física con teorías que adolecen
de serios defectos lógicos 23.
Un tercer intento de d ar poder a la ciencia sobre
p u n to s de vista no científicos es construir teorías
científicas que no sólo reclam an una jurisdicción
sobre una gran variedad de hechos, sino que tom an
m uchos de estos hechos en su valor aparente. La
m ecánica clásica, tal com o la interpretaban m uchos
científicos del siglo xix, tenía la pretensión de ser
una descripción adecuada del m undo. El que no
pu d iera d ar cuenta de cualidades, crecim iento,
novedad, conciencia, era considerado com o u n a crí­
tica de estos fenóm enos — que serían m eras
aparien cias— , no de la m ecánica. Las teorías de
Bohm , Prigogine y otros intentan conseguir m ayor
alcance sin negar realidad a tales fenóm enos. Esto
h a dism inuido el abism o entre las ciencias y las
artes y hum anidades, haciendo esperar que una teo­
ría nueva y m ás am plia pueda llegar un día a capa­
citar a los físicos de form a que pu ed an tra ta r todos
estos temas.
P ero la m encionada laguna no desaparecería así.
Tóm ese la cosm ología de Prigogine. Es inm anen-
tista en el sentido de que el m ovim iento no es

23 Niels B ohr, p o r ejem plo, «nunca in te n ta ría bo sq u ejar un


cu a d ro aca b ad o , sino que re co rre ría pacientem ente to d as las
fases de d esarrollo del p ro b lem a, p a rtie n d o de algo a p are n te ­
m ente p arad ó jico y c am in an d o g ra d u alm e n te a su dilucidación.
De hecho, él nunca c o n sid eró los resu ltad o s logrados a o tra luz
que com o p u n to s de p a rtid a p a ra nuevas exploraciones. E specu­
lan d o so b re las perspectivas de alguna línea de investigación,
d e sc artaría las usuales consideraciones sobre sim plicidad, ele­
gancia o incluso consistencia, con la advertencia de que tales
cualidades sólo pueden ser enjuiciadas a p ro p ia d am e n te después
del acontecim iento [...]» (L. R osenfeld, en S. R ozenthal [ed.],
N iels Bohr, his L ife and W ork as Seen by his Friends, New Y ork,
1967, p. 117).

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im puesto desde fuera, sino que es un constitutivo de
las entidades m ovidas (cf. A ristóteles: «T odo p ro ­
ducto de la natu raleza tiene dentro de sí un princi­
pio de m ovim iento y quietud»). Existen alternativas
que contienen fuentes de cam bio y de m ovim iento y
que no están ellas m ism as som etidas al cam bio y al
m ovim iento (un ejem plo es el «prim er m otor» de
Aristóteles; la concepción del átom o de N ew ton es
otro). Una altern ativ a es to d o lo que necesitam os
p a ra lanzar los argum entos de la sección 5. Ni la
lógica ni la ciencia ni la filosofía pueden cerrar las
lagunas descritas en esa sección. ¿Existe u n a form a
de aceptar la esencial arbitrariedad, la naturaleza
existencial, y, p o r tan to , «subjetiva», incluso de
nuestras decisiones «más racionales», o p o r lo
m enos de im poner cierto orden en las elecciones
hechas p o r los científicos?

8. C reo que existe un cam ino así, pero p ara


tom arlo tenem os que rechazar todos los ^iogm atis-
m os y racionalizaciones superficiales. H ay que poner
to talm en te de m anifiesto las partes arb itrarias de
nu estro raciocinio. Y entonces la argum entación es
com o sigue:
Prim er paso: considerar una carrera de caballos.
T o d o ap o stad o r dispone de ciertas inform aciones.
U sando la inform ación, puede g anar con u n a raza
particular, pero tam bién puede perder: no existe un
sistem a (aparte de interferencias en la m archa) que
garantice tener éxito en determ inada carrera. Un
ap o stad o r que vaya co n tra to d a suposición razo n a­
ble tam bién puede g an ar un buen fajo. La organi­
zación refleja esta situación: el dinero p a ra la
apu esta es su m inistrado p o r el m ism o ap o stad o r (y
p o r aquellos asociados a los que ha logrado p er­
suadir). No hay leyes que autom áticam ente em pleen
p arte del dinero de todos p ara financiar apuestas
particulares.

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Segundo paso: la ciencia difiere de la carrera de
caballos en varios puntos. P or ejem plo, la situación
de apuesta en las ciencias no está regida p o r están­
dares sim ilares. C ad a estadio alcanzado en la cien­
cia introduce nuevas reglas, nuevos hechos, nuevas
condiciones enm arcantes: «la situación intelectual
nu n ca es exactam ente la m ism a» (E. M ach; cf.
n o ta 3).
En el siglo x v n , el experim ento de M ichelson-
M orley h abría sido una im presionante pru eb a de la
inm ovilidad de la tierra; hoy constituye la base de
u n a teoría que la m ayoría de los científicos da p o r
supuesta. Existe o tra diferencia aún más im por­
tante: en u na carrera de caballos, todos los cab a­
llos, incluso, aquellos p o r los que nadie soñaría
ap o star ni un penique, pueden acabar la carrera. En
las ciencias, sólo los caballos agraciados son sufi­
cientem ente bien m antenidos p ara que puedan
correr. Al final sabem os que han llegado a un sitio;
no sabem os si otro s caballos no hubieran ido más
lejos. (Sabem os h asta dónde nos ha llevado la
m edicina científica; no sabem os si la m edicina de
los Nei Ching, si hubiera dispuesto de m edios sim i­
lares y con an álo g o prestigio social, no nos habría
llevado m ás lejos.) F inalm ente, el resultado de u n a
carrera de caballos puede afectar al ap o stad o r y a
su fam ilia, p ero la decisión sobre un p ro g ram a de
investigación en ciencia (m edicina) frecuentem ente
altera grandes zonas de todas nuestras vidas de una
form a irreversible. Eligiéndolo, hem os elegido una
form a de vida sin conocer ni su form a ni sus
consecuencias.
R esultado: la elección de un p ro g ram a de investi­
gación es u n a apuesta. P ero es u n a apuesta cuyo
resultado no puede ser com probado. La apuesta es
p ag ad a p o r los ciudadanos; puede afectar a sus
vidas y a las de generaciones futuras (basta conside­
ra r cóm o la relación de los hom bres con D ios

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quedó afectada al surgir la ciencia m oderna). A ho ra
bien, si tenem os cierta seguridad de que existe un
g rupo de p ersonas que p o r su en trenam iento son
capaces de elegir alternativas que im plicarían gran ­
des beneficios p ara todos, entonces nos inclinaría­
mos a pagarles y a dejarles actu ar sin más control
d u ran te largos períodos de tiem po. N o existe tal
seguridad ni p o r m otivos teóricos ni p o r o tro s per­
sonales. H em os de concluir que, en una democracia,
la elección de programas de investigación en todas las
ciencias es una tarea en la que deben poder participar
todos los ciudadanos.
Esta dem ocratización de la ciencia y de otras
form as de conocim iento no hará desaparecer las
lagunas descritas en la sección 5. Sin em bargo,
dadas estas lagunas, el curso más racional de acción
a to m ar es: si debe existir una elección, pero no hay
g aran tía de éxito, entonces la elección deberá
dejarse a aquellos que paguen la política elegida y
que sufran sus consecuencias. En tales circunstan­
cias, dejar la ciencia a los científicos significaría
a b a n d o n ar nuestra responsabilidad ante una de las
instituciones m ás poderosas y, si no se tom an gran ­
des precauciones, tam bién m ortales de nuestro
m edio, m ortal p ara las m entes tan to com o p ara los
cuerpos.

9. En este p u n to suelen presentarse las siguien­


tes objeciones:
O bjeción n úm ero uno: el caso Lyssenko. Res­
puesta: el caso Lyssenko m uestra lo que sucede en
un E stado to talitario ; no es un argum ento contra
to d a interferencia estatal. A dem ás, muy pocos cien­
tíficos se h ab ría n inquietado si Lyssenko hubiera
sido un especialista delicado y sensible en genética.
O bjeción núm ero dos: el público en general no
com prende suficientem ente la ciencia com o p ara
participar en la elección de program as de investiga­

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ción. R espuesta: tam poco los científicos com pren­
den la ciencia. La m ayoría de ellos intenta sustituir
opiniones im populares m ediante argum entos tan
sim plistas com o los descritos al com ienzo de la sec­
ción 5, m ientras que la investigación que nos ap o rtó
las teorías m ás destacadas de la ciencia m oderna
era m ucho más com pleja. A dem ás, hay m uchos
científicos que son egom aníacos de m entalidad
estrecha y que inten tan m ejorar su posición en la
profesión y están com pletam ente desinteresados p o r
el bienestar hum ano.
O bjeción n úm ero tres: la m ejor m anera de hacer
u n a ciencia que m uestre m ás interés p o r las necesi­
dades públicas es «educar» a los científicos, es
decir, fam iliarizarlos con las hum anidades. Res­
puesta: una sugerencia m uy poco realista. ¿Quién va
a sacar a los científicos de sus laboratorios y llevar­
los, digam os, a una conferencia filosófica? Adem ás,
la m otivación es egoísta: uno quiere m antener al
público fuera de los asuntos académ icos. P ero, si la
ciencia necesita u n a supervisión pública, tam bién
las hum anidades y cualquier com binación de
am bas.
O bjeción núm ero cuatro: la analogía con u na
carrera de caballos es u n a caricatu ra de la situación
actual de las ciencias. En la ciencia tenem os hechos
y leyes que deben perm anecer siendo válidas — no
im p o rta cuáles— , que crean nexos entre distintos
program as de investigación y posibilitan a los cien­
tíficos el hacer predicciones sobre la estructura de
p ro g ram as de investigación que tengan éxito. Res­
puesta: pueden predecir que una tosca conjetura
que colisione con un detallado program a de investi­
gación no llegará a resolver los problem as resueltos
p o r dicho program a. Pero no pueden predecir lo
que sucedería si se d esarro llara tal conjetura en
to d o su detalle. A dem ás, nuevos desarrollos ponen
frecuentem ente de relieve zonas todavía nuevas y no

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tratadas. En éstas pueden pronto superar a sus riva­
les. El problem a entre la biología m olecular y la
m edicina del N ei Ching es un caso m ás de dicha
situación.

10. La respuesta a la cuestión b) es ah o ra obvia:


depende del p u n to de vista. U na persona práctica,
interesada p o r el p o d er sobre el universo m aterial y
convencida de que la ciencia va a sum inistrarle tal
poder, ten d rá la m ayor estim a de la ciencia. Se con­
ten tará con aproxim aciones y m o strará sólo un leve
interés p o r una investigación básica. U na persona
interesada en el conocimiento (fáctico) q u ed a rá insa­
tisfecha ante m eras aproxim aciones e in ten tará
co n stru ir teorías de gran alcance. Pero p a ra una
persona espiritual, interesada en el bienestar de las
almas, la ciencia p o d rá ser un trem endo ejercicio de
futilidad: cu an to m ejor sea, tan to peor serán sus
efectos. Tal p erso n a p o d rá adm itir que, viviendo en
un a era científica, no podem os existir sin cierta
preparación en m aterias científicas, pero esto ape­
nas le reconciliará con la ciencia, lo m ism o que la
necesidad de estudiar la langosta en zonas infecta­
das p o r ella no h a rá que la gente am e la langosta.
En una dem ocracia, la decisión sobre el poder a
entregar a distintos puntos de vista está en las
m anos del electorado. P or esto, en una dem ocracia,
tam bién el puesto de la ciencia en la educación,
etcétera, está en las m anos del electorado.
Supongam os ah o ra que valoram os el conoci­
m iento del p o d er sobre la naturaleza. ¿O btendrá así
la ciencia el sobresaliente? La respuesta a esta p re­
gu n ta es que no lo sabem os. Sabem os lo que han
logrado las ciencias y hasta dónde nos han traído (a
través del trab a jo de relaciones públicas de la cien­
cia, con dem asiada frecuencia este conocim iento se
convierte en m itos o rum ores), pero no sabem os lo
que h ab ría logrado un procedim iento distinto, y

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tam poco sabem os cóm o habríam os enjuiciado los
logros que h ab rían surgido así en nuestro m edio.
Podem os p lan tear la pregunta en térm inos todavía
más concretos. Supongam os que los m étodos cientí­
ficos de diagnóstico, tratam ien to o prevención de la
enferm edad, adm inistración, etc., son reem plazados
totalm ente p o r m étodos de un sistem a m édico alter­
nativo: ¿m ejoraría esto la calidad general de vida
vista desde la perspectiva de los que reciben un tra ­
tam iento? No lo sabem os. T odavía peor: no existe
ninguna evidencia científica que nos capacite p ara
responder a esta cuestión en térm inos científicos.
U na evidencia científica necesita grupos de control
tratad o s de una form a no científica, pero la form a­
ción de tales grupos de control está frecuentem ente
h asta p ro h ib id a p o r la ley, y la profesión m édica se
opone fuertem ente a ella. Así es que poseem os
inform aciones aisladas sobre éxitos y fracasos en
am bas zonas, p ero no tenem os idea de lo que tales
logros nos refieren sobre el cuadro total (por ejem ­
plo, el papel de la m edicina científica en la elim ina­
ción de plagas sigue siendo todavía muy oscuro).
La m edicina científica, tal com o se la practica
hoy, p o d ría ser muy bien u n a enferm edad social
peligrosa que ocasionalm ente d a a la gente la sensa­
ción de estar bien, pero su desaparición podría
q uizá m ejorar la calidad de vida de u n a form a ni
so ñ ad a aún. E sto, desde luego, no es nada nuevo:
cualquier estadio de la ciencia puede revelarse luego
que es una m era ilusión p o r cualquier conjetura p o r
ab su rd a que parezca ésta a prim era vista (cf. sec­
ciones 4 y 5, supra). La conclusión es la m ism a que
antes: en u na dem ocracia, la decisión final sobre la
investigación a hacer y los resultados que deben ser
enseñados co rresponden a los ciudadanos, NO a los
expertos.

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CIENCIA COMO ARTE

UNA D IS C U S IO N D E LA T E O R IA D E L A R T E
D E R IE G L R E A L IZ A D A C O N EL IN T EN TO D E
A P L IC A R L A A LA C IE N C IA

El siguiente ensayo sigue mi lección inaugural en


la Escuela Técnica Superior de la C onfederación, en
Zurich, del 7 de ju lio de 1981. R ealm ente, esta lec­
ción no fue tal, sino una conferencia de tem a libre.
En el texto escrito se ha m antenido en lo posible el
estilo de la conferencia pronunciada.

1. UN E X P E R IM E N T O R EN A C EN TISTA
Y SUS C O N SE C U EN C IA S

En u na biografía de Filippo Brunelleschi, M a-


netti, am igo y a d m ira d o r del gran arquitecto, p re­
senta la siguiente n arración de un suceso que ocu­
rrió en F lorencia el añ o 1425:
En este caso de perspectiva, p o r p rim era vez m o stró
él una tab la de ap ro x im ad am en te m edio codo en c u a­
d ro en que h a b ía realizad o u n a represen tació n de la
vista e x te rio r del tem p lo de San G io v an n i en F lo re n ­
cia (es decir, del B aptisterio). Y lo d ibujó tal com o se
ve desde fu era. Al parecer, m ien tras d ib u ja b a se
e n co n trab a a unos tres codos hacia el in terio r de la
p u e rta c en tral de S anta M aría del F iore. Y ha creado
su c u a d ro con ta n ta diligencia y belleza, con tan ta
exactitud en los colores del m árm ol b lanco y negro,
que ningún p in to r m in ia tu rista lo h ab ría p o d id o hacer
m ejor [...] y to m ó com o tran sfo n d o del d ibujo un
espejo pulid o , de fo rm a que reflejara la a tm ó sfera y el
cielo n a tu ra l, así com o las nubes que e m p u ja b an el
viento c u a n d o so p lab a. El p in to r p ro c u ra b a determ i-

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Imagen Espejo

<¿L
-------------,
Ojo
Baptisterio

F i g u r a 1. E xperim ento de Brunelleschi.

F i g u r a 2. Principio de c onstrucción según K rautheim er.

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n a r u n único sitio desde el que se p u d iera c o n tem p lar
el c u a d ro . Y p a ra que no p u d iera com eterse falta
a lg u n a en su contem p lació n , d a d o que la im agen varía
p a ra el ojo según el sitio, hab ía hecho un a g u je ro en
la tab la en que se e n co n trab a la im agen, situ á n d o lo en
la re p ro d u c c ió n del tem plo de San G io v an n i, e x acta­
m ente en el p u n to a d o n d e m iraba el ojo desde el inte­
rio r de la p u e rta c en tral de S a n ta M a ría del F io re en
que h ab ía e stad o él m ien tras p in ta b a . Este a gujero era
tan p e q u eñ o com o u n a lenteja p o r el lad o de la im a­
gen y se a b ría piram id alm en te hacia la p a rte p o ste rio r
en form a de so m b re ro de paja de m ujer, h asta el
tam a ñ o de un d u c a d o o algo m ás. El q uería que el
esp e c ta d o r c o lo c ara su ojo en la p a rte p o ste rio r del
c u a d ro d o n d e el a g u jero era grande y que con u n a
m an o ace rca ra la im agen al ojo m ientras que con la
o tra se m an ten ía frente a la tabla un espejo p la n o que
reflejara la im agen. La distancia del espejo de la
segunda m ano d eb ía su p o n e r tan to s codos pequeños
com o la d istan cia en codos reales desde el sitio en que
h abía e stad o d u ra n te su d ib u jo h asta el tem plo de San
G iovanni. J u n to con las o tras circunstancias m encio­
n a d a s, el espejo p u lid o , la Piazza y lo d em ás; al m ira r
desde dicho p u n to la im agen, parecía que realm ente se
veía el m ism o B aptisterio. Y yo lo tuve en la m an o y
lo c o ntem plé entonces m uchas veces y p uedo testim o ­
niar la v erdad de lo dicho

A \ E l rayo que incide oblicuamente no


produce efecto

F i g u r a 3. La pirám ide visual.

1 C ita según E ugenio B attistini, Philippo Brunelleschi, S tu tt­


g art-Z ürich, 1979, 103.

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El hecho tiene todas las propiedades de un expe­
rimento científico. En prim er lugar, se realiza una
comparación entre un objeto producido p o r el hom ­
bre, la imagen dibujada p o r Brunelleschi, y la «reali­
dad». En segundo lugar, la com paración no queda
al arb itrio del experim entador; éste no m ira la cosa
sim plem ente, sino q ue la exam ina bajo condiciones
determ inadas estrictam ente: debe situarse en un
p u n to calculado con exactitud, a unos nueve pies
d en tro de la en tra d a de la catedral, m antiene el
a p a ra to a unos cinco pies de altura, m ira a través
de una ap e rtu ra en el centro de la im agen y sitúa el
espejo a una distancia tam bién calculada exacta­
m ente. El espejo refleja en su m itad inferior la im a­
gen dibujada, en la m itad superior las nubes, de
form a que el esp ectador contem pla una com bina­
ción de arte y realidad. Se aleja entonces el espejo,
y el efecto es que no se altera lo visto, aunque
ah o ra se trata de la «realidad». En tercer lugar, el
ob jeto a enjuiciar, es decir, la im agen, no ha sido
pin tad o sim plem ente, sino que se le ha construido de
acuerdo con reglas. Estas reglas, com o sospecha
K rautheim er, proceden — y éste es el cuarto
p u n to — de la práctica de la proyección horizontal y
vertical en perspectiva (fig. 2), que Brunelleschi
conocía muy bien com o arquitecto. Pero la m era
práctica no explica p o r qué la construcción lleva a
idéntica im presión de im agen y realidad. P ara esto
hay que com binarla con una determ inada concep­
ción sobre la naturaleza del proceso visual. Según la
muy plausible sospecha de Edgerton 2, esta concep­
ción, siguiendo la óptica m edieval (Bacon, Geck-
ham ), une el proceso visual con una pirám ide de
rayos visibles. Sólo aquellos rayos que llegan verti­
calm ente a la superficie del ojo producen un efecto.

2 The Renaissance Rediscovery o f Linear Perspective, New


Y ork, 1975.

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G eneran una im agen bidim ensional de la cara del
objeto ofrecida al ojo. En q uinto lugar, la actividad
to d av ía muy intuitiva de Brunelleschi en este expe­
rim ento conduce p ro n to a una am plia y tam bién ya
algo d o ctrin aria teoría sobre la p intura. En el tra ­
tad o Delia pittura, de Leon B attista A lberti, se
encuentra la siguiente definición:
La im agen es un co rte transversal de la pirám ide
óptica.

La producción de una im agen se convierte así en


un problem a de geom etría. Según A lberti, el p ro ­
blem a puede resolverse, pues:
Existen nuevos principios que nos p erm iten repre­
se n tar en un plan o las condiciones de que p arte la
pirám ide. La fu nción del p in to r [sin em bargo] es la
siguiente: d ib u ja r con líneas un plan o y c o lo re arlo de
form a tal que, co n sid erad o a cierta distancia y desde
un p u n to d e te rm in a d o , se asem eje p lenam ente a los
objetos representados.

Y A lberti continúa sus reflexiones 3:


N u estras p rescripciones en que se d iscute del a rte
perfecto y a b so lu to del p in ta r son m ás fácilm ente
c om prensibles p a ra un geóm etra que para una persona
que no co nozca la geom etría. P or esta razón su b ray o
yo que es necesario que el p in to r ap ren d a geom etría.

Así, pues, la p in tu ra es una ciencia que se inserta


sin solución de continuidad en el conjunto de las
otras ciencias.
Esta nueva concepción de la pintura —y éste es el
sexto p u n to — se em plea p ara m ejorar su posición
d en tro del d o m in io de las ciencias y artes. D esde la
A ntigüedad h asta el R enacim iento, la p in tu ra, la
escultura y la arq u itectu ra habían sido m eram ente
artesanía. P latón clasificaba a arquitectos, esculto­
res y zap atero s com o obreros m anuales. P índaro

' Della pittura. com ienzo del tercer libro.

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escribió odas a los atletas, a los luchadores, a los
políticos, pero no m enciona ni a pintores ni a escul­
tores. A ristófanes m enciona a m úsicos, poetas,
luchadores y políticos, pero jam ás a pintores y
escultores. Las universidades medievales asum ieron
la m úsica y la poesía entre las artes liberales, pero
la p in tu ra siguió entre las actividades grem iales.
Parece que fue G io tto el prim er p in to r y arquitecto
a cuyo arte se concedió la m ism a categoría que a la
m úsica o a la poesía. H oy m ism o las disciplinas
m ás diversas intentan m ejorar su prestigio m os­
tran d o de una u o tra form a sus nexos académ icos
o, com o suele expresarse, su cientificidad. Así, p o r
ejem plo, los astrólogos que ganan m ucho dinero no
se co n ten tan con ello. T am poco les b asta que
m uchas p ersonas sigan sus esfuerzos casi con reve­
rencia religiosa (quieren ser tam bién científicos). Ya
en la época de A lberti ay u d ab a la ciencia a ob ten er
prestigio, y A lberti intenta m o strar que la p in tu ra y
la arq u itectu ra tienen bases científicas. Sus esfuer­
zos tienen éxito y p ro n to Vasari funda, en F loren­
cia, la prim era academ ia de arte, la Accademia del
Disegno. N o p asará m ucho tiem po sin que llegue a
lam entarse la rigidez de la p in tu ra académ ica.
¿Existe m ejor p ru eb a de la cientificidad del con­
ju n to de este desarrollo?
En séptim o lugar, a la queja precede una crítica
objetiva de los principios de la nueva p intura.
A lberti había to m ad o de Euclides el principio de que:
Si el ángulo de visión es m ás agudo,
entonces el objeto visto parece m enor.

P osteriorm ente, en K epler y D escartes, este prin ­


cipio desem peñaría un im portante papel en la
ó ptica occidental. E xpresándolo de form a m oderna,
supone la igualdad entre el espacio visual y el
óptico-físico. L eonardo critica esta equiparación y
llam a la atención sobre un fenóm eno que hoy en

128

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psicología se llam a el fenóm eno de la constancia.
Sobre to d o subraya L eonardo que las leyes presen­
tad as p o r A lberti sólo tienen validez en condiciones
muy determ inadas y restringidas, exactam ente en
aquellas condiciones que Brunelleschi había ya
resaltado en su experim ento. Pero un p in to r no
p in ta n orm alm ente p a ra tu erto s con u n a cabeza
ato rn illad a a un p u n to fijo; pinta p a ra personas que
se m ueven librem ente ante la im agen. Y, si la im a­
gen debe aparecer com o algo natural y no defor­
m ado p ara estos espectadores, entonces deberá
construirse según o tras leyes.

2. V A L O R A C IO N D E L E PISO D IO

Un análisis de este episodio, de sus condiciones y


de sus repercusiones a p o rta algunas interesantes
ideas sobre las relaciones entre arte y ciencia.
C onsiderem os en prim er lugar una interpretación
m uy difundida, que parece muy natural al hom bre
m oderno y que han defendido y siguen defendiendo
tod av ía num erosos historiadores de las artes y de
las ciencias.
D e acuerdo a esta interpretación, el hom bre ha
sido colocado en un m undo lleno de orden, vive en
un Cosmos. El no lo percibe inm ediatam ente, e
incluso, cuando com ienza a reconocer lentam ente
los rasgos del m undo, con frecuencia le faltan los
m edios p ara expresar adecuadam ente su conoci­
m iento. Pero el hom bre aprende. L entam ente
m ejora su situación. D esaparecen errores y percep­
ciones toscas; en su lugar aparece una form a de
represen tar la realidad m ás n atu ral y m ás adecuada
a ella. Así es com o tan to las artes com o las ciencias
progresan desde un conocim iento im perfecto hacia
un conocim iento y representación del m undo cada
vez mejores.

129

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Un ejem plo de esta interpretación se encuentra en
la o b ra de G iorgio V asari, Descripción de la vida de
fa m osos arquitectos, escultores y pintores 4:
En la E ra p rim e ra y m ás a n tig u a vim os a las tres
arte s (a rq u itec tu ra, p in tu ra y escultura) to d av ía m uy
lejos de su perfección y, a u n q u e ya p ro d u jera n ciertas
cosas buenas, esto venía a co m p añ a d o de ta n ta im per­
fección que c iertam en te no q u e d ab a m ucho lu g ar para
grandes a lab an zas. En la segunda E ra se ve in m ed ia­
tam ente que el a rte ha m ejo rad o m ucho, ta n to en sus
proyectos co m o en su realización, que se hace con
m ejor dib u jo , p ro ced im ien to y m ás c u id ad o . Así es
com o a h o ra ha desap arecid o aquella h errum bre
pasad a de m oda, p o r así decirlo, y aquella to rp ez a y
falta de fo rm a que se le h a b ía n a d h e rid o p o r la falta
de com petencia de los tiem pos antiguos [...]. Precisa­
m ente es algo p ro p io de las a rte s, algo in trín seco a su
peculiar n a tu ra le z a, el que p artien d o desde un hum ilde
com ienzo m ejoren m ás y m ás, h a sta llegar finalm ente
a la cu m b re de la perfección [...]. Así se ve có m o la
m anera griega, prim ero gracias a C im abue y luego por
el im pulso a p o rta d o p o r G io tto , m urió p ro n to y dejó
a p are ce r en su lu g ar u n a nueva m anera que quisiera
d e n o m in a r la m anera de G io tto [...]. En ella en co n ­
tra m o s su p e rad a s aquellas líneas de c o n to rn o que
ro d e ab a n al p rin cip io las figuras, los ojos m uy a b ie r­
tos, los pies colocados sobre sus puntas, las m anos
ala rg ad a s, la fa lta de som bras y o tro s toscos defectos
de aquellos p in to res griegos; y, en com pensación,
aquella a g rad a b le elegancia de las cabezas y un c o lo ­
rido suave. Sobre to d o , G io tto prestó a sus figuras
actitudes m ejores, p o r prim era vez m o stró algo de
vida en las cabezas, con los pliegues de sus vestidos se
acercó m ás que sus predecesores a la n atu raleza y
tam bién d e sc u b rió ya algo de perspectiva y a c o rta ­
m iento en las figuras. A dem ás, com enzó una represen­
tación de los m ovim ientos del án im o , de fo rm a que se
pueden reconocer en él un cierto g ra d o de expresiones
de tem o r, de esp eran za, de cólera y de a m o r, y la
m anera suave de su form a de p in ta r sustituye la form a
a n te rio r d u ra y torpe.

4 P u blicada p o r p rim era vez en 1550 — segunda edición en


1568— y cita d a aquí según la traducción de W ackernagel
(1916).

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H asta aquí V asari sobre las artes cuya historia
narra. M uchas descripciones de la historia de las
ciencias siguen un esquem a análogo. El esquem a no
puede arm onizarse ya con los conocim ientos histó­
ricos que poseem os actualm ente.
Es verdad que los «com ienzos del arte», tal cual
los conocem os hoy, se encuentran «lejos de la p er­
fección», si se com prende, com o Vasari, la perfec­
ción com o n atu ralism o y vivacidad. Según A. Leoi-
G o urhan, antes del período clásico del arte paleolíti­
co, que supera en naturalism o y vivacidad a m uchas
representaciones posteriores (figuras 4 y 5), hubo

F i g u r a 4. F ont-de-C óm e, fase D (parte de la im agen).

períodos con im ágenes abstractas y desproporcio­


nadas. Pero la situación no m ejora continuam ente
de la form a descrita p o r Vasari. A la viveza del
período clásico no sigue una época aún m ás

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realista, sino u na creciente esquem atización: faltan
detalles, la imagen queda dom inada p o r toscas
líneas de co n to rn o (fig. 5a).

F ig u r a 5a. M esolitico, estilo español oriental.

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Sólo fo rzando las cosas puede describirse un des­
arro llo de este género com o decadencia. El halcón
en la estela triu n fal del Rey N arm er (prim era dinas­
tía, hacia 2900) tiene un m ovim iento vivo (fig. 6,
arrib a a la derecha); el halcón en la estela funeraria

F i g u r a 6. Im agen del rey N arm er en la ba ta lla , anverso


(M useo de El C airo, C G 14716).

del rey W adj (asim ism o prim era dinastía) es más


rígido, está estilizado, le falta la viveza que tan to
significa p a ra V asari (y con to d o , no podem os
h ab lar aquí de decadencia. La realización artística
es espléndida, la rigidez no es un defecto, sino un
signo de concentración extrem a. P osteriorm ente, en
el taller de T utm osis en Tell el A m arna (el antiguo

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F i g u r a 7. E stela fu n eraria del rey W adj (El L ouvre, E 11007).

A chet-A ton) se encuentran m áscaras realistas de


m odelos vivos, con todas las protuberancias y
hoyos del cráneo (fig. 9), y, sin em bargo, a su lado
hay tam bién form as m ucho m ás simples. Un ejem ­
plo extrem o es la cabeza totalm ente lisa y m uy
alargada hacia atrás de un funcionario (fem enino)
(fig. 8). M uestra que «por lo m enos m uchos artistas
conscientem ente se co m p o rtab an de form a indepen­
diente an te la naturaleza» 5. D u ra n te la m o n arq u ía

5 H . Scháfer, Von A egyptischer K unsl 4, W iesbaden, 1963,


página 63.

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de Am enofis IV (1364-1347), que sustituyó la vieja
religión sacerd o tal p o r un culto solar, y las petrifi­
cadas form as del arte tradicional p o r un expresio­
nism o casi salvaje, la form a de representar se alteró
incluso dos veces. La prim era alteración, la que se
acab a de describir, aparece sólo cu a tro años des­
pués de su subida al trono. Así pues, existía tan to
la cap acid ad visual com o la técnica p a ra un estilo
que se distinguía del tradicional. D educir desde el

F i g u r a 8. C abeza de u n fun cio n ario (M useo del E stad o , Ber­


lín, 14113).

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F ig u r a 9. C abeza de una princesa (M useo del E stad o , Ber­
lín, 21364).

estilo u na nueva m odalidad en la experiencia del


m undo o una d istinta capacidad técnica im plica p o r
esto argum entos especiales, no es algo evidente y
puede llevar con frecuencia al error. Sobre todo
cuando las circunstancias externas pueden influir en
el curso del arte (y de las ciencias). Un ejem plo: las
reglas estéticas dictadas p o r el C oncilio de T rento y
la consecuente m odificación en el arte eclesial.
Reflexiones com o esta han llevado a una concep­
ción del desarrollo del arte, que se diferencia fun­

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dam entalm ente de la de Vasari: en el arte no existe
ningún progreso y ninguna decadencia. Pero existen
diferentes form as estilísticas. C ada form a de estilo
es algo perfecto en sí y obedece a leyes propias. El
arte es la pro d u cció n de form as de estilo y la histo­
ria del arte es la h isto ria de su sucesión. E sta con­
cepción fue ju stificad a y d esarro llad a con gran cla­
rid ad p o r A lois Riegl en su o b ra Spatróm ische
Kunstindustrie (In d u stria artística del final de la
época ro m a n a ) 6.
Riegl basó su idea en una investigación del an ti­
guo arte cristiano, que generalm ente era conside­
rad o com o un fenóm eno de decadencia. Se decía
que el arte cristiano prim itivo no h abía constituid o
un fenóm eno positivo, sino que había sido m era­
m ente un resto: no sería sino el m ism o arte antiguo
despojado de sus características escandalosas e imi­
tad o im perfectam ente p o r falta de talento y capaci­
d ad artesanal.
Riegl escribe:
Es realm ente significativo que jam á s nadie haya
e m p re n d id o la tarea de investigar en detalle el pre­
su n to proceso de una destrucción violenta del a rte clá­
sico p o r los b á rb aro s. Sólo se h ab lab a en térm inos
generales de una barb arizació n , d e ja n d o los detalles de
ésta en una niebla im penetrable, a u n q u e la hipótesis
m an te n id a no h a b ría pod id o subsistir a la disipación
de dicha nebulosidad. Pero ¿qué p o d ría haberse
puesto en su lugar c u a n d o se d a b a p o r evidente que el
a rte ro m a n o del últim o p erío d o no h ab ía significado
ningún progreso, sino sólo una decadencia? 7.

Riegl investiga la arquitectura, escultura y p in tu ra


de la época y encuentra que obedecen a ciertas leyes
de estilo: el m aterial es elab o rad o y o rd e n ad o de
una form a muy peculiar.

6 P ublicada p o r prim era vez en 1901 y reim presa en 1973 por


la W issenschaftliche Buchgesellschaft.
7 Riegl, o.e., p. 7.

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E n la o b ra de a rte se concede a las cosas una plena
trim en sio n alid ad . Así se reconoce tam bién la existen­
cia del espacio, p e ro sólo en la m edida en q u e se
adhiere a los individuos m ateriales, es decir, com o un
espacio c e rra d o en sí e im p en etrab le, m edible cú b ica­
m ente, no co m o un espacio de infinita p ro fu n d id a d
e ntre las cosas 8.
L o p ecu liar de la a rq u ite c tu ra ro m a n a de la últim a
época se e n cu e n tra en su a ctitu d an te el problem a del
espacio. R econoce el espacio com o una m agnitud
m aterial cúbica (en esto se distingue de la a rq u ite c tu ra
del A ntig u o O riente y de la clásica); p ero n o lo reco­
noce co m o u n a m ag n itu d sin form a e in fin ita (en esto
se distingue de la a rq u itec tu ra m oderna).
P a ra ver con plena clarid ad estas condiciones basta
situ ar m entalm ente ju n to u n a construcción central
ro m a n a , un tem p lo griego y u n a iglesia gótica de
aldea. H oy (¡1901!) en co n trarem o s chocantem ente
d u ro s los c o n to rn o s del edificio central (el P anteón);
esto p o d ría so rp re n d e r si se considera que tam bién
nuestra m o d ern a visión del arte se apoya en una c o n ­
tem plación a distancia, pero se explica p o r el hecho de
que la c o n stru cció n central ro m an a busca plenam ente
en sí m ism a la conclusión individual. En cam b io , n o s­
o tro s exigim os una sensibilización de la u n id ad de la
c o n stru cció n individual con el espacio c irc u n d an te , y
p o r esta razó n la a g u d a to rre de iglesia que penetra
c o rta n te m en te en el espacio atm osférico despierta
n u e stro a g rad o . P ero tam bién el tem plo griego
e n cu e n tra gracia a n te nuestros ojos, p o r m ás que se
delim ite estrictam ente an te el espacio circu n d an te,
pues p o r lo m enos busca u n a conexión con el plan o
b ásico (ideal) q u e le ro d e a , y esta conexión de una
form a a rtística con dos dim ensiones espaciales nos
b asta p a ra hacernos olvidar la conexión con la tercera.
C iertam en te, la c onstrucción central ro m an a no ha
p e rd id o to ta lm e n te el nexo con el p lan o , pero al
m enos p a ra u n a c o ntem plación detallada lo ha debili­
tad o su stancialm ente, y el aislam iento p ro d u cid o así es
lo que nos hace rechazar sem ejante tipo de c onstruc­
ción. T o talm en te aislado se en cu en tra el o tro tip o de
construcción ro m an a tardía: la basílica.

8 lbídem , p. 34.

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La escultura satisface a las mismas leyes de estilo.
P ara m ostrarlo , Riegl analiza entre otros objetos el
relieve del arco de C onstantino, construido hacia
el 315:
L as d istin ta s p a rte s de las figuras se e n cu e n tra n
se p a ra d a s un as de o tra s p o r zonas en so m b ra s, lo que
se aprecia especialm ente en el tra ta m ie n to del cabello
y vestidos. Así es com o, de la m ism a fo rm a que se
relacionan las figuras con el co n ju n to , tam bién los
m iem bros y los vestidos no se e n cu e n tra n en una rela­
ción de p alpable unión frente a las figuras, sino en ais­
lam iento ó p tico m u tu o 9.

F inalm ente, el p in to r del arte rom ano tard ío se


im pone a sí m ism o la tarea
de p re sen ta r al ojo del o b se rv ad o r to d as las p artes de
sus figuras con la m ism a in te n sid a d , en lu g ar de de ja r
que u n a pa rte de ellas se pierda en el espacio, es decir,
p e rm itie n d o que las a b so rb a la luz o las zonas de
som bras l0.

Es incom prensible que pueda llegarse a h a b la r de


«decadencia» a n te o b ra s com o los m osaicos de de San
V itale, pues cada línea testim onia una clara reflexión y
u n a v o lu n ta d positiva artística. P ara v a lo ra r plena­
m ente el efecto c o n tu n d e n te re tra tista de las cabezas
en su im p o rta n cia artística, hay que reflexionar que,
p rescin d ien d o de sus c o n to rn o s, dicho efecto aparece
p ro d u c id o en lo substancial sólo p o r lo c aracterístico
de la m ira d a (ju n to a a lgunas so m b ra s lineales), m ien­
tras que, en cam bio, ha desaparecido aquí to d o m ode­
lad o de las superficies de m úsculos en sem isom bras,
que era lo que h ab ía c o n stitu id o el elem ento artístico
en el arte del re tra to antes de M arco A urelio. Si nos
c h o ca n estos re tra to s ju stin ia n o s y no nos llenan p le­
nam ente, esto se debe m eram ente a la falta de la u n i­
d a d espacial en la im agen: cada figura (y cada p arte
de la m ism a) se concibe ó p tic a m e n te p o r sí sola, sin
c onsideración a las figuras colin d an tes que se encuen­
tra n en la m ism a sección del espacio, p o r lo cual

9 Ibídem , p. 89.
10 Ibídem , p. 237.

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F igura 10. Arco de Constantino (Rom a). Relieve con el reparto del dinero.
tenem os que cosechar aislad am en te cad a fig u ra desde
la im agen, si es que querem os d isfru ta r realm ente de
ellas. In d u d a b le m e n te, el a rte ro m an o ta rd ío (y el
b izantino) ni siquiera ha buscado u n a nueva un id ad
espacial [...]

E sto se m uestra tam bién en los intensos contras­


tes de color en el m osaico o en las m iniaturas de los
libros, en las líneas de contorno que tan to aborrecía
V asari, en la ac titu d com o de suspensión de los
pies 12 y en o tras cosas.
R esum iendo, Riegl caracteriza así las leyes estilís­
ticas del arte ro m an o tardío:
La v o lu n ta d estética del arte ro m an o tard ío se
e n cu e n tra to d av ía sobre el fu n d a m e n to co m ú n de la
v o lu n ta d estética de to d a la A ntigüedad a n te rio r, que
seguía o rien tán d o se a la p ura c aptación de las form as
singulares individuales en su m anifestación d irecta
m aterial evidente [... Se] distingue [...] de la de a n te ­
riores p e río d o s a rtístico s de la A n tig ü ed ad [...] en que
no se c o n te n ta ya con c o n te m p la r la fo rm a singular
en su extensión ¿¡dim ensional, sino que quiere ver esta
m ism a com o presente en su aislam iento espacial com ­
p leto tridim ensional. C on esto, fo rzosam ente se p ro ­
ducía u n a disolución de la fo rm a singular del plan o
visual universal (el tran sfo n d o ) y un aislam iento de la
m ism a fo rm a frente a ese plan o básico y frente a otras
fo rm as singulares. P ero, así, no sólo se libera la fo rm a
individual, sino tam bién las d istin ta s zo n as interm e­
dias en el tran sfo n d o en tre las form as singulares que
antes h a b ía n e sta d o enlazadas en el p lan o básico
com ún (tran sfo n d o ); el com pleto aislam ien to de la
fo rm a sin g u lar tuvo así com o consecuencia u n a em an­
cipación de tos intervalos; la elevación del tran sfo n d o
an te rio rm e n te neu tral e inform e al ran g o de p otencia
a rtística , es decir, a u n a p o ten c ialid a d fo rm al, a u n a
u n id a d individual con potencialidad form al en sí
m ism a 13.

11 Ibídem , p. 252.
12 Ibídem , p. 251.
13 Ibídem , pp. 389 y ss.

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F igura 11. M osaico, San Vitale (R àvena).
El nuevo estilo se distingue así, ciertam ente, del
estilo del arte clásico. Pero la diferencia no consiste
en u na decadencia del arte clásico o en que se haya
perdido algo p ro p io de él. Las nuevas leyes estilísti­
cas que incluso m enciona V asari en su d iatrib a, y
que, p o r tan to , tuvo que conocer (líneas de con­
to rn o , falta de som bras, rigidez, etc.), son algo bien
d eterm inado, delatan u n a concepción positiva o,
com o dice Riegl, son la expresión de u n a nueva
voluntad artística muy específica.
A pliquem os ah o ra este resultado al experim ento
que he descrito en la prim era sección. Según la idea
del progreso, el experim ento y las generalizaciones
hechas a p artir de él p o r A lberti son im portantes
estadios en un desarrollo continuo, que conduce a
una representación cada vez m ejor y m ás fidedigna
de lo real. Según Riegl, no encontram os aquí p ro ­
greso, sino m ero cam bio. El nuevo estilo perspecti-
vístico tiene el m ism o grado de perfección interna
que el de la maniera greca apostrofada p o r V asari
(sim plem ente obedece a diferentes principios estilís­
ticos). El experim ento m uestra que estos principios
pueden realizarse de distintas form as, p o r imágenes
muy bien constru id as sobre un lienzo, pero que
deben contem plarse de una form a muy poco n a tu ­
ral, o p o r u na contem plación asim ism o muy poco
n atu ral de objetos tridim ensionales, com o la del
B aptisterio. La cuidadosa preparación m uestra que
tam bién en el últim o caso no se ab a n d o n a uno sen­
cillam ente a u na «realidad», sino que se intenta
im poner los nuevos principios estilísticos tam bién
en el espacio óptico. El experim ento co m para preci­
sam ente dos obras artísticas. U na es la im agen del
B aptisterio; la o tra, el m ism o B aptisterio, p ero no
tal com o es «en sí m ism o», sino tal com o aparece a
un o b serv ad o r situ ad o en una determ inada form a y
h ab itu ad o a las peculiaridades de la perspectivas.
Así pues, ni nos hem os acercado m ás a u n a «reali­

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dad» no afectada p o r el arte, ni nos hem os alejado
de ella.
H asta aquí, dos concepciones extrem as del papel
de la perspectiva central y del desarrollo de las
artes. ¿Qué concepción debe preferirse y en qué
consisten sus ventajas?

3. R E A L ID A D

En el segundo a p a rta d o he descrito brevem ente la


siguiente teoría del desarrollo del conocim iento
hu m an o y de su capacidad artística: el hom bre ha
sido situ ad o en un m undo bien ordenado, vive en
un Cosmos. N o lo com prende inm ediatam ente y,
aunque com ience a conocer lentam ente la realidad,
con frecuencia le faltan los m edios para expresar
adecuadam ente este conocim iento. El hom bre ap ren ­
de. L entam ente m ejora su situación. D esaparecen
errores y asperezas; en su lugar aparece una form a
de representación más natural y objetiva. Uno
en cu en tra «verdad». T an to las artes com o las cien­
cias avanzan desde un conocim iento y representa­
ción del m undo im perfectos a form as cada vez más
adecuadas de conocim iento y representación del
m undo.
P ara la persona a cuya m entalidad responde esta
teo ría, las ideas de Riegl son m uy inusitadas. C ier­
tam ente existe una g ran diferencia entre la M ujer en
azul, de Léger (fig. l ia ) , y el dibujo de F ara d ay , de
G eorg R ichm ond (fig. 12). Q uizá consideradas
desde el p u n to de vista form al sean igualm ente p er­
fectas am bas im ágenes, pero no puede negarse que
u n a representa adem ás un objeto real, es decir, una
persona que vivió en un tiem po, cuyos rasgos
vem os y que p o d ría reconocerse a p a rtir de su im a­
gen, m ientras que la o tra es una p u ra com binación
de colores sin significado objetivo. Si uno afirm a,

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F igura 12. M ichael F a ra d ay (1791-1867). D ib u jo de G eorge
R ichm ond.

com o lo hace RiegI, que am bas im ágenes y tam bién


o tras m uchas obras de arte pueden coexistir sin
conflicto unas al lado de o tras, entonces se estará
afirm ando que el arte no tiene n ad a que ver con la
realidad. Pues la realidad —y éste es el pensam iento
fu n d am en tal en la argum entación— es una; y sólo
una fo rm a de representación puede ser la adecuada.

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El argum ento se hace plausible cuando se consi­
deran análogas situaciones en el cam po de las cien­
cias. Tam bién aquí existe una actividad que consiste
en d esarro llar form as sólo atendiendo a su perfec­
ción interna, es decir, la matem ática pura:
La m atem ática p u ra es el análogo científico al
arte según Riegl. C om o el arte de Riegl al. artista,
así la m atem ática p u ra concede al científico u na
gran libertad en la construcción de m undos ap aren ­
tes. C u an d o el h om bre se concentraba exclusiva­
m ente en el conocim iento de la realidad, no existía
aún esta lib ertad — incluso ni se advertía que sólo
p o día en trarse en contacto con la realidad a través
del rodeo de instrum entos quizá inaplicables com o
son la concepción y la representación. O casiona-
m ente se to m ab a al instrum ento p o r la m isma
realidad y no se in ten tab a com probarlo co m p arán ­
dolo con o tro s instrum entos (form as estilísticas,
form as de pensam iento). P or esta razón tam poco se
descubrían aquellos rasgos de la realidad que los
m edios representativos deform aban y que quizá
o cu ltab an to talm ente. La m atem ática p u ra y el arte
según Riegl hacen posibles tales descubrim ientos
— son pues im p o rtantes m edios auxiliares de una
avanzada investigación de la realidad. Pero ésta
consiste en que se seleccione desde la plenitud de
form as disponibles sólo algunas, y en caso ideal
sólo u n a fo rm a b asándose en u n a com paración con
la realidad. U n arte que se im pone la ta re a de
investigar y representar la realidad no puede con­
tentarse, p o r tan to , con un relativism o a lo Riegl.
P ara exam inar m ás detalladam ente este arg u ­
m ento, desarrollem os el p u n to de vista de Riegl de
la siguiente fo rm a. C oncedam os a Riegl que el arte
produce m uchas form as distintas artísticas, que
to d a form a artística tiende a una perfección interna,
y que ocasionalm ente tam bién la alcanza. N o toda
producción artística nos perm ite reconocer las leyes

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de u n a d eterm in ad a voluntad artística (existen
defectos en el talen to , falta de capacidad técnica,
to rp eza y errores). P ero hay obras que m anifiestan
estas leyes con m ay o r claridad. N osotros vam os
m ás allá de Riegl al afirm ar que el artista quiere
representar tam bién la realidad (perfección interna
y representación de la realidad son las dos condi­
ciones m arco que orientan su creación).
Según esta nueva teoría, ta n to el arte paleocris-
tian o com o el R enacim iento han creado form as esti­
lísticas de gran perfección interna; pero el arte
paleocristiano fracasa en su intento de ca p ta r un
espacio real independiente de los cuerpos. E n la
arq u itectu ra sí se logra, p o r ejem plo, en Brunelles­
chi (pórtico in terio r de la plaza del H ospicio; figu­
ra 13), en la p in tu ra de Rafael (el espacio en La
Escuela de A tenas no se adhiere a los cuerpos, no
qu ed a separado p o r ellos en bloques espaciales
definidos, sino que perm ite m ovim ientos libres a los
cuerpos en to d as las direcciones; fig, 14). La teoría
es m uy plausible y explica m uchos episodios histó­
ricos. Pero padece ciertas dificultades teóricas y hay
hechos totalm ente incom patibles con ella.
Las dificultades teóricas com ienzan con la pre­
gunta: ¿Cóm o encuentra el artista la realidad que
aparentem ente le sirve de m arco orientador? ¿D ónde
se encuentra este p u n to de com paración de su acti­
vidad y cóm o se identifica con él? El posee in stru ­
m entos, ideas, convicciones, cierta capacidad téc­
nica; an te sí no tiene sólo las obras de artistas
an teriores y de sus contem poráneos, tiene tam bién
las ob ras de científicos, teólogos, políticos (y to d o
esto debe m editarlo según u n a p a u ta interdepen-
diente de la o b ra hu m ana según la «realidad»). Esta
es u n a exigencia im posible. Se exige que el hom bre
salga de su n atu raleza y de su historia y que las
enjuicie desde un p u n to de vista que él ni to m a ni
n u n ca p o d rá to m ar. Pero si p ronuncia un juicio o

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ad o p ta un p u n to de vista, entonces, o se atiene a
una o b ra hu m an a ya existente, o la produce en su
m ism o acto de ju zg ar y con las acciones consiguien­
tes. La exigencia de que u n a o b ra de arte o una

F ig u r a 14. La Escuela de Atenas, de Rafael.

opinión científica sea verdad, o que responda a la


realidad, o no tiene, pues, ningún sentido o exige
que la o b ra de arte o una determ inada teoría se
acom ode a una o b ra h um ana ya existente o aún p o r
hacer.
Pero una o b ra h u m an a es algo com plejo. En la

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p in tu ra, en la escultura, en el arte de la poesía,
tam bién en las ciencias, existe un gran núm ero de
m uy diversas tradiciones (co m p arar de nuevo la
figura 6 con la fig. 7, la 11 con la 12 y las 4 y 5 con
la 5a). Parece que, a pesar de n u estro discurso
sobre la relación a la realidad, hem os aterrizado de
nuevo en él p u n to de vista de Riegl.
Incluso la indicación de que las tradiciones no
son percibidas com o m eram ente yuxtapuestas, sino
que se las o rd e n a según su proxim idad a la reali­
dad, no soluciona el problem a, pues exactam ente lo
m ism o que hay m uchas tradiciones distintas, tam ­
bién existen muy diversos principios de orden. T oda
tradición de suficiente generalidad enjuicia las cosas
a su m odo p ropio. Nosotros tenem os la sensación
de algo natu ral ante la fotografía de u n a casa o
ante un dibujo con perspectiva; una persona no
fam iliarizada con la perspectiva ve un edificio que
se derru m b a. M uchos consideran com o n atu ral el
cu ad ro de F arad ay y com o locura la d am a azul de
Léger (¿dónde está la dam a?); pero tam bién pueden
verse las cosas de o tra fo rm a totalm ente distinta,
com o un intento de p en e trar desde una representa­
ción superficial que sólo cap ta la corteza social más
apacible de u n a época p asad a a un esbozo (leve­
m ente irónico) de los aspectos de u n a E ra indus­
trial. Y no olvidem os que la transición desde la
cosm ovisión aristotélica hasta la im agen del m undo
de la física y la biología m odernas ha elevado a
principio de verdad la locura que se acaba de criti­
car: el m undo colorista y polifacético de la concien­
cia habitual queda sustituido p o r u n a tosca esque-
m atización en que no existen ni colores, ni olores,
ni sentim ientos, ni siquiera el curso tem poral habi­
tual; y esta caricatu ra es considerada ah o ra com o la
realidad.
El desarrollo y el conflicto que ha suscitado se
m u estra m uy bien en las ilustraciones de textos de

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enseñanza. N orm alm ente han sido preparadas por
artistas que in ten tab an representar, p o r un lado, los
nuevos «hechos» científicos y, p o r o tro , la vieja
«realidad», au n q u e ésta cada vez m enos (figs. 15 y
16). A quí realm ente no se está ya m uy lejos del arte
m oderno. Es cierto que las caricaturas científicas
nos ayudan a en ten d er el m undo, pero, en prim er
lugar, no funcionan en todas partes (hay lagunas
enorm es en psicología, sociología, m edicina, donde
el éxito de la acu p u n tu ra recuerda de nuevo viejas
concepciones de la realidad, y en la com prensión de
nuestros coetáneos) y, en segundo lugar, el dom inio
de la n atu raleza es sólo un principio de orden entre
m uchos. A los hom bres, o se les puede dom inar
— y, p o r cierto, o con presión em ocional o con la
ayu d a de arg u m en to s— o se puede in ten tar aum en­
tar su libertad (y con ello dism inuir su dom inabili-
d ad y predictibilidad); tam bién puede am árselos,
puede intentarse com penetrarse con ellos, y así alte­
ra r to talm en te la n aturaleza propia, incluidos los
propios principios de orden. Igualm ente m últiples
son las posibilidades de nuestra conducta ante la
n atu raleza, e igualm ente m últiple tam bién es la
«realidad» que contem plam os en ella. La circuns­
tancia de que hoy sólo parece do m in ar una form a
de co n tem p lar la naturaleza no puede seducirnos a
erro r y hacernos p ensar que a fin de cuentas, a
pesar de to do, hem os alcanzado «la» realidad.
Solam ente significa que o tras form as de realidad
provisionalm ente no tienen consum idores, am igos,
defensores, y ciertam ente no porque no tengan nada
que ofrecer, sino porque no se las conoce o porque
no existe interés p o r sus productos. No es posible
co m p letar la concepción de Riegl con un criterio de
realidad, y elim inarla así. Si se asum e tal com ple­
m ento, entonces p ro n to se descubrirá que tam bién
está som etido a la concepción de Riegl, y esto signi­
fica que noso tro s no sólo tenem os form as artísti-

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F ig u r a 15. Ilustración a n ató m ic a del texto de enseñanza de
G iu lio C asserio (ca. 1600).

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F ig u r a 16. Ilu strac ió n del Tratado sobre el hom bre, de
D escartes, p ublicado en 1664.

cas, sino tam bién form as de pensar, de verdad, de


racio n alid ad y, precisam ente, form as de realidad. A
donde nos volvam os no encontrarem os un p u n to de
apoyo arquim édico, sino otros estilos, tradiciones o
principios de orden.
Puede ser aleccionador no sólo deducir estas con­
secuencias, sino tam bién ilustrarlas con ejemplos.
C oncedam os, pues, que la referencia a la realidad
sólo puede ser u n a referencia a una o b ra hum ana, y
preguntém onos: ¿qué o b ra hu m an a ya existente o
aún p o r surgir introduce la realidad a la que deben
atenerse los artistas?
A rtistas del R enacim iento com o A lberti, pero
tam bién otro s m uchos artistas, filósofos o científi-

154

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eos después de él, d an a esta pregunta la siguiente
respuesta: realidad es lo que nos representan los
científicos com o realidad.
Leam os ah o ra el siguiente texto del Libro de la
consolación divina del M aestro Eckehart:

A dem ás, debem os sab er que, en la n a tu ra le z a, la


im presión y el influjo de la n atu raleza su p rem a y m ás
elevada es p a ra to d o ser algo m ás delicioso y recreante
que su p ro p ia n a tu ra le z a y m o d o de ser. El agua,
d e b id o a su n a tu ra le z a, fluye hacia a b ajo , hacia el
valle, y ahí está tam bién su natu raleza. C o n to d o , bajo
el influjo y la im presión de la luna allá a rrib a en el
cielo, niega y olvida su p ro p ia n a tu ra le z a y fluye
m o n te a rrib a hacia la a ltu ra , y esta e m a n ac ió n le es
m ucho m ás fácil que el b a ja r p o r el río. En esto debe
co n o cer el h o m b re si se en cu en tra en el buen cam ino:
que le re su lta rá m ás delicioso y satisfactorio de ja r su
v o lu n ta d n a tu ra l y vaciarse to ta lm e n te de sí m ism o en
to d o lo que D ios quiera que sufra el hom bre. Va
dich o en b u e n sen tid o c u a n d o n u e stro S eñor dice:
«Q uien q u iera venir a mí debe negarse a sí m ism o y
vaciarse de sí y debe to m a r su cruz». Es decir: debe
de ja r y a b a n d o n a r to d o lo que es cruz y su frim ien to .
Pues ciertam en te, c u an d o se hubiera negado a sí ple­
nam ente y se h ubiera o lvidado de sí, p a ra él esto no
sería ya ni cruz ni su frim ien to o padecer. P ara él to d o
sería delicia y vendría a D ios y lo seguiría realm ente l4.

En esta cita enco n tram os una concepción de la


realidad que se diferencia esencialm ente de la con­
cepción de las m odernas ciencias. La realidad con­
siste aquí en dos dom inios, uno n atu ra l y o tro
so b ren atu ral. El h om bre puede p artic ip a r en am bos
dom inios. Si p articip a en el dom inio sobrenatural,
entonces tam bién se m odifica su parte natural,
incluso su cuerpo. Pero su alm a encuentra la paz en
D ios. No sólo se expone esta concepción; se la fun­
dam enta. En la justificación desem peñan un papel:

14 C ita según D eutsche Predigten und Traktate, del M aestro


E ckehart, M ünchen, 1978, p. 126.

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los escritos sagrados, las ideas de los Padres de la
Iglesia, las resoluciones de los concilios y de los
sínodos locales, reflexiones filosóficas. T am bién se
em plean experiencias, com o una curación de una
enferm edad m ortal, u n a paulatina satisfacción des­
pués de u n a larga dolencia, y o tro s hechos singula­
res. La fundam entación es hum ana y dem ocrática,
en el sentido de que un hom bre que pide razones
no tiene que em pezar p o r realizar un aprendizaje
que le conduzca a la sabiduría del p resen tad o r de
razones, sino que p ara to d a p ersona y p ara toda
com prensión existe una explicación que hace plau­
sible el tem a: hay leyendas p ara personas piadosas y
sencillas, «evidencia» p ara escépticos notorios,
argum entos filosóficos p ara intelectuales, vías de
aproxim ación m ística p ara personas que pueden
av an zar p o r estos cam inos. Se tom a a las personas
tal com o son, se atiende a cada peculiaridad
h u m an a, se aproxim a uno a ellos, pues C risto ha
m u erto p ara todos los hom bres, y no sólo p a ra los
profesores. Los argum entos sólo responden p a r­
cialm ente a las exigencias de una justificación cien­
tífica m oderna, p ero esto no es ninguna objeción.
Pues la realidad de la que habla el M aestro Ecke-
h art no es la realidad del m undo m aterial, de la que
quizá tengan las ciencias una idea adecuada, sino un
dom inio muy diverso. Si se rehúsa aceptar tal
dom inio con la observación de que no es accesible a
las ciencias, entonces tenem os un juicio exactam ente
com o el rechazo de u na iglesia gótica p o r el m otivo
de que no se ha construido según los principios esti­
lísticos rom ánicos. Si se responde que la iglesia
gótica sí existe, pero no el dom inio sobrenatural del
M aestro Eckehart, entonces la respuesta es que p ara
un seguidor fanático de principios estilísticos más
an tiguos tam p o co existe u n a iglesia gótica, es decir,
una casa de D ios construida según un orden; p ara
él existen iglesias, y éstas son o rom ánicas o defor­

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mes m ontones de piedras. Si con Riegl se atiende a
que una iglesia gótica posee, sin em bargo, una
estru ctu ra peculiar, que se puede reconocer y des­
cribir después de cierto aprendizaje, entonces tam ­
poco puede negarse un dom inio divino, pues éste,
p ara los que han ap rendido, es algo que está clara­
m ente presente. Así pues, no sucede que a la
«realidad» de-las ciencias se oponga un reino de la
apariencia, sino que n osotros o tenem os dos im áge­
nes aparen tes, o dos realidades, y am bas están
estru ctu rad as según principios peculiares. Si final­
m ente se ob jeta que las teorías científicas nos ayu­
dan, con to do, a alcanzar ciertas cosas — podem os
vo lar a !a luna, podem os repetir experim entos,
cu rar enferm os incurables— , entonces la respuesta
es que esto tam bién rige p ara el objeto religioso.
Tam bién aquí se em prenden viajes, sólo que a
dom inios espirituales; tam bién aquí se cura, sólo
que del pecado o del do lo r del apego a objetos
terrenos. No hem os superado a Riegl.
T om em os un segundo ejem plo: según Riegl, el
ám b ito del arte paleocristiano está com puesto de
bloques espaciales, y éstos dependen de los cuerpos
que ocupan el espacio. Ello responde exactam ente a
la concepción espacial aristotélica. Según A ristóte­
les, el lugar de un objeto no es u n a p arte de un
m édium universal donde el objeto ha penetrado
casualm ente, sino el límite interno de las cosas que
rodean al objeto l5. A hora bien, de ningún m odo
quiero afirm ar que los artistas cristianos prim itivos
han leído a A ristóteles (dada su posición social,
esto no sería posible, y, adem ás, la Física de A ristó­
teles no era conocida entonces en Occidente).
Pero la definición aristotélica del espacio no era
un sutil pensam iento divorciado de la vida coti­
d iana, sino el resultado del intento de trad u cir a

15 Física, 212a20.

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conceptos claros la concepción subyacente, pero
inarticulada en la m entalidad cotidiana.
En el intento de o rien ta r y enjuiciar estilos artís­
ticos de u n a fo rm a «objetiva», es decir, unidos en
este caso a una «realidad» supuestam ente fijada por
las ciencias, nos encontram os, pues, no con un
p u n to de apoyo arquim édico, sino de nuevo con
o tro s estilos, aunque éstos no son ya estilos artísti­
cos, sino estilos de pensar. El relativism o de Riegl
no es, pues, lim itado; se extiende a las ciencias.
El que las artes y las ciencias no quedan sep ara­
das sino acercadas p o r el problem a de la realidad se
m uestra en m últiples recubrim ientos de los que aquí
sólo quiero ad ucir algunos y de u n a form a muy
som era.
C om o ya se advirtió arriba, el espacio indepen­
diente de los objetos (después de ciertos p rep arati­
vos en la teología) fue introducido en la p intura y
arq u itectu ra m ás de 250 años antes de N ew ton
(co m p arar figs. 13 y 14) y construido sobre la base
de reglas simples. L eonardo ya criticó la identifica­
ción de este espacio con el espacio visual, que per­
d u ra en la óptica hasta el siglo xix y que produce
m uchas dificultades (R onchi y su escuela han elim i­
n ad o esta identificación com pletam ente en el si­
glo xx). El arte poético, la epopeya y el d ra m a des­
arro llan m edios p ara representar peculiaridades
individuales y leyes sociales, ya m ucho antes que la
psicología y la sociología se ocu p aran del tem a, y
siguen to d av ía hoy m uy p o r delante de estas disci­
plinas en la capacitación y presentación de la ten­
sión sujeto-objeto: no en vano denom ina A ristóte­
les al arte literario m ás filosófico que la historia 16.
Incluso esquem as lógicos básicos com o el modus
tollens, que florecen y se extienden en los dom inios
m ás secos de la lógica form al, se encuentran pri­

16 Poética, 1451b5.

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m ero en la trag ed ia, p ara la construcción y enredo
del nudo trágico; y eso, a su vez, es el resultado de
un choque entre tradiciones incom patibles: Orestes
debe vengar a su padre y, p o r ta n to , m atar a su
m adre, pero no puede m atarla pues es consanguínea.
Yo he m encionado ya que los defensores de una
verdad y de una realidad apelan aquí a principios
de orden que no sólo separan las ciencias de las
artes, sino que deben m ostrar que las ciencias, y
más generalm ente el pensam iento racional, son lo
único objetivo. N o se niega la posibilidad de antici­
paciones com o las m encionadas, pero sólo afectan a
lo real tras u n a transform ación en el sentido de los
principios de orden. Yo ya he respondido a esta
objeción: no existen sólo principios de orden téc­
nico (racionales), sino tam bién m uchos otros. Una
segunda respuesta sería que no existe ninguna trad i­
ción, tam p o co en las ciencias, que se atenga exclu­
siva y perm anentem ente a los supuestos principios
de orden: la razón sólo rara vez es razonable.
P ara ju stificar esta segunda respuesta pregunte­
m os sobre qué condiciones debe cum plir una estruc­
tu ra p ara poder ser una representación válida de
«’la» realidad, o u na expresión válida de «la» ver­
dad. E n la m edida en que conozco yo la situación,
sobre to d o dos condiciones han desem peñado un
papel en la historia del pensam iento:

— conceptos abstractos y
— m étodos estrictos de com probación.
C onsiderem os m ás detenidam ente la prim era
condición.

4. A B STRA CC IO N ES: «LA» V ER D A D

La intro d u cció n de conceptos abstractos en el


occidente griego es uno de los capítulos m ás n o ta ­

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bles de la h isto ria de n u estra cultura. En las epope­
yas que precedieron a este acontecim iento, dioses,
hom bres, datos históricos y hechos cosm ológicos no
eran caracterizados p o r definiciones o teorías, sino
p o r narraciones. C onocem os este m étodo en las
novelas, historias breves, leyendas y obras de teatro,
pero tam bién en la historia, en la m edida en que
ésta no se co n tenta con una m era enum eración de
hechos. Es el m étodo más ap ro p iad o p ara ilum inar
un objeto desde m uchos aspectos, donde ocasio­
nalm ente se m anifiesta muy claram ente que la
inform ación d ada no es ni com pleta ni «objetiva»;
com párese, p o r ejem plo, cóm o se va estructurando
lentam ente la im agen de O telo — a través de los
relatos de B rabantio, D esdém ona, C assio, Jag o , de
la co n d u cta de éstos y del com portam iento del
m ism o O telo— sin que nunca llegue a precisarse
inequívocam ente (lo que m uestra en la pluralidad
de posibles escenificaciones de ésta y otras obras).
La exposición puede ser muy larga, pero puede
caracterizarse tam bién p o r su brevedad, com o
sucede con la caracterización de H edda G abler al
com ienzo de la obra: incluso antes de que aparezca
se sabe exactam ente qué tipo de persona vam os a
en co n trar. En la epopeya y en los m itos que se des­
arro llan independientem ente de ella, dioses, hom ­
bres y sus relaciones se caracterizan exactam ente de
esta form a; p o r lo dem ás, con la excepción de que
aquí se tra ta de realidades experim entables, no de
ficciones. M uchos eruditos (ejem plo m ás reciente,
W. B urkert 17) h an negado la referencia a la reali­
dad, p o r lo dem ás sólo basándose en u n a visión
algo superficial sobre la relación entre experiencia y
tradición. N ietzsche lo vio m ucho más claro. Es­
cribía:

11 Griechische Religion der Archaischen und Klassischen Epo­


che, S tu ttg a rt, 1977, p. 199.

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D e suyo, el h o m b re en e sta d o de vigilia só lo ve cla­
ram en te q u e está d esp ierto p o r el ríg id o y regular
h ilad o co n ce p tu a l, y p recisam ente p o r esto llega a
veces a creer que sueña c u a n d o ese h ila d o de concep­
tos llega [...] a desgarrarse. Pascal tiene razó n al a fir­
m a r q u e n o so tro s, si tuviéram os to d as las noches el
m ism o su eñ o , tam b ién nos o c u p aría éste en el m ism o
g ra d o en que nos o c u p an las cosas que vem os to d o s
los días [...]. El d ía, desp ierto , de un p u e b lo m o vido
m íticam ente co m o el de los a n tig u o s griegos, es de
h echo m ás sim ilar al su eñ o , a causa del m ilagro c o n ti­
n u a d o su p u e sto en el m ito, q u e al d ía de u n pen sa­
m ien to científico sobrio. Si cada á rb o l puede h a b la r
una vez c o m o nin fa, o si b a jo la e n v o ltu ra de u n to ro
u n dio s puede ra p ta r vírgenes, si puede verse rep en ti­
n am en te a la m ism a diosa A tenea c u a n d o co n d u ce a
trav és d e los m ercad o s d e A ten as un bello tiro de
caballos a c o m p añ a d a p o r P isístrato — alg o q u e creía
el h o n ra d o ateniense— , entonces en to d o instante,
c o m o en el sueño, to d o es posible y to d a la n a tu ra le z a
revolotea a lre d ed o r del ho m b re, co m o si fuera sólo el
carnaval de los dioses [...]

En mi libro Tratado contra el M étodo he expuesto


la m ism a idea m ás detalladam ente (capítulo 17). El
m ito y las epopeyas articulan la experiencia de que
h abla Nietzsche y la transm iten a las generaciones
siguientes. Son las únicas form as de explicación y
representación que hacen justicia a la com plejidad
de los fenóm enos. Se las em plea aún m ucho des­
pués de su disolución; basta acordarse de la fre­
cuencia con que el Sócrates platónico, en lugar de
un argum ento, presenta un «m ito», y ciertam ente
no de form a marginal* sino plenam ente consciente
de que utiliza u na form a peculiar de explicación
d istinta de la argum entación filosófica.
En los siglos v y vi van introduciéndose p au lati­
nam ente o tras form as m uy distintas de explicación

18 F. N ietzsche, « U ber W ah rh eit u n d Lüge im A usserm oralis-


chen Sinn», en E rkenntnistheoretische Schriften. F ra n c k fu rt,
1968, p. 109; o W erke, ed. Schlechta, t. III, pp. 331 y ss.

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y representación. D igo que se van deslizando p o r­
que sus representantes se co m p o rtan com o si todo
lo an terio r fuera m era palabrería, que con algo más
de atención hubiera podido sustituirse ya hace
tiem po con el conocim iento. No se p ro p o n e una
nueva form a de conocim iento; se insinúa que a falta
de un pensam iento claro, h asta ah o ra ni siquiera ha
habido conocim iento. Los cam bios que (entre otros)
van apareciendo a consecuencia de esta insinua­
ción, son descritos habitualm ente p o r los eruditos
en su contenido, es decir, se expone qué nueva con­
cepción de dios y qué nuevas ideas sobre el alm a
ocupan el lugar de las ideas de la epopeya y de los
m itos antiguos, y adem ás se asum e que, en la tran ­
sición, el pensam iento racional ha desem peñado un
papel esencial. P o r ejem plo, según M ircea Eliade,
«un largo proceso de erosión [...] ha desnudado de
su significado original a los m itos hom éricos y a los
dioses» l9, d o n d e la «aguda» crítica de Jenófanes 20
y el descubrim iento de la form a esférica de la tierra
(«[...] dado que ahora se sabia que la tierra es una
esfera» 2I), desem peñó un im portante papel: el pen­
sam iento arran ca del m ito y contribuye, p o r lo
m enos, a su disolución. Es el m ism o pensam iento
antes, después, entonces, hoy, pero (¿falta de inteli­
gencia?) sólo desde el siglo vi se le em plea de form a
decidida.
Así pues, aq u í tenem os un im p o rtan te com po­
nente de la concepción de la realidad que, según
m uchos eruditos y artistas, debe com pletar el punto
de vista de Riegl. ¿Nos ofrece una correcta descrip­
ción del poceso de «erosión»? No lo pienso.
C onsiderem os, p a ra seguir la pista del tem a, la

19 M . E liade, Geschichte der religiösen Ideen, t. II, H erder,


1979, p. 175.
20 Ibidem , p. 407.
21 Ibidem , p. 175, su b ra y ad o p o r mi.

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«aguda» argum entación de Jenófanes. Es la si­
guiente:

Los h a b ita n te s de E tiopía hacen a sus dioses negros


y ch ato s; los tracios, con ojos azules y pelo ro jo [...].
Si las vacas, los caballos y los leones tuvieran m anos,
ento n ces los caballos crea ría n figuras de dioses en
form a de cab allo y las vacas en form a de vaca [...] 22.

La argum entación supone, pero no prueba, que


una concepción de Dios que se m odifica de dom i­
nio en d om inio (de pueblo en pueblo) no vale en
ningún lado. ¿Es aceptable este supuesto? Y, sobre
to d o , ¿estaba en la base de la tradición? (Sólo en
este caso puede aplicarse en una crítica de la trad i­
ción.) En H eró d o to encontram os la siguiente his­
toria:

C u a n d o D a río era rey hizo llam ar una vez a todos


los griegos de su e n to rn o y les p re g u n tó p o r qué
rem u n eració n e starían dispuestos a com erse los cad á ­
veres de sus padres. P ero ellos re sp o n d iero n que no lo
h a ría n p o r ningún prem io. L uego D a río llam ó a los
calatio s de la India, que com en los cadáveres de sus
p a d res, y les p re g u n tó en presencia de los griegos —a
través de un intérp rete com p ren d iero n lo que él
decía— p o r qué prem io e starían d ispuestos a q u e m a r
a sus p ad res difuntos. Ellos g rita ro n y le pidieron fer­
vientem ente que a b a n d o n a ra tal im pías p alab ras. Así
son las co stu m b res de los pueblos y P ín d a ro tiene, en
mi o p in ió n , razó n c u an d o dice que la co stu m b re es el
rey de todos los seres 25.

La costu m b re es el rey de to d o lo que es, pero


seres distintos eligen distintos reyes:

Si se pidiera a los pueblos de la tierra elegir de entre


to d as las d istin ta s costum bres, las m ás ace rta d a s.

22 Fragmentos, I I , 15, 16.


23 H e ró d o to , 3, 38.

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to d o s, después de e xam inar el tem a con ex actitud, pre­
ferirían las co stu m b res p ro p ias a to d as las dem ás.
H a sta tal p u n to está cu alq u ier p ueblo co nvencido de
que sus form as de vida son las m ejores.

E sta convicción no carece de sentido. Sobre la


co n d u cta de C am bises, que derribó tem plos y se
b u rló de las costum bres, H eró d o to ap u n ta lo si­
guiente:
Para mí está del to d o c la ro que C am bises estaba
ab so lu ta m en te loco; de lo c o n tra rio no h u b iera a te n ­
tad o c o n tra tem plos y usos.

Asi pues, convicciones, usos y leyes no son acep­


tad o s generalm ente; tienen vigencia en ciertos
dom inios, m as no en otros; pero sólo un loco se
b u rlaría de ellas p o r esta razón (nótese que Jenófa-
nes, según esta opinión, es uno de tales «locos»).
T am bién P rotág o ras, al que quizá siguió H eró­
d o to , acen tú a no sólo la relatividad de todos los
usos y leyes, sino tam bién su obligatoriedad. Sin
leyes el hom bre no puede sobrevivir y un E stado no
puede subsistir. Los hom bres que conculcan repeti­
dam ente las leyes son algo que «hay que m atar
com o una enferm edad en el cuerpo del E stado» 24.
P ro tágoras tam bién actuó com o legislador: consi­
d eró razonable m ejorar las leyes de una ciudad o
buscar nuevas leyes p ara ella.
La concepción que está en la base de estas citas y
form as de co n d u cta es exactam ente la concepción
que Jenófanes, sin m ás, considera ridicula: las leyes,
los usos, las form as de vida son ciertam ente algo
«relativo», son distintas en distintos dom inios, pero
tienen vigencia a su m anera en cada uno de los
dom inios que les com peten. ¿Podem os extender esta
concepción de la validez al ser, es decir, a la exis­
tencia, pongam os p o r caso, de los dioses?
!4 Platón, Protágoras, 22d; c o m p a ra r el paralelo «racional» en
31b.

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En La Ilíada leemos:
Pues som os tres los h erm an o s q u e C ro n o s e n gendró
con Rea: Z eus, yo m ism o [Poseidón] y H ades, el rey
de los infiernos. En tres partes fue to d o re p a rtid o y
cad a u n o o b tu v o su d o m in io . E ch ad as las suertes, a
mí me c o rre sp o n d ió h a b ita r p a ra siem pre el can o so
m ar, tocóles a H ades h a b ita r la tenebrosa so m b ra y a
Z eus a l a n c h o cielo, h a b ita n d o en el é te r y en las
nubes. Pero la tie rra c o n tin u ó siendo h erencia c o m ú n ,
y com ún es tam bién el elevado O lim po. J a m á s ,-p o r
ta n to , m e som eteré yo a Zeus; p o r fuerte que sea, ¡que
perm anezca tran q u ilo en su m odesto tercio! 21

A quí la n aturaleza m ism a queda dividida en


dom inios con distintas leyes (naturales), y a cada
d om inio pertenece un dios que lleva los .rasgos de
este dominio , lo m ism o que los dioses de E tiopía
tenían los rasgos de los etíopes, Moira es el dom i­
nio parcial espacial al que se ord en a un dios, su
d om inio y su idiosincrasia. El poder de los dio­
ses está lim itado; ninguno parece vanagloriarse de
que dom ina el to d o y de expresar en su ser las leyes
del todo. Pero tam bién el sentido prim itivo de
nomos corresponde a esta concepción regional del
ser y de la vigencia: en La Ilíada, el verbo nemein
(em parentado originariam ente con el verbo alem án
nehmen: tom ar) tiene, entre otros, el sentido de dis­
trib u ir, repartir. El m undo de La Ilíada, para
em plear una acertad a y breve expresión, es, pues,
un mundo de agregados (detalles en el capítulo 17 de
TCM). Pero la argum entación de Jenófanes presu­
pone un mundo de substancias, introduce toda una
nueva cosm ología, sin dar los motivos de ello, pero
difam a a los que no se adhieren a esta cosm ología.
No en contram os aq u í una argum entación «aguda»;
en contram os la equivocada aceptación de la eviden­
cia de ciertas cosm ologías. ¿De dónde vienen esas
cosm ologías y p o r qué parecen tan evidentes?

25 La Ilíada. 15, 184 y ss.

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El dios de Jenófanes tiene las siguientes propie­
dades:
Existe un dios que no es igual a los m ortales, ni en
form a ni en pensam ientos. P erm anece siem pre en el
m ism o lugar e inm óvil. N o le conviene ir de acá para
allá, pues él dirige sin esfuerzo el universo con la
fuerza de su espíritu.

A dviértanse los rasgos inhum anos, incluso m ons­


tru o so s, de este dios al que m uchos eruditos han
alab ad o com o «apoyado en una concepción purifi­
cada de dios» (Schacherm ayr, Von F ritz y otros);
nada extraño, pues es precisam ente el espejo de los
intelectuales que quieren dirigir el m undo desde su
escritorio «sin ir de acá para allá» m eram ente por
la «fuerza de su espíritu». Obsérvese tam bién la
pobreza de propiedades de este dios. Esto lo rela­
ciona a ciertas tendencias de los siglos vi y v n que
siguen aún presentes en P latón. Exam inem os estas
tendencias y preguntém onos p o r los fundam entos
de su aparición. En el Teeteto, Sócrates plantea la
cuestión.
Así pues, dim e. y sin m iedo, qué es lo que tú pien­
sas que es el cono cim iento 2\

Y recibe la respuesta:
Yo creo, pues, que es c o nocim iento ta n to aquello
que uno puede a p ren d e r con T eo d o ro , es decir, el arte
de la m edida y las o tra s cosas que a cab as de m encio­
n ar. co m o tam b ién , p o r o tro lado, el a rte de hacer
zap a to s y las o tra s a rte s de los restantes arte sa n o s; me
parece a mí que todas y cada una de ellas no son nada
sino conocim iento.

En el Menón, el p roblem a es la virtud, y Sócrates


pregunta:
Pero, p o r los dioses, ¿qué crees tú m ism o, M enón,
que es la virtud? D ilo y no nos niegues la res­
puesta [...] 27

26 Sócrates, Teeteto, 146c3.


27 Sócrates. Menón, 7 Id.

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M enón responde:
P ero no es difícil, Sócrates, re sp o n d erte . D esde
luego, si de lo que quieres h ab lar es de la virtu d de un
h o m b re, es fácil decirlo; significa ser c ap a z de a d m i­
n istra r los a su n to s de la ciu d ad y a se g u ra r el bien de
sus am igos frente al m al de los enem igos, y ten e r cui­
d a d o de preservarse a u n o m ism o de to d o m al. Si
piensas en cam bio en la virtud de la m ujer, tam p o c o
es difícil de te rm in a rla : debe a d m in istra r bien la casa y
m an ten erla en buen e stad o y tam bién obed ecer a su
m arido. D istin ta es tam bién la virtu d del n iñ o , del
m uch ach o o de (a niña, o la del an cian o , ya pienses en
h o m b res libres, ya en esclavos. Y a ú n hay m uch as
o tra s clases de virtu d es, de m o d o que no te verás p e r­
plejo si tienes que decir lo que es la virtu d ; ya que
p a ra cad a situación y p a ra cada ed ad , p a ra cada
acción y p a ra cad a u n o de n o so tro s existe una virtud
p a rticu la r; y lo m ism o o cu rre, creo yo, S ócrates, con
el vicio.

Las respuestas dad as p o r M enón y T eeteto son


adecuadas al problem a. Se pregunta por cosas que
desem peñan un im p ortante papel en el c o m p o rta­
m iento hum ano. No se tra ta de ninguna pregunta
fácil, pues las condiciones sociales cam bian y con
frecuencia son difíciles de conocer. No están desve­
ladas sencillam ente y se encuentran m uy entrem ez­
cladas en las dem ás circunstancias. Las respuestas
reflejan esta situación. Enum eran ejem plos y dirigen
así la atención en una determ inada dirección. Según
el tipo de los ejem plos, explican la com pleja n a tu ra ­
leza del objeto y con la ap ertu ra de la lista ofrecida,
su cap acid ad de m odificación y ap e rtu ra: no se
puede a g o ta r con p alab ras el tem a, pero se puede
lograr cierta delim itación (provisional) con los
ejem plos. Así es com o proceden los sofistas que
p rep aran a sus discípulos p a ra la riqueza de la vida
u rb a n a con sus ejem plos, y este es tam bién el
m étodo de la narración épica, donde se ilustran
conocim ientos y virtudes, pero sin fijarlas de una

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vez para siem pre. Sócrates no está de acuerdo con
este m étodo. Así responde a Teeteto:
L ibre y generosam ente, m i q u e rid o am igo, das tú
m ucho d o n d e sólo se te ha p e d id o una cosa, y ofreces
lo com plejo en lugar de lo sencillo.

Y en el M enón se encuentra la siguiente obser­


vación:
M anifiestam ente, he tenido aquí gran suerte, M enón:
pues busco una virtud y al m ism o tiem po enco n tré
to d a una b a n d ad a de virtudes que alm acenabas tú.

La queja es, en prim er lugar, puram ente verbal:


se pedía lo uno y se dio com o respuesta lo mucho.
La queja sólo está ju stificada cu an d o a una palabra
tam bién corresponde una cosa, o una propiedad
común de cosas. T eeteto continúa esta hipótesis de
la siguiente form a:
T e e t e t o : [...] T em o que a ti te pasa con tu preg u n ta
com o nos pasó a n o so tro s hace poco en una conversa­
ción que sostuve yo con u n o que lleva tu nom bre,
Sócrates.
S ócrates: ¿Qué es, pues, lo que pasó, T eeteto?
T e e t e t o : T eo d o ro nos d ib u jab a algunas figuras para
re p re se n tar los n ú m ero s c u ad ra d o s; nos m o stró que el
c u a d ra d o que m ide tres pies c u ad ra d o s y el que m ide
cinco pies cu ad ra d o s no eran m edibles con un pie
c u a d ra d o , y asi c o n tin u ó h asta llegar al de diez y siete
pies, y ahí se detuvo. Pero a no so tro s se nos ocu rrió
de p asad a la siguiente idea: d a d o que parece no tener
fin el n úm ero de los n ú m ero s c u ad ra d o s, deberia
in ten tarse c om pendiarlos b a jo un m ism o c o n cep to con
el que p o d ríam o s designar to d o s esos n ú m ero s c u a­
drados.

En lenguaje actual m ostró, pues, T eodoro la irra­


cionalidad de las raíces cuadradas de tres, cinco y
así h asta diez y siete. Lo m ostró para cada núm ero
p o r sep arad o y ofreció, con la ayuda de las prue­
bas, una enumeración de núm eros irracionales de

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tres a diez y siete. Teeteto y su am igo Sócrates quie­
ren caracterizar los núm eros irracionales de o tra
form a, no p o r la enum eración a base de las pruebas
ap o rta d as paso a paso, sino con la ayuda de con­
ceptos que d eterm inan de una vez p o r todas la p ro ­
piedad de los núm eros irracionales. Teeteto describe
su procedim iento com o sigue:
T e e t e t o : [ ...] D iv id im o s la s t o ta lid a d de lo s n ú m e ­
r o s e n d o s g r u p o s ; a lo s q u e p u e d e n s u r g i r c o m o p r o ­
d u c to de fa c to re s ig u a le s lo s re p r e s e n ta m o s con la
f ig u ra d e l c u a d r a d o , y lo s d e s c r ib im o s c o m o c u a d r á t i-
cos y e q u ilá te ro s .

S ó c r a t e s : E stá bien a s i.

T e e t e t o : Lo que se en cu en tra en tre estos núm eros,


co m o p o r ejem plo el tres y el cinco, y to d o n ú m ero
que no puede surgir co m o p ro d u c to de factores igua­
les, sin o co m o p ro d u c to de u n o m ay o r con o tro
m en o r, o de u n o m en o r con o tro m ay o r, y que así
re p resen ta una figura d o n d e siem pre hay un lado
m ay o r y o tro m enor, a éstos los hem os rep re se n tad o
con la figura del rectán g u lo y los hem os d e n o m in a d o
núm eros «rectangulares».
S ócrates: M uy bien, pero ¿qué sucede ahora?

T e e t e t o : A hora bien, a to d as las líneas que fo rm a ­


b a n un c u a d ra d o , que c o rre sp o n d e en la superficie al
n úm ero de lados iguales, las hem os d en o m in a d o longi­
tudes; en cam b io , a las que fo rm ab a n un rectán g u lo
con lados desiguales las hem os d e n o m in a d o «raíces»,
d a d o que no. pueden m edirse en su longitud con a q u e ­
llas, pero sí con sus superficies [...]. Y p a ra los núm e­
ros cúbicos rige lo m ism o.

T eeteto define, pues, las longitudes com o los


lados de núm eros cuadrados, y puede enunciar el
Teorema que afirm a que sólo son medibles longitu­
des p o r núm eros enteros. Raíces, es decir, núm eros
que form an un rectángulo de lados desiguales, no
son, pues, medibles. En lugar de una enum eración
de núm eros irracionales, se presenta una definición
que contiene una propiedad de todos los núm eros

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irracionales y que perm ite derivar teorem as sobre
todos los núm eros irracionales.
— M uchachos — dice S ócrates— , esto me parece
to d o lo a c e rta d o q u e puede ser lo d ich o p o r un
h u m a n o . P e ro m e p arece que T e o d o ro n o q u e d a afec­
ta d o p o r el reproche de un falso testim onio.
— Sí — objeta T eeteto — , ¡Sócrates!, yo no p o d ría
c o n te sta r a tu p reg u n ta de la m ism a form a que a la
cuestión so b re las longitudes y núm eros c u ad ra d o s.

Pues el saber, parece querer decir T eeteto, no


sólo es más com plicado, sino de una naturaleza
totalm ente d istin ta a la de un concepto m atem ático.
La discusión con M enón tiene rasgos análogos.
En prim er lugar, Sócrates m enciona algunos casos
en que parecería darse cierta unidad m ás allá de la
de la palabra: las abejas, p o r ejem plo, tienen p ro ­
piedades com unes y el biólogo puede determ inarlas.
T am bién se convence rápidam ente a M enón de que
la salu d y la enferm edad son lo m ism o en el ho m ­
bre y en la m ujer (lo cual no es cierto, pues si un
h o m b re pierde sangre todos los meses está enferm o,
p ero no una m ujer). Pero con la virtud M enón
vuelve a vacilar:
D e algún m o d o tengo la im presión de que esto no
es lo m ism o q u e aquellos o tro s casos.

C on fino olfato describe, pues, Platón una difi­


cultad precisam ente en aquellos sitios y en aquellos
conceptos que la n arración épica o el m ito (y leyen­
das, novelas y obras de teatro de tiem pos posterio­
res) explican con narraciones y ejem plos, no con
definiciones. Y es com prensible la resistencia. Los
núm eros, y quizá tam bién las abejas, son cosas sen­
cillas. Son lo m ism o p ara griegos y b árb aro s, p ara
atenienses y espartanos, y p o r esto es posible
determ inarlos con la ayuda de definiciones genera­
les. Sin em bargo, costum bres, virtudes o conoci­
m ientos varían de una nación a o tra , y tam bién

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p ara los m ism os griegos son distintas en la ciudad y
en el cam po, en tiem po de H om ero y en tiem po de
la dem ocracia ateniense, en A tenas y en E sparta.
No parece aq u í posible una determ inación com ún,
p ero Sócrates pretende lograrla. N osotros sospecha­
rem os que los conceptos que realicen tal d eterm ina­
ción, caso de que lleguen siquiera a darse, podrán
a firm a r m uy poco, y m uy poco concreto, sobre
aq uello que es com ún a todas estas situaciones tan
d istintas: el in terro g ar socrático, tal com o se le pre­
sen ta en los Diálogos de P latón, es un in terro g ar
sobre conceptos relativam ente vacíos y la «vieja
d isp u ta entre la poesía y la filosofía» de que habla
P latón 28 es u n a disputa entre form as de presentar
que son ricas en detalles y que se co n ten tan con
toscos esquem atism os. Es interesante ver que los
nuevos intelectuales, entre los que se cuenta tam ­
bién P lató n , niegan u n a referencia a la realidad, al
epos, a la tragedia o al m ito, y lo reclam an p a ra sus
alam bicados esquem atism os. El dios de Jenófanes
es el p rim er y m uy extrem o ejem plo de esta ten­
dencia.
(El conflicto entre form as com plejas de represen­
tación y esquem atism os sim ples tam bién se d a en
el arte. La perspectiva se inspira p o r lo m enos p a r­
cialm ente en el intento de fundam entar la presenta­
ción del espacio sobre principios que deben ser
válidos en to d as las circunstancias. Si se com para el
L ili M arlene de F assbinder con la biografía de la
heroína, o con la novela autobiográfica que ella
m isma escribió, o Los diablos de Ken Russell con
Los demonios de Loudun de Aldous H uxley, entonces
se ve m uy claram ente que tam bién los artistas han
logrado cierta m aestría en el traer de acá p a ra allá
sím bolos vacíos. Se puede incluso d a r un paso más:
tam bién estos artistas afirm an p o d er p en e trar hacia

28 P lató n , República, 607b6.

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la «realidad» a través del en tram ad o de circunstan­
cias ocasionales; tam bién ellos opinan que la reali­
dad es algo vacío, desierto y pobre en detalles.)
A hora se plantea la pregunta: ¿En qué consistía
la ventaja de las esquem atizaciones y vaciam ientos
conceptuales a que se dirige el preguntar socrático y
cóm o se ha llegado a que este m étodo dom ine de
tal form a to d o el pensam iento occidental? ¿C óm o se
ha llegado a este rasgo fundam ental del naciona­
lismo occidental que sigue tendiendo todavía hoy a
un dom inio ab soluto donde se habían conservado
m edios m ás realistas de presentación y tratam ien to
de la naturaleza?
La p regunta tiene una fácil respuesta, pero las
siguientes circunstancias merecen que se les preste
atención.
En prim er lugar, ya en los epos existía un m ovi­
m iento hacia conceptos más abstractos y esquem á­
ticos. Un ejem plo es el concepto de la honra. El
concepto de la h o n ra subyacente en La Ilíada es un
concepto relacional: tiene h o n ra quien es tra ta d o de
una form a honrosa, en el convite, después de la vic­
to ria en el cam po de batalla, en el sacrificio. El
concepto ab arca las acciones que dispensan h o n ra y
las circunstancias en que deben realizarse; tiene,
pues, un rico contenido. En el canto noveno, Ulises
en u m era los dones honrosos que se ofrecen a Aqui-
les, pero éste d u d a de que realm ente aporten honra.
La h o n ra «verdadera» a la que él apela es algo que
no se explica en ningún lugar, sólo se la advierte en
que sustrae a las dem ás acciones su valor, y el con­
cepto que la corresponde apenas es conocido. Pero
una cosa sí se sabe: no es ciertam ente algo rico en
detalles, pues está separado de los sucesos de este
m undo. En su Teogonia. H esíodo ord en a la historia
de los dioses y de los hom bres según un esquem a
genealógico. Los prim eros m iem bros del esquem a
son: surgim iento del C aos, de la T ierra, del Eros. El

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C aos engendra a E rebo y a la Noche; ésta, unida
con E rebo, al Cielo claro (E ter) y al D ía. La T ierra
engendra al Cielo con estrellas, a M ontañas, P ra­
dos, C am pos, así com o a los M ares interiores, pero
a los últim os sin cooperar el am or. Erebo y la
N oche, que han surgido del Caos, le son sem ejan­
tes, pues tam bién son oscuros. El Cielo, los M ontes,
el M ar Interio r son sem ejantes a la T ierra. P odría
designarse, pues, a E rebo y a la Noche «com o p ro ­
piam ente perteneciendo al “ concepto” fde Caos]»
(Schwabl), pues com parten con el C aos ciertas p ro ­
piedades m uy generales y tam bién muy indeterm i­
nadas.
En mi o pinión, un fuerte m otivo p ara que se
independizasen estas nuevas propiedades pobres en
detalles fue el descubrim iento de que con su ayuda
podían contarse, p o r así decirlo, nuevos tipos de
historias, nuevos m odos de m itos con rasgos sor­
prendentes. El curso de estos nuevos m itos no
estab a ya som etido a la coacción externa de una
tradición, sino que venía regulado desde dentro,
«era consecuencia» de la naturaleza de las cosas. Si,
p o r ejem plo, en lugar del concepto tradicional de
dios explicado p o r num erosos episodios se intro­
duce un concepto en que sólo se habla ya del poder
o del ser, entonces se puede n arrar la siguiente his­
to ria, ciertam ente no m uy interesante y tam poco
autentificada p o r la tradición, pero, con to d o , muy
constrictiva:
D ios o es uno o es m uchos. Si es m uchos, entonces
o éstos son iguales o son desiguales. Si son iguales,
entonces son com o los c iu d a d an o s de una c iu d a d , es
decir, no dioses. Si son desiguales, entonces algunos
son inferiores, es decir, tam p o c o son dioses (pues el
poder de un dios, que es única característica, no tiene
lim ite alguno). Luego dios es sólo uno.

H istorias de este tipo — posteriorm ente se las


llam ó dem ostraciones— docum entan una nueva

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actitu d ante el hecho de la gran pluralidad de tradi­
ciones.
T o m ad o en sí, este hecho no plantea todavía
problem a alguno. T odo lo co n trario , despierta la
curiosidad: se investigan cosas desconocidas, se
integran logros ajenos, se alcanza un vivo intercam ­
bio cu ltu ral que no llega a interrum pirse ni por
confrontaciones bélicas. Un buen ejem plo de tal
interacción de tradiciones es la situación en Asia
M enor, M esopotam ia y Egipto al Final del período
del bronce (hacia 1600-1200, a de C.), un período
que el egiptólogo J. H. Breasted ha denom inado el
«prim er internacionalism o». Las tribus, reinos, pue­
blos que habitaban dicha zona disputan constante­
m ente entre sí, p ero esto no les im pide aprender y
asum ir unos de otro s ideas fundam entales, institu­
ciones, form as de conducta.
Este fecundo intercam bio, m otivado p ráctica­
m ente, de bienes espirituales y m ateriales, del que la
historia ofrece todavía otros m uchos ejem plos en
todos los círculos y períodos culturales, es obstacu­
lizado con frecuencia p o r tendencias de un género
totalm ente diferente o queda incluso co rtad o del
todo. Tales tendencias contienen habitualm ente dos
elem entos: la exagerada valoración de u n a determ i­
n ad a tradición, que tran sfo rm a diferencias de grado
en diferencias cualitativas, y diferencias cualitativas
en dicotom ías ingenuas pero plenam ente eficaces
(sum iso a la volu n tad de dios-sin dios, hum ano-
in h um ano, racional-irracional o, en nuestro tiem po
ya muy provinciano, científico-no científico). La
separación de la tradición condecorada de las o tras
tradiciones lleva n aturalm ente a un problem a:
¿C óm o se convence a los hom bres de que la unici­
d ad no sólo es afirm ad a, sino que responde a la
naturaleza de las cosas? ¿C óm o se ejecutan los invo­
luntario s sacrificios de la nueva m anía de form a
que no sólo se tengan que realizar p o rq u e ni

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siquiera existen o tras posibilidades, sino de form a
que se com pongan de obras libres?
Un m edio que ya utilizó el antiguo judaism o con
éxito parcial es el de la indoctrinación: se aisla a la
joven generación del tra to con otras tradiciones, se
le ofrece u n a presentación deform ada de las propie­
dades de dichas tradiciones y se pro cu ra que estas
im ágenes d isto rsio n adas se hagan carne y sangre de
los pupilos.
El descubrim iento de historias que tienden por sí
m ism as a un d eterm inado final ofreció a los defen­
sores de la lim itación provinciana un instrum ento
todavía m ejor: la dem ostración (o el argum ento).
Lo que se dem uestra no es algo a que se coacciona
exteriorm ente al alum no: se sigue de la m ism a n atu ­
raleza del objeto. N o los m étodos educativos de una
tradición, que siem pre son casuales históricam ente,
sino las cosas indican ah o ra el cam ino, y, p o r
cierto, de una fo rm a «objetiva», independiente de
las opiniones existentes casualm ente. P ara los inte­
lectuales de la G recia antigua surgió así una posibi­
lidad ap arentem ente nueva y muy fecunda de
en co n trar d en tro de la disputa entre las tradiciones
una y sólo u n a «verdad».
N aturalm ente, esto fue un error. La circunstancia
de que los conceptos, p o r así decirlo, se reúnan por
sí solos en historias los distingue únicam ente
cuando en co n tram os agrado en esta «necesidad
interna», cu an d o la preferim os a o tras reflexiones,
com o pueden ser reflexiones de plausibilidad. No
nos vem os forzados a aceptar dicha necesidad; to d o
lo co n tra rio , las personas a las que interesa m ás el
co ntacto directo con la realidad considerarán com o
gran desventaja el vacío de los conceptos utilizados.
N aturalm ente, uno puede introducir una concepción
de la «realidad» o de la «verdad» que presuponga la
m encionada encajabilidad m utua de los conceptos
vacíos, p ero notem os que aquí se tra ta exactam ente

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de una nueva concepción que se añade a las con­
cepciones ya existentes. Y, adem ás, esta concepción,
com o se ha dicho ya, es una concepción muy
extraña, pues habla de «realidad» donde realm ente
es sólo m ínim o el co n tacto con lo cotidiano y los
conocim ientos ya existentes. Sea lo que sea, la idea
de Riegl, según la cual existen distintas form as de
arte y de conocim iento, de ningún m odo ha sido
superada. Tam bién el dios de Jenófanes, que es un
resultado parcial del m ovim iento hacia el vacío
conceptual, es sólo un dios entre m uchos.
C on esto hem os vuelto de nuevo a nuestra pre­
gunta: ¿C óm o p u d o suceder que el proceder ab s­
tracto de los intelectuales, que el «racionalism o»
vacío que es su invención, haya podido desem peñar
un papel tan im portante en el pensam iento occiden­
tal? ¿C óm o se ha llegado a que esta tradición, a
pesar de num erosos fracasos y a pesar de largos
períodos de m arch ar en pu n to m uerto, con todo
haya p odido regalarnos uno y o tro pequeño descu­
brim iento? ¿Qué ha sucedido para que no se descu­
briera enseguida la inutilidad del m étodo y no se
rechazara inm ediatam ente ese m ism o m étodo? Las
respuestas a estas cuestiones nos ofrecen una intere­
sante visión de los m ecanism os que m antienen viva
una tradición.
En prim er lugar se descubrió y criticó muy
p ro n to la inutilidad de la nueva form a de pensar.
Tom em os, p or ejem plo, la m edicina. En ocasión de
su discusión sobre la m edicina, en el diálogo Fedro,
P lató n alude a que no b asta c u ra r cuerpo y alm a
«sólo p or rutina y experiencia», sino que es necesa­
rio «sum inistrar salud y fuerza con un arte cons­
ciente, m ediante m edicam entos y alim entos». Un
arte consciente significa que se quiere clarificar la
n atu raleza de las cosas, sobre todo la naturaleza del
hom bre, del cuerpo, del alm a 29, y esto significa, a
29 P latón. Fedro. 270b y ss.

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su vez, que deben introducirse conceptos generales
sobre dichos objetos y determ inarlos férream ente
m ediante definiciones (es decir, con teorías senci­
llas). Un procedim iento de este género sustituye los
conceptos anclados m uchas veces en la práctica tal
com o los poseía la m edicina tradicional, cuyo con­
tenido es dem asiado rico com o p ara que pueda cla­
rificársele p o r una definición, m ediante ideas senci­
llas pero m ucho m ás pobres. A quí ya había
precedido Em pédocles a Platón. P ara él, el cuerpo
hu m an o co n stab a de cu a tro elem entos, y la enfer­
m edad era sim plem ente la falta de equilibrio entre
estos elem entos. Los m édicos de la escuela coica
criticaban así la definición:
N o p u ed o sencillam ente co m p ren d er cóm o aquellos
que defienden o tra concepción y a b a n d o n a n el viejo
m éto d o [de la m edicina práctica] p a ra fu n d a m e n ta r el
a rte m édico sobre un p o stu lad o pueden tr a ta r a sus
pacientes en el sen tid o de este p o stu lad o . Pues, com o
a mi me parece, no han d escubierto ningún c alo r o
frío ab so lu to s, ninguna sequedad o h u m ed ad a b so lu ­
tas, que n o p a rticip e n de nin g u n a o tra fo rm a. P ero yo
creo que ellos tienen los m ism os alim entos y bebidas
que tenem os to d o s, y añ ad en a uno la p ro p ied a d de lo
caliente, a o tro la p ro p ied a d de lo frío, a o tro lá
sequedad y a o tro la hum edad; pues no ten d ría ningún
sentido p rescribir a un paciente algo caliente, porque
él p re g u n ta ría inm ediatam ente: ¿Qué cosa caliente?
Así pues, o h a b la n algo sin sen tid o o deb en apoyarse
en una de las substancias conocidas.

Los nuevos conceptos, dice la crítica, son cierta­


m ente sim ples, pero sin contenido. O com o se dice
posteriorm ente en el m ism o texto:
A lgunos m édicos y filósofos a firm an que nadie
puede e n te n d e r algo de la m edicina si no sabe lo que
es el h om bre: quien quiera tra ta r a d ec u ad a m en te a un
paciente, dicen, debe a p ren d e r p rim ero aquello. C on
to d o , esta cuestión pertenece a la filosofía [es decir, al
p en sam ien to a b stra c to , no a la práctica m edicinal]; es
del d o m in io de quienes, com o E m pédocles, h a n escrito
sobre la ciencia n a tu ra l y sobre aquello que es el

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hom bre desde el prin cip io , cóm o surgió y de q u é ele­
m entos. Pero yo creo que to d o lo que han dicho o
escrito los filósofos y m édicos so b re la ciencia natu ral
no tiene m ás que ver con la m edicina que con la
pintura.

Así pues, estos m édicos antiguos ven m uy claro


que, ciertam ente, ha surgido u n a nueva disciplina,
con nuevos conceptos, con nuevos m étodos, con
una nueva im agen de la realidad — la filosofía— ,
pero que esta disciplina to d o lo m ás que tiene en
com ún con la práctica m édica es un par de palabras
y que, en verdad, no la va a fom entar. La crítica no
deja n ada que desear en cuanto a perspicacia. Lo
m ism o puede decirse de la crítica de los sofistas,
sobre todo de la de G eorgias y P rotágoras.
En segundo lugar, de ningún m odo puede subes­
tim arse la tenacidad de las tradiciones. La m edicina
organizada ha com etido torpezas enorm es e n su his­
to ria y se ha desencadenado entre los hom bres
com o u na auten tica epidem ia; pero, dad o que
estab a ya ahí, se la consideró com o la lluvia, el
viento o los incendios, com o un hecho n atu ra l con
que uno tenía que arreglárselas. La m edicina
m oderna em plea un enorm e esfuerzo p ara curar el
cáncer. D esde hace veinte años apenas ha conse­
guido registrar éxitos, pero hoy com o ayer siguen
rechazándose sin ningún examen alternativas de
m étodos de curación m átural com o algo «no cientí­
fico». R um ores tiq V e rific a d o s, pero au to ritario s,
apoyan este proceso; dificultades claram ente vistas
o son reprim idas o echadas a un lado, de nuevo sin
m ás exam en, con un gesto au to ritario . M uchas opi­
niones, prácticas, instituciones deben su superiori­
d ad y supervivencia no a su «verdad» o a su éxito,
sino a la bendita confianza o la falta de atención
hum anas.
El racionalism o no dispuso en su carrera ascen­
d ente de estos m edios de afianzam iento de tradicio­

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nes establecidas. ¿De dónde obtuvo él su pujanza?
La o btuvo de los dos fenóm enos ya m encionados,
es decir, de un d esarrollo general hacia u n a m ayor
abstracción, que quizá se vio apoyado por tenden­
cias religiosas fuera del ám bito hom érico, así com o
p o r el descubrim iento de «pruebas», tal com o lo
acabam os de describir.
Estas «pruebas» — y con ello llego a u n a nueva
aportación a la pujanza del prim itivo racionalism o—
condujeron a una acum ulación de «resultados»
(com o el teorem a de Parm énides de que nada se
mueve, y que no existen cosas que existan sep ara­
dam ente, o el correspondiente teorem a de Zenón) y,
con ello, a una acum ulación de problem as y de
investigaciones (m uy p ro n to com enzó a proliferar
alegrem ente el nuevo cam po de la filosofía). La p ro ­
liferación hace ser conocido y fam oso, aun cuando
se tra ta de u na proliferación del sinsentido y algo
que no co n tribuye en n ad a a los problem as ya exis­
tentes en disciplinas tam bién existentes (com párese
la situación muy sim ilar de los desarrollos produci­
dos en la teo ría de la ciencia a p artir del C írculo de
Viena). No puede tam poco pasarse por alto que los
d ebates filosóficos se realizaban en A tenas en la
plaza del m ercado y despertaban el interés del
público (com párense aquí los debates posteriores de
los representantes de distintas direcciones religiosas
en las plazas del m ercado de las aldeas m edievales).
Se fo rm aro n escuelas de pensam iento. Sócrates
estro p eab a a la juv entud con sus preguntas ab stra c­
tas, pero to davía no de una form a sistem ática. Pla­
tón organiza, selecciona, reúne, pro cu ra con trucos
psicológicos que sus alum nos no se distraigan. Esto
tam poco tiene n ad a que ver con «verdad» o con
«realidad», tro p as de choque * de alum nos decidi­

* D e nom inación em pleada p a ra las b a n d as p a ram ilita re s de


los nazis (N. del T.).

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dos que se han reunido p ara defender las ideas más
locas. La ventaja del racionalism o es que puede
resolver problem as aparentes surgidos fuera de las
escuelas e independientem ente de ellas (por ejem plo,
en la astronom ía). Y no olvidem os que fue A ristóte­
les, que desem peñó aquí un papel m uy decisivo,
quien logró restablecer el nexo con el sentido
com ún y con las disciplinas existentes, p o r lo m enos
parcialm ente. En ello utiliza, entre o tro s, un
m étodo que ha sido m antenido vivo hasta hoy por
el racionalism o, es decir, el método de los movim ien­
tos retrógrados: los conceptos abstractos, el orgullo
de los racionalistas, son sacados de su contexto abs­
tracto , se les relaciona con la práctica, dan un
nuevo im pulso a ésta, y se realizan nuevos descu­
brim ientos. Los éxitos no se consiguen p o r haber
sujetado a la razón, tal com o esta se presentaba en
las abstracciones conseguidas previam ente, sino por­
que se es suficientem ente razonable como para proce­
der irracionalmente.
En la historia de las ciencias hay num erosos
ejem plos de este procedim iento irrazonable-razo-
nable, para esta irracionalidad que siem pre vuelve a
salvar el racionalism o.
Así es com o los m édicos alejandrinos no m ostra­
ron ninguna aversión ante los conceptos de los filó­
sofos naturalefe; p e ro /n o los utilizaron de acuerdo
con las reg las^p rescritas por los filósofos, sino
basándose en una com binación intuitiva y apenas
describible de estas reglas con las de la práctica
m édica. En los Principia, N ew ton construye ap aren ­
tem ente una ciencia estricta con conceptos precisa­
m ente clarificados, pero en la discusión del p ro ­
blem a de los tres cuerpos no utiliza dichos
conceptos, sino que vuelve a trab a jar intuitiva­
m ente. En la época de Einstein había disciplinas
com o la m ecánica, la electrodinám ica y la term odi­
nám ica, que habían desarrollado un elevado nivel

180

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de form alism o (recuérdese, por ejem plo, la teoría de
H am ilton). En su prim er artículo sobre el problem a
de la radiación (1905), Einstein no em plea los con­
ceptos así explicados: habla muy generalm ente de
«imágenes teóricas» bajo las que alude a caracterís­
ticas generales de las teorías que tenían ante sí e
independientes de su form ulación m atem ática.
Estas im ágenes, no las m ism as teorías, fueron lo
que él investigó. Y ahí no se apoyó en las leyes de
su tiem po m ejor confirm adas em píricam ente, sino
que utilizó aproxim aciones y preguntó cuál de aque­
llas im ágenes era apoyada por la aproxim ación ele­
gida. Supuso que esta imagen tam bién estaría en la
base del hecho adecuado, pero oculta bajo otros
procesos.
La argum entación a base de aproxim aciones fue
luego el m étodo de la prim era teoría cuántica. El
m ism o B ohr ha criticado de esta m anera inform al
aplicaciones con éxito de los m étodos exactos de la
m ecánica a la teoría atóm ica (crítica del m étodo de
Schwarzschild, Epstein y Somm erfeld). Su crítica y
sus argum entos asim ism o inform ales ap o rta ro n
num erosos resultados, y éstos condujeron final­
m ente a una nueva y precisa teoría. Im re L akatos
ha escrito espléndidam ente análogos procesos en la
m atem ática p ura.
(Tam bién en el arte se dan dichos m ovim ientos
retrógrados. Así es com o M asaccio em plea la pers­
pectiva, pero no sólo p ara representar la realidad
i. aterial, sino tam bién la jerarq u ía de principios
espirituales: el D ios Padre, que norm alm ente es
representado com o m ayor físicam ente, adquiere
ah o ra grandeza p o r su colocación totalm ente atrás
en una extrem a construcción en arco [fig. 17]. Y los
m anieristas em plean la perspectiva, pero locam ente,
p ara generar efectos especiales.)
Resum o: la p rim era condición que los pensadores
orientados científicam ente quieren im poner a una

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F ig u r a 17. La Santísim a Trinidad, de M asaccio.

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presentación objetiva es que tengan, que utilizar
conceptos ab stracto s y que realizar pruebas (argu­
m entos) basándose en las leyes vigentes p a ra dichos
conceptos. Esta condición no introduce «la» reali­
d ad y tam p o co «la» verdad; a lo sum o, una nueva
concepción de la realidad, es decir, un nuevo estilo,
y adem ás raras veces es cum plida en las disciplinas
que esos mismos pensadores tan to alaban. Así,
pues, a la extensión del p u n to de vista riegliano a
las ciencias y a la conexión im plicada en él de cien­
cias y artes sólo se opone todavía la segunda condi­
ción, es decir, la condición de la verificabilidad.

5. LA C O N D IC IO N D E LA
V E R IF IC A B IL ID A D

Se elim ina esta dificultad aludiendo a que a


diversos estilos de pensam iento (form as de arte,
form as de realidad) tam bién corresponden diversos
estilos de verificación, y a que la sucesión de estilos
de pensam iento, incluso en la ciencia, no está som e­
tida siem pre a un control m etódico. Existen tran si­
ciones que alteran tan to form as de estilo com o
tam bién m étodos y que p o r eso son puras transi­
ciones de estilo, exactam ente en el sentido de Riegl,
causado p o r una nueva voluntad general estilística.
T om em os com o ejem plo la transición de la im a­
gen del m undo aristotélica a la imagen del m undo
en el m ecanicism o.
La Física aristotélica es una teoría general del
movimiento. Explica la naturaleza del m ovim iento,
las circunstancias en que sucede un m ovim iento, así
com o el re p arto del m ovim iento en el universo.
Bajo m ovim iento se entiende aquí to d o tipo de
cam bio: m ovim iento local, cam bio cualitativo, así
com o calentam iento de un objeto, su origen y su
m uerte, su crecim iento y su dism inución. Tam bién

183

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se explica cóm o se relacionan m utuam ente estos
m ovim ientos: unos son básicos, otros más bien peri­
féricos. P o r p rim era vez en la historia del pensa­
m iento A ristóteles form ula algo así com o u n a ley
de la inercia4~lQs objetos no necesitan siem pre un
im pulso, to m o p o d ría ser su alm a, y cuando son
m ovidos p o r un alm a, es decir, de una form a n a tu ­
ral (y A ristóteles ofrece lo que son los posibles
m ovim ientos n atu rales).-L a física se construye y se
la verifica en y p o r «fenóm enos». Estos, en parte,
son sim ples observaciones, com o la observación de
que el au m en to del m ovim iento siem pre exige una
cierta fuerza m ínim a; en parte, en constataciones
com o la de que «el lugar y los cuerpos son cosas
distintas, pues un cuerpo puede ser alejado de su
lugar», que aparecen plenam ente evidentes, aunque
no se puede in d icar con precisión en qué se apoya
esta evidencia; en parte, se tra ta de intentos anterio­
res p o r llegar a u n a teoría m ás am plia a p a rtir de lo
conocido y pensado. A ristóteles supone que el
hom bre y el m undo, en condiciones norm ales, se
en cuentran en arm o n ía. Lo que los hom bres pien­
san sobre el m undo, cóm o ven el m undo, to d o esto
contiene, pues, un núcleo verdadero que debe ser
to davía liberado de perturbaciones. A ristóteles
exam ina la hipótesis al ap licar la teoría del m ovi­
m iento fu n d ad a sobre ella a la interacción entre los
objetos y los órganos de sensación hum anos y
m uestra qué y cóm o resultan aquellas im presiones
de las que él m ism o h a p artid o al principio. D ad o
que las observaciones constatan cualidades, la física
de A ristóteles es una teoría cualitativa. C ontiene
num erosas afirm aciones que hoy consideram os m uy
triviales, pero tam bién contiene teorem as, com o,
p o r ejem plo, los siguientes: antes de cualquier
m ovim iento existe o tro m ovim iento; existe un pri­
m er m ovim iento, y éste tiene velocidad constante; la
longitud de un objeto en m ovim iento en la direc­

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ción del m ovim iento carece de valor determ inado.
El últim o teorem a ni se apoya en la observación ni
se le puede verificar con observaciones. Es una con­
secuencia de la aplicación de la teoría de la conti­
nuidad aristotélica al m ovim iento. En esta física, las
predicciones desem peñan un papel insignificante:
son tarea de o tras ciencias, com o la astro n o m ía. La
astro n o m ía no se preocupa m ucho de la naturaleza
de los objetos predichos p o r ella; esta tarea recae
sobre la física, ella se contenta con identificaciones
prácticas.
La física que suele denom inarse física de Galileo
d a gran v alor a fórm ulas cuantitativas y, p o r lo
m enos según su idea, está co n tro lad a p o r prediccio­
nes. Se dice que triu n fó p o r su éxito sobre la física
aristotélica.
Exito: esto puede significar o que una nueva
v oluntad estilística plantea nuevas exigencias al
pensam iento, y que la física de G alileo cum ple estas
exigencias —ésta sería la concepción del proceso
según Riegl— , o que se ha en contrado com o insufi­
ciente al aristotelism o a base de norm as que también
él aceptaba. En el últim o caso se h ab la h a b itu al­
m ente de u n a crítica «objetiva», pero yo no alcanzo
a co m p ren d er p o r qué u n a crítica que utiliza pautas
m ás po p u lares ha de ser «más objetiva» que una
crítica q ue se ap o y a en p au tas m enores di fundidas.
Sim plem ente se co n stata que el m aterial en que se
quiere realizar un cierto estilo de pensar no sirve
p ara esto, y se encuentra uno ante la alternativa:
nuevo estilo de pensam iento o nuevo m aterial. En
tal situación, los científicos no siem pre tom an el
prim er cam ino — b asta contem plar con qué decisión
las form as de p en sar galileicas y las form as de pen­
sar del siguiente m ecanicism o se aplicaron a la vida
e incluso a procesos aním icos: si la voluntad artís­
tica oculta tras una determ inada form a de pensar
está m uy m arcad a, entonces no se deja uno forzar

185

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tan fácilm ente a un cam bio del estilo m ental p o r las
peculiaridades del m aterial.
Pero el segundo caso, que, com o se acaba de
m ostrar, encaja m uy bien en el esquem a de Riegl,
no es el que se da en la «revolución copernicana».
Pues no se intro d u cen en absoluto nuevas ideas
basándose en viejos criterios, sino que se cam bian
ideas y criterios. P or ejem plo, se lim ita desde el
~ \ principio al estudio del m ovim iento local. La d o c­
trin a aristotélica del m ovim iento se ocupa tan to del
m ovim iento local com o de los cam bios que se p re­
sentan cuando un m aestro inteligente enseña a un
alum no recalcitrante. La doctrina galileica del
m ovim iento sólo se ocupa del m ovim iento local, e
incluso aquí em pleando m edios m entales muy sim ­
ples. P ara A ristóteles, el m ovim iento local era un
proceso co n tin u ad o en un m edio continuo: así,
pues, en un caso sencillo, en u n a línea recta. La
co n tinuidad de la línea significa que sus elem entos
se encuentran en interdependencia recíproca. D ado
que los p u n to s son indivisibles, no pueden interde-
pender y, p o r tan to , tam poco pueden ser elem entos
de u na línea. Pero están contenidos en ella p o ten ­
cialm ente: se puede c o rta r la línea, actualizar un
determ inado p u n to e interrum pir así la continuidad
de la línea. G alileo rechaza sin m ás esta concep­
ción:
E x actam ente co m o u n a línea de diez hebras [carne]
con tien e diez líneas de una lo n g itu d de una h ebra y
c u a re n ta líneas de la lon g itu d de un b razo [bracchia] y
o ch en ta líneas de m edio b ra zo de longitud, etc., así
contiene tam b ién un n úm ero sin fin de p u n to s, llám a­
los actuales o potenciales, com o te plazca, mi q u erid o
Sim plicio, pues en lo que concierne a este detalle me
d oblego an te tu o p in ió n y tu juicio.

A h o ra bien, es verdad, naturalm ente, que nada


cam bia en la lo n g itu d de u n a línea cuando se la
concihe com o co n stitu ida p o r puntos reales, pero su

186

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estructura se altera de una form a esencial. P ara
G alileo, esta estru ctura no es ya interesante.
En lo que concierne a las predicciones que con­
firm an ap arentem ente el éxito de la d octrina gali-
leica, la situación es la siguiente: en A ristóteles, el
acto de la percepción se veía som etido a las mismas
leyes que cu alq u ier o tra interacción. Y, d ad o que
las interacciones tam bién pueden llevar a un inter­
cam bio de cualidades, la descripción de las percep­
ciones y la realidad objetiva son de género esen­
cialm ente diferente: existe un problem a alm a-
cuerpo. El p ro b lem a no se queda en la periferia,
pues en cada observación se supone que acaba
resuelto. El p ro b lem a no es resuelto. Las observa­
ciones y los procedim ientos básicos de verificación
de la nueva form a de pensar están en el aire. Si uno
sigue apoyándose en ellos, esto im plica una especie
de acto de fe. N o se advierte dicho acto de fe, pues
se posee ah o ra frente al m étodo de com probación
una actitu d tan ingenua com o ante la cuestión de la
continuidad: los resultados de las m edidas produci­
dos sobre el acto de fe concuerdan m utuam ente
(m ás o m enos): esto basta. Tal actitud práctica se
diferencia esencialm ente de la actitud de A ristóteles,
al que no im p o rtaban sólo buenas predicciones,
sino tam bién el conocim iento de la naturaleza de
las cosas sobre las que se predecía algo. Pero esto
significa que tenem os ante nosotros un nuevo estilo
de pensam iento, con nuevos criterios y con una
nueva estructura del saber construido p o r él.

6. R ESU M EN

A h o ra podem os form ular las siguientes tesis


sobre la n aturaleza de las artes y las ciencias y
sobre la relación entre unas y otras.

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1. Riegl tiene razón al decir que las artes han
desarrollado una serie de form as estilísticas y que
estas form as existen en igualdad de derechos, a no
ser que se las enjuicie desde el pu n to de vista arb i­
trariam en te elegido de una determ inada form a de
estilo. Incluso cu an d o se elige con m otivos un
p u n to de vista de este tipo, existe p ara cada grupo
de m otivos o tro s grupos, es decir, en la fundam en-
tación o se llega a una elección o a intuiciones, o
sea, a acción au to m ática y, así, de nuevo a una
elección, aunque esta vez no reflexionada.
2. La afirm ación de Riegl afecta asim ism o a las
ciencias. T am bién éstas han desarrollado una serie
de estilos, incluyendo estilos de com probación, y el
desarrollo de un estilo a o tro es, decim os nosotros,
totalm ente análogo al desarrollo desde la A ntigüe­
dad al estilo gótico.
3. T an to artistas com o científicos, cuando ela­
bo ran un estilo, con frecuencia trab ajan con la
segunda intención de que se tra ta de la presentación
de la verdad, o de «la» realidad.
4. E sta segunda intención no lleva más allá de
la concepción de Riegl. Sólo es una p arte de la
voluntad artística que Riegl ha dejado muy im pre­
cisa, y sólo m uestra que los estilos artísticos están
estrecham ente enlazados a estilos de pensam iento:
hem os insertado un cuadro, o una estatua, o una
tragedia, insertos en una o b ra de arte verbal (por lo
dem ás, apenas excitante).
5. Esto se m uestra en los m uchos significados
de la p alab ra «verdad» o «realidad». Pues, si se
investiga lo que un determ inado estilo de pensa­
m iento com prende bajo estas cosas, no se encuentra
algo m ás del m ism o estilo de pensar, sino sus p ro ­
pias presuposiciones: verdad es lo que afirm a el
estilo de p ensar que es verdad. Así es com o en un
tiem po fue verdad que existían los dioses griegos,
pero hoy esto es un absurdo p a ra m uchas personas.

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6. El éxito sólo puede distinguir a un estilo de
pensar cuan d o se poseen ya criterios que determ i­
nan lo que es éxito. P ara el gnóstico, el m undo
m aterial es ap arien cia, el alm a real, y el éxito es
sólo lo que acontece a la últim a. D e nuevo se
o culta tras la aceptación de un estilo, no algo
«objetivo», sino un elem ento más del estilo.
7. P or ejem plo, m uchas personas se atienen hoy
al estilo de pensar de las ciencias, p o r haber per­
d ido su interés p o r cosas sobrenaturales, p orque les
parece m ucho m ás im portante la fam a terrena que
la salud del alm a, porque uno quiere m antenerse
alejado de o tras personas (éste es el m otivo objetivo
del deseo de objetividad) y porque se cree — y, por
cierto, no basándose en investigaciones m ás preci­
sas— que las ciencias pueden au m en tar y m ejorar
los bienes terrenos.
8. La elección de un estilo, de una realidad, de
u na form a de verdad, incluyendo criterios de reali­
d ad y de racionalidad, es la elección de un p roducto
hum ano. Es un acto social, depende de la situación
histórica, ocasionalm ente es un proceso relativa­
m ente consciente —se reflexiona sobre distintas
posibilidades y se decide una p o r u n a— , m ucho
m ás frecuentem ente es acción directa basándose en
intuiciones m ás fuertes. Es «objetiva» esta elección
sólo en el sentido condicionado p o r la situación his­
tórica: tam bién la objetividad es una característica
de estilo (com párese, p o r ejem plo, el puntillism o
con el realism o o el naturalism o). Así, pues, uno se
decide en favor o en contra de las ciencias exacta­
m ente com o u n o se decide p o r el p u n k rock o en
co n tra de él, p o r lo dem ás con la diferencia de que
la actu al inserción social de las ciencias rodea a la
decisión del prim er caso con m ucha m ás palabrería
y tam bién con m ucho más ruido.
9. Y, d ad o que hasta ah o ra se creía que sólo las
artes se en cu en tran en esta situación; d ad o que, p o r

189

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tan to , la situación sólo se ha conocido, h asta cierto
pun to , en las artes, la conclusión es que la m ejor
m anera de describir la situación análoga en las
ciencias y los m uchos recubrim ientos existentes ahí,
y de los que yo sólo he m encionado una pequeña
porción, se dice que las ciencias son artes en el sen­
tido de esta com prensión progresiva del arte.
(Si viviéram os en un tiem po en que se creyera
ingenuam ente en el poder curativo y en la «objeti­
vidad» de las artes, si no se separa arte y E stado, si
las artes se sustituyeran con m edios fiscales, si se las
apren d iera en las escuelas com o disciplinas obliga­
torias, m ientras que las ciencias serían consideradas
com o colecciones de juguetes, de las que los ju g a ­
dores u n a vez elegirían un juego y o tra vez otro,
entonces, com o es n atu ral, sería igualm ente indi­
cado reco rd ar que las artes son ciencias. Pero, des­
graciadam ente, no vivimos en un tiem po así.)

7. OTRAS IN D IC A C IO N E S

De las m uchas descripciones del experim ento de


Brunelleschi, de su transfondo histórico y de sus
repercusiones sólo m encionaré la o b ra de S. Y. Ed-
gerton Ju n , The Renaissance Rediscovery o f Linear
Perspective, New York, 1976. Allí puede encontrarse
más literatura. Es fundam ental Erwin Panofsky, Die
Perspektive als Sym bolische Form, reim preso en los
A ufsätze zu Grundfragen der Kunstwissenschaft,
Berlin, 1974. En el m ism o libro se encuentra el a rtí­
culo de Panofsky «D er Begriff des K unstwollens»
(El concepto de la v oluntad artística), en que critica
la idea de Riegl sobre la voluntad artística. Espero
haber elim inado p arte de esta crítica con mi
exposición.
Sobre el desarrollo de la teoría estética en Italia
inform a breve pero com pendiosam ente A nthony

190

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Blunt, A rtistic Theory in Italy 1450-1600, O xford,
1975 (prim era publicación en 1940).
En la discusión sobre la perspectiva y la relación
a la realidad en p in tu ra y escultura, con frecuencia
no se distinguen con suficiente claridad los dos
problem as siguientes. En prim er lugar, el problem a
de la representación de la realidad y, en segundo
lugar, el problem a de la presentación del m odo en
que aparece la realidad al espectador.
El prim er problem a es am biguo: tan to la figura A
com o la figura B son im ágenes de un estanque
rodeado de árboles. A m bas sólo captan ciertos
aspectos de la realidad: no tienen ni color ni m uchos
detalles. Esto rige p ara todas las representaciones de

<3-
o ~

F ig u r a A. F ig u r a B.

la «realidad», incluso p ara el intento de im itar exac­


tam ente un d ad o de acero con o tro dad o de acero.
Las representaciones de objetos tridim ensionales
sobre u na hoja de papel son com o m apas, o com o
m odelos, y se necesita una clave para entenderlas.
La solución del prim er problem a de ningún m odo
tiene com o consecuencia la solución del segundo
problem a: la form a en que se presenta un objeto a
la percepción es sólo una de m uchas representacio­
nes (o, lo que suena m ás realista, u n a subclase), y al
so lu cio n ar el p rim er problem a no se llega siem pre
directam ente a esta subclase. Por o tro lado, de nin­
gún m odo es fácil determ inar m ás exactam ente
dicha subclase. La diferencia entre lo que es una

191

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cosa y la form a en que se ofrece a un observador
sólo puede trazarse claram ente muy raras veces.
¿Tiene la cab añ a de m adera de un lab ra d o r pared
trasera? Sí. ¿Se ve que tiene pared trasera aun
cuando no se ve la pared trasera? ¡Claro que sí! El
lector puede hacer p o r sí m ism o la prueba: prim ero
se le en fren ta a un o bjeto de pega vacío p o r de­
trás (fig. C), luego a un bloque totalm ente lleno
(fig. D ), pero que p o r delante tiene exactam ente el
m ism o aspecto que el objeto de pega. La prim era
im presión será que se tra ta de dos casas sólidas. Si
el o b servador circula alrededor de la escena y
vuelve a m irar desde delante, entonces verá la
vacuidad del objeto de pega y la solidez del bloque
macizo. Se necesita mucho ejercicio para ver todas
las cosas como el objeto de pega, es decir, para
poder acertar en la percepción con la diferencia
entre cosa y m odo de aparecer. Este ejercicio no
m ejora nuestra percepción, es decir, no la hace más
realista, pues ver una casa com o un objeto de pega
significa tener una falsa im presión. Es esta falsa
im presión aquello sobre lo que se funda la p in tu ra
perspectivística y, por esto, de ningún m odo es un
paso hacia una presentación más realista, a no ser
que se suponga que la realidad en su totalidad está
constituida p o r aspectos.

L .J
F ig u r a C. F ig u r a D.

La circunstancia, de que nosotros habitualm ente


vemos m ucho más que objetos de pega o «aspectos»
se expresa frecuentem ente diciendo que la percep­
ción se aco m o d a a n uestro conocim iento y así se

192

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b o rra la diferencia entre el prim ero y el segundo
problem a. T am bién se olvida la com ponente con­
vencional. Pero la convención sólo se da en la
m edida en que se concibe una determ inada percep­
ción com o la representación correcta de la realidad
y tam bién en aquello que ah o ra es considerado
com o «realidad»: la casa tal com o la concibe el que
la habita, o el arq uitecto, o el físico que, p o r ejem ­
plo, calcula la rad iación sobre el e n to rn o de una
casa co n tam in ad a radiactivam ente. La casa es lo
que es, ciertam ente; pero ¿qué es? C osas distintas
p ara distintas personas, y algo totalm ente distinto
p a ra el p erro casero, p a ra la rata, la chinche en la
cam a, la cigüeña en el tejado.
Una espléndida discusión de los problem as que se
presentan aquí se encuentran en H. Scháfer, Von
Aegyptischer Kunst, 4, W iesbaden, 1963. U na expli­
cación a un caso especial puede verse en el capítulo
17 de mi libro Wider den M ethodenzwang, F ran k -
furt, 1976, d o n d e tra to del arte arcaico en Grecia.
Detalles sobre el relativism o se encuentran en la
p rim era p arte, caps. 4 y 5, de mi libro Erkenntnis
fü r Freie Menschen, F ran k fu rt, 1980. P rotágoras fue
el prim ero en a p o rta r la idea básica.
Es interesante ver que tam bién existe una form a
artística p a ra la realidad descrita p o r el M aestro
Eckehard, que intenta representarla o, p o r lo m enos,
llevar a ella: es el arte gótico naciente en la Isla de
Francia. El ab ad Suger de Saint-D enis, que p a rti­
cipó decisivam ente en el nacim iento de este arte, le
atrib u y e la facultad de elevar el espíritu hu m an o a
la verdad a través de los m ateriales o rd enados
adecuadam ente:
M ens hebes ad verum per m aterialia surgit
Et dem ensa prius hac visa luce resurgot 30.

30 Versos del portal de la catedral de Saint-D enis.

193

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C om o b ro ta n d o de mi éxtasis an te la belleza de la
casa de D ios, c u an d o los en can to s de las m uchas pie­
d ras co lo re ad a s me h a b ía n liberado de las p re o cu p a ­
ciones exteriores y m ovido a m editar sobre la diferen­
cia de las sa n tas virtudes, en c u a n to que trasp asab a lo
que es m aterial a lo inm aterial; entonces, m e pareció
com o si m e viera a mí m ism o h a b ita n d o en una
e x tra ñ a región del universo-, que no existe ni en el
fan g o de la tie rra ni en la pureza del cielo; y que yo,
p o r la G ra cia de D ios, p odía ser trasla d ad o de una
fo rm a anag ó g ica desde este m u n d o inferior a aquel
su p erio r 51.

U na realidad d istinta necesita tan to m edios m en­


tales distintos com o tam bién un arte diferente p ara
representarla, p ero (en aproxim ación) se la hace
igual ju sticia que lo que consigue un arte realista (o
n aturalista) con la realidad m aterial, tal com o uno
puede im aginarse dicho arte en una era determ i­
nada. Sobre este aspecto del arte gótico véase, sobre
to d o , O tto von Sim ón, Die Gotische Kathedrale,
D arm stad t, 1968 *.
Sobre la relación entre las form as de observación
aristotélica y galileica, véanse caps. 6 al 11 de mi
libro Wider den Methodenzwang, F ran k fu rt, 1976;
ahí tam bién hay m ateriales sobre las dificultades
que surgen de la identificación entre el espacio
visual y el espacio óptico-físico; sobre la falta de
n orm atividad en la transición, véase p arte I, caps. 3
a 5, Science in a Free Society, L ondon, 1978.
Mi opinión sobre el descubrim iento y sobre el
papel de las p ruebas la he tom ado, parcialm ente, de
Karl R einhardt, Parmenides, F rankfurt, 1959 (1.a edi­
ción, B onn, 1916). Según R einhardt, Jenófanes es el
a u to r de los argum entos descritos en el texto: «Lo
que [Jenófanes] in ten tab a dem ostrar era la unidad

” L íber de A dm in istratio n e, x x x m , c itad o según R osario


A ssunto, D ie T heorie des S chönen im M ittelalter, K öln, 1963.
* T rad u cció n al castellano: La catedral gótica, M ad rid , 1981
(N. de! T.).

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de Dios. P ara ello eligió el concepto de o m n ip o ten ­
cia. El que este concepto no estuviera más d ad o que
el o tro —pues am bos eran ajenos a la fe p o p u lar—
no se le o cu rrió o, p o r lo m enos, no le preocupó;
pues sólo el concepto de unidad era p ara él concebi­
ble y d em ostrable, y lo que más le importaba era la
dialéctica» n . A quí se encuentra ya in nuce la concep­
ción de u na conexión entre conceptos y pruebas tal
com o la he explicado yo brevem ente en el texto, y
se afirm a, adem ás, que tal nexo fue utilizado p o r
p rim era ver p o r Jenófanes. Se ha discutido la
A F IR M A C IO N , y hoy se la considera generalm ente
com o refutada. Pero no se ha refutado la posibili­
d ad de estru ctu ras de dem ostración pre-parm ení-
dicas del tip o dicho. A rgum entos en p ro de tal
hipótesis son la presencia de elem entos de tales
estructuras de dem ostración en Esquilo (esque­
ma: A, p o r ta n to B; y no-B, luego no-A ), ya m uy
claram ente en Parm énides y tam bién en Zenón. Lo
im p o rtan te es que sólo quedan determ inadas las
pruebas de un unicidad divina cuando se está dis­
puesto a acep tar un cierto concepto de D ios y con­
siderarlo com o el único correcto (del m ism o m odo,
los argum entos de Parm énides sólo son convincen­
tes cuando se h a aceptado ya un concepto u n itario
del Ser, es decir, cuando no se afirm a, com o A ristó­
teles, que se puede h ablar de lo que es de m uchas
m aneras).
Lo m ism o rige p a ra la m atem ática p u ra que se
convirtió p ara m uchos filósofos en u n m odelo de
una cosm ología racionalista. Pues a los núm eros
pu ro s (p o r ejem plo) existen los núm eros constata-
bles em píricam ente, y éstos satisfacen a distintas
leyes, a distintos dom inios.

32 O .C ., p. 96. S u b ra y a d o m ío.

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«Adiós a la razón», «Ciencia: ¿grupo de presión política
o instrum ento de investigación?» y «Ciencia como arte» son
los tres trabajos de Paul Feyerabend que integran el presen­
te volumen, encabezado por un prólogo a la edición caste­
llana titulado «Conocimiento para la supervivencia», donde
queda resumido el ideal final de la filosofía del autor con las
siguientes palabras: «... desarrollemos una nueva clase de co­
nocimiento que sea hum ano, no porque incorpore una idea
abstracta de hum anidad, sino porque todo el mundo pueda
participar en su construcción y cambio, y empleemos este co­
nocimiento para resolver los dos problemas pendientes en la
actualidad, el problem a de la supervivencia y el problem a de
la paz; por un lado, la paz entre los hum anos y, por otro,
la paz entre los humanos y todo el conjunto de la N atura­
leza».
Del mismo autor, Editorial Tecnos ha publicado Tratado
contra el método y ¿Por qué no Platón?

CASA BEL U B R O
AUÍOS A LA RAZON .'FEYERABF.Nn C

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