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Jul
México 1998. Arriba y abajo: máscaras y silencios
17
1998

México 1998
Arriba y abajo: máscaras y silencios
Archivo Histórico
«Al hombre público, muy especialmente al político, hay que exigirle que posea las virtudes
públicas, todas las cuales se resumen en una: fidelidad a la propia máscara (…), reparad en que
1993 1994 1995 1996
no hay lío político que no sea un trueque, una confusión de máscaras, un mal ensayo de comedia,
en que nadie sabe su papel. 1997 1998 1999
2000 2001 2002 2003
Procurad, sin embargo, los que vais para políticos, que vuestra máscara sea, en lo posible, obra
2004 2005 2006
vuestra, haceósla vosotros mismos, para evitar que os la pongan –que os la impongan– vuestros
enemigos o vuestros correligionarios; y no la hagáis tan rígida, tan imporosa e impermeable que 2007 2008 2009 2010
os sofoque el rostro, porque más tarde o más temprano, hay que dar la cara.» 2011 2012 2013
2014 2015 2016 2017
Antonio Machado, «Juan de Mairena».
2018 2019
I.- México, mitad de 1998…
Comunicados de las JBG
Recostada sobre mi hombro, suspira la mar al ver los complicados planos de esta nueva construcción ideada
Construyendo la autonomía
en largas y silenciosas madrugadas, pensada desde detrás de las máscaras que somos. De pronto un viento
repentino llega azotando los árboles que son nuestras ventanas, y agita los grandes lienzos de papel llenos Comunicados del CCRI-CG
de dibujos, de escalonadas escalas, de incomprensibles logaritmos, de letras ilegibles que más semejan del EZLN
oscuras fórmulas de alquimia que cálculos científicos.

Mitad del año 1998 en México y un viento llega a romper silencios y a arrancar máscaras.

Después de una larga y pesada seca, las lluvias empiezan a asomar en el horizonte de este país al que sus
gobernantes se empeñan en llevar a la catástrofe. Protegido por un rabito de nube, desde el privilegiado y
dorado balcón que la mar me ofrece para estos casos, húmedo y atónito veo pasar la mitad del año de 1998
Denuncias
y los últimos estertores de un siglo que se niega a retirarse sin escándalos y atropellos.
Actividades
Lejos de aquí el Mundial de Futbol concentra y convoca sentimientos. El sortilegio que se echa a andar cada
Caminando
que la pelota rueda ha sido bien entendido por dos sudamericanos, el uno para describirlo y el otro para
ejercerlo. Eduardo Galeano, el recogedor de esas lluvias cotidianas que algunos llamamos «la historia de En el Mundo
abajo», y Diego Armando Maradona, el que usaba el balón para cantar y demostrar que la magia no tiene Red nacional contra la
necesariamente que ver con alambiques y fórmulas esotéricas.
represión y por la
Pero desde acá arriba no veo ni a Don Galeano ni a Don Maradona. Tampoco alcanzo a ver al Olivio solidaridad
ejerciendo su vocación de romperredes («y de cabezas», dice la mar mientras trata de esconder, inútilmente,
la tiradora que el Olivio abandonó en su huida, después de descalabrar al Marcelo). Veo, eso sí, a millones
de mexicanos en el papel en el que siempre quisieran verlos los poderosos el de espectadores.

Detenida la historia nacional cada vez que el equipo de futbol mexicano se enfrentaba a otro, los
gobernantes de este país obtenían el respiro que la realidad les negaba implacablemente. Millones de ojos
puestos en tierras galas le permitieron al Poder un breve descanso. Poco duró el gusto, la derrota llegó y el
impasse que el papel de espectadores permitía tocó a su fin.

En este lado del mundo, la tragicomedia de la vida política nacional se convirtió también en espectáculo, y la
desordenada mascarada que se presenta a diario en los pasillos del poder en México no obtuvo aplauso
alguno. Tiene tiempo que la mayoría de los mexicanos dejaron de asistir como espectadores a los
escándalos con los que la clase gobernante se prepara para terminar con el siglo… y con el país. Millones
de nacionales son ahora víctimas de mega crímenes y jumbo fraudes.

Si para los poderosos medios de comunicación electrónica los actos desvergonzados de la clase política
mexicana son una mercancía cuyo éxito de exhibición se mide en puntos de «rating», para la inmensa
mayoría de los que malviven y mueren entre el río Bravo y el Suchiate no son sino la continuación de un
crimen de Estado que abarca casi la totalidad de la centuria.
Empeñados en alertar a la ciudadanía sobre el crecimiento de la delincuencia y la violencia, algunos medios
de comunicación (aquellos ligados al gobierno) ocultan lo fundamental: los delincuentes más sanguinarios y
brutales ostentan puestos gubernamentales (o tienen fuertes ligas con ellos), y la violencia encuentra en el
gobierno federal su principal ejecutor, su más grande promotor y su apologista por excelencia.

En el espectáculo de la «gran» política mexicana, la confusión de máscaras y parlamentos impide saber a


ciencia cierta quién es el juez y quién el criminal, quién el fraudulento y quién el defraudado.

Pero cada vez es más claro que el México de finales del siglo XX tiene en el sistema de partido de Estado su
cara más criminal. En este México la creciente criminalidad de Estado (aquella que se ejerce desde el Poder
político) sólo se ve igualada por la impunidad que dan el dinero, las influencias y la cercanía (o la pertenencia
declarada o vergonzante) al círculo selecto en torno a aquel que algunos todavía llaman (no sin rubor es
cierto) «el señor presidente».

La mitad del sexenio de Ernesto Zedillo Ponce de León tiene sellos indelebles, pero el más sangriento es el
crimen cotidiano de un modelo económico impuesto con los inapelables argumentos de las bayonetas, la
cárcel y los cementerios. Cada tanto, ese crimen de Estado logra lúgubres destellos. Aguas Blancas en el
Guerrero de junio de 1995. Acteal en el Chiapas de diciembre de 1997. El Charco en el Guerrero de junio de
1998, y Unión Progreso y Chavajeval en el Chiapas de junio de 1998.

Esta cara, la más irracional que el Estado mexicano haya tenido en toda su historia, oculta su horripilante
imagen detrás de una máscara. Y el sonido de la sangre que cobra día a día, se calla tras un silencio.

Pareciera evidente que las máscaras ocultan y los silencios callan.

Pero es verdad que las máscaras también muestran y que los silencios hablan.

Ocultar y callar, mostrar y hablar máscaras y silencio. Estos son los signos que ayudarán a entender este fin
de siglo en México.

Sí, éste es un país de máscaras y silencios. Se lo digo a la mar y ella me contesta, desde detrás de su
pasamontañas, con un silencioso gesto de paradoja más que elocuente, mientras enrolla y guarda los
grandes planos.

Pero yo le digo, y me digo que hay de máscaras a mascaras, y de silencios a silencios.

Están, por ejemplo:

II.- Las máscaras y los silencios de arriba.

«Ya he oído hablar de sobra de vuestros maquillajes: Dios os ha dado una cara, y os hacéis otra;
andáis a brincos, os contoneáis, pronunciáis mal, ponéis apodos a las criaturas de Dios, y hacéis
de vuestra ignorancia vuestra lascivia.»
«Hamlet», William Shakespeare.

¿Cuál es el papel del gobierno en una sociedad? ¿Cuál debe ser su papel? Estas preguntas se las hacen los
partidos políticos, los analistas y la sociedad. Muchas son las respuestas para una y otra cuestión, pero el
gobierno mexicano tiene las suyas y, no obstante los dislates de los 4 jinetes del Apocalipsis –Zedillo,
Labastida, Green, Madrazo, Gurría, Ortiz, Rabasa y Albores (sí, ya sé qué puse 8, pero 4 son jinetes y 4 son
bestias, escoja usted)– las impone a sangre (que aportan los de abajo) y fuego (que disparan los de arriba).

Faltos de la legitimidad que sólo se obtiene de los gobernados, estos personajes de la tragedia mexicana de
fin de siglo, la suplen con una máscara hecha ex profeso, la del Estado de Derecho. En nombre del «Estado
de Derecho» se imponen medidas económicas, se asesina, se encarcela, se viola, se destruye, se persigue,
se hace la guerra.

Sin argumentos racionales, sin legitimidad, sin moral, el gobierno de México echa mano de su único recurso:
la violencia. Pero no es contra el crimen organizado o contra la delincuencia que el gobierno dirige esta
violencia (es decir, no la usa contra sí mismo), es contra los más empobrecidos, es decir, una mayoría ya
inmensa, pero que sigue creciendo al mismo ritmo que se derrumba el país.

Pudiera parecernos que un derrumbe tiene un sonido atronador, pero, en este caso, un silencio lo cubre y lo
presenta, el silencio de la desmemoria.

Para suplir la falta de legitimidad con la legalidad, el Estado Mexicano (y no sólo el gobierno) debe realizar
una complicada operación quirúrgica en el todo social. Es decir, debe extirpar la memoria histórica de los
gobernados. Y trata de hacerlo supliendo la historia real (con minúsculas) con la Historia Oficial (con
mayúsculas). Y esta Historia Oficial no se aprendió en los libros, sino que fue creada en los laboratorios
mentales de los postgrados en universidades extranjeras. Harvard, Oxford, Yale, y el Tecnológico de
Massachusetts son los modernos «padres de la Patria» de los actuales gobernantes mexicanos. Así la
Historia Oficial llega tan lejos como los índices de crecimiento económico y, en un mundo que padece ya el
terror financiero de la globalización, éstos tienen la constancia de una veleta de viento en medio de una
tormenta. Así que el presente es la única historia posible para estos «chicos del pizarrón» (como los
nombrara Carlos Fuentes), los «muchachos de la computadora» (como los llamara no-se-quién), o el «Cártel
de los Pinos» (como los conocen sus socios narcotraficantes). Si la constancia y el pesado y trabajoso andar
son las características de la historia de abajo, lo efímero es el lugar predilecto de la Historia Oficial, la
desmemoria renombrada. El «Hoy» de las bolsas de valores es el referente histórico de estos tecnócratas
que, gracias al criminal Carlos Salinas de Gortari, hoy se encuentran en el poder político en México. Esta
Historia Oficial tiene su máscara.

La Máscara de la «Modernidad» ¿Le parece atractiva? ¿Funcional? ¿Aerodinámica? ¿Biodegradable?


¿»Cool»? ¿»Light»? No es nada de eso, pero se vende y se consume con argumentos parecidos. La
Modernidad de los gobernantes neoliberales en México muestra un país vacío y seco. A pesar de los
esfuerzos de publicidad y mercadotecnia, y no obstante los millones invertidos en cosméticos y maquillajes,
la máscara de la Modernidad mexicana se descascara cada vez más. Y cada vez es más difícil no ver lo que
oculta: la destrucción de las bases maternales del Estado Mexicano, es decir, las bases de la Soberanía
Nacional.

Con la «modernidad» como columna vertebral, una serie de argumentos (máscara sin duda) se esgrimen
para justificar (en el doble sentido de «hacer justa» y «dar razón de ser») la vertiginosa destrucción de todo
aquello que le permite a un país hacer que la «soberanía nacional» no sea un mero recurso retórico.
Propiedad de las riquezas del subsuelo, de los mares y aires territoriales, de las vías de comunicación, de las
empresas con función social (educación, salud, alimentación, vivienda, seguridad), política social, control
efectivo del mercado financiero y comercial, moneda, lengua, gobierno, fuerzas armadas, historia, estas son
algunas de las bases necesarias para un Estado. Por diversos métodos, bajo máscaras distintas, pero
siempre con la misma urgencia, estas bases de la soberanía nacional han sido debilitadas, cuando no
francamente destruidas por los gobiernos neoliberales de Miguel de la Madrid Hurtado, Carlos Salinas de
Gortari y (el alumno supera a sus maestros) Ernesto Zedillo Ponce de León.

Con las máscaras de la «reconversión industrial», la «adecuación a los tiempos modernos de globalización»,
la «racionalización del gasto público», la «eliminación de subsidios que impiden la libre competencia y el
desarrollo económico», la «lucha internacional contra el narcotráfico» y el «fin del Estado populista», los
gobiernos mexicanos desde 1982 hasta la fecha han operado una verdadera campaña de exterminio en
contra de los sostenes fundamentales de la soberanía nacional.

Malbaratando empresas estatales, cediendo a las presiones de los mercados internacionales, abandonando
sus funciones de servicio social (o permutándolas en funciones de compra votos), liberando precios de
productos básicos y controlando salarios, enganchando el futuro de la moneda nacional al arbitrio de los
grandes centros financieros, plegando sus acciones de gobierno a las campañas publicitarias que el
mercado de venta de naciones exige, adjudicándole a las fuerzas armadas nacionales el papel de policías de
barrio en la aldea global, reescribiendo (y borrando) la historia nacional, pensando en dólares, en fin, de
muchas formas los últimos gobiernos de México han conseguido que este país cada vez sea menos nuestro
y menos país.

Haga usted cuentas. ¿Qué le queda al Estado Mexicano para poder decir que es soberano? Cientos de
empresas estatales han sido vendidas, la pomposamente llamada «bolsa mexicana de valores» parece
sucursal de las bolsas asiáticas (y eso que vendieron la idea que sería sucursal sí pero de las
norteamericanas), lo único constante en los precios de los productos básicos es su alza, el peso mexicano
carece de ídem en el mercado cambiario internacional, los gobernantes mexicanos piensan en inglés y sólo
se traducen al español cuando se dirigen a los nacionales (aunque no con fortuna, como lo demostrara la
canciller Green), el ejército federal mexicano realiza (bajo las órdenes de asesores norteamericanos) en las
montañas nacionales la misma tarea que el General Custer hiciera con los indígenas en Estados Unidos, y
los altos funcionarios del gobierno mexicano responden prontos y ciertos a la pregunta «¿cuál es el día de la
independencia?» con un contundente «el 4 de julio». ¿Escandaloso? Bueno, para esto se echa mano del
Olvido. Otro silencio…

Sí, olvidar lo que fuimos, lo que nos trajo hasta acá. Olvidar todo el pasado, no sólo el de engaños y dolores,
también, y sobre todo, el de luchas y rebeldías. Pero la peculiaridad de este olvido es que no se trata de
borrar lo anterior, sino de condenarlo, avergonzarse de él, lamentarlo. Como es evidente, aquí todo intento
de «traer» la historia al presente es una subversión de la «paz y la tranquilidad», es una ilegalidad, en fin,
algo que hay que combatir. Ahí tiene usted, por ejemplo, a esos indios que se «traen» a Zapata a estos
tiempos de moderna globalización y lo ponen a hablar y hacer historia. Y (¡es un escándalo!) hasta en el
Internet se escucha ese grito terrorista de «¡Zapata Vive!». Una subversión, ni hablar. ¡Tan bien que
estábamos con ese Zapata en la tumba, el museo y el libro nunca abierto! Por tanto, son ilegales y
subversivos los que se «traen» a Zapata, es ilegal y subversivo el tal Zapata por las pesadillas que provoca,
y, ergo, es ilegal y subversiva la historia–no sólo porque cuestiona el hoy, también porque induce a creer (¡y
a luchar!) que es posible otro hoy–. Y para ocultar este silencio, se usa una máscara.

La Máscara de la Macroeconomía. Ahí tiene usted los discursos del señor Zedillo, una muestra de contagioso
optimismo, donde nos explica-regaña-advierte que la recuperación-económica-es-irreversible- y-la-
fortaleza-de-nuestros-indicadores-económicos-demuestran-que- podemos-resistir-las-crisis-al-
mínimo-costo-y-¡qué-suerte-tienen- ustedes-compatriotas-de-tenerme-a-mí-como-su-gobernante! -
bla-bla-bla-bla-bla-bla-bla…

«¡Ah los logros macroeconómicos!» Pero, ¿dónde están? ¿En las fortunas de los hombres más ricos de
México y el lugar que ocupan en la «lista de Forbes»? ¿En los salarios? ¿En los precios? ¿En el empleo?
¿En la seguridad social? Busque usted, busque y encuentre que, detrás de la máscara macroeconómica, se
oculta un modelo económico que ha sido impuesto al país desde principios de la década de los ochentas, 16
años de una política económica, suficientes para evaluarla.

¿Resultados? Además de la pérdida de la Soberanía Nacional, tenemos un retroceso histórico de… ¡30
años! Sí, el México 98 y el México 68 no sólo coinciden en tener al frente del gobierno a un asesino con la
banda presidencial cruzándole el pecho, también coinciden el crecimiento de la pobreza y el crecimiento del
número de pobres, la concentración de la riqueza en cada vez menos manos, y el deterioro de los servicios
sociales que, antes, aliviaban la vida de los mexicanos.

De 1968 a 1977 baja rápidamente la proporción de la población en pobreza, entre 1977 y 1981 esta
disminución se acelera. «Se habría logrado así reducir en 18 años la pobreza de más de las tres cuartas
partes de la población a menos de la mitad. Sin embargo, después de 1981 habría ocurrido un brusco
cambio de tendencia por el cual la pobreza no sólo habría dejado de disminuir sino que habría empezado a
aumentar aceleradamente». (Boltvinik, Julio. «Economía y bienestar. México al fin del milenio», en Vientos
del Sur, 12-13, 1998. México; y Hernández Laos, Enrique. «Crecimiento económico y pobreza en México»,
citado en Boltvinik J. Idib.).

Ahora, a principios de 1998 estamos en los niveles de pobreza de 1968, 30 años perdidos. Además, hoy
tenemos menos posibilidades de mejorar nuestra situación económica, «(…) las oportunidades para el
bienestar de los mexicanos en 1996, tras casi tres lustros del modelo neoliberal, no sólo no ha crecido sino
que son 30% más bajas que en 1981. Esto resulta de una doble incapacidad del modelo. Por una parte, la
incapacidad para hacer crecer el ingreso más rápido que las necesidad. (…) Por otra parte, la incapacidad
creciente para distribuir equitativamente el ingreso entre la población (…) Es decir, el modelo fue incapaz de
crecer pero además concentró el ingreso más y más en pocas manos, disminuyendo con ello las
oportunidades de bienestar para la población». (Boltvinik, J. Ibid).

Claro que estos datos macroeconómicos no serán del gusto de los señores Gurría y Ortiz (y dudo que
puedan refutarlos), pero el hecho real es que hay otra «macroeconomía», la de los de abajo, menos salario,
menos y peor educación, menos y peor vivienda y servicios, menos y peor salud, menos y peor
alimentación. Sí, detrás de esa máscara hay una catástrofe.

Sumado a esto, agregue usted unas siglas, Fobaproa, y tendrá completo un cóctel de pesadilla además de
con su pobreza, millones de mexicanos deberán ahora cargar con el rescate de esos otros criminales, los
banqueros, que usan el «Estado de Derecho» como coartada y tienen en el gobierno a un cómplice y
alcahuete siempre dispuesto.

Indignante, es cierto. Pero.

¡Silencio! Nada se puede hacer, es la fatalidad de la globalización imponiéndonos un silencio inapelable y un


religioso conformismo. No debe preocuparnos el que esta resignación haya llegado hasta La Habana, sino
que la destrucción de las Naciones (que va aparejada, esa sí remediablemente, a la globalización) se nos
presente como algo evidente, es decir natural, incuestionable y sin contradicciones.

Ciertamente el neoliberalismo ha construido con el gran capital financiero un enemigo formidable, capaz de
dictar guerras, quiebras, dictaduras, «democracias», vidas y, sobre todo, muertes en cualquier rincón del
mundo. Sin embargo, este proceso de globalización total (económica, política y cultural) no significa una
inclusión de las distintas sociedades, incorporando sus particularidades. Por el contrario, implica una
verdadera imposición de un, y sólo uno, pensamiento: el del capital financiero. En esta guerra de conquista
todo y todos deben subordinarse al criterio del mercado, lo que se oponga u obstaculice será eliminado.
Pero, además, implica la destrucción de la humanidad como colectivo sociocultural y la reconstruye como
pieza del mercado. Oponerse al neoliberalismo, combatir en contra de él no es sólo una opción política o
ideológica, es una cuestión de supervivencia de la humanidad. Alguien advirtió que ir contra la globalización
era como ir contra la ley de gravedad. Así que ni modo, ¡abajo la ley de gravedad!

La destrucción de México como Nación debe ser ocultada. Así que es necesaria otra máscara, la del
Chauvinismo. Motivados por el afán de paz y tratando de detener el exterminio de indígenas que el gobierno
mexicano lleva adelante en tierras chiapanecas, cientos de hombres y mujeres de México y de otras partes
del mundo llegaron al sureste mexicano. Nada más incómodo para los criminales que el tener testigos del
laboratorio de exterminio que han montado en suelos indios, así que de la inefable Secretaría de
Gobernación vino la doble receta: para los nacionales la cárcel, para los originarios de otros países la
expulsión (previa campaña xenofóbica en prensa, radio y televisión). De pronto, con explicaciones a cual
más de estúpidas, el principal vendedor de la Soberanía Nacional tuvo un arranque de patriotismo y, al grito
de «¡el extranjero bueno es el extranjero mudo y ciego!» se dio en perseguir, hostigar y expulsar a todos
aquellos nacidos en otros suelos que suman su corazón a la lucha por una paz con justicia y dignidad. Para
los cientos de observadores extranjeros sobran golpes, violaciones, amenazas, insultos. Para los
«inversionistas» extranjeros abundan las caravanas serviles, los halagos, las adulaciones.

Y, como grotesco adorno de esta máscara, viene el silencio de la Traición. Sí, traición a la palabra empeñada
en San Andrés. Traición a quienes creyeron en el camino del diálogo. Traición a los que lucharon por la paz.
Traición a quienes pensaron que era posible que el gobierno reconociera los derechos de los pueblos indios.
Traición a quienes esperaron que se detuviera la guerra en el sureste mexicano. Y la traición, la destrucción,
el olvido, necesitan un soporte ideológico, una «teoría» que le dé a los crímenes la razón que la historia les
niega con empecinamiento.

Así que aquí viene la Máscara de la «Objetividad Intelectual». La portan algunos personajes de la vida
cultural en México que tienen paso franco en las salas del poder político, económico y religioso. Su primer
escalón fue ponerse críticos contra los críticos del sistema político.

Con la supuesta «autoridad moral» que da el arrepentimiento, esos intelectuales arremetieron contra los
colegas que no los siguieron en su frenética carrera con rumbo a la claudicación. «La operación de
descrédito de la razón crítica fue protagonizada por una beautiful people intelectual, compuesta
mayoritariamente por ex jóvenes filósofos, ex jóvenes sociólogos y ex jóvenes líderes de opinión que
conocían los caminos que llevan a la mesa del señor según la antigua enseñanza del escriba sentado«.
(Vázquez Montalbán, Manuel. «Panfleto desde el planeta de los simios», Ed. Drakontos, Barcelona, p. 144).
A ese paso siguieron otros, y pronto compartieron la mesa con los grandes jerarcas políticos, financieros,
religiosos, culturales, es decir, con las voluntades que ahora conducen el sanguinario vehículo del
neoliberalismo en México. «El poder pragmático no sólo ha contado con maestros de elegancia para
codearse con la vieja y la nueva oligarquía financiera, sino que también ha dispuesto de un coro de
intelectuales orgánicos que le ha ayudado a no escribir ni una línea, ni tener una idea por su cuenta, al
tiempo que le abastecían de la ideología indispensable para ir tirando y de una colección completa de
ditirambos«. Ibídem.

En algún momento, estos profesionales de la apostasía pasaron, de ser bufones de la corte con estudios
profesionales y/o obra publicada, a convertirse en «consejeros». A cambio de compartir las migajas de la
mesa del Poder (y de recomendaciones que les significaron ventajas económicas apreciables), estos
ideólogos orientan y aconsejan a nuestros gobernantes. Claro que no siempre las cosas salen como las
suponen los asesores y asesorados. Y no sólo por el continuo vaivén de sus posiciones políticas y «serios»
análisis (ejemplo: Jorge Alcocer, de la camada de los intelectuales del salinismo, un día anuncia que formará
un partido de izquierda y a la mañana siguiente entra en funciones como subsecretario de Gobernación),
también (y sobre todo) porque la realidad no es entendida como es sino que se aconsejan decisiones
partiendo de que la realidad debería de ser lo que el Poder desea que sea.

Hay una larga lista de fracasos, pero con sólo mencionar «Chiapas» tenemos uno en el que se representan
los demás. Los ex intelectuales independientes y hoy pendientes asesores, aconsejaron «mano dura» y
«firmeza» en el trato gubernamental a los rebeldes indígenas del sureste mexicano. «Todos los costos ya
han sido pagados, no tenemos nada que perder», dijeron para sustentar su recomendación de usar la vía
militar para solucionar definitivamente el conflicto. Aconsejaron también una «nueva política de medios»
(nombre con el que, en el gobierno y sus asesores, se conoce a los discursos en actos públicos, las ruedas
de prensa y las entrevistas banqueteras) que fuera congruente con la «política de hechos» (c’est a dire de
guerra) que se estaba llevando adelante en las comunidades indígenas del país. Resultado: ladridos,
consignas, regaños, bravatas, amenazas, dichos y contradichos («conflictos intragubernamentales» diría la
PGR refiriéndose, no al asesinato de Colosio, sino a las declaraciones de Zedillo, Labastida y Rabasa).

Las consecuencias de estos hechos y palabras no sólo las sufren los indígenas víctimas de la campaña de
exterminio en su contra, no sólo Zedillo que se mancha cada vez más las manos con sangre morena, no sólo
Labastida que ve arruinarse su carrera política a la presidencia de la república, no sólo Rabasa que se ve en
la necesidad de demostrar que no hay tontería que diga que no pueda ser superada (por él mismo) con
creces al día siguiente, no sólo el «mariscal» Albores que tiene ya un lugar privilegiado entre los asesinos y
ladrones de este siglo.

No sólo ellos, las consecuencias también las pagan los intelectuales que no están «ni de uno ni de otro
lado». Con su campaña militar y de medios, el gobierno sólo ha conseguido adelgazar más el ya estrecho
pasillo de las posiciones intermedias. Así, los «neutrales» se ven atrapados en un falso dilema: apoyan al
gobierno o apoyan a los rebeldes.

La cortesía de miras contribuye a que cundan la desesperación y los clamores por el fin de la
«chiapanización» de la vida nacional.

Chiapas es un problema de opinión pública: estando la palabra de guerra y las acciones violentas sólo del
lado gubernamental y del lado de los rebeldes un silencio que les parece abismal, los intelectuales de la
«neutralidad» están incómodos porque si aplauden discurso y práctica gubernamentales se ponen del lado
de la irracionalidad y el crimen, y si lo critican se ponen del lado de unos encapuchados que, además de
rebeldes, son indígenas.

Es comprensible su desesperación, la guerra que el gobierno realiza en Chiapas y Guerrero salpica ya para
todos lados y amenaza con manchar plumas y pulcros análisis.

Pero hay quien no se inmuta ante el dilema y abraza con ferviente y religiosa devoción la tarea de «dar
razón» al crimen de Estado que se opera en el México indígena.

Sin embargo nada es miel sobre hojuelas, los errores se suceden vertiginosamente y provocan malestar en
los asesores oficiosos. La molestia de estos intelectuales ante las torpezas gubernamentales esconde la
insatisfacción por asesorías despreciadas. Los intelectuales del aniquilamiento indígena «por razones de
Estado» se incomodan por la tardanza gubernamental en poner «punto final» a la piedra en el zapato.

Afortunadamente, cada vez son menos y están más solos los intelectuales de la objetividad criminal (al igual
que su asesorado). Hay, en cambio, medios informativos que tienen el honor de contar entre sus páginas y
micrófonos a analistas políticos, periodistas y artistas que se niegan a los malabares que quiere imponerles
el gobierno y siguen diseccionando los problemas nacionales (y tomando posición frente a ellos) buscando
soluciones incluyentes, pacíficas y racionales.

Perdida la razón, la historia, la legitimidad y la Nación, poco le queda al sistema político mexicano. Piensa
que ya sólo una máscara podrá salvarlo y llevarlo vivo (aunque ya no sano y completo) a la otra orilla de este
siglo: La Máscara de la Guerra.

Sí la guerra en

III.- 1998. El Ejército Federal Mexicano: Entre Angeles y Huertas.

(Audio para ser usado por cualquier medio informativo al servicio del supremo. Las imágenes serán las de
los ataques a las comunidades de Chavajeval y Unión Progreso, en el municipio autónomo de San Juan de
la Libertad, Chiapas Rebelde, el 10 de junio de 1998).

Vea usted a los soldados federales: tan jóvenes, tan fuertes, tan bien alimentados, tan bien equipados, tan
bien entrenados, tan tan. Véalos combatir heroicamente desde detrás de sus tanques, su artillería ligera, sus
helicópteros y aviones bombarderos. Vea usted con qué decisión y valentía disparan y se enfrentan al
enemigo. ¡Cuánta entrega! ¡Qué heroísmo tan grande! ¡Qué arrojo! ¡Qué desprecio por el peligro! ¡Cuánto
compromiso en la defensa de la soberanía nacional! ¿No son admirables? ¿No siente usted ganas de
entonar el Himno Nacional en aquello que dice «Mexicanos al grito de guerra…»?

Esto es patriotismo. No importa que del otro lado, del lado del «enemigo», sólo haya machetes, piedras,
palos, manos, uñas, dientes. No importa que del otro lado, del lado del «enemigo», estén indígenas
mexicanos, los que primero poblaron estas tierras, los que resistieron la guerra de conquista, los que
nacieron la Patria luchando con Miguel Hidalgo, José María Morelos, Vicente Guerrero, los que pelearon
contra los gringos en 1847, los que combatieron al lado de Juárez contra la invasión francesa, los que
pusieron carne, sangre y reclamos de justicia en la revolución de Villa y Zapata, los que se niegan a ser
liquidados por un modelo, el neoliberal, que les hace una guerra de exterminio por todos los medios y en
todas las formas.

No importa, vea usted combatir a los bravos soldados federales.

No vea las violaciones, los golpes, las ejecuciones, el exterminio de hombres, mujeres, niños y ancianos. No
vea el éxodo de decenas de miles de desplazados.

No vea. No escuche.

Sólo oiga al Comandante Zedillo, al jefe de estos soldados que les ha ordenado salvar a México… de los
más mexicanos de todos.

Vea y escuche lo que le mandamos que vea y escuche.

¡Esto es nacionalismo! ¡Esto es ser patriota! ¡Esto es el «Estado de Derecho»! ¡Esto es el Ejército Federal!
¡La garantía armada de la defensa de la Soberanía Nacional!

¡Tan fuertes sin importar que al frente estén los débiles! ¡Tan valientes a pesar de que combaten contra los
inermes! ¡Tan osados no obstante que se enfrentan a los indefensos!

No vea ni escuche a su comandante en jefe bajar la cabeza, vergonzante, ante su par norteamericano. No
vea ni escuche el torpe y grotesco «servicio de traducción» con el que su canciller pretende ocultar la
cobardía del gobierno de Zedillo frente a las fauces abiertas del imperio de las barras y las turbias estrellas.
No vea a su ejército, el federal, rendirle honores militares de mando supremo al jefe del ejército…
norteamericano. No vea a los oficiales mexicanos rendir cuentas y seguir las órdenes de sus «asesores»
estadounidenses.

No vea ni escuche el silencio de esos indígenas mexicanos que luchan por democracia, libertad y justicia.

No vea ni escuche ese anacrónico «Para todos todo, nada para nosotros». ¿A quién se le ocurre en estos
tiempos de «sálvese quien pueda»?

No vea ni escuche la realidad.

Estos indígenas («zapatistas» creo que se autodenominan) son el enemigo principal, son los vende patrias;
los que quieren entregar la soberanía nacional a oscuros intereses extranjeros; los que quieren rebelarse
contra la injusticia económica; los que exigen que el que mande, mande obedeciendo; los que demandan
democracia para todos, los que quieren un lugar en la Nación; los que luchan por justicia; los que quieren
techo, tierra, trabajo, pan, salud, educación; los que defienden la independencia de México; los que quieren
un mundo nuevo, uno mejor…

¿Qué estoy diciendo? ¡No escuche! ¡No vea! ¡Aplauda!

¡Ahí están nuestros bravos soldados matando al oscuro enemigo (el color de su piel los delata)!

¡Grite usted! «¡Viva México!» ¡Otra vez! «¡Viva México!»


Vea y escuche el parte de guerra que estos abnegados soldados entregan a su jefe, el comandante Ernesto
Zedillo Ponce de León, y que en exclusiva le ofrecemos en este canal:

Parte de Guerra # 1998/6.

A: Ernesto Zedillo Ponce de León. Comandante Supremo.


De: Grupo de Mando Operativo del Ejército Federal.

Teatro de Operaciones: el sureste mexicano.

Campaña Militar: «El Estado de Derecho por la vía del hecho».

Fecha: Del 22 de diciembre de 1997 al 10 de junio de 1998.

Número de efectivos de las fuerzas gubernamentales: 60,000 (Nota: no incluye el número de tropas
especiales, ésas a las que la oposición llama «paramilitares»).

Ingenios militares de las fuerzas del supremo gobierno: Tanques de Guerra, tanquetas, vehículos Hummer,
aviones de reconocimiento, aviones de combate y bombarderos, helicópteros, obuses, morteros, artillería
ligera, ametralladoras, fusiles automáticos, granadas, equipos de sobrevivencia electrónica.

Número de efectivos de los transgresores de la ley: 300 (incluye al payaso encapuchado que los comanda).

Ingenios militares de las fuerzas rebeldes: escopetas de chispa de las llamadas «chimbas», rifles .22, palos,
machetes, piedras, manos, uñas, dientes, palabras y (según descubrieron nuestros inteligentes servicios de
inteligencia)… silencios.

Acciones Realizadas:

.- Acteal, Chenalhó, Chiapas: 45 bajas al enemigo (hombres, mujeres y niños incluidos) realizadas por
nuestras tropas especiales en acción táctica que llaman «encubierta».

.- Distintas comunidades indígenas, Chiapas: Un número indeterminado de armas decomisadas


(previamente sembradas por nosotros), libros subversivos como «el evangelio según el payaso
encapuchado».

.- Navil, Tenejapa, Chiapas: Dos costales de frijol (que demuestran que los transgresores preparaban una
guerra bacteriológica) y unas armas que plantamos.

.- Chavajeval, El Bosque («San Juan de la Libertad» para los transgresores de la ley), Chiapas: 3 bajas al
enemigo producto de nuestro valiente y osado fuego de artillería ligera, morteros y ametralladoras terrestres
y áreas.

.- Unión Progreso, El Bosque, Chiapas: 5 enemigos ejecutados por el delito de haberse rebelado contra las
sacrosantas instituciones.

.- Amparo Aguatinta y Taniperla, en los sedicentes municipios autónomos de «Tierra y Libertad» y «Ricardo
Flores Magón», Chiapas: 2 casitas de madera quemadas, un mural destruido, decenas de detenidos (vivos,
desgraciadamente).

.- Estado de Chiapas en general: un número indeterminado de muertos, heridos y prisioneros producto de


acciones de las que llaman «encubiertas» y de la aplicación estricta de la ley.

Resultado: sonoro triunfo del estado de derecho que usted dignamente representa.

Muy señor mío: las armas nacionales se han cubierto de gloria.

Rúbricas.

PD: ¡Sí se puede!

PD: Es de destacar la abnegada labor y sobrada inteligencia del mariscal de campo Roberto Albores Guillén,
bajo cuyas órdenes tenemos el honor de servir a la República.

PD: del mariscal Albores: grrrr, guau, guau, arfff, grrr.

Respuesta:

Al: Grupo de Mando Operativo del Ejército federal.


De: Ernesto Zedillo Ponce de León.

Felicitaciones. El Ejército federal no saldrá de Chiapas. Seguirá adelante en el cumplimiento de la legalidad y


la implantación del estado de derecho.
Sólo me queda decirles: muchachos, ¡duro con ellos!

«Todo con la violencia, nada con la política».

EZPL.

Rúbrica.

PD: Un gran abrazo (y unas croquetas) para mi fiel amigo y servidor, el mariscal de campo Albores.

PD: Nunca antes tan pocos (yo y los que me apoyan) debieron tanto a tantos (federales).

PD a la PD: ¿No iba así?

Vea y escuche a estos valientes soldados, aplauda a sus preclaros jefes.

No vea ni escuche a los otros soldados, a los que combaten los incendios y ayudan a la población en los
desastres naturales. No vea ni escuche a los soldados que pelean contra el narcotráfico nacional e
internacional. No vea ni escuche a los soldados muertos en el combate contra el fuego del crimen
organizado que significa destrucción, hambre y miseria para cientos de miles de personas.

No vea ni escuche a los soldados que cayeron, esos sí, en el cumplimiento de su deber.

Para estos soldados no hay ni un aplauso, ni una palabra, ni un saludo.

Para estos soldados sólo hay un silencio, el del olvido.

No vea ni escuche a los soldados que combaten incendios en varios estados del país.

Vea y escuche (¡y aplauda!) a los soldados que provocan incendios y adoran el fuego en el sur y sureste
mexicanos.

Vea y aplauda a los soldados Huertas. No vea ni escuche a los soldados Angeles.

No vea, no escuche. Tome su máscara y su silencio. No vea, no escuche. No elija…

General Felipe Angeles. Oficial del Ejército federal en tiempos de la Revolución Mexicana, se pasó a las filas
rebeldes y puso su ingenio y conocimientos al servicio de la causa de los oprimidos. Combatió bajo las
órdenes de Francisco Villa en la División del Norte. Sus compañeros de armas en el ejército gubernamental
de entonces lo tacharon de traidor a la patria.

La historia lo recuerda como un militar patriota.

General Victoriano Huerta. Oficial del Ejército federal en tiempos de la Revolución Mexicana, se puso bajo
las órdenes del embajador de los Estados Unidos de Norteamérica y ejecutó al entonces presidente
Francisco I. Madero. Encabezó la contrarrevolución y organizó matanzas de indígenas y destrucción de
poblados en su campaña militar contra un transgresor de la ley autodenominado «Emiliano Zapata». Sus
compañeros de armas en el ejército gubernamental de entonces lo enaltecieron y alabaron como patriota.

La historia lo recuerda como un traidor a la Patria.

1998, el Ejército Federal Mexicano: tan cerca de los Huertas y tan lejos de los Angeles.

La máscara de la guerra, con ella viene el silencio de la muerte. Y con la muerte vienen…

IV.- Las máscaras y los silencios para los de abajo

«La noche pasará,


Pueden escupir las aguas,
Pueden fusilar a los gorriones,
Pueden quemar los versos.
Pueden degollar al dulce lirio.
Pueden romper el canto y arrojarlo a una ciénega.
Pero esta noche pasará.»

Manuel Scorza

El modelo neoliberal exige, para mantenerse y crecer, perpetrar un crimen que se concreta en millones de
pequeños y grandes crímenes, y el Estado es el encargado del cobro efectivo y eficaz de víctimas de abajo.

Para que esta complicada (e inútil) tramoya que sirve de escenario a la muerte del sistema político pueda
funcionar, es necesario distribuir grandes cantidades de máscaras y silencios para los de abajo. El
anonimato, la desesperación, el rencor, la apatía, la impotencia, la resignación, el escepticismo, el
individualismo y el cinismo se ofertan a manos llenas para ser consumidos por millones de mexicanos y
mexicanas que malviven en este país. Con la apariencia de consumo gratuito, los silencios y las máscaras
que de arriba llegan a los de abajo suelen resultar muy costosos. Las pérdidas son estratosféricas, pero no
se miden en términos monetarios sino humanos.

Las máscaras del anonimato y el individualismo que la frenética globalización trata de imponer a hombres y
mujeres de todo México ocultan no la singularidad de cada ser, sino la concreta pesadilla de malvivencia de
los de abajo. La injusticia cotidiana que el sistema opera en contra de los mexicanos diluye su impacto
precisamente en la magna multiplicación de sus pequeños crímenes: un despido por aquí, una violación por
allá, un preso injustamente acullá, un robo más allá, un desaparecido político de aquel lado, un fraude en
este lado, hambre y miseria encerradas entre cuatro paredes de cualquier allá de acá. Víctimas anónimas e
individualizadas del sistema, millones de mexicanos pierden (en la alquimia neoliberal que convierte su
explotación en un secreto multiplicado), la oportunidad de rebelarse contra una pesadilla que los individualiza
para el terror porque es anónima en la agresión que perpetra.

Y las máscaras se acompañan de máscaras, la apatía y el cinismo se quieren multiplicar entre los de abajo.
Se trata de hermanar el «no me importa nada» con el «me importo sólo yo y qué» y el poder cumpliría así
uno de sus principales objetivos: imponer la inmovilidad e impedir la fraternidad.

Vienen entonces los silencios. El del rencor en contra de todo o de nadie, que se concreta en el que está al
alcance. El de la impotencia de sentirse demasiado pequeño ante una máquina avasallante, inasible y, sin
embargo, omnipresente. El de la desesperación de verse y saberse solo, sin una sospecha siquiera de que
las cosas podrán ser mejores mañana. El de la resignación que asume lo inevitable de la injusticia y del
papel de víctima mientras el victimario borra su rostro al concretarse en el patrón, el policía, el varón, el
mestizo, el ladrón, el vecino, el otro-siempre-el-otro.

Y el silencio de la rabia explota en cualquier momento, un silencio que se acumula y crece en situaciones
absurdas, inesperadas, incomprensibles: el hombre con la mujer, el banda con el transeúnte cualquiera, el
trabajador con el trabajador, el indígena con el indígena, el uno con el otro, el rencor con el rencor.

Nuevas formas de lucha van creando sus propias máscaras y van forjando sus silencios. Poco a poco crece
y se multiplica la digna máscara de la resistencia, el «no me dejo», el «no me rindo», el «sigo luchando», el
«no claudico», el «¡órale!» Detrás de la misma máscara del anonimato, indígenas, trabajadores,
campesinos, amas de casa, colonos, sindicalistas, estudiantes, maestros, cristianos de base, jubilados,
discapacitados, choferes, comerciantes, militantes de organizaciones políticas y sociales, mujeres, jóvenes,
niños y ancianos, los todos que se descubren uno día a día, se resisten a quedarse así-como-si-nada-mano-
mana-y ora-pos-no-hay-que-dejarse- hay-que-luchar-y-organizarse-y-voltear-todo-y-rehacerlo-de- nuevo-y-
no-es-cierto-que-somos-pocos- y-no-es-cierto-que-somos-débiles- y-no-es-cierto-que-siempre-perderemos-
y-no-es-cierto-que-esto-y-no- es-cierto-que-lo- otro-y-pérate-hombre-y-ya-vas-a-ver- y-no-es-cierto-que-no-
es-cierto-y-no- y-porque-no-y-no-y-porque-sí-y- no-y-ya-no- NO-YA NO…

Y con la resistencia camina y se levanta un silencio terrible: el silencio que acusa y señala.

V.- Las siete víctimas de la nueva estrategia gubernamental para Chiapas

Brillante ha sido la campaña militar del comandante Zedillo. Lo han acompañado en esta empresa bélica el
señor Labastida como jefe de su Estado Mayor, el señor Rabasa como… como… ¿qué es lo que hace el
señor Rabasa?, bueno, la señora Rosario Green en el servicio de traducción no muy simultánea (ni muy
fidedigna), y el ¿señor? Albores Guillén como mariscal de campo.

Además de rellenar las cárceles chiapanecas (las cuales había previamente vaciado de paramilitares) de
indígenas zapatistas y de miembros de la sociedad civil, además de promover el uso de chozas indígenas
como blanco en las prácticas de tiro del Ejército federal, además de practicar ejecuciones sumarias que nada
tienen que envidiarle a las practicadas por las dictaduras militares en todo el mundo (¿una ventaja de la
globalización?), además de haber ligado el nombre de «México» a los ensangrentados de «Acteal»,
«Chavajeval» y «Unión Progreso», además de haber traído el terror, la miseria y la mentira a las tierras
indias de México, el comandante Zedillo y su equipo llevan siete condecoraciones por otras tantas víctimas
cobradas.

Sí, siete son las víctimas de su guerra: la paz, el diálogo como vía de solución de los conflictos, los
indígenas, la sociedad civil nacional e internacional, la soberanía nacional, el tránsito a la democracia, la
Comisión de Concordia y Pacificación, y la Comisión Nacional de Intermediación.

Al seguir su combate personal en contra de los rebeldes zapatistas, Zedillo no sólo hizo prisionera de guerra
a la paz que estaba por conseguirse, también atacó la esperanza de una paz futura.

El diálogo como vía de solución de los conflictos es una de las bajas más importantes en la guerra del
sureste mexicano. Al faltar al cumplimiento de los acuerdos que firmó, Zedillo hizo añicos la confianza hacia
su gobierno. Sin la confianza, es imposible llegar a acuerdos. Y si no es para llegar a acuerdos, ¿para qué se
dialoga?

Por su parte los indígenas se han convertido en la principal cuota de «triunfos» de Zedillo en Chiapas: ningún
régimen había sido responsable, directo e indirecto, de tantas muertes, presos, torturas, expulsiones,
desplazamiento y desapariciones de indígenas chiapanecos como el actual.
El guerrerismo gubernamental cobró otra víctima en la sociedad civil nacional e internacional al desoír sus
llamados al diálogo y la paz.

Una víctima más es la transición a la democracia que se ve frenada por un sistema político dispuesto a un
baño de sangre con tal de no perder sus privilegios.

De la soberanía nacional sólo queda un nostálgico recuerdo. En su lugar hay asesores militares extranjeros,
armas extranjeras, tácticas de combate extranjeras, raciones de comida extranjera, equipos de combate
extranjeros. En la guerra de Chiapas lo único nacional es la sangre que se derrama.

Mención aparte merecen dos víctimas: una se arrastra moribunda, otra yace muerta irremediablemente.

La una es la Comisión de Concordia y Pacificación, formada por legisladores federales de los partidos
políticos con representación en el Congreso de la Unión. La Cocopa ha sido burlada, escarnecida, usada,
despreciada, humillada y olvidada por el gobierno. En su perverso y mortal juego, Ernesto Zedillo fingió ante
la Cocopa su disposición a aceptar los oficios de los legisladores para conseguir, eficaz y rápidamente, la
paz en el sureste mexicano. Al retractarse de su aceptación de la iniciativa de ley indígena elaborada por la
Cocopa, el gobierno dejó a los legisladores en el ridículo y les arrebató toda autoridad moral para
presentarse ante la dirección zapatista. Después Zedillo se dedicó a golpear a los «cocopos» que no se
plegaban a sus planes guerreros (es decir, casi todos), para luego ignorar a la comisión por el largo periodo
en que se planeó y ejecutó el asesinato masivo de indígenas perpetrado en Acteal en diciembre de 1997.

En fin, el gobierno ha tratado a la Cocopa con burlas, zancadillas, golpes y sabotajes.

El EZLN no hará lo mismo.

Simultáneamente a los sabotajes contra la Cocopa, en Gobernación se ocupaban de asesinar y encarcelar


más indígenas, y de librar una guerra total en contra de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai) y,
especialmente, en contra de su presidente, el obispo Samuel Ruiz García. Ultimamente, dichos y
contradichos. Labastida dice lo que desdice Rabasa, Zedillo corrige a los dos. Rabasa matiza a Zedillo,
Labastida regaña a Rabasa, en fin, una confusión de máscaras y papeles que daría risa si no fuera porque
esconde una guerra brutal y desigual.

Después de sufrir una intensa y larga campaña de ataques e infundios, la Comisión Nacional de
Intermediación (reconocida por las partes, EZLN y gobierno federal, como el mecanismo de mediación en el
diálogo de paz) fue disuelta.

Anote usted estos nombres: don Samuel Ruiz García, doña Concepción Calvillo Viuda de Nava, doctor Pablo
González Casanova, doctor Raymundo Sánchez Barraza, poeta Juan Bañuelos, poeta Oscar Oliva (estos
seis como miembros de numero), y Pedro Nava, Salvador Reyes, Gonzalo Ituarte y Miguel Alvarez como
secretarios. Los 10 formaban la Comisión Nacional de Intermediación, uno de los principales objetivos a
destruir según la estrategia gubernamental de guerra.

¿Sus delitos? Imperdonables todos ellos: luchar por una paz con justicia y dignidad, representar a la
sociedad civil nacional como mediadora en el conflicto, creer firmemente en el diálogo como solución de las
disputas, no plegarse a las órdenes del gobierno, mantener autonomía e independencia respecto a las
partes, pensar que la paz en México pasa necesariamente por el tránsito a la democracia, comprometerse
del lado de los indios en sus luchas pacíficas, y (el peor de todos los delitos) constituirse en un obstáculo
para la guerra.

Durante meses estas personas fueron víctimas de ataques de todo tipo, incluyendo atentados contra su vida,
bienes y libertad. Durante meses sufrieron la presión de todo el aparato del Estado mexicano; los gobiernos
federal, estatal y municipal; ejército, policía y paramilitares; los dos monopolios televisivos y la prensa local;
empresarios; diputados federales y locales, senadores de la República, jueces y ministerios públicos;
directores de partidos políticos; la alta jerarquía de las iglesias católica y evangélica. Millones y millones de
pesos gastados en campañas de desprestigio en su contra.

Todo el poder político económico, eclesiástico y militar en contra de estas 10 personas y, particularmente, en
contra de don Samuel Ruiz García, el obispo de la diócesis de San Cristóbal.

El 7 de junio de 1998, la séptima víctima caía ante el avance de la máquina de guerra zedillista. Don Samuel
Ruiz García renunciaba a la CONAI y ésta se disolvía.

Con la desaparición de la Conai terminaba una feroz resistencia en contra del autoritarismo, el crimen y la
intolerancia, pero no concluía para ellos la búsqueda de la paz.

Pero la máquina no se detuvo con la renuncia del presidente de la Conai. El señor Ernesto Zedillo no se
conforma con ver al obispo Ruiz García fuera de la mediación del conflicto. No, lo quiere ver desaparecido,
borrado, muerto. Con rencor acaricia la oportunidad de quitarlo totalmente de su vista, si el atentado falló una
vez, ya habrá otras oportunidades. Después de todo, si pudieron asesinar a un cardenal (Posadas Ocampo)
y seguir impunes, bien pueden ocuparse del obispo incómodo y seguir sin problemas. Y no se trata de uno
de esos malos chistes con los que Zedillo tortura a su gabinete, no, el rencor se ha convertido en este señor
en un verdadero estilo personal de gobierno. Y en cuanto venganzas personales, «él sí sabe hacerlo».
Una y otra vez, en cada una de las visitas conyugales que le hace al próximo ex gobernador interino Albores
Guillén, el señor Zedillo ataca con saña y cobardía a quien tuvo la paz y la justicia como banderas y no
escatimó esfuerzos ni dolores por cumplir con honestidad su labor, que es, al final de cuentas, la de todo ser
humano que se respete: y luchar por la justicia, el respeto y la dignidad.

No es poco lo que el país le debe a estas 10 personas. Aunque terminada una etapa en el sureste mexicano,
la historia nacional les reserva ya un lugar al lado de los mejores. Mucho tiempo después, cuando Zedillo
esté olvidado o preso por sus innumerables delitos, los nombres de estas personas seguirán aún en un lugar
muy especial en el corazón de los ahora mexicanos de abajo, particularmente de los indígenas.

Aunque fuera de esta etapa de la lucha, los «conaítas» han dejado claro que seguirán luchando de diferentes
formas y en lugares distintos por lo mismo: por la justicia para los indígenas mexicanos, por la transición a la
democracia y por la paz.

Sin embargo, las siete víctimas de la guerra del gobierno se multiplican en otros combatientes que resisten.
Ellos recuerdan historias de ayer en el hoy, como esa que habla de…

VI.- El viejo Antonio contra el maoísmo trasnochado

Aviso importante, es decir, advertencia urgente, o como se diga: La sección Cuentos del Caballito de
Mar interrumpe arbitrariamente este muuuy serio análisis político y, sin más, nos deja mareados como la
marea que marea a la mar. A manera de medicina, el hipocampo nos receta un cuento (¡qué otra cosa podía
hacer!).

Cuenta el viejo Antonio que cuando era joven su padre don Antonio le enseñó a matar al león sin arma de
fuego. Cuenta el viejo Antonio que cuando era joven Antonio y su padre era el viejo Antonio le contó la
historia que ahora me dicta al oído para que la mar la conozca de mis labios. El viejo Antonio me la cuenta
así nomás, pero yo llamo a esta

La historia del león y el espejo

«El león primero descuartiza a su víctima, después bebe la sangre comiendo el corazón y deja los restos
para los zopilotes. Nada hay que pueda contra la fuerza del león. No hay animal que se le enfrente ni
hombre que no le huya. Al león sólo lo puede derrotar una fuerza igualmente brutal, sanguinaria y
poderosa.»

El entonces viejo Antonio del entonces joven Antonio, forjó su cigarrillo con doblador y, fingiendo que ponía
atención a los troncos que convergían en la luminosa estrella de fuego de la fogata, miró de reojo al joven
Antonio. No esperó mucho porque el joven Antonio preguntó:

–¿Y cuál es esta fuerza tan grande para derrotar al león?

El viejo Antonio de entonces le tendió al joven Antonio de entonces un espejo.

-¿Yo? -preguntó el entonces joven Antonio mirándose en el redondo espejito.

El viejo Antonio de entonces se sonrió de buena gana (eso dice el joven Antonio de entonces) y le quitó el
espejo.

–No, tú no -le respondió.

«Al mostrarte el espejo quise decir que la fuerza que podía derrotar al león era la misma del león. Sólo el
propio león podía derrotar al león.»

-¡Ah! -dice el entonces joven Antonio que dijo por decir algo.

El entonces viejo Antonio entendió que el entonces joven Antonio no había entendido nada y siguió contando
la historia.

«Cuando entendimos que sólo el león podía derrotar al león empezamos a pensar en cómo hacer para que
el león se enfrentara consigo mismo. Los viejos más viejos de la comunidad dijeron que había que conocer al
león y nombraron a un joven para que lo conociera.»

–¿Tú? -interrumpe el entonces joven Antonio.

El entonces viejo Antonio asiente con su silencio y, después de reacomodar los troncos de la hoguera,
continúa:

«Subieron al joven a lo alto de una ceiba y al pie de ésta dejaron una ternera amarrada. Se fueron. El joven
debía observar lo que el león hacía con la ternera, esperar a que se fuera y regresar a la comunidad a contar
lo que había visto. Así se hizo, el león llegó y mató y descuartizó a la ternera, después se bebió su sangre
comiendo el corazón y se fue cuando ya los zopilotes rondaban esperando su turno.

«El joven fue a la comunidad y contó lo que vio, los viejos más viejos pensaron un rato y dijeron: ‘Que la
muerte que da el matador sea su muerte’, y le entregaron al joven un espejo, unos clavos para herraje y una
ternera.

«Mañana es la noche de la justicia», dijeron los viejos y se regresaron a sus pensamientos.

«El joven no entendió. Se fue a su champa y allí estuvo un buen rato mirando el fuego. Allí estaba y llegó su
padre de él y le preguntó qué le pasaba; el joven le contó todo. Su padre del joven quedó en silencio junto a
él y, después de un rato, habló. El joven sonreía mientras escuchaba a su padre.

«Al otro día, cuando la tarde ya se doraba y el gris de la noche se dejaba caer sobre las copas de los
árboles, el joven salió de la comunidad y se fue al pie de la ceiba llevando a la ternera. Cuando llegó al pie
del árbol madre, mató a la ternera y le sacó el corazón. Después rompió el espejo en muchos pedacitos y los
pegó en el corazón con la misma sangre, después abrió el corazón y le metió los clavos de herraje. Devolvió
el corazón al pecho de la ternera y con estacas hizo una armazón para mantenerla en pie, como si estuviera
viva. Subió el joven a lo alto de la ceiba y allí esperó. Arriba, mientras la noche se dejaba caer de los árboles
al suelo, recordó las palabras de su padre: ‘La misma muerte con la que el matador lo morirá’.

«Ya la noche era toda en el tiempo de abajo cuando llegó el león. Se acercó el animal y, de un salto, atacó a
la ternera y la descuartizó. Cuando lamió el corazón, el león desconfió de que la sangre estuviera seca, pero
los espejos rotos le lastimaron la lengua al león y la hicieron sangrar. Así que el león pensó que la sangre de
su boca era la del corazón de la ternera y, excitado, mordió el corazón entero. Los clavos de herraje lo
hicieron sangrar más, pero el león siguió pensando que la sangre que tenía en la boca era la de la ternera.
Masticando y masticando, el león más y más se hería a sí mismo y más sangraba y más y más masticaba.

«Así estuvo el león hasta que murió desangrado.

«El joven regresó con las garras del león como collar y lo mostró a los viejos más viejos de la comunidad.

«Ellos se sonrieron y le dijeron: ‘No son las garras las que debes guardar como trofeo de la victoria, sino el
espejo’.

Así cuenta el viejo Antonio que se mata el león.

Pero, además del espejito, el viejo Antonio siempre carga su vieja escopeta de chispa.

«Es por si el león no conoce la historia», me dice sonriendo y guiñando un ojo. Del lado e acá, la mar agrega:
«Por si el león o el Orive».

Y hablando de ex maoístas y ex radicales de ex izquierda, hoy flamantes asesores de los criminales de


derecha (que iniciaron hablando como cacatúas y ahora, para esconderse, imitan al avestruz, el viejo
Antonio tenía su propia versión de aquello del revolucionario y las masas y el símil con el pez en el agua,
además de la estrategia de contrainsurgencia de «quitarle el agua al pez» que hoy recomiendan los
azorados asesores gubernamentales:

El pez en el agua

Cuenta el viejo Antonio una historia que le contaron los viejos más viejos de su comunidad. Cuenta la historia
que había una vez un pez muy hermoso que vivía en el río. Cuentan que el león vio el pez y se le antojó para
comerlo. Fue el león al río pero vio que no pedía nadar en el río y atacar al pez. Entonces el león pidió
asesoría con la zarigüeya y ésta le dijo: «Es muy sencillo, el pez no puede vivir sin el agua. Lo único que
tienes que hacer es beberte el agua del río y así el pez se quedará sin movimiento y entonces podrás
atacarlo y comerlo». El león se mostró satisfecho con la asesoría de la zarigüeya y la recompensó con un
puesto en su reino.

Fue el león a la orilla del río y empezó a beberse el líquido.

Murió reventado de agua.

La zarigüeya quedó desempleada.

Tan tan.

Nuevo aviso importante, pero ya no tan urgente advertencia: la interrupción del caballito de la mar ha
terminado, no así el mareado mareo. Tal vez su persistencia se deba a lo que se muestra y se habla en…

VII.- La séptima máscara y el séptimo silencio

«Claro es que en el campo de la acción política,(…) sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el
aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela».

«Juan de Mairena»
Antonio Machado

1998. México. Mientras el supremo gobierno pone rumbo hacia la guerra y trata desesperadamente de juntar
vientos de arriba, gruñidos de bestia y sortilegios para empujar el pesado velamen de la nave de la muerte,
estos indígenas mexicanos, que sumaron el nombre de Emiliano Zapata a su historia, en silencio preparan la
justicia y la dignidad que habrá de llegar a pesar de su muerte (o tal vez por ella).

En silencio, estos indígenas ven los cielos y los suelos para adivinar los vientos de abajo que corren por los
campos de México y del mundo, por las polvosas calles de pueblitos y rancherías, por el desordenado
acomodo de las colonias populares, por las sedes de sindicatos honestos, por las oficinas de partidos
políticos comprometidos, por los teatros-cines-auditorios-salas-de-espectáculos-galerías de arte, por
laboratorios y centros de investigación científica, por cubículos, aulas y pasillos universitarios, por reuniones
y asambleas de organizaciones políticas y sociales, por iglesias de pobres, por los comités internacionales de
solidaridad, por las organizaciones no gubernamentales nacionales y extranjeras, por las autopistas, por las
carreteras, por los caminos vecinales, por las brechas, navegando en los ríos, en las lagunas y en los mares
de este país hoy pródigo en humedades, y de este mundo despertando, ya tarde es cierto, pero despertando.

En silencio ven y se ven estos indígenas.

En silencio sienten para dónde soplan los aires de los mundos de abajo.

En silencio saben estos indígenas.

En silencio terminan esta nueva y absurda arca de Noé y, sabiendo que el aire sopla para la democracia, la
libertad y la justicia, plantan bien alta la doble vela de la esperanza, motor y luz para este navío, el barco de
los de siempre, la nave de la vida.

Con arte y ciencia construyeron el arca y eligieron a miles de los suyos para tripulación.

El resto esperará en puerto lo que venga.

Si llegan la guerra y la destrucción, resistirán como han aprendido a hacerlo en la dura escuela de los siglos,
es decir, con dignidad.

Si llegan la democracia, la libertad y la justicia, sabrán repartirla como han sabido hacerlo a través de su
historia.

México, mitad de 1998

Después de un largo silencio estos indígenas hablan un barco y convocan a todos a abordarlo.

Después de tanto silencio, estos indígenas hablan una nave, un arca de Noé, una torre de Babel navegante,
un desafío absurdo e irreverente.

Por si hubiera duda de quién lo tripula y dirige, el mascarón de proa luce ¡un pasamontañas! Sí, un
pasamontañas, la máscara que devela, el silencio que habla. Un «Para todos, todo, nada para nosotros»
viste la bandera de la estrella roja de cinco puntas sobre un fondo negro que brilla sobre el palo mayor. En
letras doradas, a babor, estribor y en popa, el «Votán Zapata» nombra el origen y destino de este navío, tan
poderosamente frágil, tan estruendosamente callado, tan visiblemente ocultado.

«¡Todos a bordo!», se oye que grita-ordena-invita la voz del capitán. El único boleto necesario es la
honestidad. Varios miles de remeros esperan, ¿listos para partir? No, falta…

Con esa extraña y reiterada tendencia a complicarse la vida que tienen, estos hombres y mujeres de
máscaras y silencios construyeron su nave… ¡en medio de la montaña!

«¿Y ora?», les pregunto.

Como era de esperar, un silencio es la respuesta. Pero detrás de sus máscaras hay una sonrisa cuando me
entregan un mensaje y una botella.

Yo hago lo que de por sí hago en estos casos: meto el mensaje dentro de la botella, la tapo bien con un
chicle con algo de chamoy que la mar me da, me planto con firmeza en una orilla de la ceiba y, con toda mi
fuerza, lanzo muy lejos la botella con el mensaje. Un rabito de nube la recoge y, navegando, la lleva a-saber-
dónde-la-lleva. Allá va la botella. Quien la encuentre podrá, al romperla, romper el silencio y encontrar
algunas respuestas y muchas preguntas. También podrá leer la…

V. ¿Declaración de la Selva Lacandona?

Bueno, es todo.

Vale. Salud y estad listos. ¡Aprestad paraguas, impermeables y salvavidas! ¿Quién negará ahora que la
palabra puede convocar humedades?

Desde las montañas del sureste mexicano


Subcomandante Insurgente Marcos
En nombre de los «300»

México, julio de 1998

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