Está en la página 1de 3

c) Algunas consecuencias ético – antropológicas

Dentro de la filosofía trascendental, el espíritu humano no debe ser explicado ni


fundamentado, porque es precisamente el espíritu aquello que fundamenta y explica las
cosas.
La naturaleza, como cosmos ordenado y lleno de sentido, no precede al trabajo del científico,
sino que es el conjunto de leyes con las que el científico ha estructurado y llenado de sentido
el mundo sensible. De aquí se sigue que es imposible reconocer la dimensión natural del
espíritu humano y de los fenómenos morales, ya que esto supondría desconocer una de las
características esenciales del espíritu, a saber, la capacidad de conferir sentido a la naturaleza
o, lo que es igual, desconocer su índole trascendental. El espíritu no es creador de la
materialidad de las cosas, pero sí confiere a esa materialidad su significado inteligible.
Se dibuja así el dualismo entre naturaleza y espíritu (persona). La naturaleza es lo
fundamentado por el espíritu (en el plano del significado), el espíritu o la persona es lo que
fundamenta y da sentido a la naturaleza.
Para la filosofía trascendental carecerá de sentido hablar de una «ley moral natural», porque
una «ley natural» sería una ley física o biológica, pero nunca una ley moral.

Pérdida de la unidad de la visión filosófica del mundo y del hombre:


No consideramos deseable una visión filosófica monista en que el mundo material y el
mundo de las personas son medidos de la misma manera. El intento de Kant por subrayar la
originalidad del espíritu era un proyecto convincente, pero se critica el modo en que lo
realizó, pues, investigó el mundo personal con conceptos propios de la interpretación
filosófica del mundo físico (fundamento, causa, etc.). Y así, si era difícil entender a fondo la
libertad como «ser o poder causado», más problemas plantea todavía la pretensión de
entender la libertad humana como «ser o poder incausado», es decir, como la primera causa o
el fundamento supremo. Parece más adecuado adoptar otro enfoque: por ejemplo, entender la
libertad humana como un don que pide ser aceptado y que está destinado a donarse
nuevamente, y cuya sucesiva aceptación por parte de Dios constituye la más admirable
manifestación del amor divino1.

1
fr. POLO, L., Antropología trascendental..., cit. Véase también: HAYA SEGOVIA, F., El ser
personal. De Tomás de Aquino a la metafísica del don, cit.
Desde el punto de vista de la antropología moral el dualismo kantiano resulta muy
problemático.

Sujeto empírico Sujeto racional autónomo

Determinado por el egoísmo Dirige y legisla al sujeto empírico


Instintivo de la naturaleza le pone límites

POIÉTICA

Imposición de una forma externa,


no ordenación interior de los deseos

¿ ?
Sujeto moral

Ordena sus deseos


Busca y proyecta las propias acciones virtuosas

Reino de los fines: Mundo de sujetos empíricos que buscan la propia felicidad (y la de los
demás) respetando los límites de una ley moral sin fundamento antropológico alguno2.
d) La fundamentación última
2
Cfr. ABBÀ, G., Quale impostazione per la filosofia morale?..., cit., pp. 223-225.
La filosofía del ser desarrolla el proceso de fundamentación recorriendo la entera línea de la
causalidad y de la participación que explica el ser como acto existencial de las cosas (actus
essendi), hasta llegar a Dios Creador. La verdad de la creación es el culmen de la Metafísica,
y el inicio de la Teología Natural.
La Ética la considera como una verdad ya establecida por esas dos ciencias. La creación
como libre donación del ser por parte de Dios ilumina el sentido del mundo y la destinación
de la libertad, evitándonos la condena a vivir en un mundo sin sentido, en el que el azar lo es
todo y la razón y el amor no son nada.
En este marco filosófico, la capacidad del hombre de regular moralmente su conducta se
explicará en último término como la participación propia del ser racional, creado a imagen y
semejanza de Dios, en el orden y en la asignación de destino por parte de la Inteligencia
creadora. La razón humana es práctica (moral) por participación, y su participación en la
ordenación de la Inteligencia
creadora se llama «ley moral natural».
La creación de seres racionales responde a la intención de que existan personas capaces de
establecer una verdadera comunión espiritual con Dios. La realización de esa intención divina se
incoa con el acto creador, pero sólo puede hallar su consumación en el libre cumplimiento, por
parte del hombre, de la finalización que inspira el acto creador. El hecho metafísico de que el
obrar siga al ser y sea su desarrollo, el hecho metafísico de que exista la acción libre en general,
refleja ese doble momento de actuación del proyecto divino: donación de la perfección
constitutiva inicial y destino a la perfección final que ha de alcanzarse a través del obrar libre. En
una palabra, la creación del hombre, en cuanto obra de la inteligencia y del amor de Dios, es
también finalización o, mejor aún, destinación.
Ello implica, desde el punto de vista de la persona humana, que la dignidad que ésta tiene por
haber sido creada a imagen de Dios no es aún todo el valor que le corresponde como ser moral.
En efecto, la persona advierte que su dignidad constituye para sí misma una tarea, un proyecto en
el que ella ha de poner lo que sólo puede ser puesto mediante una respuesta libre. Con otras
palabras, lo que Dios ha querido con la creación no es sólo lo que la persona ya es, sino la
completa realización del destino personal: la plenitud de la persona que ha colmado la infinita
aspiración de conocimiento y amor puesta en ella por el acto creador.
La configuración que la Ética puede recibir, en cuanto disciplina filosófica, sobre las bases de la
filosofía del ser y sobre las de la filosofía trascendental presenta divergencias esenciales, tanto en
lo que se refiere a la fundamentación última (teonomía-autonomía), como en lo concerniente a
los presupuestos antropológicos (antropología unitaria-dualismo antropológico) y a la
articulación de
los conceptos específicamente éticos (bien, ley, libertad, etc.).

También podría gustarte