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LOS DIOSES TIENEN SED

SARA CADENA MONTOYA

El siglo XVIII sacudió al mundo, empezando por la revolución estadounidense que, junto
con el reinado de la ilustración como nuevo modelo de pensamiento, racional, moderno,
revolucionario y por lo tanto republicano, impulsaron la consolidación de la revolución en
Francia, esto junto a una monarquía imperante y una aristocracia encaprichada al
feudalismo y los privilegios que con este venían.

La revolución francesa, punto cero de la historia moderna o, que consideramos moderna en


términos de libertad e igualdad, de restauración de repúblicas, estados sociales y
democráticos. Derrocó de forma definitiva al sistema feudal y a la monarquía en Francia,
imponiendo un nuevo régimen cuyo ideal en principio fue la consolidación de la República.

En tiempos predecesores de la revolución francesa, conceptos como la igualdad, eran tema


de mera formalidad por parte de autores, literarios o académicos, pero era eso y solo eso.
La igualdad se quedaba en deseos y anhelos, más que en cualquier otra cosa, conjeturas,
postulados, formulaciones por parte de los intelectuales de la época; hasta ese momento.
Desde la revolución francesa, incluso antes, en la revolución estadounidense, se empezó a
hablar de igualdad como un hecho y dejar a un lado el bello término de la igualdad formal
que tanto gozaban de escribir y describir en los ensayos académicos de los contractualistas
o “liberales” de la época.

Igualdad y libertad, dos preceptos fundacionales para todo estado en tiempos modernos,
actuales, que se quiera proclamar como democrático. Cánones como estos no pueden
quedar subyugados ante otro concepto, más que la limitación del mismo, pero en 1789, y en
general, la década del 90 del siglo XVIII en Francia,, fue una época dominada por un
impulso revolucionario, fuerte, audaz, capaz de llevarse todo por delante con una única
visión u objetivo, la conformación de un estado soberano, independiente y democrático,
una república, dejando atrás la idea de la federación y castigando con mano dura y sin
compasión a aquellos que fueran en contra de esta, o se creyera que lo estuvieran.
Pero a pesar de todo este proceso independentista, podría decirse, por parte del pueblo,
subyugado a un poder monárquico, despótico, y arbitrario; este ideal de libertad e igualdad
como principal característica del estado republicano que, apenas mostraba sus primeras
luces en 1789 en Francia, entra en controversia con el actual pensamiento imperante de la
época, es decir, la ideología adiestrada por la doctrina religiosa, en especial la católica. En
este momento se halla la república y sus partidarios en medio de dos nociones en disputa,
por no decir contrariedad. La tendencia liberal y emancipación por parte del pueblo francés
se ve nublado por la costumbre y el arraigo a lo pasado y su cultura, toda una tradición de
sumisión por parte de este ante un poder papal, y a su vez ligado fuertemente a la
monarquía como forma de gobierno.

Libertad, se pregonaba la libertad entre los hombres, la libertad de cumplir con sus deseos,
aspiraciones y trabajo. pero se puede hablar de libertad de pensamiento y de locomoción
cuando aún se encuentra subordinado al poder y órdenes de un superior que, aun peor que
el monarca no da a conocer sus promulgaciones de forma clara y concisa y que, de que en
realidad las hubiera, cada quien interpreta de forma distinta. aquel pulpo que ha reinado e
impuesto su voluntad a través de los tiempos, seguía vigente en medio de la sociedad, la
religión, enemiga de la total liberación del hombre, sublevando a la razón y la crítica de una
sociedad falta de esta. pasaba su poder de una convención a otra, de un poder a otro, de un
tirano a otro, y de una inquisición a otra, sin tener la más remota idea de cómo gobernarse a
sí misma, acostumbrada a obedecer, la sociedad francesa, aún no estaba lista para dejar tan
altos compromisos a ciudadanos que conformaban el tribunal, sin antes dejar a cargo a un
ser supremo, que no tenga miedo de imponer su ley, y de mandar a quien fuere necesario
para el cumplimiento de sus fines.

En medio de la confusión de la revolución, es oportuno cuestionarse si es, en verdad,


posible considerar autónoma y soberana a una justicia que está regida y predeterminada por
una moral impuesta y basada en una religión, la justicia en tiempos de reformas se vuelve
partidaria si o si de la filosofía imperante, fraccionando a su vez, la sólida decisión y
unanimidad que debería caracterizar a dicha estructura. La justicia toma, entonces, una
forma arbitraria y tirana en la que “quien no esté conmigo está contra mí”, condenando a
todo aquel que se atreva a contradecir el pensamiento imperante, que en ese momento sería
el republicano.

Puede ser que por el afán de declararse república Francia, o bien sea por el amor que se le
tenía a la patria, y que se juró defender a capa y espada, se cegara tanto la justicia que
podría llegar al caso de solo tener que sentar a un acusado en la sala del tribunal para
declarársele culpable. El tribunal en sus ansias de proteger la soberanía de la comuna,
ignoraba y dejaba a un lado el concepto de un debido proceso a la hora de juzgar a los
acusados. Se presentó, entonces una ola de desconfianza de la justicia por parte del pueblo,
generándose el miedo y la obediencia por temor y no por razón, como pregonaba la
revolución. el mayor temor de los comunes se había vuelto realidad, destituir a un tirano
para imponer a otro, igual o peor al anterior, dicha justicia que se impartía por parte del
tribunal, se convirtió en una justicia perseguidora y acusadora, por no decirse inquisidora.
el miedo se apoderaba de la sociedad y este se incrementaba al ver que amigos, vecinos, y
conocidos se recluían en diferentes centros penitenciarios, fueran cárceles propiamente
dichas, o iglesias que fueron adecuadas para la instauración de comités, y cuyos sótanos
fueron acondicionados como calabozos, y en cualquier sitio donde pudieran amontonar a
cientos de ciudadanos acusados de compartir y generar ideas de talante anti republicano,
aristócratas, emigrados, que huyeron del país en cuanto comenzó la revolución en masa, o
simples ciudadanos que con el infortunio de la coincidencia fueron declarados como
conspiradores y federalistas, o bien, cómplices de Pitt, como los llamaban los acusadores.
Se había vuelto costumbre ver en las plazas a decenas de compatriotas ejecutados por la
guillotina, el acusado, los inquisidores, verdugos y el corro inagotable de curiosos, quienes
se dividían en bandos, estaban aquellos que gritaban que los liberasen, otros más que
animaban cada vez más al inquisidor, y los que eran indiferentes frente a la escandalosa
escena presenciada, algunos huían despavoridos al ver tan salvaje y cruel cuadro.
Estrambótico espectáculo para semejante tiempo de escasez y necesidad inmediata de
reconciliación y unión entre la sociedad, incrementaba a su vez el deseo de apoderarse de lo
ajeno, en tiempos de penuria sale a flote lo peor de la humanidad, las ganas de asesinar
igualaban a las ganas de morir, antes de que la guillotina pasase por su cuello.
La Sección entonces, se encargaba de llenar los calabozos y centros improvisados de
reclusión, y por otro lado, el papel del Tribunal erra condenar a los acusados presentados
por, ya sea el comité de vigilancia, o el comité de salvación, o cualquier otro con capacidad
para capturar y acriminar ciudadanos, hombres, mujeres, adolescentes, todos ellos, de
distinta raza, posición social, capacidad económica, pasaban uno a uno a la guillotina, por
la mayoría y, en general, el veredicto final concluía en pena de muerte. Se había vuelto tan
cotidiano que aquellos pobres acusados se condenaban de forma automática a la muerte, no
existía absolución en cargos sobre la actitud o simple insinuación de esta de carácter anti
republicano.

La justicia estaba cegada y con sed de venganza, pensaba en su único fin, la República, y
no le interesaba los medios que tuviera de usar para llegar a este. Estaba condicionada por
siglos de subordinación y opresión ejercida por parte del gobierno preponderante. No sabía
de miramientos, enfocada en su función principal, juzgar. Anteponiendo la asamblea como
prerrogativa, dejando a un lado la veracidad de los hechos. En realidad, esta ya no
importaba, lo que imperaba en el momento era el adiestramiento de la sociedad hacia un
nuevo paradigma, hacerles odiar, tan solo, la idea de concebir al estado como federalista,
bajo un gobierno monárquico influenciado por el sistema feudal. Esla creación de un nuevo
patriotismo desligado de la concepción de superioridad del rey, proceso complejo, puesto
que el rey, y el poder que este ostentaba era delegado por obra y gracia de dios, y cómo
podría si quiera proyectar una sociedad dominada por un espíritu religioso, tan católico
como solo este, que desligara de un día para otro a su soberano “natural” impuesto por
dios, para aceptar un gobierno hecho por sus semejantes, personas del común.

La, entonces llamada, Comuna de París, estaba regida por varios comités que se delegaban
y ostentaban la autoridad en dichos territorios, algunos de los más representativos y a la vez
más temidos por los mismos ciudadanos, tuvieran o no el tan exigido certificado de
civismo, era el Comité de Vigilancia de la Sección, el Comité de Salvación Pública, entre
otros, los cuales representaban al poder ejecutivo, legislativo, y en cierto modo el judicial,
este último siendo ejercido por el Tribunal.

Dicho Tribunal ostentaba el poder de declarar inocente o culpable, en la mayoría de los


casos, a los diferentes infortunados que, bien sea por justa causa o por desgracia del azar,
terminaran reclutados por la “justicia”. Su vida y destino, dependiendo de manera exclusiva
al Tribunal de la Sección, compuesto por hombres de bien, honrados, patriotas, todos ellos
a favor de la consolidación de la república, cegados por su ya, bastante declarado
patriotismo, e influenciados en exceso por ideas extremistas sobre la superioridad del
pensamiento republicano frente al federalista, y un pensamiento condenatorio a todo aquel
que esté en contra de dichos postulados liberales.

La Asamblea proclamaba la libertad y reclamaba la sangre de quienes estuvieran en contra


de sus métodos y preceptos, por consiguiente, antipatriotas, buscaba a como de lugar el
establecimiento de un gobierno democrático, hecho por y para el pueblo, no distinguía raza,
estamento, solo había una clasificación en estos años de rebelión, ciudadanos con
certificado de civismo y ciudadanos sin certificado de civismo. Idealizaban a uno y
condenaban a otro. Gran dilema el de los espíritus revolucionarios, quienes reclaman el
poder al considerar el anterior despótico y tirano, un poder que es tomado por la fuerza, en
armas, porque ¿de qué otra forma se conseguiría?, pero que a la hora de gozar de él, se
convierte en un arma de doble filo, por un lado, está el sentimiento de venganza que nace,
crece e impregna cada ser que pueda poseer un título de este; y, por el otro lado, un temor
perturbador que persigue a quien a liberado de un antiguo régimen a la sociedad en la que
se encuentra en plena revuelta y reconstrucción, por no cometer el mismo error del régimen
al que acaba de sustituir, convertirse en un tirano, despótico, que no escucha ni atiende a
contradicciones, que convierte su palabra en ley. Este mismo temor es el que establece los
límites del nuevo poder constituido, el mismo temor que frena y distribuye de manera
equitativa el poder, plantea una separación de este, una división, puesto que es el poder y su
concentración, el que corrompe al hombre. Este mismo temor que no supo controlar y, que
perdió la Asamblea, el Tribunal y los distintos Comités configurados en el nuevo régimen,
a la hora de investigar, acusar y condenar a los ciudadanos, convirtiéndose entonces, en lo
que al principio luchó por derrocar, una justicia inquisidora, que no daba oportunidad de
defensa, y que si esta se daba, nada garantizaba que se le creería al acusado, una justicia
arbitraria que era taxativa en cuanto a juicios sobre el civismo y el patriotismo de los
residentes de Francia, cualquier era tomada como cierta de inmediato, se sospechaba de
todo y de todos, la justicia en ese momento desarrolló una especia de delirio de persecución
y conspiración por parte de los emigrados, extranjeros, y hasta de su mismo pueblo, y no
había quién la parara.

Tiempos de incertidumbre, tienen efectos contrarios entre las opciones, puede ocurrir que la
sociedad implemente métodos de unificación entre sí, y que correspondan a un único
objetivo, convidar a la comunidad en una sola, sin divisiones banales, y concentrarse en lo
que unifica a una nación en tiempos difíciles, como puede dividirla, fraccionarla,
enfrentándose los sectores unos con otros en una guerra de supervivencia, donde el terror
gobierna, y en el cual hasta el inocente sienta tal opresión que desarrolle un miedo
irracional que inculpe hasta el más pulcro de los ciudadanos honrados.

En este momento es cuando ciudadanos con pensamiento crítico frente a la doctrina


religiosa, comienzan a cuestionarse si es posible considerar autónoma y soberana a una
justicia que está regida y predeterminada por una moral impuesta y basada en una religión
tan sectaria y condicionada como la católica, preeminente en la época. Dudas que duraron
hasta el año 1790, cuando fue promulgada una legislación en la que la iglesia perdió su
autoridad para imponer impuestos sobre las cosechas, eliminando los privilegios del clero,
y la confiscación de sus bienes, que terminó en el nombramiento al clero como empleados
del estado.

¿Puede el furor de la revolución extinguirse antes que un credo y un fanatismo poco


sustentado e inequívocamente arbitrario y excluyente? La revolución francesa puede
considerarse que duró desde el año 1789 hasta el 1799, con el golpe de estado de Napoleón,
diez años en los que la nación se vio revuelta por varias situaciones pecaminosas, como lo
son la escasez de alimentos, la incertidumbre por parte de los ciudadanos y de la justicia
misma, millares de muertes, cantidad exorbitante de batallas en todo el territorio nacional,
que desembocaron en un gobierno autoritario por parte de Napoleón Bonaparte. La
revolución en sus primeros años empezó con un tremendo furor y apoyo por parte del
pueblo, conformando ejércitos por artesanos, tenderos y campesinos de toda la nación. Pero
dicha disponibilidad y ánimo se fueron desvaneciendo a medida que pasaba el tiempo,
demasiado rápido para algunos patriotas que, consideraban que los ciudadanos estaban
abandonando su sentido de lucha y amor a la patria y a la revolución. Sentimiento de
incertidumbre se apoderó de líderes y miembros de los comités delegados por la Asamblea
Nacional General, que temían que su peor pensamiento se volviera realidad, el
desistimiento por parte del pueblo y el abandono de la causa. La nación necesitaba
entonces, un impulso, algo que los uniera a luchar, fue entonces cuando Maximilien
Robespierre surgió hacia el mando del Comité de Salvación Pública y, junto con los
Jacobinos, impuso el Reinado del Terror (1793 – 1794), en el cual el número de
condenados a la guillotina se estiman en millares de ciudadanos. Esto pareció despertar el
pensamiento revolucionario del pueblo subyugado al poder despótico del, luego convertido
aristócrata Robespierrre, y fue entonces, cuando el 27 de julio del año 1794, se realizó una
sublevación popular en contra del aristócrata terminando en la destitución y posterior
ejecución de Robespierre y otros líderes del Comité de Salvación Pública.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

France, A. (1912). Los dioses tienen sed. Barcelona: Barril Barral editores s, l.

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