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ACERCA DEL LIBRE ALBEDRÍO Y LA LIBERTAD DE LA VOLUNTAD

Por
Mauricio A. Jiménez

    Si tener libertad de elección significa la facultad para escoger cualquier


cosa según sea la propia voluntad, entonces esa libertad de elección no es
libertad de lección per se y ex nihilo (por sí misma y de la nada), sino que
depende absolutamente de cuál sea la inclinación de esa voluntad en el
momento de realizada la elección. En otras palabras, nuestras elecciones
no son meras proyecciones aleatorias sin una guía que las gobierne o
dirija, sino que son la expresión y la realización de una voluntad
antecedente.
     Absolutamente todas las elecciones que un individuo toma durante su
vida están determinadas por alguna causa que inclina o dirige su voluntad
hacia alguna opción por sobre otra, a esto llamamos: “autodeterminación”
(que no es lo mismo que el “determinismo”). Incluso en las elecciones más
triviales, como comprar un helado de fresa o de chirimoya, nuestra
decisión será el resultado de una motivación o deseo previo (¿por qué
escogiste el de fresa y no el de chirimoya, por ejemplo?). Este es un hecho
para lo cual ni siquiera debiéramos argumentar demasiado, pues es
evidente que nunca estamos en un estado de completa neutralidad a la
hora de realizar una elección. Las opciones siempre están delante de
nosotros, no obstante la decisión que tomemos, la elección que hagamos,
necesariamente será el resultado de una causa que dirige a la voluntad y a
la determinación. El hecho es que siempre escogemos según es el deseo
más intenso en el momento, eso es algo que todos sabemos y
experimentamos a diario. En las palabras del profesor John H. Gerstner:
“escoger es inclinarse, es preferirlo, y si yo en realidad escojo; me inclino o
prefiero cierto curso de acción, es positivamente porque las razones de este
curso de acción me parecen más poderosas que otras razones en otro
curso de acción que me pueda aparecer.”[1]
     Incluso si fuéramos forzados a una elección, nuestra decisión será el
resultado de una preferencia. Por ejemplo, si alguien le apuntara a usted
con un arma para hacer lo que no desea, digamos entregar todo su dinero
a cambio de no morir asesinado, aun tiene la opción de escoger entre
entregar o no su dinero, todavía puede elegir entre vivir y no vivir. Desea
vivir, por tanto entrega su dinero. Quizás no le resultará fácil
comprenderlo en el momento, pero no puede negar que su deseo más
intenso en ese momento, bajo esas circunstancias tan particulares, era
seguir viviendo. Ese era su deseo más intenso, o “más poderoso” si se
prefiere otro término con igual significado.
     El profesor Gerstner ilustró esta idea de una manera muy similar:

«… suponga que el autor de este libreto está en este momento parado


delante de usted con una pistola en su mano y su cañón apuntándole,
diciéndole: "Lea este escrito mío o va a ver". Suponga ahora que bajo esas
condiciones usted procede a la lectura. Usted puede estar tentado a creer
que está siendo forzado en una situación como esa. Ahora, para estar
seguro, usted tiene un delicado instrumento de persuasión apuntándole,
pero ese cañón no le fuerza realmente a usted a escoger leer lo que está
escrito. Usted escoge leer lo que yo he escrito porque le parece bien hacerlo
así. Ahora, admitámoslo, la razón de que le parezca bien a usted hacerlo
así, bajo estas circunstancias, es que ello le parece preferible en vez de
tener sus sesos derramados sobre el escritorio. Pero, si por alguna extraña
razón le pareciera mejor tener su cerebro desparramado en el escritorio en
lugar de leer este libro en particular, usted no leería este libro. Así que la
razón por la que usted está leyendo este escrito particular, bajo estas
circunstancias, es que usted prefiere leerlo que dejar la existencia de este
mundo en esta forma particular y en este momento en especial. […] no
somos realmente forzados a escoger aun cuando una pistola nos apunte a
la cabeza. Está todavía dentro de nuestro poder de escoger el dejar que la
pistola dispare. No hay poder en este mundo capaz de realmente forzar
nuestro deseo. Puede forzar nuestro cuerpo. Una persona puede atarnos,
inmovilizarnos y llevarnos a donde no escogemos ir. Puede quitarnos la
vida aun contra nuestra voluntad. Los poderes de este mundo pueden
hacer virtualmente todo lo que quieren, pero esta única área es
invulnerable e inconquistable ante cualquiera o cualquier cosa, digamos,
la soberanía de nuestro propio deseo.»[2] [Énfasis añadido]   

     No es un tema a discutir si acaso los hombres tomamos decisiones


libres, tampoco si acaso esas decisiones son voluntarias. En palabras del
teólogo Anthony Hoekema:

“la capacidad de elegir (o la capacidad para escoger) […] es un aspecto


inseparable de la naturaleza humana normal.  […] la capacidad para elegir
se presupone en el hecho de que el ser humano es una «persona creada».
[…] la capacidad de elegir es un aspecto de la imagen de Dios en su
sentido más amplio o estructural. Entender que los seres humanos tienen
esta capacidad para elegir y que conservan dicha capacidad incluso
después de la caída, es, por tanto, un énfasis esencial en la doctrina
cristiana del hombre. […] Dios no trata con los seres humanos como si
fueran un «palo» o una «piedra»; trata con el ser humano como una
persona que debe responderle, y al que se le pide cuentas por la
naturaleza de su respuesta.”
     “Desde la perspectiva cristiana, el ser humano es y sigue siendo,
como lo plantea Leonard Verduin, «una criatura de opciones, alguien que
se encuentra constantemente ante alternativas entre las cuales elige,
diciendo sí a una y no la otra».”[3] 

     Pero la voluntad humana nunca es libre, i.e. no es autónoma ni


libertaria. La voluntad humana no existe ni opera extraña e
independientemente de nosotros mismos. Los deseos y las intenciones son
una expresión de nuestra naturaleza, de lo que somos como agentes
morales, tanto en nuestra condición caída como en cualquier otra faceta
humana en donde exista la participación de alguna volición. Tampoco
nuestras voluntades se encuentran en estado de completa neutralidad,
pues de lo contrario jamás escogeríamos nada en lo absoluto. Debemos
entender estos principios, pues, como dije antes, todas las elecciones que
un individuo toma durante su vida están determinadas por alguna causa
que inclina o dirige su voluntad hacia alguna opción por sobre otra, y esa
causa que gobierna a la voluntad se halla en la propia naturaleza humana.
Los tres ejemplos anteriores servirán como argumento para esta premisa,
por lo que no estimo necesario volver a ese punto.
     Ahora bien, cuando tratamos con el no tan sencillo asunto del libre
albedrío y de la “libertad de la voluntad” en el contexto de la antropología
bíblica y la soteriología, una cuestión que debemos saber responder, es:
¿poseen los hombres una voluntad libre para desear o anhelar cualquier
cosa, en cualquier dirección y sentido? O más importante aún para efecto
de nuestro estudio: ¿cómo están determinadas las elecciones que el
hombre toma en el ámbito moral y espiritual?
     Antes de responder a esas preguntas, quiero señalar que el problema
con el libre albedrío no es si somos libres para hacer lo que queramos, sino
qué es lo que queremos hacer.
     ¿Quiere el hombre natural buscar a Dios? ¿Desea conocerle o incluso
amarle de todo su corazón, mente y alma? La pregunta más importante es:
¿Tiene el hombre caído la potencia para anhelar esa comunión, y la libre
determinación para llevarlo a cabo? La respuesta desde la propia Escritura
es una absoluta negación (Gn 6:5; 8:21 cf. Ro 3:11-12; 8:5-8). El hombre
caído ha perdido toda capacidad de anhelar por sí mismo la comunión con
Dios y todo interés de conocerle en los propios términos de Dios.
     Tras la caída, no hay lugar en el hombre que no haya quedado afectado
y corrompido, de modo que sus elecciones, aunque aparentemente libres,
sólo son la expresión de una voluntad ahora cautiva y esclava del pecado.
En este sentido, podemos afirma que el hombre perdió la verdadera
libertad, i.e. su capacidad de agradar a Dios y actuar en obediencia a Él.
Esta noción respecto de las consecuencias intensivas de la caída no es una
idea sostenida únicamente por los calvinistas reformados, pues incluso el
propio Jacobo Arminio entendió estos efectos de igual manera: “En este
estado el libre albedrío del hombre hacia el verdadero bien no solo está
herido, tullido, enfermo, deformado y debilitado, sino también encarcelado,
destruido, y perdido. Y, hasta que llega la asistencia de la Gracia, sus
poderes no solo están debilitados e inútiles, sino que no existen excepto
cuando los estimula la Gracia divina: Puesto que Cristo ha dicho:
«Separados de mí, nada podéis hacer».”[4]
     Entonces, no es que el hombre no tenga libertad para escoger lo que ha
de hacer, sino que no es verdaderamente libre para desear hacer otra cosa
distinta a lo que por naturaleza es. Nuestra voluntad es dirigida por lo que
somos, y si el apelativo de “seres radicalmente corruptos” describe lo que
somos luego de la caída, entonces no se puede esperar que nuestras
voluntades tengan la misma disposición e inclinación hacia el bien que
hacia el mal. “El hecho de que los seres humanos hayan perdido la
verdadera libertad”, comenta Hoekema, “no significa que hayan perdido la
capacidad de elegir. Ahora pecan en forma voluntaria; eligen hacerlo.
Siguen eligiendo, pero en forma equivocada Ahora son esclavos del
pecado.”[5]
     Todos los hombres son esclavos del pecado y de concupiscencia, en
otras palabras: son esclavos de corrupción y de sus deseos y/o apetitos
pecaminosos. Por cuanto su naturaleza es pecaminosa, las intenciones de
su corazón son de continuo solamente el mal, no busca a Dios, no
entiende lo que es del Espíritu de Dios y tampoco puede someterse a la ley
de Dios.
      En lo que se refiere a la naturaleza espiritual del hombre, esta no es
moralmente neutra, sino positivamente pecaminosa. Todas las áreas de su
ser (mente, espíritu, voluntad y corazón) están afectadas por el pecado
original, en consecuencia sólo es realmente libre para escoger cómo va a
pecar, pero no es verdaderamente libre para nunca hacerlo. Jesús mismo
refutó la pretendida idea de libertad que tenían los judíos cuando les dijo:
“todo aquel que hace pecado ESCLAVO es del pecado […] si el Hijo les
libertare serán verdaderamente libres” (Juan 8:34,36). Pablo define la
condición anterior de los creyentes, antes de haber sido regenerados, del
siguiente modo: “Porque nosotros también éramos en otro tiempo
insensatos, rebeldes, extraviados, ESCLAVOS de concupiscencias y
deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y
aborreciéndonos unos a otros” (Tito 3:3, cf. Ro 6:17). La fuerza de sólo
estos dos pasajes aniquila esa inadmisible e ilógica idea de absoluta
libertad que algunos humanistas pretenden defender. Por lo demás, la
libertad que Cristo nos promete sólo tiene sentido si consideramos al
hombre natural como un verdadero esclavo de Satanás, de la muerte, de la
ley y del pecado.
      Cuando el apóstol Pablo afirma que: “no hay justo, no hay quien
entienda, no hay quien busque a Dios… No hay quien haga lo bueno, no
hay ni siquiera uno” (Ro 3:10-12), o cuando dice que: “La mentalidad
pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es
capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no
pueden agradar a Dios” (NVI, Ro 8:7-8), no está simplemente exagerando
como para enfatizar una idea, ni tampoco tiene a algunas cuantas
personas en mente (q.v. Ro 3:9, 23). Pablo en realidad está completamente
convencido de que el hombre no regenerado (judío y gentil) está absoluta y
radicalmente corrupto, de modo tal que no es verdaderamente capaz de
realizar ningún bien espiritual, no es en lo absoluto libre para buscar a
Dios y agradarle. Misma idea se expresa en Romanos 1:21-22 respecto de
la humanidad pasada: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron
como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus
razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser
sabios, se hicieron necios”. A los de la iglesia de Éfeso Pablo les exhorta
diciendo: “Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como
los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el
entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia
que en ellos hay, por la dureza de su corazón”.
     A esta condición humana se la ha conocido comúnmente con el
nombre de "depravación total". Es una doctrina bíblica, como hemos visto,
pero lamentablemente ha sido mal interpretada por algunos cristianos y
convertida en una caricatura que no define lo que realmente quiere
significar[6]. Esta doctrina, negativamente hablando, no quiere decir que
no puede el hombre realizar actos de “genuina bondad” (cf. Mt. 7:11), de
hecho vemos a hombres diariamente haciendo cosas moralmente correctas
a los ojos de la sociedad. Tampoco significa que ha quedado impedido de
tomar decisiones libres y moralmente responsables. No quiere tampoco
decir que no pueda tener conciencia acerca de Dios; ni que todo el tiempo
y a cada momento va a estar pecando o que cometerá toda forma y tipo de
maldad mientras viva. Positivamente, lo que se significa con esta doctrina
es que: 1º la corrupción se extiende a cada faceta de la naturaleza del
hombre y a todas sus facultades espirituales (es "total" o "radical") y 2º que
el hombre natural es incapaz de realizar algún bien espiritual que
acompañe a la salvación o le signifique el favor de Dios, es incapaz de vivir
en total y perfecta obediencia a Dios. Todos sus actos de bondad no
glorifican a Dios porque no proceden de la fe, ni como para Dios, esto
explica la máxima de que “no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera
uno” (Ro 3:12 cf. Ecl 7:20).
     Esta incapacidad humana de buscar a Dios o de responder al evangelio
sin el auxilio de la gracia, no tiene que ver entonces con una inhabilidad
inmanente de la naturaleza humana (o relativa a su constitución), sino con
una perversión de la misma. De manera entonces que el hombre natural
no sólo no tiene el interés ni la intensión de creer en Dios para perdón de
sus pecados, tampoco es capaz de percibir la revelación especial de Dios,
porque le es locura y no posee la espiritualidad que aquello demanda para
su comprensión (1 Co 2:14).
      Una vez alguien me respondió a todo esto diciendo: “decir que por
naturaleza el hombre jamás podría elegir a Dios ¿no implicaría que por
naturaleza el hombre puro (Adán) tampoco podría haber elegido jamás
pecar?”
      Pero esta objeción, aunque parece tener mucho sentido, esconde una
falacia tremenda. Si por “hombre puro” se quiere decir: “hombre
impecable”, entonces es lógicamente aceptable que Adán y Eva jamás
habrían escogido pecar, no obstante ni Adán ni Eva eran “impecables”
(Jesús, y sólo Jesús, fue impecable). Ahora bien, si por “hombre puro” sólo
se quiere decir: “hombre no esclavo del pecado”, entonces es lógicamente
posible que jamás hubieran pecado, aunque era igualmente posible que lo
hicieran (de hecho lo hicieron). ¿Notan la diferencia? Lo explico de otro
modo para que se entienda aún mejor:
      Antes de la caída, el hombre tenía la misma capacidad para pecar y
para no pecar. Adán y Eva tenían la posibilidad de obedecer o no obedecer
a Dios, podían no pecar (“posse non peccare”, diría Agustín de Hipona)
pero en el momento de la tentación su deseo más intenso fue el de
desobedecerle (la tentación de pecar fue más poderosa que su
determinación de no hacerlo). Luego de la caída, el hombre sigue siendo
capaz de pecar, pero ahora es incapaz de no hacerlo (“non posse non
peccare”). La voluntad del hombre luego de la caída ha quedado
esclavizada a los deseos pecaminosos, y por tanto el dejar de pecar no es
una opción real para él, en tanto no sea su naturaleza caída transformada.
Ahora bien, el hombre que ha sido regenerado, es capaz de pecar y capaz
de no pecar (libertad similar a la de Adán y Eva). Para eso vino Cristo, para
darnos libertad, de manera que ahora podamos obedecer a Dios, libres de
las ataduras del pecado. En el estado eterno (cuando seamos glorificados)
seremos absolutamente capaces de no pecar e incapaces de hacerlo (“non
posee peccare”). Sólo en ese estado podremos decir con absoluta certeza: el
pecado ya no es una “opción” para nosotros, ahora somos absolutamente
libres de la potencialidad del pecado.
      Hay, pues, una diferencia entre “capacidad volitiva” y “libertad
volitiva”, y esto debe servir como resumen para lo que se ha dicho en esta
sección: Todos los hombres tienen capacidad volitiva, esto es, capacidad de
desear alguna cosa, pero no la libertad para desear cualquier cosa en
todas las direcciones y sentidos. De otro modo: todos los hombres son
libres para escoger cualquier cosa según sea la propia voluntad, pero no
poseen una voluntad verdaderamente libre para desear cualquier cosa. Por
otra parte, la verdadera libertad sólo es posible en Cristo, y aun así los
creyentes no gozamos todavía plenamente de ella sino hasta cuando
seamos glorificados, sólo entonces seremos, finalmente, totalmente libres y
adoraremos a Dios en perfecta libertad.

NOTAS:
[1] John H. Gerstner, Una Introducción a la Predestinación, [en línea]
[Consulta: 15 Noviembre de 2015]. Disponible en la Web: 
http://thirdmill.org/files/spanish/67476~6_14_01_1-49-
23_PM~Predestination.html.
[2] Ibíd.
[3] Anthony A. Hoekema, Creados a imagen de Dios (Grand Rapids,
Michigan: Libros Desafío, 2005), p. 295.
[4] Disputation 11, «On the Free Will of Man and its Powers», en The Works
of James Arminius, London ed., traducida por James Nichols y William
Nichols, 3 vols. (London: Longerman, Hurts, Rees, Orme, Brown & Green,
1825-75; repr., Grand Rapids: Baker, 1996), 2:192. La porción citada
corresponde a la exposición de Stephen M. Ashby para el punto de vista
arminiano reformado del libro “La seguridad de la salvación. Cuatro puntos
de vista”, editado por J. Mathew Pinson (Barcelona: CLIE, 2006), p. 149.
[5] Ibíd., p. 300.
[6] Por ejemplo, David Hunt escribió: “Tome una comprensión humana de
´muerto`, mézclela con la comprensión inmadura de la Palabra de Dios por
parte del joven Juan Calvino, contaminada con filosofía agustiniana,
agítelo todo y obtendrá la teoría de la Depravación Total”. —What Love is
this? Calvinism´s misrepresentation of God (¿Qué amor es ese? Calvinismo:
Una falsa representación de Dios), p. 119.

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albedrio-y-la-libertad.html?showComment=1447280385378&m=1

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