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Casos de la vida real presenta.

El lobo y el gordo.

Se dice que Heráclito afirmó que nadie se baña dos veces en el mismo río; para muchos tal
sentencia hace referencia al cambio y al tiempo que todo lo muta; y esto es quizá una verdad de a
puño. Basta con recordar aquellos días de juegos de niños que ya nadie realiza; fuimos la última
generación de la “lleva” o el “tú la traes”-como la conocen algunos- que consistía en perseguir a
cualquier amigo hasta alcanzarlo y decirle ¡lleva! Solo para seguir corriendo, y ni que decir del
escondite en todas sus variedades, o las bolitas de uñitas (canicas), el trompo, el yoyo, o el
baseball jugado con una tabla y una pelota hecha de papel y cinta adhesiva, y tantos otros juegos
que terminaban en risas, alegrías y una que otra raspadura. “El gordo”, “el juancho” casi como
hermanos, y sus amigos se pasaban las tardes en esas travesuras que tantos buenos recuerdos les
dejaron; pero el tiempo que no detiene su marcha los fue alejando, cada quien a sus obligaciones
y a su vida… El gordo viajó lejos, se fue a otras tierras en busca de sus sueños, y el juancho sin más
oportunidades y presa del triste destino cayó en la locura de las bestias. Mientras el gordo
triunfaba a su manera, el Juancho se fue apagando por una extraña enfermedad que le causó la
locura y el mutismo convirtiéndolo en un triste “loquito”. Pero la vida da muchas vueltas y el gordo
-aun más gordo que cuando niño- volvió de visita a su ciudad, a su barrio, a su calle, preguntó por
viejos amigos y se conmovió con la historia de Juancho. Sin perder tiempo buscó una tienda donde
compró las habituales provisiones que todo barranquillero ha llevado a algún enfermo; peras;
manzanas y el infaltable jugo california; verdeara ambrosia para los costeños. Luego se dirigió a
casa de su viejo amigo con la mirada triste y el corazón encogido; al llegar fue recibido por un
familiar de Juancho que de inmediato lo reconoció y lo invitó a seguir a esa humilde casa que poco
había cambiado con los años; al entrar, vio sentado en una vieja mecedora a su viejo amigo y un
par de lagrimas se asomaron por sus ojos. Sin saber que hacer o que decir, desde la distancia le
dijo a su viejo amigo -quien mantenía la mirada en el suelo-: hola Juancho soy yo el gordo, ¿te
acuerdas de mí? De repente el taciturno juancho levantó el rostro mostrando esa mirada ingenua
del que se ha quedado varado en los días de su niñez, observó a su viejo amigo y su mirada obtuvo
un brillo que los parientes no habían visto en años, y sin apartar la vista de aquél compañero del
pasado, a quien para sorpresa de todos pareció reconocer, le dice, casi susurrando: gordo… acto
seguido fue repitiendo cada vez con más fuerza como si fuera un estribillo; gordo, gordo, gordo… y
al hacerlo su cara se iba tornando sombría y en su boca se asomaba una macabra sonrisa; sus ojos
se inyectaron de sangre y su faz tomó el aspecto del lobo de gubia, el lobo de Rubén Darío, el
terrible lobo… la mirada triste del gordo se había dado paso a una expresión de alarma y los
parientes presentes sin apartar la mirada de Juancho se acercaban a él como presagiando una
tragedia mientras el gordo cautelosamente retrocedía buscando la puerta, y justo cuando llegó al
umbral, lo peor… El pacifico juancho gritó con aterrador tono, ¡gordooooooooooo! Y se lanzo
hacia él, ante esto, sus parientes trataron de sujetarlo mientras el gordo con inusitada agilidad
huyo despavorido del lugar con y sin detener su carrera voltea ligeramente y se da cuenta que
no valieron las fuerzas de aquellos hombres, ni Juancho cedió a los palos, ahora con espanto lo
veía correr tras de sí gritando ¡gordoooooooo! Y hay que ver que el gordo corría como nunca lo
había hecho tratando de salvar su vida mientras una muchedumbre confusa gritaba: ¡Corre!
¡Corre! ¡Corre que ese loco te va a matar! eso sí, nadie se atrevía a intentar atajar al juacho, pero
sin importar cuanto sea el miedo, o la adrenalina, el cuerpo de aquel desesperado hombre no
daba para más, y aunque el Juancho ya casi le había dado alcance el gordo agotado asustado y
desesperado, se tiró al suelo gritando con sus ultima energías ¡San Francisco
salvameeeeeeeeeeeeeee! Más atrás salto el Juancho con la agilidad del endiablado can… un
segundo después y montado encima de la barriga de su viejo y asustado amigo nuevamente con
faz tranquila como de manso cordero le dice: ¡lleva! Ahora corretéame tú a mí.

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