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Dra. Karolin Eva Kappler karolinkappler@web.

de
Fundación Barcelona Media Universidad Pompeu Fabra
FES - X Congreso Español de Sociología: Grupo de Trabajo de Sociología de la Sexualidad
Ponencia: La otra cara de la sexualidad: Violencia sexual y sus huellas en la vida cotidiana de sus
víctimas

Título:

La otra cara de la sexualidad: Violencia sexual y sus huellas en la vida


cotidiana de sus víctimas

Abstract:

El presente trabajo estudia la sexualidad desde un punto de visto específico: el


abuso de la sexualidad como arma y medio, para ejercer la violencia y para
perjudicar otra persona. En base de un estudio sociológico-cualitativo, se anali-
zan las consecuencias de la sexualidad violentada y las huellas y cicatrices
que deja en los esquemas profundos, las estructuras y las superficies visibles
como las vivencias cotidianas de víctimas de la violencia sexual. A través del
análisis fundamentado de sus vidas cotidianas, se demuestra la fragilidad de
sus vidas arriesgadas a la merced de paradojas inherentes al sistema de la
violencia que restringen todas sus opciones de elección y libertad. Las parado-
jas se articulan como herramientas que influyen en síntomas sociales, su visibi-
lidad e invisibilidad tanto individual como socialmente y que de forma precisa y
determinante desafían la percepción colectiva de la violencia sexual.
El desarrollo de las sociedades contemporáneas hacia el individualismo y la
creciente flexibilidad, así como la erosión de papeles prefijados, hacen de las
conductas de la vida cotidiana una tarea cada vez más individual, libre y sobre
todo cargada de responsabilidad permanente. Tal y como se ha demostrado,
este incremento de la libertad vital puede representar una dificultad para las
víctimas que no participan de esta libertad, porque no acceden a ciertos valores
y narrativas como el hedonismo, el deseo y el disfrute o a expectativas sociales
como la confianza mutua, la satisfacción personal, la intimidad interpersonal y
la realización del “yo”. En consecuencia, puede ocurrir que se sientan cada vez
más marginadas y excluidas por la sociedad contemporánea y que la sociedad
les atribuya roles limitados y patrones de comportamiento discrepantes por su
incapacidad física y biológica de integración.

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Ponencia: La otra cara de la sexualidad: Violencia sexual y sus huellas en la vida cotidiana de sus
víctimas

Ponencia:

1. Introducción
La presente ponencia estudia la sexualidad desde un punto de visto es-
pecífico: la sexualidad abusada como arma y medio, para ejercer la violencia y
para perjudicar otra persona. En base de un estudio sociológico-cualitativo, se
analizan las consecuencias de la sexualidad violentada y las huellas y cicatri-
ces que deja en los esquemas profundos, las estructuras y las superficies visi-
bles como las vivencias cotidianas de víctimas de la violencia sexual. En este
sentido, se unen dos elementos aparentemente opuestos y se estudia sus rela-
ciones y su superposición: por un lado, se constata la experiencia de un asalto
violento que se caracteriza por su singularidad y que no se puede gestionar con
las herramientas habituales, tradicionales y disponibles a diario; por otro lado, y
después de haber sobrevivido al ataque, la vida cotidiana continúa y la expe-
riencia traumática previa va influenciando y cobrando importancia, tomando
forma, transformando, viciando, tomando poder en dicha vida cotidiana. Por lo
tanto, la violencia genera una paradoja entre la singularidad inminente del
evento y la pluralidad contextual de la vida diaria (Fischer y Riedesser, 1998:
59-61), caracterizada por la ambigüedad entre lo inusual y lo común, lo extra-
ordinario y lo aburrido y el sujeto y lo social.
Es preciso precisar que ambos momentos conllevan una invisibilidad so-
cial que se debe corregir normalizando y banalizando su forma y contenido: la
victimización sexual provoca en la mayoría de los casos vergüenza y culpa a
nivel individual y conlleva por tanto un importante tabú y estigma social, mien-
tras que la vida cotidiana se define por su normalidad y repetición rutinaria que
no suele atraer ninguna atención específica, ni por parte de la sociedad ni por
parte del mundo científico. Por esta razón, el estado de la cuestión se basa en
su gran mayoría en las disciplinas clínicas como la medicina, la psicología y la
psiquiatría para estudiar las consecuencias para las víctimas y proponer trata-
mientos y en las disciplinas jurídicas para definir y promover sus derechos. La
ausencia de investigación por parte de las ciencias sociales genera un punto
ciego respeto al alcance social de la victimización (sexual) lo que aumenta aún

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más la invisibilidad que caracteriza la vida cotidiana de las víctimas y refuerza a


nivel sistémico el poder de los tabúes. Este hecho permite al sistema de la vio-
lencia un funcionamiento desinhibido, libre, virulento, que se debe básicamente
a los altísimos niveles de tolerancia de la población hacia estos fenómenos,
tolerancia que emana a su vez de la ignorancia de la que se alimenta.
En consecuencia, la pregunta central que guiará la ponencia se formula
de la siguiente manera: ¿Cómo gestionan las víctimas de violencia sexual su
vida cotidiana? ¿Y qué efectos tiene esta gestión sobre el ejercicio de su liber-
tad en la sociedad contemporánea?
La presente ponencia se centra en las percepciones sujetivas de las víc-
timas y su manera de ver la vida, siguiendo un planteamiento constructivista y
descriptivo, que es además fundamental en el contexto de las técnicas cualita-
tivas escogidas. La realidad siempre ocurre y se desarrolla, interpretada y
construida por individuos y, en este sentido, el presente trabajo sigue la pers-
pectiva de la sociología orientada hacia los sujetos, estudiando la interdepen-
dencia entre acciones y estructuras, las relaciones entre personas y sociedad.
Este enfoque constructivista es necesario teniendo en cuenta el carácter espe-
cífico de la violencia sexual: su definición no es una simple etiqueta, sino que
depende de las circunstancias sociales y las condiciones de su entorno cultural
y social. En este sentido, una sociedad define una acción como violenta o no-
violenta según el grado de rechazo y la subsiguiente condenación que produce,
y estos dependen a sus vez de los niveles de tolerancia hacia el fenómeno de-
ntro de la sociedad. La violencia sexual puede generar indignación social y en
cambio forma parte de discursos culturales establecidos, generando tanto fas-
cinación como rechazo, pero sobre todo creando silencio. Es posible afirmar
por tanto que la violencia sexual se caracteriza por incoherencias y paradojas
que se generan en el ámbito individual y social.

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2. Marco teórico: la sexualidad violentada y la Conducta de la Vida


Cotidiana
Antes de definir la violencia sexual, será necesario ofrecer un breve re-
sumen de conceptos básicos sobre la sexualidad, a fin de comprender, por un
lado el limitado alcance de lo sexual dentro de la violencia sexual, y por otro
lado la total dimensión de la violencia inherente al fenómeno. Desde un punto
de vista constructivista, la sexualidad fluye de palabras, imágenes, rituales, fan-
tasías y cuerpos, lo que es "una experiencia sujetiva, íntima y emocional, difí-
cilmente clasificable" (Guasch, 2000: 14). Similar al concepto de la violencia,
también desafía los intentos sencillos de su definición, e incorpora una serie de
antagonismos, como lo común vs. lo excepcional o lo privado e íntimo frente a
lo públicos.
Además, la sexualidad es frecuentemente malinterpretada como un su-
puesto derecho humano a la satisfacción sexual (que no debe confundirse con
el derecho a la libertad sexual), ya que se considera comúnmente como una
necesidad existencial humana, comparable con la del alimentarse, respirar o
dormir. Sin embargo y según la teoría del deseo, la sexualidad es un apetito y
no una necesidad. La principal diferencia es que una necesidad requiere un
objeto extraño para su satisfacción, mientras que el deseo no puede ser satis-
fecho, porque el deseo es su propio objeto. El mito de Edipo ilustra este dilema
humano de la imposibilidad de satisfacer sus deseos (Turner, 1996: 44). En
este contexto, la naturaleza sexual de la violencia sexual algunas veces se ha
relacionado con ambos conceptos: la necesidad y el deseo. Ya que inducen la
imposibilidad de limitar el (principalmente masculino) deseo sexual, la violencia
sexual a menudo se ha considerado un problema inevitable, que las mujeres
simplemente deben aceptar como un aspecto más de la violencia estructural.
Más allá de considerar la sexualidad una necesidad o un deseo, la so-
ciedad debe reproducir sus miembros con el fin de sobrevivir. Por lo tanto, ha
establecido formas preventivas de control sobre sus miembros. Ejemplos de
estos controles son, por ejemplo, la prohibición de la prostitución, la homo-
sexualidad o el aborto, que representan los actos que desafían la lógica de la
reproducción. Por otra parte, estos actos sexuales condenados a menudo han

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sido declarados y definidos como violentos, a fin de hacer valer su abolición y


la condena. Esto representa una regulación interesada de la sexualidad y de la
violencia sexual, pero no su reducción o extinción (Turner, 1996: 84). Esto sig-
nifica que los elementos de reproducción sexual solamente son biológicos en
muy pocos aspectos y
“... to use the modern jargon, sexuality is inscribed on persons not by the
inner discourse of their physiology, but by the exterior discourse of sexual
ideology”. (Turner, 1996: 232-233)
Por lo tanto, las relaciones de reproducción en una sociedad nunca exis-
ten sin regulación. De acuerdo con Foucault, las instituciones modernas obligan
a sus miembros a pagar el precio -en este caso, aumentar la represión- por los
beneficios que ofrecen. Así, la civilización representa disciplina y la disciplina a
su vez implica el control de impulsos internos, un control que para ser eficaz
tiene que ser interno. Pero además y de acuerdo con Giddens, la sexualidad no
debe entenderse solamente como un afán que las fuerzas sociales deben con-
tener. Más bien, es “an especially dense transfer point for relations of power”
(Giddens, 1992: 18-19). En este sentido, la sexualidad puede ser usada como
punto clave de control social por medio de la energía sexual, poder infundido
con el placer, que genera. Es decir que la sexualidad en tanto que elemento
regulador esta vinculada a los sistemas de poder y por ende a la violencia, otro
elemento regulador, para la regulación del total de todas las complejidades de-
ntro de una sociedad. Su regulación se debe al banal progreso de la diferencia-
ción de la cultura. Por lo tanto el discurso del poder en sí puede entenderse
como un aspecto más de la normalización de aquellos aspectos de la regula-
ción de sociedades y de todas sus expresiones de complejidad.
Algunos autores constructivistas, como Guasch o Tiefer, sostienen que
“sexuality is not natural”, a fin de dar relevancia a su sistema normativo amplio,
que regula cuándo, cómo, con quién y con qué medios tiene lugar la reproduc-
ción (o no) (Guasch, 2000: 24). En su desarrollo más deconstructivista, el tra-
bajo de Judith Butler destaca, argumentando que el sexo representa no sólo
una norma, sino que forma parte de las prácticas reguladoras que producen los
órganos que gobiernan. Por lo tanto, su poder regulador constituye un poder

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productivo que produce, marca, circula y diferencia los cuerpos que gobierna
(Turner, 1996: 28). En este sentido, la sexualidad parece representar un ins-
trumento particularmente adecuado para la transmisión de las relaciones de
poder dentro de una estructura de gobierno de grupos sociales y que puede ser
(mal) utilizado con fines violentos inherentes a los sistemas violentos en acción
dentro de la sociedad representada.
Por lo tanto, es necesario subrayar la importancia del poder, las relacio-
nes de poder, el control y reglamentos, no sólo en relación con la sexualidad,
sino también con la construcción de conceptos y del lenguaje cotidiano sobre la
sexualidad y la violencia. La violencia, en tanto que sistema, utiliza, instrumen-
ta, se apropia fácilmente de la sexualidad, en particular en el contexto de una
sociedad patriarcal.
En este contexto, escojo la violencia sexual como fenómeno de estudio.
Su alcance social e histórico, así como las consecuencias individuales y socia-
les, la determinan como una violencia por un lado perpetua a lo largo de los
siglos y, por el otro, omnipresente a nivel social. Este planteamiento más feno-
menológico de la violencia sexual sugiere que empieza antes y puede prolon-
garse más allá del abuso en sí, dentro de las estructuras sociales y culturales.
Por lo tanto, es muy difícil reconocer y distinguir sus consecuencias y el gran
reto es hacer visible lo que está incorporado socialmente y es, por lo tanto, in-
visible. Además y de forma lógica, la violencia sexual está influenciada por la
moral, valores culturales, normas sociales, derechos humanos, el género, ini-
ciativas legales y crimen y, como hemos visto anteriormente, evoluciona a tra-
vés del tiempo. Las definiciones de violencia sexual avanzan, pero hay que re-
conocer que todas las definiciones están marcadas por lentes culturales, socio-
políticas y geográficas sujetas a su grado de especialización.
Para definirla, la experiencia de un asalto sexualmente violento incluye
tanto aspectos sujetivos como objetivos: de un lado, se asume que la violencia
sexual es una experiencia subjetiva y personal que se transforma en realidad
para la víctima a partir del momento de su vivencia dentro de su propio sistema
psíquico. Solamente puede existir como experiencia y como memoria, como
imagen traducida en signos. El componente subjetivo se refiere al sufrimiento

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de la víctima. Los dos componentes juntos demuestran el desbordamiento de la


capacidad de la víctima para integrar el suceso en su vida, lo que le produce un
malestar emocional grave. Por el otro lado, el componente objetivo requiere un
suceso traumático experimentado y vivido. En estas dos condiciones, la defini-
ción presentada intenta integrar y combinar una –no siempre existente– objeti-
vidad del suceso con la subjetividad de la percepción de la víctima.
Un concepto más interactivo define la violencia sexual como cualquier
forma de violencia que utiliza el sexo como medio para perjudicar otra persona
(Alberdi y Matas, 2002: 68-69). Esa definición sociológica se concentra en los
medios utilizados para ejercer la violencia, en sus (supuestas) causas, en los
efectos para las víctimas, en su entorno social más inmediato y en la sociedad
en general. En este sentido, la violación expresaría, tanto en Occidente como
en Oriente, el acceso –individual y colectivo– al poder absoluto reconocido so-
cialmente pero ejercido exclusivamente sobre la mujer como objeto sexual y el
cumplimiento de cierta concepción de la identidad masculina así como de la
autoafirmación errónea de fuerza, poder y superioridad malinterpretadas. Al
estudiar la violencia sexual con precisión, no se debe olvidar la enorme comple-
jidad de la violencia sexual regularmente desatendida: la violencia sexual se
ejerce contra niñas y niños por parte de hombres y mujeres, contra mujeres por
parte de hombres y mujeres y contra hombres por parte de hombres y mujeres,
con diferencias significativas entre estos tipos de violencia.
Resumiendo, la violación representa la necesidad frustrada de mostrar
un dominio, en cuyo caso el violador no busca tanto la satisfacción sexual, sino
la sumisión total de su víctima, su humillación y su degradación. Sólo cuando
éstas se materializan el agresor puede experimentar un estado eufórico. Se
trata, pues, de una sexualización del nivel social de la agresión. De esta mane-
ra, se sitúa en el modelo de una sociedad patriarcal. Como se trata de una
agresión directamente dirigida contra el cuerpo y la intimidad de la víctima –
vinculada además con el pudor y la vergüenza moral y religiosa respecto al
sexo, la sexualidad y el valor que cada persona da a su propia sexualidad– con
el fin de someter, humillar y degradar a dicha víctima, es una violencia que pro-

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voca con mucha probabilidad una mayor incidencia de efectos postraumáticos


(Herman, 1992: 119).
Consecuentemente, las agresiones sexuales engloban desde cualquier
tipo de contacto sexual no deseado hasta el intento de violación o la propia vio-
lación. El carácter de delito aparece cuando no hay consentimiento por parte de
una de las personas implicadas. Un problema que se presenta a la hora de
analizar estos delitos es la manera de enjuiciar el consentimiento. Según el
ámbito cultural o el grado de evolución de la regulación de la complejidad de-
ntro de una sociedad determinada, se imponen diferentes estrategias incluso
en el ámbito legal, las legislaciones varían ampliamente entre países, restrin-
giendo, por ejemplo, el género de las víctimas o las formas de penetración.
Más allá de la sexualidad y de la violencia sexual y a pesar de que se
haya introducido en las esferas de la política, la ciencia, el arte y la teoría social
en el siglo XX, la vida cotidiana todavía está ausente en la mayor parte de los
discursos dominantes. Parece existir un prejuicio respecto a la idea de que la
rutina, la banalidad y lo evidente no merecen un compromiso teórico. No obs-
tante, por un lado está vinculada con la tradición filosófica de la fenomenología
y, por el otro lado, se refiere al materialismo histórico y al conocimiento crítico.
La vida cotidiana se caracteriza principalmente por su carácter repetitivo,
que le proporciona unas rutinas que salvan el individuo de una permanente in-
seguridad y duda. Además, las acciones diarias no son gratuitas o coinciden-
ciales, sino que siguen unas reglas y unos sentidos. Está conectado con los
sitios donde las mujeres y los hombres viven, trabajan, consumen, se relacio-
nen con otros, crean sus identidades, gestionan las rutinas o desafían códigos
de comportamientos (Soeffner, 1989: 12). Por lo tanto, la fijación de límites en-
tre estos distintos campos, todos pertenecientes a la vida cotidiana, representa
un trabajo mental y visible a la vez, caracterizado por actividades prácticas vin-
culadas con el uso de objetos. Por su gran abanico de definiciones y para con-
cretar el concepto, se utilizará el concepto de Conducta de la Vida Cotidiana en
el presente estudio para evitar confusiones e incomprensiones.
Se define como la conexión de todas las actividades y acciones que una
persona lleva a cabo a diario en sus diferentes escenarios de vida. Siguiendo la

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perspectiva de la sociología orientada hacia el sujeto, se considera que no es


nada fácil construir, estabilizar, mantener y cambiar su vida diaria. Desde un
punto sociológico, se establece un sistema integrado por reglas, que ayuda a
estructurar las actividades. Por lo tanto, la Conducta de la Vida Cotidiana se
define de la manera siguiente:
“como una persona gestiona las diferentes intrusiones y circunstancias en
su vida cotidiana con las que se encuentra como una persona de un sexo
y de una edad específicos, como persona trabajadora, como miembro de
una familia, como miembro de círculos privados de contactos, como
miembro de asociaciones, como ciudadano, etc., pero también con sus
propios intereses y posibilidades, y como él o ella concilia estas partes”.
(Kudera y Voß, 2000: 7)1
Se puede entender como un horario y un mapa del comportamiento de una
persona. Enseña como esta persona distribuye y organiza sus actividades para
responder a sus obligaciones externas y a sus intereses personales. En este
contexto, tiene lugar una integración entre el individuo y la sociedad, controlan-
do y gestionando la participación individual en la sociedad y la formación de la
persona por la misma sociedad.
Además, la vida cotidiana es el único subuniverso relevante para cual-
quier persona con mutuas influencias entre el individuo y la sociedad. Repre-
senta el espacio individual de la interacción, adaptación y experiencia personal,
del cual cada persona tiene un conocimiento manifiesto y latente, proporcio-
nando una confianza general. Esta confianza en un mundo común de con-
gruencias latentes ofrece la rapidez y la seguridad para las acciones y reaccio-
nes necesarias a diario. En este sentido, el objetivo de las estrategias de ges-
tión de la vida cotidiana es la construcción de una, o mejor aún de la normali-
dad y la minimización de los efectos de lo anormal así como de lo anormal en
sí, facilitando la previsibilidad de las interacciones. Pero para una gran parte de
las víctimas, que viven marcadas por la paradoja entre la excepcionalidad del
1
Traducción al castellano por la autora. Original en Alemán: „wie sich der Mensch im Alltag mit den
verschiedenen Zumutungen und Gegebenheiten arrangiert, die ihm begegnen als Mensch eines
bestimmten Geschlechts und Alters, als Berufstätiger, als Familienmitglied, als Zugehöriger privater
Kontaktkreise, als Mitglied von Vereinigungen, als Staatsbürger, etc., aber auch mit seinen eigenen
Interessen und Möglichkeiten, und wie er diese Teilarrangements miteinander in Einklang bringt.“ (Kunde-
ra y Voß, 2000: 7).

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víctimas

ataque victimizante y la supuesta normalidad de la vida cotidiana, la construc-


ción de su normalidad y su previsibilidad requieren la integración de la excep-
cionalidad de sus vivencias y de sus paradojas.
“I felt for a moment as though I were in the company of people so
wounded in spirit that they almost constituted a different culture, as though
the language we shared in common was simply not sufficient to overcome
the enormous gap in experience that separated us.” (Erikson, 1976: 11)

En este sentido, tal y como lo describe Erikson, la manifestación en la superfi-


cie de comunicación social de los distintos horizontes de experiencia entre per-
sonas victimizadas y no-victimizadas suele prestar a la confusión y crear la
percepción de un abismo entre estos horizontes que se manifiesta sobre todo
en las respectivas vidas cotidianas.

3. Metodología
Como el tema por investigar se sitúa en un campo nuevo y poco trabaja-
do, se llevó a cabo un estudio cualitativo para poder responder a las preguntas
de la investigación y describir las vivencias diarias de víctimas de violencia
sexual. Siguiendo las pautas de la Teoría Fundamentada que permite el desa-
rrollo de una descripción teórica basada en el análisis sistemático de los datos
con el objetivo de cerrar el abismo entre la teoría y la práctica, se realizaron 16
entrevistas narrativas con víctimas de violencia sexual en Alemania entre 2006
y 2008. Para poder describir una amplia variedad de vivencias y victimizaciones
y llegar a la saturación teórica, se escogieron diferentes vías para contactar con
las víctimas, como diferentes instituciones de victimo-asistencia, anuncios en al
prensa, la técnica de la bola de nieve, etc.
La muestra tiene las siguientes características: Se limita a víctimas fe-
meninas de violencia sexual. Con ello, se optó por reducir la complejidad del
estudio del fenómeno altamente influido por la variable de género, tanto respec-
to a la violencia sexual como a la vida cotidiana. Las personas entrevistadas
tienen entre 27 y 69 años, representan una gran variedad respecto a sus varia-
bles demográficas, como su formación profesional y trabajo y su situación fami-
liar actual. Respecto a las experiencias de violencia sexual, la presente mues-

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tra incluye un gran abanico de diferentes tipos de victimización, tanto respecto


a la edad de entrada de las víctimas en la condición de víctima (cuando ocurrió
el asalto), las circunstancias de vida de la víctima, el tipo de asalto y las carac-
terísticas del agresor. Además, la mayoría de las mujeres entrevistadas hicie-
ron o están haciendo terapia. No obstante, fue posible entrevistar a algunas
víctimas que todavía no han recibido ningún tratamiento. Por lo tanto, se consi-
guió una muestra variada que cubre una amplia parte de víctimas de violencia
sexual y sus conductas cotidianas.

4. Huellas de la sexualidad violentada: las vivencias cotidianas de víc-


timas de la violencia sexual
Las vivencias cotidianas de las víctimas de la violencia sexual se pueden
caracterizar, por un lado, por la ausencia de una realidad en común, y por el
otro lado, por los patrones coercitivos de la Conducta de la Vida Cotidiana de-
tectados en el estudio. Después de la presentación de estos dos momentos, se
hará una reflexión sobre sus implicaciones para las víctimas en las sociedades
contemporáneas. La presente ponencia se arraiga en la realidad de las vícti-
mas, sigue fielmente las palabras de las mujeres, para comprender cómo per-
ciben sus vidas cotidianas, contrastando sus enunciados y las conclusiones
que de éstos se pueden sacar con las impresiones que la sociedad pronuncia
del mismo fenómeno.

4.1. La ausencia de una realidad en común


Tal y como se ha visto, la vida cotidiana se caracteriza entre otras cosas
por su invisibilidad, porque se asume que simplemente está ahí de manera na-
tural y normal y que no merece una mención. Incluye todo tipo de actividades,
actitudes y objetos que se gestionan a diario, pero que normalmente no forman
parte de discursos. Los actores dan por entendido los parámetros existenciales
de su actividad, que adquieren a través de las convenciones interactivas obser-
vadas, pero no demostradas (Giddens, 1995: 53). Así, puede parecer difícil
hablar de ello, porque la gente generalmente no es conciente de su vida coti-
diana. A pesar de estas consideraciones metodológicas respecto a la verbali-

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zación de la vida cotidiana, se consiguió que las mujeres entrevistadas habla-


ran de sus vidas diarias. Sin embargo, al principio del análisis su visión particu-
lar sobre sus vidas diarias no correspondió con la comprensión general y socio-
lógica de lo cotidiano. Incluso las mismas mujeres entrevistadas cuestionan su
supuesta normalidad y la de sus vivencias cotidianas.
“[…] son cosas, que a una persona normal no le afectan, ¿no?” (Helena
333-334)

Según Giddens (1995, 53), se podría decir que no se compartió la sensación


de una realidad en común. Por consiguiente, y desde un punto de vista externo,
sus vidas diarias parecen estar ausentes en sus discursos y no perciben su
vida cotidiana como patrón regular, sino que tienen la sensación de vivir en un
estado de excepción permanente. Aparte del discurso general respecto a la
ausencia de vida cotidiana, muchas de las personas entrevistadas comentan el
tema de sentirse alineadas y distintas del mundo real.

Perciben una diferencia en sus vidas cotidianas...: Parece que muchas


de ellas se perciben como anormales, comparándose con ‘personas normales’
y su supuesta normalidad, y comentan tener dificultades para realizar actos
diarios como entrar en restaurantes o hacer las compras. Otros elementos que
les hacen sentirse diferentes son: padecer trastornos alimentarios, alteraciones
del sueño o de la higiene corporal, no sentirse libres, no actuar según las ex-
pectativas correspondientes a su edad, sentirse estigmatizadas u ocultar sus
verdaderas motivaciones.
...en comparación con una supuesta normalidad...: Pero a pesar de mar-
car y describir esta diferencia y de referirse constantemente a una supuesta
normalidad, no describen lo que entienden por ese concepto, lo que hace que
construyan permanentemente un horizonte de experiencia opuesto, sin definirlo
claramente. Parece que lo construyen indirectamente como la normalidad de
una persona no-victimizada, según ellas caracterizada por la falta de preocupa-
ciones, grandes problemas y catástrofes. En cambio, describen sus vidas en
general como “difíciles” (María 15) o como una montaña insuperable.
“Y para mi estas cosas, que para otros son detalles, para mi son entonces
como una montaña.” (Dolors 510-511)

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Construyen sus vidas como una excepción, una singularidad y un agobio.

... y una normalidad anormal: Incluso cuando no son concientes de su


propia victimización sexual, algunas víctimas reconocen y perciben sus vidas
como distintas, pero no lo pueden atribuir a su causa, sino que buscan otras
explicaciones para ello. Otras intentan normalizar su diferencia y la identifican
con situaciones socialmente reconocidas llamándola, por ejemplo, una enfer-
medad. No obstante, algunas también niegan estas clasificaciones sociales e
insisten en su estado, el cual lo califican de la manera siguiente: “No estoy en-
ferma, sino que soy rara” (Ana 127), evocando su percepción de alienación y
exclusión. Aparte de sentirse distintas, también se sienten estigmatizadas y
excluidas por parte de su entorno, el cual percibe su diferencia ya sea de forma
difusa e inconsciente, ya sea de forma clara y directa, pero no menos extraña.
En consecuencia, una línea narrativa de las entrevistas discute estrategias para
ocultar y enmascarar sus diferencias a través de una normalidad interpretada y
falsa.
Ocultando la diferencia, ocultando la violencia sexual: Este intento de
enmascarar su diferencia tiene como objetivo protegerse de la mirada intrusa,
proteger posibles puntos débiles, esconder la indefensión y volverse invisibles y
normales de cara a los demás. Por lo tanto, solamente las víctimas pueden
percibir esta diferencia, al menos si su máscara es perfecta. Según Giddens
(1995, 80; siguiendo Laing y Winnicott), esta discrepancia entre las rutinas dia-
rias y la biografía cronificada puede generar un ‘falso yo’, cuyo mantenimiento
requiere un esfuerzo -por no hablar de consideración, tolerancia y generosidad-
enorme.
“Y siempre me he hecho la fuerte. Siempre amable y simpática. (-) No me
pueden atacar, llevo una armadura muy gruesa.” (María 55-57)

En este contexto, también se puede recurrir a la metáfora de Goffman (1983),


porque se puede decir que las víctimas se perciben como si estuvieran inter-
pretando permanentemente un papel en un escenario, sin identificarse con su
actuación. Este círculo vicioso puede llevar al agotamiento de las víctimas, in-
tensificando su sensación de alienación y reforzando la sospecha en el entor-

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no, que en algún momento tachará estos comportamientos como falsos o hipó-
critas.

Esta situación se agudiza por la fijación de las víctimas en sus propios


problemas, ignorando otras realidades y dificultades, y la ocultación de las con-
secuencias de la violencia sexual, transformándola en un patrón latente. En
este sentido, viven en un mundo aparte, caracterizado por la falta de confianza
y seguridad, la cual les dificulta la interacción cooperativa y solidaria, tanto en-
tre ellas mismas, como con su entorno.
Este dilema de la imposibilidad de la solidaridad, se puede comparar con
el concepto de Scarry (1985) que habla de la imposibilidad de compartir el do-
lor, que ella atribuye a la resistencia del dolor al lenguaje, por la falta de pala-
bras adecuadas. Se puede decir lo mismo de la violencia y de sus consecuen-
cias, porque una persona que nunca la haya sufrido tendrá dificultades para
entender a una persona afectada por dicha violencia, y la persona afectada
tendrá problemas para encontrar las palabras adecuadas. Este ejemplo ilustra
parcialmente la paradoja en la que viven las víctimas de violencia sexual, debi-
da a la ausencia de narrativas comunes, lo que les obliga definirse como anor-
mal, enferma o loca.

4.2. Patrones coercitivos de la Conducta de la Vida Cotidiana de las


personas entrevistadas
A parte de la falta de narrativas y la creación del ‘falso yo’, se han podido
detectar cinco conductas que representan la continuación de una misma situa-
ción de vida, es decir, la manifestación de la violencia sexual en la vida cotidia-
na. Los factores que influyen en el desarrollo de las conductas son: causas ex-
ternas que evocan el asalto sexual o el agresor; cambios abruptos en la vida de
las víctimas como eventos incisivos de la vida que causan momentos de inse-
guridad e imprevisibilidad; cambios en la condición física de las víctimas; el de-
seo de olvidar el asalto sexual; sensaciones de vergüenza y culpa; o problemas
y conflictos emergentes con otras personas. También hay que constatar que
estas conductas a menudo son invisibles o imperceptibles desde fuera, hecho
que causa problemas suplementarios.

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El primer patrón se caracteriza por su hiperactividad visible y compulsi-


va, marcada por acciones agitadas y repetitivas, que pueden afectar diferentes
campos de la vida, como la vida laboral, las actividades de ocio, la higiene o el
cuidado de los otros. El objetivo de esta hiperactividad es llenar el calendario y
matar el tiempo, de manera compulsiva, y las actividades pierden su sentido
propio y no hay espacio ni tiempo para el disfrute o la satisfacción propia.
“Claro. Primero por ese perfeccionismo y esa planificación que no pasara
nada de manera diferente a lo que me había imaginado. Realmente me
había creado unas estructuras muy rígidas para la vida cotidiana. Por eso
digo siempre, que entonces vivía bajo unas verdaderas compulsiones, sin
darme cuenta. Y sí, estoy contenta que ahora ya no sea el caso, pero en-
tonces simplemente no me daba cuenta de que no era normal. Con todas
estas compulsiones. Por ejemplo, como me organizaba mi día o estudiaba
para exámenes.” (Beatriz 806-815)

No obstante, estas actividades aparentemente no pueden liberarlas,


porque no hacen desaparecer los recuerdos y lo ocurrido. Durante esta con-
ducta, las víctimas parecen tener muchos contactos superficiales y evitan con-
tactos más cercanos. Se sienten solas, pero por falta de confianza y por miedo
a la traición íntima y a la proximidad no son capaces de permitir el acercamien-
to a los otros, lo que crea una contradicción interna. Otro aspecto importante es
su miedo a mostrarse débiles y vulnerables. Para evitar descubrir su vulnerabi-
lidad, se transforman, disfrazan, disimulan, esconden, cubren con distintos pa-
peles y máscaras que las hacen sentirse falsas, creando su ‘falso yo’, ajenas a
los demás y alienadas.

“Sí con mi grupo de gimnasia fue posible (-) a través del deporte, pero .hh
era sí. Siempre lo he ocultado, siempre hacía como si estuviera bien; na-
die lo sabe. Siempre hacía como si estuviera super bien. No va mal, ¿no?
No he enseñado nunca como (-) que soy vulnerable. Hm. Podría mostrar
mi debilidad. Mostrar su debilidad quiere decir (muy lejos/a la mierda).”
(María 85-91)

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Su intento de controlar su vida, sus límites y sus contactos a través de una ac-
tuación y unas máscaras perfectas les exige mucha energía y las atrapa en un
círculo vicioso que a menudo termina en agotamiento, enfermedades o colap-
sos incontrolados e incontrolables.
En general, las víctimas no revelan los motivos de su hiperactividad (a
veces incluso los desconocen), lo que puede generar incomprensiones y con-
flictos con su entorno, que no comparte la misma atribución e interpretación de
las actuaciones, por no afirmar que está en total ‘desacuerdo’ con la víctima.
Además, y a pesar de su carácter hiperactivo, la conducta no representa una
estrategia activa y responsable para llegar a un resultado, sino que las víctimas
describen que se sienten poseídas y manipuladas por una fuerza exterior. Se
sienten como actrices de sus propias vidas y que no pueden dirigirlas, por lo
contrario, sienten que sus vidas están dirigidas por obsesiones, manías, tics,
compulsiones extravagantes o enfermedades, las cuales no les permite ser
sujetos activos y las convierten en objetos pasivos. La noción de responsabili-
dad pierde su valor original y se transforma en un valor muy relativo y variable
que hace fluctuar permanentemente las nociones morales y los códigos de
comportamiento. De forma paradójica, se sienten pasivas dentro de la hiperac-
tividad.
“Porqué si, al final, no has vivido en libertad por tantos años, aparte de
unos 5 o 6 años entremedio, pues... entonces tienes que empezar a
aprender vivir con esa libertad.” (Helena 318-320)

En este sentido, la hiperactividad es una estrategia no-comunicativa que pare-


ce simplemente aumentar el abismo entre los recuerdos ocultados y suprimi-
dos, el entorno social ignorante y las víctimas. Además su adaptación a las
normas sociales que produce una supuesta mayor integración en la sociedad
vuelve las víctimas invisibles y difícilmente detectables, siempre y cuando no
levanta la sospecha y por ende desencadena conflictos perpetuos derivados de
una supuesta hipocresía que no tiene lugar por voluntad de la víctima, sino por
la situación.
La segunda conducta se caracteriza por el retiro de las víctimas de su
vida cotidiana, su rechazo a participar en las actividades diarias. Por lo tanto,

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parece describir un patrón opuesto al de la hiperactividad. Representa una


desconexión del mundo y las víctimas rechazan incluso necesidades básicas
como comer o beber y la higiene personal. Durante este periodo, las activida-
des se limitan a lo mínimo, no hacen nada durante el día aparte de dormir. Pa-
rece que no son capaces de enfrentarse a sus vidas normales y cualquier acti-
vidad se les presenta como un obstáculo insuperable. El tiempo pierde su valor
y desaparece y, respecto a la dimensión espacial, desaparece el exterior y todo
se concentra en el interior. Los contactos sociales también se reducen conside-
rablemente. Una sub-forma del retiro es el hecho de perderse durante el día en
sueños o crear un mundo imaginario al que pueden escapar. En este sentido,
esta forma de retiro parece ayudarlas a escapar de la crueldad del mundo real,
simplemente evitando la confrontación con las adversidades o con las personas
en su entorno íntimo y la posibilidad de un encuentro real con un familiar o un
amigo. En estos momentos es cuando aparecen los mitos sobre las mujeres
‘lunáticas’ o ‘románticas’. El hecho de que ‘vivan en la luna’, y que por explicar-
lo de alguna forma sean ‘inocentes’ o -en cierto grado- irresponsables de su
estado, no hace que sus comportamientos sean menos disruptivos o chocan-
tes. La aparente inocencia puede contrastar brutalmente con actos de rasgo
mas bien criminal o altamente alienante como la embriaguez o el consumo de
drogas, todos ellos comportamientos que llevan a romper con reglas y conven-
ciones con el fin de romper con estas convenciones para afirmar su personali-
dad ‘extraviada’, ‘perdida’, ‘romántica’, ‘lunática’. A veces, el consumo de alco-
hol u otras drogas de forma no agresiva ni descarada facilita esta estrategia, la
cual se parece al término clínico de la disociación.
(2) „.h y eh sí entonces en algun momento he notado que funciona mUy
bien con alcohol. [...] Porque tenía que aprender de nuevo, (--) permitir
proximidad, disfrutar y vivir la sexualidad, .h sí dejar pasar a un hombre,
antes solamente funcionó con alcohol.” (Carla 291-297)

Estas distintas formas del retiro se pueden caracterizar por su duración


limitada, por su dimensión aguda o, de manera general, por su dimensión cró-
nica. Lo que convierte estas etapas en un factor de inseguridad para el entorno
es su imprevisibilidad, así como la imposibilidad absoluta de adivinar cuando la

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víctima saldrá de este estado para entrar en un estado repentino de hiperactivi-


dad, o un estado de agresividad furiosa. Ahora bien, a nivel social y mientras
dura esta fase, las víctimas desaparecen de la superficie. De esta manera, eli-
minan riesgos y evitan ‘responsabilidad’ y proximidad, pero la sociedad está
inhibida para ayudarles. Es la deformación del concepto convencional de la
responsabilidad, lo que más dificultades presenta. El concepto de responsabili-
dad contiene también el carácter de la fiabilidad, y ésta no es posible en un es-
tado de victimización manifiesto y agudo. Al mismo momento, se podría decir
que abandonan la realización del yo, lo que provoca desorientación y perpleji-
dad en el entorno, en la sociedad contemporánea en la cual la representación
de si mismo ha adquirido un valor adicional. A la sociedad en el entorno le falta
entonces un alter ego con el que comunicar y se encuentra con una situación
que crea un vacío, una anomia y provoca comportamientos agresivos, a la
búsqueda de límites palpables, seguros, tangibles y negociables. Por lo tanto
esta fase que parece inofensiva puede crear muchísimos conflictos, además
duraderos, rupturas dentro de familias y desvíos de personalidad.
También en la tercera conducta, las víctimas no continúan con sus acti-
vidades diarias usuales, sino que se toman un tiempo sabático, ya sea de
manera voluntaria o inconsciente, guiado terapéuticamente o causado por una
confrontación involuntaria con los recuerdos de la violencia sexual. Durante
estos episodios, los recuerdos de la violencia sexual sufrida reaparecen y las
víctimas reviven las escenas violentas. Eso requiere toda su energía y se reti-
ran de sus vidas cotidianas, completamente ocupadas e involucradas en la
confrontación con sus recuerdos traumáticos. La ayuda que reciben en estas
situaciones es normalmente insuficiente, por la falta de integración de los sis-
temas de apoyo, de los recursos, de las familias y entornos sociales de las víc-
timas. Las familias y el entorno social íntimo se ven igualmente afectados por
las revelaciones y por regla general no están capacitados para evitar el conta-
gio del miedo o del horror, y menos aún están, dotados, educados o equipados
para hacer frente a una revelación de este índole. Por regla general, estas fa-
ses se agudizan por los conflictos y la impotencia que generan en el entorno
más íntimo. Si por ejemplo el agresor es un familiar muy cercano, estas fases

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pueden llevar a conflictos muy graves dentro de todo el entorno de la familia, y


a traiciones muy duras contra la víctima, que acaba huyendo de este entorno
‘infeccioso e infectado’. Como -desde el punto de vista institucional- la sociedad
las suele considerar enfermas, se les concede este tiempo sabático para recu-
perarse. Sin embargo, si no se ajustan al tiempo de terapia o de intervención
concedido y si no se recuperan a tiempo, o si la recuperación conseguida es
estimada como insuficiente por el entorno, esta conducta puede fácilmente
transformarse en otras conductas, ya sea la conducta de retiro descrita ante-
riormente o la conducta de revelación que se describe a continuación.
El cuarto patrón detectado se caracteriza por la revelación del malestar
de las mujeres, que puede tener lugar a nivel individual o entre las víctimas y
sus entornos, variando considerablemente respecto a su visibilidad y acepta-
ción social. En primer lugar, las adicciones al alcohol y a las drogas parecen
engendrar una revelación visible y provocadora, más allá del uso del vicio a
escondidas, diferente a la forma que aparece e el segundo tipo de patrón, pero
a menudo ignorada o malentendida de los recuerdos ocultos y evitados, lo que
provoca una paradoja, ya que se convierte o bien en una herramienta para evi-
tar y eliminar los recuerdos o bien en un medio para facilitar la aparición de las
imágenes de los asaltos sexuales. En segundo lugar, y socialmente ubicado
entre las adicciones y las enfermedades, existen los trastornos alimentarios o
de conducta que simultáneamente incorporan y externalizan el sufrimiento pro-
vocado por la violencia sexual, compensando frustraciones acumuladas y ‘lle-
nando’ vacíos internos.
„Si y pienso que... No siento mis piernas. Sí no siento mis piernas. No
tengo ninguna sensación en ellas. Y pienso que con el footing, me podría
ayudar. También con el hecho de poder correr. Siempre pienso, que no
puedo escaparme. Y a lo mejor el footing me podría ayudar un poco. (-)
Lo espero. Si y a veces me pongo piedras en las bambas. Debería empe-
zar a hacer daño y quizás empiezo a sentir mis piernas otra vez. Sí. Tam-
poco deja cicatrices2.” (Julia 461-467)

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Comentario de la autora: Julia a menudo se autolesiona y su cuerpo está lleno de cicatrices.

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En algunos casos, estos trastornos son visibles y pueden provocar la estigmati-


zación y la exclusión de las víctimas de sus círculos sociales, por su fracaso en
su recuperación.
Aparte de estos patrones socialmente aceptados, también existen –en
un escenario socialmente visible– conductas de revelación, que a menudo pro-
ducen malentendidos y la exclusión (parcial) de las mujeres de la sociedad.
Generalmente, están vinculadas con el deseo de las víctimas de recuperar el
tiempo perdido y disfrutar de sus vidas sin la influencia ni la intervención de la
violencia. No se adaptan a las normas sociales y realizan actividades conside-
radas inapropiadas para su estatus social o su edad, invadiendo espacios y
tiempo, transformando la textura de la complejidad social considerada como
apropiada y provocando una confrontación con su entorno social. También se
ven a menudo caracterizadas como personas muy, extremamente egoístas,
duras, exigentes, aparentemente fuertes, poseídas o ansiosas.
El quinto patrón -el compromiso- se caracteriza por el hecho de que las
mujeres realizan un papel activo en sus vidas y en la sociedad, integrándose en
la sociedad (en su dimensión baja) y pasando sus experiencias a la sociedad
(en su dimensión pronunciada). La integración se puede llevar a cabo con la
ayuda de la vida laboral, la familia, los amigos o la terapia, con lo que se facilita
un ritmo diario y se produce una sensación de pertenencia a la sociedad. Es
posible que algunas víctimas vivan su emancipación de la violencia simplemen-
te a través de la integración de los recuerdos en sus vidas. En este contexto, el
conocimiento de sus propias experiencias gana importancia. Algunas víctimas
incluso quieren transmitir esperanza a través de sus ejemplos a otras víctimas.
Respecto a la dimensión pronunciada, se materializa a través de la comunica-
ción abierta, ya sea de forma escrita u oral, de sus experiencias a otros o la
oferta de ayuda a otras víctimas. Estas actividades tienen en común que, por
un lado, las mujeres se ayudan a sí mismas y, por otro lado, intercambian ex-
periencias similares entrando en contacto con otros expertos o víctimas.
Por lo tanto, el compromiso se caracteriza por el papel activo de las víc-
timas respecto a su vida y a su entorno, sin olvidarse de sus límites. A nivel
individual, puede ocupar más o menos tiempo, más o menos espacio, puede

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simplemente representar un plan para el futuro o puede ayudar a superar an-


gustias y soledad. En este sentido, requiere una cierta flexibilidad temporal y
recursos a disposición de las víctimas, a pesar de que algunas lo integran sim-
plemente en sus actividades de ocio. Pero en el plano social, parece paradójico
que sean las víctimas las que deban realizar este esfuerzo, ya que al mismo
tiempo están amenazadas por su exclusión social. Todos estos ejemplos de
una posible integración de las víctimas dentro de la sociedad dependen de mu-
chos factores positivos y de muchos factores fortuitos, que de encajar en una
situación determinada llevan al bien común y a la recuperación de una normali-
dad más o menos feliz. El factor de inseguridad que las amenaza es el de la
falta de conciencia y de integración de un entorno social fragmentado por la
falta de cohesión del saber creado y por la falta de imágenes así como de hori-
zontes comunes. Resulta imprescindible que una sociedad que desee emanci-
parse de la violencia recopile todos aquellos comportamientos sociales que
sirvan de apoyo y los aplique de forma metódica, ya que un éxito esporádico no
hace mas que convertirse en una excepción que desgracia y confirma una re-
gla mala. Despertar ilusiones y frustrarlas solo hace que repetir esquemas de
violencia y reforzar tendencias violentas dentro de una sociedad ‘ad aeternum’.
Para acabar de crear y reforzar una sensación de confusión cabe recor-
dar, que ninguna de las cinco Conductas de la Vida Cotidiana se presentan
aisladas, sino que están interconectadas y se agrupan en dos parejas: hiperac-
tividad/retiro y revelación/compromiso, mientras que el tiempo muerto represen-
ta una excepción intermediaria. Generalmente, se puede decir que la conducta
de la hiperactividad y la del retiro se sitúan temporalmente más cercanas al
asalto sexual y a sus recuerdos, porque ambas tienen, al menos parcialmente,
el objetivo de evitar sus recuerdos. Por eso, las dos parecen formar las dos
caras de la misma moneda: la evitación de los recuerdos reveladores y el inten-
to de salvarse a través de la construcción de un mundo ideal o del control total
de sus vidas cotidianas, huyendo o escondiéndose. El tiempo muerto represen-
ta un patrón específico, porque es contrario a las dos primeras: se caracteriza
por la confrontación provocada o terapéutica con los recuerdos que hacen des-
aparecer la vida cotidiana por completo. Por la naturaleza agotadora de la hi-

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peractividad y del retiro, la revelación es la vía más usual para que surjan los
recuerdos o para vivir su nueva e inconformista libertad. Su adversario es el
compromiso, así como la integración de los recuerdos y de la persona en la
sociedad, a través de la creación o adopción de conocimiento, la creación de
nuevos canales de comunicación y de compromiso social. En la vida de las víc-
timas, alguna de estas conductas puede perdurar años, otras pueden aparecer
durante un breve periodo de tiempo, algunas pueden alternarse durante el día y
algunas no pueden manifestarse nunca.

4.3. Las sociedades contemporáneas y las víctimas de violencia


sexual: nuevos retos.
La memoria y los recuerdos, en sus expresiones múltiples, han estado
presentes en todo el análisis de datos y desempeñan un papel principal en el
desarrollo de las distintas Conductas de las Vidas Cotidianas de las víctimas.
Algunas de las mujeres literalmente no recuerdan nada de lo que les pasó o
recuerdan solamente una parte de ello. Pero la falta de memoria las suele atar
al pasado, porque les impide superar sus miedos e integrar en su vida las con-
secuencias de su pasado, que se manifiestan a diario. Otras mujeres sí que lo
recuerdan pero hacen todo lo posible para olvidarlo, huyendo y escondiéndose
de la memoria, adoptando conductas específicas como la hiperactividad o el
retiro.
En primer lugar, las víctimas principalmente no actúan y reaccionan se-
gún las expectativas de sus entornos; en segundo lugar, las víctimas se sienten
decepcionadas y abandonadas por sus entornos; y, en tercer lugar, los escena-
rios involucrados, como el sistema de la salud, no siempre pueden desempeñar
un papel de mediador, y si lo hacen, es de forma insuficiente, irregular, impreci-
sa y no metódica. Por esto, los símbolos y patrones de violencia se reafirman y
se reproducen, a menos que no sean activamente reemplazados por nuevas
formas de comunicación, representadas por las Conductas de la Vida Cotidiana
comunicativas, como el tiempo muerto y el compromiso.
Aparte de los conflictos derivados de esta situación, la escasez y la
fragmentación de los conocimientos tiene el efecto de reducir las opciones de

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elección de las víctimas y de la sociedad y, por tanto, sus libertades. Según


Reddemann (2004, 19), las víctimas primero deben redescubrir la amplitud de
sus posibilidades, ya que a menudo ignoran su potencial. En consecuencia,
dado que no son conscientes de su libertad de acción, a menudo se sienten
obligadas por las restricciones. Por lo tanto, las víctimas a menudo no perciben
su vida cotidiana como tal, sino como una excepción permanente, y a través de
difundidas actitudes sociales, la sociedad percibe las víctimas como excepcio-
nes y no como miembros naturales de la sociedad. Por lo tanto, sólo por medio
de la adaptación a normas sociales y la ocultación de lo que les sucedió, son
capaces de optar por la participación social plena.
Pero las sociedades contemporáneas se caracterizan cada vez más por
un proyecto del mismo ‘yo’, lo que implica la elección y las decisiones, como el
principal legado del individualismo, como mucho y para colmo hedonista inclu-
so en el altruismo. Debido a una mayor flexibilidad de los horarios de trabajo y
las relaciones de trabajo y la erosión de los roles de género, la Conducta de la
Vida Cotidiana parece convertirse en una tarea cada vez más individual. Pero
esta mayor libertad de elección puede ser difícil, si no imposible, para algunas
de las víctimas que parecen en su mayoría organizar sus vidas cotidianas de
acuerdo con estructuras rígidas gobernadas por el control, principios y perfec-
cionismo, o por un retiro completo de la esfera social. Lo que más pesa sin du-
da alguna en esta situación es la falta de medios adecuados, de conocimiento,
de solidaridad personal y pública, la falta de sinceridad, la ata clara y contun-
dente de una voluntad de hierro para acabar con el sistema imperativo de la
violencia en tanto que sistema, y lo que más sobra es la ubicuidad del cinismo
y de la petulancia hedonista, así como de las ‘buenas intenciones’ en este cam-
po.
Un ejemplo podría ser la Transformation of Intimacy postulada por Gid-
dens (Giddens 1992), en la que la auto-comprensión, el individualismo y la au-
torrealización se expresan a través de las relaciones interpersonales basadas
en las emociones puras, la confianza no-utilitaria y la intimidad interpersonal.
Por lo tanto, las relaciones personales y domésticas ya no se basan en un con-
trato de propiedad, sino en una serie de expectativas sobre la satisfacción per-

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sonal a través de la intimidad y el contacto sexual. En este contexto, el cuerpo


se convierte en un elemento crucial para estas nuevas formas de expresividad
e intimidad; el cuerpo es el canal o portador de estas nuevas intensidades
emocionales. Pero, como ilustrado antes, el contacto sensible, íntimo y de con-
fianza con otras personas parece ser una dificultad importante para algunas de
las víctimas. Por lo tanto, pueden ser cada vez más excluidas de la sociedad
contemporánea, en la medida en que no comparten los principios modernos de
hedonismo, el deseo y el disfrute. En contraste, los principios anteriores, como
la disciplina y el ascetismo, parece que se ajuste mejor a su condición de vícti-
ma. Por otra parte, les puede resultar más difícil en adaptarse e incluirse en la
sociedad moderna. Así, muchas víctimas son diagnosticados con un patrón de
conducta desviada, como “desorden de personalidad límite”, personas “antiso-
ciales” o simplemente “pacientes psiquiátricos” (Hermann 1992, 122-124), si-
guiendo las directrices de Turner (1996, 1) “somatic society”.
En contraste, las actitudes sociales se vuelven más y más tolerantes
respecto a patrones de comportamiento chocantes, que pueden verse en el
hecho de que las víctimas de la violencia sexual ya no se consideran y conde-
nan como brujas. Así, las víctimas también pueden tener un mayor margen de
acción que en el pasado, aún excluidos, pero al menos no tanto y que reciben
algún tipo de ayuda y apoyo.

5. Conclusión
Teniendo en cuenta que la vida y la comunicación diaria se basan en los
sobreentendidos, un horizonte de experiencia común y la percepción de una
realidad común, las paradojas detectadas en el caso de las vidas cotidianas de
las víctimas cohíben dentro de acciones y reacciones la rapidez y fiabilidad. Por
lo tanto, las víctimas perciben este espacio de interacción como un elemento
perturbador y se sienten atadas por sus vidas y circunstancias, causando pro-
blemas para establecer lazos de confianza. Por consiguiente, las vidas cotidia-
nas de las víctimas presentan una estructura permanente de violencia sexual
en la sociedad, a través de la creación de paradojas y posicionamientos opues-
tos. Esto es principalmente el resultado de un fracaso general de la comunica-

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ción entre sistemas y de una falta de conocimiento común que crea conflictos
entre las víctimas, sus entornos sociales y la sociedad en general. Falta la inte-
gración de una gran cantidad de saber existente que todavía no está al abasto
de la mayoría de expertos ni de la sociedad, así como su formulación y preci-
sión para el ámbito de uso público.

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