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El Puñal 4

ISSN 0718-705X
AÑO 2

El Puñal 4
ESCRIBEN EN ESTE NÚMERO

Ernesto Antonio Parrilla


josé cantarero martínez
rodrigo torres quezada
aquiles cuervo
josé joaquín saches garcía
cecilia ananias soto
.
Cuentos para
Cuervos
editorial
El Puñal 4
Leer cuentos de terror ha sido una de mis activi-
dades favoritas. Desde el colegio, en que las lecturas
obligatorias, por suerte, incluían los relatos de Edgar
Allan Poe. En la universidad buscaba los tomos de Love-
AÑO 2010 craft en las cotizadas ediciones de Alianza. Me acuerdo
de haber hojeado el tomo Los Mitos de Cthulhu, una
compilación asombrosa que aún está por hacerse en
su idioma original.
Más adelante, descubrí el mejor escritor del ghost
story inglés, M.R. James, quien supo llevar este gé-
DIAGRAMACIÓN nero a su mayor expresión en cuanto al suspenso y la
sugestión. El mundo de sus relatos es engañosamente
Elizabeth Cárdenas aburrido. Los personajes son, en su mayoría, calmos
profesores universitarios con un ávido interés por la
arqueología y la historia de la campiña inglesa. Sus in-
ILUSTRACIONES vestigaciones los llevan a encontrarse con artefactos,
extrañas tumbas, libros incunables o iglesias anglica-
Silvia González (España) nas que esconden un inesperado secreto.
Uno de las estrategias más exitosas ha sido co-
locar un protagonista racional, altamente escéptico
EDICION DE TEXTOS e incrédulo, en medio de una aventura en que lo
sobrenatural aparece paulatinamente hasta ad-
Elizabeth Cárdenas quirir una fuerza manifiesta ante la cual el protago-
nista no le queda otra salida que poner en entre-
dicho sus incolumnes valores científicos. Ejemplos
PRODUCTOR DE abundan: en Drácula de Bram Stoker los incautos
personajes deben recurrir a alguien menos rígido en sus
creencias, el sabio Doctor van Helsing, con el fin de
EDICIÓN aceptar una realidad que a todas luces parecía una
Pablo Delgado descabellada leyenda, una pesadilla, pero no algo que
pudiera ocurrir en el Londres de fines de siglo XIX.
¿Cuál será el origen de la fascinación que ejer-
CONTACTO cen los relatos de terror? El asalto a la imaginación es
probablemente una de sus características más lla-
www.elpunal.blogspot.com mativas. Claro, quizás ningún otro género popular se
atreva a transgredir los límites impuestos por el racio-
nalismo y revelar el carácter ilusorio de la realidad, tal
como ocurre en los clásicos del terror. La civilización
nos ha vuelto complacientes, y constituye la primera
trampa. Convencidos de que las leyes científicas son
EL PUÑAL es una revista de inmutables, nos dejamos atrapar por esa falsa seguri-
dad. Ignorantes y desprevenidos, un hecho que trans-
creación literaria independiente, grede estos límites, nos deja en absoluta indefensión,
libre, en constante paralizados de miedo. Incapaces de procesar la
monstruosa verdad que se asoma, muchos de los per-
desarrollo. Nos interesa crear lazos sonajes de los cuentos de terror sucumben a la muerte
de amistad y aprendizaje, basados o, lo que es peor, la locura.
Esperamos que los relatos que seleccionamos
en el amor por las como ganadores del concurso sean de su agrado.
letras. Creemos que todos ellos continúan la tradición del
relato del terror inaugurado hace tanto tiempo atrás.
Los invitamos a escribirnos e Los tiempos han cambiado, los paisajes no son los mis-
intercambiar enlaces y textos. mos, pero el terror sigue acechando.
Rodrigo Suárez Pemjean.
Aceptamos sin vacilar, sabiendo que todo lo que
nos habían enseñado quedaba atrás. Pactamos con las
miradas, sabiendo que el silencio sería nuestro lazo y el
tiempo, nuestro peor amigo.
Fue tras el tercer recreo, al comienzo de su clase.
Cerramos la puerta y todo sucedió. Nadie se repartiría
las culpas. Cuando tocaron el timbre de salida, forma-
mos como siempre y salimos en silencio al patio, en
pulcra hilera, con paso sereno, cargando las mochilas
en las espaldas como la cruz que realmente represen-
taban.
Asistimos al discurso de cada tarde de la hermana
Esther. Vimos como la bandera descendía en una
desigual lucha con el viento. Agradecimos en silencio
el permiso para partir a nuestros hogares. Y nos fuimos,
cada cual siguiendo su camino, sabiendo que ya nada
sería igual y sin olvidar que volveríamos al día siguien-
te.
Lo que vino después era de esperar. Los directivos
nos anunciaron que el profesor que tanto odiábamos
había desaparecido, que no nos preocupáramos ante
los rumores que corrían, que seguramente estaría
Los Niños de la Misericordia bien, que aparecería... y sabíamos que no sería así,
pero nadie habló. Dejamos que la policía buscara, que
Por Ernesto Antonio Parrilla
pasaran los días primero, luego las semanas, los me-
ses... un día anunciaron que la búsqueda había llegado

N o todos los juegos son peligrosos, pero el que


nosotros jugábamos si lo era. Éramos niños, y no
lo sabíamos. Aunque no podemos echarle toda la cul-
a su fin y al no haberse encontrado rastro alguno, se
lo había declarado oficialmente como desaparecido.
Supimos que unos años después, lo declararon como
pa a la edad. correspondía, oficialmente muerto.
Teníamos doce años, algunos pocos once. Nos unía Nunca dejamos de mirarnos a los ojos, sin embargo
no sólo la infancia, sino también el colegio. Éramos ahora distinguíamos las ojeras debajo de ellos. Muchos
alumnos del Hermanos de la Misericordia, un recinto no conciliamos el sueño durante largo tiempo. Los más
de estudio privado dirigido por monjas. Se imponía duros nos hicieron creer que si, pero sabíamos la ver-
el respeto, el silencio, la religión. Se nos inculcaba la dad. Todos la sabíamos. Los veinticinco que éramos.
Biblia, el perdón, la piedad, aunque no siempre impor- Hemos crecido, hecho nuestras vidas pero jamás
taba el orden de los mismos. pudimos olvidar. Jugábamos a juegos peligrosos, vaya
Sin embargo nos quitaban la libertad, la que si. Si quisiera buscar un motivo, una razón exacta,
personalidad, el temor a equivocarnos. Existía mucha podría alegar en mi defensa que debido al paso del
rigurosidad y eso, principalmente, nos llevó a hacer lo tiempo he olvidado las causas, pero eso no es defensa
que hicimos. A jugar el juego que nos condenaría. alguna, más bien tonta justificación.
Uno de nuestros profesores era particularmente Cómo olvidar el macabro plan, las certeras apre-
malvado. En el sentido de exponernos en ridículo ante ciaciones sobre nuestros mayores. Cómo dejar atrás
la menor falta o error. No hacía distinciones. Todos, en tantas meditaciones a oscuras, cuando la noche tejía
mayor o menor medida, habíamos caído en sus garras. punto a punto mis pesadillas. Esa tarde salimos del co-
Le teníamos odio, pero ante todo, terror. legio con rostros inocentes y corazones manchados.
No recuerdo quién lo propuso, si recuerdo cómo Cargábamos nuestras mochilas orgullosos, llevando
era la tarde: gris, el viento soplaba fuerte y el sonido cada uno, una parte del difunto. Habíamos rebanado
se confundía con las voces, haciéndolo todo más el cuerpo en pedazos, dejando escurrir la sangre en-
surrealista, más lejano de nuestra edad. Pues de lo que tre los tablones de madera del piso del antiguo salón.
hablábamos no condecía con lo que éramos: niños. Cada uno puso en su mochila una parte de su pacto

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de sangre. Una parte de la maldición.
Salimos como si nada, porque quién puede imagi-
narse algo así. Nosotros sabíamos que nadie. Y sabía-
mos algo más. Qué ningún padre nos revisaría las
mochilas y que lo que guardásemos en ellas, estaría
seguro. Nos deshicimos de los restos, sin dejar cabos
sueltos. El plan perfecto. Lo macabro consumado
por niños de once y doce años. Jugábamos juegos
peligrosos.
Y el tiempo se ha encargado de no hacernos olvi-
dar. Cada día, cada noche, en cada mirada, en cada
sombra, purgamos por el pasado. Seguimos cargando
esas mochilas. Salvo que ahora sentimos la humedad
filtrándose, dejando una mancha roja, muy roja, dela-
tora, incisiva, dolorosa.
La mancha que estuvo desde el primer momento
en nuestros corazones.
Y si alguien intentara imaginarse algo así, cómo
podría. ¿Quién sería capaz de desconfiar de niños tan
pequeños? ¿Quién?
Yo lo haría. FIN

El Internado
Por José Cantarero Martínez

L as once y media, paulatinamente los mayores apa-


recen por los dormitorios, en silencio se van incor-
porando a las literas, seguidamente las monjas co-
mienzan con la oración que ahora pasados los años
ya no soy capaz de reproducir, todos se santiguan y a
dormir, que mañana hay que madrugar, normalmente
se duermen y no suele pasar nada, las ventanas están
prácticamente selladas y las puertas de los dormitorios
cerradas con llave, yo no sabía porque había tantas me-
didas de seguridad, hasta que una noche un pequeño
se levantó e intentó abrir una de las ventanas, pero un
mayor que no dormía se lo impidió.
—¡No abras la ventana! Todas tienen alarma, si
quieres que entre claridad abre las mirillas, pero nunca
la hoja. ¿De acuerdo?
—¿Y por qué hay una alarma? — el mayor se quedó
pensativo un segundo y luego respondió.
—¡Para que nadie se cuele, y ahora vamos, a
dormir!
El pequeño se quedó convencido con la explicación,
pero yo que lo escuché todo noté el tono de duda que
empleó y eso me inquieto un poco.
Tenía una edad intermedia, estaba en quinto de
E.G.B.* Era el único de mi curso que estaba en el in-
ternado, todavía no podía estar con los mayores, que
eran los de sexto, séptimo y octavo, los de cuarto y ter-
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cero me parecían muy pequeños, así que me sentía Poco a poco me fui introduciendo en el grupo de
muy solo. los más mayores, los de octavo, estos tenían más
Algunas veces las monjas me dejaban que me que- libertades que el resto, algunas tardes les dejaban salir
dara hasta las once con los mayores, y otras me decían por el pueblo para que dieran una vuelta, gracias a
que me quedara con mi hermano tres años más peque- mis buenas notas conseguí que las monjas que de-
ño que yo para ayudarlo a acostarse. Yo había escucha- jaran pasear con ellos, pero la mayoría lo único que
do la explicación de los mayores del motivo de cerrar perseguían eran a las chicas del internado femenino
las puertas con llave, era una historia graciosa, durante o simplemente buscar un descampado para fumar un
dos días consecutivos las cocineras se encontraban sin poco. Después de varias salidas ya me iba a dar por
los pastelitos que servían en el desayuno, y al tercero vencido cuando me fije en un compañero, Mariano,
la madre superiora se esperó en la cocina hasta pillar era el mayor de todos y casi siempre salía a pasear
“in fraganti” a los ladronzuelos, hubo muchos castigos solo, era una especie de líder, todos le respetaban y le
pero debido a la rigidez de las monjas la medida fue temían, era grande y fuerte y todos sabían que era la
tajante. mano derecha de la madre superiora.
Eso había escuchado pero yo sentía que esa versión Se encargaba de vigilarnos en el patio, cuando había
era un poquito floja, las monjas eran duras y aplicaban una disputa el ponía paz, a su forma poco ortodoxa,
la disciplina por encima de todo y unas chiquilladas no pero lo hacía, incluso tenía potestad para imponer cas-
eran suficientes para cerrar con llave todo un dormito- tigos. Pero bajo toda esa fachada de superioridad su
rio con más de cien niños, el peligro de incendio, por mirada reflejaba un tono de tristeza, me costó mucho
ejemplo me hacía pensar que las medidas venían por ganarme su confianza pero al cabo del tiempo lo con-
otros motivos. seguí. Los fines de semana el internado se quedaba
La escuela de los mayores estaba retirada del con- casi vacío, apenas un par de alumnos de tercero y cin-
vento y tenían que coger un autobús, así que había un co mayores. Los pequeños estaban dormidos y el resto
seguimiento semanal entre la superiora y el director estábamos viendo la tele. En un momento Mariano se
de la escuela que pedía informes semanales de todos volvió y me dijo: luego te espero en mi camarilla.
los internos. De este modo los tenían más o menos Yo ya le había preguntado por las medidas tan
controlados. exageradas de seguridad pero siempre eludía el tema,
A estas alturas de curso ya sabía que por fín tendría hasta esa noche. La planta de los dormitorios estaba
compañeros de internado en mi curso, yo pasaría con dividida por dos alas, la norte donde estaban las camas
buenas notas y me iba a encontrar con los repetidores de los mayores junto con los aseos y las duchas y el ala
que eran “unos perlas”, las monjas ya me advertían so- sur, compuesta por las habitaciones de los pequeños y
bre ellos. la de la monja de guardia.
—No dejes que te influyan, tú eres buen estudiante —Hoy que estamos casi solos te voy a responder a
y tienes muchas posibilidades… tus preguntas sobre la seguridad y lo que realmente
Pero yo estaba deseando estar con ellos para que pasó aquí, lo haré contándote una historia, eso sí sólo
me contasen los verdaderos acontecimientos que te pido que no me interrumpas.
hacían que en un convento los dos primero pisos tu- —Justo hoy hace 10 años que se instalaron las alar-
vieran en todas las ventanas barrotes y en el tercero mas, pero debes saber que sólo hay alarmas en nuestro
que era nuestro dormitorio tuviera un pequeño tejado dormitorio.
y alarma en las ventanas, las puertas cerradas con llave —¿En el de los pequeños no hay?
y sólo un pequeño retrete abierto para emergencias —No.
nocturnas, amén de que había un dormitorio en la —¿Y tú cómo lo sabes?
misma planta para una monja que dormía cerca de —Me lo contó mi hermano hace mucho tiempo y
nosotros. desde esa noche no he podido dormir nunca de un
El curso terminó y el verano fue exasperante, solo tirón, era el primer año que habría el internado y con-
durante unos días de playa pude olvidar el internado taba con pocos alumnos, no había literas y en cada ca-
y su secreto, pero Septiembre llegó finalmente y con marilla había una cama y una mesita, los mayores solían
él mi primera desilusión; ningún compañero me decía reunirse en una todas las noches para contar historias,
nada, todos comentaban el atracón de pasteles. In- la que más caló fue la del canto de la lechuza.
cluso alguno llegó a comentar que su hermano mayor —¿Qué historia es esa?
había participado pero nada más. —Se podría decir que es una leyenda urbana, hasta

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que ocurrió el accidente. Pero no me interrumpas más golpeé varias veces en la espalda intentando llamar
que si no, no me va a dar tiempo a contarte todo. El su atención, pero fue inútil. De un salto se levantó de
mito dice que si una lechuza se para en el tejado de cama donde estábamos sentados. Seguía mirando a
una casa y canta tres veces seguidas esa misma noche la ventana, intenté cogerlo por las piernas pero éstas
la persona que lo ha escuchado muere. —Paró un la estaban tensas, me puso a su lado y lo agarré por
momento el relato para ver la cara de asombro que la muñeca, cuando con un movimiento rápido giro la
tenía— A no ser que la persona toque algo de madera, cabeza y me miró.
mientras lo escucha. ¿Has escuchado su canto alguna Noté como su mirada me llegó a lo más profundo
vez?, No, pues nuestro dormitorio es frecuentado to- de mí ser, como si me traspasara, solo duró unos se-
das las noches por un grupo de lechuzas. gundo. Como un autómata volvió a mirar a la ventana y
—Yo siempre me duermo escuchando un walkman. se encaminó a ella, yo me temía lo peor así que intenté
—dije aterrado. detenerlo, me aferré a sus piernas pero podía más que
—El caso es que esa historia caló mucho en la moral yo. Estaba llegando a la pared y no podía detenerlo,
de los internos en especial en la de mi hermano que me puse a gritar. Antes de que pudiese subir a la ven-
una noche, hace unos 10 años, escuchó el canto tres tana tenía a varios compañeros encima, intentando
veces y por instinto tocó el cabezal de la cama que detenerlo. Cuando llegaron las monjas tenía cinco per-
como ya sabes es de madera. La lechuza se fue y mi sonas sobre él, pero nos arrastraba a todos. Al abrir las
hermano sin ánimo si quiera de levantarse intentó hojas, llegó la madre superiora que actuó rápidamente
dormirse, pero de repente escuchó un ruido muy golpeándolo en la cabeza, y este cayó inconsciente al
raro, era un sollozo, en un principio no le dio mayor suelo y nosotros tras él.
importancia pero escuchó unos pasos, hasta que un Como se disparó la alarma, a poco más de diez
compañero suyo apareció en su camarilla, éste se le minutos se presentaron allí los bomberos, la policía y
quedó mirando, estaba pálido y con los ojos abiertos una ambulancia que se llevó al pobre Mariano al hos-
de par en par. Mi hermano se asustó y se tapó la cara, pital. Esa noche ya no pudo dormir nadie, y la madre
cuando volvió a mirar ya no estaba. Se levantó como superiora me llevó a su despacho. La puse al tanto de
un resorte cuando escuchó abrir una ventana, no llegó lo ocurrido, lo más insólito fue que Sor María, así se lla-
a tiempo y sólo pudo ver como su compañero saltaba maba la superiora, no se extrañó por nada, y al final de
al vacío—. Detuvo nuevamente su narración para to- mi relato sólo me dijo que Mariano era hijo único, que
mar aire. Yo estaba estupefacto, no podía dar crédito no tenía hermanos.
a lo que me estaba contando, cuando en ese mismo Esa noche me marcó y a él también por lo poco
instante una lechuza se paró en el alféizar de la ven- que sé, me contaron que Mariano nunca llegó a
tana. Las mirillas estaban abiertas, así que la pudimos recuperarse. Incluso un día fui a su casa a preguntar por
ver en todo su esplendor. él pero la madre no me dejó verlo. —¿Para qué quieres
De un color blanco inmaculado, se nos quedó mi- verlo hijo? si nunca dice nada, se queda mirando la
rando con sus enormes ojos, cuando de repente em- pared las horas muertas, ni tan siquiera se mueve.
pezó a graznar. Un escalofrío me recorrió la espalda y Si mal no recuerdo precisamente hoy hace diez
la piel de todo el cuerpo se me puso de punta. Dio un años de estos acontecimientos, hace tiempo que me
segundo graznido y me aferré al cabezal de la cama mudé de casa, y ahora vivo en el campo, por aquí no
con ambas manos, estaba aterrado, incluso empecé a hay lechuzas pero desde aquella noche, no me separo
temblar de miedo. Quería taparme los oídos para no del crucifijo de madera que mariano escondía debajo
escuchar el fatídico tercer graznido pero el miedo no de su almohada. FIN
me dejaba soltar el cabezal. Al final terminó su fatal
mensaje y salió volando. * E.G.B. La Educación General Básica (EGB) es el nombre que re-
cibe el ciclo de estudios primarios obligatorios en varios países
Tardé aún unos segundos en reaccionar. Cuando lo (Argentina, Chile y Costa Rica).
pude hacer, miré a mi compañero; éste tenía la mirada
perdida en la ventana, no parpadeaba y lentamente su
cara se tornó blanca como la nieve, su mirada se hizo
más grave aún y los ojos se le abrieron como platos,
todo esto sin dejar de mirar a la ventana.
Lo llamé varias veces pero no respondía le cogí el
brazo y comprobé que estaba totalmente rígido, le

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sala, porque la veía muy cansada y también, tengo
que aceptarlo, porque quería hablar con alguien. Los
primeros diez minutos se puso a hablarme de su em-
presa y de lo bien que tratan a todos los empleados.
Yo no la interrumpí, porque quería que se quedara
más tiempo, aunque sabía muy bien que no tenía con
que pagarle su tratamiento. Para mí que ella también
lo sabía, y por eso se puso a hablar de otro tema. Me
mostró un par de fotos de su familia y me confesó que
estaba harta de trabajar como vendedora. Después
yo me puse a hablar sin parar de mis planes, que
ya olvidé, hasta que ella se marchó. Eso fue hace ya
¿Cuánto?, ¿Cuánto tiempo? ¿Una semana? ¿un par de
días? ¿Por qué no puedo recordarlo? Ahora estoy solo
con mi viejo radio de tiempos de la guerra. En una
emisora juvenil (¿?) suena un grupo que llaman “The
Cure” (“The Cure”… de qué, me pregunto yo). El can-
tante repite varias veces la misma frase: “I am paralysed
by the blood of Christ”. Es un radio viejo y sólo coge
dos emisoras. Cambio el dial y ahora unos políticos
hablan. Discuten sobre la nominación presidencial de
un antiguo jefe de un partido cualquiera. Mejor dejo
que suene música. Peor sería que estuvieran pasando
uno de esos programas deportivos. Otra vez suena el
timbre. Al fin me decido a asomarme por la ventana.
El día en que apagaron la luz No hay nadie. Apago la radio para escuchar mejor al-
Por Aquiles Cuervo gún ruido raro que venga de la calle. No se oye nada.
Hace rato que no habló con nadie, creo que desde que
vino esa señora con lo de sus tratamientos de belleza.

S uena el timbre. Ya veo a un pariente lejano, del que Yo nunca hubiera pagado tanta plata por un montón
no me acuerdo o no quiero acordarme, que viene de cremas. Antes no. Ahora ya no sé. Puede que me
a visitarme de sorpresa. ¿A esta hora? A quien se le venga bien ahora. Un par de retoques nunca caen mal.
ocurre venir, además sin avisar, a saludar a un viejo a las Sobretodo una buena mascarilla. La noche es cerrada
once de la noche. Los jóvenes de hoy en día no tienen y los vecinos están de viaje. Siempre están de viaje.
consideración con sus mayores. Fingirá ser un sobrino Van de aquí para allá todos los días. Llegan cargados
lejano. Querrá hablarme de una vieja tía solterona que de bolsas de colores. Silencio en la noche como dice el
no conozco o no recuerdo. O vendrá a decirme que tango. Tengo un sabor extraño en la boca. No es suma
quiere quedarse unos días para saber que ha sido de de saudades ni evocación de instantes más felices. Es
mi vida. ¿Qué ha sido de mi vida? Fingirá interesarse una mezcla de hastío, gotas amargas y un poco de
por mí, me hablará de viejos álbumes familiares y de limón. Deseo algo distinto. No soy exigente: no espero
paseos a Portugal. Nunca me casé ni tuve hijos. Vivo un golpe del destino ni ganarme la lotería. Soy fácil de
como un pensionado cualquiera, pero sin peceras complacer. Sólo pido un “soplo de vida”. Quizá viajar a
(y con pocas pesetas). Nunca me gustaron las mas- la antigua, en un trance mesmérico a la vieja Grecia.
cotas. Acaso porque de chico mi abuela paterna me Notarán que no me gusta salir mucho de casa. No es
obligaba a acicalar por horas a su viejo gato angora, mi culpa, es la fuerza de la costumbre. Que hastío, que
que ella llamaba Trapito y yo, despecho. Vuelve a so- desenfado eso de ser viejo. Se te van las horas sin que
nar el timbre. A lo mejor es un vendedor de seguros te des cuenta. No te quedan ganas ni de mirarte al es-
de vida o alguien que quiere salvar mi alma, a cam- pejo. Pasas días sin dormir y cuando te agarra el sueño,
bio de salvar la suya. O es la señora del otro día, que te pones a dormir sin parar y cuando te despiertas, no
vino a ofrecerme un tratamiento de rejuvenecimiento sabes muy bien si estas despierto. No sabes en dónde
celular por tan sólo 1.500 euros. Yo la dejé entrar a la estás. Todo se te hace extraño, ajeno, imperceptible.

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Las caras de las personas se confunden. Ya no sabes si
la señora que vendía tratamientos era la misma que
vendía tratamientos era la misma que quería venderte
el seguro de vida y a la vez salvar tu alma. O si el sobri-
no que vino a visitarte era el mismo al que tú invitaste
para pasar las fiestas y al que le pediste que no se fuera,
que no te dejara solo. Tampoco tienes claro si fuiste tú
el que vivió todos esos encuentros. El que prendió y
apagó la radio. No sabes ni siquiera si de verdad suena
el timbre o no. Por eso tienes que asomarte cada rato a
la ventana. A lo lejos oigo unas sirenas de carros, como
en las películas gringas de los ochenta, que se acercan
por la avenida Alcorta. Vuelve a sonar el timbre. Tam-
bién golpean la puerta con fuerza. Nadie se muere en
la víspera solía repetirme mi tía solterona. El problema
es que ya es de día. FIN

La casa se despierta
Por Cecilia Ananías Soto

T uvo suerte de que poseyera un oído más afinado


que el mismísimo piano de Beethoven. De otra
forma no hubiera logrado detectar aquél finísimo pito
que trizó el aire con su raudo vuelo, seguido luego
por un crujido sordo, como el de una granada siendo
destapada; la chica saltó asustada de la cama —donde
segundos antes dormía apacible—, agarró su almo-
hada —aún impregnada en cabellos largos, sueños y
champú— y la lanzó por la ventana. Siempre cuidaba
de dejar ésta abierta.
Un silencio infinitamente sospechoso era la canción
de fondo de aquella noche. La chica respiraba entre
intervalos irregulares y pesados, casi forzosos, un cli-
ché de gota de sudor frío corrió una maratón sin com-
petidores por su espalda; las manos le temblaban sin
control, sus piernas igual. Ella, como edificio siendo
bombardeado en los mismos cimientos, se sentía a
punto de desmoronar. Pero no les iba a dar ese gusto,
no. No tenía intenciones de morir. No por lo menos
esa noche.
Tragó saliva y respiró profundamente, de igual forma
en que lo haría un buzo listo para arrojarse a un océa-
no tan hondo y negro, que no podría saber a ciencia
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cierta cuánto se demoraría en salir. Vio las manchas de creyera que se lo había imaginado para que dejara de
luz, sintió aquellos pasos hechos de silencio surcando huir… y atraparla. Pero ella estaba muy segura de lo
el mutismo escéptico de aquella noche. que había visto.
—Ya vienen. Y es por mí. Y fue cuando lo sintió: cálidas gotas espesas de cier-
La chica comenzó a correr: Las manchas de luz re- to líquido preciado y vital cayendo en su regazo. Las
accionaron al instante volviéndose más intensas, da- manchas de sangre en su ropa brillaron como senten-
ñándole la vista con sus colores fulminantes ¡Estaban cia de muerte ante sus ojos. La chica se llevó la mano
furiosos! Pero ella no estaba lista para morir en aquél al rostro tratando de buscar la fuente de origen. Se
momento. agarró la cara empapada en sudor y la arañó mil veces
—Ya vienen, ya vienen… desesperada ¡La sangre no venía de ningún lado en
De repente se vio obligada a correr a saltos, porque especial! ¡Ellos la habían envenenado! ¡Ella se estaba
repentinamente el piso comenzaba a dolerle bajo los derritiendo como helado en dulces ríos carmesí! Si no
pies descalzos ¡Era como las brasas ardientes de un escapaba pronto...
sádico camino creado para flagelantes! Se volvió más — ¡Voy a morir! ¡No quiero morir!
difícil la tarea de respirar: el oxígeno a su alrededor, al Dobló por una esquina huyendo de ellos, pero
igual que el suelo, cobraba vida. Era algo así, el alien- una frazada por allí tirada se dio cuenta de su
to de un reptil de fuego, elevando la temperatura en presencia y situación, por lo que se estiró y la cogió
cada resoplar, tratando de liberar aquél infierno que por el tobillo. La chica volvió a caer, esta vez rebotan-
encerraba en cada escama. do contra un piso que se volvía elástico y espeso, es-
Y al fin lo comprendió: pecie de caramelo puesto a fuego lento. Intentaba
—¡Ellos están jugando con la temperatura de la envolverla, atraparla, cristalizarla... como el capullo a la
casa! oruga, que no se dignaba a preguntar si acaso quería
Intentaban provocar fuego con el calor que hacían ser mariposa; simplemente la encerraba y era forzaba
heder incluso a las paredes. ¡Así lo invocarían y las a serlo. Ella no quería que le pasara algo así.
llamas atenderían y vendrían a quemarla, dejándola —¡Ellos no deben atraparme! ¡No pueden
encerrada en aquella maldita jaula viva! Contrariando cambiarme!
la pesadez de sus sobrecalentados sentidos… echó a Descargó una patada a la frazada, quién soltó un
correr con más fuerza. mullido bramido de rabia. Entonces ella volvió a levan-
Entonces, enfadada por su estúpida necesidad de tarse, ahora doblemente desesperada; las manchas
querer seguir viviendo, la casa despertó completa- de luces estaban mucho más cerca y no dejaban de
mente y despegó sus raíces para moverse y ayudar a seguirla… corría, corría, resoplaba, todo hervía.
sus perseguidores. Primero fue un pequeño remezón No contó con que podía ser traicionada.
para desorientarla, luego un terrorífico vuelco total de La escalera, a quien ella había tratado tan bien
las cosas: las paredes, el piso y el techo giraron revuel- cuidando y lustrando sus finas maderas con esmero,
tos en perfectos 360 grados. estiró la baranda y la aferró a su brazo. Abrió su boca
La chica perdió pie y se golpeó brutalmente contra de fauces eternas y la absorbió cual agujero negro en-
el duro piso, que se transformó en techo y luego en gullendo una apetitosa estrella: su cuerpo comenzó
piso de nuevo. Le invadieron unas náuseas terribles a rodar entre escalones que se peleaban exaltados
y unas incontrolables ganas de llorar, pero no había por tocar un poco de su humanidad. Eran cientos de
tiempo para eso. fanáticos vejando a su vocalista favorita, desmayada
Se levantó de nuevo con expresión decidida y, antes sobre el estimado público. Todo giraba, la casa giraba,
de que la casa volviera a girar, se agarró férreamente la escalera giraba, también sus tripas… hasta que su
de la manilla de la puerta más cercana… y aguantó. La afinado oído lo escuchó: otro crujido sordo.
casa dio dos giros más y ella, a pesar de que también Quizás el de otra granada siendo abierta. Quizás la
giraba colgando de la puerta, no cedió. casa enterrando sus raíces de donde originalmente sa-
—¡Ellos no me van a atrapar! lieron. Tal vez su cráneo partiéndose contra el suelo.
Y entonces se cirnió una inquietante calma, una O simplemente el cerrar de la puerta por donde
calma extraordinariamente espeluznante. ellos habían salido. Sí, eso debía ser... por eso se sentía
—Ja, no soy idiota. tan liviana y libre. Tan tranquila.
Aquél era un truco muy viejo de aquella casa: poner El detective cerró con pesar la bolsa negra, uniforme
cara de inocencia, esperar a que ella se calmara o que obligatorio que convertía a aquél cuerpo en un nuevo

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habitante de la morgue. Su madre no dejó de con-
templar, abstraída, hasta que esos fenomenales ojos
celestes desaparecieron tras el grueso nylon.
—Una pena... ella era tan joven.— Murmuró el in-
vestigador con pesar— ¿Tiene alguna idea de por qué
se lanzó de las escaleras? Quizás pasaba por un mal
momento y decidió ¿suicidarse?— agregó con poca
delicadeza (considerando que trabajaba siempre en
casos como aquél).
Pero la mujer no parecía sorprendida. Simplemente
observaba la escena con resignación.
Ante la mirada impaciente del brazo de la ley allí
presente, sacó un frasco naranja de entre sus ropas y
se lo mostró a modo de respuesta:
— Lo encontré tirado— le dijo con expresión cansa-
da— parece que ella olvidó tomar sus medicinas de
nuevo— agregó frustrada ante la cara de desconcierto
del detective.
La casa cobijaba la escena en silencio sin dejar de
ser sospechosa, incapaz de relatar cómo aquella noche
había jugado con la chica. O quizás su propia mente le
había jugado una mala pasada.
Sólo ellos lo sabían. FIN
El cigarro
Por JOSÉ JOAQUÍN SACHEZ GARCÍA

A lgo presentía. No sabía qué, pero algo ocurría.


No había comido nada en todo el día, y estaba
nerviosa. Había un silencio sepulcral en el ambiente y
los ruidos de la casa, a unos cinco metros de donde
ella estaba, eran los mismos pero más solemnes.
Estuvo inquieta toda la noche, daba tres pasos y
volvía de nuevo a su posición inicial. Se tumbaba, se
levantaba y se volvía a tumbar con una pena incierta y
tan grande que le obligaba a emitir un leve sonido im-
posible de ahogar. El olor era insoportable y no sabía
si daba pasos torpes por estar nerviosa o se ponía
nerviosa al andar tan mal.
¿Por qué cambió todo de repente? Las flores, el ver-
dor, la encina, la compañía, el viento suave, el tiempo
indetenible. Y la rutina, tan necesaria, tan familiar.
Comida, sueño, paseo, juegos.
Esa rutina que nos acoge, que nos asegura. Esa ru-
tina que espanta los peligros, que conjura a la muerte,
que la adormece, como el humo a las abejas, para que
no piquen.
No, nunca deseó peripecias, nunca se sintió aburri-
da. Le gustaba tumbarse a la sombra de un alcornoque
y no esperar nada. Las horas pasan y no se quedan.

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Entonces ¿qué pasó? ¿qué hizo mal? Parecía que es- El miedo no es eterno pero distrae el frío. Pero te acos-
taba allí como por un castigo. ¿Por aburrida?, ¿por no tumbras algo al miedo y es en ese momento cuando
tener nada que ofrecer? No ser nada, no servir, no haber el frío de diciembre dice aquí estoy. Y el hambre, ese
aprendido y que otros se sirvieran de esa sabiduría. hambre que te deprime y ese frío que hace que te
Y ahora aquí, en mitad de ninguna parte, asustada, sientas pobre.
en un habitáculo inmundo donde nunca había estado Fue una brisa fría que le entró por la espalda e hizo
antes, cansada, asustada. No hay peor miedo que el que se acurrucara aún más. Fue sólo un pequeño vien-
que no te dice nada, que el que no te amenaza. Está tecillo, como el pedo de un infierno helado.
ahí, es seguro, pero no te escribe en un papel lo que va De vez en cuando abría los ojos, en esa duermevela
a ocurrir. No hay letra pequeña. incomodo, frío y violento que deben sentir los des-
A veces se quedaba callada tratando de interpre- graciados condenados a fusilamiento. Pero ese no era
tar los silencios de la noche, o los minúsculos ruidos su caso, ¿qué pasaba? No sabía con seguridad nada,
que salían del patio o del interior de la casa. Eran rui- pero algo, la noche, le decía que sí. El miedo hizo que
dos pequeños y asustados, como no queriendo mo- tuviera arcadas. No pudo vomitar porque llevaba
lestar. El leve viento en el manzano del patio, el in- mucho tiempo sin comer, así es que las arcadas eran
terminable cri-cri-cri del grillo, el crepitar del fuego eternas y violentas, acompañadas de un llanto sin rui-
en la cocina, una lejana conversación de dinero, y ni do de lágrimas frías.
un ruido más, porque la salamanquesa es silenciosa Cuando cesó algo el frío se quedó dormida, serían
cuando, acechando debajo de la bombilla que atrae a las 5 o las 6 de la mañana.
los mosquitos, se abalanza con rapidez sobre la presa, Todo ocurrió de repente. Se abrió la puerta con un
tampoco hacen ruido las estrellas al temblequear, no ruido fuerte y corto y, sin apenas abrir los ojos, ya se
hace apenas ruido la luna alumbrando el patio, y casi estaba poniendo en pie, alerta, asustada y un poco su-
no hace ruido la semioscuridad, aunque algo sí. plicando. Entró un hombre enorme con un gancho y
Lo que hace ruido es el miedo, el miedo sí. Hace un se lo clavó a ella en la garganta. Aterrorizada, comenzó
ruido tan ensordecedor que debes hacer algo para cal- a gritar y a recular mientras el hombre, con el cigarro
larlo, tal vez gritar para silenciarlo. en la boca, se ponía casi a ras del suelo mientras tiraba
Y eso hizo, no muy fuerte, pues en su estado tenía de ella. El dolor era insoportable, y dos hombres más
miedo a que su propio grito la asustase. Hizo un peque- se pusieron detrás a empujarla hacia fuera del habitá-
ño gemido, un ruidillo tímido. culo. Tanto ella como los hombres pisoteaban toda la
Su grito, su pequeño alarido como de disculpa, mierda en la breguina.
hizo que de la puerta de la casa saliese un chico jo- —No quiere salir la hijadeputa—decía el hombre
ven, de unos treinta años. Llevaba una gorra blanca, enorme, bregando y con el cigarro en la boca
de publicidad de tractores, y una barba de varios días De tanto sangrar perdió fuerzas, unido a la presión
que le daban un aspecto hosco. Se acercó a la estan- que ejercían los tres para sacarla. No tuvo más remedio
cia con pasos fuertes abrió una portezuela de madera que ceder unos pasos y fue cuando otro hombre le ató
roída, miró dentro y se quedó parado. No se movían una soga de esparto.
ni el hombre ni ella. Él la miraba fijamente apretando A la de tres, dijo el del cigarro, que en ningún mo-
el cigarro con los dientes, como mordiendo el odio, y mento se lo quitó de la boca. Tuvieron que ser 5 hom-
ella, más asustada aún, se quedó inmóvil, pero no pudo bres los que la subieron a una mesa de madera caliente,
evitar soltar otro pequeño gemido, como de miedo y mientras una mujer, con un paño atado en la cabeza,
de pregunta. preparaba un lebrillo en la cabecera de la mesa.
El chico se quitó el cigarro de la boca mientras seguía En ese momento, llena de dolor y miedo, fue
mirando. Tras unos segundos que se detenían, el hom- cuando se sintió más desprotegida, atada, y rodeada
bre volvió sobre sus pasos y entró en la casa. Alguien de hombres y mujeres armados y seguros.
de dentro, una voz ronca como de cueva, le dijo Esa seguridad en los movimientos y esa tranquilidad
—¿No le habrás dado nada de comer, verdad?. en hablar le dijo que lo tendría difícil para salir de allí
—Que no joder, estará nerviosa porque intuye lo con vida. Pero el hecho de que el hombre enorme no
que le va a pasar. Creo que se ha cagado de miedo, se quitara el cigarro de la boca en ningún momento ya
huele a perros muertos. le dijo que no tendría ninguna posibilidad.
El joven cerró la puerta y se apagaron las luces que, Uno de los hombres tenía en la mano un cuchil-
con la ayuda de la luna, iluminaban el patio. lo enorme, con la empuñadura de madera sucia y

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grasienta. Ese no hacía nada, sólo esperaba.
Con enorme dificultad, el resto de hombres la
subieron y ataron a la mesa. Ella se movía y gritaba
tratando de ponerlos nerviosos pero el del cigarro, con
un gigantesco cuchillo, le puso la mano en la oreja y,
mientras presionaba para que no moviera la cabeza,
le puso con cuidado la punta del cuchillo en la gar-
ganta.
Gritó todo lo que pudo y se movió con todas sus
fuerzas, pero estaba perfectamente atada y los hom-
bres tensaban la soga para que se moviera lo menos
posible.
Apenas podía mover algo la espalda de lo per-
fectamente atada que estaba, así es que el del
cuchillo lo clavó en su garganta, ni demasiado deprisa ni
demasiado lento.
De su garganta salió un chorro interminable de san-
gre, que caía en el lebrillo, mientras la mujer le daba
vueltas con el palo. Del lebrillo salía el humo de la san-
gre caliente.
La mujer daba vueltas a la sangre con tranquilidad,
mientras la miraba a los ojos y decía “pobrecilla, cómo
se defiende para nada, pobrecilla”.
Desde la puerta de madera oscura, un niño miraba Pascua Florida
con los ojos muy abiertos, con una curiosidad que le
Por Rodrigo Torres Quezada
impedía irse y con un pánico por los gritos que le im-
pedía acercarse.
Ella, ya atada con soga de pita, recibía la mirada de
consideración de la mujer del palo, pero no tranquiliza
una mirada cuando tienes un agujero en la garganta
S emana santa es la celebración en la que se supone
hay recogimiento, paz, contemplación y templan-
za en las pasiones. Aquí, el conejo ha ocupado un si-
por el que sale tal cantidad de sangre. tial sagrado: es el encargado de entregar huevos de
Dos de los hombres la abrazaron para que no se chocolate a los niños. La siguiente historia relata lo
moviera, y a uno de ellos se le cayó el cigarro en su acontecido entre un niño llamado Cristián y un extra-
cuerpo pero ella no notó nada. No estaba para dolores ño conejo.
menores. Una noche de viernes santo, Cristián escuchó que
Las fuerzas la abandonaron rápidamente, y poco a tocaban su ventana precipitadamente. Afuera llovía y
poco dejó de forcejear, pero ellos seguían con su abra- le pareció extraño que alguien anduviese a esas horas
zo atroz y tensando la soga con fuerza. en su patio. Pensó que era un ladrón. Tomó un peque-
—Creo que está preñada la cabrona, dijo uno de los ño fierro que había debajo de su cama y se acercó a la
hombres mientras retiraba su abrazo de control. ventana. Un rápido resplandor que encandiló la pieza,
—Pero qué coño estás diciendo, Friajón me dijo que mostró un rostro deforme que hizo tirarse en la cama
no estaba preñada, que eran arrobas de grasa. a Cristián por el susto. Este tomó valor y volvió a acer-
—Arrobas de grasa los cojones. ¿Qué es eso de arro- carse a la ventana. Cuando iba a apegar su rostro con
bas de grasa? El Friajón t’angañao como a un niño de las manos a modo de viseras para evitar la luz de los
teta. Antes de comprar un cerdo pregunta al que sepa, faroles de los alumbrados de la calle, la ventana volvió
coño, que eres más torpe que los palos curvos. a emitir un ruido. El chico se quedó pensativo: ¿qué
Aún tenía un hilo de respiración cuando empezaron cosa podría ser la que golpeaba a esa hora? ¿Acaso
a abrirla para sacarle las 6 crías de la barriga. FIN era algún santo que bajaba del cielo para visitar a la
humanidad en plena semana santa para guiarla por
el buen camino? Luego los golpes en la ventana ya
no sólo eran rápidos sino que violentos y fuertes. Una

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nueva ráfaga de potente luz dejó al descubierto un sufrir.
rostro deforme y no humano: era una especie de rata —Tú, mi amiguito, debes venir conmigo, tu gran ami-
gigante. La lluvia golpeaba el vidrio y cada pequeño go, a la tierra de la Pascua Florida, y los grandes señores
golpecito de las gotas parecía ser hijo de los golpes me otorgarán el placer carnal con una compañera de
más fuertes. Cristián tomó valor, inspiró profundo y mi agrado… Tú eres mi salvación, niño
abrió la ventana. De un brinco la creatura deforme —Está bien, acepto… Todo sea para no ver más
entró a la pieza del niño, dejando el piso húmedo y como te devoras a ti mismo… Guácala
con extrañas manchas de sangre. Con estupefacción, El conejo entonces dio un brinco por la ventana y
Cristián observó que la creatura era un conejo gigante volvió al jardín. Afuera llovía aún más copiosamente y
del porte de un hombre maduro, cuyo rostro estaba las gotas de agua se arremolinaban en los tiesos pelos
deforme y que se devoraba a sí mismo: comía su brazo grasosos de la bestia que en varias partes de su cuerpo
izquierdo dejando al aire jirones de piel y músculos dejaba ver diversos tejidos nerviosos que latían de tal
y sólo la base del hueso del húmero. Cristián estuvo forma que provocaban una arcada repulsiva. El conejo
a punto de gritar pero la criatura le tapó la boca con le indicó al niño, con el hueso carcomido de su brazo
la gran mano derecha. El niño sintió el sabor de la as- izquierdo, que debía seguirle. Este obedeció al instante
querosa sangre recorrer las comisuras de sus labios y y saltó por la ventana. El conejo revolvió flores y arbus-
la punta de la lengua. El extraño visitante le miró a los tos que la madre de Cristián había cuidado con mucho
ojos con una esquizofrénica convulsión que hacía a la esmero, hasta que encontró una gruta en la tierra; era
situación ser aún más tensa. un túnel de tan sólo dos centímetros de diámetro.
—No, amiguito, tú debes quedarte callado. No —Hay que saltar ahí, amiguito— dijo el conejo.
debes delatar a tu amigo Trian, yo soy un buen amigo. —No… ¿En ese hueco tan pequeño? Estás loco…
Tú eres mi amigo, yo soy tu amigo ¿No me digas que esto es algo así como “Alicia en el
El apestoso ser sacó la mano del rostro de Cristián. país de las maravillas”?
Este le tomó pena a la creatura llamada Trian, por —Esa Alicia era una… No, sólo salta… Sigue mi
lo que le ofreció un vaso de agua. El ser lo rechazó ejemplo, amiguito
diciendo: El conejo saltó hacia el hueco y extrañamente, a
—No tengo sed, amiguito. Tengo apetito sexual… pesar de su gran tamaño, cupo perfectamente y se
Es demasiado…, es demasiado— y el conejo se rompía deslizó hacia dentro dando un grito monocorde. Con
los tendones del brazo izquierdo, lo que quedaba de grandes dudas pero mucho valor, Cristián se dio un
ese brazo, y hacía crujir el húmero sacándose chillidos impulso y saltó en el hueco. En un segundo ya estaba
de dolor que al parecer sólo escuchaba Cristián pues deslizándose por un interminable túnel. Entonces cayó
ninguno de sus padres o hermanos fue a su pieza a dándose un fuerte golpe en un gran jardín en donde
averiguar qué ocurría. sólo había mariposas, hierba verde, bosques lejanos
—¿Qué quieres de mí? ¿Por qué tocabas mi ven- y hadas madrinas jugueteando entre sí y comiendo
tana?— preguntó el niño. huevos de chocolate. Cristián miró hacia arriba y vio
—Te tengo una sorpresa, amiguito. Tú has sido un que estaba de día, había tres soles que equilibraban
niño bueno, así que los señores amos me han manda- sus fuerzas (de hecho el clima era templado) y el cielo
do a mí, tu amigo, a buscarte para que vayas conmigo era de un azul puro que sobrecogía. Allá, muy lejos,
a la tierra de los huevitos de pascua…¡¡¡Celebraremos había un punto que parecía una estrella pero en reali-
tú y yo la pascua florida junto a mis señores!!! dad era el hueco del túnel por donde habían llegado.
—¿Quiénes son tus señores? Al principio Cristián no vio al conejo pero al cabo de
—Los doce amos de la última cena, los dueños del unos minutos lo encontró devorándose su propio es-
respeto a la carne tómago pues veía a las hadas madrinas y no soportaba
Cristián se dio vuelta unos minutos, no quería ver sus deseos.
cómo la creatura se infringía dolor. Estaba tan mal Trian —Oye, cálmate, ya tendrás a tu compañera— le
que empezó a llorar y sus lágrimas se llevaban pedazos decía Cristián— Ya…
de carne del rostro, los que reventaban al llegar al piso El niño se fijó que Trian ya había devorado a algunas
del niño, derritiendo el suelo como si hubiesen sido bellas hadas las que se retorcían mutiladas en el suelo.
trozos de ácido sulfúrico. El conejo reía viéndolas sufrir.
—¿Qué debo hacer para que dejes de comerte a ti —Oye, conejo… ¿Y ahora qué?
mismo?— gritó Cristián desesperado al ver a su visita El conejo arrancó hecho un rayo a través de las hier-

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bas para llegar a un bosque. Aunque Cristián le perdió pues sospechaba que algo maquiavélico se tejía ahí.
de vista, pudo seguir su fétido olor y el rastro de sangre Arrancó hacia el otro bosque atravesando los campos
que dejaba en el suelo. Al llegar al bosque, el niño se de verdes hierbas altas en donde encontró a un grupo
encontró con que los frutos de cada árbol eran pedazos de hadas bañarse desnudas en un pequeño charco de
de carne: algunas eran chuletas en descomposición, agua. El niño rechazó la oferta sensual con la mirada a
otras eran animales enteros sin piel que aún agoniza- pesar de que las melodiosas voces le llamaban por su
ban, otros frutos parecían ser personas. Cristián quedó nombre para que se uniera a semejante baño. Cristián
congelado, no podía creer que existiese ese lugar tan se internó en el otro bosque. Aquí se escuchaban vo-
sádico. ces tristes. Avanzó unos pasos hacia un bulto que vio
—Este maldito bosque está podrido…— dijo Cris- junto al lado de un pino y le vio llorar.
tián. —Hey… ¿Qué sucede?, ¿por qué lloras?
—Amiguito mío, son los bosques de los señores sa- El bulto levantó la cabeza. Era un rostro descompues-
grados. Tienen el conocimiento de todo… Sólo come to que parecía recomponerse pero siempre volvía a su
las carnes— contestó el conejo sonriendo esquizofré- triste origen: ser una masa de carne molida en donde
nicamente, con baba naranja en la boca. los ojos, una mazamorra fétida, desprendían lágrimas.
—¿No se supone que esta es la semana santa y no Su boca era un hueco rústico que sólo exclamaba
se comen carnes rojas, a lo más carne de pescado? tristezas. Cristián se alejó del bulto y corrió como si con
—Los pescados aquí no se comen, aquí ellos son eso lograse adelantar algo para volver a casa. Enton-
sagrados pues son los mensajeros de mis señores, ami- ces tropezó con el mismísimo Trian que apenas se sos-
guito mío— el conejo sacó un “fruto” con forma huma- tenía pues había devorado parte de sus piernas. Sólo
na: era un pedazo de masa sin piel pero que con cada sus genitales estaban intactos pues sin estos ninguna
mordida daba un chillido que escupía sangre. Cristián compañera hubiese aceptado sus propuestas amato-
quiso arrancar de ahí, pero lo detuvo un temblor en la rias. La creatura de voz horrísona le dijo:
tierra: de esta emergieron tres criaturas del porte de —Sé bueno con amiguito, no huyas
un elefante. Eran peces que tenían en vez de escamas —¿De qué hablas? Mi familia debe estar preocu-
pelos de rata. Sin embargo, tenían branquias. De esta pada por mí
expulsaban jirones de grasa. —No, no, no… Amiguito, debes ayudarme, recu-
—¿Alguien dijo que quería comernos?— preguntó erda mi situación— y el conejo se indicó sus partes
furioso uno de los peces. pudendas.
—Yo lo dije— contestó con valentía Cristián— Pero De pronto, una lombriz alada, sobre la cual iba un ji-
no lo dije mal intencionadamente. Lo que sucede es nete de rostro de moco, sacó de su cuerpo unas ramifi-
que en mi mundo de los humanos en semana santa caciones decadentes y asquerosas con las que tomó a
comemos carne de pescado pues no podemos comer Cristián. El conejo montó junto con el jinete moco. En
carnes rojas menos de unos segundos llegaron a un palacio her-
—¿Eres un humano?— los tres peces se miraron en- moso rodeado de ajimeces con decorados de ánge-
tre sí con complicidad— Los doce señores de la última les bebiendo del espíritu santo y serpientes rindiendo
cena estarán felices de saber que estás aquí adoración al tiempo. Las visitas fueron llevadas por
—Sí, vayan, vayan— gritó descontrolado el conejo unos soldados metálicos a un enorme salón en donde
que seguía sacándole chillidos agonizantes a esa masa había una gran mesa con doce hombres vestidos de
que devoraba con intencionada lentitud para propor- diferentes colores, que hablaban acerca de asuntos te-
cionarle un dolor y un sufrimiento ejemplar— Vayan y ológicos, filosóficos y morales. Extrañamente el conejo
díganles a los doce amos que Trian el insuperable trajo que estaba mutilado por él mismo, se ganó al medio
a este niño de la gran mesa y hablándoles a sus camaradas dijo:
Los tres peces gigantes se sumergieron como topos —Como ha sido resuelto desde tiempos inmemo-
en la tierra y se dirigieron hacia misteriosos lugares. El riales, he procedido a traer a la víctima del ritual de
conejo se perdió entremedio del bosque pero se podía renovación de mi cargo de guía psicoespiritual. Ahora
rastrear su ubicación por medio de los distintos gritos que les he traído carne de un humano con piel, ust-
agónicos que los “frutos” daban al ser devorados por la edes han de ratificarme en el cargo con mi hieródula
bestia cruenta. Sin embargo, a Cristián ya no le intere- preferida
saba saber en dónde estaba el apestoso conejo, quería Cristián no entendía nada de lo que sucedía. Se le
idear por sí solo algún plan para escapar de ese lugar trajeron al conejo varios especímenes de féminas de

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todo tipo: desde conejas hasta hermosas damas hu-
manas. El conejo eligió a una mujer cuyo cuerpo podía
saciarle su apetito sexual. Entonces en medio de la
mesa procedió a consumar sus deseos, a la vista de
sus camaradas. Estos tomaron a Cristián, con santos
poderes lo rebanaron en varios trozos y procedieron
a devorarlos en medio de los movimientos frenéticos
que el conejo producía con su hieródula. FIN

sobre esta edición

En el año 2009 celebramos los doscien-


tos años desde el nacimiento del escritor
norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849),
maestro de los relatos breves y del género de
terror.
Por este motivo, nuestra revista decidió lle-
var a cabo un concurso de relatos breves cuyo
género fuese precisamante el misterio y terror.
La convocatoria fue todo un éxito, recep-
cionándose alrededor de doscientos trabajos
de autores chilenos y extranjeros. Entre ellos se
seleccionaron 2 primeros lugares y 5 mencio-
nes honrosas (sólo 4 de las ellas se incluyen en
este número, debido a que su autor solicitó no
ser publicado ya que aparecería publicado en
otra revista).

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INDICE
Editorial
Rodrigo Suárez Pemjean (El Puñal)
Página # 1

Los niños de la misericordia


agradecimientos Ernesto Antonio Parrilla (Argentina)
Página # 2

A Silvia González, por sus maravillosos dibujos. El internado


A Amanda Espejo, por su constante apoyo e
ideas. José Cantarero Martínez (España)
A todos los autores que participaron en el Página # 5
concurso, por la confianza, la esperanza y la
paciencia, tras la tardanza en la publicación.
A los lectores y amigos, que nos leen y
El día que apagaron la luz
comparten su opinión con nosotros. Aquiles Cuervo (Argentina)
A don Edgar Allan Poe, por su cuentos y la Página # 10
inspiración que nos provoca.
A Pablo Delgado, por su valioso apoyo en la
impresión de esta edición. La casa se despierta
A Teresa Muñoz, María Elena Monsalve, Cecilia Alejandra Ananías Soto (Chile)
Rodrigo Suárez, Sonia Leal, por aportar su Página # 13
grano de arena en la revisión de textos.

Gracias a la vida. El Cigarro


José Joaquín Sachez García (España)
Página # 17

Pascua Florida
Rodrigo Torres Quezada (Chile)
Página # 21

Toda reproducción total o parcial de las


obras, es permitida sí y sólo si se hace
referencia a sus autores. Obras
protegidas por
Creative Commons y derechos de autor.
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