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¿Cuándo dejaste

de ser joven?

Antonela Sabella - Laura Verdile - Florencia Costales


Adriana Bolívar - Guadalupe Orgeira - Micaela Martínez

Los poemas fueron trabajados en el taller


Cómo perder el miedo (y volver a encontrarlo) coordinado por
Tamara Grosso y Gustavo Yuste durante 2020.
Ilustración: Tamara Grosso.

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Prólogo

Ordená tu habitación antes de salvar el mundo

Se suele decir que a la familia no se la elige. Tampoco


se elige la forma que tenemos de pensarla o representarla.
Después de todo, nuestra atención y nuestros sentimientos
no son un material tan dócil como muchas veces queremos
creer. En el poema “Cómo ser perfecto”, del autor
estadounidense Ron Padgett se puede leer: “Cuidá primero
las cosas cercanas. Ordená tu habitación antes de salvar el
mundo. Después, salvá el mundo”. ¿Cuánto tiempo nos
lleva ordenar esa habitación que es la familia antes de salir
con la frente en alto al exterior? A su modo, los poemas
que integran esta antología nos dan diferentes respuestas y
perspectivas para esa pregunta que bien sabemos que no
tiene respuesta.

A la hora de pensar en qué reúne a estos textos por


fuera de la temática de la familia, hay un clima en común: la
melancolía por ser esa persona que crece y cree saber muy
bien qué es lo que está quedando atrás pero no tiene ni
idea qué es lo que va a deparar el futuro. Si como se lee en
el poema de Antonela Sabella, “la adolescencia/ es una
mala edad/ para perder”, ¿cuál sería una buena edad?
Ninguna, claro, pero hay peores. Sin embargo, el poema

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“Lista de tareas” de Laura Verdile –del cual sale el nombre
de esta antología- nos deja ver que tampoco podemos
estar tan segurxs de eso.

Otra sensación que aglutina a estas voces particulares y


diferentes entre sí es el trabajo de la vista, la amplitud de
la percepción para entender de alguna manera lo que pasa
y lo que nos pasa. “Mi mamá insiste que tenga paciencia,/ y
con un gesto de manos/ me muestra cómo era/ el gomero
al principio”, aparece en uno de los poemas de Florencia
Costales: la intimidad como un lugar para encontrar las
claves de una vida cada vez más acelerada, desordenada y
despersonalizada. ¿Cómo pensar una familia en este
contexto? Los poemas de Guadalupe Orgeira nos tienden
un puente para pensar en los cambios de paradigmas cada
vez más vertiginosos –y luminosos en este caso- aplicados
al tamaño pocket de una casa, de una familia, de una vida.

Algo similar pasa con los versos de Adriana Bolívar, en


donde la llama de la calidez familiar se apaga por una
correntada de realidad, como si las fotos familiares que nos
sacamos se borraran sin necesidad del paso del tiempo o
el photoshop de la memoria. Así, la incomodidad gana
terreno: “yo no sabía leer un calendario/ pero entendía que
no estabas/ sino sólo los fines de semana”.

Por último, si cada familia es un mundo, como reza el


dicho popular, entonces cada uno de estos poemas
proponen sus propias teorías gravitatorias para ver cómo

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el recuerdo cae por su propio peso. Por ejemplo, en los
poemas de Micaela Martínez se lee: “Mi abuelo murió
olvidando. /Tantas veces lo vi llegar/ a la cocina/ sin poder
acordarse para qué había venido”. Las historias familiares,
sus detalles, las omisiones, algo que se hereda como la
vajilla y a la vez se resignifica: los viejos platos para recibir
a las visitas quizás ahora juntan el agua debajo de las
macetas de ese gomero que crece cuando no lo
observamos.

Tamara Grosso y Gustavo Yuste


Septiembre, 2020

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Antonela Sabella

Mi mamá inventó a la hormiga Carmen

Yo me la imaginaba todas las noches.


Para mí era una hormiga negra, despampanante.
Mamá también dibujaba
con técnica propia
y hacía infinidad de cosas
con pedazos de tela.
Ella cree que escribo
solo porque heredé de papá
el amor por la lectura
y las personas la achicaron tanto
que no se da cuenta
que la imaginación
viene de su sangre.

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Una mala edad para perder

Si Tita viviera
estoy segura
que me estaría abrazando
en Capital.

Mi nona
sabía disfrutar
de las cosas simples
como sentarse afuera
cuando caía la tarde
y tomar muchas pavas de mate juntas.
A veces lo hacíamos sin hablar.
Ella respetaba mi silencio.

Ahora entiendo
que tuve una conexión particular.
Hay algo
que siempre me gustó de ella
y es que a pesar
de todo lo que sufrió
estaba cargada de amor.
Me hace bien pensar
que heredé esa fuerza.
Aunque la acompañé como pude
me quedaron cosas por decirle.

La adolescencia

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es una mala edad
para perder.

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Costumbres heredadas

Somos todo lo que nos prohibieron


en silencio.
Somos todos
los miedos de nuestros padres.
Somos todo lo diferente
a las costumbres heredadas.
Somos una mezcla
de los peores recuerdos,
las mujeres que admiramos,
de constancia, de deseos
y de los nervios
de nuestros dedos lastimados.

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Laura Verdile

Lista de tareas

Tirando de la pollera de mi abuela


mi primo más chico demanda una respuesta:
“¿Cuándo dejaste de ser joven?”.
El aceite salpica en la sartén
y solo puedo escuchar algunas palabras,
como “arrugas” o “dolor de huesos”.
Si me preguntara a mí
diría que no pasó de un día para otro,
pero que se puede ver en su lista de tareas.
Despertarse,
comer sin sal,
vaciar la mesa de luz
del otro lado de la cama
y no saber qué hacer con todo eso.

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Los domingos salimos a caminar con mamá

Para dibujar en perspectiva


solo es necesario
ajustar un poco la visión.
Dos árboles sobre una hoja de papel
pueden parecerse,
aunque se los dibuje
a distancias separadas,
uno más chico que el otro.

De lejos,
pienso que nosotras
nos vemos un poco así,
la silueta que alguna vez
fue más indefensa
ahora camina más rápido,
puede intercambiarse.

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La película que dejamos de fondo

El día que nevó en Buenos Aires,


nos enteramos por el grito de asombro
de mi hermano.
Las puertas cerradas en casa
no amortiguaban los sonidos,
las cerrábamos para trazar
una distancia más grande
de la que nos daban las paredes.
Pero ese día,
quebramos la resistencia del instinto,
nos acercamos al vidrio helado de la ventana
para ver mejor.
Como en la película
que dejamos de fondo durante la cena
giramos en la terraza con los brazos extendidos,
debajo de un mantel limpio
colgado entre las sogas.

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Florencia Costales

Estar junto a otras

I
No me gusta el verano
pero disfruto del viento
cálido que envuelve mi balcón
durante la mañana.
El sol ya salió a las ocho
y está tan claro que parece
que no salió del todo.
Las hojas de mis plantas se mueven
y miro hacia afuera
para ver cuánto creció el gomero.

Mi mamá me dice que lo plantó


cuando se mudó de joven,
y no puede creer cómo se las ingenió
para meterse tanto por las rejas.
A mí me sorprende que sobreviva
con todas sus raíces sobresalidas.
Le cuento que hasta se roza
con el árbol de enfrente,
y seria, me explica que ellas
necesitan estar junto a otras.

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II
Hay otra planta que tengo
hace un año y la veo igual
que siempre, un rabito nada más.
Mi mamá insiste que tenga paciencia,
y con un gesto de manos
me muestra cómo era
el gomero al principio.

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Lo que sí elegí

Me dicen que heredé mucho


de las mujeres de mi familia, nos unen
la misma abundancia de pelo,
los mismos dedos delgados.
Pasé mucho tiempo de mi vida
creyendo que eso era una desventaja,
que mi deber era romper el ciclo.
Después de la muerte de mi abuela,
puedo ver a la herencia
como un consuelo, como si compartir
una parte de mi genética
me acercara todavía más a ella.
Pero lo que me separa
es lo que más me une, por ejemplo
la relación que sí pude construir,
las decisiones que tomé.
Mis pensamientos y los buenos
recuerdos que conservo
quedan, son más fuertes
que la mera biología.

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Las puertas de la ciudad

Cuando otros quieren ayudarme,


tratan de correrme de lo que me pesa
y hacen que me enfoque en mis proyectos,
que después de estar triste
lo alterne
con una actividad linda.
Mis pasatiempos son raros,
mientras vaciábamos la casa de mi abuela
me llevé un libro sobre puertas históricas
de la ciudad de Buenos Aires.
Siempre decoré mi departamento
con mapas y símbolos urbanos,
y postales de trenes a los que nunca me subí.

En una aparece una estación


en medio de la nieve,
y pienso que cuando esté en Dinamarca
la voy a poder conocer.
De chiquita ya la vi
pero no es lo mismo que hacerlo de adulta.

Ahora no voy a poder contarle a mi abuela


sobre los edificios hermosos que vea
o cómo funciona el sistema de transporte.
Pero voy a buscar un café
donde sentarme en la calle, respirar hondo,
estar contenta porque tuve la suerte
de que alguien me enseñó
a observar los detalles que me rodean.

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Adriana Bolívar
mamá y papá hablaban fuerte dentro de la casa
pero el chapoteo de mi hermanito
en la pileta de mis abuelos
espantaba toda nube
que quisiera opacar este día de verano

fue el último enero


que estuvimos en esa casa
que parece que ya se cansaba
de tanto escucharnos reír
como si a una cierta alegría
también le llegara una especie
de otoño

mi hermano mayor se tiró a tomar sol


yo lo seguí para hacer lo mismo
y sentirme grande

refunfuñando
tiró la toalla
y se puso los auriculares

se escuchó el auto de papá saliendo a algún lado


el silencio de mamá adentro
el splash de mi hermanito
y la música que salía de los auriculares

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¿con quién te vas a casar cuando crezcas?
pregunté
¿qué?
¿con quién te vas a casar?
¿ah?
¿que con quién te vas a casar?
con alguien famoso
me dijo
¿y cómo sabes?
porque es mi destino
y se volvió a poner los auriculares

¿y qué es el destino?
¿qué?
¿qué es el destino?, grité
ser mejor que tus papás

entonces yo no me voy a casar, dije


y nadie escuchó
mi hermano ya estaba acostado de nuevo
mamá seguía adentro
mi hermanito jugaba a encontrar tesoros solo
y terminaba la última tarde
que pasamos en casa de mis abuelos

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mamá siempre decía
“no te puedes quejar,
tienes dos fechas de cumpleaños”
en ese esfuerzo absurdo
por querer hacerme sentir afortunada
por su confusión

no lo lograba
la incertidumbre de no tener total precisión
sobre el momento exacto en que nací
lo interpreté siempre como un descuido
como cuando uno de tus padres
nombra a todos tus hermanos
antes de pronunciar finalmente tu nombre
soy yo mamá
soy yo
tú me trajiste
¿recuerdas?
por qué hay una fecha en mi documento
otra en mi partida
quiénes estaban
quiénes nos acompañaron cuando juntas
suspiramos
embadurnadas
tú de sudor
yo de materia viva
¿recuerdas?
ese calorcito cuando nos abrazamos
la enfermera que me apartó para limpiarme

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la siesta después de ese agite
fue un día
hubo una hora
pero todo quedó disipado
y ya nadie sabe bien
si fue lunes o martes
si fue tarde o de noche
¿recuerdas?

entre risas nerviosas


miradas cómplices
tapan con dos días comiendo torta
la afrenta de tener que inventar una historia
para saber cuándo llegué
una ficción de cómo fue
la anécdota divertida
de no saber si ese adn que sale en el sobre
va a confirmar lo que siempre supe

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no lo puedes volver a hacer
me dijiste
a las muñecas se las cuida
a las muñecas se les quiere
no lo puedes volver a hacer

ya no estabas tanto en casa


te veía día de por medio
no sabía contar el tiempo
pero recuerdo esa ausencia

no lo puedes volver a hacer


a las muñecas se las cuida
a las muñecas se les quiere

te fuiste a otra casa


yo no sabía leer un calendario
pero entendía que no estabas
sino sólo los fines de semana

no lo puedes volver a hacer


a las muñecas se las cuida

empecé a rayar todas mis muñecas


les quería tapar los ojos
pensé que así no podrían llorar
ni tampoco me verían hacerlo

no lo puedes volver a hacer

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a las muñecas se les quiere
me dijiste

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Guadalupe Orgeira

La fragilidad de un vidrio finito

Subíamos y bajábamos por las curvas de una ruta


/árida
en el calor sofocante de un Renault 11 muy viejo,
sonaba El oso de Moris
y jugábamos carreras hasta el borde del acantilado.
Comíamos caramelos en el asiento de atrás
testigos de discusiones que no entendíamos
y trenzábamos pulseras de hilo
que iban a durar más que el verano.
Cuando la cinta del cassette se cortó
y la tiraron por la ventana
aprendimos
que hay que usar las cosas hasta que se rompen
y no más.

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El gran truco

Cumplo veinticinco
y si dos más cinco es siete
y si el siete es un número mágico
esto es, entonces, un truco de magia.
Un buen mago nunca revela sus secretos
y yo conozco al mejor de todos.

Cada cumpleaños un show


las cartas, los dados, los pañuelos,
todo desgastado por años de uso.
Era envolverme en una capa larga
y ser la envidia de todxs mis compañerxs
mientras soplaba las velitas.
Pero el tiempo marchita más que los colores
y a veces los magos se cansan de fingir.
Nada por aquí, nada por allá,
y de repente
algo desaparece en una nube de humo
y algo aparece cuando no lo esperabas.

A los cincuenta y dos,


mi papá colgó la galera y los guantes,
cerró la puerta del armario
y abrió para siempre
la del clóset.

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Yo sé que podría haber sido peor, pero igual

El día que salí del clóset más difícil


dije Ma estoy saliendo con una piba
mientras hacía de cuenta que lavaba verduras.
El tac tac de la cuchilla sobre la tabla
pausa un segundo demasiado largo
casi imperceptible
salvo para quien lo espera.
Sin mirarme dijo dos cosas
Tac
Ya lo sospechaba
Tac tac
Vos sabés que yo te quiero igual.
Tac
Tac
Tac
Igual
Igual
Igual
Lo mismo podría haber elegido
clavarme la cuchilla en el pecho
antes de seguir cortando
cebolla ensangrentada.

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Micaela Martínez

Mira mamá

Aprendí a escribir
poemas de amor
que no reproducen clichés
y hablan de cosas sanas.

Mira mamá
aprendí a ser libre.
Y buscar en mi
lo que pensábamos
que estaba en los demás.

Mira mamá
soy todo lo que dijiste
que no debía ser
para triunfar en la vida.
¿Estás orgullosa?

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Mi abuelo duerme bajo tierra mojada

Miro por la ventana


y veo como el cielo
riega mis cactus secos
que soy incapaz de cuidar.

Viajo 15 años al pasado.


Pienso en el aburrimiento.
En lo rápido que encontraba un papel
para que mi abuelo
me construya un barquito.
Y recuerdo salir en patas,
a escondidas de mi abuela.
La zanja llena era el mejor océano
para imaginar un viaje.

“Recuerdo”, esa palabra.


Mi abuelo murió olvidando.
Tantas veces lo vi llegar
a la cocina
sin poder acordarse para qué había venido.

Hoy no tengo barquitos.


Ni abuelos que los construyan.
Hoy elijo un libro corto,
una taza grande y un té rico.
Miro por la ventana
tratando de no despertar a mi gato.

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Que duerme una siesta
con el sonido del agua
sobre la chapa oxidada,
al igual que mi abuelo
duerme bajo tierra mojada.

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Serpiente de Uróboros

Mi abuela me dijo
que algunas verrugas
son cancerígenas.
También me dijo
que algunas serpientes son venenosas.
me contó que mi tatarabuelo
murió de cáncer en el esófago.
por haberse lastimado una verruga
que tenía en la mano
y haber succionado la sangre.
“Se comió el veneno
y se disipó por su interior”

Yo pensé en una serpiente


mordiéndose su propia cola,
que en el antiguo Egipto
simbolizaba el ciclo eterno
de la vida y la muerte.
Ya no creo
que los suicidios sean todos
conscientes.

29
Índice

Antonela Sabella………………………………...6

Laura Verdile……………………………………...9

Florencia Costales……………………………….12

Adriana Bolívar…………………………………...16

Guadalupe Orgeira……………………………….21

Micaela Martínez………………………………….24

30

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