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pretérito imperfecto

(fragmento)

enab soluto
Había que enfrentar a los demonios. Imponerles distancia. Aprender a estar
solo, pandemia la excusa perfecta. Las cosas habían llegado demasiado lejos.
Los había creído muertos, profundamente dormidos, debilitados, aburridos,
jamás hambrientos de mis tripas. Era preciso eliminar todo rastro con la mayor
pulcritud. Profesionalmente asesinar, descuartizar, quemar. El cuerpo espiritual
volvería a disfrutar con nuestra masacre, eyacular sangre en un ritual.

El clímax de la vida en la muerte, gemían los franceses. Amor contra morbo y el


deseo justo en medio. Vida y muerte en deseo, deseo y vida en muerte, muerte y
deseo en vida: tal era la triada. Fluidos, quejidos, mutilaciones, sensaciones
burdas, sutiles afirmaciones, negaciones. Hablábamos de culpa. A excepción de
todo, morbo enfermo, exiliado, deseo malsano, oculto en las letrinas los
vigilantes terminaban su rutina y me revolcaba en los más dulces excrementos
de los más diversos cuerpos en cautiverio y me calentaba. Esclavitud y placer,
sumisión, exquisito sadismo. Soñaba una vez que follaba con una persona que
de pronto se transformaba en mi hermano. ¿Disfrutábamos sin horror las
imágenes del bondage? ¿Entonces qué era la libertad? Parafilias, le llamaban las
categorías. Hablábamos del frotismo. Yo me frotaba, tú te frotabas, se frotaban,
frotábamos, frotaban. ¿Tendiste a juntar las piernas? ¿Sentiste algo ahí abajo?
La supuestamente inobjetable ausencia de deseo en torno al cuerpo embarazado
que por cierto yo rechazaba: dos personas en una y crecen las tetas. La dejaba
ahí. El morbo de la mala escritura que no tenía absolutamente ningún valor, con
suerte repulsiva y hasta por ahí. Solo de esa leía yo. Ahogado en una bolsa de
basura, simplemente esa imagen. El placer culpable, que le llamaban lisa y
llanamente, para exorcizar las formas fantasmales de torturadores verdugos y
asesinos que nos acechaban incansablemente, muertos e impunes. Bastaba de
eufemismos cínicos que el sarcasmo no lograba disimular porque era placentero
el riesgo, fingir a medias por si me pillaban. De eso precisamente se trataba mi
nuevo proyecto audiovisual snuff. La palabra exhibicionismo, la palabra
hedonista, todo lo que era lo sórdido, lo abyecto, la pálida, la pelá, La Santa
Muerte. A mí todo me calentaba. Por ejemplo, todo lo que le gustara a mis
parejas, cualquier cosa, lo que fuera.  ¿Y si me discriminaban? También me
calentaba. ¿Cuáles eran los límites del buen gusto? Pésima pregunta. ¿Me
calentaba la idea de que me cagaran? Desde luego que sí, la represión de ese
deseo determinaba cada una de las manifestaciones de mi celopatía,
precisamente. ¿Mi masturbación ansiosa fantaseaba su compenetración con
otros cuerpos hasta la disolución en el último quejido? Sí. ¿El concepto del goce
perverso? Divino. ¿Me calentaba esa culpa que sentía? Totalmente. ¿El dolor?
Uf. ¿Un tatuaje, ano en el dedo, el parto, el trabajo asalariado? ¿Había una ética
de la inmoralidad? De la misma manera que en el prejuicio, entendido como
estrategia de supervivencia frente a lo desconocido, la animalidad innegable en
la potencia morbosa resultaba necesariamente vinculante, reconocible,
socializable. Celebrábamos entonces la vida en el deseo que nos matase. En la
sexualidad consentida no había límites, el deseo tendía a la ruptura, la asfixia, la
disolución de las formas comunes, la transgresión, soga al cuello saltar de la silla
en un orgasmo definitivo, ¿por qué no? 

Superado el dualismo se nos ofrecía una síntesis en el cuerpo. Hablaban,


hablábamos de cuerpo, cuerpa, cuerpos. Unos encima de otros apilados
atravesados por otros cuerpos descompuestos.

Sexo.

Cuerpos y tan solo cuerpos para referir tal unidad que de otra manera no
sabíamos nombrar.

Un paisaje que me recordaba mucho al de mis viajes al campo de pendejo. En


ese tiempo eran comunes las historias de tanto ahogado por culpa de los cueros,
restos de animales que se iban al fondo de pozones para transmutar en
monstruos vengativos. En el Raudal de la Cabra una mujer joven y un hombre
adulto animados. Dibujados. Un paisaje real y dos caricaturas. Buscaban algo en
el agua que les llegaba hasta la cintura. Estaban vestidos con ropas antiguas.
Ella se quitaba el vestido y en ropa interior se sumergía.

De pronto yo era él, un personaje de animación en un mundo real intentando


violarla en la entrada de una casa grande y vieja de otra época.

Dentro de la casa deambulaba en espíritu. La recorría. Me fijaba en las paredes,


los muebles, los adornos. Me detenía en un retrato en que aparecíamos con
triste semblante.

¿Habíamos muerto?

De fondo se oía una canción que cantábamos a dúo desde otro momento:
tráigame la bala para mi agonía

tráigame la bala para mi ansiedad

tráigame la bala para mi pesar

tráigame la bala con su libertad

Al despertar todavía recordaba la tonada. Me preguntaba en qué momento de la


historia de la humanidad se habría cercenado la unidad entre poesía y música.
Le dedicaba el resto de la jornada a escribir canciones sin melodía:

¿me lavo las manos o la conciencia?


¿en qué dimensión existen las medidas
de higiene suficientes?
¿a las diez empezaba el toque de queda?
¿qué día era?
¿es relevante el origen de la pandemia?
¿cuál es la unidad mínima de información?
¿ideología?
¿son virus los memes?
¿qué o quiénes colapsarán?
¿qué estamos haciendo al respecto?
¿solo hay neuronas en el cerebro?
¿en qué medida superamos la dualidad mentecuerpo?
¿cambió chile?
¿está todo hecho?
¿se suspendió el estallido?
¿hay un solo nihilismo?
¿se contraerá el universo?

mitos de encierro
micropolíticas diminutivas
microscópicas del cálculo infinitesimal
desde hace unos días
hemos estado almorzando en torno a las 11
de la noche
nuestra absoluta falta de rutina se organiza
de tal modo
que cada jornada se retrasa respecto de la anterior
estrictamente
más o menos
una hora
así por ejemplo
hoy probablemente desayunemos a eso de las 6
de la tarde
y almorcemos cerca de la medianoche
confiados en el rigor del azar vaticinamos la enorme probabilidad
de que tras un periodo exhaustivo
tiempo perdido el ritual
en algún momento tendremos que volver al punto de inicio
volveremos a coincidir con la hora universal del almuerzo
ya lo verán
y después de almuerzo
cerrar y abrir el ciclo dejarlo abierto al infinito:
mitos de salida
¿viste esa saliva?
¿dónde irá a parar?

sujeto museográfico quiero


inmóvil
expectante la vida muerta
interesante
yo nunca hei sío víctima de naiden
no me malentienda
lindas sus vasijas de barro oiga
yo quiero que aquí me entierren
como a mis antepasados
pretéritos imperfectos errores completos
en su vientre oscuro y fresco
el boom del bigbang la memoria
museoceniza galáctica

amada
amistades profundas fugaces y tantas posibilidades
perdedoraes hermosaes preciosaes perdedoraes
no me resigno al encierro
les extraño tanto que iría a visitarles en bicicleta
en cuarentena total con toque de queda
no lo niego
la comunidad ya no sabe descifrar los sueños

A continuación, no seguía ningún manual de combate. En adelante no había


más que un objeto para la distracción o la inútil atención que decididamente, a
riesgo de muerte, se posaba en lo que no servía para nada y por eso no podía
evitar ser insoportablemente honesto, único valor posible para tales objetos, en
cualquier caso uno bajísimo y en picada. Cúmulo de ejercicios de escritura
dispuestos en función de un estricto criterio: mierda en situación, literatura
como quien dice música en lugar de ruido por la mecánica impuesta de la
metáfora y su culto a la infamia cobardía de la referencia indirecta.

No era depresión, era capitalismo.

En el autoproclamado gobierno de las emociones no había mente ni cuerpo.


Nunca era falsa una idea por necesidad y naturaleza. Inadecuada, impertinente,
imprecisa, inaceptable, condenable, miserable, horrorosa, fascista, tal vez. Que
éramos libres y no lo éramos en la ignorancia, por ejemplo. Lo fundamental
eran las causas.

Era depresión, no era capitalismo.

Ideas y palabras nominaban por la contextura de la imaginación, nunca en sí


mismas. Se imponía entender el alma, no detestarla, ridiculizarla, suprimirla,
torturarla, genocida. ¡Los afectos repugnaban!, mas no a la razón que entendía
su conformación y natural necesidad en precisa conformidad con las leyes del
universo intelecto. Lo que fallaba era la materia. Todo lo demás era necesario y
habría sido absurdo que nos propusiéramos cambiar el mundo antes de
percibirlo desde otra perspectiva.

Era y no era depresión capitalismo.

Aventuraba un tratado para la reforma del entendimiento: ¡no se podían


suprimir los sentimientos! De los hechos que nos afectaban a la manera de
apreciarlos: no había mente ni cuerpo: una sola

s
u
s
t
a
n
c
i
a.

La Constitución de la República de nuestro propio cuerpo: ¿ejercitar el


pensamiento para discernir lo propio de lo externo? Lo desconocíamos. Las
pasiones no eran vicios.

Acciones y afectos: potencia

Imaginaciones-pasiones: potencia.

Una idea clara y distinta respecto de las intervenciones exteriores, experiencia


alguna para ser concebida, se necesitaba.

No depresión, era no era capitalismo.

Las ideas geométricas de un triángulo y una esfera y sus propiedades eran ideas
adecuadas y verdaderas. Las afecciones eran causadas por un cuerpo que estaba
¿afuera? ¡NO! se anule el afecto, cámbiese su IDEA. No era por medio de
ninguna modificación de los hechos que el hombre lograría salvarse o liberarse
sino por su capacidad de apreciarlos y comprenderlos porque su vida verdadera
estaba ¿en otra parte?, ¿por encima de lo que acontecía?, ¿en lo eterno?

Actuar por miedo, agudizar contradicciones.

No era, capitalismo no depresión, era.


Por la fuerza de los afectos:
vivir y destruirnos,
gozar y perecer,
conato deseo esfuerzo y placer.

No nos moviera la irracionalidad sin quererlo que sin pasiones no habría qué
defender. Necesitábamos motivos. Deseábamos querer. Sufríamos.

Nada era sagrado, la sinestesia como mitología, el tacto relegado a la parafilia, el


olfato y el gusto primitivos. Éramos historia, relatos, puros cuentos.
Prehistóricos, peyorativos, reducidos confinados, excluidos y entre tanta basura
que se acumula que ya no quedan imágenes puras:

valgan estas visuales mudas.

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