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La elegía fílmica

El cine de Terrence Malick

Miguel Mejía Salas

Con tan solo cuatro largometrajes en su haber, Terrence Malick ha logrado llamar
poderosamente la atención de los amantes del Séptimo Arte y se ha convertido en
referencia ineludible en la historia del cine norteamericano. Nacido el 30 de noviembre
de 1943 en la localidad de Waco, Texas (aunque hay quienes aseguran que nació en
Illinois), es poco lo que se conoce de este prestigioso cineasta. Se sabe que tuvo una
formación como periodista y que luego fue profesor de filosofía en el Instituto
Tecnológico de Massachusetts, ingresando al ambiente cinematográfico a principios de
la década de los setenta como guionista. Sus primeras contribuciones no aparecen en los
créditos de los filmes Harry, el sucio (1971) y Drive, he said (1972), ésta última
producida y dirigida por Jack Nicholson.

En 1972 participa en la elaboración del guión de Deadhead Miles del realizador Vernon
Zimmerman, una comedia sobre las andanzas de un camionero en la carretera que no
tuvo buena acogida por ofrecer una línea argumental plana y poco interesante. Luego
escribiría para Stuart Rosenberg Pocket Money (1972), otro mediocre filme que
deambula entre la comedia y el western moderno.

En 1973 se inicia en la dirección con Tierra de maldad (Badlands, también conocida


como muerte sin perdón), gracias al apoyo del American Film Institute. Un joven
Martin Sheen y una casi debutante Sissy Spacek protagonizan esta singular y sofisticada
exploración de la naturaleza del bien y del mal. Él es un apuesto hombre que trabaja
como recogedor de basura. Ella es una quinceañera llena de fantasías que lo encuentra
irresistiblemente parecido a James Dean. El inevitable romance nace y con él llega la
tragedia cuando Kit (Sheen) asesina al padre de Holly (Spacek) por oponerse a su
relación. Juntos inician entonces una accidentada y sangrienta huida hasta su inevitable
captura.

Con un buen trabajo fotográfico y una excelente musicalización, el filme no intenta


condenar ni dejar ninguna moraleja. Es más bien el punto de vista de una joven nacida
en un mundo que comienza a cuestionar los valores morales tradicionales y el derecho
de los padres sobre los hijos (la escena en la que el padre mata al perro de su hija como
castigo es realmente ejemplificadora). Kit se convierte en un asesino en serie y Holly en
su silenciosa cómplice, pero, aunque sus actos son lógicamente condenables, Malick los
sitúa más allá de toda sanción moral. Inspirada en la historia real de los crímenes de
Charles Starkweather y Caril Ann Fugate, que estremecieron Dakota del Sur en 1958, la
película observa los hechos desapasionadamente y se convierte en una sólida y objetiva
crónica de acontecimientos estupendamente narrados. Los diálogos son justos y
adecuados, aportando su cuota para enriquecer este relato que se apoya tanto en lo
visual como en lo sonoro para lograr la efectividad. El balance es perfecto y los
elementos se conjugan armoniosamente para construir una unidad fílmica sólida y
contundente, donde nada sobra y nada falta. Todo un mérito para la cinematografía
moderna.

Luego Malick escribiría - firmando con el seudónimo de David Whitney - junto con Bill
Kerby el guión de The Gravy Train (1974), dirigida por Jack Starrett. Se trata de una
película con similares dosis de comedia y cine de acción que narra la historia de dos
hermanos, quienes van desarrollando un particular gusto por el crimen.

En 1978 volvería a la dirección con Días de gloria (Days of Heaven). Aunque un poco
menos lograda que su predecesora, no deja de ser una hermosa película. El guión de
Días de Gloria no está desarrollado con la misma pericia que el de Tierra de maldad, de
tal forma que la historia y los personajes pierden peso frente a la exquisita fotografía de
Néstor Almendros, la adecuada dirección artística y la envolvente música de Ennio
Morricone.

La historia de un triángulo amoroso entre Bill (Richard Gere), Abby (Brooke Adams) y
el granjero interpretado por Sam Shepard, es narrada por la hermana menor de Bill,
Linda (Linda Manz), volviendo a utilizar el recurso de voz en “off” y la aplicación del
punto de vista de una niña que ya había presentado en Badlands. Mientras que las
acciones y sentimientos de los tres protagonistas adultos se nos presentan directamente
por lo que vemos en la pantalla, a Linda, personaje singularmente bello, la conocemos
más que nada por sus palabras y por su forma de “ver” las cosas.

Este trágico drama pasional desarrollado en las afueras de Chicago, en los años previos
a la Primera Guerra Mundial, se inscribe en un hermoso cuadro que eleva la historia a
dimensiones poéticas. Es un filme concebido para impactar los sentidos y los
sentimientos, logrando un mejor resultado en lo primero, pero sin desmerecer algunos
momentos realmente conmovedores.

Otro de los puntos de encuentro entre los dos primeros filmes de Malick es que ambos
cuentan historia de personajes marginales situados en los terrenos salvajes de
Norteamérica rural, quienes al final terminan huyendo de la ley. En ambas películas, los
protagonistas están sujetos a un destino prácticamente ineludible y sus acciones, aunque
incorrectas ética y legalmente, se comprenden y hasta justifican al conocer la esencia
humana de cada uno de ellos. Ambos relatos trascienden el drama o el melodrama para
acercarse más a la tragedia clásica.

Después de 20 años alejado del mundo cinematográfico, Terrence Malick volvió a hacer
noticia al dirigir La delgada línea roja (The Thin Red Line, 1998), una película sobre la
guerra y sus consecuencias en el interior de los hombres basada en la novela de James
Jones, autor de “De aquí a la eternidad”. Con imágenes de gran poder, este gran
realizador plasma un relato reflexivo y filosófico sobre la “guerra interior” que viven los
soldados protagonistas de la batalla de Guadalcanal. Apoyándose en la voz en “off” y
con textos sumamente profundos, se cuestionan temas como el amor, la familia, la
obediencia, el honor y el sacrificio. Se trata de una de esas películas que deben
disfrutarse sin prisas, con un estado de ánimo predispuesto al análisis y al pensamiento
elaborado. No es que se trate de un filme complejo o erudito, sino que su riqueza radica
fundamentalmente en su profundidad conceptual y emotiva.

El año 2005 estrenó El Nuevo Mundo (The New World), película en la cual se presenta
la historia de amor entre la princesa india Pocahontas (una joven e interesante Q'orianka
Kilcher) y el capitán John Smith (correcto Colin Farrell), como hilo conductor para
mostrar hermosas estampas que ilustran el traumático encuentro de dos civilizaciones
con la llegada de colonos ingleses a las costas de Norteamérica en 1607. La fotografía
de Emmanuel Lubezki y la partitura de James Horner son parte importante de los
elementos que combina el director para transmitir una experiencia profundamente
sensorial, otorgando muchas veces el protagonismo a la relación del hombre con la
naturaleza.

Con muchas licencias históricas, una estructura dispareja, cambios constantes de ritmo y
una evidente escases de diálogos, no se puede negar que el film posee una capacidad de
seducción potenciada por la mirada poética de Malick, que prioriza la sensación por
sobre la narración.

Pese a que algunos opinan que, por su reducida y distanciada filmografía, no se debería
ingresar aún a Terrence Malick a la lista de los grandes realizadores cinematográficos,
tampoco se puede negar que se trata de un cineasta atípico, cuya propuesta estética no es
para todos los gustos, pero sí se constituye en un remanso para los que aman el cine
alejado de los estándares del mainstream hollywoodense. Esperamos ansiosos el estreno
de The Tree Of Life un drama fantástico sobre un viaje a los orígenes de la humanidad,
protagonizado por Brad Pitt y Sean Pean, cuyo estreno está previsto para este año.

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