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El ambiente epitermal, tal como indica la propia etimología de este término, se halla a escasa
profundidad en referencia a la superficie terrestre y, en concreto, define la parte superior de los
sistemas hidrotermales naturales (En la Figura 1 se puede ver un par de ejemplos de sistemas
hidrotermales volcánicos).
Lindgren (1922, 1933) definió el término “epitermal”, caracterizando este tipo de depósitos minerales
en función de la mineralogía de las menas y de sus características texturales, así como en sus propias
reconstrucciones geológicas. En la definición que estableció para estos depósitos, Lindgren incluyó
numerosos yacimientos minerales de metales preciosos (con presencia o no de telururos o seleniuros),
metales básicos, mercurio y antimonio (con estibina como mineral principal). En tales trabajos ya se
sugirió que se trataba de un tipo de depósitos metalíferos formados a partir de fluidos acuosos
influenciados por emanaciones ígneas a temperaturas relativamente bajas (<200ºC) y en condiciones de
presión “moderadas”.
En los numerosos estudios subsiguientes, a medida que el conocimiento de estos sistemas aumentaba,
las condiciones de emplazamiento se han ido acotando y redefiniendo con el tiempo. Buddington (1935)
indicó que, en ambientes próximos a la superficie, son posibles temperaturas mayores a las reportadas
por Waldemar Lindgren, de modo que pronto el límite máximo de temperatura aceptado para sistemas
epitermales “aumentó” hasta los 300ºC (Panteleyev, 1988).
Así, en la actualidad, se considera que las condiciones de formación de la mayoría de yacimientos
epitermales comprenden temperaturas entre <150 y ~300ºC (y eventualmente mayores), y a
profundidades desde la superficie hasta 1 ó 2 km, con presiones de hasta varios centenares de bares
(Berger y Eimon, 1983; Heald et al., 1987; Sillitoe, 1988; Reyes, 1990, 1991).