El dolor no solo resume esa la sensación de malestar y desasosiego físico y emocional.
Es imposible que este quede simplificado a una mera reacción natural e involuntaria de un organismo en respuesta a un estímulo de agresión, va más allá de nuestra percepción y conciencia. En “Vientos del este” se presenta de forma física, dejándonos así entrever la debilidad e insignificancia humana que Andrea poseía. Ella cargaba con un pasado, con una herida dolorosa que, a pesar de la presencia de Vernon, no sanaba. Este dolor no se quedaba solo en el maltrato físico que Andrea soportó; ni mucho menos, este trascendía lo corporal y lo efímero. Este personaje permeaba los pensamientos, las emociones e incluso el comportamiento de ella, como si de un invasor de la propiedad se tratara. No había instante en el que Andrea no se percatara de la compañía de él, ni siquiera en sus momentos más íntimos con Vernon se libraba de la influencia del ocupa. Y así se continuó este cuadro de acoso; ella, al no saber cómo librarse de él, optó por ceder ante sus órdenes, alejándose de todo aquello que apreciaba, incluso de Vernon. Por otro lado, en “Las líneas del matrimonio” no se deja de lado este actor aparentemente antagonista. Ahora este se presenta con traje de gala, con tonos más amables y románticos. En el cuento se aprecia una nostalgia, una añoranza por la vida pasada, un deseo de regresar y revivir recuerdos y algo más. Ahora el dolor visita la vida de un nuevo personaje decidido a dejar ir el pasado y abrazar a nuestro protagonista como si de un amigo se tratara. Una idea que en un principio parece acertada, porque esta vez el dolor no quiere hacer daño, no quiere destruir sino enseñar. Quiere darle al personaje una lección de superación y constancia. Por ello no es agresivo ni busca dañar, solo posee una finalidad y es reconstruir aquello que el tiempo no pudo. Pero el personaje no esperaba que el dolor fuera paciente y de largos procesos. Por ello dice: “Pero él no dominaba al dolor. El dolor lo dominaba a él.” A fin de cuentas, es el dolor el que decide cómo, cuándo y de qué forma o con qué medios aparecerse en nuestra vida. Y tanto como si de un amigo que enseña o como si de un enemigo de por vida se tratase, nos acompaña. Y no nos dejará sino hasta el fin. Así que en nosotros recae la responsabilidad de aceptarlo como compañero o de odiarlo como invasor.