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BIOÉTICA Y ALGUNOS CONFLICTOS SOCIALES EN COLOMBIA

INSTITUTO COLOMBIANO DE ESTUDIOS BIOÉTICOS ICEB

Foro III
Análisis Del Llamado 1
“Libre Desarrollo De La Personalidad”
Punto de vista psicológico

Ángela Hernández Córdoba1


Septiembre 21 de 2011

“Como sujetos estamos inscritos en la biología, en la sociedad y en la historia;


poseemos genes que nos poseen;
nos sometemos al destino de nuestra vida, forjándola en la experiencia;
hacemos la sociedad que nos hace y escribimos la historia que nos narra".
E. Morin (1994, p. 286)

Introducción

En esta presentación se analizan, desde el punto de vista de la psicología y de las


ciencias humanas, las nociones inherentes al derecho al “libre desarrollo de la
personalidad”, con el fin de que sirvan como material de hipótesis para comprender las
situaciones donde se presume que se vulnera este derecho. Se parte de la tesis de que
ni la libertad para actuar, ni la personalidad -entendida como identidad individual-, son
sustancias dadas ni objetos empíricos de estudio. Son por el contrario procesos
inagotables que se activan a lo largo de la existencia en el contexto espacio-temporal,
histórico, social y cultural de cada persona, cuya significación, en cuanto es una obra
humana, cambia según los referentes para su construcción. Justamente porque el
desarrollo tiene la doble acepción de despliegue de lo existente y surgimiento de lo
posible.

Se asume, en coherencia, que ese libre desarrollo individual es paradójica y


relativamente dependiente de las condiciones del contexto, por lo cual, la libertad para
ser un sujeto, existe como una promesa y una posibilidad, pero no como una realidad
universal, porque como afirma Robert Castell (2010), hoy en día, el hecho de ser un
individuo es más una aventura peligrosa que una realización segura.

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Psicóloga, psicoterapeuta, docente – investigadora universitaria. E-mail: angelahc@etb.net.co
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“Libre desarrollo de la personalidad”: Visión psicológica. Ángela Hernández Córdoba, 2011

Contextualización del derecho al “libre desarrollo de la personalidad”

No se pretende hacer una genealogía exhaustiva del derecho al libre desarrollo de la


personalidad, sino una mínima ubicación histórica y conceptual de su origen, para dar
cuenta de las acepciones vigentes de los tres grandes conceptos que contiene -libertad,
desarrollo y personalidad-, porque sólo así podrán comprenderse los dilemas y las
tensiones existentes en la relación individuo – sujeto – sociedad - Estado.

La libertad fue reconocida por primera vez como derecho del hombre y del ciudadano
en la declaración promulgada en 1789 en la Revolución Francesa y ratificada con
carácter universal en 1948 por Naciones Unidas. Allí nació la figura del individuo libre y
responsable como valor fundador de la modernidad en occidente, por contraste con el
hombre de la Edad Media, propiedad del señor feudal o del monarca, hijo de Dios,
puesto en el mundo a merced de la voluntad divina y predestinado a transitar por este
“valle de lágrimas” para salvar su alma.

Este hombre de la modernidad posee entonces, en forma inherente a su naturaleza y


anterior a los poderes establecidos por la sociedad y el Estado, derecho a la vida, la
propiedad, la seguridad, la resistencia a la opresión, y sobre todo, tiene derecho a la
libertad, a la libertad de pensamiento, de opinión, de prensa y de consciencia. Porque
todos “los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos" (Artículo 1),
entendiendo que la libertad es el poder de hacer todo aquello que no cause perjuicio a
los demás, hasta el límite impuesto sólo por la ley.

En el país, la Constitución Nacional de 1991, reconociendo a Colombia como un Estado


social de derecho (Art. 1), proclama a su vez que “todas las personas nacen libres e
iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de
los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por
razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o
filosófica (Art. 13), y que “todas las personas tienen derecho al libre desarrollo de su
personalidad, sin más limitaciones que las que imponen los derechos de los demás y el
orden jurídico” (Art. 16).

No sobra recordar que la palabra derecho proviene del término latino directum, que
significa “lo que está conforme a la regla” y que como concepto constituye el orden
normativo e institucional que regula la conducta humana en sociedad, inspirándose en
postulados de justicia. Hay dos tipos interrelacionados de derechos: el derecho efectivo
o positivo formado por leyes, normativas, reglamentos y resoluciones creadas por el
Estado para la conservación del orden y la resolución de los conflictos en la sociedad, y
el derecho subjetivo, que es la facultad del sujeto para realizar una cierta conducta, es
decir, la potestad para desarrollar su propia actividad frente a otro, en conformidad con
una norma jurídica.

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“Libre desarrollo de la personalidad”: Visión psicológica. Ángela Hernández Córdoba, 2011

Los derechos son de obligatorio cumplimiento para todos los ciudadanos y se


caracterizan por ser: bilaterales, dado que un individuo distinto al afectado está
facultado para exigirle el cumplimiento de una norma; imperativos ya que imponen un
deber de conducta; heterónomos y autárquicos, pues aunque el sujeto no esté de
acuerdo con el contenido de la norma, debe respetarla; basados en la alteridad, en
cuanto a que las normas jurídicas siempre se refieren a la relación de un sujeto con
otros, y coercitivos, pues permiten el legítimo uso de la fuerza estatal cuando un
ciudadano no cumple con sus exigencias.

La modernidad convierte entonces al individuo-ciudadano en la fuente de la legitimidad


política y asume en consecuencia que la República debe gobernar su voluntad. Porque
si el individuo tiene el poder de actuar como un sujeto responsable, puede ser
sancionado y juzgado culpable, siendo este el principio sobre el cual se edifican los
juicios morales y las sanciones penales. Esto significa que en la interpenetración del ser
humano con el sistema social, el sentido de la acción se juzga de acuerdo con su
correspondencia o su desviación de la norma, vista como sinónimo y representación de
un orden social, inherente al orden “natural”.

No obstante, es necesario distinguir entre autonomía y libertad. Como dice Sartori


(2003, p. 236 y sigs.) citando a Rousseau, “la obediencia a la ley, que nos hemos
prescrito, es libertad”. Esto implica que en virtud del contrato social, el hombre pierde la
libertad natural, restringida únicamente por sus propias capacidades, para adquirir la
libertad civil que está limitada por la voluntad general; es decir, con la libertad civil se
adquiere la libertad moral, que es la única que hace al individuo dueño de sí mismo. Es
la autonomía la que da valor al individuo-persona al permitirle su despliegue como un
sujeto social, activo y responsable, cuyo contrario es el hombre pasivo, anómalo y
hetero-dirigido, es decir, el hombre objeto.

Por eso Bobbio (1955, p. 176, citado por Sartori) advierte que la autonomía de la que se
habla en sentido político es metafórica, en cuanto a que las normas reguladoras del
comportamiento deben tratar de tener en cuenta los deseos de los ciudadanos, pero
esto alude más al consenso en la construcción de la ley y a las llamadas autonomías
locales, que a la idea de una absoluta autonomía individual. La libertad de es la libertad
como autonomía y en ese sentido son libertades distintas. Así, paradójicamente, la
autonomía es sagrada, pero no es libertad para oprimir, de la misma forma que mi
voluntad puede permanecer autónoma, aunque me encuentre en prisión.

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“Libre desarrollo de la personalidad”: Visión psicológica. Ángela Hernández Córdoba, 2011

La irracionalidad del individuo como obstáculo para la libertad: el papel de lo


psicológico

El panorama claro y racional de la normatividad y el ideal del individuo libre, autónomo y


responsable propuesto en la modernidad, se ve nublado por las cotidianas acciones
irracionales que amenazan la estabilidad de la sociedad y perturban la construcción del
sujeto. En la búsqueda de explicaciones seculares para esos comportamientos
desviados de los convencionalismos sociales, políticos y religiosos, y tal vez a riesgo de
hacer aquí una simplificación, puede decirse que se pasó entonces de calificar a quien
se distancia de la norma como pecador y poseído, a calificarlo de loco y de “individuo
peligroso”, gracias a que en el siglo XIX, la psiquiatría forense y la psicología como
disciplinas nacientes comenzaron a colaborar con la justicia y reemplazaron a la religión
como referente moral predominante, para tratar de explicar científicamente la
incapacidad humana de ser ciento por ciento racional.

Podría decirse que ese inicio del abordaje del psiquismo por cuenta del encargo social
de aportar explicaciones y mecanismos de control del desorden social atribuido a los
individuos, ha conducido a que las teorías psicológicas prevalecientes en el mundo de
hoy, como son el psicoanálisis y el enfoque cognitivo conductual, fundamenten más la
predeterminación del ser humano, que su potencial como sujeto autónomo,
precisamente porque al buscar validación científica, suprimieron de su estudio las
nociones de libertad, autonomía, sujeto, actor e intersubjetividad.

Por su parte, el psicoanálisis ve al hombre como un ser determinado por sus pulsiones
y limitado por el control social ejercido a través del superyó, mientras que el enfoque
cognitivo conductual, al definir epistemológicamente la subjetividad como una “caja
negra”, ve a un hombre determinado por su contexto. En el primer caso, la liberación es
una utopía que se alcanzaría con el sometimiento a un análisis sin fin, y en el segundo,
la promesa de felicidad depende de la adaptación a las expectativas sociales, las
cuales, con el aval de las ciencias médicas y humanas, adquieren el carácter de normas
incuestionables para regular el cuerpo, el psiquismo y las relaciones familiares y
sociales, con un fuerte sesgo que define el bienestar como salud y el malestar y el
sufrimiento como enfermedad. Así, sin proponérselo, estos planteamientos contribuyen
a un peligroso reduccionismo psicologista de los problemas humanos complejos, que
hoy emergen en la coyuntura mundial de factores culturales, históricos, económicos y
geopolíticos.

No obstante, desde mediados del siglo pasado viene creciendo la tendencia en la


psicología a tomar como marcos explicativos el paradigma ecosistémico y el
pensamiento complejo, con lo cual aparecen nuevas miradas a la paradójica relación
entre autonomía, individuación y vinculación ecodependiente de los sujetos en contexto.
Desde esta óptica, la autonomía es la capacidad de los sujetos, vistos como sistemas
complejos, para organizar por sí mismos sus propios comportamientos, auto

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“Libre desarrollo de la personalidad”: Visión psicológica. Ángela Hernández Córdoba, 2011

determinarse, constituir y administrar sus propios recursos, y sobre todo para


interactuar con ética en los contextos que habitan y contribuyen a crear (J. Miermont,
1993).

Vista así, la libertad no surge de una mezcla incierta de determinismo y de azar, sino de
las posibilidades de decisión y de elección, para lo cual se requiere un sujeto auto-eco-
organizador, capaz de computar y de reflexionar sobre las situaciones que afronta, de
diseñar escenarios y proyectos de acción, de decidir entre estos escenarios y de llevar
a cabo la acción elegida. Esta libertad supone tanto determinación como
indeterminación: la determinación inherente a ser un miembro de la especie expuesto a
eventos exteriores que tampoco puede controlar; pero relativa indeterminación interior
por la posibilidad de escoger entre opciones y la presencia del azar en el ambiente
exterior, el cual permite la acción libre. Así, la acción libre se apoya simultáneamente
sobre el conocimiento y la utilización de las determinaciones biológicas y
antroposociales y sobre las posibilidades aleatorias que surgen en cada situación,
haciendo posible la estrategia del sujeto/actor en contexto.

La libertad es entonces una emergencia y la autonomía una construcción incesante de


los individuos a partir de innumerables dependencias: necesitamos ser nutridos y
amados, aprender a hablar, a escribir, ir a la escuela y asimilar una cultura cada vez
más diversa para asumir con autonomía el contrato social que nos cobija. Por lo tanto,
la autonomía debe ser concebida en complementariedad con la dependencia y en esa
medida es solo comprensible en el terreno vincular.

En otras palabras, el libre desarrollo de la personalidad, sólo sería posible dentro de la


paradoja de la autonomía ecodependiente, construida siempre por un individuo que
nunca termina de constituirse en un sujeto con una identidad, también cambiante para
adaptarse a los movimientos de su entorno personal, histórico y sociocultural. Asumir la
autonomía es en consecuencia una aventura riesgosa, de unión y de diferenciación
personal y grupal, donde cada uno deviene productor y producto de sus organizaciones
familiares y sociales.

Por otra parte, la necesidad ininterrumpida de proteger la propia existencia, hace del
sujeto un actor que se mueve entre el autocentrismo, la solidaridad y la trascendencia,
en una dinámica que se inclina hacia un extremo o busca el equilibrio según el
desarrollo alcanzado por el sujeto. Por lo tanto los actos del hombre -buscar, luchar,
huir, combatir- no deben ser vistos sólo como comportamientos objetivos o conductas,
sino como comportamientos con finalidad (ethos) para sí y para los suyos.

Porque si bien el autocentrismo implica que en su ser subjetivo, cada uno es único para
sí mismo y por lo tanto toma como referencia para actuar, sus propias necesidades,
intereses y finalidades, la misma exigencia vital de vinculación lo obliga a trascenderse
a sí mismo y a interactuar con el entorno, de modo que así surgen la ética, la moral y
los variados contratos sociales en los que estamos inmersos en forma indefectible. Se

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da por lo tanto una relación compleja, complementaria, antagonista e incierta, que


oscila entre el egoísmo y el altruismo, de acuerdo con la representación y la valoración
que cada quien hace de los demás y del mundo circundante.

Es útil recordar, como lo expresa Francisco Varela (2004), que la ética es una condición
humana por la cual todos somos capaces de “saber qué está bien y qué es lo justo” en
cada circunstancia, diferente a una moral racional, formulada por una autoridad
legitimada por la ley, la tradición o la religión, según la cual tenemos un “juicio correcto”,
fiel a una doctrina y a unas normas que establecen qué es el bien. Se diría que, vista
así, la moral tiende a enfatizar el contenido de las obligaciones, mientras que la ética se
enfoca en la consideración hacia el otro, merecedor de ese cuidado simplemente por
ser persona y porque, según el principio de la ética de la acción, toda interacción
humana implica un compromiso, en la medida en que hay un efecto ineludible entre
quienes participan en ella.

Las condiciones de posibilidad para constituirse en un sujeto autónomo

Como se ha dicho, el sujeto autónomo no es una sustancia constituida y terminada


desde el nacimiento. Esto no cuestiona la declaración de derechos del hombre como
valor de referencia de la modernidad, sino las condiciones bajo las cuales tal promesa
puede ser mantenida o traicionada, teniendo en cuenta, como afirma R. Castell (2010),
que, cada día más, el individuo responsable debe ser eficaz, asumir riesgos y ser
emprendedor, autosuficiente y capaz de afrontar por sí mismo la coyuntura económica
en un contexto de competencia exacerbada.

Porque para realizarse como individuo libre y responsable y como sujeto social, se
requieren ciertos soportes, tanto objetivos, basados en la economía tangible y material,
como soportes que constituyen la economía psíquica del individuo, los cuales se
convierten en condiciones para que fluya la subjetividad. Como tales soportes tampoco
están dados de hecho, puede decirse que en el mundo actual los individuos están
desigualmente respaldados para avanzar en su desarrollo como sujetos.

Si se admite que el individuo moderno es una construcción histórica y no una entidad


eterna, se podría decir que su primer soporte fue Dios, su Padre y creador, pero como
su reino que no es de este mundo, la plenitud de la vida se realiza en la muerte, más
allá de las particularidades históricas y sociales. Sin embargo, la secularización que se
produce en los siglos XVII y XVIII hace que del individuo que renuncia al mundo,
pasemos al individuo que domina al mundo, cuyas figuras emblemáticas son el
ciudadano, el sabio, el gerente o el vendedor. Es decir, existir como individuo es salir de
esos sistemas de dependencia que lo valoraban por su pertenencia a un señor feudal, a
un monarca o a Dios y no por ser él mismo.

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“Libre desarrollo de la personalidad”: Visión psicológica. Ángela Hernández Córdoba, 2011

Se diría entonces, que en la modernidad, la promesa del derecho a la propiedad


privada sacó al hombre de su condición de tener un dueño, a ser un dueño. Pero como
esta promesa tampoco se ha cumplido, se pasó entonces de la propiedad privada a la
ciudadanía social como soporte, lo cual implicó vincular el trabajo con la protección
social. Es decir, a falta de ser propietario de bienes, el trabajador se volvió propietario
de derechos, pues como plantea Donzelot (1984), con la invención de “lo social” se
crearon nuevas instituciones que administran los subsidios, los servicios públicos, las
pensiones y todos los seguros necesarios para cubrirse en esta época del riesgo. Si en
los inicios de la industrialización era suficiente un contrato entre empleador y trabajador,
con el surgimiento de las convenciones laborales es el colectivo el que protege al
individuo que no está protegido por la propiedad. El individuo se constituye por tanto
gracias a su estatus del asalariado protegido.

Sin embargo, aunque el asalariado sigue estando en una relación de subordinación,


esta no es una dependencia que restrinja la independencia. Al contrario, tiene la
posibilidad de una subjetividad, de una vida interior y a la vez de desempeñar papeles
sociales, compromisos y deberes, de modo que se define tanto por sus pertenencias
colectivas como por su interioridad. Es un individuo personalizado, que adhiere a las
colectividades que desea y actúa en ellas en su propio nombre. Es responsable de sus
actos como individuo y tiene deberes sociales, lo cual significa que a la vez reconoce su
dependencia de normas colectivas y su implicación personal al adherir a ellas. No es un
individuo solipsista, sino que actúa con relativa autonomía, restringida por sus
condiciones socieconómicas, de sexo y de edad.

Este sería un individuo similar al que prometió la Declaración de derechos humanos,


porque cuenta con derechos políticos, derechos sociales y derechos civiles que
garantizan la igualdad de todos ante la ley en regímenes democráticos. Pero no todo el
mundo está feliz con eso; en su contra están los defensores incondicionales de la
propiedad privada, liberales y conservadores, que plantean la responsabilidad del
ahorro individual como la única alternativa para ser autosuficientes y por lo tanto se
generan las crisis laborales y de seguridad social, que revelan la incapacidad social y
estatal para garantizar los derechos de todos.

Desde este planteamiento, entonces, ¿con cuáles soportes cuenta el individuo para
llegar a ser un sujeto autónomo? Como hoy la dinámica que sustenta al individuo
moderno está fallando porque la propiedad social está amenazada por las crisis
laborales y económicas globales, R. Castell plantea la coexistencia de “individuos por
exceso” e “individuos por defecto”.

Los “individuos por exceso” serían quienes pueden vivir ignorando a la sociedad,
sumergidos en su subjetividad, siguiendo un ethos hedonista, motivado por la búsqueda

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del goce por sí mismo, ayudados a eso por la medicina, la psicología y el acceso a las
diversas tecnologías que facilitan las satisfacciones en aislamiento, con una relativa
autosuficiencia. Los “individuos por defecto” serían quienes están atrapados en la
contradicción de no poder ser los individuos que aspiran a ser, porque no tienen los
soportes del individuo por exceso: viven en precariedad e inestabilidad, el trabajo
informal no les garantiza las condiciones mínimas para la independencia económica y la
desinstitucionalización de la familia les hace perder ciertas protecciones, pues ya los
vínculos no están dados de hecho, sino que operan por consentimiento mutuo.

Ante esta situación, queda claro que, cuanto más individualizada está una sociedad,
más Estado necesita. Así como no hay individuos sin soportes, tampoco hay individuos
sin Estado, pues cumplir la promesa de satisfacer las condiciones de existencia del
individuo depende de la regulación nacional y transnacional. Pero un Estado pasivo,
burocratizado, que opera como una máquina para indemnizar, es ineficaz y las crisis
actuales cuestionan a fondo los beneficios de la hegemonía de un mercado
autorregulado.

Implicaciones para el libre desarrollo de la personalidad

De acuerdo con las anteriores ideas, se puede decir que la normatividad no puede
basarse exclusivamente en la premisa de la racionalidad del individuo-ciudadano, pues
si se aceptan las tesis expresadas sobre la emergencia del sujeto en un contexto que le
ofrezca las condiciones para ello, es imposible pensar que la alternativa para frenar las
desviaciones a las expectativas legales y sociales sea su penalización. Sin necesidad
de calificar al sujeto como enfermo o incapaz, sino por el contrario reconociéndole su
condición de ecodependencia, sería indispensable evaluar en forma abarcadora cómo
las circunstancias y los fenómenos inherentes a cada época están favoreciendo su
desarrollo y su “humanización”.
Por ejemplo, en el emblemático caso de la penalización de la dosis mínima del porte de
sustancias psicoactivas, se requiere analizar con detenimiento la cadena de cultivo,
procesamiento, comercialización y consumo, para saber cómo ocurre la transición ante
la ley entre delincuentes y enfermos. Pues, paradójicamente, las personas se vuelven
adictas a las sustancias psicoactivas porque no logran asumirse como sujetos
autónomos, pero los consumidores lo son, gracias a que hacen uso de su autonomía. Si
eso es así, ¿por qué deberían ser castigados con prisión?
Como afirma Alan Ehrenberg (1994), la exigencia moderna de llegar a ser un sujeto, ha
llevado a que por las angustiosas tensiones de la autonomía en un mundo de escasez,
se acuda a las drogas como un artificio apaciguador de las contradicciones que hacen
verter la frustración y la violencia hacia uno mismo. Por esto es sutil el límite entre la
droga y la guerra y reduccionista la tendencia a pretender controlar la complejidad
humana con la sanción.

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Dentro de este marco tiene por lo tanto todo el sentido pensar en que las alternativas de
solución estén en la educación, pero no sólo en la educación formal, sino sobre todo en
la propuesta de estrategias de protección y bienestar articuladoras que incluyan a los
individuos, pero sobre todo las acciones del Estado para reducir la inequidad, y
entonces sí tener sujetos autónomos a quienes se les pueda hacer plenamente
responsables de sus actos, porque sólo así tendrían cómo responder.

Ello exige por supuesto el trabajo interdisciplinar. Pero en cuanto psicóloga, no ejerzo
mi profesión exclusivamente al servicio del control social, sino al servicio del desarrollo
de la autonomía de los sujetos en contexto. No encuentro mucha utilidad para mi
trabajo en la definición del sufrimiento como enfermedad, porque el sufrimiento humano
no se localiza en ningún órgano. Es una emergencia intangible para los sofisticados
instrumentos con los que cuenta la medicina, y aunque sin duda requiere como toda
capacidad humana de lo biológico para emerger, no puede resolverse eficazmente sin
incluir todas las condiciones ya mencionadas del desarrollo humano.

Por esto, sería necesario reconocer que el libre desarrollo de la personalidad es una
corresponsabilidad entre el individuo, sus grupos de pertenencia, la sociedad y el
Estado, sin negar que, aunque sea duro aceptarlo, por diversas razones, habrá siempre
individuos frágiles frente a las exigencias propias de convertirse en sujetos, y por tanto
su supervivencia dependerá de los demás.

En ese sentido, las campañas de prevención de todos los riesgos y enfermedades son
útiles, pero no podremos pretender sancionar a quienes no logran ajustarse a los
modelos ideales de salud, belleza y autosuficiencia, a no ser que caigamos una vez
más en la tiranía. Pero esta vez en la tiranía de la libertad.

Referencias bibliográficas

Castell, R. (2010). El ascenso de las incertidumbres. Trabajo, protecciones, estatuto del


individuo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Bobbio, N. (1955). Política e cultura. Turín: Einaudi.

Donzelot, J. (1984). L’Invention du social. París, Minuit.

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“Libre desarrollo de la personalidad”: Visión psicológica. Ángela Hernández Córdoba, 2011

Hernández, A. (2010). Vínculos, individuación y ecología humana. Bogotá: Universidad


Santo Tomás

Miermont, J. (1993, 2005). Ecologie de liens. París: ESF Ed.

Morin, E. (1994). Sociologie. Paris, Seuil.

Sartori, G. (2003). ¿Qué es la democracia?. México: Ed. Taurus.

Varela, F. (2004). Quel savoir pour l’éthique? Action, sagesse et cognition. París: L
Découberte.

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