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MÚSICA EN EL CINE
“La música es un arte que se mueve a través del tiempo, un arte que no
se puede percibir de manera instantánea ; sin embargo, en los gráficos
de Eisenstein las imágenes se perciben instantáneamente. Y mientras
que para el director cinematográfico es posible controlar de alguna
manera, a través de la composición del encuadre, la dirección del
movimiento del ojo del espectador a lo largo del mismo, de ninguna
manera puede controlar el ritmo o la cadencia de dicho movimiento. En
la toma IV del diagrama [de Eisenstein] se ven dos banderas en el
horizonte. Eisenstein correlaciona esas dos banderas con las dos
redondas de la música. Como ambas banderas constituyen imágenes
verticales y se encuentran en conflicto directo con la concepción primaria
horizontal del encuadre, el ojo las reconoce instantáneamente. La
música, no obstante, es completamente distinta. Si nos atenemos al
‘tempo’ indicado por Prokofiev de Largo (negras) = 48, entre la aparición
en pantalla de la toma IV hasta que suena la primera redonda de la
banda sonora transcurren aproximadamente 4 segundos. Hay otros 2½
segundos hasta que se escucha la segunda redonda. Resulta, por tanto,
que el metafórico ritmo de la imagen se reconoce instantáneamente,
mientras que el ritmo musical, que según Eisenstein se corresponde con
el ritmo de la imagen, tarda 6½ segundos en escucharse”.
Comedia musical
Integración de la música en la acción, v.gr., la cantata que se interpreta
en la secuencia final de la segunda versión de The Man who knew too
much (‘El hombre que sabia demasiado’, USA, 1956), de Alfred
Hitchcock.
En una línea similar, podemos decir, con García Jiménez, que a nivel
teórico existen diversas posturas que intentan explicar el papel que
juega la música -ya se base ésta en obras preexistentes, conste de
partituras originales, fílmicas o no, o se componga de canciones o
melodías para el recuerdo, como así ha sucedido a lo largo de toda la
historia de la cinematografía- dentro del discurso narrativo audiovisual:
Michel Chion, por su parte, distingue entre música empática (aquella que
expresa directamente su participación en la emoción de la escena,
adaptando el ritmo, el tono y el fraseo en función de códigos culturales
de tristeza, alegría, emoción y movimiento) y música anempática (la que
muestra una indiferencia ante la situación narrativa, progresando de
manera regular, como un texto escrito). Más adelante , esté mismo autor
establece una nueva distinción dentro de la música cinematográfica,
esta vez entre música de foso, que acompaña a la imagen desde una
posición ‘off’, y música de pantalla, que, por el contrario, emana de una
fuente claramente identificable, situada directa o indirectamente en el
lugar y en el tiempo de la acción fílmica, y se refiere asimismo a casos
mixtos entre ambas modalidades que pueden producirse:
Décadas más tarde, Jean Mitry expresaría un ideal parecido, esta vez en
relación con la música filmica en general : “Libre de todas sus
contingencias académicas (desarrollo sinfónico, ‘efectos orquestales’,
etc.), la música, gracias al film, nos revelará un nuevo aspecto de sí
misma. Todavía le queda por explorar todo el terreno que se extiende
entre sus fronteras y las del sonido natural. Volvería a dar dignidad, a
través de las imágenes de la pantalla, a las fórmulas más usadas,
presentándolas con una luz nueva: tres notas de acordeón, si
corresponden a lo que exige una imagen particular, serán siempre más
conmovedoras, en este caso, que la música del Viernes Santo de
Parsifal”. Tales consideraciones, como apostilla Prendergast, fueron y
son sin duda importantes, pero se basan en la presunción (a su juicio
errónea ; no hay que olvidar que este autor es un renombrado
compositor cinematográfico radicado en Hollywood y especializado en
seriales televisivos) de que el cine es un arte. Pero la industria
cinematográfica es para él antes que nada una empresa comercial, y el
público lo que demanda es sobre todo entretenimiento.
“... la opera buffa tiene unas convenciones tan artificiales como las de
cualquier otro género artístico: hay que aceptar la idea [se refiere, por
supuesto, al Don Giovanni, de Mozart] de que la calle está tan oscura
que un criado puede hacerse pasar por su patrón simplemente
cambiando de casaca, que un hombre no es reconocido por su
prometida si se pone un bigote falso y que si a alguien le propinan un
golpe, siempre lo recibe por error alguien que está casualmente a su
lado”.
El vocabulario de la música fílmica y sus posibilidades ya estaban
sólidamente establecidos durante los años 40 ; así, Hugo Friedhofer, en
The best Years of our Lives (‘Los mejores años de nuestra vida’, USA,
1946), de William Wyler, utilizó con gran maestría la juxtaposición y
sobrepósición de Leitmotive al estilo wagneriano con un material
melódico decididamente no-wagneriano en una brillante partitura que
ganó merecidamente el Oscar musical de ese año . Sin embargo, el
compositor de Hollywood más importante de la década fue, sin duda,
Bernard Herrmann, quien procedió a refinar las prácticas compositivas
heredadas de los años 30 mediante una instrumentación más cuidada,
limitada y en ocasiones inusual. Por la misma época, en Italia,
Alessandro Cicognini y Nino Rota, que habían empezado ya a componer
para el cine durante la década anterior, fueron consolidando el
vocabulario musical del ‘neorrealismo’. Cicognini colaboró repetidamen-
te con Vittorio de Sica, y Rota lo hizo con Michelangelo Antonioni, y más
tarde con Federico Fellini. En Suecia, mientras tanto, Erik Nordgren
iniciaba una larga colaboración con Ingmar Bergman.