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revista de psicología y humanidades

La gura de la persona amante en la in delidad: la


otra cara del narcisismo
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Inmaculada Jauregui Balenciaga *


Doctora en psicología clínica e investigación. Máster en psicoeducación y terapia breve estratégica
.

Introducción

En este artículo propongo analizar discursos de personas que estando solteras y libres, han mantenido una
relación con una persona casada o en pareja, durante más de un año, participando, a modo de cómplice en
una relación de in delidad. Porque la in delidad no sería posible sin la participación de una tercera
persona: la amante. Poco se ha escrito sobre esta parte del triángulo.

¿Quién puede querer relacionarse con una persona que no está disponible psicológicamente por estar ya
comprometida con su pareja? ¿Quién quiere tener una relación a medias?, ¿Quién puede querer una pareja
que no esté en condiciones de casarse?, ¿Quién quiere una relación de riesgo?, ¿Qué tipo de persona puede
querer ocupar el segundo puesto en una relación?, ¿Qué clase de pacto tácito, de agenda oculta puede
tener esta persona?, ¿Qué pasa en estas relaciones?, ¿De qué tratan? Si son amorosas, ¿Porqué no son
o ciales?, ¿Cómo ocurre?

Estas y otras preguntas, además de la práctica clínica, generan una necesidad de comprensión dadas las
consecuencias que de ello se deriva.

Amores enraizados en la mentira, amores cobardes que cuestionan la conyugalidad contemporánea,


rompiendo reglas y normas. Porque estas relaciones amorosas ocultas no se conforman ni a la norma de la
sinceridad ni a la de exclusividad.

Relaciones al n de cuentas paralelas, estables y sin conciencia, que constriñen, que obligan a no implicarse,
a no intimar, a mantener distancias. Relaciones evitantes, evasivas, asimétricas, contradictorias que generan
a la larga, mas daño que bienestar. Relaciones en las que las personas dominada y dominante parecen
unidos por el amor en una espiral de atracción fatal. Relaciones cuya elección no parece emerger de la
libertad, el respeto y la otredad sino del sexo, del encaprichamiento, del egocentrismo, con fuertes dosis de
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Los hábitos de las personas amantes se inscriben paradójicamente dentro de los parámetros de delidad.
Las personas entrevistadas no se representan como partícipes de una in delidad. Tampoco se inscriben
dentro de la dependencia emocional, a pesar de que sus vidas afectivas transcurren alrededor de la
persona in el y ésta se mani esta como incapaz de vivir sola y asumir la situación.

Las relaciones ocultas aquí tratadas se elaboran en el interior de una fase marcada por los con ictos, crisis
existenciales, momentos de vida frágiles, vulnerables.

Así que tras analizar el contenido de media docena de entrevistas de personas amantes, de problemáticas
in eles de una docena de pacientes así como tres películas, “Match Point”, “In el” y “Crónica de un engaño”,
el artículo continuará con el desarrollo de temas alrededor de los cuales parece tejerse la in delidad.

Análisis de contenido de las entrevistas y de las películas

En ciertos casos, las relaciones extraconyugales de larga duracón entre la persona casada y la persona
amante se asemejan a las relaciones conyugales “o ciales” en el sentido de ser investidas de la misma
manera. Este tipo de extraconyugalidad parece cimentarse en un individualismo particular que sigue una
ética hedonista basada, según la persona in el cuenta a su amante, en una profunda insatisfacción en la
pareja o cial y en el caso de la persona amante, en una hipotética esperanza o cumplimiento de una
promesa de formar pareja en un futuro.

La persona amante dice ser, sobre todo al principio, inconsciente en cuanto a saber dónde se mete. En
ciertos casos entrevistados, las personas amantes desconocen el estado civil de casada de la persona in el
porque simplemente lo omiten.

La sexualidad en estas parejas, tal y como la relatan, aparece como dotada de una química irresistible, casi
adictiva, que apela a una falta de control que les lleva a seguir y profundizar, en algunos casos, en este tipo
de relación. Por parte de la persona amante, esta sexualidad aporta una novedad y un disfrute nunca
experimentado hasta entonces. La sexualidad aparece como una fuente de enganche, no tanto por su
novedad como por el (auto) descubrimiento y el goce que supone. Hay algo de irresistible e irrefrenable en
este tipo de sexualidad, la cual por otra parte, según describen, nada diferente de otras relaciones sexuales
anteriores en cuanto a sus formas, es decir, los detalles aportados de estas relaciones no hacen referencia a
una sexualidad fuera de lo ordinario pero tienen un añadido, difícil de expresar.

La sexualidad, dentro de estas relaciones ocultas, parece tener fuertes componentes de seducción por
parte de la persona in el. Parece tratarse de una sexualidad muy amorosa. Según las propias palabras de
una persona entrevistada, si la sexualidad fuera de esta relación oculta se parece a bailar sin música, la
sexualidad dentro de esta pareja (in el) es como bailar con música. La satisfacción procurada hace sentirse
muy buen amante. Parece ser una sexualidad más tierna que sexual. No es una sexualidad pornográ ca
sino sentimental. Es como hacer un paréntesis. “El mundo se paraba”, decía una persona entrevistada. Era
un momento “exclusivamente nuestro” . El sexo, dice una de las personas entrevistadas, “era un lenguaje de
orden superior”: “sin decir nada, nos decíamos todo”. A la otra persona, a la persona in el, le decía “mi vida”.
Parece ser una sexualidad extraordiaria en el sentido de que el mundo, percibido como negativo; la
realidad, percibida como problema, así como las circunstancias que impedían la relación, desaparecieran.
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Se trata de una sexualidad percibida como animal puesto que, como relata otra persona “nos buscabamos
como perros hasta que nos encontrabamos”. Había algo de ansioso en esos encuentros sexuales cali cados
como droga, como enganche. Hay una persona entrevistada que habla de condicionamiento clásico y se
compara con el perro de Paulov (1), el cual salivaba nada más verle. Ella dice textualmente “era verla y tener
una erección”.

Fuertes componentes sexuales, de seducción y amorosos parecen constituir el cemento sobre el cual se
amalgama la pareja extraconyugal. En ciertos casos queda claro que son las personas casadas las que
buscan con persistencia e insistencia o las que insistentemente no quieren dejar la relación. Si la persona
amante deja la relación, le resulta difícil porque la deja queriendo a la persona in el. Por ello, en parte, se
vuelve incluso más de tres veces. Es como si la persona amante se viera obligada a dejar una relación que
desea y que parece aportarle algo muy especial. Se ve clara la disonancia cogntiva. Por un lado las personas
amantes se sienten personas muy queridas, deseadas, cómplices de su pareja in el y por otro lado, hay una
distancia emocional; distancia que a su vez causa muchísimo dolor sufrimiento. Una relación a veces hecha
de realidad cruda, puesto que la persona in el deja claro que no dejará a su pareja, y en otras ocasiones, se
trata de una promesa cuya realización no llega nunca, lo que parece mostrar una cierta crueldad.

Si bien por parte de la persona amante hay por momentos conciencia moral de estar haciendo algo malo o
propio de malas personas, dicha conciencia se ve oscurecida por procesos mentales correspondientes a la
disonancia cognitiva y a mecanismos de defensa como la negación, destinados a evitar la toma de
conciencia y la empatía hacia la persona cónyuge o cial.

La disonancia cognitiva hace referencia a un mecanismo de gestión ante una incongruencia interna fruto de
pensamientos en con icto o bien, por comportamientos que entran en con cto con las creencias y valores.
Esto es, hay una incompatibilidad entre lo que se hace y lo que se piensa. El actuar de manera contraria a
los pensamientos, creencias y valores genera una tensión que es resuelta a través de un proceso de
autoengaño. Se trata de una justi cación encaminada a proteger el ego de manera que cause la menor
distorsión posible.

Pues bien, este mecanismo de defensa se evidencia cuando unanimemente ninguna de las personas
amantes experimentan esa triangulación como tal. De hecho, sorprende que en estas parejas se hable de
delidad, se discuta sobre ello e incluso lleguen a un posible pacto de delidad, cuando ambas partes a su
vez, mantienen relaciones extra, ya sea con el cónyuge o cial, o en el caso de las personas amantes, con
otras personas, aunque la nalidad de dichas relaciones extra, sea por variadas razones. En los casos
explorados de las personas amantes, las relaciones extra, es decir, fuera de la pareja in el, tenían como
nalidad distanciarse de la dependencia hacia la persona in el y así poder darse una oportunidad de
formar otra pareja, con una persona libre de ataduras. Lo que sucedía es que, además de producirse una
comparación, la balanza, de antemano, se inclinaba hacia la persona in el; vínculo que impide la formación
de una nueva pareja. Este tipo de intento de relación entre la persona amante y otra que no es la persona
in el también se cimenta en la ocultación e incluso la mentira, pues las personas amantes en este tipo de
relaciones se identi caban como estando solteras, cuando en realidad, no era así. De alguna manera, la
ocultación de su relación con la persona in el, la llevaban al intento de formar nueva pareja, ocultándo ellas
también esta relación. Solo una personas participantes entrevistadas declaró haber dicho la verdad cuando
empezaba una relación extra salvo una vez. A veces cuando no se ocultaba la existencia de estas relaciones
a la persona in el, era para provocar el acercamiento o alguna reacción que promoviese el cambio hacia la
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Si bien las personas casadas en estos tórridos inicios evitan decir su estado civil, lo ocultan hasta que las
preguntas se tornan explícitas y claras, el saber que la otra persona está casada no supone ningún
obstáculo para el inicio y la continuación de la relación. Ni tampoco el hecho de no haber sido claro desde el
principio. Es decir, la persona amante es testigo de mentiras y ocultaciones pero cree el relato victimista de
la persona in el quien le convence de su amarga relación en la cual no hay sexo y cuando lo hay, no llega a
la altura de lo que tienen entre ellas. En algunos casos, se parte de la idea de una in delidad casual, efímera
sin porvenir ni proyecto de futuro.

Estos comienzos coinciden con momentos de frágilidad y vulnerabilidad biográ cas en las personas
amantes particularmente. Es decir, la persona amante no parece psicologicamente estar bien. Muestran
di cultades laborales fundamentalmente aunque también personales. Una especie de crisis existencial que
hace de ese inicio de relación algo reparador y restaurador. La relación con una persona casada parece
ofrecer un mundo nuevo, una apertura novedosa. No se es consciente de que se empieza una relación.
Empiezan con sexo. Este tipo de relaciones son descritas como enamoramientos. Las narrativas
presentadas parecen coincidir con la concepción de Alberoni (1988) sobre el enamoramiento según la cual,
este fenómeno surge de una carga depresiva cotidiana, por lo que nadie que esté minimamente
satisfecho/a se enamora. Desde esta perspectiva se contempla el enamoramiento como una liberación en le
sentido de una exploración de las posibilidades partiendo de lo imposible, un intento de hacer real lo
imaginado.

Rivalidad implícita o explícita con la cónyuge o cial, lo cierto es que las personas entrevistadas querían
o cializar su relación clandestina, situación que se produjo en pocas ocasiones. En una de ellas, la relación,
que duró así tres años, sigue oculta un año, pues la persona in el está en un proceso de divorcio muy
litigioso y en la otra, la relación no se prolongó más de dos años, tras los cuales la persona in el, decidió
volver con su familia. En el caso de la pareja que sigue la relación aunque oculta, esta ocultación genera
muchos problemas y tensiones.

No poder o cializar la relación es fuente de muchísima frustración, rabia, ansiedad y en gran medida,
motivo de consulta psicológica e incluso de tratamiento farmacológico. No se pretende poner n a la
relación y esta clandestinidad no parece constituir un problema. La demanda terapéutica fundamental es
cómo gestionar la frustración, la distancia. En otros casos la motivación principal es buscar una opinión
experta que evalue si hay o no amor, gestionar el nal de la relación porque la persona in el ha decidido
volver con su cónyuge.

Relaciones vivenciadas como dependencia emocional por parte de la gura del amante, puesto que se
cimentan en una espera hipotética y futura. Espera en algunos casos verbalizada y prometida por la
persona casada y en otros casos, gurada en la mente de la persona amante a modo de agenda oculta,
esperando que un día llegue el momento de la separación y uni cación.

La persona amante, de alguna manera, mani esta una fe ciega en el relato de la persona casada. En
algunos casos, hay como un endiosamiento de la persona casada. Relaciones que se forman sobre las
mismas bases que una pareja o cial, en la que la persona amante recibe una seguridad percibida como tal.
Se comportan como parejas en esos momentos. Relaciones paradojicamente posesivas “en esos momentos
era mío”, “el momento en que eres mía”. Son relaciones fundamentalmente basadas en el sexo y en un
sentimiento amoroso vivido intensamente lleno de complicidad y una comunicación extraordinaria, “de
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Más casada in el. Es más, las personas amantes creen elmente las versiones
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victimistas de sus parejas in eles. Versiones que con el transcurrir del tiempo van modi cándose, al punto
de considerar a las personas in eles como egoístas, egocéntricas y las personas amantes sentirse utilizadas,
por lo cual sienten mucha rabia por el tiempo perdido en esa relación. Esta percepción del tiempo perdido
es así mismo una de las principales razones de ruptura por parte de las personas amantes, ante el
sentimiento de no poder construir en un futuro nada.

Tras los casuales inicios, al poco, las personas amantes empiezan a demandar más y empiezan las
discusiones para pasar más tiempo juntas, formándose una pareja de structura ansioso–evitante. Ante las
cosntantes demandas frustradas por parte de las personas amantes, vienen los distanciamientos, también
frustrados. Lo que a todas luces se asemaja al proceder de relaciones tóxcicas, dependientes, altamente
adrenalinicas y fuertemente narcisistas y narcisizantes. Relaciones asimétricas en donde sólo uno de los
componentes, la persona in el, tiene toda la información y decide los tiempos y el contenido de ésta,
decidiendo también los tiempo para verse. El distanciamiento parece ser consecuencia del sufrimiento que
la relación provoca en la persona amante, quien tiene que aceptar incluso que vuelva con la exmujer o el
exmarido tras un amago de ruptura. O, tiene que esperar a veces años, hasta poder o cilializar la relación,
en el caso de que llegue. Un sufrimiento ante el cual el “partener” in el no parece mostrar conciencia.

Una relación amorosa con fuerte componente sexual, poco compromiso e intimidad relativa tirando a poca.
A caballo entre el amor romántico y el encaprichamiento en la tipología de Stenberg (1988). Un amor que
tiene todas las cualidades de un gran amor que para vivirse debe vencer toda una serie de obstáculos para
poderse desarrollar plenamente, lo que a todas luces parece cuadrar con la representación idealizada del
amor. En de nitiva, el amor romántico.

Si este tipo de relaciones parece basarse en una asimetría marcada, ésta se ve más claremente en la
manera de expresión amorosa en donde las personas amantes se entregan y se dan tal cual una relación
amorosa o cial mientras que las personas in eles parecen inscribirse dentro de una orientación más
narcisista por recibir aquello que les falta para tenerlo todo. El sufrimiento silencioso por parte de la
persona amante parece ser indoloro por parte de la persona in el, la cual parece mostrar poca empatía
ante esta situación. No parece tener mucha conciencia del daño que puede causar a ambas personas y a la
progenitura en caso de haberla.

La dominación de este tipo de relaciones pasa totalmente desapercibida. Las personas amantes no parecen
ver que tienen poco margen de maniobra, pues deben escoger entre seguir la relación en las reglas y
normas jadas por la persona casada o bien, ponerle n. Aquellas relaciones que se hacen estables en esta
particular y desigual clandestinidad, lo hacen sobre la esperanza y nalidad de que un día lleguen a estar
juntos, lo que implica que la persona in el se separe. Progresiva y gradualmente, las personas amantes se
van adaptando, casi sin percatarse de cómo cambian sus vidas, como se desequilibran y cómo les modi ca
incluso el carácter.

La falta de remordimientos de ambos protagonistas llama la atención. Al respecto, por parte de la persona
amante llama la atención ciertos relatos. Recuerdo uno sobre una persona víctima de in edelidad que fue a
ver a la persona amante y la confrontó. Le preguntó si le gustaría que a su hija casada le hicieran lo mismo y
la persona amante le contestó enfadada “con mi hija no te metas”. O recuerdo también algunos relatos de
mujeres amantes que pasaron a ser o ciales y cuando años más tarde les ocurrió lo mismo, es decir, fueron
dejadas y sustituidas por otras, comenzaron a re exionar sobre cómo su comportamiento podría haber
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afectado a la anterior pareja. Sentían remordimiento a tal punto, que más de una pensó en hablar con
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aquella expareja y pedir perdón. Esto nos habla una vez más de la falta de conciencia, conciencia que se
llega a tomar cuando a estas personas les afecta directamente. Mientras no les afecta, no toman conciencia.

Fidelidad e in delidad

Lo llamativo del fenómeno de la in delidad es su omnipresencia en la esfera social: las relaciones amorosas
están impregnadas por este fenómeno (García, 2016). En este contexto in el, las relaciones se enraízan en
la mentira ya que la persona in el no se muestra honesta ni para con su cónyuge ni para con su(s)
amante(s). Dichas relaciones parecen además enraizarse en la distancia, en la evitación, en la imposibilidad,
en la frustración y en el sufrimiento. Parece más bien un amor fragmentado, disociado. Una relación
desigual, en la que la persona amante tiene que adaptarse a la disponibilidad de la persona in el; tiene que
aceptar el juego del secretismo, de la ocultación, del silencio.

Abordar la in delidad es anclarla en un dominio históricamente construido sobre representaciones de


género desiguales (García, 2016). En un principio se pensaba que la in delidad era consecuencia directa de
la ausencia de divorcio. Por lo tanto, el establecimiento del divorcio, la libertad sexual asociada a la
liberación de la mujer, la exibilización de la moral social, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres,
el feminismo y la transformación económica, sexual y amorosa de la sociedad, no solo no han conseguido
que este fenómeno desparezca sino que además, este tipo de relaciones clandestinas parecen estar en
auge, al punto de poderlas considerar además de una anomalía fruto de una crisis personal o existencial, la
norma.

Este tipo de relaciones protagonizadas por la in delidad, son motivo de una demanda terapéutica
importante, además de generar toda una panoplia de malestares psicosomáticos y de salud mental, que
van desde un cuadro de ansiedad aguda hasta depresión e intentos de suicidio, pasando por bajas
laborales, absentismo laboral, bajo rendimiento laboral, entre otros cuadros sintomáticos.

Dadas las consecuencias que acarrea la in delidad, podríamos a rmar que es un problema de salud pública
con un fuerte coste económico, social, laboral y afectivo.

Y para ser un problema de esta gran y grave envergadura, poca importancia parece merecer desde la
perspectiva cientí ca. Al contrario, llama nuestra atención la ausencia de estudios serios, la carencia de
bibliografía cientí ca al respecto en contraposición con la omnipresencia tanto de la in delidad como sus
consecuencias en medios como la literatura y el cine. En el discurso popular, observamos una banalización
del fenómeno in el, abordado incluso con sorna, guasa, prejuicios. El pensamiento está impregnado de
prejuicios y mitos que oscurecen su comprensión.

Contrariamente a lo que se nos hace creer a través de mitologías demagógicas, ningún modelo de pareja
por muy multipartenarial o poligámica y liberal que sea, acepta la in delidad (García, 2016).

Contrariamente a lo vehiculado por el discurso patriarcal basado en la naturalización de las diferencias


sexuales según el cual la biología de ne – y justi ca–, la in delidad no se trata de un código animal. Los
animales no tienen pactos porque no tienen valores. Por lo tanto, apunta a un fenómeno exclusivamente
humano, en el sentido de cultural y social.

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Amor y violencia
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La relación amorosa desde una perspectiva sociológica se entiende como una relación particular de
dominación social (García, 2016), no solamente por la asimetría y desigualdad de la misma, sino por el
hecho de dirigir la conducta del otro, particularmente de la mujer, bloqueándola y jándola en un rol
irreversible. Esta misma autora deja claro que la violencia simbólica masculina es un claro componente de
los amores clandestinos sin duda y se cuestiona si no lo es también de las relaciones o ciales.

El amor parece ser ese cemento pseudoreligioso que permite la perpetuación de la desigualdad estructural
entre hombres y mujeres (Lipovetsky, 1999) y es aquí donde se imbrican ambos conceptos. La violencia en
el amor –romántico– se cristaliza a partir de una violencia cultural, simbólica desde el momento en que el
propio signi cado del amor es diferente para el hombre y la mujer (Nietzsche, 1971).

El amor concebido como vínculo, se presenta en la práctica en tanto que dispositivo de poder porque de ne
en esencia lo que son los masculinidades y las feminidades (Foucault, 1992). En este sentido, el amor, a
pesar de su aparente y postmoderna exibilidad, sigue orientando a las mujeres hacia la monogamia y la
delidad mientras que en las masculinidades, orienta a los hombres a la poliginia y la in delidad. A partir de
los modelos de género elaborados socialmente, se generan subjetividades como la esposa o la amante,
colocando a cada una en su lugar, un lugar totalmente diferenciado y segregado por el silencio y la
ocultación en el caso de la segunda, y por la visibilidad y la o cialidad en el caso de la primera.

El amor romántico parece ser lo que une a la pareja, ese cemento que amalgama las familias bajo un suelo
ilusorio de enamoramiento eterno. Un vínculo erótico–afectivo, cuyo equilibrio parece sostenerse en el
tiempo gracias a la amante, la in delidad, la prostitución y la pornografía. En otras palabras, la estructura
patriarcal “perpetúa imaginarios de potencia masculina en las guras del Don Juan o el mujeriego” (Álvarez,
2014, p. 58) mientras que se relega a la mujer a una posición secundaria, cuando no oculta. Vínculo que
cobra más la forma de un “trastorno afectivo–sexual de naturaleza ideológica” (Frabetti, 2009, p. 3).

El tipo de dominación “amorosa” hegemónica masculina es perfecta porque no es impuesta por la fuerza
bruta física, al contrario, es todo un entramado manipulador mental y afectivo que permite a las personas
someterse voluntariamente, pensándose sujetos libres. Se trata de una dominación psicopolítica
fundamentada en nuevas formas de poder. Como a rma André Rauch (2009) decir “te amo” en los hombres
encierra sutilmente al otro en una red tejida por la fascinación, favoreciendo su sumisión y docilidad.

La violencia en el amor se despliega a través de todo un entramado ideológico cuyo pilar fundamental
reside en el poder en sus formas abusivas, primeramente simbólicas transformando la historia en
naturaleza y la arbitrariedad cultural en algo natural (Bourdieu, 2000). Pasa por los pilares estructurales
fundamentalmente de orden económico y laboral hasta llegar a la violencia directa, fundamentada en los
celos y la posesividad.

En cuanto a la in delidad, la violencia se concreta y materializa en una mayor representatividad femenina


en la gura del amante, en la negligencia afectivo–sexual de la persona in el que en ciertos casos, toma
forma de un desamparo cotidiano invisible, destacando un estilo vincular evitante, en el ejercicio de la
dominación a través de secretos y mentiras. Y quizás de una manera más elaborada, la violencia fundadora
que supone la pareja compuesta por la persona in el y la amante. Una violencia no asumida que acaba por
encontrar su chivo expiatorio en la gura del cónyuge o cial, público. Esta violencia que se concreta en el
sacri cio, se ve más claramente quizás en aquellas uniones clandestinas que permiten que la pareja o cial
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oculta. El amor así mantiene su carácter sagrado, desplazado a la familia, de la cual la persona in el
difícilmente se deshace. En otras palabras, la religión del amor parece requerir víctimas sacri ciales, que por
su condición de género, afecta a la feminidad de manera cualitativa y cuantitativamente distinta, en su
detrimento. En la in delidad esta relación tan particular entre violencia y sagrado tan bien descrita por René
Girard (1972), parece materializarse.

Relaciones narcisistas

La in delidad, habíamos avanzado, la englobamos en el espectro de los trastornos vinculares de corte


narcisista porque tanto la persona in el como la persona amante, parecen funcionar más por el principio
del placer que el de realidad, por el principio del individualismo, la carencia de empatía y de la falta o falla
que debe ser completada. La persona in el se niega a aceptar su situación, una situación que demanda al
menos, una renuncia. La persona in el muestra nula empatía cara a lo que debe suponer estar en la
sombra así como las consecuencias sociales de ello. La persona amante parece darle aquello que le falta
aunque ello suponga la renuncia a formar una pareja o cial. La persona amante, a su manera, también
sacri ca. Ambas partes del triangulo, o cial y amante, parecen sacri car para que la pareja in el lo tenga
todo. Relaciones basadas además de en mentiras y ocultaciones, en imagen, apariencias, simulaciones,
imposturas, deslealtades.

Si la persona in el se representa en el personaje mítico de Narciso, la persona amante puede verse


representada en el personaje también mítico de Eco. Tanto Narciso como Eco parecen constituir las dos
caras del narcisismo. Eco, condenada a repetir las palabras del otro, representa el espejo perfecto en quien
re ejarse.

Las relaciones extraconyugales exploradas en este estudio no parecen ser investidas de manera diferente
de las conyugales, al contrario, igualmente investidas, estas representan una parte de la exigencias que no
son satisfechas en las relaciones conyugales según relatan las personas in eles. Desde esta perspectiva,
estas relaciones son fruto de un proceso de individuación que conduce a una búsqueda de satisfacciones
personales fuera de las convenciones y los pactos (García, 2016). De esta manera, la vida de las personas
que participan, sabiéndolo, en la in delidad parece dividirse en dos esferas diferenciadas: una pública y
falsa y otra privada y auténtica, al parecer herencia de un discurso romántico que pone a la pasión de la
verdadera naturaleza y las relaciones sociales del lado hipócrita y falso de las convenciones (Cossart, 2002).
En otras palabras, sentirse auténticamente en contraposición al cumplimiento de un imponente e impuesto
rol en la vida conyugal, genera una relación “o cial” primera y una oculta o clandestina secundaria, en la
persona in el. La persona amante simplemente transige y acepta estar oculta, en segundo plano, aunque a
regañadientes, particularmente si es mujer. En el caso en que la persona amante sea hombre, éste no
parece perseguir el primer puesto, puesto que lo compatibiliza con otras amantes a su vez, a modo de
pasatiempo. Solo unos pocos hombres–amantes solicitan ese primer puesto, pero no parece ser lo común.

Mentira versus transparencia

Al parecer, la persona amante, está al corriente de la “verdadera situación” marital de su amante casado/a .
O así al menos se lo hace creer y ésta da fe.

No obstante, lo que constatamos en la clínica es que la persona in el mantiene siempre el control de la


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En otras palabras, la persona amante tampoco sabe verdaderamente la situación en la cual está la pareja,
pero cree saberlo. La persona in el, paradójicamente, aún diciendo la verdad, miente. Constatamos desde
la clínica, que la persona amante decide creer a la persona in el, eximiendo los argumentos que ésta le da.
Cree lo que le dice pero no lo que realmente hace. Por eso, estas personas son capaces de aguantar tantos
años a veces, esperando a que el milagro se produzca: la separación de la cónyuge o cial y el despegue de
la nueva pareja. Estas personas amantes viven de la esperanza, de las expectativas generadas por la
persona in el, lo que parece de por sí bastante cruel. La historia compartida está cimentada en el secreto, la
mentira y la ocultación con el condimento de la seducción al sufrimiento por parte de la persona amante.

La creencia y fe ciega de la persona amante va hasta el punto de denigrar a la pareja o cial de la persona
in el. Es como si la persona amante hubiera interiorizado el discurso de la persona in el y hablara en su
nombre. Hay como una especie de mimetización. La persona amante juzga la situación de la pareja desde la
información, sesgada, que la persona in el da. Pero en ningún momento cuestiona el discurso de la
persona in el. Se desarrolla una con anza ciega hacia una persona que miente. Así, observamos que las
personas amantes tienen un discurso negativo y una concepción negativa de las parejas o ciales. Las
tildaban de dependientes económica y afectivamente, de peleles. Llegaban incluso a a rmar con bastante
seguridad que la pareja o cial no mantenía sexo y que a la persona in el le faltaba apoyo y cariño. Se
mostraban bastante críticas hacia las personas cónyuges o ciales sin conocerlas; solo basándose en la
visión que las personas casadas in eles les daban.

En algunos casos, las personas amantes llegan a cuestionar el discurso de la persona in el solo después de
acabar la relación. E incluso dan muestras de empatía hacia la cónyuge traicionada, alguna incluso decide
hablar con ésta con la nalidad de pedir perdón. Tras nalizar la relación algunas personas amantes
muestran una culpabilidad ausente durante la relación. Gestionan difícilmente la disonancia cognitiva
generada por la relación evitando pensar. Diversos sesgos cognitivos les impide ver y analizar la parte de su
in el amante. Es como si la persona in el les hubiera lavado el cerebro. Le creen con una ingenuidad casi
infantil.

De alguna manera, las personas amantes se vuelven cómplices de esas mentiras, al mismo tiempo que
revelan una admiración, hasta cierto punto de vista ciega, hacia la persona in el. La ven, incluso, como
víctima de una situación injusta. Un mecanismo perverso.

El chivo expiatorio, el fenómeno de la triangulación

Las personas amantes en relaciones prolongadas, particularmente si es mujer, desea ser la persona o cial y
en exclusividad.

Es importante entender que la cohesión de la pareja amante muchas veces es construida a base de culpar a
la persona cónyuge o cial del fracaso relacional. Y ello, en parte es debido a la tendencia en las personas
in eles a justi car su conducta, evitando así sentirse responsables. El mensaje implícito deja claro que como
la culpable del fracaso relacional es la persona o cial, con la amante, las cosas podrían ser diferentes. En
otras palabras, la culpa de es de la otra persona. En cualquier caso, no hay un cuestionamiento ni por parte
de la persona in el ni por parte de la persona amante. Así pues, la historia alrededor de la cual se teje la
historia de amor extramatrimonial no suele girar en torno a la culpa, sino en torno al juicio y sentencia de la
persona cónyuge o cial.
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La in delidad es por su estructura una relación triangular. Una relación, que desde la perspectiva sistémica
(Umbarguer, 1983), se entiende como una relación con ictiva entre dos personas expandida a una tercera
cuyo resultado es el encubrimiento del con icto. Sobre esta tercera persona recae el foco del síntoma,
convirtiéndose así en el chivo expiatorio del sistema. En efecto, la persona amante en las representaciones
sociales, encarna la culpable de la ruptura, la responsable. El con icto, lejos de solucionarse, se compleji ca
generando un con icto de lealtades. El resultado es el encubrimiento del con icto o su desactivación. En la
triangulación, se pone de mani esto la falla en la comunicación de la persona que triangula, la persona
in el.

El chivo expiatorio en la in delidad tiene también su doble vertiente. Por un lado, la persona in el hace
recaer el con icto sobre la persona cónyuge o cial, convirtiendo a ésta en el chivo expiatorio en la relación
in el–amante. Pero de cara a lo público, la persona amante se convierte en chivo expiatorio del fracaso
relacional de la pareja o cial. La gura de la amante pone de mani esto el fracaso relacional, y más
particularmente el fracaso en la persona cónyuge o cial que no es capaz de dar lo que la persona in el
necesita o exige y por ello, tiene que buscarlo fuera. Este mito está muy extendido en el inconsciente
colectivo.
Una cosa parece cierta, el chivo expiatorio sacri ca su autonomía a n de llenar los vacíos en la vida del
otro. En el caso de gura de la in delidad, la persona amante llena los vacíos de la persona in el. El chivo
expiatorio viene a ser “la masilla que impide el total alejamiento y separación de los esposos” (Zulliger, 1986,
p. 209).

La persona amante desea miméticamente que su amante in el sea suyo, usurpando y ocupando el puesto
o cial en lugar de la otra. Mimesis de apropiación que dice René Girard (1972). Ello, supone el nal de la
relación o cial, poco importan las consecuencias. En este sentido, la persona cónyuge o cial, se reviste de
chivo expiatorio que cohesiona la pareja in el y les da un objetivo contra el que luchar y dirigir la violencia. Y
ello es posible porque la persona amante ha “comprado” los argumentos vendidos de la persona in el en
tanto que víctima que debe ser salvada y sacada del in erno afectivo en el que se supone que vive, pero del
cual, paradójicamente, se niega a salir. La pareja o cial debe ser sacri cada. Esta parece ser pues la
violencia fundadora de la pareja in el. Un verdugo que representa perversamente un rol de víctima, una
víctima que no duda en ejercer de verdugo a n de conseguir su propósito y por último, una víctima real,
por así decirlo, que a veces sin comerlo ni beberlo, se ve envuelta en una relación triangular tejida a sus
espaldas, sin poder defenderse. Utilizando la teoría antropológica de René Girard (1982), el deseo mimético
de la persona in el bien podría ser propiciado por la envidia hacia sus congéneres célibes que pueden
disfrutar de su libertad (sexual) y el deseo mimético de la persona amante derivado por una rivalidad
inconsciente, el de ocupar el puesto o cial de primera dama. En ambos casos, el modelo a copiar es
externo. Desean apropiarse de algo que alguien tiene y estas personas no. El trasfondo de la envidia.
Ambas partes de la pareja in el ven frustrados sus logros, lo que hace que aumente la violencia hacia la
persona o cial, chivo expiatorio, considerada como la causa de su impedimento a llegar a la absoluta
felicidad.

La función de la in delidad bien podría ser ese mecanismo victimario a través del cual, el caos y la crisis
personal de las personas integrantes de la pareja in el se canaliza a través de la designación de un chivo
expiatorio. No es por azar que los miembros que componen la pareja in el revelen crisis personales no
resueltas en el momento en que se forma la pareja in el. Estas crisis personales si bien no parecen
resolverse con el enamoramiento, se desplazan, encubriendo di cultades resolutivas importantes,
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Fidelidad e in delidad: patrones de género

La in delidad y la doble vida tienen una larga tradición en el actuar masculino particularmente, si bien en la
actualidad se va igualando. Es importante precisar que el hecho de que la mujer actúe como el hombre en
materia de in delidad, no es garantía ni mucho menos de igualdad de género, sino de masculinización del
amor. Esto es, una socialización masculina en la mujer –quizás por identi cación negativa–, por la cual, ésta
adopta formas masculinas de hacer que lejos de apuntar a un cambio, cristalizan aún más las formas
patriarcales de dominación. Ana Freud (1999) a este mecanismo de defensa lo llamó “identi cación con el
agresor”. El término masculinización hace referencia a la apropiación de características propias del proceso
de masculinidad que en la cuestión amorosa se construye con un cierto desapego de lo amoroso, o lo que
es lo mismo, “guardando una distancia simbólica y física vis–a–vis del amor” (García, 2016: p. 140).

Si bien no se puede concluir que la mayoría de romances extramatrimoniales se produzcan entre hombres
casados y mujeres solteras, si que parece ser la combinación más usual (García, 2016). Es extraño
encontrarse con la combinación hombre soltero, mujer casada. Es raro encontrar en la práctica clínica a
hombres solteros persuadiendo a sus amantes casadas o casados que abandonen a la pareja
(Pittman,2003). De hecho, hay pocos hombres amantes que aceptan una relación paralela.
Tradicionalmente era el hombre quien tenía amante.

Si el amor en occidente es fundamentalmente una relación basada en la dominación, ¿qué sentido tiene la
in delidad? La delidad entendida como exclusividad sexual o monogamia se entiende, desde el poder,
como manera de regular las relaciones humanas de manera a constreñirlas tanto social como
políticamente. En este contexto, la monogamia es una manera de sujetar y de controlar. La in delidad pues
respondería a una rebeldía contra este orden de cosas. Una especie de evasión de esta realidad impuesta,
de tal forma que permite llevar una realidad relacional paralela; una doble vida que dota de nueva
identidad, de nuevas posibilidades. Parece así pues una transgresión. Sin embargo, parece ser una
transgresión que no afecta a las personas de manera igualitaria; al contrario, lejos de revolucionar y generar
cambios estructurales, perpetúa los patrones y roles determinados por el patriarcado en los cuales no se
ama de la misma manera ni se socializa en los mismos valores. Es decir que la doble moral es propiciada
por el patriarcado, constituyendo la in delidad, la cara oculta del amor. ¿Entonces? La in delidad parece
entroncar de lleno en las relaciones de poder al amparo del patriarcado. Según Gutman (2012), los secretos
y las mentiras son formas de dominación, partiendo de la premisa de que la información es poder. Desde
esta perspectiva entroncamos con la idea de la mentira como abuso de poder de Foucault (2009). Desde
esta perspectiva se entiende la in delidad como una forma de abuso de poder, de dominación y no como
liberación. El abuso de poder que se inscribe dentro de este tipo de relaciones clandestinas se revela en el
carácter de un posicionamiento irrevocable ante el cual, la persona amante solo puede elegir entre seguir la
relación en esas condiciones ocultas jadas por la persona casada o poner n. Es importante entender que
la persona casada detiene el control de la relación en cuanto que es ella quien decide cuando, cómo y
dónde. Tiene el poder de decidir el lugar que cada persona, o cial y amante, ocupa en su vida, ejerciendo
un control estricto. Resulta toda una disociación a la que se somete a la gura del amante, la cual muchas
veces tiene que reprimirse. Relaciones de dominación organizadas fundamentalmente en torno al secreto,
dando un poder particular a quien detenta la verdad, puesto que divide a las personas entre aquellas que
podrán tomar una decisión y las otras, que se verán afectadas por ésta (Croizier, 1995). Basadas en una
especie de consenso negativo en el que importa más la operación de maquillaje que el conocimiento, saber
callarse y poder decir (García, 2016).
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Si bien pretendemos trascender el género, hemos de admitir que gran parte de las personas que deciden
aceptar el papel de amantes son mujeres. Siguiendo con esta perspectiva de género, pocos hombres
solteros intentan persuadir a mujeres casadas para que se divorcien y se unan a ellos (Pittman, 2003). La
in delidad plantea una desigualdad estructural. En el caso que aquí nos ocupa, quizás es más evidente. La
cuestión de género se evidencia a múltiples niveles. Por un lado, la proporción de hombres que mantienen
relaciones con amantes a largo plazo es mayor. En cuanto a la calidad, también es diferente: mientras que
los hombres amantes mantiene otras relaciones, las mujeres amantes se suelen mantener eles a esos
hombres casados. En muchas mujeres, las relaciones con otras personas que no sea la persona in el se dan
con el objetivo de formar pareja.

Mientras que los hombres in eles no se plantean dejar a sus mujeres, las mujeres in eles si parecen
plantearse el dejar a sus hombres y de hecho, lo hacen más. Por eso, hay mujeres que se convierten en
amantes a largo plazo tras haber dejado a su pareja.

Relaciones narcisistas porque están fundamentalmente basadas en el placer individual de la persona


casada, regidas más por el principio del placer, al cual se somete complacientemente la persona amante, en
detrimento de sí misma. Relación con características masoquistas, pues estas relaciones están marcadas
por el sufrimiento silencioso, particularmente en las personas amantes. Es importante notar que es difícil
que los hombres acepten una posición secundaria como amantes. El psicoanalista Jean Michel Hirt (García,
2016) les llama “hommes–maîtresses” (hombres–amantes) subrayado así cualidades tildadas de femeninas
como la ternura, la atención, la pasividad. En otras palabras, la amante, gura clásica de la espera amorosa
y la dependencia afectiva, se empieza a conjugar hoy en masculino y no, sin dolor. Como si los roles
estuvieran invertidos.

Este tipo de relaciones parecen estar basadas en una concepción romanesca del amor, es decir, amor
romántico, en el sentido de intemporal o eterno en su cualidad de imposible, absoluto, único. Se trata de
una concepción romanesca fundamentalmente para la persona amante ya que para las personas casadas
in eles, la super cialidad de los vínculos afectivos basados en la disociación en el sentido de dividir (“split”),
hace que pueden decir te amo al medio día a la persona amante y por la tarde a la pareja o cial lo mismo.
Como a rma Walter Risso aquella persona que ama menos, mantiene el control de la relación.

El modelo de relación oculta no di ere en absoluto del “tradicional” con el o la cónyuge o cial. Al contrario,
reproduce elmente los cánones patriarcales de dominación, perpetuando los roles masculinos y
femeninos sin cambiar un ápice, aunque sea en su vertiente invertida. Podríamos decir que las relaciones
clandestinas ahondan en la disociación de roles entre el exigido a la pareja o cial y el representado por la
pareja amante.

Que las mujeres estén igualando al hombre en este tipo de relaciones no dice sino una “masculinización”
del modelo de dominación amoroso, que no vaticina precisamente un cambio de roles o una trascendencia
de los mismos. No debemos confundir masculinización con igualdad. Al contrario, el modelo de in delidad
ahonda en una concepción amorosa basada en la dominación masculina y el control; ahonda en el
narcisismo primando el principio del placer sin importar las consecuencias ni el daño que se pueda causar.

En de nitiva, las relaciones clandestinas no hacen sino equilibrar el frágil equilibrio de las relaciones
maritales manteniendo el “status quo” patriarcal y machista, al cual contribuye de manera cómplice la
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La persona amante: de prostituta cortesana o el síndrome de geisha

En la in delidad destaca la disociación, es decir la división entre las personas del triángulo amoroso según
categorías binomiales propias del pensamiento occidental para encontrar sentido al mundo. Pensamiento
dicotómico que divide al mundo en algo y su opuesto. En el caso de la in delidad, divide a las personas
entre o ciales y amantes siguiendo el esquema patriarcal que diferenciaba a las mujeres vírgenes y madres,
de las prostitutas. Este esquema sigue estando omnipresente en las representaciones sociales,
estableciendo fronteras y lugares asignados a cada persona según su posición.

La principal demanda a una amante es sexual y en este sentido, se le asocia al de prostituta, aunque quizás
dado el re namiento de la demanda en la realidad, también se asocia al de cortesana cuya signi cación
o cial es la de estar al servicio del rey y su familia. La persona amante representa la imagen de una persona
esclava aparentemente libre. Una persona dedicada a satisfacer, a complacer a su amante.

Aunque esté de moda reivindicar la igualdad de género, esta es una dimensión fundamentalmente política,
totalmente ausente en la intimidad. Si en alguna dimensión es evidente la desigualdad, es en el terreno de
lo íntimo, en el amor. Y más particularmente en el terreno de las relaciones clandestinas. Aquí prima una
violenta desigualdad de género.

En el caso del varón amante, constatamos una feminización del rol masculino o una inversión de roles, en
donde la mujer ejerce de hombre y éste de mujer. En otras palabras, el hombre se comporta como una
mujer amante y la mujer se comporta de manera dominante al igual que un hombre. Estos datos coinciden
con los datos de la investigación cualitativa llevada a cabo por Mari Carmen García (2016).

¿Qué ocurre? Que si bien los deseos sexuales en las personas in eles son satisfechos por las amantes, los
deseos afectivos de las amantes no son satisfechos por las personas casadas y a veces ni reconocidos. De
ahí ese profundo sentimiento de sentirse utilizadas al igual que una prostituta.

El signi cado de cortesana bien puede venir por esa relación de dependencia y de estar a la merced de la
persona, convertido en rey o reina así como de las demandas de su familia.

En el caso de las parejas homosexuales exploradas, el transcurrir de la relación in el se verbaliza


miméticamente igual a las heterosexuales: los mismos con ictos, las mismas demandas, la misma forma
estructural, los mismos comienzos, el mismo victimismo por parte de la persona in el y la misma dinámica
por parte de la persona amante. En esencia, lo mismo. Lo que nos plantea que las relaciones homosexuales,
lejos de haber trascendido el género, siguen copiando o imitando patrones heterosexuales de dominación
pero entre iguales.

Dependencias (patológicas) complementarias

A tenor de las relaciones amorosas o ciales y clandestinas, podemos avanzar en la tendencia en las
personas in eles a encabalgar relaciones de manera compulsiva, evitando a toda costa la vivencia de la
soledad. En este sentido, encontramos una mayor dependencia erótico–afectiva por parte de la persona
in el, una especie de bebé a quien se le debe satisfacer exigentemente todas sus demandas. Y cuya
frustración no es ni encajada ni digerida. Una inmadurez emocional parece caracterizar a la persona in el
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omnipotencia de tenerlo todo. Una dependencia que se asemeja a la posición depresiva esquizo–paranoide
perfectamente descrita por Mélanie Klein (Segal, 2003) que divide a las parejas respectivas en la buena, la
amante, simbolizando la teta buena y la mala, simbolizando la teta mala por frustrante, la o cial.

Llama la atención que las personas in eles se apegan al concepto de familia y a los vástagos para justi car
el continuar con esta vida oculta. Es decir, que por un lado está la familia, un rol social, y por otro, la
satisfacción privada individual e intima. La pareja o cial, por parte de la persona in el, no parece
cimentarse en el amor aunque si en el cariño. De hecho la falta de amor no parece ser un requisito para
dejar a la cónyuge o cial. Quizás sea porque la familia constituye un valor moral, simbólico y material
superior a otros (García, 2016). Una fuente de identi cación e identidad importante para las personas
in eles que les proporciona un estatus. Como a rmaba un paciente: “estar soltero en ciertos ambientes
laborales es sospechoso”. Y aquí es donde se vislumbra una importante y fundamental disociación,
primando la parentalidad a cualquier otra opción, en tanto que factor identitario de primer orden. En el
orden patriarcal, si la mujer se asocia a la maternidad, el hombre se asocia al trabajo y a la capacidad de
mantener una familia. Ejercer el rol de padre representa para el imaginario masculino una piedra angular
de su identidad. Otra cosa distinta es el hacer. “La familia constituye un valor central en las identidades
sociales masculinas” (García, 2016: p. 175). En este sentido, el poder de las resistencias mentales, morales y
sociales ante la ruptura de la familia sea quizás tanto o más elevado incluso como el deseo sexual y
amoroso que lleva a una doble vida (Ibid), la cual no parece circunscribirse tanto al modelo erótico–afectivo;
no es una cuestión sentimental al n de cuentas, puesto que las personas in eles se muestran
conservadoras, importando más la imagen de padre o madre de familia. Esta circunstancia permite
desarrollar sus otros aspectos fuera de la familia, siempre predominando un modelo de apego vincular
evitante.

Si la socialización masculina se presenta bajo el prisma de dependencia instrumental, la socialización


femenina se cimenta sobre una dependencia afectiva. Una dependencia que tiene un fuerte símil con la
adicción a las drogas. De hecho, la gestión de esta dependencia es importante en el discurso de la persona
amante. Así, la relación clandestina puede vivirse como una droga, un enganche, una necesidad. Algo del
orden de lo instintivo. Un adicción que esclaviza, haciendo perder la condición de persona libre.

Notas

(1) Iván Petróvich Pávlov, médico y profesor de siología ruso, es mundialmente conocido por haber
formulado la ley del re ejo condicionado. Este autor observó que la salivación de los perros que utilizaban
en sus experimentos se producía ante la presencia de comida o de los propios experimentadores. Realizó el
conocido experimento consistente en hacer sonar un metrónomo (aparato que en ocasiones usan los
músicos para marcar el ritmo) justo antes de dar alimento en polvo a un perro, llegando a la conclusión de
que, cuando el perro tenía hambre, comenzaba a salivar nada más al oír el sonido del metrónomo.

Referencias bibliográ cas

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ZULLIGER, H. (1986): Los niños difíciles. Madrid: Morata.

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