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LA LLORONA.

LA   LLORONA

Cuenta la leyenda de La Llorona Loca de Tamalameque “Que una niña de bien


quedó embarazada de su novio, éste no quiso responder por el embarazo y se
marchó dejándola con su infortunio; puesto que era de gran deshonra ser madre
soltera en esa época la joven decide abortar en el caño Tagoto y luego votar el
feto a las oscuras aguas del caño.  Esto la enloqueció y en las noches llega al
pueblo, recorriéndole y dando alaridos aterradores, los cuales con el tiempo
auguran desgracias en el pueblo.  La Llorona Loca atormenta a las madres
desnaturalizadas que maltratan o abandonan a sus hijos o todo aquel que se
atreve a hacerle daño a un niño.  A esta superstición le temen los borrachos y
trasnochadores.  Se le aparece a un hombre cuando va o viene de visitar a una
mujer que no sea su esposa o novia.”

José Contreras es un reconocido tamborero en Tamalameque y como de


costumbre un ocho de diciembre se dirige a su casa ubicada en el barrio Palmira.
Con unos tragos de más en la cabeza ya sus piernas por el efecto del trago se
niegan a responderle.  Hace esfuerzos para caminar, logrando seguir su camino a
cambio de tropezones y unas cuantas caídas.  Son las doce y cuarenta y cinco
minutos de la noche.  Camina por el famoso callejón del peligro; en donde hasta el
más valiente le ha tocado correr por culpa de la oscuridad y de los espantos que
allí salen: el cuero arrastrado, el perro negro, el caballo sin jinete, el niño llorón y la
Llorona loca, son algunos de ellos.  De pronto se escucha como si saliera de la
nada y de todas partes, un grito angustiosamente largo y aterrador, el cual se
acerca cada vez más y más.
- ¡Ay…Jesús mi hijo! – Alcanzó José a escuchar.

Quiso correr, pero sus débiles piernas no pudieron hacerlo.  Se aferró a un árbol
de mango que encontró y sin poder evitarlo vio un arropijo negro que se le
acercaba moviendo los brazos y gritando.  Por los gritos supo que era una mujer,
la cual pasó rozándole el cuerpo con la capa negra que llevaba encima.  Sintió un
agradable perfume de mujer que le despertó el desenfrenado macho cabrío que
llevaba en su interior y como autómata siguió aquel espanto que seguía gritando:
- ¡Ay…Jesús mi hijo! 
José sigue a la mujer por todo el callejón mientras la enamora, ella le galantea
pero sigue con sus gritos lastimeros.  Sin que se percatara caminan varias calles
hasta llegar al oscuro cementerio del pueblo; donde ella se le desaparece
repentinamente detrás de una tumba. El borracho la busca en medio de la
oscuridad tropezándose y cayendo bruscamente.  De su bolsillo saca una
mechera que al encenderla le ayuda a ver con que se ha tropezado.
- ¡Una cruz!... ¡Dios mío!, estoy en el cementerio. - Retrocede y comienza a rezar.
- ¡Padre Nuestro que estás en los cielos, Santificado sea tu nombre!, ¡Creo en
Dios todopoderoso, creador del cielo y la tierra! - Se tropieza nuevamente y cae -
¡Santa María, madre de Dios!, Padre Nuestro que estás en los cielos. – Seguía
rezando mientras se arrastraba por entre las tumbas; pues sus piernas no dan
para caminar ni mucho menos para correr por aquel tenebroso lugar.

A gatas; forzosamente José intenta alejarse de aquel lugar mientras que sus
desorbitados ojos ven entrar al cementerio a otro hombre que viene silbando una
alegre canción.  Va completamente perfumado.  Se detiene un momento,
pareciera buscar o esperar a alguien; pues mira hacia todos los lados.  José
intenta gritar para avisarle al hombre del espanto; pero por el terror que sentía de
su boca no salió ni una palabra.  De repente sale la mujer del arropijo negro,
gritando y moviendo los brazos de arriba abajo.  
- ¡Ave Maria Purísima!, ¿Es de esta vida o de la otra? – Exclamó el hombre
asustado.  La llorona, que es lo que aparenta ser el terrible espanto se acerca
moviendo aceleradamente los brazos, el hombre retrocede y se arrodilla a rezar.
- ¡Padre Nuestro que estás en los cielos, Santificado sea tu nombre!...
- ¡Que Padre Nuestro, ni que ocho cuarto!, o es que ya se te olvidó. - Reclama la
mujer, agarrándolo por los brazos.
- ¿Eres tú? - Preguntó aterrado e incrédulo el hombre.
- ¡Claro que soy yo! - Responde ella quitándose la capa negra  y dejándole ver su
bello rostro. - Por poco echas todo a perder.
- La que lo iba a echar a perder eras tú, si no te hubieras disfrazado de esa
manera no me habría asustado.
- ¿Y cómo querías que viniera a encontrarme contigo?, sin que nadie se diera
cuenta, por ahí andan unos tamboreros.
- Pero siquiera me hubieras avisado que te ibas a disfrazar. - Dijo él abrazándola.
- No tuve tiempo, porque lo pensé fue ahora en la noche y si salía a avisarte mi
marido hubiera sospechado algo; además fue gracioso, hace unos minutos traje al
cementerio a un pobre borrachito, si lo hubieras visto como rezaba igual que tú.-
Le explica ella riéndose un poco.
- Bueno, ya déjate de risas y vamos a lo nuestro, antes que tu marido regrese de
parrandear.

La pareja camina abrazada hasta perderse en la oscuridad de la noche. Todo


queda en silencio y José reanimado por todo lo visto se para sacudiéndose el
polvo de su ropa y alejándose de allí.  Al día siguiente en todos los rincones de
Tamalameque se escuchaban los rumores de que a José le salió la Llorona loca y
él a todo el que le pregunta muy picaramente le responde:
- ¡Es un horrible espanto!... Que no quiero que le salga ni a mi peor enemigo. –
Mientras se sonríe; porque en medio de la oscuridad alcanzó a conocer a su
comadre Teresa.

FIN.

AUTOR: EDGAR  ALFONSO  PEÑALOZA  ROBLES.

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