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LA LLORONA
Quiso correr, pero sus débiles piernas no pudieron hacerlo. Se aferró a un árbol
de mango que encontró y sin poder evitarlo vio un arropijo negro que se le
acercaba moviendo los brazos y gritando. Por los gritos supo que era una mujer,
la cual pasó rozándole el cuerpo con la capa negra que llevaba encima. Sintió un
agradable perfume de mujer que le despertó el desenfrenado macho cabrío que
llevaba en su interior y como autómata siguió aquel espanto que seguía gritando:
- ¡Ay…Jesús mi hijo!
José sigue a la mujer por todo el callejón mientras la enamora, ella le galantea
pero sigue con sus gritos lastimeros. Sin que se percatara caminan varias calles
hasta llegar al oscuro cementerio del pueblo; donde ella se le desaparece
repentinamente detrás de una tumba. El borracho la busca en medio de la
oscuridad tropezándose y cayendo bruscamente. De su bolsillo saca una
mechera que al encenderla le ayuda a ver con que se ha tropezado.
- ¡Una cruz!... ¡Dios mío!, estoy en el cementerio. - Retrocede y comienza a rezar.
- ¡Padre Nuestro que estás en los cielos, Santificado sea tu nombre!, ¡Creo en
Dios todopoderoso, creador del cielo y la tierra! - Se tropieza nuevamente y cae -
¡Santa María, madre de Dios!, Padre Nuestro que estás en los cielos. – Seguía
rezando mientras se arrastraba por entre las tumbas; pues sus piernas no dan
para caminar ni mucho menos para correr por aquel tenebroso lugar.
A gatas; forzosamente José intenta alejarse de aquel lugar mientras que sus
desorbitados ojos ven entrar al cementerio a otro hombre que viene silbando una
alegre canción. Va completamente perfumado. Se detiene un momento,
pareciera buscar o esperar a alguien; pues mira hacia todos los lados. José
intenta gritar para avisarle al hombre del espanto; pero por el terror que sentía de
su boca no salió ni una palabra. De repente sale la mujer del arropijo negro,
gritando y moviendo los brazos de arriba abajo.
- ¡Ave Maria Purísima!, ¿Es de esta vida o de la otra? – Exclamó el hombre
asustado. La llorona, que es lo que aparenta ser el terrible espanto se acerca
moviendo aceleradamente los brazos, el hombre retrocede y se arrodilla a rezar.
- ¡Padre Nuestro que estás en los cielos, Santificado sea tu nombre!...
- ¡Que Padre Nuestro, ni que ocho cuarto!, o es que ya se te olvidó. - Reclama la
mujer, agarrándolo por los brazos.
- ¿Eres tú? - Preguntó aterrado e incrédulo el hombre.
- ¡Claro que soy yo! - Responde ella quitándose la capa negra y dejándole ver su
bello rostro. - Por poco echas todo a perder.
- La que lo iba a echar a perder eras tú, si no te hubieras disfrazado de esa
manera no me habría asustado.
- ¿Y cómo querías que viniera a encontrarme contigo?, sin que nadie se diera
cuenta, por ahí andan unos tamboreros.
- Pero siquiera me hubieras avisado que te ibas a disfrazar. - Dijo él abrazándola.
- No tuve tiempo, porque lo pensé fue ahora en la noche y si salía a avisarte mi
marido hubiera sospechado algo; además fue gracioso, hace unos minutos traje al
cementerio a un pobre borrachito, si lo hubieras visto como rezaba igual que tú.-
Le explica ella riéndose un poco.
- Bueno, ya déjate de risas y vamos a lo nuestro, antes que tu marido regrese de
parrandear.
FIN.