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Ratero
Ratero
Cuentos en el muro
Armando Ramírez Rodríguez
Ratero
Ratero tenía el rostro amarillo, el labio inferior le temblaba como
gelatina, con la mano derecha se echó el cabello que caía sobre su
frente hacia atrás, bajó la cabeza hasta pegar su barbilla al pecho,
sus párpados se bajaron hasta ocultar sus ojos café oscuro, su
rostro adquirió una expresión de resignación, sus dedos entre
ellos mismos se enredaban y se desenredaban con agitación. Y
cuando menos se lo esperaba, ¡pas!, otro lamparazo en la boca del
estómago, exhaló un ¡uuff! Lastimoso; su cuello se dobló
colgándole la cabeza como gallina moribunda. Instantes después
lo reanimaron con dos quedas bofetadas, nada más para que se
pusiera al tiro. Lo cogió por la punta de los pelos de su copete, le
zarandeó levemente la cabeza. Ratero entreabrió los ojos, le echó
una mirada, así, como un borreguito a medio morir; la mirada era
¿una súplica? O ¿una interrogación? Por todo recibió una
bofetada, que lo terminó de despabilar, y de nuevo le cayó la
pregunta como ladrido de perro. ¿Quién te compra lo robado?
Permaneció inmóvil, con los párpados entreabiertos, sus pupilas
fijas, débilmente miraban a su verdugo con su implacable rostro:
moreno de facciones de piedra, ojos de capulín, nariz de cotorro,
labios de boxeador (o de borracho), dientes de defensa delantera
de automóvil —de los años cuarenta— y el cabello lacio
embadurnado de vaselina sólida, casi manteca. El “tira” volvió a
mover los labios de boxeador, le escupió de nuevo la taladrante
pregunta: ¿quién te compra lo robado? Ratero volvió a sentir el
caliente, casi quemante, aliento del “tira”. Pero volvió a demostrar
su terquedad digna de un irlandés, o de un indio rejego de fruta
en las calles del centro de la ciudad. Mas por lo que se veía no
contaba que ahí enfrente tenía a la ¡ley! Dispuesta a sacarle hasta
el último nombre involucrado en la última jugada que había hecho
en un departamento de la colonia Roma, en la calle de Jalapa. “El
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alarmota” se había ocupado de ellos en primera plana.
(¡Chihuahuas!, pero cómo él iba a ser el “chiva”, ¡no! ¡cómo creen,
no!, ni loco que estuviera, ellos son muy reatas y luego hacerles
esta fregadera; pues este bato me la está poniendo dura, no
suelta prenda, a güevo quiere que le suelte prenda; no, ni maíz,
palomas).
—Tal vez, pero ahorita, ¡a morir por mis amigos! (Es verbo el
cuatito este; no te dejes embrollar con tanto palabrerío, te quiere
hacer dudar: tú nomás síguele la corriente). —y por toda
respuesta, ¡pas!, otro lamparazo en plena boca del estómago y
otro ¡uujff!. Del colorado había pasado al verde y del verde al
blanco su rostro, en donde se veía su dolor; la desesperación; la
angustia; el miedo que sentía. Ahora. En ese momento. Alzó los
ojos suplicantes. El “tira” no lo veía, miraba a su pareja, que hasta
ese momento no había intervenido para nada y sólo se entretenía
leyendo las Ovaciones de la tarde en el asiento delantero; éste le
devolvió la mirada a su pareja, por el espejo retrovisor, y una
significativa seña de: calma.
—Sí, ya sabes, ¿para qué te haces? Lo único que nos vas a dar va a
ser el nombre del comprador de chueco. —Pero…, ¿pa’ qué?, si yo
le puedo dar lo de los dos, usté’na’másdiga cuánto. —Tú nomás
caile con lo tuyo, que el otro le caiga con lo suyo; órale, para qué
te complicas la vida.
—Pues usté, carajo, hasta la riega, de tanto querer pasar por muy
inteligentes, hasta giles se vuelven, a ver pa’ qué tanta faramalla,
usté quiere necesita y pa’ eso se metió de tirabuzón pa’ chingar
sin ver a quién, pa’ sacar el dinero que dio de mordida para tener
su plaza de agente, y poder ganar dinero fácil, honradamente, y
sin que nadie le diga nada, porque usté es la ley, la que tiene la
razón (téngasla o no la tengas, jijo de tu pu…), la maciza la que
apaña la güita (… poca madre no debías de…), la que se divide la
II
Era un cuarto semioscuro. Ratero estaba completamente
desnudo, los “tiras” estaban a ambos lados de él. Le ofrecieron
una silla, se sentó, trataba de darse calor él mismo, frotándose
con sus manos el cuerpo de carne de gallina. Tenía una vaga
noción de lo que le iban a hacer en ese momento, pero trataba de
disimular, trataba de no recordar lo que le habían contado sus
amigos de oficio: (… me desnudaron el cuarto oscuro los alambres
toques en los testículos la cabeza me la metieron en un excusado
lleno de orines con mierda. Me golpearon aquí mira donde no se
ven las señales de los golpes…).
—Ya ves, dinos, qué te cuesta, total, ¿ellos qué son de ti? Nada. Es
más, mira, tú nomás dinos quién es el comprador, y luego luego te
soltamos sin que nos des un quintonil —Ratero medita, y trata de
llegar a una conclusión. Pero… (… ¿qué se traerán estos? Ha de
ser algo grande: sino, no me estuvieran jodido a cada ratito.
¡Oh…! ¿ya sabrá algo de lo grande que hace y quieren agarrarla,
aunque sea algo sin importancia? Pero, ¿qué tal si nomás es un
cuatro? Pero ya era hora que la Lola ya se hubiese movilizado para
tratar de desafanarme; seguro que ya le llegó el pitazo de que me
amachinaron los “tiras”, ¡Chihuahuas!…) Lo hicieron que se
parara, temblando de frío, cubriendo con sus manos órganos
genitales, más por el frío que por pudor. Le indicaron que se
dirigiera hacia uno de los rincones oscuros del cuarto, en el cual
alcanzó a distinguir un bulto como entre humo. A cada paso que
avanzaba se le fue haciendo visible aquélla cosa, pero aun así,
cuando estuvo a medio metro no distinguió muy bien qué era (?).
Le hicieron poner sus manos atrás de su espalda, se acercaron un
poco más a aquélla cosa (?). Por fin alcanzó a descifrar el objeto,
era un tambo, un tinaco, un barril. Como de un metro y medio de
altura, apenas si lograba sobrepasarlo un poco con su metro
cincuenta y cinco centímetros de estatura. Vio con espasmo en su
estómago, que el tambo estaba lleno de agua (… me van a dar
tambo/tanque, de ahí que cuando a uno lo llevan a la cárcel se
diga que le dan/lo llevan/le toca tanque o tambo…), después ese
espasmo se convirtió en un miedo/tiempo indescifrable (… me van
a meter ahí…). Sintió como el agua helada le penetraba en su
miedo, un escalofrío, un sudor (ç), una encomendación a San
Dimas, un hondo suspiro, y una larga interrogación lanzada con
sus ojos apagados. Fue toda una cadena de reacciones, lo que le
produjo su introducción al agua.
—¿Y yo qué gano con todo esto? —cortó la plática Ratero dándose
cuenta que los podía tener amarrados, poner las cartas a su favor,
prosiguió—: aparte de las calentadas que me han dado.
—Pues tu libertad.
—¡Nada más!
III
Y otra que piensa que su cliente es pura chinche. Y que ya llega el
“tira” de nariz de cotorro con su pareja (…callado se calla…) y un
invitado muy especial.
IV
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Se sentaron en una mesa hasta el rincón. Ratero contra la pared,
en medio de los dos “tiras”. Se les acercó una prostituta de blusa
roja, con falda gris con cuadros blancos, con la bastilla diez
centímetros arriba de la rodilla enseñando unos muslos
moreteados, unas pestañas postizas que parecen mechas de color
negro, ésta no mascaba el chicle, ni las otras. Pero eso sí ya
andaba más borrachina que yo el quince de septiembre en la
noche. Lo de borrachina no le gustó al “tira” nariz de cotorro, con
dientes de defensa delantera de automóvil, quien sin más ni más
le pidió dinero.
—Dame todo lo que traigas. Necesito dinero, luego te cuento —al
momento se acercan dos prostitutas. Pero con dureza en sus
gestos y en su voz las repelió el “tira” de nariz de cotorro—. Orita
no molesten, ándale rápido que me voy.
Tan, tan, tan, tan. El gordo llegó al lugar de los hechos —léase en
un tono así medio amarillista, tú me entiendes, ¿no?—, gordo con
su barriga que al respirar se le subía hasta arriba y se le bajaba
hacia abajo y se le bamboleaba como un cuero lleno de pulque, y
limpiándose el sudor de su frente con un pañuelo blanco, se
detuvo ante el cuerpo de su compañero, sus ojos se dilataban, y el
corazón se le iba por la boca, y la lengua se le volvía de madera, y
los movimientos de su cuerpo denotaban la invasión del miedo que
le hacía: cus cus, y su mente que trabajaba más de lo
acostumbrado (… ya le pusieron en toda la chapa por güey quién
le manda total ¡pero! Y ¿ahora qué? Chinga esto se está poniendo
ya anda valiendo híjoles y yo con toda la mercancía pu… pa…’amos
a la… ya valió el puro embarque no ni madres sobre el gordito
pero capta tu onda hay que actuar a lo seguro es jodón ese cuate
te va a dar gane de puro cuete se te va a ir no ni chia ti nadie te
gana el mandado si así con tu carita de que no quiebras un plato
pero bien que rompes una cazuela bajita la mano école tú sí sabes
dos y dos no son cuatro son los que a ti te convienen que sean
porque así es la ley de la lógica la lógica marciana la que se vive
donde tú vives donde lo transparente es lo negro y los cien años
de soledad no son nada cuanto tú te pones grito y cantas el
quiquiriquí y pedrito el de comala te hizo los mandados y el
amarillo te pidió favores y te regaló varios de a mil cuando
compraron a aquel ingeniero que se las daba quesque de muy
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santo aquí no hay nada aquí todos bailan el jarabe tapatío al son
de la guitarriza pero qué jijo de su mamacita linda pero par un
jodón hay jodón y medio. Acuérdate de la feria la luz sin luz y feria
no baila el oso tú sabes la ley de la plusvalía cuánto tienes cuánto
vales o mejor dicho tus calzones no mandan mandan tus bolsillos
—llenos naturalmente, tú ya sabes de qué— tienes: radios,
televisores, gatos, relojes, máquinas de escribir y de coser,
grabadoras, estéreos, autoestéreos, rifles, pistolas,
ametralladoras, licuadoras, whisky, porcelana japonesa, corbatas
italianas, telas inglesas, alfombras persas, gobelinos, automóviles.
Juguetes mecánicos y eléctricos, discos, ropa y etcétera. Pero de
qué te sirven, si lo tienes que tener escondido, necesitas
comprador. El periodista que te iba a pasar el tip —con su
respectiva comisión— se esfumó. Nada más sacó su cuota de la
casa de citas de doña gila, de los picaderos y de los garitos y ora
para encontrarlo va estar medio difícil, total algún día se le ha de
venir a ofrecer un favor, y entonces va a sentir lo duro y lo tupido.
Ooooy este cuate la bronca ¿por qué lo mataron? ¿qué andaba
haciendo? Hoy les toca descanso la bronca chancha ¿lo dejo? ¿lo
desaparezco? El cuate… ese ya se esfumó ya se me fue de cuete
mi comandante pues estuvo así la bronca …… no me manda por un
tubo y hasta tambo me da y la mercancía el guato ¿a quién
vendérsela? Total este cuate se pasó de vivo ya le tocaba me
andaba ganando el mandado pero yo no me voy a la tiznada y ¿ora
qué? Yo lo dejo aquí ya después los pesos hablan fuerte casi
gritan mejor me voy de volada sobres de ese patrañas chincho se
fue hacia Garibaldi…). Y gordo gelatinoso corrió —dizque corría—
hacia Garibaldi. Ratero entró a la plaza de Garibaldi por la calle de
Honduras, vio las manchas de gente, un montón de charritos…
aquí, un montón de prostitutas allá, un montón de borrachos
hasta más allá, un montón de turistas hasta cercas de por acá, y el
olor a ponche de granada malhecho, y los vómitos de tequila
revuelto con cerveza. Ratero se fue escabullendo por la acera del
tenampa —en la calle un conjunto jarocho se aventaba la bamba—,
oyó un chiflido conocido, como que le hablaban a él fiuuu iiuuu iu.
Pero nada, no volteó, dio la vuelta hacia le derecha, al mercado,
entró en él, tenía el presentimiento de que lo venían siguiendo.
Pasó los puestos de birria, de barbacoa, de tostadas, de carnes
asadas, de flanes, de capirotada, de chongos zamoranos, pozole, y