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5 de marzo de 2020

Borrador contra portada: Memoria por correspondencia, de Emma Reyes.

“No lloraba, porque las lágrimas no hubieran bastado, no gritaba porque mi sentimiento de
revuelta era más fuerte que mi voz (…) creo que en ese momento aprendí de un solo golpe
lo que es injusticia y que un niño de cuatro años puede ya sentir el deseo de no querer vivir
más y ambicionar ser devorado por las entrañas de la tierra”.

Lágrimas, sangre, oscuridad y más lágrimas serán los leitmotiv de la vida de Emma Reyes,
una artista, pintora y escritora colombiana formada en un convento en Bogotá. A través de
23 cartas que le escribe a su amigo Germán Arciniégas, Emma Reyes relata la historia de su
infancia en Colombia, que estuvo saturada de dificultades, experiencias y sentimientos que
una pequeña no debería conocer: estar encerrada días enteros sin ver la luz del sol, ser orinada
encima por un hombre de edad loco, ser golpeada por hablar y por callar, ser cuestionada por
saber de dónde viene y para dónde va, ser abandonada una y otra vez por familiares y no
familiares y jamás tener la respuesta a las preguntas ¿quién es tu padre?, ¿quién es tu madre?

La capacidad para recordar cada instante a la perfección provee al relato una voz
enternecedora que no solo despierta en el lector una compasión por la vida de la autora, sino
que también refleja la pureza del corazón de una niña que puede compadecerse por la vida y
los dolores de otros. En medio de su condición, Emma Reyes encontró el único escape de la
realidad posible para una niña de 5 años: la ilusión y la imaginación, abriendo espacios para
los juegos, las muñecas y la amistad. Si bien su estadía en el convento no fue una experiencia
exclusivamente religiosa, la autora conoció las virtudes de las que ella misma careció:
compasión, entendimiento, perdón y cariño.

—¿Tú eres mi amiga?


—Sí, soy tu amiga y te quiero —le respondí yo.

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