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El arte por el arte y la propaganda nazi

¿El empleo del «sistema de aparatos» en el nazismo es una estetización de la política o una
politización del Arte? Walter Benjamin probablemente nos diría que se trata de una
estetización, ya que, a través del complejo sistema propagandístico, se persuade a la masa
para que abandone la causa revolucionaria del comunismo. Su justo derecho a la abolición
de las relaciones de propiedad establecidas. Nos diría también que lo que se reproduce por
los medios de la «segunda técnica» no es material que sirva para el autoconocimiento de las
masas, y que tampoco el trabajo mismo ha tomado la palabra. Al revés: lo que hay es la
consolidación de perfiles ilusorios, muchedumbres-simulacro que venden una inauténtica
expresión del pueblo. Todo esto conduce, en suma, al mantenimiento de las relaciones de
poder, y por lo tanto, a una supuesta estetización de la política; es decir, imposibilitar al
sistema de aparatos y al Arte de generar movilización. Pero, y esto es lo esencial para mí
del último capítulo de la obra de Benjamin sobre la reproductibilidad, ¿estas acciones no
son acaso una prueba de politización? La propaganda nazi, después de todo, lo que busca es
emplear estos medios como lo haría cualquier sistema de gobierno, incluido el comunismo:
acostumbrar/educar a las masas con los que se consideran los valores auténticos. Para
hacerlo empleará todos aquellos fenómenos sociales, todos aquellos sujetos, oficios y
actitudes en los que se vean presentes estos principios de la nación. Allí donde haya
disciplina estará el operador de cámara grabando el talento para autoconocimiento de las
masas. ¿El comunismo no haría lo mismo? ¿Se permitiría propagar fascismos si en la
sociedad hay fascismos? ¡Ni pensarlo! Y probablemente saldría alguien a decir: «¡Qué
crimen! Lo que hace el comunismo es estetizar la política, ya que no permite que las masas
contrarrevolucionarias del fascismo logren su justa empresa: el restablecimiento de las
relaciones de propiedad. Nosotros, los fascistas, le responderemos con la politización del
Arte».

Este concepto de la «estetización» se usa con dos acepciones diferentes dentro del texto de
Benjamin. Por un lado está la acepción que hemos tratado, en la que la palabra tiene un
significado parecido al de «falseamiento» o «inmovilización», y por el otro está el que
considero yo el verdadero valor de la palabra, que se asocia con aquello denominado l’art
pour l’art en el texto.

Reducir la palabra estética a un simple «vender ilusiones que impiden fines


revolucionarios», me parece un crimen. Y no solo un crimen, sino también una estupidez,
pues no habría en todos el Universo un solo modo de abordar el sistema de aparatos que no
fuera susceptible de ser acusado de esto. Si la propaganda nazi emplea de tal forma sus
medios, es porque considera que está trasmitiendo los auténticos rasgos de la cultura. No
es que esté usando los medios para no generar reacción: el mantenimiento de la estructura
de poder es la reacción, es el fin político. Lo mismo pasaría entre cualquier tipo de
antagonismos, uno reclamaría ser portador de la verdad y acusaría al otro de falso; uno se
inviste con la politización y le asigna al otro el disfraz de esteta. No pasa lo mismo con la
segunda acepción. Cuando Benjamin cita el bello fragmento del manifiesto futurista escrito
por Marinetti, nos da la idea precisa del concepto: la posibilidad de contemplarnos a
nosotros mismos más allá de la moral, más arriba de cualquier bienintencionada porquería
que intenta domesticarnos. Dice el autor: «Fiat ars, pereat mundus, dice el fascismo, y
espera, como la fe de Marinetti, que la guerra sea capaz de ofrecerle una satisfacción
artística a la percepción sensorial transformada por la técnica. Este es, al parecer, el
momento culminante del l'art pour l'art. La humanidad, que fue una vez, en Homero, un
objeto de contemplación para los dioses olímpicos, se ha vuelto ahora objeto de
contemplación para sí misma. Su autoenajenación ha alcanzado un grado tal, que le permite
vivir su propia aniquilación como un goce estético de primer orden». ¡De esto sí que se
trata la estetización! ¡Y no como algo negativo! Esta es la verdadera libertad del hombre y
sus expresiones, la verdadera actitud apolítica de las Artes. ¡Qué me importan a mí la
recomposición social, la educación de idiotas y las miserables formas de la didáctica y el
decoro! Yo solo busco el diálogo sagrado, la conversación antes que la conversión. Tal vez
es un defecto irremediable esta actitud; puede ser, aunque esa idea se desvanece cuando
vemos las maravillas de los comprometidos, de los artistas/propagandistas/gestores-
sociales. ¡El triunfo de la voluntad, aquella obra infame, es merito de ustedes! ¡Toda la
propaganda nazi es obra suya! ¿Que mi apatía, mis intereses por la profunda gracia de la
guerra, la violencia, las voces criminales y el horror, es lo criminal? Criminal el que me
tome como maestro y no como hermano, que no me vea, como diría Baudelaire, como
vendedor de nubes. Criminal las ansias de ser mesías y de seguir mesías. Y por más que yo,
siguiendo a Marinetti, sea el equivocado, igual mi pensar es irremediable: solo puedo
aspirar a la imitación de los ángeles y no a la ética del animal, a la amistad pedestre de los
mortales.

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