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Teodoro Polo
Valladolid
1
San Agustin, Confesiones, Libro X, capítulo 6 y 7. El libro de John D.
Caputo, Sobre la religión, Madrid, Tecnos, 2005, comienza precisamente con esta
pregunta. S Agustín al inicio de su libro se había hecho también esta gran pregunta:
«¿Qué eres Dios mío?» Y seguidamente estas otras: «¿Qué soy yo para ti? ¿Qué
eres tú para mi? (Confesiones Libro I, capitulo 4 y 5). La palabra Dios aparece en
los labios de este hombre inquieto, buscador de la verdad, como misterio que sobre-
pasa el saber humano y que siempre acompaña al enigma que somos los hombres.
2
E. Levinas, En decouvrant l”existence avec Husserl et Heidegger, Paris,
Vrin, 1979. Ed augmentée, p. 235-236. Con esta expresión Levinas quiere pensar el
nombre y la palabra Dios lejos de toda tematización conceptual. No es un concepto.
La filosofía ha pensado a Dios como un concepto, como el ser supremo. Su intento
será decir adiós (à-dieu) a este Dios y remitir la palabra de Dios al rostro del pró-
jimo, del otro (Autrui). El nombre de Dios reenvía a la santidad y está «más allá
de la esencia», «más allá del ser». Es el «Dios que viene a la idea» como Infinito.
3
Un ejemplo de lo primero: un encuentro internacional, promovido por la
Conferencia Episcopal italiana. tenido en Roma a finales del año pasado con este
titulo. «Dio oggi. Con lui o senza lui cambia tutto». Se han publicado las actas
en un libro. Una muestra de lo segundo es la campaña publicitaria que hace un
año apareció en los autobuses urbanos de Londres y después en algunas ciudades
españolas: «Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y vive la vida». Se
ha publicado un libro con el mismo título de J.C. Marset y G: García en la editorial
Bronce, 2009. O esta cita irónica del novelista inglés Julian Barnes con la cual
comienza su libro: «No creo en Dios, pero le echo de menos» (J. Barnes, Nada
que temer, Barcelona, Anagrama, 2010, p. 9). Los ejemplos se podrían multiplicar
al infinito. La palabra «Dios» sigue siendo portada de libros de todo tipo. Mencio-
no dos que tienen afán divulgativo y que quieren llegar a todo público: Manfred
Lütz, Dios. Una breve historia del Eterno, Santander, Sal Terrae, 2009; Karen
Armstrong, En defensa de Dios. El sentido de la religión; Barcelona, Paidós, 2009.
DIOS PALABRA EXCESIVA 259
4
Cfr. J. Gómez Caffarena, El Enigma y el Misterio, Madrid, Trotta, 2007,
pp. 392-394: «El estatuto lógico y gramatical de «Dios». Véase también J. Martín
Velasco, Dios, Misterio santo en la historia de las religiones en Instituto Supe-
rior de Pastoral, Vivir en Dios, Hablar de dios hoy, Estella, Verbo Divino, 2004,
pp. 99-137 (en concreto pp. 106-112: Breve meditación sobre la palabra «Dios»).
5
Citado por Martín Velasco, o.c., p. 109.
6
H. Laux, Le Dieu excentré. Essai sur l”affirmation de Dieu, Paris, Beau-
chesne, 2001, pp. 35-54.
7
Martín Velasco, o.c. p. 109.
260 TEODORO POLO
Más allá del ser está el rostro del prójimo que sería «huella del Infinito». Otra es la
interpretación historicista que traduce el versículo 14a: «Yo soy el que seré», «El
que estaré con vosotros», que incluye un dinamismo, un «ser para» o «estar con».
El nombre de Dios estaría ligado a la historia del pueblo de Israel. Cfr. también:
Jacques Vermeylen, Nombre en Diccionario crítico de Teología (dir. Y. Lacoste),
(Madrid, Akal, 2007) pp. 856-857.
12
Olegario González de Cardedal, o.c., p.111.
13
«Puro significante «Dios» o Yahvé cuya sigla, desde la zarza ardiente, es el
acto de quemar todos los signos: Yo no tengo nombre sino lo que te hace partir»,
Michel de Certeau, La fábula mística (siglos XVI-XVII), Madrid, Siruela, 2006.
p. 177.
262 TEODORO POLO
14
Angelus Silesius El peregrino querubínico. Edición y traducción a cargo
de L. Duch, Madrid Siruela, 2005, II. 5.
15
Michel de Certeau, o.c. p. 174. La palabra «Dios» apuntaría al Totalmente
otro, al «aliud valde», «muy otro» (San Agustín) que ningún nombre dice, pero
también es el Dios que se dice en los mil itinerarios de la historia. El Nombre
impronunciable, y que debe continuamente ser tachado, es el que también se ex-
plicita en lo que está por llegar.
16
K. Rahner, Meditación sobre la palabra «Dios» en Idem, Curso fundamen-
tal sobre la fe. Introducción al concepto de cristianismo, Barcelona, Herder, 1984,
p. 67. Es muy recomendable la lectura de estas paginas dedicadas a la palabra Dios
(pp. 65-73). Menciono los epígrafes para darse cuenta de lo que Rahner desarrolla:
Existe la palabra, ¿Qué dice la palabra «Dios»? ¿Tiene futuro esa palabra? La
realidad sin esta palabra, La palabra «Dios» permanece, La palabra originaria que
nos viene impuesta. Cfr. también de K. RAHNER, Theos en el Nuevo Testamento
en Idem, Escritos de Teología, I, Madrid, Taurus, 1967, pp. 93-166.
17
Juan de Dios Martin Velasco, o.c. p. 110.
DIOS PALABRA EXCESIVA 263
18
«El Nombre no tiene nombre en ninguna lengua. Ninguna lengua ni le dice
ni le comprende. Es por lo que el Judío no pronuncia nunca el tetragrama que sin
embargo lee. Sustituyéndole oralmente por otros títulos se indica que el Nombre
no pertenece a nuestra lengua, sino que adviene de otra parte. El Nombre aparece
como un don, donde, en el mismo gesto, lo impensable nos da un nombre como
aquello en lo que el se da, y también como un don que da lo impensable, que no
se retira sin embargo más que en la distancia del don… El Nombre entrega pues lo
impensable, como impensable que se da; aquello impensable también se da, y por
tanto se retira en la distancia anterior que rige el don del Nombre». J. L. Marion,
L”idole et la distance; Paris, Grasset, 1978, p. 187.
19
Por eso decía con razón Pascal que de Dios sólo habla bien Dios («Dieu
parle bien de Dieu»). Nosotros solo honraremos ese nombre si nuestra existencia
está comprometida con esa palabra: «El nombre de Dios es abstracto en tanto que
no ha sido molido en las prensas de la existencia. Se anula de insignificancia en
tanto que un libre compromiso no lo haya experimentado para desearlo o comba-
tirlo». H. LAUX, o.c., p.46.
20
Martin Buber, Eclipse de Dios, Salamanca, Sígueme, 2003, p. 41-42.
264 TEODORO POLO
aplastarla contra el suelo; en ella están todas y cada una de las gotas de
su sangre. ¿Dónde podría encontrar yo una palabra mejor para describir
lo más alto? Aunque tomara el concepto más puro y resplandeciente
de la cámara más recóndita en la que los filósofos guardan su tesoro
más preciado. Lo único que en él podría hallar es una imagen inte-
lectual que no nos vincula, mas no la presencia de Aquel en el que
pienso, de Aquel a quien el linaje humano ha venerado y envilecido
con su monstruo vivir y morir. Me refiero a Aquel a quien invocan
las diversas generaciones humanas, angustiadas por el infierno o en
camino hacia las puertas del cielo. Es cierto que dibujan caricaturas
y debajo escriben la palabra «Dios»; se matan entre ellos y dicen que
lo hacen en «nombre de Dios». Pero cuando desaparecen toda locura
y todo engaño, cuando los hombres se colocan ante Él a solas en la
oscuridad, y ya no dicen «El», sino que suspiran «Tu», «Tu», y gritan
«Tu», todos, cuando todos ellos piensan en El mismo y único y cuando
añaden «Dios», ¿no es este el auténtico Dios al que llaman el Uno,
el Viviente, el Dios de los hijos de los hombres? ¿No es Él quien les
oye? ¿No es Él quien les escucha? ¿No es, pues, justamente por eso la
palabra «Dios» la palabra de la invocación, la palabra hecha nombre, la
palabra sagrada en todos los tiempos y en todas las lenguas humanas?
Debemos estimar a los que no la admiten porque se rebelan contra la
injusticia y el abuso que tan de buen grado se justifican con la palabra
«Dios», pero no podemos abandonar esta palabra» 21.
¿Qué sucedería si abandonásemos esa palabra por considerarla
desgastada y lastrada por tantas deformaciones? ¿Se la puede olvidar,
podemos callarla? ¿Significa algo? 22. Martin Buber constataba a fina-
21
Idem, p. 42-43.
22
Los teólogos de la muerte de Dios, sobre todo P. van Buren, influenciados
por la filosofía del positivismo lógico, vieron en la palabra «Dios» una palabra
sin significado, porque no es verificable en el mundo empírico; carece pues de
sentido. Es un conjunto de sonidos y letras vacío que no hace referencia a nada.
Por ello propusieron cambiar las afirmaciones sobre Dios por afirmaciones sobre
el hombre. Es lo que S. Guerra ha llamado «la muerte semántica de Dios» Véase
su magnífico artículo y muy recomendable para nuestro tema: El reto del discurso
cristiano: decir hoy «Dios» significativamente: Revista de Espiritualidad 53 (1994)
255-315 (en concreto pp. 290-292). Tenemos que referirnos también a la teología
radical de Don Cupit, para quien Dios funciona simplemente como un signo sin
nada más allá. No hay Absoluto detrás de la palabra. La religión funciona como
expresión simplemente de «humanismo», que busca la felicidad, que no es más que
DIOS PALABRA EXCESIVA 265
26
Cfr.: A. M. HAAS, Viento de lo absoluto, Madrid, Siruela, 2009, pp. 23-29:
Wittgenstein y lo inefable. Del mismo autor este artículo: Abordar a Dios en el
silencio. La experiencia de Dios en la mística, en Pascual Cebollada (ed) Expe-
riencia de Dios y misterio de Dios, Madrid, San Pablo-Universidad de Comillas,
2009, pp.113-159. La revista portuguesa Didaskalia XXXIX (2009) fascículo 1, ha
dedicado un monográfico al silencio: Cartografias do silêncio. O. Pujol – A. Vega,
Las palabras del silencio. El lenguaje de la ausencia en las distintas tradiciones
místicas, Madrid, Trotta, 2006.
27
Para toda esta temática conviene remitir al libro fundamental de R. Pa-
nikkar, El silencio de Buddha. Una introducción al ateismo religioso, Madrid,
Siruela, 1996. Se trata de una segunda edición. La primera llevaba como titulo
significativo: El silencio de Dios (1970).
28
R. Panikkar, o.c., p. 257.
DIOS PALABRA EXCESIVA 267
29
Idem, p. 291.
30
Están publicadas en castellano: Pseudo Dionisio Areopagita, Obras com-
pletas. Edición preparada por Teodoro H. Martín. Presentación por Olegario Gon-
zález de Cardenal, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1990. Otra edición en
la misma editorial y también preparada por el mismo traductor, Teodoro H. Martín
del año 2007. Esta última, según palabras del traductor más literal. Para una buena
comprensión de este espiritual hay que remitirse a los estudios de Y. De Andia, y de
R. Roques. Una introducción a su pensamiento el libro de Maria Toscano – Ger-
man Ancochea, Dionisio Areopagita. La tiniebla es luz, Barcelona, Herder, 2009.
268 TEODORO POLO
más radical que los anteriores porque está mas allá de cualquier predica-
ción. Dios no se deja enredar en nuestros modos de decir lo verdadero
y lo falso. «La tercera vía se juega más allá de las oposiciones entre
la afirmación y la negación, la síntesis y la separación, lo verdadero y
la falso […], no se trata de decir lo verdadero y lo falso, se trata de
evitar decirlos, sobrepasar su duelo, como el de los valores de verdad
en los que se juega la metafísica» 35. El aprecio del Pseudo Dioniso
por las negaciones es evidente, pero éstas como ya se ha señalado no
tienen la palabra final. No basta la negación para decir o acercarse a las
cosas divinas. Porque en palabras de Marion para Dios no hay nombre
propio, ni apropiado […], no se trata de nombrarle o de no nombrarle
sino de de-nominarle (de-nommer)» 36. Así explica esta construcción
lingüística dé-nommer, vocablo que emplea para definir esta tercera vía:
«Dé-nommer en el doble sentido que el término podría tomar: nombrar
(nombrar en vista a…»nominar»), pero con una negación después, y
de esta manera deshacerlo de toda nominación. La denominación lleva
en su ambigüedad la doble función de decir (afirmar negativamente)
y deshacer este decir del nombre» 37. Aquello que sobrepasa y excede
toda nominación, y todo nombre el Pseudo Dionisio le da el título de
Causa (aitía), pero no se trata de la causa de la filosofía metafísica,
(tan criticada por Heidegger y que ha llamado ontoteología): el Dios
causa de sí mismo y de todas las cosas, pues ello llevaría a confundir
a Dios con un ídolo, un ser más, aunque sea el primero y sumo. La
Causa de que habla nuestro monje, como título radical de Dios, excluye
toda predicación o designación positiva o negativa porque es inatrapable
y está más allá de todas las cosas. Tal como señala J. L. Marion, ese
nombre pertenece a una pragmática del lenguaje y al lenguaje de la
alabanza, en el que no funciona como definición sino como deíctico al
que se apunta. Escapa, por tanto a las redes predicativas del lenguaje
que intenta definir lo verdadero y lo falso. De esta manera sobrepasa
la afirmación y la negación. «Aitía no es la «causa metafísica», sino
38
Idem.
39
J. L. Marion trae a este respecto un magnífico texto de Gregorio de Nisa
contra Eunomio: «Qué significa el nombre innombrable del cual habla el Señor
cuando dice: «Bautizadlos en el nombre, sin añadir la significación proferida por
ese nombre […]. La naturaleza increada que nosotros creemos constituida en el
Padre, Hijo y Espíritu, sobrepasa toda significación que un nombre podría decir.
Es por lo que el Verbo, diciendo este nombre, no ha añadido en la tradición de
la fe lo que el es. ¿Cómo habría encontrado, en efecto, un nombre para una cosa
que está por encima del nombre? […] El nombre de la esencia divina es indecible
e incomprensible». Dios es mero Nombre. Nombre innombrable.
272 TEODORO POLO
42
San Gregorio de Nisa, Vida de Moisés. Edición preparada por Teodoro
H. Martín-Lunas, Salamanca, Sígueme, 1993, p. 104. «En esto consiste la visión
de Dios, en el hecho de que quien levanta los ojos hacia él no cesa jamás de
desearlo», p. 124. Véase la hermosa meditación de Michel de Certeau sobre la
visión de Dios, Éxtasis blanco en su libro: La debilidad de creer, Buenos Aires,
Argentina, Katz, 2006, pp. 313-316.
43
San Gregorio de Nisa, Comentario al cantar de los Cantares, Homilía 8.
Ofrezco la traducción de Panikkar, en o.c. p. 247, tomada de la Patrología Griega
44, 941. La versión castellana debida a Teodoro H. Martin en Salamanca, Sígueme,
1993, p. 136, dice así (versión ampliada): «Lo que se comprende es mayor que lo
que hasta ahora se ha comprendido, pero no está en el término de lo que busca-
mos. El término adonde hemos llegado es principio para escalar bienes superiores.
Nunca se detiene en la sabiduría volviendo a empezar desde el primer escalón, ni
llega tampoco al último desde donde no podría subir más. El deseo del que sube
nunca se satisface con lo andado; sigue el alma subiendo de deseo en deseo, de
lo más alto a lo más infinito».
44
San Gregorio de Nisa, Vida de Moisés. p. 126.
45
Idem, p. 105.
274 TEODORO POLO
sepa decir como el místico Juan de la Cruz: «ni eso, ni eso, ni eso otro». Cfr. Juan
Antonio Estrada, Imágenes de Dios. La filosofía ante el lenguaje religioso Madrid,
Trotta, 2003; Jose María Mardones, Matar a nuestros dioses. Un Dios para un
creyente adulto, Madrid, PPC, 2009 (6ª ed.). Por lo que se refiere a Eckhart: Cfr.
W. Wackernagel, Ymagine denudari. Ethique de l”image et metaphysique de
l”abstraction chez Maitre Eckhart, Paris, Vrin, 1991.
51
Maestro Eckhart, Tratados.., p. 697.
52
Idem, p. 399.
53
Idem; El fruto de la nada, p. 31, respectivamente.
54
Hermosa imagen que resume toda la mística de Eckhart. Pertenece a una
estrofa del poema llamado Granus Sinapis (El grano de mostaza). Dice así: «Aban-
dona el lugar, abandona el tiempo/ ¡y también la imagen! Si vas sin camino por la
senda estrecha/ alcanzarás la huella del desierto. (Maestro Eckhart, El fruto de
la nada., p. 141). Allí donde se borran todas las huellas, en el desierto silencioso,
es donde se llega a la verdadera realidad de Dios y del hombre.
55
Tratados y Sermones, p. 399.
276 TEODORO POLO
nemos que pedir: «Señor, con el mismo nombre que has ungido en tu
corazón santo y vertido con tu luz, te pedimos y alabamos». En segundo
lugar tenemos que aprender que no damos a Dios ningún nombre, de tal
modo que creyéramos haberlo alabado y honrado necesariamente, pues
Dios está más allá de nombres y es inefable» 56. Para aquel que lo halla
en el fondo de su ser ninguna palabra le nombra pues es innombrable
e indecible. Hacerlo sería objetivarlo en un afuera, constituirlo en un
enfrente del hombre. Es «secreto inefable», «modo sin modo», «ser
sin ser». Lo más que se puede decir de él es que «es un no sé qué
que esta más allá de todo 57». O también una «nada». Comentando en
el sermón del pasaje de Hech 9, 8: «Saulo se levantó del suelo, y con
los ojos abiertos, nada veía», el maestro Eckhart le da una cuádruple
interpretación: «Un sentido es este… nada veía y esa nada era Dios;
puesto que cuando ve a Dios lo llama una nada. El segundo, allí no
veía nada sino Dios. El tercero: en todos las cosas nada veía sino a
Dios. El cuarto: al ver a Dios veía todas las cosas como una nada» 58.
Identificar a Dios con la nada es huir de cualquier representación que
pudiera anularle. En el mismo sermón desarrolla esa idea a partir de
otros pasajes bíblicos. (Cantar de los Cantares, 3, 1: «He buscado
en mi lecho, durante toda la noche, a aquel a quien ama mi alma y
no lo he encontrado»). Su intención es descubrir a Dios, la verdadera
realidad divina, abandonando todo lo que le entorpezca, incluso los
nombres, por eso dice que la esposa en el cantar no da el nombre del
amante: «Si hubiera que darle un nombre, habría que permanecer en
algo concreto y Dios está por encima de todos los nombres» 59.
56
El fruto de la nada, p. 84.
57
Idem, p. 71. 93, 90. Expresión que nos recuerda el balbucir de san Juan de
Cruz de la estrofa 7 del Cántico espiritual: «Y todos cuantos vagan/ de ti me van
mil gracias refiriendo,/ y todos más me llagan/ y déjame muriendo/ un no sé qué
quedan balbuciendo». El lenguaje balbuciente y simbólico sanjuanista urge recu-
perarlo en nuestra tradición religiosa, en la cual por desgracia se le ha olvidado
en detrimento de un lenguaje discursivo, conceptual. Cfr. Francesc Torradeflot,
Silencio y religión: el silencio del fluyente balbucir en: Lectura simbólica de los
textos sagrados. Barcelona, Centre d’Estudi de les traditions religioses, 2006, pp.
103-129. M: Corbi, Conocer desde el silencio, Santander, Sal Térrea, 1992.
58
El fruto de la nada, p. 87.
59
El fruto de la nada, p. 90 Toda la exégesis que realiza de ese pasaje del
Cantar de los Cantares es una maravilla para ver cómo el místico exprime hasta el
final el texto con la intención de honrar el misterio de Dios, que no es identificable
DIOS PALABRA EXCESIVA 277
con nada, con ningún ser, y por eso es nada. Una luz cegadora que transforma en
nada lo que alumbra y por tanto oscurece.
60
¿La palabra «Dios» funcionaría sólo como signo indicador de la realidad
última? ¿Podríamos decir de ella lo mismo que decía Heráclito en uno de sus afo-
rismos: «El Señor que está en Delfos ni revela ni oculta, indica». Cfr. Heráclito,
Fragmentos e interpretaciones. Madrid, Ardora, 2009, p. 58. En las pp. 216-222
se dan diferentes interpretaciones que a lo largo de la historia se han hecho de
esta misteriosa frase.
61
A lo largo del trabajo se han mencionado ya algunas obras de J. L. Marion.
Para la cuestión de la fenomenología de la donación conviene remitirse a sus libros
Reduction et donation (1989), Étant donné (1997), Du surcroit (2001). En español
tenemos traducido el segundo: Siendo dado. Ensayo para una fenomenología de la
donación, Madrid, Síntesis, 2008. Véase también el libro Acerca de la donación.
Una perspectiva fenomenológica, Buenos Aires, 2005, que recoge unas conferen-
cias dadas en Argentina. Asimismo muy interesante también su libro El fenómeno
erótico, Córdoba (Argentina), El Cuenco de Plata, 2005 (fenomenología del amor
considerado como fenómeno saturado). Su interés consiste en estudiar el fenómeno
de otro modo diferente que no sea a partir del objeto o del ser (ente), sino a partir de
su propio aparecer o manifestación, que es un movimiento de donación, en la cual
hay un exceso de la intuición (noesis) sobre el concepto o la significación (noema).
278 TEODORO POLO
62
Pseudo Dionisio, Los Nombres de Dios, I, 5. En la edición de la BAC,
1990, p. 274.
63
J. L. Marion, Au nom…, p. 362. La cita de Juan Crisóstomo de su libro
De incomprehensibili Dei natura citado por Marion. Cfr. R. Otto, Crisóstomo
sobre lo inconcebible en Dios, en IDEM, Ensayos sobre lo Numinoso, Madrid,
Trotta, 2009, pp. 17-25.
64
En su libro Dios sin el ser, que prolonga las reflexiones anteriores de
L”Idole et la distance, ha señalado las diferencias entre la mirada idolátrica del
hombre, que en el concepto o representación se adueña de lo que aparece y se
detiene en esa visión (se satisface y se fascina en ella, sin ir más allá), y la mirada
DIOS PALABRA EXCESIVA 279
del icono que encara, reclama apela y desequilibra nuestra mirada para llevarla
a lo invisible. La gloria y resplandor del icono ofrece un abismo que el hombre
nunca logra sondear. En palabras de Juan Damasceno: «Todo icono manifiesta el
secreto y lo indica».
65
Juan Antonio Marcos, Un viaje a la libertad. San Juan de la Cruz, Madrid,
Ede, 2003, p. 162: «A Dios se llega cuando se deja de lado (o se trasciende) el
conocimiento categorial. Porque todo eso no es Dios». Dios no cabe dentro de los
esquemas de nuestro conocimiento, es supracategorial. Ninguna «noticia» le abarca
o le contiene. A él se llega no entendiendo, no gustando, no sintiendo. Dios no
es una idea, un objeto que se piensa, un «algo» que se pueda poseer… Dios es
«abundancia e ímpetu» (Cántico, prólogo) que «excede toda palabra» (2 Subida
del Monte Carmelo, 26, 1). Dios «rebosa» (Cántico, prólogo) y se sale fuera de
nuestras palabras que intentan decirlo.
66
Por ejemplo J. Moingt, Gratuité de Dieu: Recherches de Science Religieuse
83 (1995) 331-356.
67
J. L. Marion, El fenómeno erótico, p. 253. Aunque propiamente este libro
es una hermosa y profunda reflexión fenomenológica sobre el amor en sí mismo,
en las últimas páginas aparece la mención de Dios, el que ama «infinitamente
mejor que nosotros. Ama a la perfección, sin una falta, sin un error, del principio
a fin. […] La más alta trascendencia de Dios, la única que no la deshonra, no se
refiere al poder, ni a la sabiduría, ni siquiera a la infinitud, sino al amor. Porque
sólo el amor basta para poner en práctica cualquier infinitud, cualquier sabiduría
y cualquier poder. Dios nos precede y nos trasciende, pero sobre todo en cuanto
que nos ama infinitamente mejor de lo que nosotros amamos. Dios nos sobrepasa
en calidad de amante» (p. 254). J. A. Gómez Caffarena también piensa que el
mejor símbolo que le cuadra a Dios, al Dios siempre Misterio, es el de amor, y
habla en su libro ya citado de «Dios»: «Privilegio simbólico del amor personal»,
pp. 445- 503.
280 TEODORO POLO
68
J. L. Marion; Dios sin el ser, p. 80
69
J. L. Marion, El fenómeno erótico, p. 86.
70
«Es para nosotros una cosa temible nombrar por nuestros propios nombres
Aquel que Dios le ha concedido el don del nombre sobre todos los nombres»,
Citado por Marion, Au nom, p. 339.
71
Siempre conviene recordar este texto de san Juan de la Cruz de 2 Subida
22: «Porque en darnos, como nos dio a su Hijo que es una Palabra suya, que
no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta Palabra, y no tiene
más que hablar. […] Por lo cual, el que ahora quisiera preguntar a Dios, o querer
alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios,
no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad. Porque
le podría Dios responder de esta manera, diciendo: «Si te tengo ya habladas todas
las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora
responder o revelar que se más que eso?»
72
J. L. Marion en su libro Dios sin el ser en un momento, cuando intenta
respetar la distancia de Dios que no se puede equiparar ni identificar con el Ser,
sobrepone a la misma palabra Dios una cruz, la cruz aspeada. De esta manera tan
gráfica y plástica indica cómo en la palabra Dios tachada con esta cruz al mismo
DIOS PALABRA EXCESIVA 281
tiempo que no se hace de ella un ídolo conceptual se indica al Dios que se revela
(se dice, se nombra) en la crucifixión.
73
F. Nietzsche, El crepúsculo de los dioses, en IDEM, [Obras II], Madrid,
Gredos, 2002, p. 740.
74
Cfr. Santiago del Cura, A tiempo y a destiempo. Elogio del Dios (in)
tempestivo: Burgense, 43 (2002) 323-378.
75
El exceso también dice relación a lo que adviene como sorpresa, imprevisto,
por tanto. Es aquello que sorprende y nunca se olvida, tanto porque permanece en
el recuerdo como porque es incesante. Tiene rango de acontecimiento que funda y
abre espacios nuevos. Cfr. J. L. Chretien, Lo inolvidable y lo esperado, Salamanca,
Sígueme, 2002. C. Romano, Lo posible y el acontecimiento, Santiago de Chile,
Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2008.
76
La filosofía de M. Onfray, por ejemplo, claramente apuesta por la desapa-
rición de Dios del universo de los hombres. Su «ateología» es un alegato contra
el Dios cristiano y un manifiesto por un hedonismo materialista. El rechazo a
Dios también se da en autores como Christopher Hitchens, Dios no es bueno;
Barcelona, Debate, 2008). Otros, aunque recurren a la religión cristiana y a la
presencia de Dios en la vida de los hombres la rebajan a mero humanismo (L.
Ferry) o espiritualidad atea sin transcendencia (A. Compte-Sponville). El libro de
Caputo citado en la nota 1ª intenta repensar a Dios desde las categorías del amor,
de lo improbable, de la sorpresa. del secreto, lo que está por llegar… Otros autores
apuntan a un «dios debil» (Vattimo). Más radical es la propuesta de Mark Taylor
en su libro After God, Chicago, University Press, 2007, reivindicando una «religión
sin Dios», sin el Dios tradicional. María Corbí entre nosotros habla también de una
«religión sin religiones» o de una espiritualidad laica sin creencias, sin religiones,
sin dioses». R. Kearney, por su parte, sugiere retornar a Dios después de Dios; lo
que él llama anateismo (así se titula su libro Anatheism: returning to God alter
God, Columbia University, 2009.