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  El mundo que llevo adentro mío, con el que convivo todos los días, 24 horas

sobre 24, está poblado de imágenes, recuerdos, ideas, fantasmas pero no de


hombres y mujeres. Ellos están de mi piel para afuera, en el Mundo. 7.600
millones. Que enormidad!

Hace 300 años pocos sabían algo acerca de los otros que vivían a cientos o
miles de kms de su lugar. Hoy los 5 mil millones que nos comunicamos con
celular vemos en nuestras pantallas que hacen cotidianamente quienes viven
en las antípodas. En el conocimiento de la existencia y del quehacer de los
otros hemos avanzado exponencialmente.

Hay cosas que nos suceden a todos, nacer, morir, y otras, a casi todos,
alimentarse, (menos los 800 millones que son desnutridos crónicos),
reproducirse, agruparse en conglomerados urbanos, trabajar, o sea
procurarnos la subsistencia (lo que antes se hacía cazando, cultivando o
conquistando a los vecinos), o ver en una pantalla la final del Mundial (4.000
millones lo hicimos).

Hoy sabemos que, paradójicamente, somos iguales y a la vez distintos.


Por eso a veces nos pensamos como un todo.
Decrecimiento
Porqué la vida es poquita cosa y consumir nos lo hace olvidar; porqué
comprar objetos está asociado con gratificación, con satisfacer deseos
(deseítos si son de los que se pueden comprar) o cumplir objetivos; porqué
gastarlo es lo mejor, a veces es lo único, que podemos hacer con el dinero que
gano; porqué nos sentimos libres comprando lo que puedo elegir o poderosos
comprando lo que muchos otros no pueden; porqué comprando algunas
cosas adquirimos identidad: expresamos que tenemos una buena posición o
buen gusto o que conocemos las últimas tendencias; y por muchas otras
razones más, consumimos. Todos consumimos lo que podemos (a veces más)
y sino podemos (porque somos pobres o porque somos cubanos o africanos
del Zahel ) somos capaces de cruzar el mar en una cáscara de nuez o robarle
la cartera a una vieja para comprar la camiseta oficial del Barça. Y el sistema
potencia nuestras ganas: la publicidad, el crédito, la obsolescencia programada
(las cosas se fabrican deliberadamente para durar un corto tiempo), cada vez
más eficaces, facilitan y estimulan el consumo. "Todos queremos más", cantan
los pamplonicas cuando termina las fiestas de San Fermín después de una
semana de comer, beber y reír como nunca lo hacen el resto del año. "Todos
queremos más": esto mueve el mundo capitalista hoy.
 Lo dice hasta la figura más representativa de la izquierda argentina. Cristina
Kirchner, una antigua partidaria de la Revolución Socialista, decía orgullosa
cuando era presidenta: “Argentina sufre la crisis económica menos que el resto
del mundo porque nuestro modelo se basa, no en los recortes y los ajustes,
sino en políticas que fomentan la producción y el consumo. Queremos que el
capitalismo funcione en serio” dice la ex-rojilla. Producir, consumir, eso es
funcionar.

 Mientras aquí en el 3er Mundo queremos que el capitalismo funcione, en el


1ero  muchos encuentran que funciona demasiado bien. Tan bien, pero tan
bien que avanzamos a una velocidad increíble. Hacia un abismo, claro,
sostiene un de intelectuales y científicos que habla con palabras que (me)
suenan certeras y sabias. Serge Latouche, un economista francés cabeza
visible de la Idea del Decrecimiento y otros intelectuales nos explican porqué
no tenemos más remedio que bajar un cambio y encontrar la forma de parar la
máquina.
Y proponen una nueva Utopía para el Siglo  XXI: hombres  y mujeres
viviendo a un ritmo humano, dueños de su  tiempo, disfrutando  más de las
relaciones (los hijos,  la  amistad,  el amor) que de las  Toyota Hilux, los bolsos
Prada y los Blackberry. Un mundo  lleno de  Pepes Mujica. No  estaría mal,
seguro que  funcionaría mejor  que este.                                            

 Están también los que creen en el sistema. O que por lo menos no quieren
creer que este camino nos lleva a la catástrofe. "Ideas apocalípticas
trasnochadas", dicen. Los hombres sabemos como pilotear las dificultades,
para eso la ciencia, para eso la cultura, para eso las instituciones que hemos
creado. Es más, ni aunque quisiéramos no podríamos parar: menos consumo
es menos producción es menos trabajo es más desempleo. Eso sí que es la
catástrofe. 
 O sea que estamos jodidos: por más que Latouche nos convenza sobre la
necesidad del Decrecimiento, no podemos ni queremos parar. Hay que seguir
produciendo más y consumiendo más porque sino lo que hoy es apenas una
crisis se convertirá en un violento infierno de hambre y miseria.
 Como en aquella película Speed, donde Sandra Bullock y Keanu Reeves
conducían a gran velocidad un autobús que no podía desacelerar porque sino
explotaba, no sabemos como parar este mundo que parece encaminarse a
máxima velocidad hacia la autodestrucción. 

 A mi alrededor nadie sabe lo que dice Latouche, o si, pero no importa.


Seguimos viviendo nuestra vida un poco zonza, sabiendo que el desastre no
nos va a tocar a nosotros: todavía el nivel de los mares no subió demasiado,
hay petroleo, el aire es respirable y no toda la comida está envenenada.
Además reciclamos la basura, cerramos la canilla cuando nos cepillamos los
dientes y clickeamos “Me Gusta” en todas las causas ecologistas que nos
llegan al Facebook. Como para tranquilizarnos. "Porque me preocupa el mundo
que les vamos a dejar a nuestros hijos"...bla,bla,bla. Mentira, en el fondo no
nos preocupa porque sabemos que no va con nosotros. Todavía falta
muchísimo para el Gran Fin de Fiesta...  bueno, todavía falta ¿bastante?... Por
cierto, cuanto  faltará todavía?
De Shopping
Debo hacer un regalo a mi mujer. Se me ocurre un electrodoméstico. Recorro
el salón de uno de los grandes comercios dedicados a venderlos.. Veo, en este
orden: un lava platos (podría pagar una cuota), yogourteras, la versión eléctrica
de instrumentos sencillos como un cepillo de dientes eléctrico, un abrelatas o
un pelapapas idem, una máquina para hacer helados, un batidorcito para
capuchino, un juego para somelier (termómetro, sacacorchos laser, tacita de
plata ad-hoc y alguna gansada más), bicicletas de mentira para creer que
paseas por el Parque Rivadavia, cintas simuladoras de treckings imaginarios
De pronto me sobreviene un flash, un insight: me paro en medio del salón,
giro 360º mirando con atención los cientos de artículos en exposición y me
asalta la siguiente certeza: el desarrollo tecnológico que se aplicó en la mayoría
de estos objetos persiguió uno de estos dos objetivos, ahorrar tiempo o ahorrar
esfuerzo
Mi cabeza siguió reflexionando por este camino: estos objetivos son dos de
las trampas en las que estamos enmarañados los hombres y mujeres de
nuestra cultura: para ahorrar tiempo y esfuerzo compramos objetos que nos
exigen invertir más tiempo y más esfuerzo en trabajar para pagarlos.

Y además: el conocimiento al que accedimos de que podemos potenciar


nuestra energía mediante el uso de máquinas y herramientas degeneró en la
estúpida idea de que podemos obtener resultados significativos involucrando
un mínimo de nuestra energía. Por ejemplo: podemos adelgazar con un tecito,
con una faja que da calor o con 10 min. diarios de ejercicios en una máquina
que se mueve con el meñique. O que vale la pena evitar el movimiento del
brazo cuando en Navidad hay que cortar el vitel tonné comprando un cuchillo
eléctrico.

 Por supuesto que toda esta parafernalia de objetos inútiles no es inocua: son
parte de ese enorme exceso de consumo que impacta en el ambiente sin
ningún beneficio para nadie salvo para el fabricante que bien podría dedicar su
capacidad productiva a otros menesteres.
Veo pasar por mi pueblo turístico a grupos de turistas urbanitas, demasiado
entraditos en carnes, caminando con dificultad los 200 mts. que exige la visita a
una cascada. La mayoría no está acostumbrada a realizar el esfuerzo de
caminar. Me pregunto si la pérdida de capacidades es el costo que estamos
pagando por mantener funcionando la máquina disparatada del consumo.
Una razón por la que el mundo es hoy un lugar mejor
Es un verano caluroso en la montaña: hoy hacen unos poco frecuentes 35º.
Me cruzo con una de las tantas familias judías ortodoxas que visitan mi pueblo
en estos días. Él camina adelante, despacio, con los 2 chicos de la mano.
Tiene 20 y tantos años, barba, un traje negro, camisa blanca y un sombrero
negro y grande. Los chicos tienen 2 y 3 años y llevan un  kipa  sobre sus
cabecitas. Ella, también jovencita, camina detrás, casi temerosa, con el pelo
tapado, una falda larga y amplia y medias 3/4 para no mostrar la piel. Sin
maquillaje ni adornos: indudablemente pretende no ser ni sexy ni atractiva y lo
logra. Pertenecen a un grupo, cada año más numeroso, de judíos religiosos
porteños que veranean en Bariloche.
Ellos como muchos hombres y mujeres en todo el mundo, no solo judíos sino
también cristianos, musulmanes y seguramente de muchas otras religiones
respetan la norma de evitar que las mujeres despierten el deseo sexual en
otros hombres aparte del suyo (y tampoco mucho): a Dios no le gusta que los
hombres usen el sexo más que para procrear. Sus razones tendrá:
seguramente las familias respetuosas de esta norma son más estables y
menos propensas a cuernos, divorcios y otros dolorosos incidentes de este
tipo.  Basta ver como en las sociedades modernas,  cada vez más erotizadas y
menos religiosas, los matrimonios, las parejas, las familias son más bien un
despelote.
 De hecho empezamos a ser humanos desnudos y después inventamos el
pudor, el vestirnos, el tabú del incesto y todas las restricciones al sexo,
seguramente para que nos reprodujéramos sanamente sin degenerar. De ahí
en más hemos vivido siempre tapándonos, como Dios manda, hasta que las
mujeres de mi generación empezaron a tomar masivamente anticonceptivos, a
trabajar, a formarse y a destaparse: ellas fueron las que hicieron la Revolución
Sexual.
No se bien cual ha sido la importancia de esto, no se cuan valiosa es la
libertad sexual de la que gozan, por ejemplo, aquel grupo de pibas en
musculosa y en shorts escasos que se cruzan con la chica judía que sigue
caminando atrás de su hombre con su falda larga.
  En todo caso mucho menos importante que la verdadera Revolución
Femenina que fué el paulatino e incontenible avance de las mujeres, sobre los
espacios de poder en todos los ámbitos de nuestras sociedades.
Y   aunque algunas mujeres poderosas decididamente no me gustan, y otras
son tan desastre como algunos hombres ,  estoy convencido de que el mundo
es un lugar mejor desde que  en los despachos donde se asienta el poder
hay  menos testosterona y más estrógenos.
Un mundo mejor
Desde que somos hombres nos organizamos socialmente en pirámides. A
través de los tiempos nunca los integrantes de un grupo social hemos sido
iguales entre nosotros. Arriba sólo unos pocos: reyes, machos alfas, césares,
emperadores, incas, caciques, faraones, loncos y sus familias, los detentadores
del poder absoluto. Un poco más abajo un séquito de privilegiados: nobles,
sacerdotes, aristócratas, brahmanes, guerreros, ricos Y más abajo aún
campesinos, obreros, artesanos, comerciantes, profesionales con derecho a
ser dueños de su fuerza de trabajo y a los bienes que produzcan. En el fondo,
debajo de todos, los siervos y los esclavos, ellos si que nada . Siempre ha sido
así, tal vez porque aprendimos que es la forma más eficiente de funcionar en
grupos.
A veces una creencia lo explicaba: el Inca, Luis XV lo eran por que el dios
correspondiente así lo quería. Otras, el derecho a ser el vértice de la pirámide
venía por herencia. Otras lo daba el ser el más macho, el más fuerte, el que
derrotaba a todos los otros pretendientes al poder.

Hoy arriba están los muy, muy, muy ricos. Ya no hace falta que Dios nos de
una manito, ni ser el más malo de la tribu, ni nacer hijo de un conde. Basta con
ser un lúcido y talentoso emprendedor tecnológico (Jeff Besos (Amazon), Bill
Gates, Mark Zuckerberg, Jack Ma o Poni Ma (los chinos que ya llegan)), vender
lujo a los otros poquitos super ricos (Bernard Arnault (Dior, Vuitton)), o ser un
talentoso (y algo despiadado) inversor en empresas, acciones, bonos y cosas
por el estilo como el tímido y austero Warren Buffet.

Compartí con muchos otros chicos y chicas de mi generación, la ilusión de


que podíamos “cambiar el mundo” a nuestro parecer, hacerlo como a nosotros
(en realidad a nuestros formadores de opinión y a los cráneos pensantes de las
organizaciones en las que militábamos) nos parecía que sería “mejor”, más
“justo”…Una idea que provenía seguramente de fines del siglo XVIII: que
hicieron, sino, aquellos tipos, que asaltaron La Bastilla y le cortaron la cabeza a
Luis XVI, sino cambiar el mundo? Acaso Lenín, Trotzky y Stalin no estaban
haciendo un mundo mejor? Y Mao y el Che y Fidel y Lumumba y Pol Pot y su
genocidio revolucionario y Abimael Guzmán y su oscuro Sendero Luminoso y
Los Tupas y los Montos y los otros estúpidos “locos de la guerra”como
Gorriarán Merlo y tantos otros que incendiaron sus países con el fuego sagrado
y purificador de la Revolución, no querían acaso un mundo mejor?

Hoy cuando ya no quedan ni las cenizas de aquellas revoluciones creo haber


aprendido algo sobre nuestra pequeñez y sobre la soberbia mesiánica que se
instaló en las mentes de muchos de los que navegamos el universo sobre este
planeta a fines del siclo XX. El mundo cambia, el mundo se hace mejor por la
acción de miles de millones de hombres y mujeres que segundo tras segundo,
año tras año, siglo tras siglo trabajan, crean, crían, procrean, inventan,
mantienen, cuidan, piensan, reflexionan, aprenden y tantas otras acciones que
son las que nos hacen hombres y mujeres concientes.
Un pibe, un típico “traga”, (“empollón”), se encierra hace 40 años en un garaje
de Seattle y da el primer y enorme paso (Microsoft) para que el mundo sea el
que es hoy, imposible de imaginar sin computadoras
Un investigador acá, un médico allá y un laboratorio más acá y en pocas
décadas estamos viviendo 25 años más que la generación de nuestros
abuelos. Y los gobiernos no saben de donde sacar dinero para pagar a tantos
jubilados longevos cuando cada vez trabaja menos gente.
Un estudiante en zapatillas Nike se dedica con unos pocos miles de otros
pibes y pibas, a organizar el conocimiento del mundo. Google ya nos indica lo
que hay que saber de cada cosa que querramos saber. La nueva Biblioteca de
Alejandría está en California, en unos cuantos galpones que resguardan
algunos miles de servidores.
Otro, también en zapatillas, investigó hace 15 años la forma de “levantarse” las
chicas de su universidad a través de las computadoras y hoy 2.000 millones de
personas entran un ratito del día al Facebook que el inventó.
Un funcionario de la China comunista autoriza a un empresario textil europeo a
instalar una fábrica en Shangai y en pocas décadas los obreros del mundo
occidental se quedan sin trabajo y China se convierte en La Gran Industria del
Mundo y en una de las potencias dominantes.
Y así va el mundo girando, en un permanente cambio, en una dirección que
nos es imposible preveer, porque no somos dioses sino hombres pequeñitos.
Pero, de esto hoy estoy seguro, no es en la dirección que indicaban la lúcida
cabeza del Che ni el Comité Central del Partido Revolucionario de los
Trabajadores ni la Comandancia Montonera ni la de ninguna de aquellas
mentes febriles que creían comprender con certeza hacia donde iba el mundo y
que en realidad no tenían ni puta idea.

Creo vivir en un mundo mejor que aquel al que vine en 1951 cuando vivíamos
en él 2.550 millones de personas, una tercera parte de los que somos hoy. Es
simplemente una creencia, quien puede saber si algo tan extraordinariamente
complejo (el mundo, el entramado que tejen 7.500 millones de personas) es
mejor hoy que hace 60 años? Alguien muy creyente en la razón acudiría, para
“demostrar” esto, a variables (PBI mundial, espectativas de vida, índices de
mortalidad, de desnutrición , etc., etc.). Pero yo no comparto la creencia
esencial que anida oculta en las mentes muy racionales que sostienen que
todo puede ser medido, comparado y comprendido por medio de los
procedimentos de la lógica y la razón. Creencia muy extendida en nuestra
cultura pero no por eso menos “creencia”.
Así que digo esto porque, así como unos creen en la razón o en Dios o en que
la vida comienza cuando el espermatozoide penetra en el óvulo, yo creo que la
conciencia de los hombres evoluciona. Cada vez conocemos más de los otros,
de la naturaleza, de nosotros mismos. Conocer, eso es lo que hacemos desde
que somos hombres. Y eso nos hace mejores a nosotros y al mundo en el que
vivimos.
Somos la vida que se mira a si misma. Por eso estamos aquí desde hace
cientos de miles de años y aquí estaremos, espero, que por un largo rato más.
De genes y panaderos
La semilla del cardo vuela: su ingeniosa estructura de delicados pelitos le
permite aprovechar el viento para transportarse de un lado para otro hasta
encontrar el sitio donde, si todo va bien, se tranformará en un cardo grandote,
magenta y espinoso. Panadero le decíamos (aún hoy?) a ese pequeño y
extraño objeto volador. Gracias a ellos encontramos cardos por todas
partes. Cada uno es cada uno en este prodigioso universo que es la vida y
cada cual inventa y desarrolla a través de miles de años de evolución, sus
estrategias para reproducirse exitosamente, lo que quiere decir ser cada vez
más y más y más....
Supongo que, para nosotros, los humanos, todo empezó más o menos así:
estábamos en algún lugar de Africa, hace  100.000 años, ya erguidos y
agarrando las cosas con el pulgar, procreando, cazando y  comiendo mamuts
cuando algunos dijeron en su primitivo lenguaje: - "Nos vamos".- “Adonde?”-
preguntó el resto del clan.- “A ver el mundo” - respondieron los primerísimos
emigrantes humanos. Y así se ponía en marcha la estrategia humana de migrar
(que compartimos con otras especies) para ser cada vez más, que resultó
exitosísima:  avanzamos inexorablemente sobre todos los rincones del planeta
y hoy solo se salvan de nuestra presencia los lugares hostiles para la vida.
  Yo, que no se mucho de nada pero un poquito de algunas cosas, intuyo que
para instrumentar dicha estrategia, la evolución dotó a los hombres, no de un
semilla voladora, sino de un Gen, al que podemos llamar, a falta de nombre ya
que los genetistas todavía no lo identificaron, el Gen A237, el Gen del
Emigrante.
Es este  Gen el que divide a los hombres y las mujeres entre los Fijos, los que
carecen de él y los Móviles los que lo heredan y lo transmiten. Los primeros
son los que, por ejemplo, nacen, viven y mueren en la misma ciudad,  en el
mismo barrio y a veces en la misma casa. Los segundos viven, por citar otro
caso extremo, como aquel entrenador argentino de basketball, que después de
dirigir equipos en más de 12 países diferentes ( de la órbita de la ex-URSS, de
la zona de los Balcanes) vive hoy en Libia,
Es este Gen el que lleva a millones de hombre y mujeres en todo el mundo a
dejar el lugar en que viven para instalarse en una tierra, en un mundo que a
veces es absolutamente diferente del que los vió nacer: ellos creen que lo
hacen para buscar trabajo, dinero, desarrollo profesional, una vida mejor pero
en realidad simplemente responden al mandato del aún no identificado gen que
ordena: "Movete!" 
Y es este el Gen que heredé de mi abuelo Marcelino, que dejó su San
Sebastián natal para recalar en un pueblito de Córdoba y que yo legué a mis
hijos y que  ellos legarán a los suyos de manera que es probable que dentro de
100 años alguno de mis descendientes esté en las listas de los seleccionados
para emigrar al único lugar donde todavía, al paso que vamos, los humanos
vamos a poder emigrar: el Planeta Marte
Economía
Me pregunto sobre la naturaleza del conocimiento económico. Que saben los
ministros de economía, los técnicos del FMI y demás científicos económicos? 
Dice el RAE
 Economía: "Ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las
necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos"
 y también:   "Conjunto de bienes y actividades que integran la riqueza de una
colectividad o individuo”.  Me parece entender entonces,  que los tipos se la
pasan midiendo, tratando de encontrar sentidos, identidades, significados,
patrones, leyes en el pasado, para preveer y actuar en el futuro. Analizan la
actividad económica, ven como funciona, como está compuesta, como están
relacionadas y como interactúan las distintas partes de todo el sistema, definen
la situación que consideran que es la forma deseable de funcionamiento e
intentan controlar para que todo siga funcionando en esta forma.
Aquí me acuerdo de la enfermedad de mi viejo, que tenia el "corazón
moribundo", digo yo, que no recuerdo el nombre que le pusieron los
cardiólogos que lo atendieron, a tan irremediable dolencia. Estos, que se
decían doctores, eran, en realidad, verdaderos expertos en física e hidráulica:
calculaban la presión de la sangre, la permeabilidad de las arterias, la fuerza
del miocardio, la carga eléctrica de las partículas (como hacen los economistas
con el PBI, inflación, deuda pública, productividad) y si veían un índice que se
modificaba accionaban en consecuencia, aumentando o disminuyendo otro
índice mediante drogas. A pesar de todo, el corazón de mi viejo se empeñó en
dejar de funcionar y a mi me pareció que el conocimiento científico de esos
hombres cumplía más bien la función de un ritual que pretendía fortalecernos y
darnos esperanzas (además de un lucrativo negocio), más que un intento serio
de luchar contra la Oscura Señora que había venido por mi querido viejo.
Y me pregunto si la Ciencia Económica no es también un ritual fortalecedor
para hacernos olvidar que la vida (también en lo económico) es incontrolable
por más que llevemos siglos intentándolo.
Sobre la Comunicación y los Periodistas
"La cotorra le preguntó al buho: ¿que cosa es un periodista? Y el búho, tras
reflexionar un instante, le respondió: el periodista es un ente que, por fatalidad
de oficio, está condenado a escribir todo de todo sin saber nada de nada."
(El Banquete de Severo Arcángelo - Leopoldo Marechal)

1 El extraordinario cambio del mundo se hace evidente en la formidable


mutación que experimentamos en la forma de comunicarnos. La irrupción de
los medios eléctrónicos, la profusión de pantallas, las redes, la inmediatez y un
montón de etc. nos situaron en otra película, vivimos en otro mundo
comunicacional.
Pero en este Mundo Nuevo y en el que fué y en el que vendrá siempre harán
falta los periodistas, los tipos capaces de contarnos el mundo. Entre tantas
palabras inconsistentes, falsas noticias y soberanas estupideces que circulan
por millones en este nuevo universo de medios, busco a mi alrededor
periodistas en quien confiar para que me cuenten lo que ven, para informarme.
Encuentro pocos.

2 Tal vez ya no hagan falta quienes describan con belleza el mundo, como el
extraordinario periodista polaco Riczard Kapuscinski. Hoy el mundo nos viene
en crudo, por You Tube. Algo hemos perdido con la tiranía audiovisual de
internet. Para comprobarlo (si da el estómago para soportar tamaño  horror) ver
el video de la tortura y asesinato del "sargento/general/presidente" de Liberia
Samuel Doe perpetrado por otros "generales" (de ejércitos caníbales)
oponentes. Y luego leer el fascinante "Ebano", donde Kapuscinski describe la
misma Liberia de Doe, la misma Africa primitiva, brutal y hambrienta, solo que
humanizada a través de la mirada de un hombre digno.

3 Este maestro de periodistas era un tipo comprometido con el comunismo


previo al colapso la URSS. Pero sus libros son fascinantes no por la ideología
sino por la prosa y la mirada del autor.  Desde que el Gobierno de Néstor
Kirchner comenzó su encarnizada guerra con Clarín, muchos periodistas
argentinos se "comprometieron" con uno de los dos bandos en pugna y se
convirtieron en "periodistas militantes". Creyéndose aquello de que "se está en
una vereda o en la otra" se dedicaron a producir artículos, programas y libros
tendenciosos, previsibles y aburridísimos, donde la preocupación fundamental
era que lo que escribían o emitían favoreciera a su propio bando y/o
perjudicara al contrario. Este es el periodismo que abunda en nuestros medios:
el que actúa como un árbitro de futbol (bombero), que dirige el partido
intentando beneficiar al equipo “de sus amores”. Quienes eligen informarse a
través de estos medios “saben” como son las cosas, donde están los buenos y
donde los malos, no tienen dudas, se nutren cada día con aquellas noticias que
refuerzan aquello que tienen en la cabeza. Y así se establecen dos bandos que
ocupan el mismo lugar geográfico pero que, sin embargo viven en mundos
diferentes y contradictorios .
Pero hay también otros periodistas que concientes de que todos
distorsionamos (o creamos) la realidad con nuestra propia mirada, de que
todos percibimos el mundo filtrado por nuestras creencias trabajan (investigan,
contrastan, se abren a distintas fuentes) para que esto, que consideran una
inevitable limitación, influya lo menos posible en su relato. Ellos se dirigen a los
que saben que la verdad está en todos lados y que comprender que sucede
exige el enorme esfuerzo de abrirse a lo que otros piensan
4 Ya no leemos revistas, cada vez vemos menos televisión y escuchamos
menos radio. Las redes se extienden y florecen los portales de noticias. Pero ,
sea en el medio que sea yo seguiré buscando y seguramente encontrando
aquellos periodistas que me hagan dudar de lo que estaba convencido sin
pensar, que me cuenten aquello que piensan los que están del otro lado, que
me abran la cabeza a todas las miradas posibles de cada hecho, que me
hagan entender que los que están en el otro bando son como yo, ni más ni
menos, solo que tienen otra mirada, otras ideas, otros intereses. Estos son los
relatores de la realidad que necesitamos, los que son capaces de contarnos
todos los relatos. Los demás, por mí, que se vayan todos.
La hora de la tolerancia
Alguna vez contemplé la diversidad de una selva tropical: la vida hirviendo en
cada pedacito, monos, pequeños arbustos, enormes árboles, helechos,
enredaderas, insectos, pájaros, bichos visibles de 1000 especies distintas e
invisibles de 100000, que funcionan, todos mezclados conformando un tejido
denso, enlazado, verde, pleno de vida, cada uno haciendo lo suyo que vaya a
saber uno lo que es.  Algunos son bichos feos, otros combaten entre sí por
comida, por territorio o por hembras, todos se comen alguno y terminan
alimentando a otro pero, ahi están, así viven y mueren siglo tras siglo. Así es
nuestro mundo también, solo que humano o sea con un cerebro mucho más
grande que evoluciona, y que lo hace cambiante y complejo. Para comer y
reproducirnos ya no peleamos, las tierras están ya todas conquistadas (y
vendidas) y sí, seguimos comiendo animales y plantas y alimentando gusanos
y bacterias, pero esto parece que va tardar bastante en cambiar.

Somos una especie exitosa: crecemos y crecemos sin parar, logramos


alimentarnos casi todos (menos 800 millones) los más de 7.600 millones que
hoy vivimos (hace apenas 200 años éramos apenas 1000 millones),
desarrollamos nuestros cerebro, esa herramienta extraordinaria y nuestra
conciencia, nuestro conocimiento de nosotros y nuestro entorno, se expande
cada vez más y más.

Hoy estamos comprendiendo la riqueza de la diversidad de los hombres, de


sus culturas, de sus tierras, de sus ciudades. En todas partes, hombres y
mujeres, tan iguales y tan diferentes. Vemos el mundo entero en nuestras
pantallas y eso nos permite reconocernos en nuestra diversidad. Y así vamos
aprendiendo a tolerarnos. Recién comenzamos a hacerlo.

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