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La tarde era muy fresca, ya se estaba escondiendo el sol entre las montañas del viejo

valle, la brisa era leve pero lo suficientemente fría como para obligarme a usar una
chaqueta. Roberto me pasaba la pelota y yo a él en busca de hacerle un túnel perfecto,
pero siempre fallaba porque él lograba esquivar mis movimientos. Así anduvimos un
rato, hasta que el sol finalmente desapareció de nuestra vista

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