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Refrescando los bastones de mando.

Ritualidad en la alta montaña


andina de Colombia
Edson Jair Ospina Lozano1

Denme el claro cielo azul sobre la cabeza y la verde


hierba bajo los pies, un camino sinuoso y una caminata
de tres horas antes de la cena… ¡y luego a pensar! ¡Raro
será que no pueda yo comenzar algún juego en estos
brezales solitarios. Río, corro, salto, canto de alegría!
William Hazlitt

Los Andes son una inmensa cordillera que emerge en la


fría Patagonia y desaparece cerca de las ardientes llanuras
del litoral del Caribe. Este universo de valles y montañas
recorre Sudamérica paralelo a los mares del Pacífico, simu-
lando la columna vertebral de este subcontinente, soporte
de la memoria y los sueños de sus ancestrales y recientes
pobladores.
Su formación se dio hace millones de años mediante po-

1. Odontólogo y especialista en salud familiar de la Universidad Nacional de Colombia;


maestro en medicina social de la Universidad Autónoma Metropolitana y doctor en antropología
social de la Escuela Nacional de Antropología e Historia; investigador del Centro de Pensamiento
Latinoamericano Raizal.
Edson Jair Ospina Lozano

derosas fuerzas capaces de sacar este sistema rocoso desde la profundidad


del océano y elevarlo hasta los cielos surcados por el cóndor. Su beldad actual
es también resultado de la intensa y constante actividad de las nieves perpe-
tuas, los vientos gélidos, los deshielos prolongados, las riadas invernales y la
dinámica volcánica.
La parte septentrional de esta colosal serranía presenta sobre su dorso
un particular ecosistema, el páramo,2 componente destacado de la alta
montaña andina ecuatorial (Foto 1). Las características particulares de este
paisaje se deben a una mixtura entre confinidad tropical y altitud —entre los
3 000 y los 4 200 msnm—,3 captando la humedad proveniente de las zonas
selváticas y de los tórridos valles interandinos y dando origen a una vastedad
de lagunas, humedales y riachuelos, escenario ideal para la existente diversi-
dad de la fauna y la flora.
Todos los montañistas ilusionados en alcanzar uno de los exóticos glaciares
tropicales4 existentes en Colombia sabemos de los tormentos y deleites para-
munos. Las dificultades a estas alturas pasan por la inmortal llovizna, el terreno
anegado, el inicio del “soroche”5 y el camino cubierto de niebla. El trinar de
las aves interrumpiendo el helado silencio, los coloreados arbustos y la frescura
del agua salpicada por el pesado andar, son recompensa meritoria en el tránsito
hacia la cumbre.
La actividad antrópica sobre este ecosistema es intensa, siendo generada
a partir de las múltiples interpretaciones existentes sobre él. Estas explicacio-
nes se relacionan con la manera en que cada grupo social ocupa, transita, in-
terviene, vive y siente el páramo. El lomo de los Andes tropicales es entonces
un crisol donde diversidad y conflicto son asuntos permanentes.
Para unos el páramo es simplemente un escenario de posibilidades eco-

2. El ecosistema que mencionamos es común en los Andes del norte de Ecuador, Colombia y Vene-
zuela. En Colombia existen 34 páramos, con una extensión de 1 934 000 ha. El 36% está protegido por el
Sistema de Parques Nacionales [Ortiz; Reyes, 2009].
3. El límite inferior y superior de los páramos de Colombia puede variar debido a la humedad, la
latitud, la luminosidad y los vientos [Morales et al., 2007].
4. En Colombia existen glaciares en cinco montañas de la cordillera central; en 16 picos de la Sierra
Nevada del Cocuy, cordillera oriental; y en nueve cerros de la Sierra Nevada de Santa Marta. Este último
es un macizo ubicado cerca del mar Caribe y geológicamente aislado de los Andes. Todas estas cumbres
están por encima de los 5 000 msnm.
5. Mal agudo de montaña.

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Foto 1. Frailejones. Al fondo, la laguna de Guanacas, páramo Guanacas-Puracé-


Coconuco. (Fotografía de Jair Ospina).

nómicas; la agricultura, la ganadería y actualmente el turismo y la minería


están sobre él, acelerando la pérdida de su biodiversidad y su capacidad para
captar la humedad y convertirla en agua, estimulando la sede en millones de
personas dependientes de las aguas emanadas de su regazo. Para otros es sen-
cillamente un espacio cultural; hogar de esas extrañas energías reguladoras
de la naturaleza y de los seres ocupantes de estos territorios, incitando a estos
grupos sociales a idolatrarle y temerle. Esta última visión se encuentra viva
entre varios de los pueblos indígenas de Colombia.
En el caso de estos pueblos, las partes altas de la cordillera son la morada
de seres mitológicos, hogar de los espíritus protectores o recinto de los dio-
ses. Para los misaks, totoroes, coconucos, yanaconas, nasas y otros más, los
páramos son sitios “salvajes” donde la gente no debe permanecer, tener sus
cultivos, ni construir sus viviendas. Sin embargo, perviven en ellos o en sus már-
genes porque éste ha sido el refugio encontrado ante la persecución militar,
económica e ideológica desarrollada durante la Conquista, la Colonia y la Re-
pública. Salieron expulsados de los fértiles valles hacia las cumbres andinas,
donde asistían esporádicamente a actividades extractivas complementarias
[Molano, 2000] y a consumar determinados rituales.
Kambo finsee o refrescamiento de varas

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La ritualidad en la alta montaña andina ecuatorial es por lo tanto usual entre


varios de los pueblos indígenas de Colombia [Morales et al., 2007], haciendo
manifiesto lo más esencial y profundo de sus cosmovisiones. En estas socieda-
des, los ritos aparecen como actividades religiosas, relacionadas con transicio-
nes o ratificaciones sociales donde interactúan y se comunican un universo de
símbolos, distintivos de cada una de estas culturas [Turner, 1988].
Uno de estos rituales, el kambo finsee —denominado en castellano re-
frescamiento de varas o de bastones—, es realizado cada año en las lagunas
sagradas de las elevadas cotas paramunas. Este rito fue instituido durante la
Colonia6 para respaldar simbólicamente al cabildo de indios.7 Actualmente
en este acto el pueblo nasa evoca su origen mítico a través de la figura de Juan
Tama de la Estrella, héroe y forjador de este pueblo [Zambrano, 1992: 89],
surgido, según la leyenda, de las azulinas aguas que llevan su mismo nombre.
En el refrescamiento de los bastones de mando también se actualiza el
principio político de equilibrio, expresado por este pueblo en todas sus
actividades públicas. Para los nasa el bastón es el emblema de autoridad
y poder, en él está el don de gobernar y el respeto a los gobernantes, en él
pervive su espíritu colectivo. La comunidad refresca estas varas lavándolas
en sus lagunas sagradas, sacándoles el exceso de “calor”, energías negati-
vas producidas por las disputas dentro de esta sociedad. La comunidad
se “limpia” a sí misma, evitando la entrada de los conflictos al interior del
pueblo nasa [Zambrano, 1992: 90].
Las varas o bastones de mando (Foto 2) son entonces la síntesis cultural
y política de las relaciones comunitarias entre los gobernantes y los gober-
nados. Equilibrarlas, armonizarlas y potencializarlas8 son las tareas de este
ritual, permitiendo a este pueblo construir un camino común, un andar posi-
ble y un tránsito convincente en sus relaciones políticas.

Los nasa o la gente

6. Este acto se estableció seguramente a partir de un ritual prehispánico también ligado con el poder.
7. Institución para el control político de los originarios durante la época colonial [Zambrano, 1992].
8. Equilibrio para “sacar las malas energías”, armonía para “mantener las buenas energías” y poten-
ciación para “evitar la entrada de malas energías” [Gerómito, 2010].

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Foto 2. Bastón de mando frente a la Laguna de Guanacas.


(Fotografía de Jair Ospina).

Cerca de 200 000 personas se reconocen a sí mismas como nasas, y residen


principalmente en el departamento del Cauca, el suroccidente del país. Allí
están organizados en aproximadamente cien propiedades colectivas deno-
minadas resguardos, orientados políticamente por sus respectivos cabildos.
Sus viviendas y parcelas están ubicadas en la media montaña andina
—1 500 a 3 000 msnm—, copando el poniente y el naciente de la cordillera
central. Estas dos vertientes se interceptan en sus alturas, integrándose en
dos sistemas de páramos: el Guanacas-Puracé-Coconucos y el Nevado del
Huila-Moras, incrustados respectivamente de sur a norte en el nasa kiwe,
territorio de este pueblo.
En el costado oriente de esta cordillera está Tierradentro, considerado
por los nasas la cuna de su cultura. Esta región está constituida por dos mu-
nicipios: Inzá y Páez, donde además de los 40 000 indígenas, repartidos en

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21 resguardos, conviven 30 000 mestizos y 2 000 afrodescendientes [dane,


2006].
Este territorio, además de ser pluriétnico, está trazado por abruptos valles,
es trinchera centenaria de la resistencia; posee coloridos cultivos, es dominio
del café, la caña, el maíz, el frijol y el lulo;9 tiene omnipotentes bosques, es
reino del oso de anteojos y del roble rojo, además de indetenibles potreros;
en él, toros y ovejas avanzan lentamente sobre la selva de alta montaña, para
próximamente llegar al páramo. El volcán Nevado del Huila10 también está
presente,”animando el territorio”, comenta un pequeño.
Éste es entonces el escenario desde donde circula el refrescamiento de los
bastones de mando, ritual realizado por el pueblo nasa en las lagunas de la
alta montaña andina del departamento del Cauca, Colombia.

Hacia la laguna de Guanacas


Cada año, entre los meses de octubre y noviembre, todos los resguardos de
Tierradentro eligen a sus autoridades tradicionales. A través de una asamblea,
la comunidad delega a sus representantes políticos, concediéndoles el control
interno del territorio y el manejo de las relaciones con los demás cabildos, con
otros sectores sociales y con el Estado.
Además del gobernador(a), se nombra al secretario, tesorero, alcalde, fis-
cal y alguacil. Igualmente escogen a sus representantes en cada una de las
veredas (comunidades). Estas autoridades toman posesión iniciando enero,
en un evento donde se reúnen los nueve cabildos del municipio de Inzá.11 En
este acto público, los integrantes del cabildo saliente entregan los bastones
de mando, símbolos de poder, a los nuevos responsables de la política en el
resguardo.
Para ratificar el mandato entregado a las nuevas autoridades, los bastones
necesitan ser refrescados; o sea, sacarles el “sucio” recibido por las tensiones
presentadas en el anterior ejercicio del poder. Este refrescamiento debe ser

9. Fruta tropical.
10. Máxima altitud de la cordillera central de Colombia: 5 390 msnm. Desde 2005 reactivó su activi-
dad volcánica. Actualmente posee un glaciar de 1 431 ha. [Morales et al., 2007].
11. En Belálcazar, cabecera municipal de Páez, se instalan en un acto aparte los cabildos de ese mu-
nicipio.

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realizado en las lagunas sagradas de yâdx tasxka kiwe.12 Inscue Gerómito, thë
wala13 e investigador de la cosmovisión nasa nos comenta al respecto:

Estos rituales de refrescamiento deben hacerse preferiblemente en la laguna de


Juan Tama, que es de donde tenemos nuestro Don. Allá es que se siente más la ener-
gía para estos trabajos y para uno que es médico [tradicional] es mucha la energía
bonita que lo acompaña a uno para todos los trabajos. Allá de plantas medicinales
ni se diga, hay bastante y por todo lado, y si uno va concentradito, mucho mejor, ¡se
encuentra uno con unas sorpresas!

La Juan Tama,14 laguna mágica que una noche fue inseminada con polvo
de las estrellas, según Gerómito, es entonces el corazón de la cosmovisión
nasa, sitio donde se concentra todo el ímpetu espiritual de Tierradentro. No
obstante, debido a una estrategia política dirigida a vigorizar los lugares sa-
grados de cada uno de los resguardos, esta vez se hará en la laguna de Gua-
nacas, al suroccidente del municipio de Inzá —dentro del sistema paramuno
Guanacas-Puracé-Coconucos— a 3 550 msnm. Este cuerpo de agua es parte
de la zona “indomable” del resguardo Yat Wala,15 protagonista principal de
este ritual.

Preparándose para el ritual


Como muchas de las actividades sociales y culturales de Tierradentro, el re-
frescamiento de varas es anunciado por Radio Nasa, emisora transmitida prin-
cipalmente en nasa yuwe, idioma de este pueblo. Esta estación invita a todas
las personas y comunidades a participar en este ritual, intentando convocar
a la población no indígena del municipio y así compartir con ellos los actos
esenciales de su identidad. Estos mensajes son en vano, el imperio de la in-
certidumbre entre unos pocos campesinos interesados en conocer esas tierras
“bravías” se mantiene. La ritualidad de este grupo étnico, incluso en el terri-
torio compartido, sigue siendo para los mestizos un asunto de “incivilizados”.
La evangelización no sólo ha desembocado en este tipo de señalamientos

12. Nombre de Tierradentro en idioma nasa.


13. Médico tradicional nasa.
14. Laguna ubicada a 3 700 msnm en el sistema Nevado del Huila-Moras.
15. Nombre cambiado por sugerencia de las autoridades tradicionales.

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hacia los rituales por parte de otros sectores sociales; una parte de la mis-
ma población nasa percibe estas actividades como extrañas, inentendibles
e innecesarias o sencillamente no se hacen partícipes de ellas. Las autori-
dades tradicionales asumen esta situación como un reto a vencer e intentan
desarrollar mecanismos para motivar a los comuneros a interiorizar y darle
sentido a estas prácticas culturales y políticas.
Contrario a esto, un grupo de comuneros16 reconoce públicamente el
papel del refrescamiento de varas en la legitimación de sus autoridades tra-
dicionales y pretende asistir conscientemente a este ritual, demostrando pa-
ralelamente la importancia del thë wala en la recreación de la historia común,
la transmisión de los conocimientos y la cohesión comunitaria.
Dicha ritualidad es dirigida por los thë walas, reconocidos por sus cono-
cimientos y destrezas terapéuticas y por su intervención sobre las situaciones
desequilibrantes presentadas en las personas, las comunidades, los cultivos,
la organización política y todo lo material e inmaterial del territorio. Estas
inestabilidades se relacionan con el concepto de armonía interiorizado por
este pueblo para entender la naturaleza y sus componentes, concepto igual-
mente central en las actividades rituales.
Para quienes deseen participar en el refrescamiento de los bastones de
mando y entrar a los lugares sagrados, es obligatorio asistir previamente a un
acto ritual donde las personas son “preparadas”, previniendo así los inconve-
nientes que se pudieran presentar con el temerario carácter del páramo. Un
thë wala, lógicamente, asiste este evento.
Estas actividades son, en este caso, responsabilidad del cabildo de Yat
Wala, que debe suministrar toda la logística necesaria para el refrescamiento de
varas. Este resguardo, como todos los resguardos legalmente constituidos en
el país, recibe dineros17 directamente del Estado, recursos mediante los cuales
estos pueblos pretenden pervivir autónomamente en sus territorios. Una parte
de estos dineros es destinada por las autoridades tradicionales para el sector
salud, partida presupuestaria desde donde se sostiene el costo de sus rituales.
La preparación debe realizarse dos o tres días antes de la entrada al territo-

16. Forma como se denominan a sí mismos los miembros de este pueblo.


17. Estos dineros son una de las expresiones del reconocimiento estatal a los pueblos indígenas de
Colombia, sustentado normativamente en el artículo 7 de la Constitución Política de Colombia [1991].

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rio sagrado. El lugar elegido es una pequeña y próspera llanada donde está la
casa del cabildo, un escampado para las asambleas comunitarias, un lago col-
mado de peces, una cocina estropeada y un potrero donde pacen unas pocas
reses. La montaña asciende a esta planicie desde el fondo de una quebrada y
continúa hacia arriba hasta alcanzar la selva altoandina. Este sitio es favorable
para la ritualidad, según afirmaciones provenientes de varios thë walas.
La noche es siempre el horario para estas ceremonias, sin embargo, los
comuneros van caminando al atardecer, conocedores de la existencia de ali-
mentos y de momentos propios para la integración. Mientras reciben la cena,
algunas personas comienzan a hacer gala de su experiencia en estos eventos,
atrayendo la atención paulatina de los novatos a su conversación.
Poco falta para elevar a la categoría de héroes a los dos comuneros que
asistieron años atrás al refrescamiento de varas en la mítica e incógnita lagu-
na de Juan Tama; sus relatos son escuchados con atención, todos ungidos
de lejanía, gelidez y el “volteo” de las hojas de coca seca y tostada. Uno de
ellos, el más canoso, actuará como secretario del “mayor”18 que presidirá la
“preparación”.
Una vez que desaparece el sol, se asoma el thë wala. Proviene de Yu´ Wala,19
otro resguardo de Inzá, siendo su presencia advertida por la mayoría de los
comuneros por sus atavíos y sus cohetanderas20 multicolores, recibiendo así
una serie de reverencias y favoritismos. La ausencia de un thë wala “propio”
en este ritual es originada por las disputas entre éstos y los cabildantes, ya que
los primeros han sido refractarios a los intentos de control por parte de los
segundos.
Pasadas las ocho de la noche, la gobernadora y otros dos cabildantes, por-
tando una inmensa caja de cartón colmada con hojas de coca recién tostada,
hacen un llamado a los asistentes para que se formen y hagan el “volteo”. Éste
consiste en tomar con la mano izquierda un puñado de hojas de coca y pasarlo
sobre el cuerpo de abajo hacia arriba, comenzando por el pie derecho y subien-
do hasta la corona, para luego volver hacia abajo hasta el pie izquierdo.
No todos saben hacer el volteo, por lo que son guiados por el secretario

18. Los comuneros llaman así a los thë walas.


19. Nombre cambiado por sugerencia de las autoridades tradicionales.
20. Morrales de siete colores con figuras geométricas donde los “mayores” portan las plantas medi-
cinales y demás “remedios”.

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del cabildo que se mantiene presto a cualquier solicitud de ayuda. Una vez
finalizada esta tarea se ponen las hojas de coca dentro de una cohetandera
que el “mayor” llevará consigo para ofrecerlo a sus “Dones” y utilizarla du-
rante el resto del ritual. Mediante este proceso, la energía de cada persona se
integra a la de las demás y permite al thë wala, al mambear estas hojas, recibir
“señas” sobre el estado en que se encuentran todos los presentes.
Posteriormente, el “mayor” comienza a mambear21 intensamente, reci-
biendo en otra cohetandera varios litros de chancuco,22 una buena cantidad
de tabaco y un sinnúmero de cigarrillos, acompañados de multitud de plan-
tas y semillas medicinales llevadas en otras tantas bolsas de lana que el thë
wala mantiene terciadas en su cuerpo.
Todos estos elementos, a excepción de las plantas medicinales, son adqui-
ridos en el mercado directamente por el cabildo. Los demás gastos derivados
de esta actividad provienen de los alimentos consumidos por los convidados,
el transporte del thë wala desde su lugar de residencia y un buen “cariño”23
para él, compuesto principalmente de pastas, manteca, arroz y carne de res
o de cerdo.
Anteriormente, cuando los resguardos no recibían recursos del Estado, los
implementos y la logística necesaria para efectuar este ritual eran aportados por
los mismos comuneros o provenían de los dividendos del trabajo comunitario
en el que participaba la mayoría de la población. Además de contribuir con
algunos alimentos, cada familia aportaba la coca proveniente de sus tulles,24
el tabaco era cultivado en la región y el chancuco —utilizado igualmente en
festividades— tenía varios productores.
Terminado el “volteo”, el ayudante del thë wala indica a los comuneros
que se sienten en el suelo con sus rostros hacia el norte, señalando esta di-
rección con su brazo extendido, ordenando además un buen comportamien-
to durante el ritual. Las personas han escuchado o conocen lo terrible que
puede ser pasar una noche a la intemperie en el frío páramo y saben que una
mala conducta durante la “preparación” significa pasarla mal en el refresca-

21. Masticación de las hojas de coca que, con ayuda del mambe o carbonato de calcio, permiten
extraer su principio activo facilitando la concentración del thë wala para realizar el ritual.
22. Aguardiente casero hecho de caña de azúcar, utilizado en la ritualidad y las festividades.
23. Pago voluntario para el thë wala, generalmente en especie.
24. Huertas.

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miento de varas. Bajo esta amenaza desaparecen inmediatamente las risas y


las conversaciones en voz alta.
La hierba húmeda donde se sientan las personas es testigo del ir y venir
prolongado del “mayor” y su secretario. Van entregando plantas, ordenan-
do masticarlas, tragarlas o soplarlas con ayuda del chancuco. Encienden los
cigarrillos, reprimen el bullicio y posponen el sueño. Se mambea una y otra
vez, la coca impregna los paladares y exhorta los temores. Pasada la media
noche el ritual es un todo y cada uno aporta su energía.
Es notable la conexión entre los comuneros y el thë wala, lo que propicia
la concentración de este último para observar detenidamente el cosmos e
interpretarlo con la ayuda de sus dones, previendo así el paso siguiente. La
tarea del “mayor” consiste en armonizar a todos los presentes, encontrar los
desequilibrios de las personas y la comunidad a través de las señas que reco-
rren su cuerpo y de las nubes negras en el firmamento. Debe “prepararlos”
para la dureza del páramo.
De repente todo terminó cuando el thë wala corrió velozmente por un
potrero intentando alcanzar a una luciérnaga que pasaba cerca a nosotros. Su
luz se fue perdiendo de nuestra mirada y tras ella la pequeña silueta del “ma-
yor”. Reapareció lentamente con una entusiasta sonrisa y con el destellante
insecto entre sus manos: “les va a ir muy bien a todos en la laguna”, dijo en
un pausado castellano.
La “preparación” se prolongó hasta las cinco de la mañana, inusual en
estos rituales, producto de la llovizna —que motivó una extendida pausa— y
la presencia de 60 personas, sobrecargándose así la labor del “mayor”.25 Una
vez comunicado el fin del ritual de “preparación”, los comuneros se conta-
giaron de alegría, esperando indicaciones para la “ida a la laguna”.
Antes de partir a sus hogares, las personas deben firmar una lista, utili-
zada como soporte de los gastos de esta actividad, confirmando además la
asistencia al refrescamiento de los bastones.

Tiempo de refrescarse

25. Algunos médicos tradicionales sugieren que en un ritual como el del refrescamiento de varas o el
de “preparación” debe haber un médico por cada 10 personas.

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El refrescamiento de los bastones de mando debe efectuarse durante la pri-


mera luna llena del año, recibiéndose así toda la energía y la nocturna luz de
este astro. Para permitir la actividad económica regular del municipio y por
la necesidad de contar con una jornada de descanso posterior al ritual, las
autoridades tradicionales acuerdan efectuarlo durante la noche del sábado
más cercano al plenilunio.
El mercado inicia ese día mucho antes del amanecer, a media mañana el
bullicio está en su máximo, pero pasada la una de la tarde retorna el silencio.
Esto permite el temprano retorno de las personas a sus comunidades, facili-
tando a cada comunero alistar los implementos necesarios para partir hacia
el añorado y, generalmente, desconocido páramo.
Una gran cantidad de comuneros registrados en el resguardo de Yat
Wala viven en la cabecera municipal, siendo éste el motivo para que el “bus
escalera”26 inicie allí su recorrido de 40 km hacia el suspirado paisaje. A las
dos de la tarde, cuando seguramente las personas han finiquitado sus com-
promisos, el claxon de este envejecido transporte se hace sentir sobre esta pe-
queña población. Inmediatamente aparecen las primeras personas portando
sus bastones, atrayendo las miradas de propios y extraños.
Mientras se avanza lentamente por la empinada terracería que funge
como vía nacional, comuneros de todas las edades van abordando este trans-
porte; sus varas siempre a la mano y sus inmensas mochilas seguramente con
todo lo necesario para pasar a la intemperie una helada y larga noche a más
de 3 500 msnm.
Las comunidades por donde pasa este vehículo saben de su destino, salien-
do a su paso para indagar con una mirada a los asistentes del ritual. La marcha
se detiene 6 km más adelante, en la sede del cabildo, lugar donde se efectuó
dos días antes la “preparación”. Allí descendemos todos sus ocupantes y pa-
samos directamente a la cocina a recibir la comida, mientras dos cabildantes
ponen en la “chiva”27 un costal repleto de hojas de coca, unas bolsas plásticas
con otras plantas medicinales y unas cohetanderas con tabaco y cigarrillos.

26. Este transporte colorido es muy común en las zonas rurales de Colombia, está reconstruido princi-
palmente en madera y hojalata sobre el chasis de antiguos autobuses salidos de circulación en los centros
urbanos. En él viajan todo tipo de mercancías apretujadas entre las personas y algunos animales, siendo
frecuentes los accidentes, atascos y averías.
27. Vehículos igualmente llamados “buses escalera” o “mixtos”.

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Posteriormente, el secretario entrega a los cabildantes cintas de seda de


varios colores, utilizadas por cada uno para darle un toque artístico y perso-
nal a sus bastones, engalanándolos para el ritual. Los novicios en este oficio
aprenden de los veteranos las diferentes representaciones geométricas utili-
zadas, intentando expresarlas en sus propias varas.
Algunos comuneros traen uno o dos bastones de mando; por obligación
ninguna vara puede estar ausente en el ritual, mas sí los cabildantes que las
deberían portar. De los 40 miembros del cabildo de este resguardo —22 de
ellos mujeres—, 32 están presentes. Otras 20 personas, todas de Yat Wala,
asisten como “acompañantes”.
En un costado de la cocina, hay una hoja de papel —con el logotipo del
resguardo— con una lista donde las personas, además de su nombre, escri-
ben su edad, la vereda de procedencia y su cargo en el cabildo. Inscritos los
datos de todos los asistentes, la gobernadora estampa su firma en un espacio
precisado para eso. Luego, mediante este documento, llaman pausadamen-
te a cada comunero, entregándole dulces, galletas y bocadillos de guayaba,
energía necesaria para más tarde.
Anteriormente, cuando los resguardos no recibían dinero por parte del
Estado o no contaban con recursos propios para pagar el transporte, se lle-
gaba caminando a los sitios sagrados. El andar duraba en ocasiones dos días,
saliendo de sus tierras cultivadas, atravesando el bosque de niebla y llegando
al páramo por senderos centenarios. La asistencia era escasa e incluso era
notable la ausencia de varios de los cabildos del municipio.
Esto motivó a las autoridades tradicionales a construir, desde hace más
de una década, estrategias para extender este ritual entre toda la población
nasa del municipio. Éstas se sostienen principalmente de una intención po-
lítica e ideológica de reconocimiento de su cultura e innegablemente de la
existencia de los dineros aportados a los resguardos por el gobierno nacional.
La organización indígena menciona esta situación con orgullo —conscientes
de la relación entre autonomía, recursos económicos y actividad política— y
resaltan las difíciles luchas implicadas en la construcción de esta relación.
De nuevo el “bus escalera” enciende sus motores y avanza perezosamen-
te sobre labranzas y potreros, internándose posteriormente en el fascinante
bosque de niebla, aún existente en la vertiente oriental de esta cordillera.
Desde el techo del transporte se siente la fragancia del pino colombiano (Po-

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docarpus oleifolius), extinto ya en varias de las selvas altoandinas del país.


También sobresale entre los arbustos y las enredaderas el roble (Quercus
humboldtii), el chilco (Senecio andicola) y el mortiño (Hesperomeles lanugi-
nosa), maderas robustas, apetecidas y perseguidas.
Un joven comunero le pone el rostro al viento y a las diminutas gotas de
agua que vienen con él; entre tanto, asegura conocer todos los recodos de esta
manigua. Por el camino del oso de anteojos (Tremarctos ornatus) ha encon-
trado el rastro del venado conejo (Pudu mephistophiles), las huellas del tapir
(Tapirus pinchaque) y el rugido del león de montaña (Puma concolor). Los
roedores pululan y el dosel está encantado por infinidad de aves. La selva
altoandina, este ecosistema que termina donde el páramo “dice presente”, se
mantiene viva en este sector de la cordillera.
Minutos antes de arribar al solitario páramo, las miradas de asombro re-
caen sobre las colosales máquinas que pretenden asfaltar las entrañas de este
panorama. El páramo está triste y se va a enfurecer, comenta el thë wala con
su rostro iracundo, acompañado de la irritabilidad colectiva. El oro y el agua
de los Andes son los nuevos botines, para ello se asfalta esta vía.
Una vez apeados del “bus escalera” y sobre el mismo lomo de los An-
des, se escucha un murmullo burlón proveniente de los obreros del pa-
vimento, quienes protegen su rostro del viento helado —y quizá sus rasgos
indígenas— con pasamontañas. El susurro inentendible se transforma en
carcajadas y palabras soeces que recaen sobre el medio centenar de comune-
ros y sus bastones. Escasa importancia reciben estas tosquedades, la noche ya
viene y el camino por andar es largo.
Al páramo no deben entrar alimentos salados, exhorta el ayudante del
“mayor”, deben dejar esa comida acá, replica. Todos, obedeciendo esta or-
den, nos acomodamos sobre algunas de las rocas recién removidas por la
maquinaria, tomando de las mochilas el “fiambre”28 y de manera fulminante
se agotan las astillas de yuca, los trozos de carne cocida y los “morros” de
arroz llevados para amainar el hambre.
Los jornaleros, que retrasan su huida a un sitio más cálido a la espera
de nuestro necio destino, extinguen sus risas ante la vanidosa formación de
comuneros listos para ingresar al reino del frailejón (Espeletia sp.), habitante

28. Comida preparada con antelación y llevada entre hojas de plátano.

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Refrescando los bastones de mando

perpetuo de los Andes de la región tórrida, virtuoso de la naturaleza de estas


alturas e imposible de olvidar por los esporádicos y los constantes visitantes
de estos lugares.
Uno a uno pasamos frente a un costal de fique29 donde hacemos el respec-
tivo “volteo” y pocos pasos más adelante recibimos del thë wala un extenso
escupitajo de yerbas “frescas”, estando así listos para enfrentar este “bravo”
territorio. Éste es un lugar salvaje, morada del arco iris30 y tránsito del duen-
de, entrar a él requiere entonces de la labor del “mayor”.
Nos internamos en el páramo a través de un minúsculo camino que viaja
paralelo a un riachuelo donde abundan las truchas y unas diminutas ranas. El
escenario sigue siendo dominado por el frailejón, acompañado ahora de una
suave niebla. Los pajonales (Calamagrostis sp.) dan la sensación de estar en
una tórrida sabana, pero las enormes ruanas31 que cubren a las personas nos
devuelven a la realidad. El aire es delgado y el caminar es lento, los pulmones
se reconcilian rápidamente con el ambiente y el paso se acelera, el corazón
lo sigue.
Treinta minutos más adelante estamos en los vestigios del antiguo camino
nacional, única vía de comunicación entre Bogotá y Quito durante varios
siglos. A partir de allí la vertiginosa marcha va acompañada de relámpagos,
oscuridad y una suave llovizna. El temor a una empapada es disimulado por
un paso veloz, incitándonos a cruzar las cañadas de un solo salto y eludir
espinosos arbustos sin perder el orden de la columna.
Casi a tientas, entre el fango, y luego de coronar una pequeña cuesta pre-
cedida por extraños túneles formados por troncos y ramas que apenas per-
miten pasar a una persona agachada, llegamos a una pequeña llanada donde
está la laguna de Guanacas, invisible en la noche pero delatada por su olor
refrigerante.
Bastaron 120 minutos para cubrir este trayecto, después de lo cual se or-
ganiza una nueva fila, esta vez respetando los rangos: el thë wala, su ayudante,
la gobernadora, los demás miembros del cabildo y los acompañantes (Foto 3).
La formación avanza lentamente hacia el estuario de la laguna donde es im-

29. Henequén.
30. Entre la gente nasa, exponerse al arco iris es causa frecuente de padecimientos.
31. Enorme poncho elaborado con lana de oveja.

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Edson Jair Ospina Lozano

posible encontrar un sitio seco y plano para ubicar esta cantidad de personas.
“Vuelta atrás”, ordena el “mayor”, comunicando todas sus órdenes mediante
su secretario.

Foto 3. Cabildantes y sus bastones de mando. Laguna de Guanacas.


(Fotografía de Jair Ospina).

Un antiguo tramo de gradilla sobreviviente del camino nacional, situado a


unos 50 m al oeste de la laguna, surge como sitio alterno para pasar la noche.
De forma ordenada cada comunero se tiende sobre el suelo saturado de rocío,
revelando la imperativa necesidad de ir en busca de las lanceadas y afamadas
hojas de frailejón para aislarse de la humedad y el frío. Varias capas de ropa,
ruanas, guantes, gorros, chamarras, cobijas y hasta plásticos, complemen-
tan los enseres para hacer frente al extremoso clima, una disculpa más para
que el aguardiente comience a circular clandestinamente y caliente las gar-
gantas.
La oscura noche es vulnerada por pequeños baños de luna llena que atra-
viesan la espesa niebla y se reflejan sobre la risada superficie acuática, permi-
tiendo apenas imaginar la forma y el tamaño de la laguna anhelada. Algunas

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Refrescando los bastones de mando

personas dialogan en voz baja, otros se comunican con sus familiares vía celu-
lar adelantándoles lo sucedido hasta ese momento y unos pocos permanecen
ansiosamente en silencio a la espera del inicio del ritual, desconociendo que
éste avanzaba hacía un buen rato. La temperatura cae irremediablemente y el
termómetro marca 3 0C.
El mambeo del thë wala es notorio a través de sus cachetes abultados y el
movimiento constante de sus mandíbulas. Mientras se concentra, ayudado
por la coca, dirige sus pequeños y negros ojos sobre el inmenso firmamento
convertido ahora en una sola masa de nubes. Sin posibilidad de expresar
sus sentimientos en nasa yuwe ­—ininteligible entre la mayoría de los co-
muneros de este resguardo— y ante su escaso manejo del castellano, perma-
nece callado. Su menuda figura encabeza una línea formada por los bastones
de mando, enterrados unos pocos centímetros sobre el blando piso, frente a
cada uno de los comuneros que los portan.
En una de sus rondas, el secretario pasa frente a todos llevando entre
sus manos un pequeño calabazo32 lleno de mambo,33 ofreciéndolo a todos
los asistentes. Únicamente dos personas inundadas de valor y curiosidad, y
siguiendo instrucciones del ayudante, se atreven a colocar un poco de este
extraño y escaso polvo sobre el dorso de su mano izquierda, lanzándolo lue-
go dentro de su boca directamente sobre la mascada de coca, evitando su
contacto con los labios y la lengua, previniendo así posibles quemaduras. Las
demás personas observan impávidas esta acción, absteniéndose de probar
esta sustancia por su apariencia sospechosa y su origen y uso poco conocido.
Mambear es una actividad desconocida entre esta gente. La mayoría no
lo sabe hacer, desconocen las razones de esta práctica y el mismo efecto de la
coca. El manojo de hojas tostadas para poner en la boca es siempre exagera-
do, se mastica de forma desordenada y constante, formando así una mascada
inmanejable que obliga a escupir frecuentemente. También hay inconvenien-
tes con el chancuco, usado para soplar la coca una vez que es mambeada, es
tragado como cualquier bebida alcohólica, no obstante las advertencias del
secretario de no hacerlo.

32. Recipiente hecho a partir del fruto de un árbol llamado totumo (Crescentia cujete).
33. Carbonato de calcio obtenido principalmente de la piedra caliza o de conchas de moluscos mari-
nos, utilizado para acelerar los efectos de la coca mientras se mambea.

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Edson Jair Ospina Lozano

La coca no sólo mitiga el hambre y el sueño, también combate el frío.


A pesar de esto la gélida oscuridad comienza a hacer estragos entre algu-
nos comuneros, obligando al thë wala a brindarles atención mediante una
u otra planta que los recupera muy pronto. Estos desconocidos y efectivos
“remedios” aumentan el orgullo colectivo y la confianza hacia el “mayor”,
quien ha permanecido todo el tiempo de pie, sobre unas delgadas botas de
caucho, cubierto sólo con un saco de lana y una raída ruana, transitando
constantemente frente a la línea de personas y bastones de mando sin mos-
trar desaliento alguno.
La noche se va consumiendo de manera lenta. Dormir se hace imposi-
ble, no sólo por el extremo contexto del evento sino porque es imperativo
mantenerse despierto para “entregar toda la energía al ritual”. El “mayor”,
su ayudante y los –2 0C de las tres de la mañana, se encargan entonces de
evitar que algún afortunado logre conciliar el sueño y genere algún altercado
o inconveniente, manifestado a través de las muchas señas34 que sólo pueden
ser sentidas e interpretadas por el thë wala.
Las órdenes continúan apareciendo en un tono sereno: “mastiquen esto”,
“agréguenle esto otro”, “todos de pie”, “ahora soplen fuerte hacia el frente”,
“ponga esto en la boca sin pasárselo”, generando infinidad de cuestionamien-
tos y escasas respuestas, todo compartido exclusivamente mediante pequeñas
conversaciones. Preguntar, mambear coca, “soplar” chancuco, resistir el frío
y sonreír irónicamente ante las duras condiciones, son entonces actividades
normales durante esta interminable tiniebla. La armonización debe continuar,
es parsimoniosa pero imprescindible.
Para celebrar la aparición de los primeros rayos del sol, esconden una
botella de aguardiente Caucano35 dentro de un morral y lo ponen en circula-
ción. Su sabor anisado hace olvidar el fuerte aroma del licor casero utilizado
en el ritual, generando risas que recuerdan la infinidad de advertencias he-
chas sobre las calamidades del páramo, unas recibidas de familiares, otras de
amigos y no menos sermones burlones de parte de mestizos.

34. Las señas son una especie de corriente eléctrica sentida en el cuerpo del “mayor”, mediante las
cuales diagnostica los desequilibrios presentes y futuros de las personas, las viviendas, los animales y el
territorio y sus comunidades. Cada seña, dependiendo de la parte del cuerpo donde se presente, tiene
un significado diferente.
35. Marca regional y muy apetecida de aguardiente.

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Refrescando los bastones de mando

El frío del amanecer está en su cenit, las nubes oscuras continúan ati-
borrando el horizonte y las gotas de lluvia siguen amenazando con caer. La
imaginación de cada persona se pone a prueba mientras la luz va dibujando
la silueta de aquel cuerpo sagrado de agua, mostrando sobre su superfi-
cie a una silenciosa pareja de patos negros (Podiceps occipitalis) que trazan
círculos hacia la derecha. La presencia y comportamiento de estas aves es
un buen presagio, el thë wala lo sabe e inmediatamente comunica a todos
ponerse de pie y pasar ordenadamente, junto con su varas de mando, a la
orilla de la laguna.
La densa niebla da un toque de fantasía al espectáculo existente, ilumi-
nando las miradas de los comuneros durante la corta marcha iniciada en el
mismo sitio donde pernoctaron, hasta una franja de barro adyacente a la
laguna. El thë wala toma su tama36 y la pasa sobre su cuerpo, “volteándola”
y soplando sobre el agua “remedios” embadurnados de chancuco. Dialoga
con los espíritus de este cuerpo de agua, le ofrenda aguardiente y plantas, le
pide permiso.
Posteriormente, el “mayor” sonríe a la gobernadora y ella, conociendo el
siguiente paso, le entrega su bastón de mando, el primero en ser refrescado.
Las varas son ahora las protagonistas, siendo totalmente sumergidas en el
agua una tras otra y recibidas luego por cada uno de los miembros del cabil-
do (Foto 4). La adolescente, hija de la dirigente, porta una pequeña réplica
de un bastón, enseñándolo ingenuamente con el propósito de hacerlo parte del
ritual, el thë wala pícaramente lo consciente y se lo devuelve ya humedecido.
Los bastones ya están refrescados por las sagradas aguas de la laguna de
Guanacas. El espíritu de Juan Tama es reconocido por los comuneros de Yat
Tama: “Debe estar en esta inmensidad, dónde más”, se pregunta un ancia-
no”. El “sucio” ya se sacó, las varas están otra vez armonizadas y protegidas
para sostener el buen uso del poder, amparar las decisiones del cabildo y
evitar la entrada de malas energías.
Una vez terminada la tarea con los bastones, los comuneros hacen un se-
micírculo alrededor de la diminuta península donde está parado el “mayor”,
observando atentos sus nuevos ofrecimientos a la laguna. Éste mantiene su

36. Pequeño bastón hecho regularmente de palma de chonta (Aiphanes aculeata), asemejando un
kpi’sx —rayo— y simbolizando el poder otorgado por este último al thë wala.

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Edson Jair Ospina Lozano

Foto 4. Thë wala refrescando un bastón de mando en la laguna de Guanacas.


(Fotografía de Jair Ospina).

tama en la mano izquierda, “voltea” chancuco con la misma y lo lanza hacia


arriba para que caiga sobre el agua en infinidad de gotas. Habla en nasa
yuwe para él mismo, mira todos los rincones de la laguna y hunde el balde
de plástico que un voluntario cargó durante todo el camino, llenándolo del
vital líquido y lo entrega a su secretario para que lo lleve de nuevo al camino
nacional donde continuará el ritual.
Mientras todo esto va sucediendo, un hombre con un ralo bigote saca del
bolsillo de su chompa una cámara fotográfica y la acciona tímidamente sin
desprender su mirada de la gobernadora ante una posible negativa. El “ma-
yor” escucha el clic de la primera toma y voltea inmediatamente hacia esta
persona, asintiendo con su rostro sobre esta extraña situación. La oportuni-
dad es entonces única y las fotos van recorriendo todo el paisaje y su gente,
recayendo muchas de ellas sobre el thë wala y sus movimientos, incluyendo
algunas en las que posó sonrientemente. Las fotografías generalmente están
prohibidas y esta ocasión es magnífica para obtener un recuerdo que mostrar
en un futuro próximo y también lejano.

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La retirada del borde de la laguna se hace en orden, retornando al mismo


sitio donde transcurrió el esfuerzo colectivo de la noche anterior. Allí las 42
varas se fijan sobre la blanda capa vegetal, frente a cada cabildante, siendo
una tras otra “volteadas” por el thë wala con su pequeña tama. Luego pide a
todos ponerse de pie, hacer una fila y disponerse a ser refrescados. El secre-
tario, como siempre, los orienta y todos van pasando, sacando sus gorros de
lana y sombreros de paja para que sus cabezas sean ungidas con un mejunje
de agua de la laguna y hierbas cosechadas en el páramo.
El thë wala dibuja una risita, una vez que pasa la última persona y —luego
de 15 horas del refrescamiento de los bastones—, le golpea suavemente el
hombro a su secretario. La gobernadora capta el mensaje y avisa a todos el fi-
nal del ritual. Estas palabras son seguidas por gritos, apretones de mano, unos
pocos abrazos y más fotografías. Esta mujer de mediana edad, temperamento
fuerte, estatura baja y cabello muy negro, les pide a todos no maltratar el pá-
ramo y ser rápidos al retornar a la terracería, para poder abordar a tiempo el
transporte contratado de regreso a Inzá.
El hambre, el sueño y el frío no impiden a algunos comuneros solicitar
permiso para explorar el lugar y subir a una pequeña montaña desde donde
pretenden divisar gran parte del paisaje, especialmente un par de lagunas y
un volcán nevado. Sólo aparecen las lagunas porque la niebla impide avistar
el horizonte lejano.
La salida del páramo se hace en total desorden y en un ambiente festivo
amenizado por el chancuco. La mayoría retorna sobre los pasos del día
anterior y unos pocos se aventuran a través de las colinas de la cordillera bus-
cando más espectáculos a agregar a las narraciones que seguramente atraerán
un buen número de oyentes una vez que lleguen a sus comunidades.
El thë wala, quien debe salir al último, como protección a los comuneros
y respeto a este lugar sagrado, aprovecha su presencia en este lugar de difícil,
inseguro y costoso acceso para recolectar una buena cantidad de plantas me-
dicinales y rituales, existentes únicamente en este ecosistema.
Pasado el mediodía, los comuneros van llegando a la carretera y se acomo-
dan inmediatamente en los tres “camperos” que reemplazan al viejo camión
multicolor que los trajo a este sitio. El espacio adentro es escaso y obliga a los
más jóvenes a apostarse sobre el techo de uno de los vehículos, subiendo con
ellos el bidón de licor sobrante del ritual. El alicoramiento es común una vez

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Edson Jair Ospina Lozano

finalizadas estas actividades. La celebración no sólo se debe al final del ritual


o a la vuelta a casa, es también por el buen comportamiento y el cese de las
prohibiciones por parte de las autoridades tradicionales.
El retorno hacia Yat Wala es lento y silencioso. El bochorno y la polvare-
da atraen el sueño, irreconciliable entre los baches y las curvas. Una caliente
comida nos recibe en la casa del cabildo, siendo éste el primer lugar donde co-
mienzan a brotar las impresiones de los comuneros acerca del antes imagina-
do y anhelado y ahora disfrutado y sufrido ritual del refrescamiento de varas.
Para estos comuneros el páramo no es simplemente un delicado sistema
biótico, es un entramado donde naturaleza, cultura e historia se reúnen para
dar sentido a la pervivencia de este pueblo sobre este territorio. Defenderlo
es una nueva tarea —inaplazable— y los nasas lo saben.

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América, tierra de montañas y Volcanes II
Voz de los pueblos
La edición se realizó en el Departamento de Publicaciones de la
enah. Dayana I. Bucio Ortega y Gustavo Jiménez Salinas se encar-

garon de la formación. Se terminó de imprimir en noviembre de


2013 en la imprenta Tipos Futura S. A. de C. V., Francisco Gonzá-
lez Bocanegra, núm. 47-B, col. Peralvillo, delegación Cuauhtémoc,
06220, México, D.F., en papel Bond ahuesado de 90 g. La edicción
estuvo al cuidado de Margarita Loera Chávez y Peniche y de Ricardo
Cabrera Aguirre. Se utilizó tipografía ITC Kabel de 18 y 12 puntos
y Simoncini Garamond de 10 puntos.

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