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ÉRASE QUE SE ERAN siete torres firmísimas; por ellas se hundía el viento con gavilanes de agua;
érase que se era una dama más alta que las mismas estrellas: en cañamazos crudos, con agujas de
bruma y ovillos de silencio, bordando besos leves, su sangre deshojaba...; érase que se era...
Bajo el cielo de plata, bautizando a las nubes, sitiada por las aguas..., borda esta tarde gris.

[SOMBRAS CHINESCAS: DE UN MANUSCRITO HALLADO EN ALGECIRAS]

Dicen que el desierto deseaba a Bethmoora...

ESCAMPA. Y, mientras tanto, bordas el arcoíris. Todo alienta con todo. Y se sostiene. Desfilan
inocentes los cubos de colores. Tan sólo tus pestañas enrejan y cautivan la flor de la mañana.
Lejos quedan, borrados, los cercos que nos cercan y cercaron. Hacemos abstracción de los parén-
tesis que intentan enmarcar la maravilla. No les damos cuartel. Y sonreímos. Abandonados a la
flor de oro.

... Ningún centinela vigila las almenadas murallas de Bethmoora; ningún enemigo las asalta.—
LORD DUNSANY

Eres casi de verdad


CARLOS OQUENDO DE AMAT

ROSA OCULTA EN EL AIRE, devanas la madeja de la tarde; bordas luego en las nubes vainicas y
festones. Conversas con las flores que siempre van contigo... Ahora, que ya sabemos leer el ar-
coíris. Ahora, que todo lo puede tu vara de virtud. Hoy, que briza la brisa los mármoles amables, y
vistes de sonrisas el prado de tu rostro, huyamos, escondidos, por los tallos de grama. A través de
los bosques de narcisos. Ha llegado el momento. El pecado, gravísimo: entre los goterones de la
lluvia de Mayo, abre su cola en rueda el pavón de los cielos. No volvamos la vista, tórtola en-
simismada, gacela sorprendida de pasos diligentes.
[Jardín de las Delicias]

Non hi havia a València dos amants com nosaltres.


VICENT ANDRÉS ESTELLÉS

DE TINTA CHINA Y DE PAPEL DE ARROZ. Surgidos del tintero y vivos en la página. Así somos tú y
yo, flor de las flores. A nuestro lado, en el mismo escaparate, una partitura de Boris Smetana. Nos
volvimos de música. Danzamos por los puentes del Moldava. Dejamos nuestro exlibris por las
farolas de toda la ciudad. A la luz del crepúsculo, buscamos en la trastienda el álbum de estampas
que esconde el corazón del laberinto. Salvamos el reflejo, robamos el azogue y escapamos riendo
del doctor Dapertutto. Somos de tinta china y de papel de arroz. Existiremos siempre que los
jazmines tejan aéreas sombras chinescas en el muro labrado. Somos caligrafía vestida de domingo,
siempre de vacaciones. Los renglones torcidos de un niño y una niña sin reloj.

[SOMBRAS CHINESCAS: INTERMEZZO]

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AGUSTÍN MARÍA GARCÍA LÓPEZ (Villarrasa, Huelva, 1949). Licenciado en Filología Hispánica y
Graduado en Filosofía por la Universidad de Sevilla, ciudad donde reside. Ha publicado El río
amarillo (Málaga, 1984), Calcomanías embusteras (Málaga, 1988), Ninguém (Sevilla, 1988), De un
manuscrito hallado en Algeciras (Sevilla, El Sobre Hilado/Padilla Libros, 2003) y Sombras Chinescas
(Sevilla, La Isla de Siltolá, Colección Tierra, n.º 37, 2015). Además, ha dado a la estampa otros dos
libros: la traducción de Vertical el deseo, de Albano Martins, y la edición de Un día… El jarro de flores,
de José Juan Tablada, ambos publicados en Carmona (1990). Codirige, con David González Lobo,
Tinta China, Revista de Literatura [www.tinta-china.net].

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