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ARQUIDIÓCESIS DE VALENCIA.

SEMINARIO MAYOR “NUESTRA SEÑORA DEL SOCORRO”.


AFILIADO A LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA.
SAN DIEGO – EDO. CARABOBO

SEMINARISTA: FROILÁN MEDINA. TUTOR: MONS. NELSON MARTÍNEZ RUST.


froilan994@gmail.com

LA REDENCIÓN: NECESIDAD, MODO Y CONSECUENCIAS

Introducción

El relativismo moderno amenaza con invadir todos los espacios de reflexión incluido el teológico,
con ello la fe y el perdón de los pecados quedan sujetos a las ideas y concepciones propias de cada
individuo perdiendo su objetividad. El hombre en su afán de dominio se presenta autosuficiente y
proclama una “libertad” que le permite realizar lo que le parezca, en muchas ocasiones pasando por
alto las consecuencias que estas acciones conllevan. La teología y las ciencias modernas han
demostrado con sólidos argumentos que existen verdades absolutas, y que estas no dependen del
número de personas que se adhieran a ellas, otorgando al mundo estabilidad y certeza. Por la
Revelación que se realiza en la Encarnación de Jesucristo se llega a acceder al conocimiento de Dios y
la contemplación de su misterio, por ello es imperioso para los cristianos dar razones a la luz de la fe de
la acción de Dios, a través de una compresión del misterio de la Redención, los daños que produce el
pecado y cuál es el acto fundamental del perdón de los mismos.

Realizando un camino a través de las Sagradas Escrituras y la teología dogmática, especialmente por
medio de la cristología, se busca brindar un recurso que sirva de inducción y motivación a la
profundización de un término que se amplía con el paso del tiempo, y que lleva consigo el crecimiento
de la comprensión de la acción salvífica de Dios por la humanidad.

La Sagrada Escritura, fuente de la teología de la Redención

El término Redención, cuya etimología hace referencia concreta a la justificación y al perdón de los
pecados, forma parte de los temas de la reflexión teológica. En el Antiguo Testamento posee una doble
acepción, por una parte, se encuentra la concepción jurídica, que expone la posibilidad de pagar el
rescate por un familiar o sus pertenencias con el fin de que se conserven en el patrimonio familiar.
Enmarcada en el ámbito religioso, la redención es concebida por el pueblo de Israel como el acto
atribuido a Yahvé, por el que hace pasar de una situación de esclavitud a libertad, de carencia a
promisión en el cumplimiento de la Ley, recordando que ésta es el marco fundamental de referencia
religioso para ese pueblo. La redención es siempre iniciativa divina que construye puentes para que se
pueda acceder a Él, quitando de su memoria las transgresiones hechas por el hombre a su Alianza.

El Nuevo Testamento presenta a Jesucristo como el Mesías esperado que otorga la liberación del
pecado y que a su vez proclama la Buena Nueva de la salvación. Para San Juan, Jesucristo es la verdad
que otorga libertad a los hombres que se encontraban esclavos del error (Jn 8,32). En cuanto a los
2

Evangelios Sinópticos, el centro de esta doctrina se condensa en la proclamación del Reino de Dios –
que es Jesús mismo— y la invitación a la conversión (Mt 4,17; Mc 1,15; Lc 4,16-30), concretado en la
forma de vida que Él asume y el seguimiento que produce consigo por parte de los discípulos, siendo
fuente de alegría y plenitud para ellos y cuantos se adherían al anuncio 1; la predicación de Jesús está
orientada hacia su pasión, muerte y resurrección que es el momento culmen de su acción redentora,
porque su sangre –como Él mismo lo declara— «es derramada por muchos para perdón de los
pecados» (Mt 26,28).

La dolorosa condición del hombre pecador

La acción fundamental de la redención es el perdón de los pecados, como medio ya que el fin
objetivo es que el hombre goce de la vida bienaventurada. El pecado es el mayor de lo males que
comete y sufre el hombre, así pues, es «una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar
al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes» 2,
constituyendo un «desorden sobrenatural»3 ya que es una ofensa a Dios, una ruptura en su relación con
Él y una privación de las gracias y auxilios que se han destinado para su bien. Es en otras palabras, la
colocación voluntaria de un bien aparente por encima del Sumo Bien.

Esta ofensa a Dios realmente ¿le afecta?, Si se concibe a Dios como aquel impasible que se abstrae
de la realidad que sucede en el mundo, indudablemente la respuesta es no; pero Dios ha querido en un
acto de su voluntad, involucrarse, hacer con el hombre amistad, relación de paternidad. Visto desde
esta realidad es indudable que le afecte a Dios el desamor del hombre, no porque Dios deje de ser
inmutable, sino porque le es colocada una barrera que le impide dar su amor de paternidad. Es el
hombre el que ha sido afectado por el pecado, acarreando para sí esclavitud y destrucción4.

La naturaleza caída que experimenta el hombre, tiene su punto de partida en el pecado original, que
es el «estado, la situación o la condición “pecadora” presente en la que todo hombre viene al mundo» 5,
la participación en la humanidad pecadora se produce desde el primer instante de la existencia, y es
desde este momento que el hombre es privado de la gracia y es acreedor de lo que se conoce como
“concupiscencia” o la inclinación al mal6. El Catecismo aclara que el pecado original es un estado y no
un acto (de allí que no es imputable como pecado personal), que es transmitido por la participación en
la condición humana que fue creada en estado de gracia original, pero que este estado fue fracturado
por el pecado de Adán, y con ello produjo la transmisión –en lugar de la gracia original que formaba
parte del proyecto creativo de Dios–, de un estado caído privado de la justicia y santidad iniciales7.

1
ULLRICH, Lothar; Redención; en, BEINERT, Wolfgang; Diccionario de Teología dogmática, pág.
587.
2
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA; n° 1849.
3
AUER, Johann; Evangelio de la Gracia; pág.111.
4
SAYÉS, José Antonio; Señor y Cristo, Curso de Cristología; pág. 370.
5
BAUMGARTNER, Charles; El pecado original; pág. 21.
6
Ibídem; pág. 22.
7
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA; nº 404.
3

El pecado arroja inevitablemente al hombre a su perdición, a la muerte eterna, lo que lo hace


impotente de adquirir por sus propias fuerzas la salida, el rescate de esa condición; está incapacitado
por su ser finito, de apartar de sí esta realidad de muerte, al contrario, por su inclinación al mal y con
sus pecados personales la atrae y afianza en su existencia. La única fuerza que posee la capacidad de
hacer frente al pecado y a los múltiples factores que lo generan, incluyendo las consecuencias del
mismo como lo son la culpa y la condenación, es la redención universal obrada por Cristo en la cruz
que es la primicia de salvación para la humanidad entera8. No se trata de un encubrimiento del pecado
por parte de Cristo, o simplemente no tenerlo en consideración -eso es parte de lo que los reformadores
y antes otros como Pelagio pretendían hacer creer-, ya que implica de forma tal la remisión, la
cancelación del pecado y lo acarreado por el mismo.

La muerte como acto altísimo de Redención

La redención es iniciativa de Dios, quien movido por su amor al hombre, ha querido restaurar su
imagen en Él y elevarlo a la condición de hijo; esto lo ha llevado a su realización en Jesucristo, al que
Juan Pablo II llamó el Redentor de los Hombres 9, sintetizando toda una historia teológica que lo
considera así, producto de la Revelación Divina que custodia la Iglesia. Aunque toda la vida de Jesús es
acto de redención, ya que esta tiene su inicio en el misterio de la Encarnación, en su ministerio público
se caracterizó por hacer de toda su vida una ofrenda al Padre, entregándose a los oprimidos y agobiados
por el peso del pecado y del sufrimiento, sin embargo, es en la cruz donde llega a su culmen el acto
redentor. Su Pasión y Muerte es la razón de ser de su Encarnación 10 y es con la sangre del Hijo de Dios
que se paga el precio de la deuda adquirida por el hombre producto del pecado (Mt 26,28; Rm 3,25).
Ahora bien, ¿era necesario que se llegara al punto de la muerte en la cruz para que tuviera efecto la
redención, o bastaba con alguna otra acción que produjera frutos de perdón de los pecados a la
humanidad?

Indagando en los motivos de la escogencia de Dios sobre la muerte como el acto por excelencia de
redención, José Antonio Sayés, teólogo dogmático, aporta algunos elementos de gran relevancia en este
tema. Entre sus ideas se pondera el ofrecimiento de la vida como la manera más grande de expresar el
amor, teniendo como fundamento las palabras pronunciadas por Jesús en el discurso de despedida a sus
discípulos: «nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15,13). La muerte del
Inocente es Voluntad del Padre, por ello Jesús la asume desde la obediencia total y adquiere entonces
ese momento toda su eficacia redentora11. Ella, la muerte es la consecuencia del pecado (Rm 6,23), por
ello adquiere especial significación, al ser esta la expresión del pecado, Cristo al padecerla físicamente
la vence y otorga un significado más profundo. Por último, el dolor que experimenta el hombre al no
corresponder al amor divino, Jesús lo asume para sí, recorriendo el tránsito de la muerte12.

8
BAUMGARTNER, Charles; El pecado original; pág. 27.
9
Para la profundización en el tema de la redención y su contextualización en contemporaneidad, es
recomendable estudiar la Encíclica “Redemptor Hominis” de San Juan Pablo II (1979).
10
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA; nº 607.
11
CUESTIONES SELECTAS DE DIOS REDENTOR; n°12.
12
SAYÉS, José Antonio; Señor y Cristo, Curso de Cristología; pág.377-379.
4

Existen algunos postulados que plantean la posibilidad de que la redención no se efectuara mediante
la muerte, sino que algún otro acto de Jesús hubiese sido suficiente: un chasquido de dedos, el
pronunciamiento de ciertas fórmulas de oración o hasta un mínimo pensamiento. Dios no sabe dar
poco, creó al hombre a su imagen y semejanza, a pesar de la desobediencia lo siguió amando y
abriéndole caminos de bienestar hasta llegar a constituir un pueblo, al cual liberó de la esclavitud de
Egipto, le otorgó una tierra, además de constituirle jueces, reyes, profetas en la búsqueda de su
bienestar y, lo más sorprendente: envió a su Hijo único para rescatarlo, por tanto, no se puede dudar de
la voluntad del Padre de pagar el mayor precio por la readquisición del hombre que se encontraba
sometido a la esclavitud del mal, del pecado y del demonio ¿Hay alguna forma de pago más grande o
de mayor valor que el ofrecimiento de Jesús? Desde toda lógica no, el sacrificio de animales del culto
antiguo queda superado con el culto instaurado por Cristo de su propio cuerpo.

En lo que atañe a la forma de identificación entre Cristo y la humanidad caída, existen diferentes
teorías que exponen desde valores legalistas hasta de satisfacción vicaria. Entre las ideas más
desarrolladas al respecto está la de sustitución penal, esta consiste en atribuir a Jesucristo el castigo
merecido por el pecador, pero este postulado debe ser matizado ya que el castigo merecido por la
realización de una infracción, debe ser siempre impuesto al infractor, de lo contrario sería una
injusticia. Los reformadores protestantes, Lutero y Calvino, exponían que Jesucristo es castigado por
Dios en su pasión y muerte, y es allí donde se realiza la satisfacción debida. La teología católica ha
refutado esta postura, argumentando que «Cristo tomó sobre sí el sufrimiento y la muerte, que habían
sido pena debida al pecado, pero que respecto a Cristo no eran castigo, pues caían sobre un inocente» 13,
siendo por ello que el castigo tiende a ser reemplazado por el sacrificio, como la sumisión voluntaria a
esta realidad dolorosa. Y «por supuesto, el Santo probado, con semejante representación vicaria no
peca ni siquiera por vacilación, porque todo sobreviene en función de su obediencia y de su amor»14.

El concepto de sustitución no queda rechazado al refutar la cuestión penal y menos se puede intentar
modificar por el de solidaridad. El presentar una simple solidaridad de Cristo con el hombre y sus
padecimientos, deja muy reducida su acción, eso equivaldría a afirmar que Él ha sufrido con el hombre
y no por el hombre. En Cristo hay ciertamente una solidaridad, pero que es elevada a sustitución, no es
una parte de los pecados que carga sobre sí, son todos con sus consecuencias respectivas por los
hombres, aclarando que el cargar los pecados no quiere expresar que se haya hecho pecador.

La amistad Dios-hombre como objetivo de la redención

La redención va dirigida al hombre pecador que ha perdido, producto de su acción desordenada, la


amistad con Dios. La liberación de la soberanía del pecado y de la muerte hace al hombre capaz de ser
elevado en su dignidad de siervo a hijo. El precio del rescate –la sangre de Jesucristo–, otorga al
hombre un valor inestimable delante de la presencia del Padre, ya lo hacía notar San Pedro en su
epístola: «sabiendo que han sido rescatados de la conducta necia heredada de sus padres, no con algo

13
SAYÉS, José Antonio; Señor y Cristo, Curso de Cristología, pág.381.
14
VON BALTHASAR, Hans Urs; Puntos centrales de la fe; pág. 163.
5

caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como cordero sin defecto y sin mancilla, Cristo» (1P
1,18-19).

Es una nueva creación la obrada por Dios que trae consigo el orden y belleza original. La imagen
que, producto de la desobediencia fue manchada y fracturada queda reestablecida y, conformada con la
del Hijo de Dios, que se convierte en impulso para la profundización en su misterio y una invitación
explícita del Reino de Dios, centro de la predicación mesiánica. Añadido a esto, el hombre es capaz de
experimentar la libertad verdadera que lo lleva a la plenitud del ser, a comprender el sentido de su
existencia y de las situaciones adversas que en ocasiones le toca transitar; a este estado del hombre se le
denomina santidad, que es la vocación universal a la que se está llamado y a la que se corresponde
mediante una respuesta libre de cada cual.

La gracia es una realidad sobrenatural que capacita e impulsa la amistad Dios-hombre, pero este
último tiene la capacidad de elegir entre adherirse o rechazar a esta nueva situación que se le presenta.
La redención de Cristo es para todos los hombres, ese es el querer de Dios (1Tim 2,4), pero la
obstinación en el mal, las estructuras de pecado y la concupiscencia son obstáculos que se oponen a la
gracia y que, si el hombre no se determina firmemente a rechazar el pecado y abrirse a la acción de
Cristo, la redención no opera en su vida. Dios quiere ser amado en libertad, no mediante imposiciones
que coarten o condicionen la operación de la voluntad humana.

Los sacramentos, signos visibles de la redención

Todos los sacramentos al ser instituidos por Cristo están en dirección a la redención de los hombres.
El bautismo, puerta de entrada en la vida cristiana, sacramento fundamental de regeneración, posee una
importancia vital en la doctrina de la redención. Es mediante la triple inmersión y la pronunciación de
la fórmula trinitaria que el hombre es libre del pecado original y de los pecados personales cometidos
hasta ese momento, otorga la condición de hijo de Dios operada por Cristo en la constitución de una
nueva creación, y efectúa la incorporación a la Iglesia de la que en adelante se es miembro pleno. El
bautismo eleva, en otras palabras, la condición del hombre, haciendo a la humanidad partícipe de la
divinidad.

La Eucaristía, es denominada por la liturgia “misterio de redención”, ya que a través de ella el


hombre, fortalecido y dotado de gracias especiales por Cristo, es capacitado para avanzar en el camino
de la santidad, estableciendo íntima comunión con Dios y aunque no está ordenada al perdón de los
pecados mortales, borra los pecados veniales y faculta para romper los lazos que atan al hombre a las
criaturas, aunado a que preserva de los pecados futuros 15. La eficacia del sacramento está condicionada
por quien lo recibe, ya que no es la Eucaristía un requisito que se debe cumplir externamente por la
imposición de un precepto, sino que es una invitación a una compenetración total a Jesucristo a través
de una participación activa, fructuosa y consciente16 en el seno de la comunidad, la Iglesia.

15
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA; nº 1394-1395.
16
SACROSANCTUM CONCILIUM; nº 11.
6

Bautismo y Eucaristía son el binomio que hace a la Iglesia, que la edifica y sostiene en la esperanza
de una participación gozosa del Cielo en la segunda venida de Jesucristo al final de los tiempos, en la
que se contemplará plenamente el alcance de la redención de los hombres, antes de ese acontecimiento,
reflexiones especulativas son las que se generan que por su naturaleza siempre serán limitadas frente a
realidades sumamente profundas.

Conclusiones

La presencia verificable históricamente de Jesús en el mundo, pertenece a las verdades objetivas,


mientras que la adhesión a su mensaje y la apertura a su Redención implican la gracia y la fe, además
de una respuesta en libertad que es elemento vital por parte del hombre, ya que Dios no irrumpe
violentamente en la voluntad humana. El hombre creyente, que ha hecho experiencia del conocimiento
y amor a Dios, necesita siempre volver a la comprensión de la gratuidad del rescate divino y las
consecuencias que repercuten en él, es por ello que naturalmente la gratitud es una clave fundamental
en la relación de intimidad con Cristo porque, aunque no se era merecedor de tan grande sacrificio,
quiso Dios que así fuese.

En los sacramentos encuentra el hombre la acción de Dios que concretamente le tiende la mano,
otorga el perdón de sus pecados personales por medio de la contrición del corazón y la enmienda del
daño cometido, y en concreto por la absolución del sacerdote. Aunado a esto, lo fortalece con la
Eucaristía para que pueda progresar en la perfección de su alma, vivir en la santidad y salir a la misión
de proclamar la Buena Noticia del Evangelio a tantos que no conocen a Dios. La experiencia de saberse
redimido adquiere entonces su dimensión eclesial más intensa, es un compromiso que aleja al creyente
de la tentación de una vivencia intimista de la obra de Dios en su vida, por el contrario, abre paso a la
colaboración en la comunicación del kerygma o anuncio del amor del Padre y la invitación a todos los
hombres a permitir que toda su vida se involucre en este misterio. La evangelización es consecuencia
directa de la redención.

Además, en la profundización de la Palabra de Dios escrita que produce una rememoración de la


obra redentora de Dios con la humanidad, se encuentra renovado impulso para –precedido por la
experiencia hecha por las generaciones postreras– imitar la heroicidad de sus respuestas y construir
estructuras de la gracia en medio de las realidades concretas que vive ordinariamente.

Valencia, Venezuela, 02 de julio de 2020


7

BIBLIOGRAFÍA

AUER, Johann; El Evangelio de la gracia. Curso de la teología dogmática, V; (1982)2.


BAUMGARTNER, Charles; El pecado original; (1971).
CHOPIN, Claude; El verbo encarnado y redentor, (1969)2.
COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL; Cuestiones selectas de Dios Redentor; (1994).
FERRER BARRIENDOS, Vicente; Jesucristo, nuestro salvador, Iniciación a la Cristología; (2005).
GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Olegario; Cristología; (2001).
RAHNER, Karl; Curso Fundamental sobre la Fe; (1998)5.
RATZINGER, Joseph; Jesús de Nazaret, Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección; (2011).
SAYÉS, José Antonio; Señor y Cristo, Curso de Cristología; (2005).
ULLRICH, Lothar; Redención; en, BEINERT, Wolfgang; Diccionario de Teología dogmática, (1982).
VERGÉS, Salvador; Dios y el hombre, La Creación;(1980).
VON BALTHASAR, Hans Urs; Puntos centrales de la fe; (1985).

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