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Sucesiones – Bolilla 1:

DERECHO DE LAS SUCESIONES. CONCEPTO. CARACTERES. FUNDAMENTO. PRECEDENTES: DERECHO


ROMANO Y GERMÁNICO.-

Sucesión. Concepto y caracteres.- La incorporación de un derecho al patrimonio de una persona implica su


adquisición. Esta adquisición puede obedecer a dos causas distintas: o bien el derecho nacer en cabeza del
adquirente, o por el contrario, la incorporación deriva de un titular anterior en cuya cabeza el derecho preexistía.
En el primero de los supuestos estamos en presencia de una adquisición a título originario, donde el derecho es
objeto de un acto de creación. No hay ninguna derivación de la relación, sino la constitución de una nueva. La
característica de la adquisición a título originario está dada por la ausencia de una relación de hecho que vincule a
dos sujetos, uno transmitente y otro adquirente, ya que el nexo se opera de forma directa entre el sujeto
adquirente y el derecho adquirido.

En la adquisición a título derivado el derecho es objeto de un traspaso o transmisión, operándose el reemplazo de


un sujeto por otro en la titularidad de la relación jurídica, la que permanece inalterada en sus elementos objetivos.
Conviene remarcar dos características referentes a la precisión del concepto: la primera es la identidad y
continuidad de los derechos, lo que permite diferenciarlo de otras mutaciones subjetivas, tales como la
suplantación o la comunicación; la segunda es que la sucesión supone siempre, que la sustitución de titulares de
la relación jurídica importa que el sucesor estará en condiciones de ejercer el derecho en su propio nombre.

Esta derivación de los derechos puede provenir de la voluntad del causante u originarse en una disposición del
ordenamiento jurídico. La venta y la sucesión intestada son ejemplos de una y otra de las posibilidades.

La sucesión entre vivos y “mortis causa”.- La transmisión de derechos patrimoniales puede originarse en un acto
jurídico bilateral manifestado en un negocio válido, como por ejemplo, una venta, una permuta o una donación.
Constituye esto la sucesión entre vivos. La sucesión se califica mortis causa cuando tiene como presupuesto
necesario y determinante la muerte del sujeto a quien se habrá de suceder, al cual se lo denomina elípticamente
cujus (de cujus successione agitur). La muerte marca no solamente el momento cronológico determinante de la
apertura de la sucesión, sino el hecho jurídico al cual está vinculada.

Elementos.- La sucesión mortis causa, ya sea universal o a título particular, se opera por la concurrencia de tres
elementos según sostiene Maffía: a) La apertura de la sucesión; b) la vocación del sucesor; y c) la aceptación.
No existe en nuestro derecho la sucesión sin que se opere por parte del sucesor un acto voluntario de aceptación,
y sólo después de ese acto de adición se producirá la transmisión efectiva; hasta que ello ocurra habrá tan sólo un
llamado al sucesible. Pero para que el acto de aceptación tenga eficacia es menester que el llamamiento se haya
producido, puesto que las herencias futuras no pueden aceptarse ni repudiarse y si el sucesor presuntivo hubiera
aceptado o repudiado la sucesión de una persona viva, podrá sin embargo aceptarla o repudiarla después de la
muerte de esa persona. La apertura de la sucesión coincide con la muerte de una persona o con la declaración de
su ausencia con presunción de fallecimiento.

Fundamentos del derecho sucesorio.- Los fundamentos del derecho sucesorio corresponden al campo de la
filosofía jurídica. Maffía se limita pues a la simple enumeración de las respuestas que se han ensayado para
justificar la transmisión hereditaria, cuales son:
A) Teoría del derecho natural. Como todo criterio fundado en esa premisa, presenta los inconvenientes que
derivan de la dificultad de definir ese derecho natural y cae por lo tanto, según el mencionado autor, en
imprecisiones y vaguedades;

B) Teoría biológica. Para ella la sucesión no es más que una consecuencia de seguir el orden natural p biológico
atendiendo a que la muerte implica la continuidad del individuo a través de los descendientes. Las normas
sucesorias deben obedecer, por ende, a esa ley fisiológica. “Como se advierte, la explicación no basta, pues no
alcanza a satisfacer el fundamento de la transmisión a los ascendientes o a los parientes lejanos”;

C) Teoría del afecto presunto del causante. Finca su punto de partida en la prevalencia de la voluntad del
difunto, expresada en su testamento. Si el causante no lo ha redactado, la ley debe organizar un sistema que
responda a la presunción de cuál hubiera sido su voluntad. De tal manera que el sujeto puede omitir la expresión
de sus deseos, sabiendo de antemano que la ley ha de interpretar su silencio. No obstante que radica, según
opina Maffía, en un concepto exacto y es una de las más difundidas, se resiente de parcialidad en el exagerado
respeto que otorga a la voluntad individual. “Es dable observar que ésta se halla restringida por el legislador
cuando debe atender principios superiores; tal, por ejemplo, cuando regula el sistema legitimario.

D) Teoría de la copropiedad familiar. Contrariamente con la teoría anterior, esta rechaza la voluntad del autor,
ya que el derecho del heredero derivaría de su copropiedad sobre el patrimonio que pertenecería a toda la
familia. También aquí se observan las limitaciones, dado que esta teoría resultaría insuficiente para justificar el
llamado de los herederos lejanos.

E) Teoría utilitarista. Sus partidarios sostienen que el sistema sucesorio debe organizarlo el Estado fundándose
exclusivamente en principios económicos y políticos, que respondan a la forma de organización del gobierno.
Según sostiene Maffía, como las anteriores, ésta peca de incompleta al atender sólo a una de las fases de la
cuestión.

F) Teorías negatorias. Todas las anteriores reconocen, como premisa necesaria, la existencia del derecho de
propiedad. Para la tesis socialista, al carecer de fundamento el dominio privado, no tiene ninguna validez el
reconocimiento del derecho sucesorio.

Todas las teorías enunciadas se resienten, según Maffía de parciales al centrar su bondad en uno solo de los
aspectos del problema, y resultan insuficientes para explicarlo en su integridad. Y no resulta descaminado sostener,
según señala el autor, que en casi todas ellas puede encontrarse, en definitiva, razón valedera, y que la explicación
total resulte de la síntesis, “ya que si bien es cierto que la voluntad del causante tiene un papel importante, ella
está constreñida por razones de orden social y ético que son las que impulsan al legislador para condicionarla”.

Distintas clases de sucesión “Mortis causa”: legitima, testamentaria y contractual.- La naturaleza de la fuente del
llamamiento puede determinar distintas clases de sucesiones, ya sea que el título creador de la vocación
reconozca su origen en las disposiciones legales, o bien en la voluntad del causante. Conceptualmente
corresponde distinguir, en primer término, la sucesión legítima de la voluntaria. A su vez, dentro de esta última
categoría puede admitirse una subdivisión motivada en la formulación de la voluntad, puesto que ella puede
manifestarse unilateralmente mediante el acto jurídico del testamento o en forma bilateral por el concurso de dos
o más voluntades reguladas contractualmente. La posibilidad voluntaria contractual ha sido desechada, en
términos generales, por el sistema argentino, no admitiendo la validez de los pactos sucesorios. Se utiliza
indistintamente las expresiones de sucesión legítima, sucesión intestada y sucesión ab intestato, para identificar la
forma de transmisión que resulta del llamado que hace la ley, a diferencia de la sucesión testamentaria en la que
es la voluntad del testador la que provoca la vocación al heredero a recibir la herencia.

Conviene observar que nuestro derecho, respondiendo a la tendencia imperante en los ordenamientos modernos,
permite la coexistencia de la fuente legal y la testamentaria, apartándose así de la solución del sistema romano
que no admitía la compatibilidad de la sucesión testamentaria conjuntamente con la ab-intestato y que se
manifestaba en el conocido aforismo nemo pro parte testatus pro parte intestatus decedere potests.

En síntesis, junto al hecho jurídico de la muerte puede operar en forma conjunta o consecutiva el acto jurídico
unilateral del testamento, y según uno o el otro, o ambos a la vez, la sucesión se presentara como legítima,
testamentaria o mixta.

En cuanto al modo de operar conjunto o consecutivo de ambas fuentes merece recordarse la observación de
Rébora, quien precisó que entre la función de la voluntad y la función de la ley ha de haber una adecuación que
puede ser consecutiva, como también simultáneo-consecutiva. La adecuación consecutiva se atiene, en primer
término, a la voluntad del causante manifestada en un acto de última voluntad al cual se le reconoce una
eficiencia superior a otros intereses, limitándose la ley a asignarse a sí misma una función supletoria que cobrará
eficacia cuando falte el testamento. En cambio, la adecuación simultánea-consecutiva, que caracteriza a nuestro
sistema, contempla como primordial el derecho de ciertos herederos, de tal manera que únicamente cuando
estos faltan se extiende la eficiencia del testamento, y se atribuye a la ley, por último una función supletoria
similar a la de la primera adecuación. O dicho de otra forma, nuestro ordenamiento positivo establece como
predominante la función de la ley cuando existen herederos de llamamiento forzoso, y frente a ellos limita la
posibilidad testamentaria, que sólo se expande en su ausencia.

Pactos sobre herencia futura. Se ha dicho que la sucesión puede obedecer a una fuente voluntaria contractual,
en función de una manifestación de voluntad bilateral. Constituye ello el pacto sucesorio, al que se lo ha definido
como la convención mediante la cual el causante organiza su sucesión de acuerdo con otros interesados, o éstos,
estipulando entre sí en vida del causante, transfieren o abdican sus derechos. Concurren pues para la existencia
del pacto tres condiciones. La primera es que se celebre en previsión de una herencia futura, es decir, todavía no
abierta. La segunda es que el objeto del contrato forme parte de la sucesión. Y como tercera, que el pacto se
celebre en mérito a un derecho hereditario, y no a título de crédito u otra clase. La denominación abarca distintas
figuras: En primer lugar, el pacto institutivo, esto es, aquél por el cual se dispone de la propia herencia para
después de la muerte. En segundo lugar, el pacto renunciativo, mediante el cual se renuncia a una herencia en
vida de causante. Por último, el pacto dispositivo por el cual el sucesible dispone de la herencia abierta a favor de
un tercero. Como se observa, en los dos primeros, la estipulación se anuda entre el de cujus y el sucesible,
mientras que en el último el contrato vincula a éste con cualquier extraño.

La institución del pacto sucesorio no ha contado con las simpatías del legislador Vélez Sarsfield, y la prohibición
de tales convenciones se remonta al derecho romano, que incorporó una minuciosa casuística al Digesto y al
Código. Los motivos que han impulsado a prohibir la vocación contractual en los tiempos clásicos obedecen a un
doble orden de razones: se ha aducido, en primer término, que tales convenciones resultarían contrarias a las
buenas costumbres e indecentes, ya que giran en torno de una especulación sobre la muerte y la ventaja queda
subordinada a la proximidad del deceso, lo que provocaría el deseo de ese evento, es decir, el votum mortis; en
segundo lugar se esgrime la defensa de la libertad de testar, que quedaría, de esa forma, menoscabada al
restringirse al causante la facultad de disponer por medio del testamento. Más modernamente se han agregado
otras consideraciones, tales como la que dichos pactos resultan perjudiciales y lesivos, dado que ordinariamente,
por las circunstancias en que se celebran, se aceptan convenciones que se traducen en una despiadada usura,
arguyéndose además que la prohibición tiende a impedir que se altere la igualdad entre los herederos forzosos
mediante convenciones que burlen el principio democrático de la división igualitaria entre los sucesores.

No obstante el viejo linaje y el predicamento de la tesis prohibitiva, no pocas argumentaciones doctrinales en los
tiempos modernos han señalado la insuficiencia de sus razones, y esta corriente permisiva se ve robustecida por
el acogimiento que al pacto sobre herencia futura han brindado ordenamientos de tanto prestigio como el
Código Civil alemán y suizo. Sin embargo, la tendencia imperante en los códigos es la prohibitiva. El Código de
Vélez, siguiendo los modelos romano y francés, habia consagrado el régimen prohibitivo, cuyo eje era el artículo
1175, donde se establecía que “No puede ser objeto de un contrato la herencia futura, aunque se celebre con el
consentimiento de la persona de cuya sucesión se trate; ni los derechos hereditarios eventuales sobre objetos
particulares”. Pero no obstante este categórico rechazo, se podía encontrar en dicho ordenamiento posibilidades
de pacto sobre herencia futura. Así una posibilidad derogatoria aparecía en el artículo 1805 que determinaba la
imputación de las liberalidades realizadas por los padres a favor de sus hijos, entendiéndose que debían
comprenderse como un adelanto de la legítima.

El Cód. Civil y Comercial, si bien adhiere en un primer momento a la postura prohibitiva disponiendo en el primer
párrafo de su artículo 1010 que “La herencia futura no puede ser objeto de los contratos ni tampoco pueden serlo
los derechos hereditarios eventuales sobre objetos particulares…”. En su segundo párrafo regula una excepción a la
prohibición general: “…excepto lo dispuesto en el párrafo siguiente u otra disposición legal expresa”.

“Los pactos relativos a una explotación productiva o a participaciones societarias de cualquier tipo, con miras a la
conservación de la unidad de la gestión empresaria o a la prevención o solución de conflictos, pueden incluir
disposiciones referidas a futuros derechos hereditarios y establecer compensaciones en favor de otros legitimarios.
Estos pactos son válidos, sean o no parte el futuro causante y su cónyuge, si no afectan la legítima hereditaria, los
derechos del cónyuge, ni los derechos de terceros”. Así, si bien el Código, como principio general, conserva la
prohibición, realiza sin embargo una importante apertura a la autonomía privada en materia sucesoria
permitiendo –en una novedosa e importantísima norma que resultará de suma trascendencia para las inversiones
en las pequeñas empresas- pactos relativos a una explotación productiva o a participaciones societarias, con miras
a la conservación de la unidad de la gestión empresaria referidos a futuros derechos hereditarios en los que se
estipulen compensaciones a favor de otros legitimarios. Naturalmente que estos pactos serán válidos, sean o no
parte el futuro causante y su cónyuge en la medida que no afectan la legítima hereditaria, los derechos del
cónyuge ni los derechos de terceros.

Diferentes sistemas sucesorios: sucesión en la persona y en los bienes.- La historia del derecho sucesorio y el
análisis comparativo de las legislaciones muestran gran variedad de soluciones que tratan, en definitiva, de
contestar a un simple interrogante ¿continúa el heredero la persona del causante o exclusivamente lo sucede en
los bienes? Las respuestas han originado, dos sistemas denominados: sucesión en la persona o sistema romano, y
sucesión en los bienes o sistema germano.

Régimen del Código Civil Argentino y de la ley 17.711. Al redactar su Código, Vélez se enroló decididamente
en la concepción romana de la continuidad personal. La regla general que estableció fue la de la responsabilidad
plena del heredero por las deudas y cargas de la herencia, no sólo con los bienes recibidos sino también con los
propios. La limitación de la responsabilidad podía obtenerse mediante el beneficio de inventario, pero éste
aparecía regulado en una forma en extremo severa y sometido a plazos angustiosos. No es extraño, entonces, que
tanto el Anteproyecto de Bibiloni como el Proyecto de 1936 procuraran suavizar las consecuencias de la
responsabilidad ultra vires, mediante una regulación encaminada a favorecer los derechos del heredero.
Adhiriéndose a esa tendencia, la ley 17.711, dictada en 1968, facilita la limitación de la responsabilidad del
heredero estableciendo como principio general que éste responderá intra vires, presumiendo que toda aceptación
de la herencia se realiza con beneficio de inventario. Tal situación cederá cuando el heredero manifieste
expresamente su voluntad de aceptar pura y simplemente o cuando se lo sancione con la pérdida del beneficio,
ya sea por la realización de actos prohibidos o por no haber confeccionado el inventario a tiempo, es decir, se
convirtió en regla general lo que antes constituía una excepcion, pero manteniendo intacto el resto de las normas.
Sin dudas ello generó confusión y obligó al intérprete a preguntarse en cada casi, si se estaba frente a una
derogación tácita. Conviene remarcar que este facilitamiento de las limitaciones a la responsabilidad del heredero
no implica que el sistema del Código de Vélez haya tornado al de la sucesión en los bienes, ya que las soluciones
seguían siendo de aquellas propias al sistema de la sucesión en la persona.

En los Fundamentos que acompañaron el Anteproyecto del Código Civil y Comercial se explica que la
responsabilidad del heredero es intra vires, y que por ello se eliminó la presunción del beneficio de inventario.
Así, en virtud del principio de responsabilidad limitada, el heredero sólo responde con sus propios bienes por
deudas del causante, asumiendo así una responsabilidad ilimitada, en los casos especialmente previstos y como
medio de sanción de conducta. Así por ejemplo, cuando es intimado judicialmente por acreedores o legatarios, no
confeccionan el inventario dentro de los tres meses, oculta bienes fraudulentamente, exagera el pasivo dolosamente,
etc.

El sistema cimentado por el Código Civil y Comercial debe determinarse del juego de los artículos 2280 ya
mencionado y del 2317, que a primera vista parecerían hablar de lo mismo, pero que no obstante ello, poseen
ciertas diferencias. De la interpretación gramatical al artículo 2280 in fine resulta que el heredero responde con los
bienes recibidos del causante, salvo que los hubiera enajenado, en cuyo caso responderá hasta el valor de esos
bienes. De acuerdo al último párrafo de la norma, la responsabilidad del heredero es, como regla, cum viribus
hereditatis, es decir, responde con los mismos bienes de la herencia al pago de las deudas hereditarias, y sólo se
convertiría en pro viribus en el supuesto que los bienes hereditarios hubiesen sido enajenados. Sin embargo, debe
atenerse a lo dispuesto en el artículo 2317 que establece la responsabilidad del heredero por las deudas y legados
de la sucesión “sólo hasta la concurrencia del valor de los bienes hereditarios recibidos”, consagrando así la
responsabilidad pro viribus.

La norma del artículo 2317 que establece que el heredero queda obligado por las deudas y legados de la sucesión
sólo hasta la concurrencia del valor de los bienes hereditarios recibidos, por componer el Título V que trata de la
responsabilidad de los herederos y legatarios, es de mayor especificidad que la contenida en el artículo 2280 in fine
del Capítulo I del Título I de este Libro Quinto, que lleva por título “Disposiciones generales”. Esta interpretación
permite concluir que los herederos no responderían con los bienes sino hasta la concurrencia del valor de los
mismos, siendo éstos últimos la garantía de acreedor y no el objeto de su derecho. El heredero tiene la opción de
abandonar los bienes, permitir que se ejecuten o pagar al acreedor, liberando con ello toda posibilidad de
agresión contra los bienes sobre los cuales, además del interés económico, la ley presume otro interés
relacionado con afectos extrapatrimoniales. Es que el heredero no está obligado con los bienes recibidos sino sólo
“en la medida del activo recibido”. El heredero tiene así beneficio de exclusión de los bienes hereditarios, es decir,
la facultad que la ley le concede de agotar la herencia para el pago de deudas y cargas de la sucesión y así no
quedar obligad a pagar a los acreedores del difunto más de lo que importe la herencia misma.
Se trata de una responsabilidad intra vires hereditatis sin la necesidad de recurrir a la ficción jurídica de la
presunción de aceptación de la herencia con beneficio de inventario. Por consiguiente, los bienes personales del
heredero no pueden ser afectados a las deudas del de cujus, siendo la finalidad limitar la responsabilidad del
heredero. Esta responsabilidad intra vires hereditatis puede revestir alguna de estas dos modalidades: pro viribus
hereditatis, o sea contable, cuantitativa, cuando la responsabilidad queda fijada en un límite cuantitativo. En este
caso el heredero responde hasta el límite del valor de los bienes de la herencia, pudiendo quedar afectado al
pago de las obligaciones hereditarias su patrimonio personal, al cual se habrían incorporado dichos bienes, pero
sólo hasta el límite representado por ese valor. Cum viribus hereditatis, esencialmente objetiva, que recae
únicamente sobre los bienes relictos. Se trata de un límite cualitativo y objetivo, representado por los mismos
bienes heredados que resultan afectados al pago de las deudas hereditarias. La primera de las dos parecería ser la
adoptada por el Código en el artículo 2317.

Así se observa que no obstante que del texto del artículo 2280 in fine resultaría indicativo de una modificación
jurídica trascendente (sistema de los bienes) en su aplicación al haberse utilizado la expresion, “responden por las
deudas del causante con los bienes que reciben”, la interpretación de las normas legales en su conjunto (con el
artículo 2137) indica que el sucesor responde hasta la concurrencia del valor de esos bienes y no necesariamente
con los bienes mismos. Los bienes son la garantía de los acreedores pero no su crédito. El Código Civil y Comercial se
inclina por el sistema de sucesión en los bienes, aunque sin adoptarlo íntegramente.

SUCESIÓN A TÍTULO UNIVERSAL Y PARTICULAR. FUNDAMENTOS. DIFERENCIAS.- La extensión del objeto


determina, según sostiene Maffía, que la sucesión pueda ser universal o particular. Cuando la transmisión
comprende uno o varios derechos se denomina sucesión particular o a título particular. En cambio, cuando la
transmisión comprende la totalidad de los derechos contenidos en un patrimonio o en una parte alícuota de éste,
estamos en presencia de la sucesión universal o a título universal. Así lo dispone el Código Civil y Comercial en su
artículo 400, según el cual “sucesor universal es el que recibe todo o una parte indivisa del patrimonio de otro;
sucesor singular el que recibe un derecho en particular”.

Como se ve, la nota esencial que caracteriza al sucesor universal es la recepción del todo o de la parte alícuota del
patrimonio. Con referencia al primero no se presenta dificultad alguna; sin embargo ellas aparecían y con
gravedad cuando entra a jugar la segunda de las posibilidades, con respecto al legatario de cuota; dificultad hoy
superada por el Cód. Civil y Comercial, que elimina dicha figura de su articulado, como se verá en breve.

LEY QUE RIGE EL DERECHO DE LAS SUCESIONES. PRINCIPIO DE UNIDAD Y PLURALIDAD. RÉGIMEN DEL
CÓDIGO. TRATADO DE MONTEVIDEO. LEY QUE RIGE LA CAPACIDAD PARA SUCEDER.-

Ley aplicable.- El tema referido a la debatida cuestión sobre el sistema aplicable en materia sucesoria evade,
según lo sostiene Maffía los límites de la materia, puesto que su tratamiento es propio del derecho internacional
privado. En la actualidad, dos son las soluciones que ofrece en materia de leyes sucesorias. Para una, la ley
aplicable debe ser única, y ella será la que corresponda al domicilio o nacionalidad del causante; para la otra, en
cambio debe aplicarse en cada caso la ley del país donde estén los bienes, lo que implica la pluralidad de leyes
cuando ellos estén situados en distintas naciones.

En la actualidad, dos son las soluciones que ofrece el derecho en materia de conflicto de leyes sucesorias. Para
una, la ley aplicable debe ser única, y ella será la que corresponda al domicilio o nacionalidad del causante; para la
otra, en cambio, debe aplicarse en cada caso la ley del país donde estén los bienes, lo que implica al pluralidad de
leyes cuando ellos estén situados en distintas naciones. El primero de los sistemas denominado de unidad de las
sucesiones, responde a la aspiración de los internacionalistas en el intento de lograr la comunidad jurídica
universal. Quienes sostienen su procedencia la abonan en las siguientes razones: en primer término, la inspiración
seguida por el Código en cuanto al patrimonio-persona, universalidad indivisible y abstracta dependiente del
sujeto y con radicación en un solo lugar; en segundo término, las ventajas que se derivan de la tramitación de un
solo juicio sucesorio; en tercero orden la admisión de que la transmisión hereditaria responde a la voluntad
expresa o presumida del causante, lo que hace necesario que esa volición no quede fragmentada por la aplicación
de distintas leyes; por último, se sostiene que la aplicación de una ley única, aun cuando fuera extranjera, en nada
afecta la soberanía nacional, ya que distinto es el régimen de la propiedad regulado por cada Estado y el derecho
que pueden tener los sujetos sobre ella.

No obstante la vieja prosapia del sistema, que responde a la tradición estatutaria, el principio de la unidad ha
recibido los embates críticos de los partidarios del sistema de la pluralidad. Según éstos, la célebre construcción
del patrimonio-persona carece actualmente del vigoroso predicamento de que gozó, y el derecho moderno se
inclina hacia el sistema de la sucesión en los bienes, lo que hace que la unidad sucesoria no resulte una
consecuencia obligada de la transmisión mortis causa. Además se remiten a las objeciones que merece la teoría
del afecto presunto del causante, ya que el exagerado sometimiento a la voluntad individual no existe, puesto que
debe ceder a las regulaciones impuestas por el legislador.

Acertadamente se ha observado que ninguna de las dos teorías presenta una consistencia inconmovible que
permita erigirla como la valedera, y por lo tanto el problema se desplaza del campo científico al utilitario . De esa
forma es preciso admitir, según Maffía, que la doctrina de la unidad aparece como más conveniente al ofrecer la
ventaja de una liquidación uniforme de la masa sucesoria.

Régimen del Código Civil.- Nuestro ordenamiento se ha pronunciado aceptando los principios de la unidad. El
Código Civil y Comercial ha puesto fin a conflictos interpretativos en torno a las excepciones al principio de la
unidad, y siguiendo al anteproyecto de Bibiloni y al Proyecto de la Comisión Reformadora de 1936 adopta el citad
principio, determinado por el domicilio del causante. La única excepción está dada en lo referente a la transmisión
de los bienes inmuebles situados en el país, la cual es regida por la ley nacional (“Art. 2644.- Derecho aplicable. La
sucesión por causa de muerte se rige por el derecho del domicilio del causante al tiempo de su fallecimiento.
Respecto de los bienes inmuebles situados en el país, se aplica el derecho argentino).

El Código de Vélez sostenía la regla general en su artículo 3283 según el cual “El derecho de sucesión al
patrimonio del difunto, es regido por el derecho local del domicilio que el difunto tenía a su muerte, sean los
sucesores nacionales o extranjeros”. Como se observa, se mantiene en términos generales el sistema adoptado por
Vélez, aunque aquél artículo no contenía excepciones a la regla. Era por ello que para la opinión que contaba con
la mayoría de los sufragios en la doctrina de los civilistas y en los pronunciamientos judiciales la regla encontraba
sus excepciones no sólo en los bienes raíces sino que el principio cedería en tres situaciones: en la transmisión de
los bienes inmuebles, en la de los muebles que tienen situación permanente, y en lo relativo a la regulación de la
porción legítima. Para otros, en cambio, no se justificaría la extensión y por lo tanto, ningún mueble quedaría
sometido a la ley local. El Código Civil y Comercial parece haber tomado partido excepcionando solamente de la
regla a los inmuebles situados en el país, que como se dijo, se regirán por la ley nacional.

Solución en los tratados de Montevideo.- El Tratado de Montevideo de 1889, del cual es signatario nuestro país,
además de Uruguay, Paraguay, Bolivia y Perú, ha adoptado el sistema de la pluralidad sucesoria. Por sus artículos
44 y 45, que regulan la materia, se establece que la capacidad de testar y la de los herederos estará regida por la
ley del lugar de situación de los bienes de la misma forma que la validez y efectos del estamento, los títulos y
derechos hereditarios, la regulación de las legitimas y todo lo relativo a la sucesión deferida por ley o por
testamento. Inclusive la forma del testamento debe regirse por la ley locus rei sitae, aunque se reconoce eficacia a
los testamentos por acto público realizados en cualquiera de los Estados signatarios. El sistema ortodoxamente
pluralista ha sido atenuado en el segundo Tratado, que se redactó en 1940. En él se estipuló que la capacidad
para testar debe regirse por la ley de domicilio del causante, y que las formas del testamento deben regularse por
la ley del lugar de su otorgamiento.

Ley que rige la capacidad para suceder.- La capacidad para suceder consiste en la aptitud legal para recibir por
transmisión mortis causa. Dicho con otras palabras, es el conjunto de requisitos exigidos por la ley para que una
persona pueda ser sujeto pasivo de una transmisión hereditaria. En el estado actual de nuestro derecho y
obedeciendo el principio liberal que lo caracteriza, son capaces de adquirir todas las personas. Así, el Código Civil
y Comercial dispone en su artículo 2279 que “Pueden suceder al causante: a) las personas humanas existentes al
momento de su muerte; b) las concebidas en ese momento que nazcan con vida; c) las nacidas después de su muerte
mediante técnicas de reproducción humana asistida, con los requisitos previstos por el artículo 561; d) las personas
jurídicas existentes al tiempo de su muerte y las fundaciones creadas por su testamento”. El Código de Vélez
expresaba que toda persona visible o jurídica, a menos de una disposición contraria de la ley, gozaba de la
capacidad de suceder o recibir una sucesión.

Conviene advertir, según señala Maffía que el tema referido a la capacidad sucesoria ha perdido prácticamente
toda vigencia, dado que han desaparecido en las legislaciones actuales las incapacidades que otrora se
conocieron, tales como la de los esclavos, los muertos civiles, la de los extranjeros, o más recientemente, las
fundadas en motivaciones raciales o religiosas.

Según lo dispone el Código Civil y Comercial, el sucesor puede ser persona jurídica existente al tiempo de la
muerte del transmitente. También puede serlo aquellas que no existan al producirse el fallecimiento del de cujus,
cuando el testamento dispone su creación. Las personas humanas concebidas al momento de la apertura de la
sucesión condicionan su carácter de sucesores a que se produzca su nacimiento con vida. Por excepción pueden
ser sucesores personas humanas no existentes al tiempo en que la ley determina que se produce la transmisión
concebidas mediante técnicas de reproducción humana asistida.

Personas humanas.- La norma transcripta reconoce esta capacidad a las personas humanas que existan al
momento de la muerte del causante y admite también que sea llamado a suceder quien aún no existe en ese
instante, pero que existirá en caso que se implantara el embrión producido con los gametos de la persona muerta
o se produjese con ellos la concepción en la mujer.

Conforme el artículo 2277, en nuestra estructura jurídica la muerte, la apertura de la sucesión y la transmisión de
la herencia se causan en un mismo instante. Sin embargo, la norma en comentario admite que sea llamado a
suceder alguien que aún no existe y que existirá en caso de que se implantaran gametos de la persona muerta para
fecundar a una mujer post mortem. Se da así también la situación prevista en el artículo 3735 del código
derogado que establecía que podían recibir por testamento las corporaciones que no tuvieran el carácter de
personas jurídicas, cuando la sucesión que se les defería o el legado con el que se las beneficiaba fuera con el fin
de fundarlas.

El nuevo ordenamiento jurídico plantea así un nuevo conjunto de factores y circunstancias, pues no obstante
sostenerse que no existen ni la herencia yacente ni la espera sucesoria, en virtud de que cuando muere una
persona debe ser reemplazada en sus relaciones jurídicas transmisibles por otra u otras en ese mismo momento,
la norma crea la posibilidad de relaciones que no se ajustan a ello, ya que si se produce la implantación del
embrión originado con los gametos de la persona muerta o se produjese con ellos la concepción en la mujer, el
embrión post mortem, el sucesor –embrión- existe al momento de la apertura de la sucesión, la transmisión se
produce en ese instante.

Para suceder es requisito legal que las personas concebidas nazcan con vida, de manera tal que los derechos y
obligaciones del concebido o implantado en la mujer queden irrevocablemente adquiridos, pues si bien la
existencia de la persona comienza con su concepción, está supeditada al nacimiento con vida, es decir, sujeta a
una condición resolutoria legal que es el nacimiento con vida.

Únicamente el nacimiento puede darle una vida individual, y éste se produce cuando es separado completamente
del seno materno. El que nace muerto, si bien fuera persona, no es sujeto de derecho vigente por falta de
cumplimiento de la condición. El concebido que no nace ni puede suceder porque resolviéndose los derechos a
cuyo nacimiento con vida se subordinó su definitiva adquisición, no existe, literalmente, como sujeto.

La persona humana puede recibir una herencia o bienes determinados a través del llamamiento que proviene de
la ley o de la voluntad del testador, o de ambos a la vez.

Personas jurídicas.- Las personas jurídicas pueden suceder admitiendo sólo el llamado testamentario. El artículo
141 establece que “Son personas jurídicas todos los entes a los cuales el ordenamiento jurídico les confiere
aptitud de adquirir derechos y contraer obligaciones para el cumplimiento de su objeto y los fines de su creación”.

El principio general consiste en que, al igual que la persona humana, la persona jurídica debe tener existencia al
tiempo de la apertura de la sucesión. Tratándose de persona jurídica privada, la existencia comienza desde su
constitución, si necesidad de autorización legal para funcionar, excepto disposición legal en contrario. En los casos
en que se requiere autorización estatal, la persona jurídica no puede funcionar antes de obtenerla. Sin embargo, la
norma también contempla el supuesto de aquellas personas jurídicas privadas que no existan al producirse el
fallecimiento del de cujus, como es el caso de las fundaciones creadas por el testamento del causante. El
instrumento público que crea la fundación debe ser otorgado por el autorizado por el juez del sucesorio.

Significado de la reforma.- La reforma está dada exclusivamente en el inciso c, de este artículo que habilita a que
sucedan personas humanas no existentes al momento de la muerte del causante, es decir que al tiempo en que la
ley determina que se produce la transmisión falta el sujeto sucesor. No obstante ello, coincide con la situación de
excepción ya prevista en el código derogado y subsistente por imperio del contenido del artículo 195 que trata
idéntica relación ante el llamamiento de una fundación creada por testamento. Respecto de las otras cuestiones el
legislador ha seguido, en lo que este artículo rige, la solución del código derogado.

Los casos de incapacidad.- Afirma Maffía que en rigor de verdad, en ninguna de las hipótesis se halla en juego un
problema de capacidad, sino que corresponde hablar de inexistencia del sujeto, ya que el que no está
engendrado no es persona y mal puede por tanto, adjudicársele incapacidad. De la misma forma los concebidos
son plenamente capaces siempre que nacieren vivos, ya que la muerte producida antes de estar completamente
separados del seno materno, obrando como condición resolutoria, hará que se considere como si nunca hubieren
existido. En resumen, en estos supuestos no puede usarse el concepto de incapacidad sin recurrir a una errónea
aplicación de él.
Vocación sucesoria. Se ha dicho que la capacidad para suceder consiste en la aptitud para recibir por transmisión
mortis causa. El concepto debe diferenciarse de la vocación, en cuanto ésta constituye el llamamiento de un
sucesor a una sucesión determinada, llamamiento que presupone necesariamente como sustento previo la
capacidad del llamado. La vocación sucesoria reconoce como fuente una disposición legal que la otorga en
función de determinada relación de parentesco, o en mérito al vínculo conyugal, o bien, por último, en virtud del
llamado que puede realizar el causante mediante el acto de última voluntad llamado “testamento”. Como se ve,
este llamado o título a la sucesión constituye antes de la apertura de ella un dato de hecho que solamente con la
muerte del causante cobrará eficacia jurídica actual.

JUEZ COMPETENTE. PRINCIPIOS DE DETERMINACIÓN. FUERO DE ATRACCIÓN. HEREDERO UNICO.


SUPUESTOS DE ACCIONES ATRAIDAS Y EXCLUIDAS DEL FUERO DE ATRACCIÓN.-

Juez competente para entender en el juicio sucesorio.- La competencia para entender en el juicio sucesorio está
dada por el artículo 2336 del Código Civil y Comercial que dice: “La competencia para entender en el juicio
sucesorio corresponde al juez del último domicilio del causante, sin perjuicio de lo dispuesto en la Sección 9ª,
Capítulo 3, Título IV del Libro Sexto. El mismo juez conoce de las acciones de petición de herencia, nulidad de
testamento, de los demás litigios que tienen lugar con motivo de la administración y liquidación de la herencia, de la
ejecución de las disposiciones testamentarias, del mantenimiento de la indivisión, de las operaciones de partición, de
la garantía de los lotes entre los coparticipes y de la reforma y nulidad de la partición”.

“Si el causante deja un solo heredero, las acciones personales de los acreedores del causante pueden dirigirse, a su
opción, ante el juez del último domicilio del causante o ante el que corresponde al domicilio del heredero único”.

Asimismo, según el artículo 2643 del Código Civil y Comercial, “Son competentes para entender en la sucesión por
causa de muerte, los jueces del último domicilio del causante o los del lugar de situación de los bienes inmuebles en
el país respecto de éstos”.

El juez del domicilio al tiempo de la muerte del causante es a quien inexorablemente le corresponde la
competencia en materia sucesoria, aun existiendo heredero único, supuesto que habilita, sólo, que las acciones
personales de los acreedores del causante puedan dirigirse, a opción del acreedor, ante el juez del domicilio del
heredero único o ante el del último domicilio del causante. Cuando el causante muere en el territorio de la
República la competencia de su juicio sucesorio le corresponde inexorablemente al juez del domicilio.

Va de suyo que para la determinación del domicilio deberán aplicarse las normas establecidas por el Código en
los artículos 73 y siguientes. En el supuesto de dificultades suscitadas en la precisión, ellas han sido resueltas por
las decisiones judiciales sentando diversas pautas. Así se ha establecido, por ejemplo, que en caso de duda debe
presumirse que la persona se domiciliaba donde falleció o que el conocimiento del sucesorio corresponde al juez
del lugar donde el causante residía con su familia, y no al del asiento de sus negocios; en la hipótesis de que una
persona tuviera distintas residencias, prevalece la competencia del juez del lugar en que aquélla tuviera el asiento
principal de sus negocios o la mayor parte de sus bienes.

Prueba del domicilio.- Como principio, se acepta que el domicilio es el que se enuncia en el acta de defunción, si
coincide con el lugar del fallecimiento. Empero, como se ha visto, la presunción de veracidad del contenido de las
partidas puede ceder. Y así se ha resuelto que el acta de defunción, por sí sola prueba el deceso del causante pero
no el último domicilio, y aunque señale un sitio como residencia del causante y que su muerte se ha producido en
éste, ello no basta para desvirtuar la conclusión que resulta de otras pruebas más relevantes acumuladas en la
causa, que demuestran que el domicilio lo tenía en otra parte. En caso de duda sobre cuál fue el último domicilio
real del de cujus, debe tenerse como tal el del lugar donde falleció, todavía más si así lo manifestó el propio
causante al celebrar cualquier acto jurídico.

En el supuesto de impugnarse el domicilio que consta en el acto de defunción y que coincide con el del lugar del
fallecimiento, la carga de la prueba pesa sobre el impugnante. Para ello se admite todo género de probanzas
adquiriendo particular significación la que emana de escrituras públicas en que el causante ha expresado su
domicilio, en especial el que se atribuye en su testamento. Sin perjuicio de esto, otros hechos adquieren igual
fuerza de convicción y así se ha tenido por contrarios a la intención de mudar domicilio al extranjero las
circunstancias de que poco antes de su partida el causante tomara una caja de seguridad en un banco de la
ciudad, trasladara la mercadería restante de la venta de un negocio, prestara dinero que debía devolverse allí, y
mantuviera intacto el hogar conyugal.

Supuesto de último domicilio en el extranjero.- El fallecimiento de una persona con domicilio en el extranjero que
deja bienes en nuestro país, suscita el problema de determinar el juez competente para entender en la sucesión.
Habrá de acudirse al juez donde están situados los bienes. Si éstos estuviesen diseminados en distintas
jurisdicciones podrá recurrirse a cualquier juez en cuya jurisdicción existan bienes, a elección de quien inicie el
juicio, aplicándose las reglas de prioridad, que se examinara.

El fuero de atracción.- Persiguiendo la unidad procesal se establece el denominado “fuero de atracción”, que se
traduce en que el juez que entiende en el sucesorio no se limita exclusivamente a éste, sino que su conocimiento
se extiende a cuestiones vinculadas a la transmisión. Ello se funda en la ostensible ventaja que deriva de
centralizar todo lo relativo a la herencia, en la realización del acervo y en la distribución de los bienes. Resulta
ocioso destacar que esta solución protege no solamente los intereses de los sucesores, sino que alcanza también
a terceros interesados. Esto hace, como enseñaba Chabot, “que los herederos, los legatarios, los acreedores todos
los que tengan algún derecho, no se hallen expuestos a tener que litigar en una multitud de tribunales diferentes,
sea en razón del domicilio de cada uno de ellos, sea en razón de la situación de los bienes, sea por las demandas
de garantía que tendrían que interponerse unos contra los otros, y de esa forma es preciso que no haya más que
un solo tribunal para decidir sobre las cuestiones relativas a la sucesión aún indivisa, y este tribunal debe ser,
naturalmente, el del lugar en que la sucesión se ha abierto, desde que allí los bienes y los negocios del difunto
son más conocidos que en ningún otra parte”. Cabe advertir que el Código Civil y Comercial ha eliminado toda
referencia a los incisos que limitaban la aplicación de la regla de la atracción, ampliando su alcance.

De esta forma al determinarse que el domicilio que tenía el difunto al tiempo de su muerte establece la
competencia jurisdiccional del proceso sucesorio, se provoca la concentración de todas las cuestiones relativas a
la transmisión hereditaria evitando conflictos derivados de diversas interpretaciones legales u originados por
diversas normas formales. El único juez competente resulta el del último domicilio del causante en caso en que
éste se encontrare en el territorio de la República, ni aun ante la voluntad concurrente de todos los que tengan un
interés legitimo en la sucesión, prohibiendo de este modo la prórroga.

Doctrina jurisprudencial.- Sin embargo la jurisprudencia ha admitido que dentro de una misma provincia puede la
tramitación procesal realizarse ante un departamento judicial distinto al que le correspondía al causante en virtud
de su último domicilio, por aplicación del artículo 1º del Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de
Buenos Aires que establece que “La competencia atribuida a los tribunales provinciales es improrrogable.
Exceptúase la competencia territorial en los asuntos exclusivamente patrimoniales, que podrá ser prorrogada de
conformidad de partes”. Con invocación de la ley ritual citada se resolvió que es admisible la prórroga de la
competencia territorial de los jueces de la provincia en los juicios sucesorios, si todos los interesados están de
acuerdo y son capaces. Dicha prórroga se estableció a favor de otro juez provincial bonaerense, “no pudiendo
serlo a favor de un juez extraño a la mencionada competencia territorial”.

La posibilidad de prorrogar la competencia territorial, como ha sido expresado, fue admitirá por la Corte Suprema
de Justicia de la Provincia de Buenos Aires. No obstante Marcos Córdoba considera que tal admisión resulta
errónea, aunque se efectúe dentro del ámbito de la misma provincia. Ello por cuanto el artículo 1º ut supra
transcripto, al permitirla se refiere a cuestiones exclusivamente patrimoniales, y el proceso sucesorio no lo es, dado
que persigue fundamentalmente determinar quiénes son los sucesores de una persona muerta, en muchos casos,
como previo a la distribución de los bienes. Pero no en todos los procesos ya que una persona está legitimada en
el proceso sucesorio sin condicionamiento a un contenido económico positivo. El interés puede consistir en que
se le reconozca un vinculo con el causante, por cuestiones patrimoniales o extrapatrimoniales. En ello resulta de
aplicación lo que establece el artículo 75 del Código Penal de la Nación al ordenar que la acción por calumnia o
injuria podrá ser ejercitada sólo por el ofendido y continuada después de su muerte por el cónyuge, hijos, nietos o
padres sobrevivientes,

Por otra parte, en el proceso sucesorio no existe posibilidad de determinar con certeza, en el momento de
aceptarse la competencia, si los presentados son la totalidad de los legitimados o partes interesadas, ya que
pueden existir otros sucesores que, por gozar aún del derecho de opción entre aceptar o repudiar la herencia, no
se han manifestado al respecto.

Acciones excluidas.- Afirma Maffía que las acciones reales están excluidas de la atracción, y deben sustanciarse
ante los jueces del lugar donde están situados los bienes. Por tanto, la acción reivindicatoria de un objeto
determinado comprendido en la herencia, no podrá ser entablada ante el juez del sucesorio si éste no es el que
corresponde al lugar de la situación del bien. Tampoco será atraída, por su mismo carácter, la acción de división
de un condominio que integraba el causante, ni las declarativas o de mera certeza de derechos reales, como la de
simulación de un condominio, o la acción declarativa de usucapión. Ello no obstante, el juez del sucesorio no está
impedido de conocer en las acciones reales cuando las partes se someten a su jurisdicción, dado que la
competencia territorial es prorrogable.

Acciones por cobro de impuestos. Los tribunales pacíficamente habían sostenido la doctrina de que el juez del
sucesorio era el llamado a conocer en los juicios por cobro de impuestos cualquiera que fuera la jurisdicción en
que estuvieran los inmuebles, puesto que las demandas relativas s cargas impositivas tienen carácter personal y
no real. La solución ha sido recibida por los códigos procesales de la Capital Federal y de la Provincia de Buenos
Aires.

Contrato de trabajo. En lo referente a las consecuencias emergentes de la relación laboral, el Régimen de


Contrato de Trabajo establece que la sucesión del empleador no atrae las acciones judiciales que tenga
promovidas o promoviere el trabajador por créditos u otros derechos provenientes de aquella relación.

Traslado del cadáver. También resulta ajena al juicio sucesorio la cuestión derivada del traslado del cadáver.

Faz activa de la universalidad. Debe marcarse, finalmente, que la unidad procesal no comprende tampoco todo
lo relativo a la universalidad. De allí que si los herederos tienen que accionar contra terceros, sean las acciones
reales o personales, deberá someterse a la competencia común, con abstracción de la vigencia del fuero de
atracción.

Caso del heredero único.- Dispone la última parte del artículo 2336 que “Si el causante deja un solo heredero, las
acciones personales de los acreedores del causante pueden dirigirse, a su opción, ante el juez del último domicilio del
causante o ante el que corresponde al domicilio del heredero único”.

El texto legal determina a qué juez le corresponde entender en las acciones personales de los acreedores del
causante que se dirijan contra el heredero único, pudiendo optar por hacerlo ante el juez del último domicilio del
causante o ante el juez que corresponda al domicilio del heredero único. Ello no implica alterar la competencia
judicial para el trámite sucesorio, que es el que resulta del último domicilio del causante, en virtud de que no cabe
hacer ninguna distinción entre la existencia de uno o más herederos para determinar el juez competente para
conocer en la sucesión. La jurisprudencia ha sostenido que la sucesión –ab intestato o testamentaria- debe
iniciarse, inexcusablemente ante el juez del último domicilio del causante, coincidiendo con ello la doctrina.

Si bien el supuesto contemplado en la norma constituye una excepción, no modifica la competencia territorial del
juicio universal determinada por el último domicilio del causante. Es que la competencia en el proceso sucesorio
es materia de “orden público”. Tal interpretación se encuentra avalada por razones de seguridad, toda vez que la
publicidad inherente al proceso sucesorio tiene por objeto salvaguardad los derechos de los herederos y
acreedores del causante, obviamente mejor resguardados si tales actos se cumplen en el último domicilio.

Significado de la reforma. Se pone fin de esta forma a la divergencia doctrinal surgida como consecuencia de la
falta de precisión del artículo de Vélez Sarsfield que no distinguía entre acciones personales o reales y que
establecía que en cualquiera de los casos “…las acciones deben dirigirse ante el juez del domicilio de este
heredero, después que hubiese aceptado la herencia”. Así para una posición, el precepto constituía una excepción
al fuero de atracción. Para otra parte, en cambio, el artículo se refería exclusivamente a las acciones personales. Ha
triunfado esta última corriente como se ve.

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