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Las palabras,
las ideas
y las cosas
Una presentación
de la filosofía
del lenguaje
EditorialAriel, S.A
Barcelona
Diseño cubierta: Nacho Soriano
ISBN : 84-344-8742-X
impreso en España
LOS OBJETIVOS EXPLICATIVOS
DE LAS TEORÍAS LINGÜISTÍCAS
1. Tipos y ejemplares
Así pues, habida cuenta de que ser una palabra del español es una pro
piedad sistemática y de que dar cuenta de tal sistematicidad es una empresa
teóricamente pertinente, se comprende que ya las teorías morfológicas se sir
van de nociones teóricas. Una teoría morfológica del español, por ejemplo,
introducirá dos morfemas para el plural, una serie de morfemas-raíz detrás de
los que esos morfemas se pueden adjuntar, y reglas generales para adjuntar uno
u otro en función de los sonidos finales del morfema-raíz. Relativamente al
ámbito explicativo de la morfología, pues, los morfemas y sus modos posibles
de combinación [poner delante, poner detrás, etc.) son objetos teóricos, y tam
bién lo son aquellas de sus propiedades invocadas en las reglas de cons
trucción, las leyes o reglas postuladas por la morfología del español.
Los datos empíricos que se utilizan para la elaboración de una teoría mor
fológica consisten primariamente en intuiciones de los hablantes del lenguaje
sobre la estructura de las palabras del mismo. (Sólo “primariamente”: es con
siguiente al carácter explicativo de las teorías lingüísticas el que no tenga sen
tido imponer restricciones a priori sobre qué datos empíricos puedan servir
para contrastarlas o refutarlas. Chomsky ha venido defendiendo, a mi juicio de
manera convincente, que determinados hechos sobre el aprendizaje del len
guaje son también datos empíricos que una buena teoría debe explicar.)1 El lin
güista puede recurrir a sus intuiciones, o a las de los otros hablantes del len
guaje, sobre cuál sería el pretérito perfecto de un supuesto nuevo verbo; al
menos, puede recurrir a esas intuiciones cuando conciernen a casos claros. Las
predicciones de su teoría serán de este mismo tipo, y habrán de ser confronta
das con las intuiciones de los hablantes. Al igual que ocurre con otras disci
plinas científicas, los elementos empíricos (las intuiciones de los hablantes)
pueden en ocasiones ser corregidos por la teoría, cuando están en contradic
ción con ella, en lugar de ser la teoría corregida por los datos empíricos.
Las palabras no son, sin embargo, los objetos teóricamente privilegiados
en el estudio de los lenguajes naturales, en el sentido de que no son los po
seedores de las propiedades observables que nos permiten formular los pro
blemas, las perplejidades, que las disciplinas lingüísticas más características (y
más interesantes para la filosofía) persiguen resolver. Si, en lugar de la defi
nición inapropiada de ‘palabra’ en que nos hemos apoyado para esta discusión,
tratásemos de construir una más satisfactoria (una válida también para lengua
jes exclusivamente orales), apreciaríamos hasta qué punto las palabras son
objetos relativamente abstractos, ellos mismos altamente teóricos respecto de
2. En la lingüística contemporánea se distingue usualmente la sintaxis Jal español de ¡a sintaxis, sin más. Esta
distinción la motiva la creencia de que es posible dar una descripción general de ciertos aspectos de la sintaxis de
todo lenguaje natural humano.
La gramaticalidad no es sólo una propiedad sistemática, sino que es tam
bién una propiedad productiva. Una propiedad es productiva si los hechos de
los que depende que se aplique o no a algo hacen que la propiedad la tenga
necesariamente un número infinito de objetos. Una propiedad definida median
te un procedimiento recursivo es un caso típico de propiedad productiva. La
oración ‘el amigo de Juan es chino’ es gramatical en español; también lo es ‘el
amigo del amigo de Juan es chino’; también lo es ‘el amigo del amigo del ami
go de Juan es chino’, etc. Y no parece haber ningún límite al número de repe
ticiones de la expresión ‘el amigo de(l)\ tal que cualquier oración en la serie
cuyo comienzo hemos indicado, construida usando un número mayor que ése
de repeticiones de la expresión, sería gramaticalmente incorrecta. Es cierto
que, a partir de un número pequeño de repeticiones, de la expresión ‘el amigo
de(l)\ ya no somos capaces de saber si la oración es o no gramatical: la ora
ción se hace demasiado larga como para que seamos capaces de “procesarla”.
Pero parece razonable decir que las razones por las que esto ocurre (limitacio
nes psicológicas y físicas de los seres humanos) no tienen nada que ver con las
razones por las que una oración es gramatical o no lo es. Por el contrario, si
comparamos dos oraciones de la serie que nos parezcan manifiestamente gra
maticales, una con un número n + 1 de apariciones sucesivas de la expresión
‘el amigo de(l)’ y la otra la inmediatamente anterior en la serie, aquella que
contiene n apariciones de la expresión mencionada, nos sentimos inclinados a
pensar que las razones por las que ambas oraciones son de hecho gramatica
les, cualesquiera que éstas sean, determinarían que, dada una oración cual
quiera en la serie que sea gramatical, la que contiene exactamente una apari
ción más que ella de la expresión ‘el amigo de(l)’ debe ser también gramati
cal. Obtenemos así una serie infinita de oraciones, todas ellas gramaticales.
Si una propiedad es productiva, es también sistemática: el que se aplique^
o no a uno de los objetos en su dominio depende de que éste esté compuesto
de modos específicos de otros objetos poseedores de ciertas propiedades. No
cabe explicar de otro modo el que una propiedad se aplique necesariamente a
un número ilimitado de objetos. El condicional converso no tiene por qué ser
verdadero. La propiedad de ser una oración de ciertos lenguajes primitivos
(códigos que se utilizan para fines muy específicos), o de ciertos lenguajes arti
ficiales, es sistemática (por razones como las que se han discutido ante
riormente) pero no productiva, porque el número de oraciones que se pueden
construir con las regias sintácticas de esos lenguajes es finito. La propiedad de
ser una adjetivo del español es no sólo sistemática, sino también productiva.
No tenemos más que considerar los adjetivos numerales cardinales (o ios or
dinales): ‘uno’, ‘dos’, ..., ‘diez’, ‘once’, ..., ‘cien’, ..., ‘ciento diez’, ..., ....
La sistematicidad que hay implícita en esta serie es productiva; no hay ningún
límite razonable que pueda imponerse a los mecanismos de construcción implí
citos en la serie más allá del cual pueda decirse que no hay más cardinales
españoles: por el contrario, hay cardinales españoles que no tendríamos tiem
po de pronunciar, ni siquiera si empleásemos para ello cada segundo de la vida
de cada miembro de la especie humana.
Si la sintaxis se ocupa de explicar la gramaticalidad de las oraciones, dan
do cuenta de la sistematicidad (y la productividad) de esa propiedad, l a semán
tica se ocupa de otra propiedad, también productiva, de las oraciones. Más
específicamente: distingamos, de entre las oraciones, los enunciados. ‘¿Cierra
Víctor la puerta?’, ‘¡Víctor, cierra la puerta!’ y ‘Víctor cierra la puerta’ son
todas ellas oraciones, pero sólo la tercera es un enunciado. Un enunciado es
una oración respecto de la cual podemos preguntamos si es verdadera o falsa,
una oración que se utiliza convencionalmente para efectuar actos lingüísticos
tales como aseveraciones. Los enunciados “dicen” algo. Diferentes enunciados
pueden “decir” lo mismo: ‘Víctor cerró la puerta’ y ‘Víctor closed the door’
son diferentes enunciados, pero “dicen” lo mismo. El mismo enunciado puede
“decir” cosas distintas; así ocurre con ‘yo cerré la puerta’, cuando lo usan
diferentes personas, o con ‘vi a Juan con los. prismáticos’, que puede utilizar
se para decir que la persona que habla, valiéndose de unos prismáticos, vio a
Juan, o que la persona que habla vio a Juan llevando unos prismáticos. A eso
que los enunciados “dicen” — sin preguntamos más por el momento acerca de
su naturaleza, de la que habremos de ocuparnos por extenso en páginas suce
sivas— le llamaremos proposición.
Pues bien, expresar una proposición es una propiedad semántica funda
mental de los enunciados. Y es también una propiedad sistemática y producti
va. La introducción de la nueva palabra ‘implementar’ no sólo daría lugar a
un sinnúmero de nuevas oraciones gramaticales, sino que también produciría
un sinnúmero de nuevos enunciados, cada uno de los cuáles expresaría una
determinada proposición. No sólo será ‘Sergi implemento el programa’ una
nueva oración gramatical, por el mero hecho de haber sido introducida la nue
va palabra, sino que esta oración expresará una determinada proposición.
Debemos concluir, pues, que un enunciado expresa una cierta proposición en
virtud de que el enunciado está compuesto, de ciertos modos, de unidades sig
nificativas más pequeñas, y de que esas unidades más pequeñas tienen ciertas
propiedades. Una teoría semántica aspira a hacer explícitas tales regularidades.
La misma tesis se puede justificar invocando esta vez la productividad con la
misma serie que antes, ‘el amigo de Juan es chino’, ‘el amigo del amigo de
Juan es chino’, ‘el amigo del amigo del amigo de Juan es chino’, etc., esta vez
desde el punto de vista semántico: cada una de esas oraciones expresa una cier
ta proposición, y no parece razonable poner un límite al número de oraciones
en esa serie, cada una de las cuales expresa una proposición distintiva.
La sistematicidad de propiedades lingüísticas como ser gramatical y
expresar una determinada proposición constituye la razón fundamental por la
que buscamos teorías sintácticas y semánticas. Los lingüistas contemporáneos
influidos por Chomsky insisten frecuentemente en que nuestro conocimiento
del lenguaje es creativo, en que a cada momento realizamos la hazaña de
entender oraciones que nunca antes habíamos oído y de proferir oraciones que
nunca nadie había dicho. Y esto es sin duda cierto. Se apunta con ello a algo
más básico, que explica nuestra indudable creatividad lingüística: a saber, que
nuestro conocimiento del lenguaje es el conocimiento de propiedades siste
máticas, y de su sistematicidad. Es así que podemos ir “más allá” de las ora
ciones que oímos cuando aprendimos nuestra lengua. Podemos ir más allá, en
■el sentido de que podemos decir y entender oraciones que no estaban entre
aquellas que nos sirvieron para aprender a usar las lenguas que dominamos.
No podemos ir más allá, en el sentido de que no podemos trascender la
sistematicidad ya presente en ese corpas de partida: no podemos producir ni
comprender más oraciones que aquellas que las reglas del español permiten
construir con significados específicos, a partir de las unidades cuyo significa
do está determinado por enumeración. La creatividad lingüística consiste en el
hecho de que un Zeus que hubiera llevado a cabo la tarea a nosotros vedada
de aprender de memoria la lista infinita de las oraciones gramaticales del espa
ñol con su significado, no sabría sin embargo lo que nosotros sabemos del
español. Esta ignorancia se pondría de manifiesto con la mera introducción de
una nueva palabra: Zeus no sabría construir nuevas oraciones significativas
combinando la nueva palabra con las viejas; nosotros sí. (A menos, claro está,
[que Zeus supiese algo más que la mera lista, es decir, que a partir de la lista
(hubiese inferido las reglas sintácticas y semánticas que la determinan.) Las teo
rías sintácticas y semánticas aspiran a hacer explícito ese conocimiento nues
tro, la estructura del lenguaje.
El hecho que plantea_ej problema fundamental que las teoría^ lingüísticas
pretenden explicar es, pues, el de ía sistematicidad del significado de las ora
c io n e s Una unidad léxica es la unidad mínima con significado dé’üñTengua-
je; el significado de las unidades léxicas está dado por enumeración. El signi
ficado de las unidades léxicas es, pues, una propiedad asistemática. Los crite
rios que ya conocemos ponen de manifiesto la sistematicidad del significado
de las oraciones. Si se ampliase un lenguaje natural (o el idiolecto de una per
sona), añadiendo una nueva unidad léxica, y dotándola de significado, existi
rían muchas oraciones no expresamente contempladas al llevar a cabo la amplia
ción —oraciones formadas por la nueva unidad, en combinación con viejas uni
dades léxicas— que tendrían ipso fa d o significados específicos. Esto sería inex
plicable si el significado de las oraciones de los lenguajes naturales no estuvie
ra determinado por reglas. Análogamente, la eliminación de una unidad léxica
de un lenguaje natural (por desuso, o por otro motivo) o del idiolecto de una per
sona (por olvido quizás) tiene como consecuencia la eliminación de muchas ora
ciones en que esa unidad se combina con otras que permanecen en el lenguaje.
Obsérvese que, si bien cabe decir que se ha eliminado del lenguaje por desuso
(o del idiolecto por olvido) la unidad léxica, no cabe decir igualmente que se
han dejado de usar en el lenguaje las oraciones removidas al eliminar la uni
dad, pues quizás no se habían usado nunca; ni cabe decir que el hablante del
De modo que ahora ya no hay lugar a la equivocidad, por cuanto los sujetos
de (1) y (2') no sólo nombran cosas distintas, sino que son también ellos mis
mos palabras distintas.
En este trabajo hemos seguido hasta ahora la convención de entrecomillar
mediante comillas simples las expresiones cuando queremos mencionarlas, en
lugar de usarlas del modo habitual. Será útil que examinemos más de cerca esta
convención. Ningún recurso lingüístico parece tan simple como el de las citas.
Y, ciertamente, se trata de un mecanismo simple, en comparación con otros.
Pero, como ,se puede ver examinando el próximo capítulo, ya aquí el desa
cuerdo teórico es significativo: alguien podría pensar que en los párrafos
anteriores se ha dicho todo lo que es preciso decir sobre ellas, pero ese pensa
miento sería ingenuo. Cualquier investigación sobre el lenguaje conlleva cons
tantemente la mención de expresiones. Un mayor grado de explicitud en nues
tro dominio de esta herramienta redundará en una mejor disposición a evitar
frecuentes confusiones que su uso provoca.4
Dos aspectos de la distinción entre el uso y la mención de una expresión
requieren comentario, uno sintáctico y otro semántico. El aspecto sintáctico es
que las expresiones entrecomilladas son nombres (o sintagmas nominales,
como dicen los gramáticos), sea cual fuere la función sintáctica de las ex
presiones flanquedas por las comillas en las oraciones en que tienen su uso
habitual. En el ejemplo anterior, la expresión flanqueada por las comillas era
también un nombre, pero, en general, la expresión mencionada puede pertene
cer a cualquier categoría: un verbo, un adjetivo, una oración completa, como
en (5), o incluso una expresión que ni siquiera es una palabra; en cualquiera
de esos casos, la expresión resultante de entrecomillarlas es, sintácticamente,
un nombre:
4. En esta sección expongo la teoría de las citas que yo mismo considero correcta. Esta teoría se propuso ori
ginalmente con el fin de superar los problemas de las teorías que se examinan en el próximo capítulo.
de palabras. Del mismo modo, la expresión flanqueada por comillas en (5) itie-
ne usualmente la función de expresar un aserto sobre el precio de una; cierta
especia; pero tal función semántica no tiene nada que ver con su papel en (5),
que no trata en absoluto de economía ni de especias.
Una cita, pues, consta en el lenguaje escrito de una expresión de cualquier
tipo flanqueada de comillas, y el todo constituye sintácticamente un nombre.
La única función semántica de las expresiones que aparecen flanqueadas de
comillas en una oración (esto es, mencionadas), sea cual sea la función que tie
nen habitualmente (cuando están usadas), es, por así decirlo, la de exhibirse a
sí mismas. La teoría más simple de las citas que se nos ocurre formularía la
regla semántica para las citas de este modo: dada una expresión-tipo cual
quiera, la expresión-tipo que la contiene flanqueada por un par de comillas es
una nueva expresión que nombra a la primera. Denominemos la teoría natu
ral a esta caracterización del significado de las citas.
La teoría natural, sin embargo, no parece ser correcta, por la siguiente
razón: como vimos en la sección primera, un mismo ejemplar puede ejempli
ficar muchos tipos distintos. Pues bien, entrecomillando un ejemplar de una
expresión, podemos referimos a cualquiera de los tipos que ese ejemplar ejem
plifica. « ‘Excalibur’», en «‘Excalibur’ nombra una espada famosa», por un
lado, y en « ‘EXCALIBUR’ sólo contiene letras mayúsculas», por otro, no
designa la misma expresión-tipo. Esta es, pues, una razón empírica para recha
zar la teoría natural. Pues esa teoría presupone que las citas son unívocas, refi
riendo siempre al tipo más abstracto ejemplificado por la expresión entreco
millada. Una teoría más ajustada a los hechos (a la que denominaremos teoría
davidsoniana) formularía la regla así: dada una expresión cualquiera, el resul
tado de incluir entre comillas un ejemplar suyo es una nueva expresión que se
usa para mencionar alguno de los tipos ejemplificados por el ejemplar; el con
texto debe determinar cuál. El problema ahora es que la regla no especifica,
por sí sola, qué designa una cita. Son factores contextúales (el contexto lin
güístico en el ejemplo anterior, el contexto extralingüístico en otros casos) los
que acaban de determinar a cuál de los varios tipos ejemplificados por la expre
sión citada queremos referimos. Pero el defecto no está en la teoría; tales pare
cen ser los hechos semánticos sobre el uso de las comillas.5
La teoría davidsoniana no toma en consideración para nada la función
semántica usual de la expresión flanqueada por las comillas; la expresión pue
de no tener ninguna. La regla sólo menciona la expresión misma. Esta es una
nueva virtud de la teoría, pues cuando decimos “ ‘urububú’ no es una palabra
castellana” la expresión mencionada no tiene ninguna función semántica. Eñ
una expresión entrecomillada, las comillas están para decimos que la función
semántica de la expresión flanqueada por ellas en el todo no es la usual (qui
zás la expresión en cuestión ni siquiera tiene una función semántica usual
mente). La cita toda (la expresión entrecomillada y las comillas) tiene la fun
5. La explicación aquí ofrecida del funcionamiento de las comillas está tomada de Donald Davidson, “Quo-
tation”.
ción de mencionar una expresión. Y la función de la expresión que va dentro de
las comillas es la de permitimos determinar— con ayuda del contexto— cuál es
la expresión mencionada en ese caso particular. Las expresiones entrecomilladas
funcionan semánticamente en cierto modo como los jeroglíficos. En éstos, el sig
no guarda con su significado una relación de similitud —y no una meramente
convencional, como la que existe entre la palabra ‘Barcelona’ y la ciudad. En las
expresiones entrecomilladas, el ejemplar que aparece flanqueado por las comi
llas nos permite inferir el significado de la expresión entrecomillada completa en
virtud también de relaciones no convencionales; en este caso, la relación que-
existe entre el tipo al que la cita hace referencia, y el ejemplar que se ofrece, den
tro de las comillas, para que la audiencia infiera por sí misma aquél.
El lector puede comprobar que la regla mediante la que la teoría davidso-
niana recoge el funcionamiento semántico de las citas determina un mecanis
mo semántico productivo. Ello se debe a que se trata de una regla semántica
recursiva, es decir, una regla que se aplica a los resultados de aplicarla. Pues,
como una expresión entrecomillada es ella misma una expresión, puede a
su vez ser mencionada a través del mismo expediente del entrecomillado, ca
racterizado por la regla, y así sucesivamente: ‘Excalibur’, “ Excalibur” ,
‘“Excalibur” ’... . O, mejor, cambiando estratégicamente mientras sea posible
la tipografía de las comillas, para evitar confusiones cuando la expresión entre
comillada es ella misma la cita de otra expresión (como hemos hecho ya ante
riormente, y continuaremos haciendo en adelante): ‘Excalibur’, «‘Excalibur’»,
“«‘Excalibur’»”, etc.-Nuestra única regla asigna a cada una de estas expresio
nes (y a cada una de las que podemos construir de modo similar) un signifi
cado preciso (y uno diferente en cada caso). Esta es, por consiguiente, una nue
va virtud de esta modesta teoría.
Si contamos las comillas entre las letras de nuestro alfabeto, podemos
decir: ‘Excalibur’ es un nombre de Excalibur, la espada de Artús, y tiene nue
ve letras: ‘E ’, ‘x’, ... y ‘r’. «‘Excalibur’», por otra parte, es un nombre de la
palabra ‘Excalibur’ — a su vez un nombre de la espada de Artús—■y tiene once
letras: ‘E’, ..., ‘r’ y La teoría davidsoniana permitirá al lector descifrar
este aparente galimatías. La productividad de nuestro mecanismo semántico
para la cita tiene esta virtud: si el único medio de que dispusiéramos para men
cionar expresiones fuese ponerlas en cursiva, no tendríamos un mecanismo
productivo. Con este sistema tendríamos tantos nombres de expresiones como
expresiones, ni uno más. No podríamos, por ejemplo, referimos a uno de nues
tros nombres de expresiones; no podríamos citar una cita. Este ejemplo pone
también de manifiesto algo que antes se estableció de modo general, a saber,
que la productividad de una propiedad (el significado de las citas, en este caso)
implica su sistematicidad. De hecho, si nuestro mecanismo para construir
nombres de expresiones es productivo es porque es también sistemático, por
que las citas tienen estructura semántica. Si la teoría es correcta, en los casos
más simples las citas constan por un lado de las comillas y por otro de la expre
sión-ejemplar que aparece flanqueada por ellas. Ambas partes tienen una fun
ción semánticamente distinta, que la teoría describe.
Muchos chistes se apoyan en confusiones de uso y mención. “— ¿Qué sig
nifica pourquoi? en francés?” “— ‘¿Por qué?’” “—No, por nadag^or-saberlo.”
En la respuesta, naturalmente, se menciona la expresión ‘¿por <|ti^f^ao.se usa.
La respuesta es una abreviación de este enunciado más prolijo: .'“^ iir q u o i? ’
significa en francés lo mismo que ‘¿por qué?’ en español ” Ferb'.iá; falta de
comillas en el lenguaje hablado provoca que quien formuló la: pregunta no lo
entienda así: confunde por tanto la mención de una expresión con su uso. Es
preciso advertir que el lenguaje contiene muchos casos en que; si bien las
expresiones no están usadas como usualmente, tampoco están mencionadas,
en el sentido que acabamos de exponer. Una teoría completa dé todos los
fenómenos lingüísticos análogos al de la mención habrá de ser, por increíble
que a priori hubiera resultado, terriblemente complicadá. Otro chiste lo ilus
tra: El pianista está tocando ‘As Time Goes B y \ El mono del pianista arro
ja al suelo, repetidamente, la bebida del cliente. El cliente pregunta enojado
al pianista: — Oiga, ¿sabe por qué el mono derrama mi cuba-libre? El pia
nista: —No, pero si me la tararea ... .E l pianista entiende (o pretende enten
der) que las palabras ‘¿por qué el mono derrama mi cuba-libreT están usa
das para nombrar una canción; el cliente, en cambio, las había usado con su
sentido usual. En adelante, seguiré la práctica de poner en cursivas las expre
siones que, si bien no tienen su sentido más usual, tampoco están menciona
das. Así ocurre, por ejemplo, cuando se usan los primeros versos dé una can
ción o una poesía no con su significado usual, sino para referirse a la can
ción o poesía; o cuando se dice “el concepto caballo”. Él término ‘caballo’,
en el último caso, no está usado para hablar de caballos; pero tampoco está
mencionado.
A modo de resumen, una cita del excelente “diccionario filosófico inter
mitente” de Quine, extraída de la entrada uso contra mención:.
En esta sección discutiremos una dificultad que suscita la tesis que veni
mos defendiendo, a saber, que el estudio del lenguaje permite elaborar teorías
explicativas.
El propósito d e ja s teorías^ semánticas es ofrecer explicaciones io b re jo s
significados de las palabras. AhoriTblen^ e x p lic a r^ d e c is , sea lo que sea ade-
mas7 para explicar Tiernos de emplear sígn'o's^ En el próximo~cápítuío iíustrare-
~mós, describiendo exhaustivamente el casó de las citas, cómo las teorías se
mánticas intentan explicar fenómenos semánticos (el funcionamiento de las
citas) formulando leyes o reglas semánticas; enunciando los significados de las
unidades léxicas (como las comillas) y, especialmente, el modo sistemático en
que los significados de expresiones complejas (las citas) se obtienen a partir de
la contribución semántica de las partes. Ahora bien, si las teorías semánticas
intentan ofrecer información de este tipo, ellas mismas deben estar formuladas
en un lenguaje; un lenguaje en que se mencionen las expresiones complejas,
en que se diga en qué consiste su complejidad, cuáles son sus partes, cuáles
sus significados respectivos, etc. Distingamos el lenguaje cuya semántica que
remos explicar del lenguaje que, necesariamente, hemos de usar en la explica
ción, denominando lenguaje-objeto al primero y metalenguaje — meta’, por
su carácter de lenguaje usado para hablar sobre el lenguaje— al segundo. (La
distinción vale también cuando estamos intentando ofrecer explicaciones sin
tácticas o pragmáticas, exactamente por las mismas razones.) En ocasiones
ocurre que el lenguaje-objeto y el metalenguaje difieren completamente; por
ejemplo, puedo ofrecer una teoría semántica para el latín en español. Pero la
posibilidad de ofrecer explicaciones semánticas no puede depender de que len-
guaje-objeto y metalenguaje difieran de este modo: dado que el único lengua
je hablado sobre la capa de la tierra podría ser, por ejemplo, el swahili, si es
posible construir una teoría semántica para el swahili, debe ser posible cons
truirla en swahili — o, con mayor precisión, en un lenguaje estrechamente rela
cionado: swahili ampliado con los términos teóricos de que una teoría semán
tica haya de proveerse.
Esto es, justamente, lo que la objeción que estamos presentando discute;
según esta objeción, es imposible ofrecer genuinas explicaciones semánticas
para el swahili en swahili (ni en swahili ampliado). Se seguiría de esto, por lo
que acabamos de decir, que la semántica, como una disciplina genuinamente
explicativa, es imposible. Este es un esbozo del argumento que se aduce para
defender este punto de vista. Para que un fragmento lingüístico me proporcio
ne información, su contenido tiene que resultarme novedoso; antes de conocer
la información en cuestión, yo debía desconocerla. Ahora bien, ¿cómo puede
ser esto posible, en lo que respecta a la información que una teoría semántica
del swahili formulada en swahili intenta proporcionarme? Si yo no poseo esa
información, es que no entiendo el swahili; y, en tal caso, no estoy en disposi
ción de entender la propia teoría, que está formulada precisamente en swahili.
Y si poseo la información necesaria para entender la teoría, es que ya entien
do swahili; esto es, ya conozco la semántica del swahifi-,; y por tanto va conoz
co aquello que la teoría pretende proporcionarme.
Una definición circular es una definición que, por estarxforrnulada explí
cita o implícitamente en términos de aquello que se intenta definir, no podría
servir a nadie que no entendiera ya la expresión definida para aprender su sig
nificado. Dado que las teorías semánticas constan esencialmente de explica
ciones del significado de términos, pueden verse como un conjunto de defini
ciones. Así, la teoría davidsoniana de las citas define las comillas. La dificul
tad que se apunta en esta objeción es entonces la de que las teorías semánticas
son necesariamente circulares. Son, por tanto, explicativamente tan inadecua
das como las definiciones circulares. El siguiente texto contiene un razona
miento de este tipo:
Este argumento es especioso. Pero, antes de mostrar que lo es, haré dos
observaciones, cuyo objeto es hacer patente que todo argumento como éste tie
ne que ser falaz. Mostraré, primero, que la conclusión es increíble. Y, en segun
do lugar, que la presunta excepción que el texto hace respecto de los signos
definidos por ostensión no existe: si la conclusión del argumento fuese válida,
tampoco las definiciones ostensivas serían informativas. Sólo después explica
ré por qué el argumento no es válido, y cómo tanto las definiciones ostensivas
como las lingüísticas pueden ser informativas.
La primera observación es que la conclusión del argumento es una para
doja. Una paradoja es o bien un argumento aparentemente plausible del que
se sigue una consecuencia que contradice una proposición que también nos pa
rece plausible, o bien un par de argumentos plausibles con conclusiones con
tradictorias. Los argumentos de Zenón para tratar de establecer la inexistencia
del movimiento son paradojas. Que el argumento que estamos considerando
aquí constituye una paradoja lo podemos ver de varios modos. Uno es con
trastar la conclusión con un hecho obvio, a saber, que una discusión exhausti
va como la que a propósito de las citas se lleva a cabo en el próximo capítulo
nos proporciona información: la teoría davidsoniana, que se propondrá como
la empíricamente más adecuada, constituye una explicación satisfactoria, e in
formativa, de la semántica de las citas. Antes de conocer una discusión así,
difícilmente hubiésemos sido capaces de proponer una teoría similar sobre
7. En Pieter A. M. Seuren, O perators and Nucleiis, Cambridge: Cambridge University Press, 1969. Citado
por Gareth Evans y John M cDowell en su “Inlroduction” a Truth and Meaning. Essays on Semantics, del que son edi
tores.
cómo significan las citas. Un segundo modo de apreciar lo paradójico del ar
gumento es observar que sus conclusiones se habrían de extender a la sintaxis.
Una teoría sintáctica para el español presentada en español estará formulada
mediante oraciones que, ellas mismas, tendrán la sintaxis de las oraciones del
español. Quien no conozca ya ía sintaxis del español, por tanto, no estará
siquiera en disposición de saber si las oraciones que formulan la teoría son gra
maticales o no, y por tanto no podrá entenderlas. Quien sea capaz de enten-
derlas, por otro lado, ya conoce aquello que la teoría le intenta explicar: la sin
taxis del español. Sin embargo, y en contraste con esta conclusión, parece
obvio que las teorías sintácticas para el español (o para fragmentos del espa
ñol) que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida son informativas. (Y esta
ban formuladas en español, ampliado con los términos teóricos necesarios para
la sintaxis: sería absurdo requerir que una teoría sintáctica del español estu
viese formulada en latín para que fuese informativa.)
La segunda observación concierne a la vía de escape que se ofrece en el
texto para algunas expresiones; se trata de una vía de escape que se le ocurre
a casi todo el mundo que ha encontrado alguna vez plausible un argumento
como el que^estamos aquí considerando. Esta vía de escape la proporcionan las
llamadas definiciones ostensivas. Una definición ostensiva es la explicación del
significado de una expresión a través de la demostración, como cuando le
explicamos a un niño qué significa ‘rojo’ señalando a una superficie roja, o qué
significa ‘elefante’ señalando a un elefante en el zoo. En el texto se indica que
ei problema no afecta a aquellas expresiones cuyos significados se pueden defi
nir ostensivamente; y muchos pensarían que tenemos una salida al problema
aquí, pues los significados de todas las expresiones del lenguaje se pueden
definir, directa o indirectamente, a través de definiciones ostensivas. Es ésta
una idea cara a la filosofía empirista tradicional, como veremos en el capítu
lo IV. Pues bien, la segunda observación consiste en apreciar que esto es un
grave error. Como mostrara Ludwig Wittgenstein, si la objeción fuese válida,
afectaría también a las definiciones ostensivas. Inmediatamente después mos
traremos que la objeción no es válida; pero es conveniente apurar el carácter
paradójico de la objeción antes de refutarla, poniendo claramente de manifies
to que la salida a través de la ostensión que contempla quien la suscribe no
existe en realidad.
Las explicaciones semánticas son objetables, según el argumento que esta
mos considerando, porque para explicar el funcionamiento semántico de una
expresión o de una estructura se usan otras expresiones. La presunta ventaja de
las explicaciones por ostensión, frente a ellas, estribaría en que en las explica
ciones ostensivas se correlacionan las expresiones o estructuras directamente
con sus significados, sin la mediación de signos que habrían de ser entendidos
previamente para que se pueda entender la explicación. En las explicaciones
no ostensivas se correlacionan en realidad los signos con sus significados
mediante el uso de otros signos, cuyos significados habrían de ser descritos a
su vez; en las ostensivas, se correlacionan directamente los signos con sus sig
nificados. Sin embargo, y por plausible que esto suene, las cosas no son así.
En las explicaciones ostensivas se conrelacionan los signos con sus significa
dos también a través de otros signos — signos de una naturale^^eculiar a los
que llamaremos signos ostensivos. Y si, como sostiene el qitfe así razona, las
definiciones no ostensivas son circulares —porque las mismas razones que
existían para requerir una explicación de los signos cuyos significados se pre
tende explicar mediante ellas, existen también para requerir una explicación de
los signos que usamos en la explicación— , resulta que las ostensivas, no están
en una situación mejor, porque las mismas razones existen también para exigir
una explicación del funcionamiento de los signos ostensivos.
Una explicación no ostensiva del significado de ‘río Guadiana’ (el expía-
nandum) podría ser: ‘río español que nace en los Ojos del Guadiana y desem.r
boca en el Atlántico a la altura de Ayamonte’ (el explanans). Aquí el expía-,
nans está sujeto a la objeción anterior; usamos palabras, de modo que cualquier
razón que tuviéramos para querer una explicación del significado del expía-
nandum es también una razón para querer una explicación de cada una de las
palabras usadas en el explanans. Supongamos, sin embargo, que explico osten
sivamente el significado del explanandum, señalando a un cierto río. “El río
Guadiana es este río.” ¿He correlacionado aquí el explanandum directamente
con su significado? Claramente no. Lo que he hecho es usar para mi explica
ción las palabras ‘este río’, el acto de señalar, y lo señalado; lo señalado, ade
más, no es el río significado por ‘río Guadiana’, sino — en el mejor de los
casos— un fragmento de él. Adviértase que alguien que entienda la expresión
‘río Guadiana’ debe saber que la misma se aplica a un objeto que incluye par
tes situadas en lugares distintos a aquel en el que señalo —de modo, por ejem
plo, que si digo ‘el río Guadiana tiene una anchura máxima de 25 m etros',
fragmentos del río situados en lugares distintos a aquel en el que me encuen
tro son pertinentes para determinar la verdad o falsedad de lo que digo; y debe
saber también que la expresión se aplica a un objeto que presumiblemente exis
tió en momentos anteriores y presumiblemente seguirá existiendo en momen
tos posteriores a aquel en el que se produce la ostensión — de modo, por ejem
plo, que si digo ‘el caudal medio anual máximo del río Guadiana es de
15 m3/s’, la verdad o falsedad de mi aseveración depende del caudal del río en
momentos de tiempo distintos a aquel en el que se produce la ostensión. Mi
audiencia tiene que inferir el significado a partir del fragmento señalado, y a
partir de los significados de las palabras ‘este’ y ‘río’.
Obsérvese también que la relación entre el fragmento de río señalado y el
significado de ‘río Guadiana’ es distinta a la relación entre lo mostrado y
ei significado en otras definiciones ostensivas. Así, si defino ‘rojo’ diciendo ‘el
rojo es este color’ mientras señalo a un tomate, lo que demuestro es meramente
ei rojo de un cierto tomate, mientras que lo que significo es una propiedad de
muchos objetos —de modo que es apropiado predicar la misma palabra ‘rojo’,
sin cambiar con ello el significado así definido, al color de otros objetos. Es
patente que la relación entre el rojo demostrado y la propiedad significada por
‘rojo’ es muy distinta a la relación entre el fragmento del río señalado y el río.
La relación es distinta también si explico el significado de ‘Juan Pablo II’
diciendo ‘Juan Pablo II es ese señor’, mientras señalo a un cierto individuo.
Aquí lo demostrado es Juan Pablo II, tal como aparece en un cierto instante de
isu vida, mientras que el significado es la persona a lo largo de toda su exis
tencia — de modo que tiene sentido decir ‘Juan Pablo II nació en Bilbao’, cuya
verdad o falsedad depende de sucesos alejados en el tiempo respecto del
momento de la ostensión. La relación entre ambas entidades es distinta a la
relación implicada en los dos casos anteriores.
Esta discusión (como la discusión del mismo tema en los parágrafos §§ 23-
37 de las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein, en que la presente está
inspirada) no pretende mostrar que la definición ostensiva sea imposible.. Nues
tra conclusión será que el argumento que estamos considerando es incorrecto,
y que los significados de las palabras se pueden explicar sin circularidad algu
na, tanto mediante explicaciones ostensivas como mediante explicaciones no
ostensivas; que se puede explicar informativamente tanto el funcionamiento
semántico de los signos (no ostensivos) que usamos en las definiciones no os
tensivas y el de los signos (ostensivos) que usamos en las definiciones ostensi
vas. Lo que éstamos intentando mostrar ahora es sólo que el supuesto de que
las definiciones ostensivas son inmunes al argumento — el supuesto que hace
parecer a sus defensores el argumento que queremos refutar menos paradójico
de lo que realidad es— se apoya en una confusión: si el argumento afectase a
las explicaciones no ostensivas del significado, también afectaría a las ostensi
vas; no podríamos ofrecer explicaciones informativas sobre , el lenguajeni
mediante el lenguaje mismo, ni mediante actos de ostensión.
Digamos que un signo ostensivo es un signo compuesto de entidades lin
güísticas (un pronombre demostrativo, y, opcionalmente, un sintagma nominal)
y entidades no lingüísticas, un objeto u objetos concretos señalados por el
demostrativo, tal que su significado es una entidad que guarda alguna relación
natural con ei objeto u objetos señalados; Una relación naturales una relación
transparente a alguien con las capacidades cognoscitivas de un ser humano nor
mal; una relación que un ser humano normal colige sin que se le indique expre
samente.
Si digo de viva voz: ‘Pronuncia este sonido: urububu , la expresión que
indica el sonido a pronunciar es un signo ostensivo, compuesto de las palabras
‘este sonido’ y el sonido-ejemplar pronunciado a continuación; el significado
del signo ostensivo es un sonido-tipo, y la relación natural que es necesario
conocer para entender el signo ostensivo es la que existe entre los ejemplares
y sus tipos.8 En las explicaciones ostensivas mencionadas a modo de ejemplo
en el párrafo anterior se empleaban signos ostensivos. Las relaciones naturales
entre los objetos demostrados y los significados pretendidos de los signos
ostensivos eran, respectivamente: la que hay entre un fragmento espacial de un
8. Los seres humanos poseemos la capacidad cognoscitiva de “abstraer" un tipo a partir de sus ejemplares,
bien sea porque los tipos los crean esos m ism os procesos cognoscitivos — com o dicen los nom inalistas— , bien por
que esos procesos cognoscitivos nos proporcionan la capacidad de descubrirlos — como sostienen los realistas. Cf. IV,
§ 3 para la distinción entre realismo y nominalismo sobre los universales.
objeto y el objeto (en el caso del río); la que hay entre una propiedad ejem
plificada en un objeto y la propiedad (en el caso del color), y la que hay entre
un aspecto temporal de un objeto y el objeto (en el caso de la.persona).*
En las definiciones ostensivas, así pues, no se correlacionar!'los expla
nando, directamente con sus significados, sino que la correlación se establece
utilizando para ello otros signos, en este caso signos ostensivos. La única dife
rencia entre el explanans de una definición ostensiva (como “este río”, dicho
en Ja presencia del oportuno pedazo de río) y el de una no ostensiva (como “el
Guadiana es un río español que nace en los Ojos del Guadiana y desemboca
en el Atlántico a la altura de Ayamonte”) estriba en que la relación entre sig
no y significado es totalmente convencional en el segundo caso, pero parcial
mente natural en el primero.
Una consecuencia de esta diferencia es que los seres humanos estamos
cognoscitivamente bien dotados para entender sin más ni más las definiciones
ostensivas; mientras que entender las no ostensivas requiere entrenamiento lin
güístico. Es esta diferencia la que confunde a los que razonan como el autor
del argumento anteriormente citado. Pero es fácil ver que esta diferencia no es
relevante para la cuestión de si las definiciones ostensivas son inmunes al argu
mento de la circularidad. Porque es evidente que, por las mismas razones que
requerimos una explicación de cómo funcionan semánticamente los signos
convencionales (tanto el explanandum como los que aparecen en el explanans
de las explicaciones no ostensivas), podríamos requerir también una explica
ción del funcionamiento semántico de los signos ostensivos.
Veámoslo. Lo que sabemos de los signos convencionales es cómo usarlos
en situaciones concretas; pero no sabemos dar cuenta de eso que sabemos. Si
quisiéramos explicarle a un extraterrestre inteligente qué convenciones rigen el
funcionamiento semántico de las palabras, o si quisiéramos construir un robot
que fuese capaz de entenderlas, no sabríamos por dónde empezar. La exhaus
tiva discusión de las citas en el próximo capítulo probará suficientemente esta
afirmación. Las citas son uno de los mecanismos aparentemente más simples
del lenguaje; y veremos cómo autores inteligentes e informados han propues
to explicaciones de su funcionamiento que resultan ser claramente inade
cuadas. Es más, no tenemos ninguna certidumbre de que la teoría davidsonia
na que nosotros hemos adoptado no se revele finalmente inadecuada, por ra
zones que ahora somos incapaces de entrever. Exactamente lo mismo ocurre
con los signos ostensivos. Si al extraterrestre, por su peculiar naturaleza cog
noscitiva, las relaciones en que nos apoyamos no le resultan naturales — si, por
ejemplo, se muestra incapaz de pasar del fragmento espacia] del río al río com
pleto, meramente a partir de nuestro apuntar al primero— , si hubiésemos de
decirle expresamente qué ha de hacer para obtener el significado a partir del
9. De acuerdo con la teoría davidsoniana de las citas que propusimos antes, y defenderemos en el próximo
capítulo, las citas son también signos ostensivos, en los que la relación implicada es de la misma naturaleza que la
existente entre el sonido-ejemplar pronunciado com o ejemplo y el significado en el signo ostensivo 'este sonido: uru-
bttbu del ejemplo anterior.
signo, tampoco sabríamos por dónde empezar. Lo mismo lo muestra el caso de
la construcción del robot: no tenemos la más remota idea de qué información
habría que incorporar en una máquina, para que la máquina sea capaz de enten
der los signos ostensivos como lo hacemos nosotros.
Por tanto, la ostensión no nos ofrece ninguna vía de escape. Si las defini
ciones no ostensivas son circulares, y por tanto inaceptables según el especio
so argumento que estamos examinando; si las explicaciones semánticas no
ostensivas (o las lingüísticas) no explican nada, exactamente lo mismo ocurre
con las explicaciones ostensivas. Por fortuna, el argumento carece de fuerza
tanto para las unas como para las otras.
Es pertinente un comentario final a propósito del texto de Seuren. El autor
parece pensar que “agrupar expresiones sinónimas en clases” es una alternati
va al trabajo semántico — si bien no una tan atractiva como, antes de conside
rar la objeción de la circularidad, habíamos pensado que sería la semántica. Es
importante apreciar, empero, que tal actividad no tiene nada que ver con lo que
esperamos de la semántica. Pues alguien puede conocer todas las agrupaciones
posibles de expresiones del latín sinónimas con expresiones del francés sin
entender nada en absoluto de francés ni de latín. Una teoría que se limite a
agrupar expresiones sinónimas de diferentes lenguas, o de una misma lengua,
no dice nada expresamente sobre el significado de las expresiones; por lo tan
to, es ajena a los objetivos explicativos de una teoría sem ántica— que preten
de explicar, ni más ni menos, los significados de las expresiones de un len
guaje, exhibiendo al hacerlo el modo sistemático en que su determinación está
interrelacionada.
Examinemos finalmente de un modo crítico el argumento (la paradoja) de
la necesaria circularidad de toda explicación, del significado, ahora que cono
cemos su verdadero alcance. La falacia consiste en no apreciar que la palabra
‘saber’ se emplea en dos sentidos bien distintos. Uno es el de saber-cómo, o
conocimiento tácito. Otro es el de sáber-que, o conocimiento explícito. El pri
mero está constitutivamente vinculado a la acción de un modo muy distinto a
como lo está el segundo. Es en ese sentido de ‘saber' que un buen bailarín sabe
bailar el tango. El conocimiento tácito que un buen bailarín del tango tiene, sea
lo que sea, es algo que explica que el bailarín baile el tango, algo que consti-
tuye su capacidad para hacerlo. Sin embargo, ese mismo buen bailarín puede
ser completamente incapaz de describir de un modo razonablemente apropia
do en qué consiste bailar el tango, qué pasos hay que dar en según qué cir
cunstancias musicales. Le falta, entonces, conocimiento explícito del baile,
aunque posea un buen conocimiento tácito del mismo. Cuando decimos, y
entendemos, ‘hay una esfera roja ante mí’, tenemos conocimiento explícito de
que hay una esfera roja ante nosotros. El conocimiento explícito es, en una pri
mera aproximación, conocimiento enunciado mediante el lenguaje de manera
suficientemente perspicua. Es claro que alguien que tenga un conocimiento
explícito perfecto del tango puede muy bien no saber bailarlo sino de un modo
muy torpe. El conocimiento explícito de algo, pues, no está constitutivamente
vinculado a aquello que ese conocimiento tácito permite hacer; no explica que
alguien haga eso, pues alguien puede tener el conocimiento explícito sin tener
la capacidad constituida por el conocimiento tácito así explicitado. No es que
el conocimiento explícito de las reglas del tango no permita hacer nada; po
seer conocimiento explícito es poseer una caracterización teórica de algo, y una
, caracterización teórica permite hacer cosas: por ejemplo, ofrecer descripciones
y explicaciones a otros, hacer aseveraciones sobre aquello, etc. Lo que ocurre
más bien es que el conocimiento explícito de algo, por sí mismo, no permite
hacer aquello para lo que capacita el conocimiento tácito explicitado en ese
conocimiento; permite hacer otras cosas. Alguien que tenga conocimiento
explícito de los mecanismos cognoscitivos que permiten bailar el tango puede,
naturalmente, ser un excelente bailarín de tango; pero para ello debe poseer
además conocimiento tácito del tango.
Esta misma distinción, exactamente en estos mismos términos, se aplica
en el caso del lenguaje; pero (a causa de una confusión en todo análoga: a la
confusión entre uso y mención), la similitud en este caso existente entre el
conocimiento explícito y el conocimiento tácito por él explicitado explica que
la pasemos por alto. Nosotros tenemos, como hablantes competentes de nues
tras lenguas, conocimiento explícito de los significados de las emisiones lin
güísticas en contextos concretos de uso; y ese conocimiento debe estar basa
do, por las razones que hemos examinado en este capítulo —fundamental
mente, por la sistematicidad y la productividad de ese conocimiento— en un
conocimiento tácito de su sintaxis y de su semántica. Es ese conocimiento táci
to el que necesitamos también para entender una teoría de la sintaxis o de la
semántica de nuestras lenguas formulada en esas mismas lenguas, y para enun
ciarlas en ellas. Por otra parte, tales teorías intentan damos conocimiento explí
cito de las mismas. La discusión de las citas pondrá de manifiesto que, pre
viamente a la teorización semántica, carecemos de conocimiento explícito del
conocimiento tácito de las reglas sintácticas y semánticas de nuestro lenguaje
del que hacemos uso en cada acto de comprensión.
Naturalmente, las nociones de conocimiento tácito y conocimiento explí
cito suscitan todo tipo de preguntas y perplejidades, muy especialmente a pro
pósito del lenguaje. Sobre ello volveremos en diferentes ocasiones a lo largo
de esta obra. Pero no cabe duda alguna sobre la existencia de los fenómenos
en cuestión y sobre su carácter distintivo; y eso es lo único que necesitamos
para disolver la paradoja de la circularidad. Nosotros tenemos conocimiento
tácito del funcionamiento de las citas. La teoría que propusimos antes, y defen-
deremos en el próximo capítulo, de ser correcta, hace explícita la naturaleza de
aquello que conocemos. Una buena teoría de las citas nos proporciona conoci
miento explícito de ese conocimiento tácito, conocimiento que sólo la reflexión
teórica (y no meramente nuestra capacidad para usar las citas) es capaz de pro
porcionamos. Además, el conocimiento explícito no servirá para hacer aquello
que permite hacer el conocimiento tácito por él explicitado. El conocimiento
explícito del mecanismo de las citas nos permite ofrecer caracterizaciones
razonables de qué hay que hacer para citar; pero, por sí mismo, no nos capa
cita para citar, ni para entender las citas del modo en que las entendemos habi
tualmente (incluidas aquellas que puedan aparecer en la enunciación explícita
de nuestro conocimiento tácito de las citas). Para eso hemos de tener además
el conocimiento tácito del mecanismo de las citas.