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LA CONDICIÓN URUGUAYA

Noventa gramos de mortadela


Amir Hamed

Hace un par de días, cuando a


pedido de un amigo entré a la Biblioteca Nacional, volvió
a asaltarme la imagen de cierto literato, varón de talento,
del que aprendí todo lo que me fue posible cuando
empecé a dedicarme a las letras. Contemplando las
Suscribirme publicaciones que proclaman con desparpajo las vitrinas
de la institución, su nombre —que no diré aquí, porque
no es relevante para esta columna— me sonó casi
H enciclopedia
es administrada por balsámico, como balsámico me resultó su trato cuando lo
Sandra López Desivo conocí.
© 1999 - 2013
Amir Hamed Licenciado sin trabajo fijo, se encontraba por entonces
ISSN 1688-1672
entre las listas de docentes universitarios destituidos
durante la dictadura uruguaya, y empecé a tratarlo casi
con desesperación, allá por los días en que comenzaba
formalmente el estudio de letras, sobrellevando En fin, se trataba de inventar una generación y una
semestres en una intervenida Facultad de Humanidades cultura, amaño en el que triunfaron, amparados bajo la
inficionada de docentes improvisados, cuando no sombra de algunos de sus mayores, como Carlos Quijano
ridículos. Aprendí bastante con él, precisamente porque, Juan Carlos Onetti y Francisco Espínola.
a diferencia de la mayoría de los profesores, de entonces
y de ahora, entendía el oficio; sabía distinguir la virtud Había entre ellos algunos con talento, aunque marcados
del ripio, los repliegues de la forma, en fin, tenía todo todos, sin excepción, por la impronta del diletante, lo cual
para entender el arte y debió, tal vez en otro mundo, o al no es gran ayuda cuando alguien se quiere llamar a sí
menos de haber nacido en otro país, haber sido artista. mismo “crítico”, siendo que por lo general tenían una
noción de la crítica más cercana al tallerismo que a otra
No lo fue. Por las últimas veces que lo vi, en los períodos cosa. Y lo de tallerismo, vale aclarar, fue su costado
en que recalaba yo en Montevideo mientras estudiaba en benévolo, porque lo que más le importaba a la
Chicago, solía repasarse a sí mismo y sentenciar que no “generación” era vivirse como una disciplinadísima rosca
había tenido una vida “literaria” pero si profesoral. En que apartaba de su paso todo aquello que le resultara
otro lado quedaba su “obra”, que no fue ningún libro de disonante, por ejemplo a Susana Soca, una ricacha que,
investigación, porque no investigaba, sino algunos por ejemplo, había tenido el mal tino de ser la primera en
poemarios en los que, todavía hoy, se advierte menos el entender a Jorge Luis Borges, a quien hacía ir a buscar al
resplandor del verso que la cautela de quien advierte puerto por su secretario de entonces, Emir Rodríguez
dónde debe evitar equivocarse. Esto es poco, se dirá, ni Monegal, para que diera conferencias en Montevideo
bien se recuerde que era individuo capaz de incentivar (toda las veces que mencionaba yo a Susana Soca delante
vocaciones, a partir de su discurso, uno concienzudo, que de conspicuos miembros de la “generación”, se hacía un
era un cocoliche o mezcladora de frases de críticos a los silencio negro, como si hablara de alguien que había sido
que no citaba y frases célebres que atribuía con asesinado y cuyo crimen nadie quería revivir).
incansable error. Tenía un estilo de impartir clases que
impactaba al comienzo pero se debilitaba a medida que Así las cosas, el resultado indisimulable de la producción
sus estudiantes crecían y así, ni bien iba uno crítica de la generación ibídem es que aquella que
evolucionado, descubría cada vez más las averías de sus hicieron en Uruguay es toda, sin excepción irrelevante, y
arengas, al menos desde el punto de vista académico, si ninguna (salvo tal vez las aventuras del pensamiento de
bien eso no le restaba brillo. Alguien, que lo tuvo de Carlos Real de Azúa) comparable a un libro de 1939
docente en tiempos muy posteriores a los de mi trato con como el Proceso intelectual del Uruguay, de Alberto
él, decía que lo que daba ese profesor eran “clases de Zum Felde. Uno puede, sin duda, comprender las quejas
actitud”. del Licenciado cuando advierte que lo que habían hecho
los aprendices de mandarines de la crítica del 45, leído
Ahí, si se quiere, el epifenómeno o, más bien, la histeria hoy, es nada más los indigeribles listados de Rama o los
del Licenciado: sus clases, lo mismo que su infrecuente antojadizos dictámenes de Emir Rodríguez Monegal,
escritura, eran más bien un síntoma, la amenaza de crítico caracterizado por equivocarse, con sistema y
aquello que, fatalmente, nunca habría de ser. Devoto de esmero, respecto a cada libro que comentó de Felisberto
los malditos, en particular de los simbolistas franceses, Hernández. Se trataba de gente que leía sin leer, más
entonaba frecuentes trenos a la incomprensión, repitiendo atenta, improvisada como era, al fetiche que le tocaba
al Nietzsche resignado a ser mucho mejor que sus blandir. Sin ir màs lejos, Monegal no podía entender a
contemporáneos. Pero si entonces se le preguntaba por Felisberto porque para él había que escribir (y se lo
qué, por ejemplo, no emigrar a Estados Unidos (donde explicaba perdonavidas a Felisberto en sus reseñas) como
alguna vez fue profesor visitante), respondía automático Joyce o como Faulkner. Pero en el mismo estilo, los
que allá había demasiados buenos profesores y que él, demás levantaban otros, y así cada cual elevaba un
toda la vida, prefería ser “cabeza de ratón y nunca cola de significante al que tampoco terminaba de entender, lo
león”. Por otra parte, la gloria se le solapaba con el logro cual, como se sabe, es la práctica snob por excelencia.
económico y el ascenso social, por lo que se jactaba de Así las cosas, mientras se apuraban a inventar unos pocos
dar clases a ricachonas de Carrasco que le habían narradores, nadie era capaz de leer los libros de cierta
permitido mudarse al barrio de los Pocitos, a un maestra de escuela, Armonía Somers, que escribía mejor
apartamento que, con cierto esmero camp, había que la gran mayoría de ellos.
enmoquetado de un verde irascible en el que, en un
balconcito, también enmoquetado, apacentaba una De más está decir, por otra parte, que todo aquello que
blanquísima réplica, tamaño bonsái, de la Venus de Milo. apuntalaban tenía todo un ilevantable toque provinciano.
Aquel verdeante alfombrado que sus pantuflas frotaban Ejercían la crítica como quien quiere impresionar a un
fruitivas, o la cátedra a la que la democracia lo repuso, vecino, o trayendo nombres altisonantes (Proust o Joyce,
seguían siendo sus pasiones, una heráldica con lo suyo de o Kafka) para entender un pasaje anodino de escritor
trágico si se considera que, para acceder a eso, había vernáculo, o agotando el elogio en una especie de pase
renunciado al verdadero talento. Desde su cátedra, casi usted, no tengo en el día de hoy, siendo las seis de la
está de más decir, a la que se abrazó tanguero como a un tarde, nada demasiado malo para decir de su obra. Es que
rencor, se dedicaba más que nada a detestar a sus colegas en Montevideo, Rama y Monegal, y detrás de ellos el
(algo muy frecuente, al menos entonces, en la Facultad de resto, confundían crítica con mandarinato, algo de lo que
Humanidades) y, sobre todo, a evitar que la “gilada”, tuvieron que desentenderse cuando la dictadura los forzó
como solía decir, se avivase, por lo que entorpecía el a ir a ganarse el pan por otros rumbos. Obligados por el
camino de cualquiera con talento que pudiera crecerle exilio a trascender sus miserias y a reconvertir sus
cerca. El resultado último de todo ese itinerario es que abigarradas lecturas y su retórica al servicio a la literatura
nadie de valor específico, al menos hasta donde me latinoamericana, se convirtieron en referencia de la
conste, ha podido reclamarse como su alumno. Si el crítica latinoamericana (sobre todo porque por entonces
profesor, como entendía él mismo, le había comido el no existía mayormente la crítica latinoamericana), si bien
poeta, es porque el profesor, encandilado por el casi nada de lo que hicieron en ese rubro vale demasiado
malditismo, había confundido el mal con la ruindad, la pena hoy, siendo que la crítica es la disciplina que más
reduciendo el deber del artista a un birlibirloque de envejece, sobre todo cuando el oficiante carece de la
almacenero que, en vez de cien, nos está vendiendo, una sagacidad de un Benjamin, de un Borges o un Eliot y lo
vez tras otra, noventa gramos de mortadela. que en rigor ejerce es la repetición y reconjugación de los
clisés del momento.
No se trata, por supuesto, del mero cumplimiento del
adagio de aquel al cual, según el decir rioplatense, Así que, si algo produjo la generación crítica fue sobre
siempre “le faltó un vintén para llegar al peso”, ya que todo tres o cuatro poetas fuertes, todos mujeres, escasos
esto se traduce, con llaneza, por no dar la talla. Todo lo narradores (Onetti, Felisberto y Espínola no pertenecían a
contrario, se trata de una sesuda economía, de una ella) y ninguno decisivo que hubiera sido reconocido por
inversión de Shylock: si el usurero de Venecia, héroe de ellos, y crítica más bien nula. A esto agréguese que, si el
comedia oscura, a través del cual todo el gravamen de Licenciado no puede reconocerse en discípulo alguno,
una ley se hace presente, está obsesionado con arrancar lo quien tenga dudas de las desdichas de aquellos como
que entiende se le adeuda - una libra de carne humana -, Rama y Rodríguez Monegal, que exportaron allá donde
aquí estamos frente a una pasión más bien molieresca, de fueran el encono que se tenían, odiándose sus discípulos
engrupir hasta el fin, una usura cuya víctima final fue, de otros países hasta el día de hoy, que se fije en quiénes
sencillamente, su oficiante, quien de forma inmisericorde son los que se reclaman de ellos en Uruguay. Porque si
derrochó su talento al servicio incondicional del timo. Rama o Monegal al menos mejoraron fuera, en Uruguay
se quedó lo peor de su lección, las trenzas sin fin y los
Que en él estaba el reverso de Shylock no se le escapaba. gestos aparatchick de algunos egresados del IPA, la
En lo suyo, tenía la íntima entereza, que jamás haría censura infundada o el aplauso destituido de cimiento, el
pública, de saberse, á la Salieri, capaz de reconocer -y apuro por salir a fabular autores insostenibles. Y así,
en su momento negar- lo bueno pero incapaz de dar el mientras Rodríguez Monegal solo supo atacar a
salto que lo llevara a producirlo. La última vez que Felisberto y ninguno supo ver a Armonía (Rama, que
conversé con él, dijo esto: “Yo, como el judío del gueto. llegó a publicarla, la recluyó en el sanitario cajón de los
Salgo de casa a la tarde. Saludo sacándome el bombín, “raros”), seguían relegando furibundos, por incuria y
adiós señora, adiós señor. Llego al bar de la esquina y sencilla burrez, a los mejores que, delante de sus narices,
me pido una pizza con mozzarella. Me dan la pizza pero producían libro tras libro, por ejemplo Marosa di Giorgio
no me la como. Me la envuelvo en una servilleta, me la o Mario Levrero. Si sus maestros tenían pies de barro, el
meto en un bolsillo y emprendo el regreso a casa, adiós asunto es que ellos mismos estaban hechos todos de
señora, adiós señor. Llego a casa, saco la servilleta del barro; y si el Licenciado quería ser cabeza de ratón, aquí
bolsillo y me como la pizza con mozzarella. Fría pero quedan nomás unos ratoncitos subrepticios tratando de
mía”. copar, primero, publicaciones de prensa, y, cuando se les
acabaron las publicaciones, allá se arratonaron buscando
2- Mozzarellas póstumas la sombra de la primera institución que les brindara
cobijo, como por ejemplo esa Biblioteca Nacional en la
Ahí, frente a las vitrinas de la biblioteca, me quedaba que antes nadie publicaba y en la que ahora estos
claro una vez más que, a través del Licenciado, había publican unos mamarrachos, con índices infantiles, a los
estado hablando todo un país, es decir, todo el proceso que pretenden hacer pasar por investigación. Ni siquiera
evolutivo de una sociedad y una cultura. Es que el se trata de una estafa de 97 gramos, en las que nos
Licenciado, antes que nada, era una figura reactiva, en vendan tres gramos de fiambre; pretenden hacer pasar
Uruguay, a toda aquella marejada de gentes alfabetizadas náilon por mortadela
que, con pompa, circunstancia y barrabravismo, y
azuzadas por las intrigas del español José Bergamín, se Frente a semejante incuria uno no puede sino extrañar la
autoproclamó generación, la del 45, a la que uno de sus usura del Licenciado, su cicatera tajada de 10%, al
benjamines, Ángel Rama, rebautizó como “Generación amparo del cosí fan tutte de quien era buen conocedor de
Crítica”. Una generación, dígase sin más, de bachilleres, que, sin excepción, todos los de su edad eran estafadores.
es decir de improvisados que, al empuje de una Sabedor de que robaba la plata, no escribía, porque
educación media benigna, y casi unánimemente tampoco ignoraba que la escritura es inclemente seriedad,
provenientes de la pequeña burguesía generada por el diagnóstico irrefutable de todas nuestras averías. Esa
batllismo, salieron a tomar por asalto la cultura, en primer certidumbre, y esa autocomplacencia, lo llevaron a
lugar, y a generar instituciones como el teatro aniquilar un talento que al menos alguna vez fuera
independiente pero también la Comedia Nacional, los prometedor, lo que le otorga cierta dignidad, si no trágica,
cines universitarios o la cinemateca, varias editoriales y al menos melodramática. Cuando uno contempla las
también, cómo olvidarlo, la misma Facultad de producciones de estos aparatchiks de última hora,
Humanidades fundada por Carlos Vaz Ferreira bajo el oficiantes exclusivos del peor costado de sus maestros,
lema del saber por el saber, y que por décadas ni siquiera cegados por el afán de poder aunque no tengan la mínima
expidió títulos, y que requirió, para compensar la idea de para qué usar ese poder, y enancados, como se los
imprevisión de Vaz Ferreira, que Antonio Grompone ve día tras día, en el burocrático bochorno de publicar por
fundara el IPA, o Instituto de Profesores Artigas. publicar, aunque se tenga poco y nada por decir - e
incluso menos talento –, pareciera que el Licenciado, ya
Se trataba, como sucede con las multitudes, de una muy hace unos años fallecido, aunque cada vez más
defectuosa, crecida en el descampado, ya que la aclimatado a su olvido, siguiera hablando cristalino. Es
universidad, cuando llegaron ellos a la edad adulta, les como si dijera, como decía todos los días, ¿ves? ¿Para
había ofrecido pocas o nulas posibilidades de formación qué vas a escribir? ¿Para avivar giles? Y en un punto,
cultural específica. Alguno (como sigue siendo hasta hoy aunque lo suyo es razonamiento falso, por transitiva
día su último sobreviviente, mi amigo Carlos Maggi) era carga cierta razón. Si uno escribe es porque no cree en los
abogado, pero la mayoría podía jactarse, nada más, de giles.
haber aprobado el liceo. Cuesta hoy pensarlo, pero para el
país de aquel entonces un bachiller era un logro del
intelecto, y es ahí que un cardumen de liceales
transformados en empleados públicos, o precipitados a la
docencia en secundaria, alimentaba aquellos
interminables listados en que Rama, quien bajo el rubro
poesía daba cuenta de decenas y decenas de escribas con
plaqueta, bajo el de narradores a los autores de tres o
cuatro cuentos, y bajo el de dramaturgos a los que habían
acuñado poco más de un soliloquio.

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