Está en la página 1de 29

3

Trigésimo Segunda edición enero marzo 2017

TRATAMIENTO GRUPAL DE
LOS HOMBRES CONDENADOS
POR UN DELITO DE
VIOLENCIA DE GÉNERO
SANTIAGO BOIRA SARTO
Psicólogo Especialista en Psicología Clínica. Profesor de
la Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo de la
Universidad de Zaragoza
PABLO CARBAJOSA VICENTE
Psicólogo Especialista en Psicología Clínica. Asesor en
violencia de género. Práctica privada

Curso válido para solicitar ser reconocido como miembro acreditado


de la División de Psicología clínica y de la salud, División de
Psicología de Intervención Social, División de Psicología Jurídica y
División de Psicoterapia

ISSN 1989-3906
Contenido

DOCUMENTO BASE ........................................................................................... 3


Tratamiento Grupal de los Hombres Condenados por un Delito de Violencia
de Género

FICHA 1 ........................................................................................................... 21
Habilidades del terapeuta en la intervención con hombres condenados por
violencia de género

FICHA 2 ................................................................................................................................. 26
Evaluación e intervención con maltratadores condenados por un delito de violencia
de género en España: Programa PRIA
Consejo General de la Psicología de España

Documento base.
Tratamiento Grupal de los Hombres Condenados por un
Delito de Violencia de Género

1. INTRODUCCIÓN
La violencia contra las mujeres es un grave problema y un desafío para los gobiernos y la sociedad en su conjunto.
Se trata de un problema de salud pública y de clara vulneración de los derechos humanos de escala global. Además
como señala Langhinrichsen-Rohling, (2010), algunos temas clave como la definición penal de la violencia, la carac-
terización del hombre agresor o la eficacia de los programas de tratamiento han sido objeto de polémicas permanen-
tes entre los investigadores.
En el caso de España fue a partir de la Ley 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género
cuando se comienzan a tomar medidas definitivas basadas en una mayor visibilización del problema, la considera-
ción como crimen de este tipo de violencia y en el endurecimiento de las actuaciones contra los agresores.
No obstante, en relación con el tratamiento de los hombres y a pesar de las dificultades que implica la intervención
está constatado que si no media ningún tratamiento y, a pesar de que el agresor ingrese en prisión, la probabilidad de
que repita su comportamiento violento será alta (Boira, 2010). A través del tratamiento se busca la rehabilitación del
agresor y la reducción del riesgo de reincidencia para que la violencia no se repita en el futuro.
Existen múltiples razones que justifican la intervención (Echeburúa et al., 2004), la propia Constitución Española y la
Ley General Penitenciaria establecen que las penas tienen una función prioritaria de reeducación y reinserción social
del infractor. También existe la posibilidad de que la mujer continué la relación con el agresor con independencia de
que soliciten ayuda lo que implicaría, que si sólo se trata a la víctima, continuaría en una situación de riesgo. Ade-
más, el tratamiento del agresor es una forma de impedir que la violencia, se extienda más allá de la víctima a los otros
miembros del hogar, fundamentalmente a los hijos. Por último, si el hombre tras una separación vuelve a encontrar
pareja es muy posible que la conducta de malos tratos vuelva a repetirse. Todos estos son argumentos más que sufi-
cientes que justifican la necesidad de realizar tratamientos con los agresores.

2. COMPRENSIÓN DE LA DINÁMICA VIOLENTA


El análisis del escenario de la violencia dentro de la pareja es complejo, pero su comprensión resulta clave para el
tratamiento de los hombres. Para ello, es fundamental conocer cómo se define el comportamiento violento, la dinámi-
ca de violencia, como percibe el agresor su propio comportamiento y que teorías explican este comportamiento.
El primer paso para diseñar un plan de tratamiento en el contexto de intervención penal es conocer el marco legal
que define el comportamiento sobre el que vamos a intervenir. La Ley de Medidas de Protección Integral contra la
Violencia de Género, restringió la violencia de género a aquella ejercida por un hombre hacia una mujer «como ma-
nifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las muje-
res» (art.1.1). Se concibe la violencia de género como una modalidad de violencia ejercida contra la mujer por el
mero hecho de serlo y como una consecuencia de una situación sociohistórica de desigualdad de las mujeres. Ade-
más desde esta definición se incorporaron comportamientos distintos de las agresiones físicas o sexuales. La violencia
de género se definió como: «todo acto de violencia física y psicológica, incluidas las agresiones a la libertad sexual,
las amenazas, las coacciones o la privación arbitraria de libertad». Dentro de la violencia de género se incluyen los
delitos, castigados en el Código Penal como el homicidio, aborto, lesiones, lesiones al feto, delitos contra la libertad,
delitos contra la integridad moral, delitos contra la libertad e indemnidad sexuales o cualquier otro delito cometido
con violencia o intimidación.

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
3
Consejo General de la Psicología de España

En la siguiente figura se muestran los tipos de violencia que habitualmente se consideran:

FIGURA 1
TIPOS DE VIOLENCIA

Fuente: Elaboración propia a partir del Programa de Intervención Familiar con Unidades Familiares en
las que se produce Violencia de Género. Gobierno de Aragón.

Por otra parte para entender la violencia dentro de la pareja es fundamental considerar la idea de proceso y dinámi-
ca de violencia. Tanto en el caso del daño psicológico como en el caso de la agresión física o sexual, el hombre suele
presentarlo como algo accidental utilizando mecanismos de negación, minimización y externalización de la respon-
sabilidad que dificultan la conciencia y mantienen el comportamiento (Lila, Gracia y Herrero, 2012). El comporta-
miento violento es intencional, estratégico y estructural e implica un modo y modelo de configurar la relación de
pareja. El componente estructural es esencial, la violencia no es un hecho aislado, es un intento sistemático, por parte
del agresor, de conseguir y mantener el poder utilizando para ello un comportamiento violento en sus distintas mani-
festaciones (Boira, 2010). Para ello, el agresor en función de la situación y del contexto podrá decidir tomar directa-
mente el control, infligir daño o mantener un permanente estado de intimidación y miedo. En este escenario, para
comprender la dinámica de la violencia son fundamentales las estrategias psicológicas de persuasión y coerción (Es-
cudero, Polo, López y Aguilar, 2005). Independientemente de la existencia de agresión física, la teoría de la persua-
sión coercitiva (Rodríguez-Caballeira et al., 2005) concede una enorme importancia al conjunto de estrategias de
presión psicológica orientadas al control de la víctima. En este contexto, que el hombre grite, ignore, insulte, despre-
cie o amenace tiene un componente contextual y estratégico.
En cuanto a cómo vive el agresor su propio comportamiento, en muchos casos, la percepción que tiene del daño
que inflige es limitada y se caracteriza por la ausencia de conciencia de problema. Esto incide en una comprensión
muy distorsionada de la situación y en una deficiente capacidad empática para ponerse en el lugar de la mujer (Ro-
mero-Martínez, Lila, Catalá-Miñana, Williams y Moya-Albiol, 2013). Este tema es uno de los primeros y principales
obstáculos en el proceso de rehabilitación: conseguir que reconozcan su problema de violencia y generar empatía ha-
cia la víctima. Estos, serán elementos fundamentales para el diseño de cualquier estrategia de intervención y, por tan-
to, un punto crítico también a la hora de trabajar con los agresores en un tratasmiento grupal.
Finalmente, el marco explicativo de la violencia dentro de la pareja es diverso y han ido surgiendo distintas teo-
rías que se podrían agrupar en tres grandes grupos: aquellas que acentúan la causa de la violencia en variables
intrapersonales, las que la explican a través de variables interpersonales y las que colocan la causa de la violen-
cia fundamentalmente en variables de carácter sociocultural. En el ámbito de las explicaciones socioculturales,
hay que destacar las que tienen como punto de partida la perspectiva de género y que atribuyen la violencia a la
diferencia histórica de poder establecida entre hombres y mujeres como consecuencia de la influencia de una
ideología patriarcal dominante.

FOCAD
4 Formación Continuada a Distancia
Consejo General de la Psicología de España

Asumida por la Organización Mundial de la salud (2003), del conjunto de estas teorías cabe destacar la perspectiva
ecológica la cual permite desde los diferentes sistemas que maneja una aproximación global para explicar este tipo de
violencia. Así, es posible identificar los sistemas de valores de una determinada comunidad valorar aspectos como la
influencia la cultura patriarcal o la religión (macrosistema), el papel de las instituciones o el Estado (exosistema) o las
relaciones familiares, el vecindario o la respuesta de los profesionales que intervienen en los casos de violencia (micro
sistema). Este marco teórico global permite incorporar las distintas variables intrapersonales, interpersonales o de ca-
rácter sociocultural.
Las posibles explicaciones de la violencia de género ofrecidas desde los distintos investigadores han influido en el
diseño de distintos tipos de programas de tratamiento. De hecho como señalan Murphy y Eckhardt (2005), los princi-
pales programas de tratamiento se podrían clasificar en: 1) socioculturales, de carácter psicoeducativo y con un enfo-
que de género, 2) cognitivo-conductuales, con base en la teoría de aprendizaje social, 3) modelos psicodinámicos,
centrados en aspectos psicopatológicos o traumáticos relacionados con el apego y 4) programas basados en plantea-
mientos sistémicos. A pesar de esta amplia variedad de posibilidades, el tipo de tratamiento que predomina en la ac-
tualidad es de carácter cognitivo conductual con enfoque de género.

3. CARACTERÍSTICAS Y TIPOLOGÍAS DE LOS HOMBRES AGRESORES1


El primer aspecto importante a señalar es que ni existe un perfil específico de maltratador ni existe una patología es-
pecífica que los identifique. No obstante, a pesar de estas premisa, sí presentan múltiples alteraciones psicológicas
que los convierte en candidatos para recibir tratamiento (Echeburúa y Amor, 2016). Desde el punto de vista tanto de
la evaluación como de la intervención es clave el conocimiento de sus características más comunes.
No todos los agresores presentan todas las características y una misma característica puede ser el factor más impor-
tante en un caso y, en otro, ser menos relevante, por ello, desde el punto de vista de la intervención profesional es im-
portante evitar las generalizaciones que pueden desembocar en diagnósticos sesgados.

3.1. Características generales


A continuación, se presentan algunas de las características más comunes de los hombres agresores clasificadas en
función de aspectos relacionados con su comportamiento, su pensamiento y sus emociones y que han sido descritas
por Quinteros y Carbajosa (2008). También este apartado se puede ampliar con la consulta de Boira (2010).

Comportamiento
Deseabilidad social. El hombre presenta una doble fachada mostrando en su entorno social una imagen de sí mismo
positiva y socialmente adaptada. Las personas con las que se relaciona tienen de él también una imagen positiva pero,
paradójicamente, dentro del entorno familiar muestra una cara violenta, agresiva, dominante e intolerante. Tener en
cuenta esta característica es esencial en caso del proceso judicial, el agresor puede presentarse en el juicio o ante el
los profesionales como una persona amable y preocupada por su familia y dando la imagen de ser él la víctima. Ade-
más, cuando llegan a tratamiento el miedo a las consecuencias legales refuerza este esfuerzo por negar los comporta-
mientos violentos y presentar una imagen positiva de sí mismos.
Control de impulsos. Algunos agresores presentan un déficit en el control de impulsos. El déficit puede ser generali-
zado o en caso de presentar el comportamiento denominado de “doble fachada” derivado de la deseabilidad social se
produce un control selectivo. Por un lado, en los entornos sociales la persona si realiza un autocontrol adecuado, pe-
ro en el entorno familiar se producen los comportamientos disfuncionales y violentos.
Repetición de la violencia con otras parejas. El hombre que agrede a su mujer probablemente lo hará en el futuro
con las nuevas relaciones con lo que resulta esencial realizar una intervención que modifique esas pautas ya que, de
otro modo, la violencia se perpetuará.
Abuso de sustancias. Es habitual que los hombres participan en los tratamientos presenten problemas de consumo
abusivo de alcohol, no obstante, el uso o abuso de cocaína y otros tipos de sustancias puede presentarse en alguno de
los casos. Es importante no asociar directamente este consumo como causa del maltrato aunque, en todo caso, el al-
cohol u otro tipo de drogas pueden ser un precipitante del acto de agresión y deben ser analizados junto con el resto
de problemáticas.

1
Parte de este apartado está tomado de Carbajosa y Boira (2014).

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
5
Consejo General de la Psicología de España

Pensamiento/ Cognición
Distorsiones cognitivas sobre la mujer, las relaciones de pareja y el uso de la violencia. Es común que los agresores
presenten definiciones rígidas de los roles masculinos y femeninos y así como distorsiones sobre la tolerancia al uso
de la violencia. En sus creencias y pensamientos se detectan numerosos sesgos cognitivos, sobre los roles sexuales, la
inferioridad de la mujer o ideas distorsionadas que legitiman la violencia como forma válida de resolver los conflictos.
Así es posible encontrarse con expresiones del tipo: “todas las mujeres son iguales…” o “Si alguien me falta al respeto
pues yo respondo...”.
Rigidez cognitiva. En relación a cómo perciben los conflictos, los pensamientos que manejan los agresores son ex-
tremos. Sólo hay dos posibilidades ganar o perder analizando los problemas desde un único punto de vista dicotómi-
co: todo o nada. El agresor cree que su idea es la correcta y piensa que todo debe hacerse como él dice desde su
creencia de que es la única forma de abordar la situación. Les cuesta concebir que pueda haber otros modos de hacer
las cosas y que su visión no sea la única. Este tipo de pensamientos le llevará a tratar de imponer su criterio y a reac-
cionar de manera violenta ante situaciones de conflicto. Desde el prisma desde donde miran la realidad, su tendencia
va a ser siempre a equiparar conflicto con violencia siendo mínima su capacidad de negociación: “yo tengo razón y
el otro debe darse cuenta y ceder…”
Mecanismos de defensa en relación al comportamiento violento. Los agresores presentan diferentes grados de reco-
nocimiento de su comportamiento violento. En algunos casos se niega totalmente el haber ejercido violencia, en
otros, se minimiza la gravedad y las consecuencias. Además, presentan todo tipo de justificaciones y estrategias para
eludir y externalizar la responsabilidad de su comportamiento.
Rumiación del pensamiento. Este tipo de pensamientos son típicos cuando aparecen emociones de enfado o de ce-
los. Pensamientos negativos y distorsionados circulares que van produciendo una acumulación de emociones negati-
vas. Los pensamientos negativos y distorsionados retroalimentan las emociones negativas, hasta que se produce una
explosión en un comportamiento de violencia.

Emociones
Baja autoestima. Baja valoración de sí mismos. En algunos casos, el que el agresor asuma un rol rígido de género de
lo que significa ser un hombre, un “auténtico hombre”, les hace aparentar una falsa seguridad que esconde la depen-
dencia de la pareja, su inseguridad y bajos niveles de satisfacción consigo mismo.
Restricción emocional y racionalización de los sentimientos. La restricción en la expresión de las emociones es una
característica de la cultura machista, el hombre debe reprimirlas y autocontrolarlas y no puede exteriorizar el dolor, el
temor o la tristeza. Este rasgo cultural es asumido rígidamente por el hombre que maltrata. La persona no expresa sus
emociones, las racionaliza y, por ello, acumula sus sensaciones negativas hasta que explota en un acto de violencia.
Estos hombres presentan grandes dificultades en la identificación y expresión de sus emociones. Cuando se les pre-
gunta sobre cómo se sienten se mueven en dos polos: mal o bien. Nuevamente, el rango de posibilidades es dicotómi-
co siendo incapaces de diferenciar entre las diferentes emociones y sus diferentes grados de intensidad.
Baja empatía. Estos hombres, presentan grandes dificultades para comprender y entender lo que el otro siente o
piensa. La persona sólo observa su punto de vista sin ponerse en el lugar del otro.
Dependencia, Inseguridad y celos. En algunos casos la baja autoestima e inseguridad interna, desemboca en la de-
pendencia afectiva. Aparece el miedo a perder la pareja desarrollando celos desmedidos y comportamientos de con-
trol para tratar de evitar ser abandonados.
Baja tolerancia a la frustración/ira. Finalmente, también se identifican dificultades para aceptar las frustraciones
diarias y las críticas o pensamientos distintos al suyo que producen habituales emociones negativas e ira despropor-
cionadas.

Aspectos interaccionales
Aislamiento social. La dificultad de establecer relaciones de intimidad o contacto afectivo suele ser un elemento fre-
cuente en las relaciones interpersonales de estos hombres. Aunque cuando se les pregunta expresan tener relaciones
con mucha gente, éstas suelen ser superficiales. Las dificultades emocionales ya descritas anteriormente, el hecho de
no necesitar apoyos (que frecuentemente ellos lo viven como una debilidad) y un estilo rígido de pensamiento pueden
llevar aparejado una situación de aislamiento social.

FOCAD
6 Formación Continuada a Distancia
Consejo General de la Psicología de España

Conductas controladoras y manipuladoras. El agresor busca manipular y dominar a su víctima. Cuando siente que
pierde el control aparecen los comportamientos violentos de carácter psicológico o físicos para tratar de mantener la
situación de dominio y de control.
Déficit de habilidades de comunicación, asertividad, y de solución de problemas. Derivada de todas las características
anteriores (falta de empatía, rigidez...) tienen gran dificultad para expresar los pensamientos y las emociones y de mostrar
habilidades eficaces de resolución de problemas. Habitualmente aparecen grandes déficits de asertividad y en su capaci-
dad de negociación. A la hora de relacionarse, los comportamientos pasivo agresivos o impulsivos son los patrones más
habituales. Al no resolver de manera adecuada los conflictos cotidianos en sus diferentes entornos (trabajo, familia, pare-
ja…), se convierten en una fuente de estrés constante que tiende a reforzar el comportamiento violento.
Inhabilidad para resolver conflictos de forma no violenta en el hogar y evitación negación de los conflictos extrafa-
miliares. Este rasgo está íntimamente relacionado con la incapacidad ya comentada de comunicar emociones y sopor-
tar los conflictos. Suelen tener la fantasía de que para estar bien no se deben tener conflictos; en los ámbitos
extrafamiliares rehuyen de ellos, no los enfrentan, y, por ello, acumulan el malestar que les genera y lo vuelcan con
sus parejas. Ante los conflictos mantienen dos actitudes extremas: o se callan y evitan resolverlos o agreden para im-
poner su criterio.
Finalmente, para terminar este apartado es necesario tener presente que después de repasar las características gene-
rales de los agresores de género que participan en los tratamientos estas no son generalizables ni están presentes en
todos ellos ni se presentan de la misma manera. Por ejemplo, no todos los agresores presentan una “doble fachada”.
En aquellos casos que la persona es muy impulsiva y presenta comportamientos de violencia generaliza (no sólo con
la pareja) no se dará esta última característica. Este tipo de agresores reaccionan de manera impulsiva y agresiva ante
cualquier conflicto con cualquier persona y no los evitan. Esto quiere decir que se comportan de manera violenta en
todos los entornos (familiar, social, laboral) y utilizan la violencia como respuesta habitual ante de conflictos que se le
presentan.

Modelos familiares
En cuanto a la existencia de exposición de modelos de violencia en la familia de origen, las cifras de las investiga-
ciones españolas sobre los maltratadores que han sido víctimas o testigos de violencia en su familia de origen varían
entre un 13% y un 30% dependiendo de si provienen de agresores en programas en comunidad o en prisión (Loinaz,
Echeburúa y Torrubia, 2010; Pérez, Giménez-Salinas y Espinosa, 2011). De manera que aunque no es un factor deter-
minante del comportamiento de estas personas sí se debe tener en cuenta en la intervención con los casos que han
crecido en este tipo de entornos.

Características psicopatológicas
Los agresores no presentan habitualmente enfermedades mentales siendo plenamente conscientes de sus actos. A
pesar de ello, pueden presentar en algunos casos consumo abusivo de alcohol, otras adicciones y rasgos o trastornos
de personalidad. Los rasgos y trastornos de personalidad que aparecen más habitualmente según Pérez y Montalvo
(2013) son:
La psicopatía o trastorno antisocial de la personalidad. Se caracteriza por la manipulación falta de empatía en las
relaciones interpersonales y la ausencia de remordimiento ante el dolor causado y genera la aparición de conductas
violentas y crueles. Si el agresor es un psicópata, tendrá tendencia a plantear exigencias irracionales, a no sentir apego
hacia hacia los hijos, abusara del alcohol o de las drogas, sin amigos y su comportamiento se orientará siempre a su
propio beneficia, manipulando y utilizando a los demás (Echeburúa y FernándezMontalvo, 2007).
El trastorno borderline. En el que es frecuente la impulsividad, la inestabilidad emocional y un sentimiento de vacío.
Es frecuente la aparición de conductas impredecibles en la relación de pareja (Anita, O’Leary, Graña, y Foran, 2014;
Huss y Langhinrichsen-Rohling, 2006).
El trastorno paranoide. En el que están presentes la desconfianza y los celos de manera constante lo que va a provo-
car también permanentes incidentes con la pareja.
El trastorno narcisista. En el que la persona está sujeta a una estimación permanente. Este trastorno comparte algu-
nas características con el trastorno antisocial como la manipulación pero en este caso dominan la prepotencia y el
sentimiento de grandeza.

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
7
Consejo General de la Psicología de España

En resumen, como señalan Echeburúa y Amor, (2016) es posible identificar cuatro dimensiones de personalidad im-
plicadas en este tipo de comportamientos violentos: la impulsividad, la falta de regulación emocional, el narcisismo y
las amenazas al yo y, por último, el estilo de personalidad paranoide.
No obstante, es importante tener en cuenta que estos trastornos pueden aparecer como la estructura característica de
la personalidad del agresor o, simplemente, como rasgos o tendencias de la persona. Los rasgos o tendencias también
pueden aparecer solos o combinados entre ellos. Por ejemplo, una persona puede presentar algún comportamiento
antisocial de saltarse normas (conducción temeraria, hurtos, etc.) y manipular alguna situación en su beneficio, pero
no presentar dicha conducta de una manera estable y constante, es decir, este comportamiento no define su persona-
lidad, en este caso hablaríamos de rasgos y no de trastornos.
Como se verá a continuación se han establecido tipologías teniendo en cuenta las asociaciones más comunes entre
estos rasgos de personalidad y otras características.

3.2. Tipologías de agresores


Teniendo en cuenta que no existe un perfil único y determinado, algunos autores han agrupado a los agresores
en función de algunas características comunes que presentan con el objetivo de discriminar patrones diferencia-
les de riesgo y de respuesta al tratamiento (Dixon y Browne, 2003). Aunque ninguna de las clasificaciones pro-
puestas se puede considerar en estos momentos como definitiva, Amor, Echeburúa y Loinaz (2009) señalan que
las tipologías propuestas se han basado en diferentes dimensiones: a) gravedad de la violencia y riesgo para las
víctimas; b) características psicopatológicas y de personalidad de los agresores; c) control de la ira; y d) motiva-
ción para el cambio.
De todas ellas la más la que mayor atención y apoyo empírico ha recibido ha sido la de Holtzworth-Munroe y Stuart
(1994). Estos autores clasificaron a los agresores en función de tres características: a) La intensidad y frecuencia de la
violencia del agresor en la relación, b) La generalidad de la violencia (solo hacia la pareja o generalizada hacia otras
personas fuera de la relación), y c) El nivel de psicopatología (atendiendo a la presencia de trastornos o rasgos de la
personalidad).
Teniendo en cuenta estas tres características se establecen la existencia de tres tipos de maltratadores:

Violentos sólo con la pareja (50% de los agresores)


Los agresores de este grupo son violentos fundamentalmente dentro del ámbito familiar (contra su pareja e hijos),
presentan una menor gravedad y frecuencia de violencia, y es menos probable que maltraten sexualmente a su pareja.
Además presentan menores problemas emocionales y poca psicopatología. En algunos casos presentan rasgos de per-
sonalidad pasiva-dependiente. No presentan problemas previos con la Ley. Tienen menor probabilidad de haber sido
víctimas o testigos de violencia en su familia de origen. Por último, son considerados maltratadores de menor riesgo
que los otros dos grupos.

Emocionalmente inestables (25% de los agresores)


Presentan un nivel que oscila entre medio-alto de violencia hacia la pareja, incluyendo violencia física, psicológica
y sexual. La violencia va dirigida habitualmente contra su pareja y los restantes miembros de la familia (aunque a ve-
ces se pueden comportar también violentamente fuera del ámbito familiar). Pueden presentar otros comportamientos
delictivos. Presentan altos niveles de inestabilidad emocional, ánimo disfórico, e irascibilidad. Son los que presentan
mayor malestar psicológico. Además oscilan rápidamente del control al enfado extremo, que es una de las caracterís-
ticas del trastorno de personalidad borderline. Presentan problemas de uso y abuso de alcohol y otras drogas.

Generalmente violentos y antisociales (25% de los agresores)


Presentan un nivel medio-alto de violencia hacia la pareja, incluyendo violencia psicológica y sexual. Son los que
muestran mayores niveles de violencia fuera del contexto familiar y actividad delictiva. Mayor probabilidad de abusar
del consumo de alcohol y drogas y presentan rasgos de personalidad antisocial, psicopática y comportamientos habi-
tuales de manipulación. Es el grupo de personas con mayor probabilidad de haber sido víctimas o testigos de violen-
cia en su familia de origen.
A estos tres grupos, según se señala en Carbajosa y Boira (2013), los autores añadieron un cuarto grupo (antisocial
de baja intensidad) después de la validación empírica de esta categorización en un contexto comunitario (Holtzworth-

FOCAD
8 Formación Continuada a Distancia
Consejo General de la Psicología de España

Munroe, Meehan, Herron, Rehman y Stuart, 2000). Así, es posible identificar estos grupos de agresores tanto en los
que son tratados en la comunidad como los que están condicionados judicialmente a realizar un programa (Eckhardt,
Holtzworth-Munroe, Norlander, Sibley y Cahill, 2008). En muestras europeas, estudios recientes muestran subgrupos
de agresores similares a los de esta tipología, con agresores condicionados judicialmente a realizar el programa (John-
son et al., 2006; Thijssen y de Ruiter, 2011).
Por otra parte, un reciente estudio de español con muestras mixtas de penados en medidas y penas alternativas
(MPA) y que están cumpliendo su pena en prisión analiza los perfiles de agresores en función del riesgo de reinciden-
cia a partir de la tipología planteada por Holtzworth-Munroe y Stuart. Los resultados muestran tres perfiles de agreso-
res según su riesgo de reincidencia que se relacionan con dicha clasificación. Los agresores de alto riesgo coinciden
con el tipo disfóricos/borderline (DB), los agresores de riesgo medio con el tipo antisocial de bajo nivel (LLA) y el gru-
po de menor riesgo con el tipo de agresores limitados al ámbito familiar (FO) (Llor-Esteban, García-Jiménez, Ruiz-Her-
nández y Godoy-Fernández, 2016).
Otros trabajos en España han realizado también estudios de tipologías. La primera clasificación de tipologías en
nuestro país la realizaron Fernández-Montalvo y Echeburúa (1997) con maltratadores que acudían voluntariamente a
tratamiento en comunidad. Al igual que la tipología anterior, se clasificaron a los maltratadores en función de la ex-
tensión de la violencia y del perfil psicopatológico presentado:

Clasificación en función de la Extensión de la violencia


La mayor parte de los sujetos (el 74%) son violentos sólo en el hogar. Se trata de personas que en casa ejercen un ni-
vel de maltrato grave, pero que en la calle adoptan conductas sociales adecuadas. En estos casos las frustraciones co-
tidianas fuera de casa, así como el abuso de alcohol o los celos patológicos, contribuyen a desencadenar episodios de
violencia dentro del hogar.
Por el contrario, en los violentos en general (el 26%), son frecuentes las experiencias de maltrato en la infancia, son
personas agresivas tanto en casa como en la calle y cuentan con muchas ideas distorsionadas sobre la utilización de
la violencia como forma aceptable de solucionar los problemas.

Clasificación en función del Perfil psicopatológico


En cuanto al perfil psicopatológico, hay personas con déficit en las habilidades interpersonales (el 55%), es decir,
que no han aprendido unas habilidades adecuadas para las relaciones interpersonales debido a carencias habidas en
el proceso de socialización. El recurso a la violencia suple la ausencia de otro tipo de estrategias de solución de pro-
blemas.
Por otra parte, los maltratadores sin control de los impulsos (el 45%) son personas que tienen episodios bruscos e
inesperados de descontrol con la ira. Si bien presentan unas habilidades sociales más adecuadas y son más conscien-
tes de que la violencia no es una forma aceptable de resolver los conflictos, se muestran incapaces de controlar los
episodios violentos que surgen en forma de un trastorno explosivo intermitente.
Por último estudios más recientes en nuestro país han tratado de replicar la tipología de Holtzworth-Munroe y Stuart
(1994) en una serie de investigaciones con distintas muestras de agresores en el interior de las prisiones (Loinaz, Eche-
burúa y Torrubia, 2010; Loinaz, Ortiz-Tallo, Sánchez y Ferragut, 2011). Los resultados validaron parcialmente la tipo-
logía original, estableciéndose dos grupos de agresores diferenciados:
Violentos con la pareja/estables emocionalmente/ integrados socialmente. Este grupo representan el 43,75% de la
muestra y presentan características similares al de “violentos sólo con la pareja” de la clasificación original (menor pa-
tología, menores niveles de problemas de adicciones, mayor control de la ira, etc.).
Violentos generalizados/poco estables emocionalmente/no integrados socialmente. Suponen, el 56,25% de la
muestra, son los sujetos con mayor psicopatología (tanto en personalidad como en síndromes clínicos), presentan ma-
yor distorsión cognitiva y su violencia es más compleja. En este grupo se agruparían los agresores borderline y antiso-
cial de la clasificación original.
Para concluir este apartado es importante tener en cuenta que, a pesar del gran interés que ha recibido el estudio so-
bre las características y tipos de agresores, aún no se han puesto en marcha y evaluado con éxito programas estandari-
zados que tengan en cuenta estas especificidades, e incluso, en algunos aspectos se ha criticado su utilidad clínica.
Entre los aspectos cuestionados están la estabilidad en el tiempo y en diferentes contextos de este tipo de categoriza-
ciones o la ausencia de procedimientos sencillos de evaluación que las identifique (Carbajosa y Boira, 2013).

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
9
Consejo General de la Psicología de España

4. CARACTERÍSTICAS DE LOS PROGRAMAS DE TRATAMIENTO


4.1. Desarrollo de programas de intervención con maltratadores en España
En relación con Norteamérica y Canadá donde nacen los primeros programas para maltratadores a finales de los
años 70, la implantación de los programas de tratamiento en España ha sido tardía. En los años 90 surgen los primeros
programas a partir de iniciativas autonómicas aisladas que ofertaban este tipo de intervención a hombres que acudían
voluntariamente en busca de ayuda para su problemática. Durante estos primeros años los hombres con problemas de
violencia con la pareja acudían de manera voluntaria a programas públicos en busca de ayuda y se les ofrecía un tra-
tamiento para su problema. Este tipo de programas fueron surgiendo en algunas comunidades como el País vasco,
Aragón, Madrid y Cataluña y comienza a crecer el interés por la investigación de los agresores y el diseño de este tipo
de programas por parte de las universidades (Boira, 2010).
Fruto del interés de estos primero años, se buscaron nuevos ámbitos de intervención y, entre los años 2001 y 2002,
se realizó la primera experiencia piloto de un programa voluntario en el interior en 8 prisiones españolas para agreso-
res condenados por un delito grave de violencia de género. De este estudio piloto y de un grupo de trabajo de profe-
sionales de Instituciones Penitenciarias surgen y comienzan a extenderse los primeros programas de carácter
voluntario para los presos condenados por estos delitos. Como resultado de esta experiencia, en 2005 se publica el
Programa de Tratamiento en Prisión para Agresores en Prisión para Agresores en el ámbito familiar de carácter estatal
(Expósito y Ruiz, 2010). En una primera fase este nuevo programa se implantó en 18 Centros Penitenciarios (Albolote-
Granada, Alicante cumplimiento, Almería, Bilbao, Cuenca, Huelva, Ibiza, Lugo-Bonxe, Madrid II, Mallorca, Murcia,
Ocaña I, Orense, San Sebastián, Sevilla, Tenerife, Valencia y Valladolid). Este programa de rehabilitación se diseñó de
manera específica para agresores que estaban cumpliendo una condena por un delito de violencia de género en pri-
sión con el objetivo de prevenir la reincidencia de los agresores a su salida.
Con la entrada en vigor en el año 2004 de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de
Género comienza una segunda etapa de implantación y generalización de los programas. Entre otras muchas medi-
das, la Ley 1/2004 endurece las penas para los delitos de violencia de género. Además en aquellos casos en el que el
juez decide la suspensión o sustitución de la condena de la pena de prisión se obliga a los condenados a realizar un
tratamiento específico de rehabilitación (cuando el agresor que comente un delito de violencia de género no es reinci-
dente y la pena es menor de dos años de prisión). A partir de este momento además de los programas voluntarios en
comunidad y en el interior de los centros penitenciarios se comienzan a desarrollar programas condicionados judi-
cialmente para agresores que se encuentran en libertad cumpliendo Medidas Penales Alternativas (en adelante, MPA)
al ingreso en prisión (Carbajosa y Boira, 2013).
A raíz de este cambio legislativo el número de condenados que se encuentran en libertad cumpliendo una medida
alternativa al ingreso en Prisión con obligación de realizar estos programas aumenta de manera sustancial. Atendien-
do a las necesidades diferenciales de estos casos. En el año 2010 Instituciones Penitenciarias y el Instituto de Ciencias
Forenses y de la Seguridad de la Universidad Autónoma de Madrid revisaron el Programa de 2005 elaborando una
nueva versión: “Violencia de género: Programa de intervención de agresores, (PRIA)”. Se trata del programa Marco de
intervención a nivel estatal para los programas desarrollados en el interior de las prisiones y para los agresores que
cumplen MPA. Recientemente se ha realizado una adaptación del PRIA para su aplicación específica en el contexto
de Medidas Penales Alternativas: “Programa de intervención con agresores de violencia de género en Medidas Pena-
les Alternativas (PRIA-MA)” (Suárez et al., 2015).
Por lo tanto, en la actualidad existen a nivel nacional dos ámbitos de intervención para estos programas: voluntarios
sin condicionamiento legal, y para personas condenadas por violencia de género. En el primer caso, la mayoría de
ellos son ofrecidos por Comunidades Autónomas, Ayuntamientos, ONGs y por servicios de salud. En el segundo caso,
cuando la persona está condenada por este tipo de delitos se gestionan desde Instituciones Penitenciarias y existen
dos posibilidades: realizar un programa voluntario en el interior de la prisión o en libertad con condicionamiento ju-
dicial en los Servicios de Gestión de Penas y Medidas Alternativas (SGPMA) de cada una de las provincias. Debido al
aumento considerable de hombres condenados por este tipo de violencia, la modalidad obligatoria es la más ejecuta-
da y la que plantea mayores retos técnicos que pueden complicar sobremanera la obtención de resultados positivos.
En el ámbito penal los programas están ampliamente extendidos en todas las Comunidades Autónomas tanto en el in-
terior como en el exterior de las prisiones, pero en el caso de programas voluntarios de carácter específico desarrolla-
dos también en la comunidad, aún siguen estando ausentes en muchas Comunidades Autónomas.

FOCAD
10 Formación Continuada a Distancia
Consejo General de la Psicología de España

4.2. El contexto de intervención y las características diferenciales de los agresores


Dependiendo del contexto donde se implementan los programas, varían las condiciones de cumplimiento, las carac-
terísticas de la población que se atiende y su actitud de cara al tratamiento. Es importante atender a estos factores del
contexto a la hora de evaluar y diseñar los programas y preparar las distintas estrategias de intervención.

Programas voluntarios en Comunidad


Características del tratamiento
4 No hay denuncia o condena y la persona busca ayuda por presión familiar o iniciativa propia.
4 El tratamiento suele ser vivido como la última “oportunidad”.
4 A pesar de que la persona busca ayuda de manera voluntaria, inicialmente la motivación principal es evitar las con-
secuencias de una posible ruptura de pareja.
4 Con anterioridad o a lo largo de la intervención suelen ser atendidos por los servicios de Salud Mental, los Servicios
Sociales Generales, entidades sociales diversas o psicólogos privados.

Características de los agresores


4 Altaprobabilidad de abandono: si se acaba la presión familiar se acaba la motivación.
4 Mayor reconocimiento.
4 Menor nivel de rechazo y actitudes hostiles hacia la terapia y hacia el terapeuta.

En los Servicios de Gestión de Penas y Medidas Alternativas


Características del tratamiento
4 Condena y cumplimiento del programa se realiza en libertad en los SGPMA.
4 Es de obligado cumplimiento por lo que no dependen de la voluntad del condenado.
4 Tienen distintas reglas de conducta (orden de alejamiento y comunicación, no comisión de delitos, no portar armas,
cumplir el tratamiento, etc.). Si no las cumplen ingresan en prisión para cumplir su condena.
4 Necesidad de realizar una permanente evaluación y gestión del riesgo de reincidencia, ya que al estar en libertad
existe la posibilidad de contacto con la propia víctima o con otras víctimas potenciales.
4 Es necesario implementar mecanismos de protección para las víctimas durante todo el periodo de suspensión o sus-
titución de la condena e incluso posteriormente.

Características de los agresores


4 Menor probabilidad de abandono. Un abandono supone el ingreso en prisión.
4 Menor reconocimiento del comportamiento violento.
4 Mayor nivel de deseabilidad social por el miedo las consecuencias.
4 Al ser una obligación Legal, mayor nivel de rechazo y actitudes hostiles frente al tratamiento
4 Los penados no consideran su conducta como grave por lo que están poco motivados para la intervención.

En Prisión
Características del tratamiento
4 Condena y cumplimiento dentro de los Centros Penitenciarios. Son programas voluntarios que se les ofrecen a los
internos condenados por estos delitos.
4 Suele realizarse en la última parte de la condena previamente a la salida en Prisión.
4 Se establecen mecanismos de protección de las víctimas si la persona sale de permiso, durante el proceso de excar-
celación.

Características de los agresores


4 Han ejercido actos de violencia de mayor gravedad llegando al homicidio.
4 Pueden ser reincidentes.
4 Frente a los otros dos grupos de agresores, suelen presentar mayores niveles de problemas psicopatológicos (adic-
ciones, trastornos de personalidad, etc.) y de comisión de distintos delitos en general.
4 Puesto que la elección del tratamiento es voluntaria se produce un menor nivel de rechazo y actitudes hostiles.

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
11
Consejo General de la Psicología de España

En la Tabla 1 se presenta un resumen de los tres contextos y sus características.

4.3. El enfoque de tratamiento


El aumento y proliferación de distintas propuestas terapéuticas ha llevado consigo un intenso debate sobre qué tipo
de tratamiento puede ser más efectivo. Dicho debate se basa principalmente en la opción por un tipo de intervención
basada en los factores de riesgo frente a otro centrado en las fortalezas o aspectos positivos de los agresores (e.g., Bou-
man, Schene y Ruiter, 2009; Langlands, Ward y Gilchrist, 2009; Lila, Gracia y Murgui, 2013). A nivel práctico esta
dualidad se traduce, entre otras cosas, en orientar el programa desde un enfoque psicoterapéutico centrado en el
cliente e individualizado frente a un tratamiento de carácter psicoeducativo, generalista y con un mayor grado de es-
tructuración. Asimismo, como comentan Andrews y Bonta (2010), los enfoques de tratamiento más humanistas de ca-
rácter no directivo puede ser perjudiciales en el trabajo con agresores, siendo preferible un planteamiento concreto,
estructurado y directivo.
Andrews, Bonta y Wormith (2011) señalan que este debate es actualmente vigoroso, planteado globalmente en los entor-
nos penitenciarios y, asimismo, trasladado al ámbito de la intervención grupal con agresores de pareja (Gondolf, 2012).
En cualquier caso, en torno a la efectividad de los tratamientos se han desarrollado diferentes propuestas desde distintos
enfoques teóricos y prácticos. Como van describiendo Carbajosa y Boira (2013), en la práctica son los programas con un
enfoque de género –y su máximo exponente, el modelo Duluth (Pence y Paymar, 1993)– y los de orientación cognitivo
conductual los más extendidos (Edleson, 2008). De hecho, según algunos autores estos dos modelos, a pesar de sus dife-
rentes planteamientos teóricos, se han ido combinando, haciéndose cada vez más complicado diferenciarlos (Babcock,
Green y Robie 2004). Del conjunto de los programas son los de orientación sistémica los más controvertidos e incluso
prohibidos expresamente en muchos estándares estatales norteamericanos (Maiuro y Eberle, 2008; Saunders, 2008). En Eu-
ropa, la predominancia de programas derivados del modelo Duluth y aquellos de orientación cognitivo-conductual es si-
milar a la de Norteamérica y, en la práctica, como en el caso norteamericano, los programas son una combinación de
distintas modalidades y enfoques (Graham-Kevan, 2007; Hamilton, Koehler y Lösel, 2013).
En España, existen diferentes programas de intervención que aunque incorporan distintos enfoques teóricos su base
práctica es un modelo de intervención cognitivo conductual. Todos ellos comparten elementos comunes en su conte-
nido como: la aceptación de la responsabilidad sobre la violencia, la empatía y la gestión emocional, la reestructura-
ción cognitiva de ideas distorsionadas sobre la violencia y la mujer, las habilidades sociales y de afrontamiento, la
prevención de recaídas y los aspectos relacionados con el género (Martínez y Pérez, 2009).
Las principales propuestas terapéuticas que actualmente se realizan en España dirigidas a hombres condenados por vio-
lencia de género parten del modelo ecológico (Lila et al., 2010), del modelo transteórico del cambio (Quinteros y Carbajo-
sa, 2008), de un modelo multimodal y multinivel (Arce y Fariña, 2010), de los modelos cognitivo-conductuales (Graña,
Muñoz, Redondo y González, 2008) o tienen una orientación específica de género (Expósito y Ruiz, 2010).
No obstante, a día de hoy, tanto en el contexto in-
ternacional como en nuestro país, la modalidad de
tratamiento mayoritariamente elegida es de tipo TABLA 1
CARACTERÍSTICAS DE LOS CONTEXTOS DE INTERVENCIÓN
psicoeducativa altamente estructurada (Carbajosa y
Boira, 2013; Price y Rosembaum, 2009). TIPO DE SERVICIO Programas Servicio de Gestión Centro
específicos públicos, de Penas y Medidas Penitenciario
Salud Mental o Alternativas
5. EVALUACIÓN Y EFICACIA DE LOS Psicólogos privados
PROGRAMAS DE TRATAMIENTO
AMBITO DE Comunidad Comunidad Interior de las
Uno de los aspectos más polémicos en el desarro-
INTERVENCIÓN prisiones
llo de programas de reeducación con hombres vio-
lentos en la pareja ha sido la valoración de su SITUACIÓN LEGAL Sin condena Condena por delito Condena por delito
de V.G. de V.G.
eficacia. Las revisiones realizadas a nivel interna- Suspendida o
cional que han evaluado los programas han mostra- sustituida

do resultados discretos, especialmente en aquellos CARACTERISTICAS No hay denuncia o Primer delito menor Delitos de mayor
casos en los que el tratamiento debe realizarse obli- DEL DELITO condena de dos años de gravedad o
prisión reincidencia
gatoriamente (Babcock, Green y Robie, 2004; Fe-
der y Wilson, 2005; Murphy y Ting, 2010; Sartin, TIPO DE Programa voluntario Programa como Programa voluntario
PROGRAMA obligación judicial
Hansen y Huss, 2006; Saunders, 2008).

FOCAD
12 Formación Continuada a Distancia
Consejo General de la Psicología de España

Quizás las preguntas más habituales en relación a estos programas son ¿realmente funcionan? ¿Estas personas pue-
den cambiar? Lo cierto es que los programas para agresores en España han sido evaluados en diferentes investigacio-
nes en los tres tipos de contextos de intervención. Todos los estudios muestran cambios positivos en los agresores.
Respecto a los programas voluntarios en comunidad, uno de los estudios más relevantes fue el realizado por Echebu-
rúa, Sarasua, Zubizarreta y Corral (2009). Los autores evaluaron los resultados de 196 sujetos en comunidad que parti-
ciparon voluntariamente (sin medidas judiciales) en un programa de tratamiento individual para hombres violentos
contra la pareja. Tras realizar el tratamiento se realizó un seguimiento de 1 año, con controles periódicos.
Los principales resultados de esta investigación mostraron una elevada tasa de abandonos y rechazos del tratamiento
(88 sujetos) y un elevado éxito terapéutico de los agresores que finalizaron el tratamiento. En concreto, en el 88% de
la muestra tratada habían desaparecido los episodios de maltrato en la evaluación posterior al tratamiento. De espe-
cial importancia en este estudio es la utilización de la información aportada por el agresor y por la víctima para consi-
derar el éxito del tratamiento. En relación a otras variables analizadas se produjo un aumento de la empatía y de la
autoestima, una corrección de las distorsiones cognitivas y una disminución al cabo de 1 año de la terminación del
tratamiento de los síntomas psicopatológicos (ansiedad, depresión, ira e inadaptación a la vida cotidiana).
Como se observa en este estudio, uno de los problemas más relevantes en el contexto de los programas voluntarios
realizados en la comunidad es el alto índice de abandono. De ahí que existe un gran interés actual para determinar
estrategias para aumentar la motivación de los agresores.
En relación con el programa de tratamiento llevado a cabo en las prisiones españolas, estos mismos autores, publica-
ron un estudio sobre la eficacia de la intervención llevada a cabo con hombres encarcelados por haber cometido un
delito grave de violencia contra la pareja. La muestra constó de 148 hombres que cumplían condena en 18 cárceles
españolas. Los resultados más relevantes obtenidos en esta investigación fueron, que el tratamiento resultó eficaz para
la modificación significativa de los sesgos cognitivos tanto sobre la inferioridad de la mujer como sobre la violencia
como forma válida de afrontar las dificultades cotidianas. Asimismo, los sujetos tratados experimentaron una reduc-
ción de los síntomas psicopatológicos, de la impulsividad y de la ira, así como un aumento significativo en la autoesti-
ma (Echeburúa y Fernández-Montalvo, 2009).
Por último, en el contexto en el que el programa se ejecuta de manera obligatoria para el penado como MPA, en
2011 se realizó un amplio estudio para medir la eficacia del nuevo programa Marco (PRIA). Las muestras fueron reco-
gidas en 14 Servicios de Gestión de Penas y Medidas Alternativas y se evaluó a 770 usuarios condenados por un deli-
to de violencia de género y que realizaron este programa en la comunidad. Los resultados más relevantes obtenidos
en esta investigación reflejaron que al finalizar el programa los agresores manifestaban menores niveles de actitudes
sexistas, celos, conflictos de pareja, menores niveles de ira y un mejor control y expresión de esta, menor hostilidad y
abuso emocional sobre la pareja; Además presentaron mayores niveles de calidad en la relación de pareja, de asun-
ción de la responsabilidad de los hechos delictivos cometidos y de empatía. Finalmente, también se evaluó la reinci-
dencia teniendo en cuenta si se habían presentado nuevas denuncias por delitos de violencia de género (desde 6
meses después de terminar el programa hasta 1 año y medio). El resultado fue que sólo 29 sujetos fueron nuevamente
denunciados, lo que equivale al 4,6% de todos los penados tratados (Pérez, Giménez-Salinas y Espinosa, 2011).
En definitiva, los estudios realizados en nuestro país sobre la eficacia de estos programas muestran en general resul-
tados positivos. No obstante, teniendo en cuenta las graves consecuencias que tiene que un agresor no se rehabilite,
abandone un programa y vuelva a reincidir en su comportamiento violento, todos los esfuerzos son pocos para la me-
jora de la calidad los tratamientos. Las propuestas de mejora actuales se dirigen a reducir los niveles de abandono, au-
mentar la capacidad de detectar los subgrupos de agresores con perfiles más resistentes al tratamiento, a utilizar
grupos de control en las evaluaciones y a encontrar una mejor adaptación de los programas a las distintas característi-
cas de los agresores.

6. DIFICULTADES, RETOS Y ESTRATEGIAS DE INTERVENCIÓN GRUPAL CON PENADOS POR VIOLENCIA DE


GÉNERO2
Respecto a la intervención, las principales dificultades provienen del contexto de intervención, de la problemática
de los propios agresores y de sus actitudes hacia la terapia y el terapeuta.

1
Este apartado está tomado de Boira, Carbajosa y Lila (2014).

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
13
Consejo General de la Psicología de España

6.1. El contexto de intervención


Al desarrollarse en un contexto coercitivo y de obligatoriedad la intervención se diferencia en algunos aspectos
esenciales de un planteamiento terapéutico más convencional.
La primera dificultad que encuentra el terapeuta a la hora de intervenir con hombres obligados a realizar un progra-
ma de reeducación es el propio contexto donde se enmarca la terapia. En estos casos, la intervención viene caracteri-
zada por una limitación de la capacidad de maniobra del terapeuta, condicionada por: a) el contexto judicial; b) el
programa que debe ser aplicado; y c) el enfoque del tratamiento.
Una vez que se ha considerado la violencia dentro de la pareja como crimen y se ha condenado a su responsable,
es necesario establecer un marco de tratamiento que ofrezca al maltratador la oportunidad de modificar su comporta-
miento (Lila et al., 2013). Sin embargo, esta situación conforma un escenario de tratamiento muy distinto al habitual
en terapia que se podría caracterizar por una mayor motivación para recibir apoyo y una relación de colaboración
con el terapeuta (Ross, Polaschek y Ward, 2008).
Las condiciones iniciales en un medio coercitivo son muy diferentes a las que se producen en otros contextos de terapia
(e.g., imposición del programa al penado o el requerimiento al profesional de informar al juzgado), lo que puede dificultar
el establecimiento de una adecuada alianza terapéutica (Kozar y Day, 2012; Ross et al., 2008). Este hecho puede resultar
fundamental para evitar abandonos e influir en la reducción futura del comportamiento violento (Boira et al., 2013; Lila,
Oliver, Galiana et al., 2013; Taft, Murphy, Musser y Remington 2004; Taft y Murphy, 2007). Sin embargo, la identificación
de los terapeutas como parte del sistema coercitivo es inevitable. En este caso, una de las primeras tareas será la búsqueda
de activadores y movilizadores del cambio (Cirillo, 1994). Así, elementos como la motivación, la alianza terapéutica, las
habilidades del terapeuta o el contexto concreto en el que el programa se desarrolla pueden intervenir decididamente en
la eficacia del tratamiento (Boira, Del Castillo, Carbajosa y Marcuello, 2013; Carbajosa y Boira, 2013; Carbajosa, Boira y
Tomás-Aragonés, 2013; Lila et al., 2013; Lila, Oliver, Galiana et al., 2013).
De hecho, el modo en que se manejen estas cuestiones por parte de los facilitadores del grupo puede resultar esen-
cial en la obtención de resultados positivos (Bowen, 2011). Es más, la interrelación entre los distintos factores macro y
micro de la intervención no pueden analizarse de manera aislada, siendo necesaria una visión ecológica que contem-
ple las relaciones de influencia entre contexto, terapeuta, programa y penados (Andrews et al., 2011; Edleson y Tol-
man, 1992; Silvergleid y Mankowski, 2006).

6.2. Dificultades derivadas de la problemática de los propios agresores


Junto con las dificultades derivadas del contexto se producen otras derivadas de la problemática de los propios agre-
sores, que también suponen un importante reto para el terapeuta y para la dinámica que en el grupo se va a desarro-
llar. En este apartado se van a comentar las referidas a la motivación, la conciencia de problema por parte del
penado, el ajuste psicosocial del penado y las actitudes hacia la terapia y el terapeuta.

Motivación
La primera de ellas es la baja motivación inicial con la que el penado acude al tratamiento como consecuencia, en
parte, de la obligación judicial de realizarlo y evitar así el ingreso en prisión (Taft et al., 2004). En este contexto, el
participante en el programa no se incorpora con una motivación interna y genuina de resolver su problema (Kristen-
macher y Weiss, 2008). Además, su predisposición al cambio no es uniforme y el hecho de participar en el programa
no garantiza que se comience a cambiar (Eckhardt, Babcock y Homack, 2004).

Conciencia del problema


La negación de la violencia o la minimización de su gravedad representan un comportamiento habitual en un grupo
significativo de maltratadores (Lila et al., 2012; Lila Herrero y Gracia, 2008). El penado no identifica esta conducta co-
mo delito ni valora el impacto que supone para la víctima. Asimismo, habitualmente se externaliza la responsabilidad
culpando al sistema judicial o a la víctima de su situación actual (Boira et al., 2013; Henning, Jones y Holdford, 2005;
Lila, Oliver, Catalá-Miñana, Galiana y Gracia, 2014; Quinteros y Carbajosa, 2008). El agresor desarrolla un conjunto
de mecanismos de defensa que se traducen en una resistencia inicial al tratamiento o rechazo de la terapia.

Ajuste Psicosocial
Algunos estudios han señalado la existencia de una elevada prevalencia de sintomatología depresiva entre los hom-

FOCAD
14 Formación Continuada a Distancia
Consejo General de la Psicología de España

bres que se encuentran participando en programas de intervención para maltratadores (Graham, Bernards, Flynn,
Tremblay y Wells, 2012; Novo et al., 2012), sugiriendo la necesidad de tratar dicha sintomatología con el fin de redu-
cir el riesgo de reincidencia. Igualmente, algunos estudios indican que los maltratadores tienden a tener una imagen
distorsionada de sí mismos (e.g., Dutton y Golant, 1997; Murphy, Stosny y Morrel, 2005). En este sentido, las inter-
venciones para mejorar el ajuste psicológico de los maltratadores podrían incluir estrategias encaminadas a desarro-
llar una autoimagen y una autoestima ajustadas a la realidad y adaptativas (Lee, Sebold y Ukel, 2003; Murphy et al.,
2005; Redondo, Martínez-Catena y Andrés-Pueyo, 2012).
En un reciente estudio realizado por Lila, Gracia y Murgui (2013), se sugiere que, no sólo el ajuste psicológico debe
ser un objetivo potencial en los programas de intervención con maltratadores, sino también sus determinantes psico-
sociales. Entre los determinantes del ajuste, estos autores destacan el apoyo social y los eventos vitales estresantes. El
aislamiento social (o la ausencia de una red de apoyo social) y la acumulación de eventos vitales estresantes, que ca-
racterizan a buena parte de los penados que acuden a los programas de intervención, se encuentran relacionados con
el desajuste psicológico y la conducta violenta de manera que, no sólo incrementan la probabilidad de ocurrencia de
la misma, sino también su continuidad en el tiempo (Gracia, Herrero et al., 2009; Lanier y Maume, 2009; Silver y Te-
asdale, 2005). El apoyo social puede ayudar a resolver los conflictos en las relaciones íntimas y funcionar como un
factor protector. En este sentido, el apoyo social puede ayudar a afrontar de forma más adecuada los eventos vitales
estresantes y proporcionar a la pareja los recursos necesarios para solucionar los conflictos (Silver y Teasdale, 2005).
Sin embargo, a pesar del potencial de estas variables, exceptuando unos pocos estudios (e.g., Choi, Cheung y Cheung,
2012; Lila, Oliver, Lorenzo y Catalá, 2013; Lila, Gracia et al., 2013), no se encuentra en la literatura científica investi-
gaciones que examinen el estrés y el apoyo social en los hombres condenados por violencia contra la mujer en las re-
laciones de pareja. Sería interesante explorar estrategias de intervención novedosas en este ámbito tales como, por
ejemplo, promover la relación de los penados con miembros de su comunidad con actitudes no tolerantes con la vio-
lencia, o promover las relaciones de apoyo entre los participantes de un grupo de intervención. Evidentemente, hay
que tomar precauciones al utilizar estas estrategias, en la medida que algunas investigaciones señalan que en el caso
de los maltratadores es habitual encontrar entre sus redes de apoyo miembros que toleran o condonan la violencia en
las relaciones de pareja (Agoff, Herrera y Castro, 2007; Choi et al., 2012; Lila, Oliver, Lorenzo et al., 2013). El profe-
sional debe estar especialmente alerta ante este tipo de relaciones en la intervención grupal para minimizar su impac-
to. Por otra parte, en relación a los eventos vitales estresantes, es frecuente que entre los objetivos de la terapia se
encuentre el entrenamiento en estrategias de afrontamiento, técnicas de control de estrés, restructuración cognitiva y
técnicas de solución de problemas, así como otras técnicas tradicionalmente utilizadas en los acercamientos cogniti-
vo-conductuales, que pueden ayudar a los penados a afrontar los eventos vitales estresantes y resolver los conflictos y
problemas de una forma más adaptativa y exenta de violencia.

Actitudes hacia la terapia y el terapeuta


Como consecuencia de la falta de conciencia del problema y del contexto en el que el programa se desarrolla, es
habitual que el terapeuta se encuentre al comenzar la terapia con actitudes hostiles y desvalorización de sus interven-
ciones por parte del participante en el programa. Como ya se ha indicado, el terapeuta representa la cara de un siste-
ma judicial que considera injusto y culpable de la situación en la que se encuentra (Lila, Oliver, Catalá-Miñana,
Galiana y Gracia, 2014). Desde esta perspectiva, el agresor suele tratar inicialmente de mantener el poder en la rela-
ción terapéutica a través de manipulaciones que intentan culpabilizar al terapeuta de su situación. Ante una situación
que no controla, la tendencia es descargar de forma hostil sobre el terapeuta la rabia e impotencia que sienten (Taft y
Murphy, 2007).
No obstante, junto con este tipo de actitudes hostiles, es también frecuente la presencia de un alto nivel de deseabi-
lidad social en algunos hombres (Eckhardt, Holtzworth- Munroe, Nolander, Sibley y Cahill, 2008; Henning et al,
2005). Si en un primer momento son habituales las descargas de rabia e ira, conforme se avanza en el tratamiento se
van alternando estas reacciones de indignación ante lo que el percibe como una injusticia con la pretensión de mos-
trar la cara positiva de sí mismos. Además, en una etapa avanzada del programa pueden producirse resistencias a re-
conocer el comportamiento violento por miedo al juicio de los demás o las posibles consecuencias judiciales que
pudieran derivarse. Por ello, es habitual que el hombre trate de mostrar en el grupo una versión positiva de su predis-
posición al cambio para adaptarse al contexto y evitar posibles informes negativos al juzgado. Para detectar el com-
portamiento real de los agresores en su entorno y compensar la deseabilidad social, parece imprescindible el acceso a

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
15
Consejo General de la Psicología de España

fuentes de información colaterales de los distintos organismos ocupados del seguimiento de estos casos (Policía, Servi-
cio de atención y protección de víctimas, organismos judiciales), así como los datos recogidos en la sentencia (Hen-
ning et al., 2005; Quinteros y Carbajosa 2008).
Finalmente, un aspecto a tener en cuenta por parte del terapeuta para la creación y fomento de una buena cohesión
grupal son los aspectos que los penados valoran positivamente del programa. Entre ellos, destaca el ambiente de apo-
yo generado en el grupo. Respecto a los diferentes contenidos que se incluyen en estos programas se valoran los rela-
cionados con la responsabilidad sobre su comportamiento, la motivación para cambiar, el control de la ira y
autocontrol, así como las estrategias para poder evitar la violencia en el futuro (Boira, López et al., 2013).

6.3. Aspectos específicos de la intervención grupal


El futuro de este tipo de programas y un gran desafío para su diseño pasa por encontrar un equilibrio en atender a los
factores de riesgo (demanda institucional y social) sin perder de vista el bienestar del penado (demanda terapéutica).
Por otra parte, desde una visión psicoterapéutica, hay que atender a las necesidades de cada individuo y considerar
desde un interés clínico aspectos como la alianza, motivación o características individuales de los penados (Stewart,
Flight ySlavin-Stewart, 2013).
Este tema es actualmente una cuestión de intenso debate en las intervenciones desde el sistema judicial y en el cam-
po específico de los agresores de género, siendo un punto clave que diferencia este tipo de intervención de las que se
producen en otros ámbitos.
Debido al contexto institucional en el que se implementan estos programas, el primer reto con el que se encuentra el te-
rapeuta en este tipo de grupos de carácter psicoeducativo es el riesgo de caer en la excesiva “manualización”. El cumpli-
miento de las demandas institucionales, la atención a los contenidos de los programas que mantenga la integridad de los
tratamientos y la permanente alerta ante los factores de riesgo, pueden dificultar la conexión con las vivencias personales
de los participantes del grupo y con sus necesidades terapéuticas individuales (Andrews et al., 2011). En este caso, sin per-
der de vista los objetivos y tareas propuestos por el programa, es importante para generar una buena alianza de trabajo es-
tablecer acuerdos en las tareas y objetivos a conseguir entre el terapeuta y el grupo (Bordín, 1979).
Respecto a la intervención grupal y considerando las características generales de los hombres que participan en este
tipo de tratamiento es crucial que el terapeuta maneje el encuadre inicial del grupo. Por ejemplo, ante las habituales
reacciones de ira de los penados al comienzo del programa, el psicólogo debe poseer capacidad empática para no
personalizar los ataques ni cuestionarse su intervención. En este sentido, debe ofrecer un rol alternativo de apoyo, que
trate de desmontar las creencias del penado habitualmente basadas en que las relaciones interpersonales requieren de
la coerción y el control (Taft et al., 2003). Para el manejo de pacientes hostiles y altamente resistentes es necesario
aplicar un proceso previo motivacional que se caracterice por una actitud empática, que evite la confrontación y re-
fuerce los cambios positivos y la predisposición para trabajar los posteriores contenidos del programa (Scott et al.,
2011).
Por otro lado, el terapeuta debe ser capaz de modular su estilo terapéutico en función del avance del grupo. Proba-
blemente al comienzo de la intervención se requiera de un estilo más directivo y participativo para establecer la diná-
mica grupal, clarificar el contexto de trabajo y establecer las reglas de la intervención. Con posterioridad, una vez que
los penados asumen la situación de obligatoriedad y comienzan a ver los beneficios de participar en el grupo, esta si-
tuación puede y debe cambiar. A partir de este momento, el terapeuta puede tener la posibilidad de actuar como
agente facilitador del cambio sin que sean necesarios unos límites tan estrictos y en donde cabe esperar que los pena-
dos participen desde su propia motivación (Quinteros y Carbajosa, 2008).
El mantener estas demandas equilibradas es quizás uno de los mayores desafíos de este tipo de grupos. Para ello la
flexibilidad del terapeuta debe encontrar un adecuado balance entre el cuestionamiento y apoyo y detectar cuándo es
necesaria una mayor estructuración a través de los contenidos del programa y cuándo se debe enfocar la intervención
en un estilo menos estructurado centrado en las necesidades individuales de alguno de los participantes (Rasanen et
al., 2012). Asimismo, debe ser capaz de generar una adecuada cohesión grupal –aspecto muy valorado por los pena-
dos– en la que el participante perciba tanto el apoyo por parte del grupo como del terapeuta (Rosenberg, 2003; Taft y
Murphy, 2007).
En definitiva, la intervención grupal en estos programas implica un enorme reto para el terapeuta. El trabajo con una
población poco motivada y resistente al tratamiento o las demandas del contexto judicial hacen esta tarea compleja y
convierten al terapeuta en un verdadero equilibrista.

FOCAD
16 Formación Continuada a Distancia
Consejo General de la Psicología de España

REFERENCIAS
Agoff, C., Herrera, C. y Castro, R. (2007). The weakness of family ties and their perpetuating effects on gender violen-
ce: A qualitative study in Mexico. Violence Against Women, 13, 1206-1220.
Amor, P. J., Echeburúa, E. y Loinaz, I. (2009) ¿Se puede establecer una clasificación tipológica de los hombres violen-
tos contra su pareja? International Journal of Clinical and Health Psychology, 9, 519-539.
Andrews, D. y Bonta, J. (2010). The Psychology of Criminal Conduct (5th ed.). Cincinnati (EEUU): Anderson Publis-
hing Co.
Andrews, D. A., Bonta, J. y Wormith, J. S. (2011). The Risk-Need-Responsivity (RNR) model: Does adding the Good
Lives Model contribute to effective crime prevention?. Criminal Justice and Behavior, 38, 735-755.
Anita, J., O’Leary, D., Graña, J. L., y Foran, H. M. (2014). Risk factors for men’s intimate physical aggression in Spain.
Journal of Family Violence, 29, 287-297.
Arce, R. y Fariña, F. (2010). Diseño e implementación del Programa Galicia de Reeducación de Maltratadores: Una
respuesta psicosocial a una necesidad social y penitenciaria. Intervención Psicosocial, 19, 153-166.
Babcock, J., Green, C. y Robie, C. (2004). Does batterers’ treatment work? A metaanalytic review of domestic violence
treatment. Clinical Psychology Review, 23, 1023-1054.
Boira, S. (2010). Hombres maltratadores. Historias de violencia masculina. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza.
Boira,S., Carbajosa, C. y Lila, M. (2014). Principales Retos en el Tratamiento Grupal de los Hombres Condenados por
un Delito de Violencia de Género. Clínica Contemporánea, 5(1), 3-15.
Boira, S., Lopez, Y., Tomas-Aragones, L. y Gaspar, A. R. (2013). Efficacy of different treatment modalities in men con-
victed of intimate partner violence. Anales de Psicología, 29, 19-28.
Boira, S., Del Castillo, M., Carbajosa, P. y Marcuello, Ch. (2013). Context of treatment and therapeutic alliance: Criti-
cal factors in the intervention with court-ordered batterers. The Spanish Journal of Psychology, 16(40), 1-13.
Bordin, E. S. (1979). The generalizability of the psychoanalytic concept of the working alliance. Psychotherapy Theory
Research Practice, 16, 252-260.
Bowen, E. (2011). The rehabilitation of partner-violent men. Oxford: Wiley-Blackwell.
Bouman, Y. H. A., Schene, A. H. y Ruiter, C. (2009). Subjective well-being and recidivism in forensic psychiatric out-
patients. International Journal of Forensic Mental Health, 8, 225-234.
Carbajosa, P. y Boira, S. (2013). Estado actual y retos futuros de los programas para hombres condenados por violen-
cia de género en España. Psychosocial Intervention, 22, 145-152.
Carbajosa, P. y Boira, S. (2014). Proceso de ayuda y atención psicológica a las familias víctimas de violencia de géne-
ro. En: R. Heras, A. Giménez y R. Recio, intervención en violencia de género y consecuencias en la familia (p.p.,
156-175), Almería: Ed. Edición Propia.
Carbajosa, P., Boira, S. y Tomas-Aragonés, L. (2013). Difficulties, skills and therapy strategies in interventions with
court-ordered batterers in Spain. Aggression and Violent Behavior, 18, 118-124.
Choi, S. Y. P., Cheung, Y. W. y Cheung, A. K. L. (2012). Social isolation and spousal violence: Comparing female ma-
rriage migrants with local women. Journal of Marriage and Family, 74, 444-461.
Cirillo, S. (1994). El cambio en los contextos no terapéuticos. Barcelona: Paidós.
Dixon, L. y Browne, K. (2003) The heterogeneity of spouse abuse: a review. Aggression and Violent Behavior, 8, 107-
130.
Dutton, D. y Golant, S. K. (1997). El golpeador. Un perfil psicológico. Buenos Aires: Paidós.
Edleson, J. (2008). Promising practices with men who batterer. Informe remitido al King County Domestic Violence
Council, University of Minnesota, MN. Seattle.
Echeburúa, E. y Amor, P. (2016). Hombres violentos contra la pareja:¿ tienen un trastorno mental y requieren trata-
miento psicológico? Terapia Psicológica, 34(1), 31-40.
Echeburúa, E. y Fernández-Montalvo, J. (2007). Male batterers with and without psychopathy: An exploratory study in
Spanish prisons. International Journal of Offender Therapy and Comparative Criminology, 51, 254-263.
Echeburúa, E. y Fernández-Montalvo, J. (2009). Evaluación de un programa de tratamiento en prisión de hombres
condenados por violencia grave contra la pareja. International Journal of Clinical and Health Psychology, 9, 5-20.
Echeburúa, E., Del Corral, P., Fernández-Montalvo, J. y Amor, P. J. (2004). ¿Se puede y debe tratar psicológicamente a
los hombres violentos contra la pareja? Papeles del psicólogo, 88, 10-18.

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
17
Consejo General de la Psicología de España

Echeburúa, E., Sarasua, B., Zubizarreta, I. y Corral, P. (2009). Evaluación de la eficacia de un tratamiento cognitivo-
conductual para hombres violentos contra la pareja en un marco comunitario: una experiencia de 10 años (1997-
2007). Internacional Journal of Clinical and Health Psychology, 9, 199-217.
Eckhardt, C. I., Babcock, J. y Homack, S. (2004). Partner assaultive men and the stages and processes of change. Jour-
nal of Family Violence, 19, 81-93.
Eckhardt, C., Holtzworth-Munroe, A., Norlander, B., Sibley, A. y Cahill, M. (2008). Readiness to change, partner vio-
lence subtypes, and treatment outcomes among men in treatment for partner assault. Violence and Victims, 23, 446-
475.
Edleson, J. L. y Tolman, R. M. (1992). Ecological interventions for domestic violence. Thousand Oaks, CA: Sage.
Escudero, A., Polo, C., López, M. y Aguilar, L. (2005). La persuasión coercitiva, modelo explicativo del mantenimiento
de las mujeres en una situación de violencia de género. I: Las estrategias de la violencia. Revista de la Asociación
Española de Neuropsiquiatría, 95, 85-117.
Expósito, F. y Ruiz, S. (2010). Reeducación de maltratadores: una experiencia de intervención desde la perspectiva de
género. Intervención Psicosocial, 19, 145-151.
Feder, L. y Wilson, D. B. (2005) A meta-analytic review of court-mandated batterer intervention programs: Can courts
affect abusers’ behavior? Journal of Experimental Criminology, 1, 239-262.
Fernández-Montalvo, J. y Echeburúa, E. (1997). Variables psicopatológicas y distorsiones cognitivas de los maltratado-
res en el hogar: un análisis descriptivo. Análisis y Modificación Conducta, 23, 151-180.
Gondolf, E. (2012). The future of batterer programs: Reassessing evidence-based practice. Boston: Northeastern Uni-
versity Press.
Gracia, E., Herrero, J., Lila, M. y Fuente, A. (2009). Perceived neighborhood social disorder and attitudes toward do-
mestic violence against women among Latin-American immigrants. European Journal of Psychology Applied to Le-
gal Context, 1, 25-43.
Graham-Kevan, N. (2007). Domestic violence: Research and implications for batterer programs in Europe. European
Journal of Criminal Policy Research, 13, 217-225.
Graham, K., Bernards, S., Flynn, A., Tremblay, P. F. y Wells, S. (2012). Does the relationship between depression and
intimate partner aggression vary by gender, victim-perpetrator role, and aggression severity? Violence and Victims,
27, 730-743.
Graña, J., Muñoz, M., Redondo, N. y González, M. (2008). Programa para el tratamiento psicológico de maltratado-
res. Madrid: Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense.
Hamilton, L., Koehler, J. A. y Lösel, F. A. (2013). Domestic violence perpetrator programs in Europe, part I: A survey of
current practice. International Journal of Offender Therapy and Comparative Criminology, 57(10), 1189-1205
Henning, K., Jones, A. R. y Holdford, R. (2005). “I didn’t do it, but if I did I had a good reason”: Minimization, denial,
and attributions of blame among male and female domestic violence offenders. Journal of Family Violence, 20, 131-
139.
Holtzworth-Munroe, A. y Stuart, G.L. (1994). Typologies of male batterers: Three subtypes and the differences among
them. Psychological Bulletin, 116, 476-497.
Holtzworth-Munroe, A., Meehan, J. C., Herron, K., Rehman, U. y Stuart, G. L. (2000). Testing the Holtzworth-Munroe
and Stuart (1994) batterer typology. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 68, 1000-1019.
Huss, M. T., y Langhinrichsen-Rohling, J. (2006). Assessing generalization of psychopathy in a clinical sample of do-
mestic violence perpetrators. Law and Human Behaviour, 30, 571-586.
Johnson, R., Gilchrist, E., Beech, A. R., Weston, S., Takriti, R. y Freeman, R. (2006). A Psychometric typology of U.K.
domestic violence offenders. Journal of Interpersonal Violence, 21, 1270-1285.
Kozar, C. J. y Day, A. (2012). The therapeutic alliance in offending behavior programs: A necessary and sufficient con-
dition for change? Aggression and Violent Behavior, 17, 482-487.
Kistenmacher, B. R. y Weiss, R. L. (2008). Motivational interviewing as a mechanism for change in men who batter: A
randomized control trial. Violence and Victims, 23, 558-570.
Langhinrichsen-Rohling, J. (2010). Controversies Involving Gender and Intimate Partner Violence in the United States.
Sex Roles, 62(3–4), 179–193.
Langlands, R. L., Ward, T. y Gilchrist, E. (2009). Applying the Good Lives Model to male perpetrators of domestic vio-
lence. Behaviour Change, 26, 113-129.

FOCAD
18 Formación Continuada a Distancia
Consejo General de la Psicología de España

Lanier, C. y Maume, M. O. (2009). Intimate partner violence and social isolation across the rural/urban divide. Violen-
ce Against Women, 15, 1311-1330.
Lee, M. Y., Sebold, J. y Uken, A. (2003). Solution-focused treatment with domestic violence offenders: Accountability
for change. New York: Oxford University Press.
Lila, M., Herrero, J. y Gracia, E. (2008). Evaluating attribution of responsibility and minimization by male batterers: Im-
plications for batterer programs. The Open Criminology Journal, 1, 4-11.
Lila, M., Gracia, E., y Herrero, J. (2012). Asunción de responsabilidad en hombres maltratadores: Influencia de la au-
toestima, la personalidad narcisista y la personalidad antisocial. Revista Latinoamericana de Psicología, 44, 99-108.
Lila, M., Oliver, A., Galiana, L. y Gracia, E. (2013). Predicting success indicators of an intervention programme for
convicted intimate-partner violence offenders: The Contexto Programme. The European Journal of Psychology Ap-
plied to Legal Context, 5, 73-95.
Lila, M., Gracia, E. y Murgui, S. (2013). Psychological adjustment and victim-blaming among intimate partner violen-
ce offenders: The role of social support and stressful life events. European Journal of Psychology Applied to Legal
Context, 5, 147-153.
Lila, M., Oliver, A., Galiana, L. y Gracia, E. (2013). Predicting success indicators of an intervention programme for
convicted intimate-partner violence offenders: The Contexto Programme. European Journal of Psychology Applied
to Legal Context, 5, 73-95.
Llor-Esteban, B., García-Jiménez, J. J., Ruiz-Hernández, J. A. y Godoy-Fernández, C. (2016). Profile of partner aggres-
sors as a function of risk of recidivism. International Journal of Clinical and Health Psychology, 16(1), 39-46.
Loinaz, I., Echeburúa, E. y Torrubia, R. (2010). Tipología de agresores contra la pareja en prisión. Psicothema, 22,
106-111.
Loinaz, I., Ortiz-Tallo, M., Sánchez, L. y Ferragut, M. (2011). Clasificación multiaxial de agresores de pareja en cen-
tros penitenciarios. International Journal of Clinical and Health Psychology, 11, 249-268.
Maiuro, R. D. y Eberle, J. A. (2008). State standards for domestic violence perpetrator
treatment: Current status, trends, and recommendations. Violence and Victims, 23,
133-155.
Martínez, M. y Pérez, M. (2009). Evaluación criminológica y psicológica de los agresores domésticos. Generalitat de
Cataluña. Departamento de Justicia. Centro de Estudios Jurídicos y Formación Especializada.
Murphy, C. M. y Eckhardt, C. I. (2005). Treating the abusive partner: An individualized cognitive-behavioral approach.
New York: The Guilford Press.
Murphy, C. M. y Ting, L. A. (2010) Interventions for perpetrators of intimate partner violence: a review of efficacy rese-
arch and recent trends. Partner Abuse, 1, 26-44.
Murphy, C. M., Stosny, S. y Morrel, T. M. (2005). Change in self-esteem and physical aggression during treatment for
partner violent men. Journal of Family Violence, 20, 201-210
Novo, M., Fariña, F., Seijo, D. y Arce, R. (2012). Assessment of a community rehabilitation programme in convicted
male intimate-partner violence offenders. International Journal of Clinical and Health Psychology, 12, 219-234.
Organización Mundial de la Salud (OMS). (2003). Informe mundial sobre la violencia y la salud. Washington, DC: Or-
ganización Panamericana de la Salud.
Pence, E. y Paymar, M. (1993). Education groups for men who batter: The Duluth model. New York: Springer Publishing.
Pérez, M., Giménez-Salinas, A. y Espinosa, M. J. (2011). Evaluación del programa Violencia de Género: programa de
intervención para agresores en medidas alternativas. Madrid: Ministerio del Interior.
Pérez, J. M. y Montalvo, A. (coords). (2011). Violencia de Género. Prevención, detección y atención. Madrid: Grupo 5
Acción y Gestión Social.
Price, B. J. y Rosembaum, A. (2009). Batterer intervention programs: A report from the field. Violence and Victims, 24,
757-770.
Programa de intervención familiar con unidades familiares en las que se produce violencia de género. Gobierno de
Aragón. Documento en línea. Disponible en: http://www.aragon.es/estaticos/GobiernoAragon/Organismos/Instituto-
AragonesMujer/StaticFiles/PROGRAMA%20I.F..pdf
Quinteros, A. y Carbajosa, P. (2008). Hombres maltratadores: tratamiento psicológico de agresores. Madrid: Grupo 5
Acción y Gestión Social.

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
19
Consejo General de la Psicología de España

Rasanen, E., Holma, J. y Seikkula, J. (2012). Dialogical views on partner abuser treatment: Balancing confrontation
and support. Journal of Family Violence, 27, 357-368.
Redondo, S., Martínez-Catena, A. y Andrés-Pueyo, A. (2012). Efectos terapéuticos de un tratamiento cognitivo-con-
ductual con delincuentes juveniles. European Journal of Psychology Applied to Legal Context, 4, 159-178.
Rodríguez-Caballeira, A., Almendros, C., Escartín, J., Porrúa, C., Martín-Peña, J., Javaloy, F. y Carboles, J.A. (2005). Un
estudio comparativo de las estrategias de abuso psicológico: en pareja, en el lugar de trabajo y en grupos manipu-
lativos. Anuario de Psicología, 3, 299-314.
Romero-Martínez, A., Lila, M., Catalá-Miñana, A., Williams, R. K. y Moya-Albiol, L. (2013). The contribution of child-
hood parental rejection and early androgen exposure to impairments in socio-cognitive skills in intimate partner
violence perpetrators with high alcohol consumption. International Journal of Environmental Research and Public
Health, 10, 3753-3770.
Rosenberg, M. (2003). Voices from the group: Domestic violence offenders’ experience of intervention. Journal of Ag-
gression, Maltreatment, & Trauma, 7, 305–317.
Ross, E., Polaschek, D. y Ward, T. (2008). The therapeutic alliance: A theoretical revision for offender rehabilitation.
Aggression and Violent Behavior, 13, 462-480.
Sartin, R. M., Hansen, D. J. y Huss, M. T. (2006) Domestic violence treatment response and recidivism: A review and
implications for the study of family violence. Journal of Aggression and Violent Behavior, 11, 425-440.
Saunders, D. G. (2008). Group interventions for men who batter: A summary of program descriptions and research.
Violence and Victims, 23, 156-172.
Scott, K. L., King, C., McGinn, H. y Hosseini, N. (2011). Effects of motivational enhancement on immediate outcomes
of batterer intervention. Journal of Family Violence, 26, 139-149.
Silver, E. y Teasdale, B. (2005). Mental disorder and violence: An examination of stressful life events and impaired so-
cial support. Social Problems, 52, 62-78.
Stewart, L. A., Flight, J. y Slavin-Stewart, C. (2013). Applying effective corrections principles (RNR) to partner abuse in-
terventions. Partner Abuse, 4, 494-534.
Suárez, A., Méndez, R., Negredo, L., Fernández, M. N., Muñoz, J. M., Carbajosa, P., Boira, S. y Herrero, O. (2015).
Programa de intervención para agresores de violencia de género en medidas alternativas PRIA-MA. Documentos
Penitenciarios 10. Madrid: Secretaría General de Instituciones Penitenciarias.
Taft, C. T. y Murphy, C. M. (2007). The working alliance in intervention for partner violence perpetrators: Recent rese-
arch and theory. Journal of Family Violence, 22, 11-18.
Taft, C. T., Murphy, C. M., Musser, P. H. y Remington, N. A. (2004). Personality, interpersonal, and motivational pre-
dictors of the working alliance in group cognitive-behavioral therapy for partner violent men. Journal of Consulting
and Clinical Psychology, 72, 349-354.
Taft, C. T., Murphy, C. M., King, D. W., Musser, P. H. y DeDeyn, J. M. (2003). Process and treatment adherence fac-
tors in group cognitive-behavioral therapy for partner violent men. Journal of Consulting and Clinical Psychology,
71, 812-820.
Thijssen, J. y de Ruiter, C. (2011). Identifying subtypes of spousal assaulters using the B-SAFER. Journal of Interpersonal
Violence. 26, 1307-1321.

FOCAD
20 Formación Continuada a Distancia
Consejo General de la Psicología de España

Ficha 1.
Habilidades del terapeuta en la intervención con
hombres condenados por violencia de género1
Teniendo en cuenta los elementos de análisis del marco conceptual de Ross, Polaschek, D. y Ward (2008) y los pre-
supuestos de Lehmann y Simmons (2009), el objetivo de esta ficha es describir las habilidades y técnicas básicas que
necesita el terapeuta para tratar de mejorar la intervención en un contexto coercitivo con maltratadores. Para ello, se
han revisado las principales aportaciones internacionales que identifican las dificultades que pueden presentarse en la
intervención con hombres violentos con la pareja y se han recogido las principales técnicas y estrategias que se han
propuesto para afrontar este complejo escenario de tratamiento. Asimismo, se han revisado las escasas aportaciones
que hasta la fecha se han realizado en España en relación a este tema.
En el texto base se expusieron las principales dificultades identificadas por los investigadores en la intervención con
hombre condenados por violencia contra la pareja. Dichas dificultades se agruparon en tres áreas en función de su
origen: el contexto en el que el programa se realiza, las características del agresor y los factores relacionados con el
terapeuta.
La especificidad que supone la intervención con hombres condenados por violencia de género va a exigirle al terapeuta
una serie de habilidades personales, competencias técnicas que le permitan afrontar con garantía el proceso terapéutico.
Uno de los elementos claves de cara a la efectividad de una determinada habilidad o técnica será el análisis del momen-
to del proceso en el que se encuentra el agresor y su predisposición hacia el cambio. En este apartado se identifican las
habilidades que deben formar parte del repertorio del terapeuta teniendo en cuenta esta premisa.

Encuadre y definición de los límites de la intervención


El primer aspecto fundamental que debe tratarse al comienzo del programa es el establecimiento preciso del
marco en el que la intervención se va a desarrollar. Para abordar este aspecto es necesario adaptar la interven-
ción a la situación de obligatoriedad. Desde el inicio, el terapeuta debe ser capaz de definir el contexto de traba-
jo y los límites de la relación terapéutica. Es necesario describir claramente las normas, las reglas, y las
consecuencias de su incumplimiento (Friedlander et al. 2009, Muldoon y Gary 2011; Ross, Polaschek, y Ward
2008). Asimismo, se debe informar claramente al agresor de la ruptura de la confidencialidad al tener que emitir
informes de evolución y su obligación de tener que comunicar posibles situaciones de riesgo para la víctima. Esta
clarificación inicial servirá para evitar confusiones posteriores y coloca a los profesionales en una situación segu-
ra para poder realizar la labor terapéutica.
No obstante, el contexto judicial hace irremediable que la terapia se asocie con aspectos punitivos y que los partici-
pantes identifiquen a los profesionales como parte del sistema (Ross, Polaschek, y Ward 2008). Paradójicamente, la
obligatoriedad, el establecimiento de un encuadre explícito y la atribución al sistema judicial de la responsabilidad
sobre el futuro del penado permiten al terapeuta distanciarse de las posibles decisiones que puedan afectarle. De este
modo, es posible conseguir que el terapeuta sea percibido como un apoyo y no como una amenaza.
Así, una vez clarificado el contexto de intervención, el terapeuta debe poder transmitir al penado la posibilidad de
compaginar el contexto coercitivo con el establecimiento de una relación de ayuda que le aporte beneficios y mejore
su situación personal (Muldoon y Gary 2011; Sonkin y Dutton 2003). Para ello, inicialmente es fundamental ofrecer al
penado información que le resulte útil sin activar ni reafirmar sus mecanismos de defensa (Miller y Rollnick 2002). Ini-
cialmente, la información –y no la confrontación– pueden desempeñar un papel esencial para establecer un clima de
confianza. El terapeuta debe poseer conocimientos técnicos del ámbito penal y solventar las dudas referidas al proce-
so de detención, juicio, consecuencias legales y medidas civiles posteriores. Del mismo modo, debe saber transmitir

1
En contenido de esta ficha es una síntesis de: Carbajosa, Boira y Tomás-Aragonés (2013)

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
21
Consejo General de la Psicología de España

el proceso emocional asociado que vive el penado al pasar por estas situaciones (rabia, impotencia, vergüenza y mie-
do a la pérdida de la pareja y de los hijos). El conocimiento de estos procesos le permitirá asesorar al penado en las
decisiones que debe tomar y conectar de manera empática con sus vivencias. A menudo, el impacto emocional de to-
das estas experiencias –y en mayor medida en el caso de juicios rápidos–, provoca que el maltratador se encuentre
muy confuso en un contexto en el que a menudo desconoce la dinámica judicial y sus consecuencias. Atender con
genuino interés, ofrecer un espacio en el que expresar todas las emociones acumuladas y orientarles sobre su situa-
ción ayuda a generar un vínculo de confianza crucial para establecer la primera base de la alianza terapéutica. En es-
te sentido, la percepción del penado de que el terapeuta es competente (al conocer el proceso por el que están
pasando) y que está implicado en su proceso aumentará su motivación, las posibilidades de establecer una buena
alianza terapéutica y la posible efectividad de la intervención (Ackerman y Hilsenroth 2003; Ross, Polaschek, y Ward
2008). El agresor, en definitiva, debe creer y sentir que el terapeuta puede ayudarle a avanzar en el proceso terapéuti-
co (Taft y Murphy 2007).

Mejora de la motivación y de la implicación del penado en el proceso


Las habilidades del terapeuta que permiten mejorar la motivación del penado van a desempeñar un papel esencial
en la intervención tanto al principio como a lo largo de la intervención. Diversos autores proponen la utilización del
modelo transteórico del cambio (Prochaska y Diclemente 1984) para incidir en la falta de motivación ajustando las in-
tervenciones a dicho modelo (Alexander y Morris 2009; Brodeur, Rondeau et al. 2009; Eckhardt, Babcock, y Homack
2004; Eckhardt et al. 2008; Levesque Gelles y Velicer, 2000; Murphy y Baxter 1997; Scott y Wolfe 2003; Scott 2004).
Otros autores recomiendan la aplicación de estrategias como la entrevista motivacional (Miller y Rollnick 2002) para
aumentar la motivación y reducir las resistencias (Kristenmacher y Weiss 2009; Musser, Semiatin, Taft y Murphy.
2009). La adaptación del estilo del terapeuta, de las técnicas y de los objetivos a las etapas de cambio permitirá esta-
blecer la estrategia adecuada y más efectiva. Para ello, algunos autores resaltan la importancia de seleccionar un trata-
miento individualizado adaptado a las características del maltratador para establecer una buena alianza, aumentar la
motivación y reducir la posibilidad de abandono (Boira, López, Tomás-Aragonés y Gaspar, 2010; Langlands, ward y
Gilchrist 2009).

Abordaje de las resistencias del penado


Una parte esencial que el terapeuta debe abordar a lo largo de la terapia es el afrontamiento de los mecanismos de
defensa del agresor, enfrentarse a la negación y minimización que realiza de su comportamiento violento y a la más
que probable culpabilización de la víctima. Marshall et al. (2002) analizaron las habilidades del terapeuta necesarias
en la intervención con agresores sexuales. Una de sus principales conclusiones fue que la atribución de la responsabi-
lidad a la víctima se reducía ante una la actitud reforzadora y directiva de los terapeutas. Del mismo modo, una acti-
tud empática y cálida del terapeuta disminuía la tendencia a la minimización y negación del problema. Estos autores
recomendaron, además, evitar una estrategia de confrontación directa y argumentaron que resulta más efectivo un es-
tilo firme pero no confrontativo que exprese apoyo y refuerce al penado (Marshall et al. 2002; Marshall 2005).
Específicamente para la intervención con hombres violentos con la pareja Kistenmacher y Weiss (2009) enfatizan la
efectividad de la entrevista motivacional para intervenir sobre los mecanismos de negación de los maltratadores. Le-
vesque (2006) revisa las principales resistencias de los hombres y las relaciona con el empleo de diferentes estrategias
del terapeuta. Para las resistencias relacionadas con la externalización de la responsabilidad hacia el sistema se pro-
pone empatizar con la experiencia del agresor enfatizando la utilidad del programa. Para las resistencias relacionadas
con la externalización de la responsabilidad en la víctima, propone como estrategia mostrar al penado que no puede
cambiar o controlar el comportamiento de su pareja pero que él tiene la posibilidad de elegir cómo puede responder
a estas situaciones de forma adecuada.
De manera global para el abordaje de las resistencias, el terapeuta deberá generar una atmósfera que facilite el cues-
tionamiento evitando la confrontación directa empleando un estilo reforzador y de apoyo a través de preguntas abier-
tas que fomenten la apertura del agresor.
No obstante, a pesar de que el terapeuta aborde las resistencias con un enfoque adecuado, las expresiones de ira a
lo largo del proceso por parte de los agresores son habituales y características de esta población. El terapeuta no debe
personalizar los ataques ni cuestionarse la intervención ante una actitud defensiva del penado, debe tratar de mante-

FOCAD
22 Formación Continuada a Distancia
Consejo General de la Psicología de España

ner una posición empática y de apoyo para tratar de romper con la creencias del penado de que las relaciones se ba-
san en el control y coerción (Murphy y Baxter 1997). Asimismo, debe ser asertivo y mantener una actitud de seguri-
dad para manejar la agresividad dirigida hacia él y poner límites a este tipo de situaciones. En este sentido, Levesque
(2006) propone como estrategia específica para la gestión de la reactancia psicológica del penado (respuesta a la pre-
sión de cambio con una postura de enfado o negativista), recordar al agresor que puede elegir si desea o no hacer
cambios y que tiene la opción de aceptar o rechazar lo que el programa le puede ofrecer.
Como ya se apuntó, otra de las resistencias características de los agresores son los altos niveles de deseabilidad so-
cial. En un contexto de obligatoriedad, la habilidad del terapeuta para discriminar la veracidad del discurso es esen-
cial. Así, una de las herramientas que pueden ayudar al terapeuta puede ser el entrenamiento en credibilidad del
testimonio y en el manejo de técnicas como el Análisis de Contenido Basado en Criterios (CBCA) de Steller y Köhnken
(1994). Este listado, fue inicialmente concebido para valorar el testimonio de menores víctimas de agresiones sexua-
les, pero que también ha resultado ser efectivo con adultos (Arce y Fariña 2005). Del mismo modo, también puede re-
sultar de gran utilidad que el terapeuta sea capaz de integrar en la evaluación las distintas fuentes de información a las
que pueda tener acceso (Henning y Holdford 2006). En este sentido, los datos que aportan los informes policiales, la
propia sentencia y organismos que atiendan a las víctimas, servirán para elaborar las estrategias de intervención y ha-
cer frente a las posibles discrepancias en el discurso de los agresores.

La persona del terapeuta. Introspección y reflexividad


Una de los primeros retos que se encuentra el terapeuta es el manejo de la duplicidad de su rol (control versus ayu-
da). Para minimizar el efecto de esta situación inevitable es necesaria por parte del terapeuta una enorme claridad en
la definición del contexto al penado y en explicitarle sus obligaciones respecto al sistema judicial. Por otro lado, debe
ser capaz de alternar el rol de seguimiento y el rol terapéutico integrándolos de manera efectiva. En este intercambio
de roles, es importante cuidar los extremos. Un estilo demasiado autoritario, controlador y confrontador dañará la
alianza terapéutica (Taft et al. 2007) y un enfoque demasiado empático puede conducir a no detectar o valorar ade-
cuadamente las situaciones de riesgo. El objetivo es mantener una posición de equilibrio entre el nivel de autoridad
necesario para el desarrollo del seguimiento judicial y una actitud de confianza, apoyo, interés genuino y justicia a lo
largo de la intervención (Ross et al. 2008).
Por otra parte, como consecuencia de este contexto es habitual que el terapeuta se vea afectado por las resistencias
de los agresores y su posición ambivalente ante el programa y la posibilidad de establecer una relación de ayuda. La
capacidad de gestión emocional del terapeuta y la posibilidad de contar con un equipo de apoyo y supervisión le ser-
virán para prevenir la aparición de síntomas del burn out que puedan distorsionar la intervención (Bahner y Berkel
2007). Para evitar estas distorsiones, el terapeuta tendrá que reajustar continuamente sus propias expectativas y ser fle-
xible para poder valorar los pequeños avances que pueden tener grandes repercusiones para la pareja del maltratador
o para sus hijos.
Así, el éxito de la intervención y el cambio esperable puede depender también del lugar en el que fija su atención,
es decir, de si sus expectativas se centran únicamente en el reconocimiento y cese inmediato de la violencia o, por el
contrario, si decide plantear objetivos iniciales menos ambiciosos orientados gradualmente al cambio de actitudes
(Quinteros y Carbajosa, 2008; Scott y Wolfe, 2003). El terapeuta debe ir paulatinamente ampliando los objetivos a
conseguir, pero siempre considerando la capacidad y predisposición del hombre y el desarrollo de su proceso de
cambio (Langlands y ward 2009). Este cambio de enfoque puede ayudar a prevenir los sentimientos de frustración an-
te las resistencias de los penados y ayudar a que el terapeuta vaya reforzando los pequeños avances en las distintas
áreas. En última instancia, el terapeuta debe recordar que la mayoría de los penados quieren mejorar su vida y rela-
ciones a pesar de sus resistencias (Levesque 2006).
Una dificultad que requiere una importante capacidad de introspección y monitorización del terapeuta es el manejo
de sus posibles sentimientos negativos hacia el penado que le hagan perder la neutralidad y emitir juicios. Nuevamen-
te la empatía y una adecuada gestión emocional que permita distanciarse para mantener su neutralidad serán claves
(Iliffe y Steed 2000). En este mismo sentido, el terapeuta puede verse interferido por sus propias creencias y proyectar-
las de una manera más o menos consciente en el penado. Para evitar posibles distorsiones, el terapeuta debe poseer
formación en perspectiva de género y haber realizado un trabajo personal previo que le permita ofrecer a través del
modelado la adquisición de roles alternativos e igualitarios y dinámicas relacionales de igualdad.

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
23
Consejo General de la Psicología de España

Un resumen de las principales habilidades comentadas se muestra en la Tabla 1.

TABLA 1
HABILIDADES DE TERAPEUTA

Área de interés Habilidad Aplicación

Definición del contexto de Claridad Definición firme de las condiciones del programa y establecimiento de los límites de la relación
la intervención
Información clara y precisa al agresor sobre los límites de la confidencialidad, la emisión de informes y la
comunicación de incidencias al juzgado

Ofrecimiento al penado la posibilidad de compaginar el contexto coercitivo con el establecimiento de una relación
de ayuda que le aporte beneficios y mejore su situación personal

Conocimiento Compresión de las características del procedimiento penal, el marco jurídico en el que se realiza la terapia y de
las posibles consecuencias para el penado

Confianza Establecimiento de un clima de confianza inicial libre de prejuicios que evite la confrontación en el que poder
identificar problemas y expresar las emociones acumuladas

Gestión de la relación con Flexibilidad Adaptación de las técnicas y el estilo de interacción con el penado a su proceso de cambio
el penado
Mantenimiento de un equilibrio entre el cuestionamiento y la escucha evitando la confrontación directa en las
etapas iniciales de la terapia

Empatía Comprensión de la experiencia que el penado trae a la intervención sin justificar ni reforzar el delito cometido

Asertividad Manejo adecuado de los mecanismos de defensa del penado y de sus posibles actitudes hostiles

Actitud de ayuda Refuerzo de la consecución de pequeños cambios, de la búsqueda autónoma de soluciones y de su generalización
fuera de la terapia

Reflexividad del terapeuta Equilibrio Manejo equilibrado y estratégico de la duplicidad de roles alternando el nivel de firmeza necesario para el
desarrollo del seguimiento judicial y una actitud de apoyo e interés genuino

Gestión emocional Adecuado autocontrol y gestión emocional ante las posibles actitudes hostiles y de manipulación del penado

Autocuidado Actitud de autocuidado que evite el cansancio emocional ante la necesidad de reajustar continuamente las
expectativas sobre la terapia y el modo de interacción con el penado

Género Revisión de las propias actitudes respecto a las creencias de género y la violencia contra la mujer

REFERENCIAS
Ackerman, S. J. y Hilsenroth, M. J. (2003). A review of therapist characteristics and techniques positively impacting the
therapeutic alliance. Clinical Psychology Review, 23, 1–33.
Alexander, P. C. y Morris, E. (2008). Stages of change in batterers and their response to treatment. Violence and Vic-
tims, 23, 476–492.
Arce, R. y Fariña, F. (2005). Peritación psicológica de la credibilidad del testimonio, la huella psicológica y la simula-
ción: El sistema de evaluación global (SEG). Papeles del Psicólogo, 26, 59–77.
Bahner, A. D. y Berkel, L. A. (2007). Exploring Burnout in Batterer Intervention Programs. Journal of Interpersonal Vio-
lence, 22, 994–1008.
Boira, S., López, Y., Tomás, L. y Gaspar, A. R. (2010). Evaluación cualitativa de un programa de intervención psicoló-
gica con hombres violentos dentro de la pareja. Acciones e Investigaciones Sociales, 28, 135–156.
Brodeur, N., Rondeau, G., Brochu, S., Lindsay, J. y Phelps, J. (2008). Does the Transtheoretical Model Predict Attrition
in Domestic Violence Treatment Programs? Violence and Victims, 23, 493–507.
Carbajosa, P., Boira, S. y Tomas-Aragonés, L. (2013). Difficulties, skills and therapy strategies in interventions with
court-ordered batterers in Spain. Aggression and Violent Behavior, 18, 118-124.
Eckhardt, C., Holtzworth-Munroe, A., Norlander, B., Sibley, A. y Cahill, M. (2008). Readiness to Change, Partner Vio-
lence Subtypes, and Treatment Outcomes Among Men in Treatment for Partner Assault. Violence and Victims, 23,
446–475.

FOCAD
24 Formación Continuada a Distancia
Consejo General de la Psicología de España

Friedlander, M., Escudero, V. y Heatherington, L. (2009). La Alianza terapéutica. En la terapia familiar y de pareja. Bar-
celona: Paidós.
Henning, K. y Holdorf, R. (2006). Minimization, denial, and victim blaming by batterers: how much the truth matter?
Criminal Justice and Behavior, 33. 110-130.
Iliffe, G. y Steed, L. G. (2000). Exploring the Counselor’s Experience of Working with Perpetrators and Survivors of Do-
mestic Violence. Journal of Interpersonal Violence, 15, 393–412.
Kistenmacher, B. R. y Weiss, R. L. (2008). Motivational interviewing as a mechanism for change in men who batter: A
randomized control trial. Violence and Victims, 23, 558–570.
Langlands, R. L., Ward, T. y Gilchrist, E. (2009). Applying the Good Lives Model to Male Perpetrators of Domestic
Violence. Behaviour Change, 26, 113–129.
Lehmann, P. y Simmons, C. A. (2009). Strengths-based batterer intervention: A new paradigm in ending family violen-
ce. New York: Springer Publishing.
Levesque, D. A. (2006). Processes of Resistance in Domestic Violence Offenders: Final report (NIJ Grant No. 2003-IJ-
CX-1030). Recuperado de: https://www.ncjrs.gov/pdffiles1/nij/grants/223620.pdf
Levesque, D. A., Gelles, R. J., & Velicer, W. F. (2000). Development and validation of a stages of change measure for
men in batterer treatment. Cognitive Therapy and Research, 24, 175–199.
Marshall, W. L. (2005). Therapist style in sexual offender treatment: Influence on indices of change. Sexual Abuse: A
Journal of Research and Treatment, 17, 109–116.
Marshall, W. L., Serran, G. A., Moulden, H., Mulloy, R., Fernandez, Y. M., Mann, R.E., & Thornton, D. (2002). Thera-
pist features in sexual offender treatment: Their reliable identification and influence on behavior change. Clinical
Psychology and Psychotherapy, 9, 395–405.
Miller, W. R. y Rollnick, S. (2002). Motivational interviewing: Preparing people for change (2nd ed.). New York: Guil-
ford.
Muldoon, J. P. y Gary, J. M. (2011) Enhancing Treatment Compliance Among Male Batterers: Motivators to Get Them
in the Door and Keep Them in the Room. Journal of Mental Health Counseling, 33, 144–160.
Murphy, C. M. y Baxter, V. A. (1997). Motivating batterers to change in treatment context. Journal of Interpersonal Vio-
lence, 12, 607-619.
Musser, P. H., Semiatin, J. N., Taft, C. T. y Murphy, C. M., (2008). Motivational Interviewing as a Pregroup Interven-
tion for Partner-Violent Men. Violence and Victims, 23, 539–557.
Prochaska, J. y DiClemente, C. (1986). The Transtheoretical approach. In J. Norcross (Ed.), Handbock of eclectic psy-
choterapy (p.p. 163–200). New York: Brumer/Mazel.
Quinteros, A. y Carbajosa, P. (2008). Hombres maltratadores. Tratamiento psicológico de agresores. Madrid: Editorial
Grupo 5.
Ross, E. C, Polaschek, D. y Ward, T. (2008). The therapeutic alliance: A theoretical revision for offender rehabilitation.
Aggression and Violent Behavior, 13, 462–480.
Scott, K. L. (2004). Stage of change as a predictor of attrition among men in a batterer treatment program. Journal of
Family Violence, 19, 37–47.
Scott, K. L. y Wolfe, D. A. (2003). Readiness to change as a predictor of outcome in batterer treatment. Journal of Con-
sulting and Clinical Psychology, 71, 879–889.
Sonkin, D. J. y Dutton, D. (2003). Treating assaultive men from an attachment perspective. Journal of Aggression, Mal-
treatment, and Trauma, 7, 105–133.
Steller, M. y Köhnken, G. (1989). Statement analysis: credibility assessment of children’s testimonies in sexual abuse
cases. In D. C. Raskin (Ed.), Psychological methods in criminal investigation and evidence (pp.217–245). New York:
Springer.
Taft, C. T. y Murphy, C. M. (2007). The working alliance in intervention for partner violence perpetrators: recent rese-
arch and theory. Journal of Family Violence, 22, 11–18.

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
25
Consejo General de la Psicología de España

Ficha 2.
Evaluación e intervención con maltratadores condenados por
un delito de violencia de género en España: Programa PRIA1
En España pese a que en existen distintas propuestas teóricas y prácticas de intervención con hombres que agreden a
su pareja (Ver Millana, 2011), el principal programa de tratamiento que se aplica a la mayor parte de los agresores es
el “Violencia de género: Programa de intervención de agresores, (PRIA)” (Ruiz et al., 2010). Hasta este año era el pro-
grama Marco de intervención a nivel estatal para los programas desarrollados en el interior de las prisiones y para los
agresores que cumplen MPA. A pesar de ser evaluado recientemente con buenos resultados en relación a su eficacia
(Pérez Ramírez, M., Giménez-Salinas y Espinosa, 2013). Estudios recientes han contrastado que existen diferencias en-
tre los agresores que realizan el PRIA que en prisión o en libertad como consecuencia de una MPA en relación a nive-
les de riesgo, características de personalidad, ajuste psicológico, criminalidad. (Fernández-Montalvo, Echauri,
Martínez y Azcárate, 2012; Echauri, Martínez, Fernández-Montalvo y Azcárate, 2011; García, Godoy, Llor y Ruiz,
2014; Redondo, 2012; Graña y Redondo, 2014). Además, el propio contexto de intervención -prisión o libertad, vo-
luntariedad o no del programa-, también diferencia el potencial riesgo a gestionar por parte de los profesionales. Esta
realidad ha hecho necesario una reciente adaptación del programa PRIA para su aplicación específica en el contexto
de Medidas Penales Alternativas: “Programa de intervención con agresores de violencia de género en Medidas Pena-
les Alternativas (PRIA-MA)” (Suárez et al., 2015). El nuevo PRIA-MA es una revisión, actualización y ampliación del
programa, publicado por la Secretaria General de Instituciones Penitenciarias en 2010. Este programa atendiendo al
número de penados que lo realizan al año es el de mayor extensión a nivel nacional.

Enfoque del programa


El marco teórico global del PRIA-MA basa en los dos modelos criminológicos de intervención con población en en-
tornos penales de mayor relevancia en la actualidad:
En primer lugar el Modelo de Riesgo, Necesidad y Responsividad (RNR) de Andrews y Bonta (2006). Desde este
marco teórico se han aplicado programas para desde este distintos tipos de población delincuente y se ha mostrado
eficaz en la reducción de los niveles de reincidencia (ver Andrews y Bonta, 2010). Las premisas de este modelo se ba-
san en diseñar distintas intervenciones que se adapten a los factores de riesgo específicos de los agresores.
El segundo modelo teórico de mayor impacto en la literatura y de creación más reciente es el Modelo de las Buenas
Vidas (Ward y Brown, 2004). Influenciado por la psicología positiva centra el diseño de los programas y objetivos en
las fortalezas de los individuos y no en los déficits. Desde este prisma se busca facilitar que los agresores consigan sus
objetivos vitales y prosociales para generar una alternativa al modo de vida delincuencial.
En cuanto al modelo específico de intervención con agresores de pareja la tendencia general tanto en Europa como
en Norteamérica es un enfoque integrado de la perspectiva de género y la terapia cognitivo-conductual (Bowen,
2011). El programa PRIA-MA siguiendo esta tendencia se desarrolla desde un enfoque cognitivo-conductual con ele-
mentos de la perspectiva de género.

Objetivos
El objetivo general de este programa es erradicar cualquier tipo de conducta violenta dirigida hacia la pareja e hijos,
así como la modificación de actitudes y creencias de tipo que mantengan estos comportamientos. De manera especí-
fica el programa se busca conseguir:

1
El contenido de esta ficha es una síntesis de la propuesta de tratamiento del Programa de intervención para agresores de violencia
de género en medidas alternativas PRIA-MA (Suárez et al., 2015).

FOCAD
26 Formación Continuada a Distancia
Consejo General de la Psicología de España

4 Facilitar la adherencia y receptividad al tratamiento y motivación hacia el cambio por parte de los penados me-
diante un enfoque positivo del tratamiento.
4 Aumentar la conciencia de las consecuencias de los abusos cometidos tanto hacia la pareja como hacia los hijos.
4 Aumentar la conciencia sobre las emociones de los penados y empatía hacia los demás.
4 Modificar ideas y creencias distorsionadas sobre roles de varón y mujer y que justifican el uso de la violencia.
4 Reconocer y responsabilizarse de su comportamiento violento y de las consecuencias del mismo.
4 Modificar aquellos factores de riesgo dinámicos relacionados con agresores de género.
4 Introducir mejoras en el funcionamiento psicológico de los participantes.
4 Implementar creencias, estrategias y habilidades que eviten la reincidencia en los comportamientos violentos.
4 Desarrollar habilidades prosociales para la resolución de conflictos.
4 Generar actitudes y conductas igualitarias en las relaciones de pareja.

Fases del programa


Atendiendo a estos objetivos el programa tiene una duración de 10 meses y se implementa en varias fases:

1. FASE DE EVALUACIÓN Y MOTIVACIÓN


Como ya se comentó en el texto base, uno de los principales retos a los que deben enfrentarse los profesionales que
trabajan con población condenada por un delito de violencia de género, es lograr unas condiciones terapéuticas al
inicio de la intervención que favorezcan la reducción de sus resistencias y su rechazo a la misma. Es una condición
necesaria para que la intervención sea posible y, en
su caso, efectiva. El objetivo de esta fase es lograr TABLA 1
la adherencia al tratamiento a través de la genera- INSTRUMENTOS DE EVALUACIÓN
ción de una alianza terapéutica adecuada y promo-
Cuestionario Variables que evalúa
ver la motivación al cambio.
El proceso de Evaluación y Motivación tiene una AQ (Aggression Questionannaire) (Buss y Agresividad (física, verbal, ira y
Perry, 1992) hostilidad).
duración de un mes y se realiza en tres entrevistas
Individuales con cada participante con una fre- I7 Cuestionario de Personalidad (Eysenck, Impulsividad, temeridad y empatía
Pearson, Easting y Allsopp, 1985)
cuencia semanal y una sesión grupal. Estas sesiones
tienen un doble objetivo: llevar a cabo una evalua- QMI (Quality Marriage Index) (Norton, Satisfacción global en la relación de
1983) pareja
ción psicosocial exhaustiva de cada caso, y elabo-
rar un Plan Motivacional Individualizado que será ASI (Ambivalent Sexism Inventory) (Glick Sexismo hostil y benevolente hacia las
y Fiske, 1996). mujeres.
trabajado de manera transversal a lo largo de la in-
tervención. IPVRAS (The Intimate Partner Violence Atribución de responsabilidad de la
Entrevistas Motivacionales Individuales. Durante Resposibility Attribution Scale)(Lila, Oliver, violencia en las relaciones de pareja
Catalá-Miñana, Galiana y Gracia, 2014)
las entrevistas individuales se elaborará el Plan Mo-
tivacional Individualizado (PMI), se realiza una CR (Cuestionario de Celos Románticos) Existencia de celos en la relación de
(White, 1976). pareja y si éstos son un problema en la
evaluación psicológica y se aplica una batería de relación
instrumentos psicométricos que evalúan las princi-
MMEA (Multidimensional Measure of Abuso emocional sobre la pareja
pales variables psicológicas relacionadas con la Emotional Abuse) (Murphy, Hoover y Taft,
violencia de género (Tabla 1). 1999).
Una Sesión Grupal Inicial para conocimiento del
CTS2 (Conflict Tactics Scale-2) (Strauss, Recursos y soluciones para resolver
grupo, información sobre el programa, resolución Hamby, Bonney-McCoy y Sugarman, 1996). conflictos de pareja
de dudas, establecimiento de normas y puesta en
CRC (Levesque, Velicer, Castle y Greene, Resistencia al cambio durante la
común de los objetivos motivacionales de cada 2008). intervención psicológica
participante.
EGP (Gracia, García y Lila, 2011) Gravedad percibida ante las situaciones
de violencia contra la mujer en las
2. FASE DE INTERVENCIÓN relaciones de pareja.
Duración del programa y número de participantes Escala de actitudes hacia el/la terapeuta y Analizan el cambio de manera secuencial
La duración total de la Fase de Intervención es de Evaluación de estadios de cambio(Lila y en la evolución de los participantes
Gracia, no publicado)
ocho meses, con 32 sesiones grupales de periodici-

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
27
Consejo General de la Psicología de España

dad semanal. Se realiza en grupos cerrados no superiores a 12 usuarios. En caso necesario se puede adaptar a formato
individual.

Estructura y duración de las sesiones


Las sesiones son semanales y con una duración aproximada de dos horas. Al ser un programa psicoeducativo, el te-
rapeuta en cada sesión comienza con una Exposición psicoeducativa del tema que se va a trabajar y posteriormente,
se realizan dinámicas y tareas para abordar los contenidos que se han ido presentado. Además entre las sesiones se
proponen también tareas a realizar sobre los temas trabajados que cada participante deberá realizar fuera de la sesión
y que serán comentadas y revisadas a lo largo del programa.
Las dinámicas y ejercicios utilizan distinta metodología como:
4 Visionado y análisis de contenidos audiovisuales.
4 Comentario de textos.
4 Debates y discusiones dirigidas.
4 Trabajo en parejas.
4 Análisis de noticias reales.
4 Role-playing.
4 Redacción de autobiografías.
4 Ejercicios individuales de análisis personal.
4 Técnicas de autocontrol emocional y conductual.
4 Dinámicas para trabajar contenidos en imaginación.

Contenidos del programa


El programa consta de 10 módulos terapéuticos que abordan las distintas necesidades criminógenas de los partici-
pantes.

Temática Sesiones

1. Inteligencia Emocional 3
2. Pensamiento y Bienestar 3
3. Género y nuevas masculinidades 2
4. Habilidades de autocontrol y gestión de la ira 4
5. La capacidad de ponernos en el lugar de los demás: la empatía 3
6. Cuando sentimos miedo de perder a alguien: los celos 4
7. Antídotos contra la violencia psicológica 4
Sección I: Intimidación, amenazas, coacción y abuso emocional.
Sección II: Aislamiento
Sección III: Abuso económico
8. Afrontando la ruptura y construyendo relaciones de pareja sanas 4
9. Pensando en los menores 3
10. Afrontando el futuro 2

A lo largo de la Fase de Intervención, se llevan a cabo también sesiones y ejercicios para revisar y afianzar el PMI de
cada uno de los participantes. Una sesión individual a mitad del programa y otra grupal de revisión de objetivos in-
corporados en el plan y otra grupal de la evolución y cambios realizados en estas áreas a lo largo del proceso de in-
tervención por todos los miembros del grupo.

3. FASE DE SEGUIMIENTO
Al mes de terminar la fase de intervención se realiza una 1 sesión individual de seguimiento individual con cada pe-
nado para afianzar los logros conseguidos a lo largo de las fases anteriores. Se realiza una evaluación post tratamiento
con los instrumentos psicométricos aplicados en la fase de evaluación inicial.

Informes
En los programas de intervención con hombres que ejercen violencia hacia su pareja que se implementan en un

FOCAD
28 Formación Continuada a Distancia
Consejo General de la Psicología de España

contexto penal los psicólogos deben emitir informes a los jueces responsables de la ejecución de las medidas penales.
El primero al iniciar el programa (Plan de ejecución), Un segundo informe como mínimo a los tres meses de programa
(Informe de seguimiento) y al finalizar el cumplimiento. El contenido de los informes suele incluir la información so-
bre la asistencia y evolución de los penados durante el tratamiento, así como, posibles incidencias. En caso de que se
produzca un abandono o cualquier otra incidencia durante la ejecución de la medida también existe obligación de
emitir un informe a la autoridad judicial pertinente.

REFERENCIAS
Andrews, D. y Bonta, J. (2010). The Psychology of Criminal Conduct (5th ed.). Cincinnati (EEUU): Anderson Publis-
hing Co.
Bowen, E. (2011). The rehabilitation of partner-violent men. Oxford: Wiley-Blackwell.
Echauri, J. A., Fernández-Montalvo, J., Martínez, M y Azkarate, J. M. (2013). Effectiveness of a treatment programme
for immigrants who committed gender-based violence against their partners. Psicothema, 25, 49-54.
Fernández-Montalvo, J., Echauri, J., Martínez, M. y Azcárate, J. M. (2011). Violencia de género e inmigración: un estu-
dio exploratorio del perfil diferencial de hombres maltratadores nacionales e inmigrantes. Behavioral
Psychology/Psicología Conductual, 19, 439-452.
García, J. J., Godoy, C., Llor, B. y Ruiz, J. A. (2014). Differential profile in partner aggressors: prison vs. mandatory
community intervention programs. The European Journal of Psychology Applied to Legal Context, 6, 69-77.
Graña. J. L. y Redondo, N. (2014). Programa de tratamiento psicológico con maltratadores en Instituciones Penitencia-
rias. Facultad de Psicología (UCM) y Secretaria General de Instituciones Penitenciarias.
Millana, L. (2011). Intervention programs for Spanish inmate aggressors convicted of domestic violence. The Open
Criminology Journal, 4, 91-101.
Pérez, M., Giménez-Salinas, A. y Espinosa, M. J. (2011). Evaluación del programa Violencia de Género: programa de
intervención para agresores en medidas alternativas. Madrid: Ministerio del Interior.
Redondo, N. (2012). Eficacia de un programa de tratamiento psicológico para maltratadores. (Tesis Doctoral). Univer-
sidad Complutense, Madrid.
Ruiz, S., Negredo, L., Ruiz, A., García-Moreno, C., Herrero, O., Yela, M. y Pérez, M. (2010). Violencia de Género.
Programa de Intervención para Agresores (PRIA). Madrid: Secretaría General de Instituciones Penitenciarias.
Suárez, A., Méndez, R., Negredo, L., Fernández, M. N., Muñoz, J. M., Carbajosa, P., Boira, S. y Herrero, O. (2015).
Programa de intervención para agresores de violencia de género en medidas alternativas PRIA-MA. Documentos
Penitenciarios 10. Madrid: Secretaría General de Instituciones Penitenciarias.
Ward, T. y Brown, M. (2004). The Good Lives Model and conceptual issues in offender rehabilitation. Psychology,
Crime & Law, 10(3), 243-257.

FOCAD
Formación Continuada a Distancia
29

También podría gustarte