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Tratamiento Grupal de Los Hombres Condenados
Tratamiento Grupal de Los Hombres Condenados
TRATAMIENTO GRUPAL DE
LOS HOMBRES CONDENADOS
POR UN DELITO DE
VIOLENCIA DE GÉNERO
SANTIAGO BOIRA SARTO
Psicólogo Especialista en Psicología Clínica. Profesor de
la Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo de la
Universidad de Zaragoza
PABLO CARBAJOSA VICENTE
Psicólogo Especialista en Psicología Clínica. Asesor en
violencia de género. Práctica privada
ISSN 1989-3906
Contenido
FICHA 1 ........................................................................................................... 21
Habilidades del terapeuta en la intervención con hombres condenados por
violencia de género
FICHA 2 ................................................................................................................................. 26
Evaluación e intervención con maltratadores condenados por un delito de violencia
de género en España: Programa PRIA
Consejo General de la Psicología de España
Documento base.
Tratamiento Grupal de los Hombres Condenados por un
Delito de Violencia de Género
1. INTRODUCCIÓN
La violencia contra las mujeres es un grave problema y un desafío para los gobiernos y la sociedad en su conjunto.
Se trata de un problema de salud pública y de clara vulneración de los derechos humanos de escala global. Además
como señala Langhinrichsen-Rohling, (2010), algunos temas clave como la definición penal de la violencia, la carac-
terización del hombre agresor o la eficacia de los programas de tratamiento han sido objeto de polémicas permanen-
tes entre los investigadores.
En el caso de España fue a partir de la Ley 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género
cuando se comienzan a tomar medidas definitivas basadas en una mayor visibilización del problema, la considera-
ción como crimen de este tipo de violencia y en el endurecimiento de las actuaciones contra los agresores.
No obstante, en relación con el tratamiento de los hombres y a pesar de las dificultades que implica la intervención
está constatado que si no media ningún tratamiento y, a pesar de que el agresor ingrese en prisión, la probabilidad de
que repita su comportamiento violento será alta (Boira, 2010). A través del tratamiento se busca la rehabilitación del
agresor y la reducción del riesgo de reincidencia para que la violencia no se repita en el futuro.
Existen múltiples razones que justifican la intervención (Echeburúa et al., 2004), la propia Constitución Española y la
Ley General Penitenciaria establecen que las penas tienen una función prioritaria de reeducación y reinserción social
del infractor. También existe la posibilidad de que la mujer continué la relación con el agresor con independencia de
que soliciten ayuda lo que implicaría, que si sólo se trata a la víctima, continuaría en una situación de riesgo. Ade-
más, el tratamiento del agresor es una forma de impedir que la violencia, se extienda más allá de la víctima a los otros
miembros del hogar, fundamentalmente a los hijos. Por último, si el hombre tras una separación vuelve a encontrar
pareja es muy posible que la conducta de malos tratos vuelva a repetirse. Todos estos son argumentos más que sufi-
cientes que justifican la necesidad de realizar tratamientos con los agresores.
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FIGURA 1
TIPOS DE VIOLENCIA
Fuente: Elaboración propia a partir del Programa de Intervención Familiar con Unidades Familiares en
las que se produce Violencia de Género. Gobierno de Aragón.
Por otra parte para entender la violencia dentro de la pareja es fundamental considerar la idea de proceso y dinámi-
ca de violencia. Tanto en el caso del daño psicológico como en el caso de la agresión física o sexual, el hombre suele
presentarlo como algo accidental utilizando mecanismos de negación, minimización y externalización de la respon-
sabilidad que dificultan la conciencia y mantienen el comportamiento (Lila, Gracia y Herrero, 2012). El comporta-
miento violento es intencional, estratégico y estructural e implica un modo y modelo de configurar la relación de
pareja. El componente estructural es esencial, la violencia no es un hecho aislado, es un intento sistemático, por parte
del agresor, de conseguir y mantener el poder utilizando para ello un comportamiento violento en sus distintas mani-
festaciones (Boira, 2010). Para ello, el agresor en función de la situación y del contexto podrá decidir tomar directa-
mente el control, infligir daño o mantener un permanente estado de intimidación y miedo. En este escenario, para
comprender la dinámica de la violencia son fundamentales las estrategias psicológicas de persuasión y coerción (Es-
cudero, Polo, López y Aguilar, 2005). Independientemente de la existencia de agresión física, la teoría de la persua-
sión coercitiva (Rodríguez-Caballeira et al., 2005) concede una enorme importancia al conjunto de estrategias de
presión psicológica orientadas al control de la víctima. En este contexto, que el hombre grite, ignore, insulte, despre-
cie o amenace tiene un componente contextual y estratégico.
En cuanto a cómo vive el agresor su propio comportamiento, en muchos casos, la percepción que tiene del daño
que inflige es limitada y se caracteriza por la ausencia de conciencia de problema. Esto incide en una comprensión
muy distorsionada de la situación y en una deficiente capacidad empática para ponerse en el lugar de la mujer (Ro-
mero-Martínez, Lila, Catalá-Miñana, Williams y Moya-Albiol, 2013). Este tema es uno de los primeros y principales
obstáculos en el proceso de rehabilitación: conseguir que reconozcan su problema de violencia y generar empatía ha-
cia la víctima. Estos, serán elementos fundamentales para el diseño de cualquier estrategia de intervención y, por tan-
to, un punto crítico también a la hora de trabajar con los agresores en un tratasmiento grupal.
Finalmente, el marco explicativo de la violencia dentro de la pareja es diverso y han ido surgiendo distintas teo-
rías que se podrían agrupar en tres grandes grupos: aquellas que acentúan la causa de la violencia en variables
intrapersonales, las que la explican a través de variables interpersonales y las que colocan la causa de la violen-
cia fundamentalmente en variables de carácter sociocultural. En el ámbito de las explicaciones socioculturales,
hay que destacar las que tienen como punto de partida la perspectiva de género y que atribuyen la violencia a la
diferencia histórica de poder establecida entre hombres y mujeres como consecuencia de la influencia de una
ideología patriarcal dominante.
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Asumida por la Organización Mundial de la salud (2003), del conjunto de estas teorías cabe destacar la perspectiva
ecológica la cual permite desde los diferentes sistemas que maneja una aproximación global para explicar este tipo de
violencia. Así, es posible identificar los sistemas de valores de una determinada comunidad valorar aspectos como la
influencia la cultura patriarcal o la religión (macrosistema), el papel de las instituciones o el Estado (exosistema) o las
relaciones familiares, el vecindario o la respuesta de los profesionales que intervienen en los casos de violencia (micro
sistema). Este marco teórico global permite incorporar las distintas variables intrapersonales, interpersonales o de ca-
rácter sociocultural.
Las posibles explicaciones de la violencia de género ofrecidas desde los distintos investigadores han influido en el
diseño de distintos tipos de programas de tratamiento. De hecho como señalan Murphy y Eckhardt (2005), los princi-
pales programas de tratamiento se podrían clasificar en: 1) socioculturales, de carácter psicoeducativo y con un enfo-
que de género, 2) cognitivo-conductuales, con base en la teoría de aprendizaje social, 3) modelos psicodinámicos,
centrados en aspectos psicopatológicos o traumáticos relacionados con el apego y 4) programas basados en plantea-
mientos sistémicos. A pesar de esta amplia variedad de posibilidades, el tipo de tratamiento que predomina en la ac-
tualidad es de carácter cognitivo conductual con enfoque de género.
Comportamiento
Deseabilidad social. El hombre presenta una doble fachada mostrando en su entorno social una imagen de sí mismo
positiva y socialmente adaptada. Las personas con las que se relaciona tienen de él también una imagen positiva pero,
paradójicamente, dentro del entorno familiar muestra una cara violenta, agresiva, dominante e intolerante. Tener en
cuenta esta característica es esencial en caso del proceso judicial, el agresor puede presentarse en el juicio o ante el
los profesionales como una persona amable y preocupada por su familia y dando la imagen de ser él la víctima. Ade-
más, cuando llegan a tratamiento el miedo a las consecuencias legales refuerza este esfuerzo por negar los comporta-
mientos violentos y presentar una imagen positiva de sí mismos.
Control de impulsos. Algunos agresores presentan un déficit en el control de impulsos. El déficit puede ser generali-
zado o en caso de presentar el comportamiento denominado de “doble fachada” derivado de la deseabilidad social se
produce un control selectivo. Por un lado, en los entornos sociales la persona si realiza un autocontrol adecuado, pe-
ro en el entorno familiar se producen los comportamientos disfuncionales y violentos.
Repetición de la violencia con otras parejas. El hombre que agrede a su mujer probablemente lo hará en el futuro
con las nuevas relaciones con lo que resulta esencial realizar una intervención que modifique esas pautas ya que, de
otro modo, la violencia se perpetuará.
Abuso de sustancias. Es habitual que los hombres participan en los tratamientos presenten problemas de consumo
abusivo de alcohol, no obstante, el uso o abuso de cocaína y otros tipos de sustancias puede presentarse en alguno de
los casos. Es importante no asociar directamente este consumo como causa del maltrato aunque, en todo caso, el al-
cohol u otro tipo de drogas pueden ser un precipitante del acto de agresión y deben ser analizados junto con el resto
de problemáticas.
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Parte de este apartado está tomado de Carbajosa y Boira (2014).
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Pensamiento/ Cognición
Distorsiones cognitivas sobre la mujer, las relaciones de pareja y el uso de la violencia. Es común que los agresores
presenten definiciones rígidas de los roles masculinos y femeninos y así como distorsiones sobre la tolerancia al uso
de la violencia. En sus creencias y pensamientos se detectan numerosos sesgos cognitivos, sobre los roles sexuales, la
inferioridad de la mujer o ideas distorsionadas que legitiman la violencia como forma válida de resolver los conflictos.
Así es posible encontrarse con expresiones del tipo: “todas las mujeres son iguales…” o “Si alguien me falta al respeto
pues yo respondo...”.
Rigidez cognitiva. En relación a cómo perciben los conflictos, los pensamientos que manejan los agresores son ex-
tremos. Sólo hay dos posibilidades ganar o perder analizando los problemas desde un único punto de vista dicotómi-
co: todo o nada. El agresor cree que su idea es la correcta y piensa que todo debe hacerse como él dice desde su
creencia de que es la única forma de abordar la situación. Les cuesta concebir que pueda haber otros modos de hacer
las cosas y que su visión no sea la única. Este tipo de pensamientos le llevará a tratar de imponer su criterio y a reac-
cionar de manera violenta ante situaciones de conflicto. Desde el prisma desde donde miran la realidad, su tendencia
va a ser siempre a equiparar conflicto con violencia siendo mínima su capacidad de negociación: “yo tengo razón y
el otro debe darse cuenta y ceder…”
Mecanismos de defensa en relación al comportamiento violento. Los agresores presentan diferentes grados de reco-
nocimiento de su comportamiento violento. En algunos casos se niega totalmente el haber ejercido violencia, en
otros, se minimiza la gravedad y las consecuencias. Además, presentan todo tipo de justificaciones y estrategias para
eludir y externalizar la responsabilidad de su comportamiento.
Rumiación del pensamiento. Este tipo de pensamientos son típicos cuando aparecen emociones de enfado o de ce-
los. Pensamientos negativos y distorsionados circulares que van produciendo una acumulación de emociones negati-
vas. Los pensamientos negativos y distorsionados retroalimentan las emociones negativas, hasta que se produce una
explosión en un comportamiento de violencia.
Emociones
Baja autoestima. Baja valoración de sí mismos. En algunos casos, el que el agresor asuma un rol rígido de género de
lo que significa ser un hombre, un “auténtico hombre”, les hace aparentar una falsa seguridad que esconde la depen-
dencia de la pareja, su inseguridad y bajos niveles de satisfacción consigo mismo.
Restricción emocional y racionalización de los sentimientos. La restricción en la expresión de las emociones es una
característica de la cultura machista, el hombre debe reprimirlas y autocontrolarlas y no puede exteriorizar el dolor, el
temor o la tristeza. Este rasgo cultural es asumido rígidamente por el hombre que maltrata. La persona no expresa sus
emociones, las racionaliza y, por ello, acumula sus sensaciones negativas hasta que explota en un acto de violencia.
Estos hombres presentan grandes dificultades en la identificación y expresión de sus emociones. Cuando se les pre-
gunta sobre cómo se sienten se mueven en dos polos: mal o bien. Nuevamente, el rango de posibilidades es dicotómi-
co siendo incapaces de diferenciar entre las diferentes emociones y sus diferentes grados de intensidad.
Baja empatía. Estos hombres, presentan grandes dificultades para comprender y entender lo que el otro siente o
piensa. La persona sólo observa su punto de vista sin ponerse en el lugar del otro.
Dependencia, Inseguridad y celos. En algunos casos la baja autoestima e inseguridad interna, desemboca en la de-
pendencia afectiva. Aparece el miedo a perder la pareja desarrollando celos desmedidos y comportamientos de con-
trol para tratar de evitar ser abandonados.
Baja tolerancia a la frustración/ira. Finalmente, también se identifican dificultades para aceptar las frustraciones
diarias y las críticas o pensamientos distintos al suyo que producen habituales emociones negativas e ira despropor-
cionadas.
Aspectos interaccionales
Aislamiento social. La dificultad de establecer relaciones de intimidad o contacto afectivo suele ser un elemento fre-
cuente en las relaciones interpersonales de estos hombres. Aunque cuando se les pregunta expresan tener relaciones
con mucha gente, éstas suelen ser superficiales. Las dificultades emocionales ya descritas anteriormente, el hecho de
no necesitar apoyos (que frecuentemente ellos lo viven como una debilidad) y un estilo rígido de pensamiento pueden
llevar aparejado una situación de aislamiento social.
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Conductas controladoras y manipuladoras. El agresor busca manipular y dominar a su víctima. Cuando siente que
pierde el control aparecen los comportamientos violentos de carácter psicológico o físicos para tratar de mantener la
situación de dominio y de control.
Déficit de habilidades de comunicación, asertividad, y de solución de problemas. Derivada de todas las características
anteriores (falta de empatía, rigidez...) tienen gran dificultad para expresar los pensamientos y las emociones y de mostrar
habilidades eficaces de resolución de problemas. Habitualmente aparecen grandes déficits de asertividad y en su capaci-
dad de negociación. A la hora de relacionarse, los comportamientos pasivo agresivos o impulsivos son los patrones más
habituales. Al no resolver de manera adecuada los conflictos cotidianos en sus diferentes entornos (trabajo, familia, pare-
ja…), se convierten en una fuente de estrés constante que tiende a reforzar el comportamiento violento.
Inhabilidad para resolver conflictos de forma no violenta en el hogar y evitación negación de los conflictos extrafa-
miliares. Este rasgo está íntimamente relacionado con la incapacidad ya comentada de comunicar emociones y sopor-
tar los conflictos. Suelen tener la fantasía de que para estar bien no se deben tener conflictos; en los ámbitos
extrafamiliares rehuyen de ellos, no los enfrentan, y, por ello, acumulan el malestar que les genera y lo vuelcan con
sus parejas. Ante los conflictos mantienen dos actitudes extremas: o se callan y evitan resolverlos o agreden para im-
poner su criterio.
Finalmente, para terminar este apartado es necesario tener presente que después de repasar las características gene-
rales de los agresores de género que participan en los tratamientos estas no son generalizables ni están presentes en
todos ellos ni se presentan de la misma manera. Por ejemplo, no todos los agresores presentan una “doble fachada”.
En aquellos casos que la persona es muy impulsiva y presenta comportamientos de violencia generaliza (no sólo con
la pareja) no se dará esta última característica. Este tipo de agresores reaccionan de manera impulsiva y agresiva ante
cualquier conflicto con cualquier persona y no los evitan. Esto quiere decir que se comportan de manera violenta en
todos los entornos (familiar, social, laboral) y utilizan la violencia como respuesta habitual ante de conflictos que se le
presentan.
Modelos familiares
En cuanto a la existencia de exposición de modelos de violencia en la familia de origen, las cifras de las investiga-
ciones españolas sobre los maltratadores que han sido víctimas o testigos de violencia en su familia de origen varían
entre un 13% y un 30% dependiendo de si provienen de agresores en programas en comunidad o en prisión (Loinaz,
Echeburúa y Torrubia, 2010; Pérez, Giménez-Salinas y Espinosa, 2011). De manera que aunque no es un factor deter-
minante del comportamiento de estas personas sí se debe tener en cuenta en la intervención con los casos que han
crecido en este tipo de entornos.
Características psicopatológicas
Los agresores no presentan habitualmente enfermedades mentales siendo plenamente conscientes de sus actos. A
pesar de ello, pueden presentar en algunos casos consumo abusivo de alcohol, otras adicciones y rasgos o trastornos
de personalidad. Los rasgos y trastornos de personalidad que aparecen más habitualmente según Pérez y Montalvo
(2013) son:
La psicopatía o trastorno antisocial de la personalidad. Se caracteriza por la manipulación falta de empatía en las
relaciones interpersonales y la ausencia de remordimiento ante el dolor causado y genera la aparición de conductas
violentas y crueles. Si el agresor es un psicópata, tendrá tendencia a plantear exigencias irracionales, a no sentir apego
hacia hacia los hijos, abusara del alcohol o de las drogas, sin amigos y su comportamiento se orientará siempre a su
propio beneficia, manipulando y utilizando a los demás (Echeburúa y FernándezMontalvo, 2007).
El trastorno borderline. En el que es frecuente la impulsividad, la inestabilidad emocional y un sentimiento de vacío.
Es frecuente la aparición de conductas impredecibles en la relación de pareja (Anita, O’Leary, Graña, y Foran, 2014;
Huss y Langhinrichsen-Rohling, 2006).
El trastorno paranoide. En el que están presentes la desconfianza y los celos de manera constante lo que va a provo-
car también permanentes incidentes con la pareja.
El trastorno narcisista. En el que la persona está sujeta a una estimación permanente. Este trastorno comparte algu-
nas características con el trastorno antisocial como la manipulación pero en este caso dominan la prepotencia y el
sentimiento de grandeza.
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En resumen, como señalan Echeburúa y Amor, (2016) es posible identificar cuatro dimensiones de personalidad im-
plicadas en este tipo de comportamientos violentos: la impulsividad, la falta de regulación emocional, el narcisismo y
las amenazas al yo y, por último, el estilo de personalidad paranoide.
No obstante, es importante tener en cuenta que estos trastornos pueden aparecer como la estructura característica de
la personalidad del agresor o, simplemente, como rasgos o tendencias de la persona. Los rasgos o tendencias también
pueden aparecer solos o combinados entre ellos. Por ejemplo, una persona puede presentar algún comportamiento
antisocial de saltarse normas (conducción temeraria, hurtos, etc.) y manipular alguna situación en su beneficio, pero
no presentar dicha conducta de una manera estable y constante, es decir, este comportamiento no define su persona-
lidad, en este caso hablaríamos de rasgos y no de trastornos.
Como se verá a continuación se han establecido tipologías teniendo en cuenta las asociaciones más comunes entre
estos rasgos de personalidad y otras características.
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Munroe, Meehan, Herron, Rehman y Stuart, 2000). Así, es posible identificar estos grupos de agresores tanto en los
que son tratados en la comunidad como los que están condicionados judicialmente a realizar un programa (Eckhardt,
Holtzworth-Munroe, Norlander, Sibley y Cahill, 2008). En muestras europeas, estudios recientes muestran subgrupos
de agresores similares a los de esta tipología, con agresores condicionados judicialmente a realizar el programa (John-
son et al., 2006; Thijssen y de Ruiter, 2011).
Por otra parte, un reciente estudio de español con muestras mixtas de penados en medidas y penas alternativas
(MPA) y que están cumpliendo su pena en prisión analiza los perfiles de agresores en función del riesgo de reinciden-
cia a partir de la tipología planteada por Holtzworth-Munroe y Stuart. Los resultados muestran tres perfiles de agreso-
res según su riesgo de reincidencia que se relacionan con dicha clasificación. Los agresores de alto riesgo coinciden
con el tipo disfóricos/borderline (DB), los agresores de riesgo medio con el tipo antisocial de bajo nivel (LLA) y el gru-
po de menor riesgo con el tipo de agresores limitados al ámbito familiar (FO) (Llor-Esteban, García-Jiménez, Ruiz-Her-
nández y Godoy-Fernández, 2016).
Otros trabajos en España han realizado también estudios de tipologías. La primera clasificación de tipologías en
nuestro país la realizaron Fernández-Montalvo y Echeburúa (1997) con maltratadores que acudían voluntariamente a
tratamiento en comunidad. Al igual que la tipología anterior, se clasificaron a los maltratadores en función de la ex-
tensión de la violencia y del perfil psicopatológico presentado:
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En Prisión
Características del tratamiento
4 Condena y cumplimiento dentro de los Centros Penitenciarios. Son programas voluntarios que se les ofrecen a los
internos condenados por estos delitos.
4 Suele realizarse en la última parte de la condena previamente a la salida en Prisión.
4 Se establecen mecanismos de protección de las víctimas si la persona sale de permiso, durante el proceso de excar-
celación.
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do resultados discretos, especialmente en aquellos CARACTERISTICAS No hay denuncia o Primer delito menor Delitos de mayor
casos en los que el tratamiento debe realizarse obli- DEL DELITO condena de dos años de gravedad o
prisión reincidencia
gatoriamente (Babcock, Green y Robie, 2004; Fe-
der y Wilson, 2005; Murphy y Ting, 2010; Sartin, TIPO DE Programa voluntario Programa como Programa voluntario
PROGRAMA obligación judicial
Hansen y Huss, 2006; Saunders, 2008).
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Quizás las preguntas más habituales en relación a estos programas son ¿realmente funcionan? ¿Estas personas pue-
den cambiar? Lo cierto es que los programas para agresores en España han sido evaluados en diferentes investigacio-
nes en los tres tipos de contextos de intervención. Todos los estudios muestran cambios positivos en los agresores.
Respecto a los programas voluntarios en comunidad, uno de los estudios más relevantes fue el realizado por Echebu-
rúa, Sarasua, Zubizarreta y Corral (2009). Los autores evaluaron los resultados de 196 sujetos en comunidad que parti-
ciparon voluntariamente (sin medidas judiciales) en un programa de tratamiento individual para hombres violentos
contra la pareja. Tras realizar el tratamiento se realizó un seguimiento de 1 año, con controles periódicos.
Los principales resultados de esta investigación mostraron una elevada tasa de abandonos y rechazos del tratamiento
(88 sujetos) y un elevado éxito terapéutico de los agresores que finalizaron el tratamiento. En concreto, en el 88% de
la muestra tratada habían desaparecido los episodios de maltrato en la evaluación posterior al tratamiento. De espe-
cial importancia en este estudio es la utilización de la información aportada por el agresor y por la víctima para consi-
derar el éxito del tratamiento. En relación a otras variables analizadas se produjo un aumento de la empatía y de la
autoestima, una corrección de las distorsiones cognitivas y una disminución al cabo de 1 año de la terminación del
tratamiento de los síntomas psicopatológicos (ansiedad, depresión, ira e inadaptación a la vida cotidiana).
Como se observa en este estudio, uno de los problemas más relevantes en el contexto de los programas voluntarios
realizados en la comunidad es el alto índice de abandono. De ahí que existe un gran interés actual para determinar
estrategias para aumentar la motivación de los agresores.
En relación con el programa de tratamiento llevado a cabo en las prisiones españolas, estos mismos autores, publica-
ron un estudio sobre la eficacia de la intervención llevada a cabo con hombres encarcelados por haber cometido un
delito grave de violencia contra la pareja. La muestra constó de 148 hombres que cumplían condena en 18 cárceles
españolas. Los resultados más relevantes obtenidos en esta investigación fueron, que el tratamiento resultó eficaz para
la modificación significativa de los sesgos cognitivos tanto sobre la inferioridad de la mujer como sobre la violencia
como forma válida de afrontar las dificultades cotidianas. Asimismo, los sujetos tratados experimentaron una reduc-
ción de los síntomas psicopatológicos, de la impulsividad y de la ira, así como un aumento significativo en la autoesti-
ma (Echeburúa y Fernández-Montalvo, 2009).
Por último, en el contexto en el que el programa se ejecuta de manera obligatoria para el penado como MPA, en
2011 se realizó un amplio estudio para medir la eficacia del nuevo programa Marco (PRIA). Las muestras fueron reco-
gidas en 14 Servicios de Gestión de Penas y Medidas Alternativas y se evaluó a 770 usuarios condenados por un deli-
to de violencia de género y que realizaron este programa en la comunidad. Los resultados más relevantes obtenidos
en esta investigación reflejaron que al finalizar el programa los agresores manifestaban menores niveles de actitudes
sexistas, celos, conflictos de pareja, menores niveles de ira y un mejor control y expresión de esta, menor hostilidad y
abuso emocional sobre la pareja; Además presentaron mayores niveles de calidad en la relación de pareja, de asun-
ción de la responsabilidad de los hechos delictivos cometidos y de empatía. Finalmente, también se evaluó la reinci-
dencia teniendo en cuenta si se habían presentado nuevas denuncias por delitos de violencia de género (desde 6
meses después de terminar el programa hasta 1 año y medio). El resultado fue que sólo 29 sujetos fueron nuevamente
denunciados, lo que equivale al 4,6% de todos los penados tratados (Pérez, Giménez-Salinas y Espinosa, 2011).
En definitiva, los estudios realizados en nuestro país sobre la eficacia de estos programas muestran en general resul-
tados positivos. No obstante, teniendo en cuenta las graves consecuencias que tiene que un agresor no se rehabilite,
abandone un programa y vuelva a reincidir en su comportamiento violento, todos los esfuerzos son pocos para la me-
jora de la calidad los tratamientos. Las propuestas de mejora actuales se dirigen a reducir los niveles de abandono, au-
mentar la capacidad de detectar los subgrupos de agresores con perfiles más resistentes al tratamiento, a utilizar
grupos de control en las evaluaciones y a encontrar una mejor adaptación de los programas a las distintas característi-
cas de los agresores.
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Este apartado está tomado de Boira, Carbajosa y Lila (2014).
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Motivación
La primera de ellas es la baja motivación inicial con la que el penado acude al tratamiento como consecuencia, en
parte, de la obligación judicial de realizarlo y evitar así el ingreso en prisión (Taft et al., 2004). En este contexto, el
participante en el programa no se incorpora con una motivación interna y genuina de resolver su problema (Kristen-
macher y Weiss, 2008). Además, su predisposición al cambio no es uniforme y el hecho de participar en el programa
no garantiza que se comience a cambiar (Eckhardt, Babcock y Homack, 2004).
Ajuste Psicosocial
Algunos estudios han señalado la existencia de una elevada prevalencia de sintomatología depresiva entre los hom-
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bres que se encuentran participando en programas de intervención para maltratadores (Graham, Bernards, Flynn,
Tremblay y Wells, 2012; Novo et al., 2012), sugiriendo la necesidad de tratar dicha sintomatología con el fin de redu-
cir el riesgo de reincidencia. Igualmente, algunos estudios indican que los maltratadores tienden a tener una imagen
distorsionada de sí mismos (e.g., Dutton y Golant, 1997; Murphy, Stosny y Morrel, 2005). En este sentido, las inter-
venciones para mejorar el ajuste psicológico de los maltratadores podrían incluir estrategias encaminadas a desarro-
llar una autoimagen y una autoestima ajustadas a la realidad y adaptativas (Lee, Sebold y Ukel, 2003; Murphy et al.,
2005; Redondo, Martínez-Catena y Andrés-Pueyo, 2012).
En un reciente estudio realizado por Lila, Gracia y Murgui (2013), se sugiere que, no sólo el ajuste psicológico debe
ser un objetivo potencial en los programas de intervención con maltratadores, sino también sus determinantes psico-
sociales. Entre los determinantes del ajuste, estos autores destacan el apoyo social y los eventos vitales estresantes. El
aislamiento social (o la ausencia de una red de apoyo social) y la acumulación de eventos vitales estresantes, que ca-
racterizan a buena parte de los penados que acuden a los programas de intervención, se encuentran relacionados con
el desajuste psicológico y la conducta violenta de manera que, no sólo incrementan la probabilidad de ocurrencia de
la misma, sino también su continuidad en el tiempo (Gracia, Herrero et al., 2009; Lanier y Maume, 2009; Silver y Te-
asdale, 2005). El apoyo social puede ayudar a resolver los conflictos en las relaciones íntimas y funcionar como un
factor protector. En este sentido, el apoyo social puede ayudar a afrontar de forma más adecuada los eventos vitales
estresantes y proporcionar a la pareja los recursos necesarios para solucionar los conflictos (Silver y Teasdale, 2005).
Sin embargo, a pesar del potencial de estas variables, exceptuando unos pocos estudios (e.g., Choi, Cheung y Cheung,
2012; Lila, Oliver, Lorenzo y Catalá, 2013; Lila, Gracia et al., 2013), no se encuentra en la literatura científica investi-
gaciones que examinen el estrés y el apoyo social en los hombres condenados por violencia contra la mujer en las re-
laciones de pareja. Sería interesante explorar estrategias de intervención novedosas en este ámbito tales como, por
ejemplo, promover la relación de los penados con miembros de su comunidad con actitudes no tolerantes con la vio-
lencia, o promover las relaciones de apoyo entre los participantes de un grupo de intervención. Evidentemente, hay
que tomar precauciones al utilizar estas estrategias, en la medida que algunas investigaciones señalan que en el caso
de los maltratadores es habitual encontrar entre sus redes de apoyo miembros que toleran o condonan la violencia en
las relaciones de pareja (Agoff, Herrera y Castro, 2007; Choi et al., 2012; Lila, Oliver, Lorenzo et al., 2013). El profe-
sional debe estar especialmente alerta ante este tipo de relaciones en la intervención grupal para minimizar su impac-
to. Por otra parte, en relación a los eventos vitales estresantes, es frecuente que entre los objetivos de la terapia se
encuentre el entrenamiento en estrategias de afrontamiento, técnicas de control de estrés, restructuración cognitiva y
técnicas de solución de problemas, así como otras técnicas tradicionalmente utilizadas en los acercamientos cogniti-
vo-conductuales, que pueden ayudar a los penados a afrontar los eventos vitales estresantes y resolver los conflictos y
problemas de una forma más adaptativa y exenta de violencia.
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fuentes de información colaterales de los distintos organismos ocupados del seguimiento de estos casos (Policía, Servi-
cio de atención y protección de víctimas, organismos judiciales), así como los datos recogidos en la sentencia (Hen-
ning et al., 2005; Quinteros y Carbajosa 2008).
Finalmente, un aspecto a tener en cuenta por parte del terapeuta para la creación y fomento de una buena cohesión
grupal son los aspectos que los penados valoran positivamente del programa. Entre ellos, destaca el ambiente de apo-
yo generado en el grupo. Respecto a los diferentes contenidos que se incluyen en estos programas se valoran los rela-
cionados con la responsabilidad sobre su comportamiento, la motivación para cambiar, el control de la ira y
autocontrol, así como las estrategias para poder evitar la violencia en el futuro (Boira, López et al., 2013).
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REFERENCIAS
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20 Formación Continuada a Distancia
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Ficha 1.
Habilidades del terapeuta en la intervención con
hombres condenados por violencia de género1
Teniendo en cuenta los elementos de análisis del marco conceptual de Ross, Polaschek, D. y Ward (2008) y los pre-
supuestos de Lehmann y Simmons (2009), el objetivo de esta ficha es describir las habilidades y técnicas básicas que
necesita el terapeuta para tratar de mejorar la intervención en un contexto coercitivo con maltratadores. Para ello, se
han revisado las principales aportaciones internacionales que identifican las dificultades que pueden presentarse en la
intervención con hombres violentos con la pareja y se han recogido las principales técnicas y estrategias que se han
propuesto para afrontar este complejo escenario de tratamiento. Asimismo, se han revisado las escasas aportaciones
que hasta la fecha se han realizado en España en relación a este tema.
En el texto base se expusieron las principales dificultades identificadas por los investigadores en la intervención con
hombre condenados por violencia contra la pareja. Dichas dificultades se agruparon en tres áreas en función de su
origen: el contexto en el que el programa se realiza, las características del agresor y los factores relacionados con el
terapeuta.
La especificidad que supone la intervención con hombres condenados por violencia de género va a exigirle al terapeuta
una serie de habilidades personales, competencias técnicas que le permitan afrontar con garantía el proceso terapéutico.
Uno de los elementos claves de cara a la efectividad de una determinada habilidad o técnica será el análisis del momen-
to del proceso en el que se encuentra el agresor y su predisposición hacia el cambio. En este apartado se identifican las
habilidades que deben formar parte del repertorio del terapeuta teniendo en cuenta esta premisa.
1
En contenido de esta ficha es una síntesis de: Carbajosa, Boira y Tomás-Aragonés (2013)
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21
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el proceso emocional asociado que vive el penado al pasar por estas situaciones (rabia, impotencia, vergüenza y mie-
do a la pérdida de la pareja y de los hijos). El conocimiento de estos procesos le permitirá asesorar al penado en las
decisiones que debe tomar y conectar de manera empática con sus vivencias. A menudo, el impacto emocional de to-
das estas experiencias –y en mayor medida en el caso de juicios rápidos–, provoca que el maltratador se encuentre
muy confuso en un contexto en el que a menudo desconoce la dinámica judicial y sus consecuencias. Atender con
genuino interés, ofrecer un espacio en el que expresar todas las emociones acumuladas y orientarles sobre su situa-
ción ayuda a generar un vínculo de confianza crucial para establecer la primera base de la alianza terapéutica. En es-
te sentido, la percepción del penado de que el terapeuta es competente (al conocer el proceso por el que están
pasando) y que está implicado en su proceso aumentará su motivación, las posibilidades de establecer una buena
alianza terapéutica y la posible efectividad de la intervención (Ackerman y Hilsenroth 2003; Ross, Polaschek, y Ward
2008). El agresor, en definitiva, debe creer y sentir que el terapeuta puede ayudarle a avanzar en el proceso terapéuti-
co (Taft y Murphy 2007).
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22 Formación Continuada a Distancia
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ner una posición empática y de apoyo para tratar de romper con la creencias del penado de que las relaciones se ba-
san en el control y coerción (Murphy y Baxter 1997). Asimismo, debe ser asertivo y mantener una actitud de seguri-
dad para manejar la agresividad dirigida hacia él y poner límites a este tipo de situaciones. En este sentido, Levesque
(2006) propone como estrategia específica para la gestión de la reactancia psicológica del penado (respuesta a la pre-
sión de cambio con una postura de enfado o negativista), recordar al agresor que puede elegir si desea o no hacer
cambios y que tiene la opción de aceptar o rechazar lo que el programa le puede ofrecer.
Como ya se apuntó, otra de las resistencias características de los agresores son los altos niveles de deseabilidad so-
cial. En un contexto de obligatoriedad, la habilidad del terapeuta para discriminar la veracidad del discurso es esen-
cial. Así, una de las herramientas que pueden ayudar al terapeuta puede ser el entrenamiento en credibilidad del
testimonio y en el manejo de técnicas como el Análisis de Contenido Basado en Criterios (CBCA) de Steller y Köhnken
(1994). Este listado, fue inicialmente concebido para valorar el testimonio de menores víctimas de agresiones sexua-
les, pero que también ha resultado ser efectivo con adultos (Arce y Fariña 2005). Del mismo modo, también puede re-
sultar de gran utilidad que el terapeuta sea capaz de integrar en la evaluación las distintas fuentes de información a las
que pueda tener acceso (Henning y Holdford 2006). En este sentido, los datos que aportan los informes policiales, la
propia sentencia y organismos que atiendan a las víctimas, servirán para elaborar las estrategias de intervención y ha-
cer frente a las posibles discrepancias en el discurso de los agresores.
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TABLA 1
HABILIDADES DE TERAPEUTA
Definición del contexto de Claridad Definición firme de las condiciones del programa y establecimiento de los límites de la relación
la intervención
Información clara y precisa al agresor sobre los límites de la confidencialidad, la emisión de informes y la
comunicación de incidencias al juzgado
Ofrecimiento al penado la posibilidad de compaginar el contexto coercitivo con el establecimiento de una relación
de ayuda que le aporte beneficios y mejore su situación personal
Conocimiento Compresión de las características del procedimiento penal, el marco jurídico en el que se realiza la terapia y de
las posibles consecuencias para el penado
Confianza Establecimiento de un clima de confianza inicial libre de prejuicios que evite la confrontación en el que poder
identificar problemas y expresar las emociones acumuladas
Gestión de la relación con Flexibilidad Adaptación de las técnicas y el estilo de interacción con el penado a su proceso de cambio
el penado
Mantenimiento de un equilibrio entre el cuestionamiento y la escucha evitando la confrontación directa en las
etapas iniciales de la terapia
Empatía Comprensión de la experiencia que el penado trae a la intervención sin justificar ni reforzar el delito cometido
Asertividad Manejo adecuado de los mecanismos de defensa del penado y de sus posibles actitudes hostiles
Actitud de ayuda Refuerzo de la consecución de pequeños cambios, de la búsqueda autónoma de soluciones y de su generalización
fuera de la terapia
Reflexividad del terapeuta Equilibrio Manejo equilibrado y estratégico de la duplicidad de roles alternando el nivel de firmeza necesario para el
desarrollo del seguimiento judicial y una actitud de apoyo e interés genuino
Gestión emocional Adecuado autocontrol y gestión emocional ante las posibles actitudes hostiles y de manipulación del penado
Autocuidado Actitud de autocuidado que evite el cansancio emocional ante la necesidad de reajustar continuamente las
expectativas sobre la terapia y el modo de interacción con el penado
Género Revisión de las propias actitudes respecto a las creencias de género y la violencia contra la mujer
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Formación Continuada a Distancia
25
Consejo General de la Psicología de España
Ficha 2.
Evaluación e intervención con maltratadores condenados por
un delito de violencia de género en España: Programa PRIA1
En España pese a que en existen distintas propuestas teóricas y prácticas de intervención con hombres que agreden a
su pareja (Ver Millana, 2011), el principal programa de tratamiento que se aplica a la mayor parte de los agresores es
el “Violencia de género: Programa de intervención de agresores, (PRIA)” (Ruiz et al., 2010). Hasta este año era el pro-
grama Marco de intervención a nivel estatal para los programas desarrollados en el interior de las prisiones y para los
agresores que cumplen MPA. A pesar de ser evaluado recientemente con buenos resultados en relación a su eficacia
(Pérez Ramírez, M., Giménez-Salinas y Espinosa, 2013). Estudios recientes han contrastado que existen diferencias en-
tre los agresores que realizan el PRIA que en prisión o en libertad como consecuencia de una MPA en relación a nive-
les de riesgo, características de personalidad, ajuste psicológico, criminalidad. (Fernández-Montalvo, Echauri,
Martínez y Azcárate, 2012; Echauri, Martínez, Fernández-Montalvo y Azcárate, 2011; García, Godoy, Llor y Ruiz,
2014; Redondo, 2012; Graña y Redondo, 2014). Además, el propio contexto de intervención -prisión o libertad, vo-
luntariedad o no del programa-, también diferencia el potencial riesgo a gestionar por parte de los profesionales. Esta
realidad ha hecho necesario una reciente adaptación del programa PRIA para su aplicación específica en el contexto
de Medidas Penales Alternativas: “Programa de intervención con agresores de violencia de género en Medidas Pena-
les Alternativas (PRIA-MA)” (Suárez et al., 2015). El nuevo PRIA-MA es una revisión, actualización y ampliación del
programa, publicado por la Secretaria General de Instituciones Penitenciarias en 2010. Este programa atendiendo al
número de penados que lo realizan al año es el de mayor extensión a nivel nacional.
Objetivos
El objetivo general de este programa es erradicar cualquier tipo de conducta violenta dirigida hacia la pareja e hijos,
así como la modificación de actitudes y creencias de tipo que mantengan estos comportamientos. De manera especí-
fica el programa se busca conseguir:
1
El contenido de esta ficha es una síntesis de la propuesta de tratamiento del Programa de intervención para agresores de violencia
de género en medidas alternativas PRIA-MA (Suárez et al., 2015).
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4 Facilitar la adherencia y receptividad al tratamiento y motivación hacia el cambio por parte de los penados me-
diante un enfoque positivo del tratamiento.
4 Aumentar la conciencia de las consecuencias de los abusos cometidos tanto hacia la pareja como hacia los hijos.
4 Aumentar la conciencia sobre las emociones de los penados y empatía hacia los demás.
4 Modificar ideas y creencias distorsionadas sobre roles de varón y mujer y que justifican el uso de la violencia.
4 Reconocer y responsabilizarse de su comportamiento violento y de las consecuencias del mismo.
4 Modificar aquellos factores de riesgo dinámicos relacionados con agresores de género.
4 Introducir mejoras en el funcionamiento psicológico de los participantes.
4 Implementar creencias, estrategias y habilidades que eviten la reincidencia en los comportamientos violentos.
4 Desarrollar habilidades prosociales para la resolución de conflictos.
4 Generar actitudes y conductas igualitarias en las relaciones de pareja.
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dad semanal. Se realiza en grupos cerrados no superiores a 12 usuarios. En caso necesario se puede adaptar a formato
individual.
Temática Sesiones
1. Inteligencia Emocional 3
2. Pensamiento y Bienestar 3
3. Género y nuevas masculinidades 2
4. Habilidades de autocontrol y gestión de la ira 4
5. La capacidad de ponernos en el lugar de los demás: la empatía 3
6. Cuando sentimos miedo de perder a alguien: los celos 4
7. Antídotos contra la violencia psicológica 4
Sección I: Intimidación, amenazas, coacción y abuso emocional.
Sección II: Aislamiento
Sección III: Abuso económico
8. Afrontando la ruptura y construyendo relaciones de pareja sanas 4
9. Pensando en los menores 3
10. Afrontando el futuro 2
A lo largo de la Fase de Intervención, se llevan a cabo también sesiones y ejercicios para revisar y afianzar el PMI de
cada uno de los participantes. Una sesión individual a mitad del programa y otra grupal de revisión de objetivos in-
corporados en el plan y otra grupal de la evolución y cambios realizados en estas áreas a lo largo del proceso de in-
tervención por todos los miembros del grupo.
3. FASE DE SEGUIMIENTO
Al mes de terminar la fase de intervención se realiza una 1 sesión individual de seguimiento individual con cada pe-
nado para afianzar los logros conseguidos a lo largo de las fases anteriores. Se realiza una evaluación post tratamiento
con los instrumentos psicométricos aplicados en la fase de evaluación inicial.
Informes
En los programas de intervención con hombres que ejercen violencia hacia su pareja que se implementan en un
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contexto penal los psicólogos deben emitir informes a los jueces responsables de la ejecución de las medidas penales.
El primero al iniciar el programa (Plan de ejecución), Un segundo informe como mínimo a los tres meses de programa
(Informe de seguimiento) y al finalizar el cumplimiento. El contenido de los informes suele incluir la información so-
bre la asistencia y evolución de los penados durante el tratamiento, así como, posibles incidencias. En caso de que se
produzca un abandono o cualquier otra incidencia durante la ejecución de la medida también existe obligación de
emitir un informe a la autoridad judicial pertinente.
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