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Dime cómo escoges y te diré quién eres

La economía está hecha de elecciones, grandes y pequeñas, y las actitudes nos hablan
de nuestra moral. La acción debe estar guiada por una conciencia recta.

Considero que un católico responsable se tiene que plantear continuamente el


problema de la propia relación personal con los bienes y, en consecuencia, con sus
elecciones materiales, sea por la preocupación de ser ejemplar, sea para establecer con
el prójimo una discusión educativa de carácter moral. Un católico tendría que aprender
a vivir en el mundo sin mundanizarse, pero tendría que ser consciente también de que
los bienes materiales no solo son indispensables para vivir y obrar en el mundo según
el propio estado, sino que también son lícitos. Y saberlos producir es un don de la
Providencia divina, además de fruto del empeño y empleo de los propios talentos;
para conseguirlo hace falta aprender a no separar fe y obras. Sin embargo, no siempre
es fácil aprender a producir lícitamente la riqueza y no siempre es fácil usarla bien.

El sentido que se da al trabajo que crea riqueza, y a su uso necesario, está vinculado
al sentido que se le da a la propia vida. Y si un católico con criterio vive
responsablemente este sentido de la vida, sabe que una fe sin obras es ilusoria, y las
obras sin fe son estériles. Porque la primera riqueza que hay que intentar producir es
la moral, la material será la consecuencia coherente. No hay que olvidar nunca que la
economía solo es un medio, un instrumento en manos del hombre. Para que este
instrumento se utilice bien, hace falta una conciencia recta, y en materia económica
las “tentaciones o pasiones” son precisamente la codicia, el egoísmo, la indiferencia
hacia el prójimo.

Una conciencia recta y bien formada es, por lo tanto, el ingrediente esencial para tener
una sobriedad, una separación y un espíritu de servicio que, de lo contrario, son
expresiones declaradas pero no vividas.

¿Cómo obrar para poder elegir bien?

Si no se obra coherentemente con aquello que se cree, uno termina por creer según el
comportamiento. Básicamente, es la separación entre la fe y las obras el origen del
problema que estamos afrontando para responder a la pregunta: “Dime cómo escoges
y te diré quién eres”. No se puede separar aquello que uno es de aquello que se elige.

Pero hay obstáculos muy grandes para quien vive en el mundo, porque el mundo nos
pide obrar enfrentándonos a los demás, comparando competitivamente los resultados
obtenidos. Algo aún más difícil en un mundo globalizado, donde coexisten
comportamientos fruto de culturas que se fundan sobre morales distintas y cada vez
más relativizadas. ¿Cuánto se distingue un católico hoy en día de un protestante o de
un “laicista”, en las elecciones de naturaleza socioeconómica? Querría proponer
algunos ejemplos concretos de esos principios morales referidos a creencias religiosas
distintas, que tendrían que distinguir el comportamiento (“Cómo escoges”) para
manifestar la propia fe (“Te diré quién eres”).

Fundamentos morales y fe

Las religiones monoteístas tienen un Dios Creador que, habiendo dado sentido a la
creación, pide a las criaturas dar un sentido a las propias acciones, pero esto no ocurre
de manera homogénea.

• El catolicismo enseña que el comportamiento tiene que estar inspirado por la


búsqueda de la salvación; la referencia es mantener, de hecho, juntos fe y obras,
orientándose con la Doctrina social de la Iglesia;

• el protestantismo, convencido de la naturaleza corrompida, separa fe y obras,


se siente justificado y considera el éxito un don de Dios;

• para el judaísmo, el Reino de Dios se realiza sobre la tierra practicando la


justicia y la fraternidad;

• para el islam, el hombre está totalmente separado de Dios, que es justo; por lo
tanto, la naturaleza humana está corrompida, pero para la ley coránica no se
debe pecar: el pecado se convierte en delito y el delito se convierte en pecado.

Después hay religiones sin Dios, casi filosofías, con las cuales, gracias al proceso de
globalización, tenemos que empezar a enfrentarnos no solo académicamente
(pensemos en China, en la India). Estas son a menudo fatalistas (las indias), o
pragmáticas (la china, fusión de Taoísmo, Confucianismo, Budismo, Maoísmo…).
Veamos ahora, en cambio, las éticas más “laicas”.

Los fundamentos morales del laicismo

Las éticas comportamentales laicistas son aquellas producidas por la razón humana
según modas culturales. Normalmente son éticas relativistas, subjetivistas
(conciencia), eficientes (maximización del resultado), egoístas o jurídico-positivistas
(la lex es el standard moral), científicas (la ciencia explica la moral), socialistas (el
Estado tiene la primacía), filantrópicas (la responsabilidad social de la empresa).

Casi siempre son maquiavélicas, un buen fin justifica cada medio. Estas éticas
pretenden una moral universal (por ejemplo, la ambiental), promueven la libertad de
conciencia e imponen que la verdad tiene que venir después de la libertad de
escogerla. Está claro que el enfrentamiento comportamental, fundado sobre morales
(religiosas o laicas) tan distintas, está convirtiéndose en el problema del mundo,
globalizado tan deprisa en el intento de resolver problemas económicos que han sido
generados por problemas morales.

Papel de la autoridad moral

A lo largo de los siglos, a la máxima autoridad moral, o sea la Iglesia católica, se la


ha ido restringiendo la posibilidad de interferir en materia comportamental. Se le ha
sustraído el derecho-deber de decir qué está bien y qué está mal, de cómo actuarlo y
cómo enseñarlo. Y cuando intentaba hacerlo, se la ha considerado enemiga del libre
pensamiento, obsesionado por la religión que impone deberes hacia Dios. La
exclusión del papel de la iglesia ha sido progresivo: primero, desde fuera; después,
desde dentro y, al final, con una estrategia destinada a hacerle perder credibilidad y
prestigio.

Enseñar al rebaño a elegir se ha vuelto difícil, precisamente hoy, en un contexto


complejo, donde sería más necesario.

Cada elección económica produce efectos morales, así como cada visión moral
provoca consecuencias económicas diferentes. Pero puesto que la economía no es una
ciencia (la manzana de la cual se ocupa la economía no es la de Newton), a menudo,
con el fin de hacer creer que una decisión pueda generar el efecto deseado, genera
utopías. La historia económica está llena de utopías: desde las fisiocráticas, a las
marxistas, keynesianas… El riesgo es que estas utopías de algún manera se incorporen
al Magisterio, transformándolas en normas morales que alguien podría reconocer
como católicas. Esto puede ocurrir, por ejemplo, en materia de pobreza, desigualdad,
migraciones, ambiente. A pesar de haber sido el humanismo cristiano el descubridor
y desarrollador de los principios de la economía capitalista (distintos autores han
desmentido la tesis de Weber sobre el nexo entre calvinismo y economía de mercado),
el pecado y las herejías han corrompido estos principios. Puesto que en el mundo
globalizado estos principios se enfrentan a éticas muy distintas, corriendo el riesgo de
sucumbir, y puesto que la autoridad moral ha sido apartada y le cuesta seguir siendo
maestra, corriendo el riesgo de ser exclusivamente consoladora, la capacidad de elegir
como católicos que viven una unidad de vida es, hoy en día, un desafío muy complejo.

Ettore Gotti Tedeschi

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