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Harry Potter CATALINA RUIZ PDF
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Todas las personas tenemos un género, femenino, masculino, queer o no
binario. Ese género no depende de nuestros genitales, sino de la forma en que
queremos expresar nuestra identidad y personalidad frente al mundo, una
necesidad profundamente humana; tanto, que negarla produce un hondo —y
peligroso— dolor. Tener una vulva no es lo que me hace mujer. Quizás marca la
manera en que me socializan y me tratan, porque esta sociedad usa esos
criterios veterinarios, pero no es lo que me hace ser una mujer. Soy una mujer
por una serie de elecciones y preferencias reiteradas a lo largo de mi vida, la
colección de una serie de lugares, movimientos y actitudes en donde me siento
cómoda, “me siento que soy yo”. E igual les sucede a las mujeres trans. La
diferencia es que a mí no me dicen que mi identidad es una mentira, ni me
violentan o discriminan usando esa acusación para justificarse, nadie pretende
revisar mis genitales para decidir si accedo a derechos fundamentales. Yo, como
mujer cis, vivo una serie de opresiones y discriminaciones, pero ninguna de ellas
es que la gente, el personal de salud, el Estado y las personas en las que creo y
admiro insistan en que mi identidad de género es una farsa y una simulación. El
real y gran peligro del discurso transfóbico es que se presenta como un punto de
vista o una opinión, cuando en realidad es un discurso de odio, que pone las
vidas de las personas trans en riesgo, que se usa para justificar que las maten
de formas violentas, que les genera discriminación laboral, aislamiento, miedo,
angustia, depresión. Una vez me dijo la bióloga y filósofa Siobhan Guerrero Mc
Manus, sobre la ética del transfeminismo: “Si tú tienes una diferencia con alguien,
tienes de todas maneras que articular un discurso que no ponga en jaque su
vida”. Este debería ser un principio ético de todas las formas posibles del
feminismo. Por eso la transfobia no es feminista.