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Tribuna VIENTO SUR

No puede haber vacilaciones en nuestro campo

José Errejón

Miércoles 6 de mayo de 2015

Tras unos meses de cierta parálisis, las instituciones del régimen están reaccionando al ascenso
de las esperanzas populares depositadas en Podemos. Ha sido decisiva al respecto la
intervención de Felipe González que se adivina tras la decisión de la presidenta de la Junta de
Andalucía de disolver el parlamento y convocar elecciones anticipadas, un mes después de la
aprobación de los presupuestos para 2015. Tamaño acto de irresponsabilidad/1 buscaba sin
duda obligar a Podemos a concurrir de forma precipitada y con apenas un embrión
organizativo en Andalucía, lo que, dicho sea de paso, vuelve especialmente meritorio el
resultado conseguido por la candidatura que encabezaba Tere Rodríguez.

Ha sido la primera refriega de un duelo que promete durar como mínimo hasta las elecciones
generales. Un duelo por el momento, incruento/2, en el que las armas son la infamia y la
mentira. Un auténtico ejército de mercenarios al servicio de las distintas agencias del régimen
corrupto y en descomposición se apresta, de forma continuada y con la mayor falta de
escrúpulos, a denigrar a las personas que representan la esperanza para millones de personas
doblegadas por las privaciones y las dificultades para llevar una vida medianamente digna en
un país injusto y envilecido por la oligarquía que ha hecho de él su propiedad particular.

Es el mero atisbo de que esta situación de ignominia y profunda injusticia pudiera cambiar,
siquiera fuera parcialmente, lo que ha despertado los demonios de la guerra social entre la
casta oligárquica. La irrupción de Podemos ha terminado con el desprecio con el que
contemplaban las movilizaciones populares que desde mayo del 2011 impugnaban la pesada
losa de las políticas austeritarias y la burla de la democracia y la ciudadanía que suponían, y
suponen, los gobiernos de los partidos del régimen. Han percibido que las cosas pueden
cambiar, que podrían perder una parte del poder que se reparten en las instituciones del
Estado y, por primera vez desde la muerte del dictador, tienen miedo de perder el omnímodo
poder del que, heredado del tiempo de la dictadura franquista, han gozado gracias a su
régimen.

En este momento histórico los matices y sutilezas propios de los tiempos de normalidad y las
interminables discusiones deben ceder paso a los agrupamientos propios del tiempo de
guerra social. Ahora es lo esencial lo que está en juego y las concepciones de lo social y del
Estado están frente a frente y se retan para dirimir, “en una sola partida”, cómo será el orden
futuro de la convivencia colectiva

No parece probable que la virulencia del conflicto político se reduzca de aquí a las elecciones
generales; antes bien es lo más probable que los ataques contra Podemos suban de tono y que
asistamos a una cadena de provocaciones tendentes a sacar el discurso de sus portavoces del
ámbito estrictamente ciudadanista en el que parecen querer mantenerse. Se ve en las
continuas referencias a ETA y a Venezuela pero también las noticias con las que pretenden
equiparar a sus dirigentes con la casta que denuncian o con las historias con las que pretenden
desprestigiarlos.

A pesar de sus vacilaciones discursivas, Podemos ha desafiado a las instituciones del régimen
político que gestiona los intereses del capitalismo español en el momento en el que el mismo
está mutando en un régimen posdemocrático cuyas características han sido analizadas de
forma reiterada en estas páginas. Las fuerzas que, originariamente en representación de las
capas subalternas (el PSOE y los sindicatos), configuraron el régimen del 78, perdidas en estos
años sus ligazones orgánicas con estos sectores sociales, aparecen cada vez más como pura
“superestructura”, personal de los aparatos del Estado de funcionalidad decreciente, no solo
desde el punto de vista de esos sectores sino, también, para los sectores hegemónicos del
capital financiero a los que han objetivamente servido. Y ahora sus intereses son de pura
supervivencia, sin ninguna relación con el mundo de la producción social (de plusvalor) que no
sea la punción que, junto al resto de los aparatos del Estado, realizan.

En todo caso, la virulencia verbal que caracteriza el debate político no encuentra eco en el
conflicto social, muy aletargado con el languidecimiento del 15M y después de que la Reforma
Laboral asestara un tremendo mazazo a la capacidad contractual de los trabajadores y de que
los sindicatos hayan evidenciado una alarmante incapacidad de reacción. En estas condiciones,
paralizada la capacidad de iniciativa de estos actores (las imágenes del 1º de mayo son
elocuentes al respecto), parecería que el conjunto de los conflictos y contradicciones que
atraviesan la sociedad española quedaran en suspenso o, mejor, se aplazaran hasta el
momento electoral en la espera de que la cita arroje la victoria de los bandos en contienda
(pueblo/oligarquía) resolviendo así estos conflictos por un período histórico suficiente como
para acometer un nuevo ciclo de prosperidad y bienestar

Esta esperanza es, sin embargo, vana. Ni la naturaleza del conflicto es tan simple que pueda
resolverse con el triunfo electoral de uno de los bandos (ni siquiera en el caso de una victoria
de los partidos del régimen del 78 mutado en régimen oligárquico) ni el campo electoral
puede resumir en sí la multiplicidad e intensidad del conjunto de los conflictos presentes en
la sociedad española.

Es verdad que los políticos ejercientes pretenden desestimar por impertinentes estas
consideraciones y buscan construir un discurso y una agenda de problemas lo más sencilla
posible que tenga como efecto buscado la construcción de un nosotros unificante e integrador
capaz de asegurar la tan ansiada mayoría electoral.

Este tipo de operaciones de simplificación tiene una factura inequívocamente estatalista: la


conquista del Estado o, por lo menos, del Gobierno se presenta como la condición necesaria
y suficiente para acometer los procesos de reforma y transformación de las estructuras
económicas y sociales al final de las cuales se alcanzaría un orden social de mayor justicia,
igualdad y libertad. Más bien parece, sin embargo, que el protagonismo democrático y
constituyente de la ciudadanía exigiría multiplicar los espacios y los ámbitos de comparecencia
constituyente que fueran articulando en la sociedad civil el tejido que debería servir de
soporte a las iniciativas de consolidación institucional del proceso constituyente.

Pero es comprensible tras siete años de privaciones y sufrimientos que cunda la esperanza en
una solución sencilla cual sería desalojar a la casta de las instituciones y que, tras ese
acontecimiento electoral que tiene algo del mito del “grand soir”, se abriera de nuevo el
tiempo del bienestar en el que cada uno podría volver a lo suyo con la garantía de dejar en la
cosa pública a quienes aseguraran que no volvería ningún género de casta. El gusto por la
privacidad desarrollado en los felices años del bienestar no va a desaparecer con facilidad, ni
siquiera tras un período más o menos intenso de información y concienciación colectiva sobre
la envergadura de los retos a los que como sociedad nos enfrentamos

En la época de la crisis de la ley del valor, de la decadencia del capitalismo, las clases
dominantes aprietan aún más las cadenas de su dominación sobre el conjunto de la población
a través del mecanismo de la deuda como única alternativa ante las dificultades crecientes
para obtener rentabilidad del capital invertido. La violencia del capital va más allá de la función
desestructurante de su mando sobre la cooperación; la agresión ahora sale de la fábrica y se
dirige contra esas instituciones que durante décadas han sido complementarias del mercado,
la ciudadanía y la democracia misma.

Los nuevos regímenes políticos capitalistas prescinden del “lastre democrático “y se orientan
hacia modalidades diversas de neoservidumbre, especialmente a través del mecanismo de la
deuda. Un capitalismo esencialmente rentista, incapaz de producir valor y acumularlo, en el
que están desapareciendo las figuras productivas de valor y, con ellas, la necesidad de un
ámbito para su representación

En esta fase de la evolución del capitalismo, los actores políticos y sociales antaño
representantes del mundo del trabajo pierden aceleradamente su funcionalidad para el
capital. Ningún salto en la productividad de la fuerza social de trabajo es programado para
inducir un nuevo período en la acumulación de capital y, por tanto, ninguna necesidad de
interlocución con los actores que históricamente lo han representado. En su actual fase
esencialmente “extractiva”, la explotación es más bien expolio; y no es el trabajo el objeto del
mismo sino el conjunto de la sociedad subalterna y menesterosa en sus interrelaciones, la
potencial productora de renta por la vía del endeudamiento. El capitalismo histórico
necesitaba proletarios, el actual necesita siervos.

Este régimen de neoservidumbre no se construye sin resistencias. Los sectores sociales


beneficiarios de las prestaciones del Estado del Bienestar, especialmente, resisten el proyecto
de despojarles de sus antiguos derechos y para ello muestran su apoyo a partidos como
Podemos que despiertan su esperanza de poner freno a la violencia de los poderosos. Se
mantiene, asimismo, cierta dinámica de movilización social (la principal, las marchas por la
dignidad pero sin el vigor, la extensión y la participación que caracterizó el 15M). La irrupción
de PODEMOS parece haber supuesto o, para evitar valoraciones, coincidido, con un descenso
de la movilización social: así, los sectores sociales que a partir del 15M habían protagonizado
fuertes y extensas movilizaciones populares habrían delegado en PODEMOS la continuación de
sus luchas llevándolas a los ámbitos en los que sus propuestas podrían convertirse en reglas e
instituciones para la vida colectiva.

Este proceso de desmovilización social, de abandono de las calles, deja solo a Podemos contra
las fuerzas coaligadas de los partidos del régimen y sus maquinarias conexas. Los meses que
quedan hasta noviembre podrán ser, así, testigos de una terrible ofensiva contra las aún
frágiles estructuras organizativas de Podemos. Son varias las bazas que los aparatos del
régimen tienen en esta batalla; aquí resumimos las principales:

1) En primer lugar, la recuperación económica cuyos efectos de generación de empleos


(aunque sean precarios y de mala calidad), aumento de la renta disponible de los hogares (que
aunque limitada, mejorará el consumo y tirará de la demanda) y aumento del crédito
disponible parta las empresas por efecto de la inyección Draghi, contribuirán a alimentar el
clima de confianza y la sensación entre buena parte de las capas subalternas de que vale la
pena renunciar a “algunos” derechos a cambio del “pájaro en mano” que ofrece el programa
de los banqueros y sus partidos.

2) La prórroga obtenida por el gobierno griego en sus negociaciones sobre la deuda no puede
ocultar las dificultades con las que se enfrenta cualquier gobierno que plante cara a los
designios de la burguesía alemana. Sobre esas dificultades van a martillear de forma incesante
los voceros de los partidos del régimen y allegados, sin que los pronunciamientos vaporosos de
los neokeynesianos Stiglitz y Krugman sean excesivamente eficaces para contrarrestar el
asentamiento de ese sentido común.

3) No puede echarse en el olvido la utilización recurrente de temas como Venezuela o las


pretendidas simpatías proabertzales para asustar a ciertos sectores de las clases medias
dispuestas a apoyar a Podemos.

4) Ese factor, conjugado con cierta recuperación electoral del PSOE podría desviar a estos
sectores de clase media de una inicial intención de apoyar a Podemos para la “regeneración de
la vida política”. En esta empresa aparece, además, Ciudadanos como serio competidor por el
mismo espacio electoral. Su objetiva condición de partido llamado a actualizar el proyecto y el
discurso de la derecha española no es óbice para que un sector de clase media esencialmente
volátil en sus preferencias no pudiera volverse a una opción aparentemente inmaculada
respecto al lastre franquista del PP.

5) La dureza del enfrentamiento se ha cobrado la primera y significativa víctima. La dimisión


del responsable de programas de la ejecutiva de Podemos a 20 días de las elecciones
autonómicas es un duro golpe a sus expectativas electorales. Tal parece que las dificultades
crecientes, derivadas de un escenario con un competidor en alza como Ciudadanos, unidas
quizás a la incapacidad para configurar una oferta política que conjugara las aspiraciones
constituyentes con la viabilidad de propuestas concretas, han tenido mucho que ver con este
tardío e inoportuno descubrimiento.
Así que, incluso para perseverar en su actual hoja de ruta, la dirección de Podemos debería
considerar la conveniencia de hablar y compartir la misma con algunos agentes sociales, por
desprestigiados que aparezcan a sus ojos, para hacerse acompañar por ellos en esta todavía
larga travesía hasta las elecciones de noviembre. En el seno de los sectores populares que le
apoyan, podría estar cundiendo cierta sensación, extremadamente peligrosa, de que la
dirección de Podemos es demasiado vulnerable frente a los ataques de los experimentados
sicarios del régimen. Es preciso tener en cuenta que estos sectores, por identificados que se
encuentren con los propósitos regeneradores de Podemos, si no ven ciertas posibilidades de
victoria, podrían volver a sus posiciones de siempre a favor de los partidos de la izquierda del
régimen si piensan que ello podría asegurarles mejores oportunidades. El nivel de desprestigio
del PSOE no es el del PASOK griego y parece evidente que va a movilizar la totalidad de sus
recursos/3 para recuperar parte al menos de sus apoyos tradicionales.

No hay otra receta para combatir esos factores de riesgo que avanzar ya las posiciones
centrales de la campaña política. Que, en mi opinión, debiera articularse en torno a algunas
propuestas esenciales sin enredarse en largos y complicados programas sobre los que las
mayorías sociales no tendrán oportunidad de pronunciarse. A título meramente ilustrativo se
avanzan algunas de estas propuestas

1. En primer lugar, hay que contar a la gente la cruda realidad para prepararla para la dura
etapa que nos espera. El nivel de conciencia del pueblo sobre la realidad y los esfuerzos
colectivos para superarla es el arma principal para emprender una empresa de regeneración
como la que postula Podemos. Nada que ver con pintar una idílica superación sin esfuerzo
social de la postración en que nos han hundido las políticas austeritarias. La recuperación de la
“bonanza” de antes del 2007, entendida en términos de un flujo incesante de créditos a la
construcción y al consumo a tipos de interés prácticamente cero es sencillamente, inviable,
además de rechazable por los nocivos efectos económicos y ecológicos que implicó. Creo que
el principal acierto de Siryza es haberle hablado claro a su pueblo y haberlo preparado para lo
que se le venía encima.

2. A continuación es preciso hacer un esfuerzo prioritario para aliviar siquiera parcialmente la


situación de los sectores sociales más damnificados por las políticas austeritarias. Conseguirlo
y hacerlo pronto sería una inyección de moral que fortalecería la cohesión popular frente a los
difíciles retos que le esperan. La desesperación social, si se prolonga, trabaja a favor del
fascismo.

3. Recuperar la capacidad de decisión perdida, denunciar la deuda y acometer un proceso de


reestructuración de la misma en el marco de la Conferencia europea sobre la deuda. Atajar el
problema de la deuda y convertirlo en un problema europeo (si no, ¿para qué sirve la UE?) es
una buena forma de empezar a romper con la continuidad de las políticas neoliberales y con la
hegemonía del capital financiero.

4. Poner los derechos sociales en el centro de las políticas públicas (trabajo, vivienda, salud y
educación) y liberarlos de las cadenas austeritarias. Para restituir la centralidad de los
derechos de la mayoría como justificación del pacto social de convivencia. Sin derechos
sociales que garanticen una vida digna no hay posibilidad de convivencia pacífica y Estado de
Derecho
5. Rescatar el patrimonio colectivo de su secuestro por la oligarquía, incluyendo los servicios
públicos levantados con el esfuerzo colectivo. Los patrimonios colectivos son la condensación
de la capacidad de cooperación social, un indicador de convivencia y solidaridad.

6. Depurar responsabilidades de la casta por el sufrimiento social del que es responsable en los
últimos años. Comisión parlamentaria de justicia y reparación. No se trata de venganza sino de
justicia. El olvido de la injusticia convierte a los pueblos en cómplice de la misma, alienta su
perpetuación y la convierte en sentido común de una época.

No es este, obviamente, un programa de gobierno, ni siquiera son sus ejes básicos. Son
algunas de las misiones correspondientes al apoderamiento popular del que presumiblemente
goza Podemos y que no deberá defraudar si no quiere perderlo en muy poco tiempo. Es la
concreción del proceso constituyente que ahora parece haberse caído del discurso de la
dirección de Podemos. Trazos de nueva política más allá del marketing, política del pueblo que
rompe con los usos y costumbres de la “casta”, pensada en función de las necesidades de los
de abajo.

5/05/2015

José Errejón es funcionario

Notas

1/ Que demuestra bien a las claras la falta de escrúpulos democráticos del personal del
régimen y su disposición a quebrantar la legalidad cuando están en juego sus intereses de
casta y los superiores a los que sirven

2/ Aunque tampoco faltan los “incidentes” como seguimientos, amenazas, etc, sobre las
personas más conocidas de PODEMOS.

3/ Incluyendo los restos del capital afectivo que figuras como Felipe González puedan tener
entre estos sectores populares, aunque el disgusto del ex presidente con lo que considera
excesivas contemplaciones con PODEMOS de los actuales dirigentes del PSOE pudiera alejarle
de la campaña; su condición de “secretario general del régimen del 78” se hace más patente
según avanza la crisis de éste.

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