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Malvinas.

Querellas y entredichos

Adrián Cangi

“‘Del trabajo a la guerra y de la guerra al trabajo’ ¡Argentinos a recomponer!”

A treinta años de la “sorpresiva asonada” del 2 de abril revisamos las voces de un


debate que presenta una imagen del pensamiento crítico de la izquierda argentina en el país
y en el exilio. La disposición del debate es extremadamente compleja. Enfrenta a León
Rozitchner, autor de una carta-ensayo titulada “Las Malvinas: de la guerra ‘sucia’ a la
guerra ‘limpia’” escrita en Caracas en mayo de 1982, con los firmantes del texto “Por la
soberanía” publicado, en México D.F. el 10 de mayo de 1982, por el Grupo de discusión
socialista. Cruza en entredichos a Néstor Perlongher con el consejo editor de la revista Sitio
en el nº3 en respuesta a los números anteriores. En éste último se publican, en diciembre de
1983, “La ilusión de unas islas” de Perlongher y “A la tibia musa, de un vate desencantado”
de Jorge Jinkis e “Ilusiones de isleño” de Ramón Alcalde. Sobre este fondo resuenan dos
textos más de Perlongher titulados “Todo el poder a Lady Di. Militarismo y
anticolonialismo en la cuestión de las Malvinas” publicado en la revista Persona nº12 en
1982 y “El deseo de unas islas” editado en la revista anarquista Utopía nº3 en 1985, aunque
proveniente de una lectura pública en un encuentro de “Política y Deseo” realizado en São
Paulo en julio de 1982.
León Rozitchner y Néstor Perlongher querellan una orientación del pensamiento
materialista que no carece de sustento en sus posiciones. Ninguno de los textos en juego
prescinde de lógicas y razones, el problema de fondo es de qué lógicas y razones se trata.
Más allá de sus elecciones vitales y de sus modos estilísticos, Rozitchner y Perlongher
pertenecen a la estirpe de pensadores argentinos que desmontan las apariencias para indicar
en la trama viva dónde reside el terror y el poder. Valoran el poder del cuerpo que excede
todo saber. Cuerpo que sólo se revela en su verdad en las orientaciones del deseo y en los
enfrentamientos políticos y económicos de la guerra que sólo la fuerza popular puede
decidir. Saben que la lógica implacable de la guerra tiene como premisa captar el poder
moral y pulsional de los cuerpos del pueblo. No hay deseos ni formas de producción que no
sean colectivos porque allí reside el velado secreto del poder social.
Dirigen su pluma contra las fuerzas tenebrosas que ejercen impunemente la
violencia y ante las cuales creen que no hay alianzas por razones estratégicas para fines
políticos. No lo permite ni la fraternidad de los cuerpos ni la libertad de los deseos
colectivos. Saben que el terror no deja de torturar ni de asesinar para reinar. Y esta verdad
insoslayable requiere la consistencia en carne propia de una lógica tan implacable como
aquella del terror aunque de signo inverso. Lógica que defiende de distintos modos la
diferencia real de la vida y de la experiencia de los cuerpos. ¿Pueden los cuerpos
penetrados por la muerte inflingida por el terror encarnado producir una gesta de liberación
nacional? Ni Rozitchner ni Perlongher olvidan el rictus de dolor de los desaparecidos ni la
imagen del asesino que los exterminó. No difieren la furia cobarde sobre la carne
martirizada. Furia que impune pretendió “limpiar” la clandestinidad subterránea de
bayonetas y tanques que se volviera contra los cuerpos inermes. La guerra “sucia” de ese
atroz exterminio no puede volverse gesta heroica, salvo por la ilusión de la euforia vana
donde el terror subsiste solapado y actuante.

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La lógica implacable de estas escrituras defiende la vida que vence al terror.
Malvinas es el nombre de una guerra macerada por una muerte del cuerpo social previa al
acontecimiento, cincelada por el terror y prolongada como carne asesina por buena parte
del Ejército argentino. Ejército que creía liderar de modo épico a un pueblo en sus derechos
por un territorio y que no era más que la mísera apariencia teñida de sangre. Rozitchner y
Perlongher no olvidan la última mirada de los moribundos ni el torrente de muerte que
anestesió los sentidos argentinos. Enfrentan en Malvinas la prolongación –terror mediante–
de una locura social. Cuestionan de distintos modos cualquier alianza con la tortura y el
asesinato que, por vías de una estrategia política programada por el Ejército argentino en
manos de la Junta Militar, intentara “limpiar” su obrar. Aquellos que violaron, dislocaron y
desgarraron los cuerpos por la presencia real de la muerte no pueden liberar un territorio en
nombre del pueblo y para el pueblo. El propio terror ejercido contra el pueblo no es otra
cosa que la cobardía que acompañó al Ejército argentino en Malvinas prosiguiendo la
tortura por otros medios y la prepotencia del terror. Es que el terror sólo cuenta con la
inmediatez y su ceguera.
Las lógicas de la guerra, la economía y la política dicen que el poder de la trama
viva de los cuerpos no está donde el terror lo sitúa, pese a que pueda sacar provecho
momentáneamente de él. El poder está “entre” los cuerpos como potencia de una diferencia
real que el terror no puede anular. Las querellas y entredichos discuten una lógica política
de izquierda atada a categorías que expresan, para el estilete de estas plumas, una plena
indistinción con una imagen del pensamiento de derecha. Ningún argumento por estratégico
que este sea para el retorno de los exiliados y para acelerar el advenimiento del fin de la
Junta Militar, convence a los querellantes, porque la dictadura fascista y sanguinaria sólo
pretende agregar méritos a “los galones del antimperialismo” como dice Perlongher y
“ratificar con ese posible triunfo ‘limpio’ su propia salvación” como escribe Rozitchner.
Sin considerar una multiplicidad de matices y radicalizando el fondo de los entredichos: la
política se reconoce para ambos en la coherencia de las prácticas que, a estas alturas de la
asonada, cargan en la espalda con la vergüenza de un modo de pensar ante la maquinaria de
la desaparición y en el horizonte político inmediato, con la dramática relación entre ética y
estrategia política para la emancipación deseada. Ante este intervalo dramático la
territorialidad termina siendo abstracta frente a la herencia de los cuerpos destrozados por
el terror y por “la orgía nacionalista” como sostiene Perlongher. Ante esta lógica desgarrada
“los justos intereses populares” no deben confundirse con “la traición y el mal radical”
como considera Rozitchner.
Perdida la guerra, en Plaza de Mayo, el mismo pueblo del triunfalismo vertiginoso
del 2 de abril ratifica la inmoralidad política y económica de la Junta Militar que se
confundió con el obrar del Estado de terror en una frase que reza “Las Malvinas son
argentinas, no de los torturadores” o con otra que dice “Malvinas sí, Proceso no”. La
“coherencia” reclamada por Rozitchner y la “ironía” planteada por Perlongher podrían
sintetizarse en una idea que atraviesa a estas plumas: como alguien propuso con sensatez –y
Perlongher lo recuerda– “antes de defender la ocupación de Malvinas, habría que postular
la desocupación de la Argentina por parte del autodenominado Ejército Argentino”. Para
los argumentos y pasiones de Rozitchner y Perlongher, el entusiasmo patriótico de las
izquierdas sostenido en el apoyo del TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia
Recíproca) y de la gran nación americana ante el colonialismo, no justifican la confusión de
pensar a Malvinas como una de las grandes gestas del pueblo y de sus causas. No son
puristas en sus posiciones, pero ante la historia vivida en los cuerpos, sienten que no podría
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haber salvación individual ni tampoco inmunidad corporativa. Frente al pacto de sangre que
antecede a Malvinas, que en el acontecimiento de la gesta nacionalista se ratifica, creen que
el pueblo o bien debería enjuiciarse por sus actos suicidas y por sus encubrimientos del
terror, o bien desertar de una guerra que otros suponían inaugural y triunfante aunque para
ellos no fuera ni soberana ni “limpia”. La solidaridad de las izquierdas y la gigantesca
complicidad de la población con la dictadura argentina no pasa para estas escrituras de una
alianza con el deseo de muerte. La identidad de la nación que impregna la retórica de
izquierda y de otros movimientos populares culmina en las trincheras de una territorialidad
fantasmática.
Ante el “síntoma” abierto por “la sorpresiva asonada” había en estas posiciones más
que fantasmas, fantasías y negaciones. Se trataba de enfrentar lógica e irónicamente el
intento de comprensión y la imposibilidad de callar las incertezas ante el acontecimiento.
Pensar, creen Rozitchner y Perlongher, supone abrir el campo de una experiencia afectiva
para una transformación que debe aceptar que los únicos a priori provienen de los
acontecimientos políticos y no de las matrices interpretativas y de las categorías que ya
conocen la orientación del mundo. Si el acontecimiento que fuerza a pensar no transforma
la modalidad afectiva, la memoria, la percepción y sus razones, lo inesperado como
irrupción no cala en los intervalos de lo real para modificar las relaciones. No se trataba
sólo de hablar en el silencio, sino de practicar la coherencia ética implicándose en una
transformación de las categorías que apresaban la fraternidad de los cuerpos e impedían la
conjugación de un “nosotros”. En estas plumas el movimiento del amor y del desacuerdo
vital van juntos motivados por el acontecimiento y la diferencia real.

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