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2012 Malvinas, Adrián Cangi
2012 Malvinas, Adrián Cangi
Querellas y entredichos
Adrián Cangi
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La lógica implacable de estas escrituras defiende la vida que vence al terror.
Malvinas es el nombre de una guerra macerada por una muerte del cuerpo social previa al
acontecimiento, cincelada por el terror y prolongada como carne asesina por buena parte
del Ejército argentino. Ejército que creía liderar de modo épico a un pueblo en sus derechos
por un territorio y que no era más que la mísera apariencia teñida de sangre. Rozitchner y
Perlongher no olvidan la última mirada de los moribundos ni el torrente de muerte que
anestesió los sentidos argentinos. Enfrentan en Malvinas la prolongación –terror mediante–
de una locura social. Cuestionan de distintos modos cualquier alianza con la tortura y el
asesinato que, por vías de una estrategia política programada por el Ejército argentino en
manos de la Junta Militar, intentara “limpiar” su obrar. Aquellos que violaron, dislocaron y
desgarraron los cuerpos por la presencia real de la muerte no pueden liberar un territorio en
nombre del pueblo y para el pueblo. El propio terror ejercido contra el pueblo no es otra
cosa que la cobardía que acompañó al Ejército argentino en Malvinas prosiguiendo la
tortura por otros medios y la prepotencia del terror. Es que el terror sólo cuenta con la
inmediatez y su ceguera.
Las lógicas de la guerra, la economía y la política dicen que el poder de la trama
viva de los cuerpos no está donde el terror lo sitúa, pese a que pueda sacar provecho
momentáneamente de él. El poder está “entre” los cuerpos como potencia de una diferencia
real que el terror no puede anular. Las querellas y entredichos discuten una lógica política
de izquierda atada a categorías que expresan, para el estilete de estas plumas, una plena
indistinción con una imagen del pensamiento de derecha. Ningún argumento por estratégico
que este sea para el retorno de los exiliados y para acelerar el advenimiento del fin de la
Junta Militar, convence a los querellantes, porque la dictadura fascista y sanguinaria sólo
pretende agregar méritos a “los galones del antimperialismo” como dice Perlongher y
“ratificar con ese posible triunfo ‘limpio’ su propia salvación” como escribe Rozitchner.
Sin considerar una multiplicidad de matices y radicalizando el fondo de los entredichos: la
política se reconoce para ambos en la coherencia de las prácticas que, a estas alturas de la
asonada, cargan en la espalda con la vergüenza de un modo de pensar ante la maquinaria de
la desaparición y en el horizonte político inmediato, con la dramática relación entre ética y
estrategia política para la emancipación deseada. Ante este intervalo dramático la
territorialidad termina siendo abstracta frente a la herencia de los cuerpos destrozados por
el terror y por “la orgía nacionalista” como sostiene Perlongher. Ante esta lógica desgarrada
“los justos intereses populares” no deben confundirse con “la traición y el mal radical”
como considera Rozitchner.
Perdida la guerra, en Plaza de Mayo, el mismo pueblo del triunfalismo vertiginoso
del 2 de abril ratifica la inmoralidad política y económica de la Junta Militar que se
confundió con el obrar del Estado de terror en una frase que reza “Las Malvinas son
argentinas, no de los torturadores” o con otra que dice “Malvinas sí, Proceso no”. La
“coherencia” reclamada por Rozitchner y la “ironía” planteada por Perlongher podrían
sintetizarse en una idea que atraviesa a estas plumas: como alguien propuso con sensatez –y
Perlongher lo recuerda– “antes de defender la ocupación de Malvinas, habría que postular
la desocupación de la Argentina por parte del autodenominado Ejército Argentino”. Para
los argumentos y pasiones de Rozitchner y Perlongher, el entusiasmo patriótico de las
izquierdas sostenido en el apoyo del TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia
Recíproca) y de la gran nación americana ante el colonialismo, no justifican la confusión de
pensar a Malvinas como una de las grandes gestas del pueblo y de sus causas. No son
puristas en sus posiciones, pero ante la historia vivida en los cuerpos, sienten que no podría
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haber salvación individual ni tampoco inmunidad corporativa. Frente al pacto de sangre que
antecede a Malvinas, que en el acontecimiento de la gesta nacionalista se ratifica, creen que
el pueblo o bien debería enjuiciarse por sus actos suicidas y por sus encubrimientos del
terror, o bien desertar de una guerra que otros suponían inaugural y triunfante aunque para
ellos no fuera ni soberana ni “limpia”. La solidaridad de las izquierdas y la gigantesca
complicidad de la población con la dictadura argentina no pasa para estas escrituras de una
alianza con el deseo de muerte. La identidad de la nación que impregna la retórica de
izquierda y de otros movimientos populares culmina en las trincheras de una territorialidad
fantasmática.
Ante el “síntoma” abierto por “la sorpresiva asonada” había en estas posiciones más
que fantasmas, fantasías y negaciones. Se trataba de enfrentar lógica e irónicamente el
intento de comprensión y la imposibilidad de callar las incertezas ante el acontecimiento.
Pensar, creen Rozitchner y Perlongher, supone abrir el campo de una experiencia afectiva
para una transformación que debe aceptar que los únicos a priori provienen de los
acontecimientos políticos y no de las matrices interpretativas y de las categorías que ya
conocen la orientación del mundo. Si el acontecimiento que fuerza a pensar no transforma
la modalidad afectiva, la memoria, la percepción y sus razones, lo inesperado como
irrupción no cala en los intervalos de lo real para modificar las relaciones. No se trataba
sólo de hablar en el silencio, sino de practicar la coherencia ética implicándose en una
transformación de las categorías que apresaban la fraternidad de los cuerpos e impedían la
conjugación de un “nosotros”. En estas plumas el movimiento del amor y del desacuerdo
vital van juntos motivados por el acontecimiento y la diferencia real.