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EL MUNDO EMOCIONAL

Resumen

En este artículo haremos un zoom sobre el mundo


emocional, intentando relevar las emociones como
fenómeno humano, inseparables de los otros dominios del
hombre (Pensamiento–Lenguaje y Cuerpo), precursoras de
nuestras acciones, inevitables en su acaecer, centrales para
la interacción con los otros, vitales para dar cuenta del
aprendizaje integral.

El inicio y fin de la supremacía del pensamiento


Una de las formas de definir un concepto es recurrir a las categorías más cercanas al objeto, a su clase,
especie o aquello para lo cual es útil. Desde tiempos remotos se ha intentado definir al hombre y lo
humano, y si bien esta tarea sigue en constante desarrollo, su transformación va de la mano del espíritu
de los tiempos. Así, en los últimos 100 años, algunos han recurrido a Darwin para apoyarse en esta
distinción y desde ahí, ha sido propio definir a los hombres como un tipo especial de primates que al
tener conciencia de sí mismos se agrupan en la categoría de “Seres”, Seres Humanos.
Tal vez sea parte del fenómeno de lo humano querer diferenciarse o sólo un recurso del ego para evitar
la ceguera del océano en que nos sumergimos siendo gota, ya que desde que el hombre es hombre nos
hemos preguntado qué es aquello que nos da la conciencia de nuestro ser y qué, de alguna manera,
nos podría diferenciar de otras especies o de otros seres. Así como en su momento Platón recurrió al
alma para dar cuenta de lo humano, Descartes erigió al pensamiento como único testigo de nuestra
existencia y pilar de nuestro ser, relegando a otros fenómenos humanos a un segundo plano y
estableciendo un método que fraccionaba al hombre para dar cuenta de este.
Lo humano y su ser quedó anclado al pensamiento y al cerebro como su rector, mientras el resto del
cuerpo y las emociones o “humores”, o la misma alma, quedaban en una segunda categoría, catalogada
de “menos evolucionada”, más cercana a “lo animal” y por tanto como algo de lo cual los humanos
debiéramos desprendernos para alcanzar niveles evolutivos “mayores”.
Paul MacLean, médico y neuro-científico (1952) dividió al cerebro en tres grandes zonas; el cerebro
reptiliano, que regulaba los procesos básicos de supervivencia; el cerebro paleo mamífero (actual
sistema límbico) encargado de los procesos emocionales básicos y el cerebro neo mamífero que
controlaba las emociones básicas, que daba cuenta de la planificación, organización y “capacidades
superiores” humanas.
Al parecer las emociones y los llamados instintos básicos necesitaban ser controlados, procesados y
gobernados por la mente para darnos un estatus distinto al resto de los animales, así quien lograra un
mayor control sobre aquello llamado básico, instintivo o no racional, pareciera adquiría una categoría
más “evolucionada” que el resto de los seres (o por lo menos “mejor” que un reptil).
No fue hasta 1970 que las primeras neuroimágenes lograron dar cuenta de un cerebro que funcionaba
de manera integrada, no había un “centro para lo antiguo” y otro “para lo evolucionado”, el operar
involucraba toda la estructura e independiente de si el proceso era “complejo” o “simple”, implicaba algún
nivel de procesamiento en todas las áreas cerebrales, en directa interacción con todo el cuerpo y con el
medio que lo rodeaba (no utilizamos un 25% del cerebro como se creía). Sólo entonces la ciencia pudo
comenzar a constatar algo que nuestros antepasados ya sabían: somos más que la suma de nuestras
partes y somos parte de un sistema mucho mayor. Nuestro pensamiento, nuestro cuerpo y nuestro
mundo emocional está completamente entrelazado, cada vez que hemos aprehendido algo lo hemos
hecho con todo nuestro ser, desde lo más interno, hasta lo más corpóreo e incluso energético.
Así, luego de tanta teoría e investigación sobre lo cognitivo, se comenzó a mirar más al mundo de lo
emocional, surgiendo cientos de interrogantes sobre nuestras emociones y conformando lo que
llamamos, un mundo emocional por descubrir ¿Tendrán las emociones un sentido mayor que sólo
interrumpir a la razón como se creía? ¿Por qué y para qué están presentes en toda la especie? ¿Qué
pasa si las tratamos de controlar o eliminar? ¿Será posible, como creen algunas culturas, que las
emociones son capaces de sanar o enfermar a las personas?

Un Mundo emocional
“… casi en el mismo instante de sentir el dolor y que se rompía la transparencia de mi caminar, me
asombré que mi pie hiciera contacto con algo, me sorprendí y me asusté (pensé que había roto algo o
me había roto algo) mis ojos se abrieron, se me apretó el estómago, sentí una leve sensación de calor
que recorrió mi cuerpo y tensó mis músculos, y me inundé de rabia y exclamé “algunos” improperios
mientras me agachaba para recoger y luego lanzar el objeto sobre un sillón. En una fracción de segundos
mi hijo que se había volteado hacia mí, supongo dado los improperios, explotaba en una risa que me
contagió de una sensación de expansión que relajó mis músculos y me provocó una sonrisa inicial, que
terminó en una carcajada”.
En una primera mirada de este evento pareciera ser evidente que, un momento cotidiano de la vida se
vio interrumpido por un evento puntual (golpearse un pie) y que me sumergí en un mundo de emociones.
Pero, antes de golpearme el pie ¿Me encontraba sin emociones?, ¿Después de terminar el relato, volví
a “neutro”? ¿Todas las emociones duraron lo mismo? ¿Hubiese sucedido lo mismo a cualquier persona?
¿O si en vez de mi hijo hubiese estado mi jefa?
Si nos adentramos en nuestra vivencia podremos ver – sentir, siendo más preciso- que tenemos más de
una emoción disponible, Paul Ekman (1972) da cuenta en diversos estudios de la existencia de 6
emociones universales: Ira, asco, miedo, alegría, tristeza y sorpresa. Rachael Jack (2014) menciona 4,
eliminando el asco y la sorpresa. Ambos autores y muchos otros a partir de estas y de los aprendizajes
a lo largo de la vida de las personas, han descrito varias decenas de ellas (culpa, vergüenza, alivio,
placer, erotismo, entre muchas otras), entregando un abanico emocional enorme, que para mayor
complejidad podemos vivenciar de más de una a la vez, haciendo difícil a veces reconocer qué estamos
sintiendo en determinado momento. A esta mezcla le podemos agregar la duración de cada una de ellas,
algunas por breves segundos, otras durante horas, días o años; su intensidad; su participación en lo
relacional, entre otras categorías, para así comenzar a construir todo un mundo emocional.
Estudiosos de las emociones las han distinguido por su duración, intensidad, innatismo o aprendizaje,
dividiéndolas en diversas categorías. Así, a los eventos breves e intensos algunos les han llamado
Emociones (dividiéndolas en innatas y/o aprendidas o mixtas); a los eventos más duraderos en el
tiempo y asociados a una relación con otros o lo otro, les denominan Sentimientos; y a aquellos de
mayor duración en el tiempo, que se mantienen con mayor independencia de lo cotidiano y que sirven
de base para el aprendizaje les denominan Estados de Ánimo.
Si bien estas distinciones nos sirven para mirar el fenómeno en partes, el mundo emocional es íntegro
en su acaecer humano y por tanto pareciera asemejarse más a los océanos, donde reconocer una gota
de agua parece imposible aun cuando sabemos que aquellas lo componen. Usando esta misma analogía
podríamos ver a los Estados de Ánimo como grandes extensiones de mar, algunos más fríos, otros más
cálidos, todos ciertamente muy importantes y diversos; los Sentimientos podrían ser las distintas mareas
que cambian con el clima y que se transforman en la relación con la luna; y por último, las Emociones
que podrían ser las olas de este mar, que son energía y movimiento.
Esta integridad del mundo emocional nos hace difícil el ejercicio de poder distinguirlo con detalle y
precisión del dominio cognitivo y corporal (debe ser difícil para un pez hablar del océano) y más bien en
una primera parte, daremos cuenta del mundo emocional a través de las emociones, que como olas,
nos permiten una mirada más en el límite del fenómeno emocional, haciendo creemos, más fácil poder
describir y distinguir este mundo.

La emoción como eje directivo de la acción


Etimológicamente la palabra emoción viene del latín emotio, que significa “movimiento o impulso”,
“aquello que te mueve hacia”. Si nos detenemos en el episodio del golpe en el pie podremos ver que a
partir de un evento simple, que corta la transparencia del ser en la vida, se abre un espacio ontológico
para nuevos desafíos adaptativos, en los cuales la emociones cumplen un papel central a la hora de
determinar la secuencia de acciones que serán necesarias para retornar a la transparencia del existir.
Para algunos autores (Mandler 1984, Miller, Galanter y Pribram 1960, Oatley y Johnson-Laird 1987,
Simon 1967, entre otros), la emoción surge cuando un quiebre nos lleva forzosamente a un espacio
donde no se tienen respuestas reflejas, estereotipadas o lógicas, y la emoción toma el mando de las
acciones hasta restablecer el equilibrio con el mundo. En este escenario, la emoción se aleja de algunas
teorías que la definían como respuestas humanas “poco evolucionadas”, que desorganizaban la razón
y que por tanto era necesario evitarlas o eliminarlas.
En concordancia con las nuevas concepciones sobre las emociones (que rigen para todo el mundo
emocional) estas son una luz de alerta, que dan cuenta de una pérdida de nuestro equilibrio adaptativo
y tendrían por objetivo traernos rápidamente al presente y colocar a disposición de todo nuestro ser, la
mayor cantidad de recursos para sortear aquello que quebró nuestra transparencia y, de esta forma,
permitirnos aprender de aquello que nos sucede en nuestro diario vivir.

Así, las emociones en tanto fenómenos humanos transversales y diversos, serían un enorme
precursor de las acciones humanas, siendo un recurso necesario para la adaptación a un medio
cambiante y continuamente desafiante, con una diversidad de expresiones que se traducen en el
operar del hombre sobre el medio.

Ni buenas ni malas, inevitables y necesarias


Al ser las emociones un recurso adaptivo, una luz de alerta para traernos al presente y un motor de las
acciones que buscan re- establecer el equilibrio, nos hacen necesario replantearnos algunas categorías
que las agrupan en buenas o malas, oportunas o inoportunas, deseables o no.
A lo largo de nuestra vida nos han enseñado y hemos aprendido, a valorar más algunas emociones que
otras, categorizándolas en emociones “buenas” y aquellas que no lo son. Frases como “no hay que
llorar”, “es un pecado odiar”, “es ‘feo’ enojarse con otros” o, simplemente valorar que alguien no llore
frente a una pérdida, han marcado no sólo nuestro mundo emocional, sino que nuestra forma de estar
en el mundo y de relacionarnos. Durante décadas hemos intentado no llevar el mundo emocional al
trabajo o reprimirlo para ser “más creíbles”, alejar a nuestros seres queridos de nuestra rabia o miedo,
o buscar un estado de “neutralidad” para dar una opinión “objetiva”, como si tuviéramos un interruptor
que nos permite apagar y encender a voluntad el lugar de nuestro ser donde están las emociones.
Si las emociones son un sistema de alerta que guía nuestras acciones, que nos permite adaptarnos, que
está presente en todo nuestro ser y que nos constituyen, estas tareas autoimpuestas o socialmente
“deseables” de intentar controlarlas, no sólo eran imposibles de alcanzar, sino que hoy sabemos además
que el intentarlo nos enferma. Diversos estudios han establecido relaciones entre enfermedades
autoinmunes como el cáncer, problemas gástricos, articulares y muchas otras con formas de vivirse las
emociones, de hecho la medicina China tiene grandes descripciones de enfermedades que asocian
emociones específicas a órganos del cuerpo y sus enfermedades.
¿Cómo sería si en vez de tratar de controlar las emociones, las pudiéramos integrar como
indicadores inevitables que dan cuenta de un territorio de aprendizaje?

Si nuestro mundo emocional nos constituye, ¿Entonces qué aprendemos?


¿Qué hace que luego de retirar el pie producto del dolor, recoja el objeto, salga a comprar una caja para
guardarlos todos, comente el incidente con amigos, o lo traiga a una conversación días más tarde? Si el
dolor ya nos da información adaptativa para no “morir”, ¿Por qué nuestra respuesta no se limita sólo a
sentir dolor y retirar el pie? Si bien esto podría parecer una secuencia lógica de razonamiento y más de
alguien podría decir como que es “lo lógico a hacer dada la situación”, “todos harían lo mismo si se
golpearan con un objeto tirado” o “si viera por dónde camina no se golpearía ‘nunca’ ”, existe una serie
de fenómenos ocurriendo entre el dolor del golpe y las decisiones y acciones implementadas que van
mucho más allá que la mera lógica.
Como dijimos anteriormente, para algunos autores existen 4 o 6 emociones básicas que estarían
presentes en todos los humanos, estas se expresarían físicamente de la misma manera en todas las
personas, involucrando los mismos músculos del rostro y cuerpo, con los mismos neurotransmisores,
con patrones de respiración definidos y que serían reconocibles por todos los humanos al verlas en
otros. También dijimos que a partir de ellas existe un mundo de asociaciones, mezclas y aprendizajes
que hacen de las emociones, los sentimientos y los estados de ánimo, un mundo de posibilidades.
Pensemos en 6 emociones básicas: miedo, rabia, alegría, tristeza, ternura y erotismo ¿Cómo podemos
identificarlas en nosotros, lo que producen en nuestro cuerpo, lo que gatillan en nuestra mente y la
energía con la cual se expresan y nos predisponen a actuar? Desde el momento de nuestro nacimiento
(y antes, por qué no) estamos interactuando con ellas y el mundo. El olor de nuestra madre, la risa de
nuestro padre, la temperatura de nuestro cuarto, el silencio que nos rodea, irán estimulando nuestros
sentidos y generando en nosotros respuestas emocionales que primero, rudimentaria y luego de manera
más elaborada, nos harán interactuar con otros. Nuestro llanto irá mostrándoles a nuestros padres
aquello que no nos agrada y nuestra risa aquello que sí, nuestra rabia aparecerá cuando no obtengamos
satisfacción de alguna de nuestras necesidades y nos asustaremos de ruidos, soplidos o vibraciones
que nos parezcan molestas.
A medida que crecemos, simbolizamos nuestro mundo y tenemos mayores necesidades, nuestras
interacciones aumentan y ocupamos un lugar en nuestro hogar, en el corazón de los que nos conocen,
en la paciencia y el estrés de quienes nos cuidan, en las creencias de lo bueno y lo malo, de lo permitido
o castigado por nuestros padres o figuras de apego, entre tanto otro aprendizaje que irán
sumergiéndonos en un mundo emocional cada vez más amplio y profundo. Así en el día a día, como si
nos sumergiéramos en el mar, nuestro mundo emocional se irá enriqueciendo, complejizando e
interactuando con otros mares. No es lo mismo ser el mayor, el del medio o el menor de los hermanos,
que mi padre llegara cansado o estresado del trabajo o que mi madre haya tenido que “criarme sola”,
los mundos emocionales de los otros irán interactuando con mi mundo en formación. “Los niños no
lloran”, “la rabia es una mala consejera”, “no te enojes, piensa” “debieras sentirte avergonzado” son
frases que nos muestran mundos de aprendizaje y que nos abrieron y cerraron posibilidades.
Así como decimos que lo cognitivo se aprende por instrucción, lo emocional se aprende por
inmersión, nos sumergimos en un mar emocional que nos contó una historia del mundo que nos
rodeaba. Una historia que no es ni buena ni mala, sino que ES. Y respondiendo a la pregunta que
nos hicimos anteriormente: ¿Si nuestro mundo emocional nos constituye, entonces qué
aprendemos? Lo que aprendemos es a habitarlas, reconocerlas, distinguirlas, a valorarlas, a
saber “de qué” dan cuenta en mi vida, a qué me predisponen, y qué necesitamos aprender de
ellas.

Distinción y expresión del mundo emocional


El aprendizaje del mundo emocional fue moldeando una forma de sentir en nosotros, aquello que nos
alegra, entristece, nos enrabia, asusta, aquello que nos enamora o erotiza, aparecía a veces con
evidente claridad y era simple dar con lo que se necesitaba para calmarlo y en otras, de forma más
difusa, no logrando distinguirlo claramente y por tanto, difícilmente lográbamos declararlo o encontrar
aquello que necesitábamos. ¿Cómo saber que un abrazo calma mi llanto si nunca recibí uno cuando
lloré? ¿Cómo saber que el miedo se va cuando estoy en compañía de alguien? ¿O que reír fuerte es
placentero si la risa “abundaba en la boca de los tontos”?. Esta inmersión rodeada de creencias,
restricciones y vivencias particulares posibilita ciertos aprendizajes emocionales y restringe otros, así es
factible que alguien no logre reconocer y distinguir una serie de sensaciones corporales o bien, que aun
cuando las sienta y distinga, no las exprese de manera clara o directa.
Así nos encontramos con personas que no logran distinguir algunas emociones, así como otros no logran
expresarla en libertad o con toda su intensidad. Si alguien creció en un ambiente donde aparentemente
nadie se enojaba, su biología sería capaz de sentirla, los músculos la vivirían, los químicos se generarían
en su cerebro, mas no le sería posible distinguir esa rabia y por tanto, la referirá como que no la tiene.
Por ejemplo, en países donde la rabia es castigada, es factible encontrar personas que dicen “no
enojarse nunca”: no hay registro en ellos de rabia (conscientemente) pero tienen niveles de tensión
muscular alto, bruxismo, gastritis o lumbagos recurrentes. Así también, es factible encontrar personas
que dicen sentir rabia pero que evitan expresarla, sobre todo con otros y dicen “contar hasta mil”,
racionalizarla (no tengo rabia solo “lata o incomodidad”) o llegar a casa y explotar porque el mantel está
puesto al revés.
Cada uno de nosotros a lo largo de nuestras vidas iremos distinguiendo nuestro mundo
emocional y dando cuenta con ello de nuestra forma de ser, así como del modo en que nos
relacionamos con los otros y lo otro.

Emociones, sentimientos y estados de ánimo


Si bien dijimos que en el mar es difícil separar las olas de las mareas, sólo a modo introductorio y como
una herramienta básica, distinguiremos algunas emociones de los sentimientos y de los estados de
ánimo.
Siendo tal vez muy simplistas, diremos que las emociones son luces de alerta que nos permiten afrontar
situaciones de quiebre de la transparencia de nuestro vivir, nos traen al presente y nos conectan con
preguntas fundamentales que nos ayudan a distinguirlas y que nos preparan para actuar sobre el mundo
inmediato (por ej.: Tristeza, miedo, rabia, alegría, ternura y erotismo).
En este ejercicio tal vez forzado de distinguir, diremos que los sentimientos son emociones con una
mayor duración, que nos conectan con algo más transversal o más profundo, nos orientan en nuestro
sentido de vida más a largo plazo y nos ayudan a construir nuestra historia de relaciones, con nosotros
mismos, con los otros y con “lo otro”. (Por ej.: el amor o el odio)
Los estados de ánimo por su parte, son emociones y sentimientos que se han ido manteniendo en el
tiempo, sirven de base para los aprendizajes de otras emociones y de alguna forma, parecieran
definirnos en términos de nuestra forma de ser (veremos que esto es una creencia que nos atrapa y no
una facticidad) (por ej.: resentimiento, resignación, paz o entusiasmo)
Entendiendo la dificultad que puede provocar separar fenómenos que son tan integrales, e intentando
rescatar lo necesario de este ejercicio para el aprendizaje del coaching, en esta ocasión distinguiremos
6 emociones que llamaremos básicas (tristeza, miedo, rabia, alegría, ternura y erotismo) y el sentimiento
del amor, dejando para otro momento la distinción de los estados de ánimo.
Emociones básicas.
La tristeza
La tristeza nos sumerge en una respiración profunda que llega hasta nuestras entrañas, el cuerpo se
suelta y aparece el llanto. Trae la reflexión a nuestra vida, siempre con una mirada al pasado, hacia
aquello que valorábamos, que nos importa y que perdimos o estamos perdiendo, nos mueve hacia
valorar lo que tengo y a dejar morir aquello que no me aporta, en un sentido más trascendente.
Llegado el momento, la pérdida es sentida y vivida como inevitable. Aun cuando lo perdido pudiera
parecer “superficial” incluso para la persona que está perdiendo, es factible que esté dando cuenta de
algo que va más allá del objeto, persona o relación perdida, y sea algo de mí que se aloja en el segundo
orden de mi ser. Puedo perder mi trabajo y con ello, por ejemplo, creer que pierdo mi dignidad.
En equilibrio, la tristeza trae la valoración de aquello que nos importa, su añoranza y el aprendizaje
de acompañar al otro y dejarse acompañar por el otro, del “estar ahí para ti”. En el cuerpo, la tristeza
nos lleva a soltar, relajar la tensión a desprendernos, hasta alcanzar un estado de paz y quietud.
Cuando habitamos en exceso la tristeza, nos aferramos a aquello que no queremos terminar de perder,
nos vamos al extremo de la melancolía, “nunca más me he vuelto a enamorar como aquella vez”,
aferrándose a una sensación de completitud que aquello perdido hacía sentir, habitando la incompletitud
y la imperfección del presente.
Cuando no logramos reconocer aquello que nos entristece y por tanto, pareciera que nada nos pone
triste, habitamos desde el déficit de la emoción de tristeza, lo que nos vuelve indolentes, nada de lo que
perdamos es importante, no logrando valorar nada ni a nadie, incluso la propia vida. Habitar desde la
indolencia nos puede llevar a un estado de ánimo deprimido, donde nada pareciera importar y la vida
carece de sentido.
El miedo
Nos despierta nuestra atención y concentración, contrae nuestros músculos y nos prepara a lo
desconocido, a aquello que nos amenaza, reorganiza toda nuestra energía replegándola para ser usada
inminentemente, el miedo nos prepara para un futuro incierto. El miedo nos conecta con la posibilidad
de dañar y ser dañado en un futuro próximo, daño que podría ser de tal magnitud que puedo llegar a
perder aquello que hoy tengo y quiero (perder la vida o a quien amo) A diferencia de la tristeza la pérdida
aún no ocurre, pero anticipo que podría ocurrir si la amenaza continúa existiendo.
El miedo en equilibrio nos detiene, nos pone en alerta, intensificando nuestros sentidos, contrae nuestros
músculos listos para ser usados en cualquier momento y nos predispone a actuar con prudencia, con
cautela y nos permite la valentía.
El miedo en exceso sobre contrae los músculos del cuerpo hasta la inmovilidad, sumergiéndonos en el
pánico, que nos impide actuar y nos paraliza. En un grado menor, el miedo en exceso nos lleva a sobre
cuidar o cuidarme y sobre controlar o controlarme, asfixiando la posibilidad de relación, llevándonos al
aislamiento. Cuando el miedo nos inunda, por ejemplo, nos podría sumergir en la cobardía, que da
cuenta de un miedo excesivo que impide afrontar un desafío, restándome de la situación y cerrándome
a nuevas posibilidades.
El déficit de reconocimiento del miedo, se visualiza como si nada me pudiera dañar a mí o a los otros
que quiero, sobre exponiéndome a mi u otros a riesgos innecesarios, siendo mi actuar temerario o
imprudente, descuidándose a sí mismo, a otros o la relación, pudiendo salir dañado o dañar. Habitar
continuamente en el déficit podría llevar a vivir desde la arrogancia (más intelectual) o la imprudencia
(más emocional o corporal), desde la creencia que nada ni nadie puede dañarme o que es imposible
que dañe a otros.
La rabia
La rabia es una fuerza expansiva que busca apartar, quitarse de encima, alejar a algo o alguien o bien,
lleva a apartar a aquello que me impide lograr lo que quiero. Esta emoción nos trae al presente porque
algo o alguien nos están dañando aquí y ahora, y buscamos defendernos o defender aquello que
queremos o valoramos; alguien está cometiendo una injusticia y utilizaremos nuestros recursos para que
el cauce vuelva a donde queremos que vuelva.
La rabia en equilibrio da cuenta de la necesidad de apartar aquello que me daña o que me entorpece en
el logro de mi meta. El cuerpo toma una determinada rigidez que se ancla fuertemente al piso, con una
leve inclinación hacia adelante, la mirada se torna desafiante y los dientes sobresalen en señal de alerta.
Esta emoción nos predispone a defendernos, a decir que no, a poner límites a detener aquello que
molesta. Cuando la rabia está en equilibrio permite que las personas sientan y vivan su dignidad,
creando un espacio personal, tanto físico como psicológico.
Cuando se vuelve un exceso, la rabia se transforma en Ira o prepotencia, sobre reaccionando a aquello
que creo que me daña y respondiendo de una manera desproporcionada y por tanto, ocasionando daño
en vez de detener la situación dañina.
El déficit de su reconocimiento, dificulta el poner límites y vuelve frecuente el daño o la posibilidad de
daño, el mundo se vuelve impredecible e incontrolable y aparece la impotencia en un primer momento,
y de mantenerse puede convertirse en desesperanza. En este estado las personas creen carecer de
poder y se sienten condenados a recibir sin posibilidad de escape o evitación de los avatares de la vida,
perdiendo de vista el poder personal.
La Alegría
La alegría nos inunda de una energía expansiva, el aire entra a nuestro pecho expandiéndolo todo,
generando calor e incluso vibración en nuestro cuerpo. Alegres nos sentimos completos, livianos, más
dispuestos a compartir o conectar con otros. La alegría da cuenta de una ganancia en nuestras vidas,
tenemos algo que no teníamos o bien, de una completitud en la que tenemos todo lo que necesitamos.
En equilibrio la alegría nos impulsa a la celebración, la sensación de plenitud y a la generosidad, a
una conexión que da cuenta de la abundancia del universo y de que somos parte de ella.
En exceso la Alegría nos lleva a la euforia, el desborde de la generosidad, donde se pierde de vista a
los otros y administro incluso aquello que no tengo. En la euforia puedo habitar la autocomplacencia y
creer que aquello ganado me hace “mejor” que otros o bien que no sólo “me completé” sino que “me
perfeccioné” con lo ganado, y por tanto no necesito aprender nada nuevo, ni transformar nada en mi
vida.
En déficit la alegría nos sumerge en la insuficiencia o incompletitud, nada logra llenar aquel vacío o
carencia que siento, nada logra completarme, todo es insuficiente sumergiéndonos en la ingratitud. No
me gusto, no soy suficiente, no soy como quiero ser. Cuando esta insatisfacción constante se perpetua,
se comienza a atesorar aquello “poco” que se tiene, habitando el egoísmo y la avaricia, aferrándome a
lo poco que valoro en mí y en otros, dificultando que pueda soltar aquello que juzgo como valorable en
mí.
La ternura
Esta nos trae al cuerpo un calor suave, una respiración profunda que va soltando suavemente las
tensiones y que nos mueve a envolver, cuidar, abrazar, aquello que nos trasciende y nutre. La ternura
en equilibrio nos permite ver en nosotros y en otros, aquello que nos conecta y que nos hace iguales
desde la vulnerabilidad, otorgándonos la posibilidad de cuidarnos y cuidar de otros.
La ternura en exceso nos desconecta de los otros y nos centra en aquello que “nosotros creemos” el
otro necesita, llevándonos a la sobreprotección. Este exceso puede llevarnos al desequilibrio de
brindarnos a otros por sobre nosotros mismos, sumergiéndonos en el sacrificio, descuidándonos y
anulando a los otros como legítimos otros, volviéndolos desiguales.
En déficit esta emoción nos impulsa a creer que nada en el otro o en mí es digno de ser cuidado, que
nada nos une ni nos iguala y que por tanto es fácil ser abandonado o abandonarme. Si se mantiene
en el tiempo nos puede llevar al estado de ánimo de la negligencia, llevándonos al descuido propio o
de los otros.
El Erotismo
Esta emoción nos trae al cuerpo un calor que nos despierta, nos mueve a la búsqueda, al asombro y la
conquista. El Eros nos conecta con lo vivo y nos trae la novedad de un nuevo día, sus colores y
aromas. En equilibrio este sentimiento nos conecta con el disfrute, el goce y el placer, tanto con
nosotros como en el brindarnos para otros y con el universo.
En exceso el erotismo nos sumerge en una vida que nos asombra constantemente, todo es novedoso y
digno de ser vivido, aparece una sed, una necesidad imperiosa de buscar el placer que nos conduce a
un hedonismo constante, suprimiendo toda cercanía al dolor, llevándonos al exceso de la búsqueda de
aquello que creemos nos hace sentir vivos.
En déficit nos lleva a desvitalizarnos, nada de la vida nos moviliza ni nos brinda placer, perdiendo la
capacidad de asombro y desestimando la posibilidad de conquista. Nada en mí o en los otros despierta
curiosidad, aislándome y haciéndome escéptico frente al universo, inundándome en una anestesia
corporal y de vida.

Sentimiento
El Amor
Un sentimiento universal y que es central a la hora de hacer coaching es el amor. Parafraseando a
Maturana, el amor como fenómeno relacional hace que el otro o lo otro, surja como un legítimo otro en
la cercanía de la convivencia, incluso con uno mismo. Como fenómeno humano el amor se nutre de a
lo menos dos emociones básicas, la alegría y la ternura, dando cuenta de un lugar desde donde nos
relacionamos con nosotros, con otros y con el universo.
El amor nos permite recordar aquello que nos hace esencialmente iguales y que expresado en equilibrio
nos brinda la oportunidad de ver y vernos en los otros, sabernos unidos por algo mayor que nos sostiene
y que nos permite estar “presentes” con nosotros y los otros. Nos hace sentir en completitud y dignos
de ser cuidados y conectados para cuidar.
Cuando el amor pierde el equilibrio en lo relacional se puede volcar al exceso, perdiendo al otro como
legítimo otro, inundando desde la euforia de la alegría en exceso y/o desde la sobre protección o el
sacrificio de la ternura en exceso, volviéndolo unilateral y por tanto ciego a aquello que nos diferencia,
fusionándome con el otro, volviéndome híper-empático.
A su vez, si la pérdida del equilibrio relacional lleva a un déficit de la expresión, podemos sumergirnos
en la ingratitud y el abandono o negligencia conmigo o con los otros y lo otro. Me vuelco hacia mí mismo
con tal magnitud que me vuelvo egoísta.
Si bien podemos vivenciar al amor como un sentimiento humano relacional, también es posible
sumergirse en él como un lugar de conexión más trascendente, que nos une al universo, haciéndonos
partes de algo mayor donde nos volvemos uno con el todo. Así el amor nos recuerda que siendo gotas,
en sincronía con otras gotas somos un océano.
Cuando desde lo humano nos desconectamos de este lugar de igualdad universal nos vemos
sumergidos en el miedo de no sentirnos parte de algo mayor, del sinsentido o de una soledad
más trascendente. Desde el lugar de las metáforas podríamos decir que el amor es aquella
melodía interior que nos permite vibrar en unidad con el universo.
EMOCIONES BÁSICAS

EMOCIÓN DA CUENTA DE EQUILIBRIO EXCESO DÉFICIT

Valoración Melancolía
TRISTEZA Lo perdido Indolencia
Añoranza Depresión

Lo amenazado, Prudencia Imprudencia,


MIEDO Pánico, cobardía
pérdida futura Valentia temerario

Del daño o la Defensa Impotencia,


RABIA Ira, agresión
injusticia Dignidad desesperanza

Celebración,
La completitud, reconocimiento, Insuficiencia,
ALEGRÍA Euforia, derroche
la ganancia descanso, ingratitud, escasez
abundancia

Lo que merece Sacrificio, Abandono,


TERNURA Cuidar
ser cuidado sobreprotección negligencia

Desvitalización,
Hedonismo,
EROTISMO Lo vital Goce, disfrute incapacidad de
adicciones
sentir placer

Conexión, Egoísmo,
AMOR Lo esencial Simbiosis
fusión deshumanización

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