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Lenguaje y cine
Introducción de
JO R G E URRUT1A
IS B N 84-320-7810-7
Introducción 7
I
El libro que tiene el lector entre sus manos es un libro de se
miología, de lingüística. Pero es también un libro de cine. Y el
cine es un arte. El séptimo arte, como lo bautizó Ricciotto Canu
do. ¿Es posible una semiología del arte? O, lo que es lo mismo,
¿puede considerarse cada arte como si de un lenguaje se tratara?
Aunque para algunos pueda parecer herejía, el estudio lingüís
tico del arte debe ya admitirse a priori. No quiero, en estas pági
nas, volver a los célebres escritos de Jan Mukarovsky,1 pero —pa
rodiando el comienzo del apartado b de la tercera tesis del Círculo
de Praga2— diré que, en la formación de la expresión artística,
1. Me refiero especialmente a L'art comme jait sémiologique, en "Actes du huitiéme
congrés intemational de philosophie", celebrado en Praga deL 2 al 7 de setiembre de
19Z6, pp. 1065-1072. Existe otra edición de ese mismo original francés en 'Poétique*,
núm. 3, París, 1970. Simón M archan lo traduce al castellano {El arte como hecho se
miológico), junto con el texto titulado El estructuralismo en la estética y en la ciencia
literaria, componiendo el libro Arte y semiología, Madrid, Alberto Corazón, 1971. Como
introducción teórica al estudio semiológico de la literatura, resuJta provechoso leer
algunas de las ponencias presentadas al seminario que, sobre el tema Estructuralismo
y critica literaria, celebró el Instituto Gramsci de Roma. Se encuentran reunidas en
castellano bajo el título Lingüistica formal y critica literaria, en “Comunicación", núm.
3, M adrid, Alberto Corazón, 1970. Una importante aplicación del estudio semiológico a
nuestra literatura es el libro de Antonio P rieto , Ensayo semiológico de sistemas lite
rarios, Barcelona, Ensayos/Planeta, 1972. No quiero dejar de citar, por lo que significa
de estudio lingüístico del arte y por su gran importancia, los trabajos sobre creación
artística con ordenadores, composición automática de espacios arquitectónicos y gene*
ración automática de formas plásticas, realizados en el Centro de Cálculo de la Uni
versidad de Madrid bajo la dirección del profesor C amarero . Pueden verse los boletines
del Centro de Cálculo y un interesante artículo, divulgador de estas experiencias madri
leñas, escrito por P tcrrb D arras en ITC [Ingénieurs, techniciens, cadres]. 'Actualités"
(revista del Partido Comunista de Francia), núm. 31, París, enero 1971, pp. 56-58.
2. Las tesis se publicaron originalmente en francés en el primer número de los
“Travaux du Cercle Linguistique de Prague", Praga, 1929. Existe una nueva edición en la
revista "Change", núm. 3, París, 1969, pp. 19-49. Actualmente pueden consultarse dos
traducciones al castellano: una, El Círculo de Praga, Madrid, Alberto Corazón, 1970; otra,
en B. Tmka, y otros. El Círculo de Praga, Barcelona, Anagrama, 1971, pp. 30-63.
las condiciones políticas, sociales, económicas y religiosas no son
nada más que factores externos, importantísimos desde luego, y
cuya descripción y estudio resultan imprescindibles para obtener
un perfecto conocimiento (y una óptima comprensión) del hecho,
pero que en nada disminuyen las posibilidades teóricas de la ex
presión. En ello radica mi diferencia con el grupo de la revista
francesa «Communications» —y en él está Christian Metz— con
respecto al problema de lo verosímil, y mi acercamiento, en este
caso, a Galvano della Volpe.3
La semiología, según la denominación de Saussure; la semióti
ca, según la denominación de Peirce, es una ciencia salvadora del
impasse a que estaba sometida la investigación. Ni estudio dema
siado general (quien mucho abarca poco aprieta), ni excesivamente
particularizador (una especialización llevada a ultranza es ne
fasta para la cultura), la semiología, con su particular método,
puede estudiar prácticamente todos los fenómenos. Intenta com
prender la manera en que se presenta cualquier tipo de informa
ción. Podemos construir desde una semiología del telegrama hasta
una semiología de la flora o la fauna. Todo objeto, toda forma,
nos proporciona mensajes, ya que proporciona señales (estudiadas
por la semiología de la comunicación) o indicios (estudiados por
la semiología de la significación). Además, si en vez de considerar
el mundo extralingüístico como referente absoluto de los signos
lo consideramos como el lugar donde se manifiesta la significa
ción, podemos tratarlo como un conjunto de sistemas semiológi-
cos. La significación está, por tanto, bajo todas las formas sensi
bles. Dicho de otro modo: todo es signo. El mundo es, pues, una
superposición y yuxtaposición de significantes. Y esto último no
es, pese a la idea de muchos lingüistas, un desatino, si se mantiene
clara la diferencia entre señales e indicios.
Emilio Garroni define el objeto estético como «un oggetto se-
miotico típicamente eterogeneo». Considerar el objeto estético como
objeto semiótico significa que «é analizzabile nei suoi elementi cos-
titutivi in relazione a uno o piü modelli sistematici, e non si pre
senta come qualcosa di globale, unitario e inalizzabile». Considerar
el objeto estético como típicamente heterogéneo significa que «é
correttam ente analizzabile, in quanto estetico e non genericamente
semiotico, solo in rapporto ad una molteplicitá di modelli omoge-
3. Véase J orge U rrutia, Ensayos de lingüística externa cinematográfica, Madrid,
C.E.U., 1972, pp. 33-38.
nei e, tra loro, eterogenei».4 La concepción del objeto estético como
objeto heterogéneo resulta im portantísim a para el estudio lingüís
tico del arte. Christían Metz seguirá a Garroni en este punto, con
fesándolo en diversos momentos.5
En el lenguaje cinematográfico se integran todos los lenguajes
registrables por la vista y el oído. Esto ocasiona un problema de
funcionamiento interno. En otro lugar6 traté este tema con cierto
detenimiento. Decía que cada uno de los lenguajes incluidos en el
del cine conserva sus propios códigos, sus propias leyes de funcio
namiento, y, a la vez, se somete a los posibles códigos específica
mente cinematográficos o, también, comunes a varios lenguajes.
Se forma, por tanto, cierta red códica.
Sigo pensando que deben concebirse dos redes —una códica y
otra de lenguajes— engarzadas íntimamente en una estructura. A la
red códica le corresponde una red de lenguajes, pero no separadas,
sino superpuestas. Los límites de un lenguaje y los límites de los
códigos que en él intervienen no son coincidentes, aunque, y re
sulta necesario, la frontera imaginaria de la suma total de los len
guajes coincide con la de los códigos.
La estructura del lenguaje cinematográfico, compuesta de un
número n de códigos, posee un nuevo código que ordena las rela
ciones de todos los componentes y el funcionamiento general. El
código específicamente cinematográfico es el que permite, además,
la lectura de los lenguajes no específicos. Éstos están presentes
en régimen de libertad vigilada y sólo cobran su pleno sentido, den
tro del filme, en la relación fronteriza con los restantes, aunque
esa relación sea de contrapunteo.
Christían Metz se ocupa del problema de la pluralidad de códi
gos y lenguajes en diversas partes de .su libro. Puede el lector
4. E m ilio G a rro n i, Semiótica ed estetica (L’eterogeneitá del tinguaggio e il Unguag-
gio cinematográfico), Bari, Laterza, 1968, p. 165. Existe traducción del capítulo corres
pondiente (La heterogeneidad del objeto estético y los problemas de la crítica del arte)
en "Comunicación", núm. 3, ya citado. No debemos olvidar que la estética de la infor
mación es una ciencia, aunque muy joven, ya existente. Deben verse los trabajos de
Abraham A. Moles y Max Bense, especialmente, pese a que sean, a veces, muy discuti
bles. Bense comienza uno de sus últimos libros definiendo esa ciencia: “La «estética de
la información», que trabaja con medios semióticos y matemáticos, caracteriza los
«estados estéticos» —observables en los objetos de la naturaleza, objetos artísticos, en
las obras de arte o de diseño— a través de valores numéricos y clases de signos" (M ax
Bense, Introducción a la estética teórico-informacional, Madrid, Alberto Corazóp, 1973,
página 21).
5. Por ejemplo, su artículo Spécificité des codes et spécificité des langages, "Semió
tica*, I, 4, La Haya, 1969, manifiesta, ya en el primer párrafo, que utiliza como base
de partida los escritos del semiólogo italiano.
6. Véase J orge U rrutia , Notas para una semiología del cine, "Prohemio", I I I , 2,
Barcelona, 1972.
interesado en abordar rápidamente el asunto acudir al «índice no
cional», que figura en las últimas páginas de este volumen. El aná
lisis y la teoría del autor son serios, importantes y, a menudo, con
vincentes. Sin embargo, el tema deja de estar aún resuelto. Cons
ciente de ello, volvió Metz a tratarlo en 1972.
Con un nuevo artículo7 procura el semiólogo francés distinguir
estrictamente dos tipos de conjuntos ideales, abstractos: los len
guajes y los códigos. Los primeros «reagrupan todos los "mensa
jes” de un cierto orden sensorial, físico (por ejemplo, todos los
mensajes fónicos, o todos los mensajes cinematográficos, pictóri
cos, etc.), sin coincidir forzosamente con un código». Los segundos
poseen una coherencia «sistemática, lógica, y no física». Asegura
Metz que la idea de que a cada lenguaje le corresponde un código,
y viceversa, no es algo necesario y continuo; ni siquiera lo es fre
cuente. Sucede incluso que un código pasa de un lenguaje a otro:
la forma permanece idéntica aunque cambie la manifestación fí
sica. «Es sabido que diversos códigos estéticos, que sólo se habían
manifestado —hasta el siglo xrx— en la materia de la expresión
propia del lenguaje pictórico (la imagen fija, única y compuesta a
mano), han conocido posteriormente una segunda manifestación,
más o menos isomorfa a la primera, en el orden sensorial del cine
(es decir, la imagen fotográfica, múltiple, en movimiento), muy
diferente físicamente del que caracteriza la pintura.» Como ejem
plos pueden citarse las formas pictóricas redivivas en La kermesse
héroique de Jacques Feyder, L'homme au cráne rasé o Un soir, un
trajn de André Delvaux, Une partie de campagne de Jean Renoir,
La brujería a través de los siglos de Benjamín Christensen, II van-
gelo secondo Matteo de Pier Paolo Pasolini, y un largo etcétera.
Un código puede, por tanto, ser común a varios lenguajes, pero en
el seno de un único lenguaje también pueden encontrarse varios
códigos.
El cine no sólo contiene varios códigos, sino también varios len
guajes; el cine no es una m ateria de la expresión, sino una combi
nación de varias materias, ya que utiliza significantes de distintos
tipos físicos: imágenes, sonidos fonéticos, música, etc. «En cada
realización particular de cada lenguaje (cada filme del cine, cada
poema de la poesía, cada cuadro de la pintura) encontramos varios
códigos a la vez; cada uno de ellos es más parcial, y al mismo tiem
po más general, que el discurso singular de que se trata, es decir,
que el filme, el poema o el cuadro. "Más parcial" porque en ese
7. C h r is t ia n M etz , «Structure du message*, ou strucsure du TEXTE?. en Études sur
le fonctionnement de codes spécifiques, Burdeos, ILTAM-CRDP, 1972, libro colectivo.
discurso singular existen otros códigos; "más general” porque eL
mismo código aparece también en otros discursos singulares, otros
cuadros, otros filmes, etc.»
El estudio semiológico del objeto artístico es, como puede ver
se, altamente complejo. No es misión de estas páginas mías llevar
lo a cabo (y ojalá tuviera la capacidad necesaria para elaborarlo y
sintetizarlo en tan poco espacio). Sí quisiera, en cambio, llam ar la
atención sobre el hecho de que considerar el filme como un obje
to semiótico típicamente heterogéneo, considerar el cine como un
lenguaje compuesto de diversos otros lenguajes y distintos códigos,
significa (en cierto modo) volver a los primeros escritos a él de
dicados, reengarzar con ellos.
Me parece, en este sentido, fundamental reconsiderar los escri
tos postumos de Ricciotto Canudo, recogidos en el libro L'usine
aux images. Se asegura ahí que el «círculo en movimiento» de la
estética se cerraba al fin triunfalmente con la fusión total de las
artes. Y esa fusión es el séptimo arte: el cinematógrafo. El ensa
yista italiano, afincado en Francia, explicaba así su pensamiento:
«... deux arts existent vraiment, englobant tous les autres. Ce sont
les deux foyers de la "sphére en mouvement”, de l’ellipse sacrée de
l’Art, oü l’homme a jeté depuis toujours le meiileur de son émotion,
le plus profond de sa vie intérieure, les signes les plus intenses de
sa lutte contre le "fugitif" des aspects et des choses: l'Architectu-
re et la Musique. La Peinture et la Sculpture ne sont que la figura-
tion sentimentale, de l’homme ou de la nature; et la Poésie n'est
que l’effort de la Parole, et la Danse l'effort de la Chair, pour de
venir Musique. Voilá pourquoi le Cinéma, qui résume ces arts, qui
est de TArt plastique en mouvement", qui participe des "Arts
immobiles” en méme temps que des "Arts mobiles”, selon l’expres-
sión de V. de Saint-Point, ou des "Arts du Temps” et des "Arts de
l'Espace" selon celle de Schopenhauer, ou encore des “Arts plas-
tiques" et des "Arts rythmiques", en est le "Septiéme”.»8
Pero el cine no es, para Canudo, la simple suma de las diversas
artes anteriores. La gran obra cinematográfica sólo se conseguirá
cuando el «écraniste» (como él llama al realizador) coordine la ex
presión del pintor, del músico y del poeta sobre un mismo tema;
pero el filme se elaborará entonces «par ses propres modes, hors
des modes communs aux autres arts».9
8. Recogido en la antología de P ie r r e L h e r m i .v ie r , L’art du cinema, P a rís , Seghers,
1960, pp. 29-30. El libro de R icciotto C anudo, L’usine aux images, fue compuesto a base
de artículos recogidos por F. Divoire y editado por E. Chiron (París, 1927).
9. Antología de Lherminier, p. 36.
El cine es un compuesto de todas las demás artes, dice Canudo,
teniendo en cuenta que ya hay artes principales, Arquitectura y
Música, que engloban a las restantes. Estamos ante una clasifica
ción de «caja china», siendo el cine la caja externa que contiene
todas las demás. Sin embargo, igual que en el caso de la caja china
o la muñeca rusa, el cine no es simplemente la suma de sus com
ponentes: posee además sus propias reglas (sus propios códigos,
diríamos nosotros). La teoría de Ricciotto Canudo coincide, aunque
no se exprese en términos de lingüística, con la de Emilio Garroni
y otros semiólogos, y que Christian Metz también ha expuesto en
diversas ocasiones. Lo que caracteriza propiamente cada una de las
artes es cierta combinación de varios códigos: lo «específico» es,
por tanto, «heterogéneo».10 El error del teórico italiano, de Canu-
do, radica en plantear la combinación de los códigos cinematográ
ficos como combinación de artes exclusivamente. Y, sin embargo,
en otro lugar,11 cuando compara el cine de los europeos y el de los
norteamericanos (para rechazar el cine teatral del viejo continen
te), asegura que la superioridad del cine norteamericano se debe a
que carece de tradiciones culturales, a que no se embaraza con
ninguna traba cultural.
Sólo en la década de los años sesenta comenzará a considerar-
se el cine desde el punto de vista semiológico. El trabajo más an
tiguo publicado, que yo conozca, y que pueda considerarse como
un planteamiento concreto de una investigación sistemática, es Le
cinéma: langue ou langage?,n de Christian Metz. Anteriormente,
aunque rozando con las maneras de hacer del que Metz, en Lan
gage et cinema, llama «período filmológico», se habían publicado
un artículo de Roland Barthes, ciertos trabajos de Gillo Dorfles y
el, mucho más lingüístico, estudio de Gianfranco Bettetini, II segno,
dalla magia fino al cinema.11
Desde aquel primer artículo, las publicaciones de Metz relati
vas a la semiología del filme se fueron sucediendo. Gran parte de
sus trabajos anteriores al año 1969 quedan recogidos en un volu
10. Véase, entre otros, el artículo de C h r is t ia n M e t z , Spécificité des cod.es et spé-
cifité des langages, citado en la nota 5 de este prólogo.
11. Antología de Lherminier, p. 32.
12. Publicado en “Communications", núm. 4, París, 1964. Recogido en Essais sur la
signification du cinéma, libro del que se hablará en seguida. Varias traducciones al cas
tellano, como se verá.
13. R oland B a r t h e s , Le probléme de la signification au cinéma, "Revue Internatio
nale de Filmologie", X r núms. 32*33, enero-junio 1960. G illo D orfles , Símbolo, comum-
cación y consumo, Barcelona, Lumen, 1967 (la edición original es de 1962), especial
mente la parte VE: Comunicación visual y cinética, pp. 235-246. G ianfranco B ett e t in i ,
Ji segno, dalla magia fino al cinema, Milán, Edizioni, 17, 1963.
men titulado Essais sur la signification au cinéma.1* Los artículos
posteriores a esa fecha, junto a algunos anteriores y dos inéditos,
formaron Essais sur la signification au cinéma II, publicado cua
tro años después.15 Si en el primer volumen el autor había pasado
muy rápidamente sobre el problema del signo para entrar en el
estudio de la naiTatividad, en el segundo puede apreciarse cómo
Metz ha querido reconsiderar sus primeros supuestos volviendo al
problema de la imagen. También se manifiesta su preocupación
por la narratividad en un libro publicado en Alemania en 1970:
Propositions méthodologiques pour l'analyse du film.16 Aunque los
Essais... II representen el último libro publicado por Metz, el últi
mo en escribirse y el que significa la elaboración absoluta de su
teoría personal es Langage et cinéma11 El lector lo tiene, traducido,
entre sus manos y podrá darse cuenta de la riqueza de temas tra
tados, de la densidad de su contenido. El libro gira, especialmente,
en tomo al problema del código cinematográfico y de su especifi
cidad; antes matiza los sentidos de la palabra film y después con
sidera el cine como escritura. Con él, Christían Metz se reafirma
en el primer puesto como semiólogo del hecho fílmico. Ningún otro
investigador posee una obra tan sistemática ni tan amplia. Ningu
no, tampoco, está prácticamente dedicado con exclusividad al es
tudio del cine. La lectura de Lenguaje y cine resulta, pues, impres
cindible, y no sólo para el interesado por el cine, sino también
para todo el que se preocupe por la semiología o la lingüística
general. Metz no se limita al filme: plantea y resuelve problemas
de lingüística. Seguidor de Hjelmslev y la glosemática, los discute
en más de una ocasión y los complementa.
De toda la ya grande y siempre importante obra de Christían
Metz, ¿qué es lo que conocemos en España? Mejor aún: ¿qué co
nocemos de semiología del cine? Sólo teniendo las ideas claras a
este respecto podremos comprender el hueco que viene a llenar la
presente publicación de Lenguaje y cine.
Hacer una historia de las publicaciones españolas sobre semio
logía del cine es algo bastante breve. Verdad es que sólo en los
últimos años se ha desarrollado esta rama de la ciencia, pero no
debe olvidarse que los textos teóricos sobre cine han sido siempre,
en España, por lo general, de una pobreza absoluta.
14. París, Klmcksieck, 1968. Segunda edición en 1971. Existe traducción al español
hecha en Argentina (véase la bibliografía que sigue).
15. París, Klmcksieck, 1972.
16. Bochum, Universitatsverlag, 1970.
17. París, Larousse, 1971.
Podrá argüirse que raquitismo creaciona1 va casi siempre uni
do a raquitism o crítico, mas será falso. Resulta evidente que una
gran obra artística no puede darse sin una base, sin toda una serie
de obras medianas que vayan fijando caminos, sin una preocupa
ción estética que envuelva al artista, lo arrope y proteja. Además,
en el caso del cine, no es suficiente que el artista se «empape»
de obras extranjeras (mejor sería decir, en nuestro caso, «de las
obras que se ven en el extranjero y algunas de las que se ven
aquí»), puesto que es necesario convencer a un productor. Y al
productor no se lo convence si dinero no llama a dinero, si no
existe una comunidad receptora apropiada.
El teórico sí puede seguir las corrientes extranjeras, leer re
vistas y libros, modernizar o aclimatar los conocimientos. Es ade
más patente que las editoriales de lengua española traducen mu
cho, y no suele ser necesario acudir a libros de difícil adquisición
para obtener la información precisa. La semiología del cine no ha
tenido hasta ahora, en lo que se refiere a traducciones, tanta for
tuna como otras facetas científicas;18 pero, de todas formas, se
diría que nadie lee los libros (aunque se compren), o lo leído se
pierde inmediatamente en un abismo inmemorizable. No es éste
lugar para referirse al interés de los intelectuales españoles por
el cine (que si, en la fachada, no es tan escaso como en 1962,19 en
profundidad sigue siendo muy dudoso), ni para exponer dónde y
cómo se estudia el cine en España;20 pero conviene recordar que,
salvo un artículo de Fernando Vela, ya bastante antiguo,31 y las
páginas de Manuel Villegas López,22 poco más tenemos que no sean
18. Sigue habiendo libros importantísimos sin traducir, por ejemplo el de J ean
M itry , Esthétique et psychologie du cinéma (1963-1965), y el de P eter W ollen, Signs
and meaning in the cinema (1969). Tampoco conocemos, salvo escasísimos textos tradu
cidos generalmente de) francés y no del original, la Poeíika Kino (1925) de los formalis
tas rusos y los trabajos de la escuela norteamericana de psicolingüística cinematográfica,
especialmente Sol Worth. La semiología italiana, salvo Eco y Pasolini, puede decirse
que no existe para España. Me refiero sobre todo a G iaíjfra .vco B ettetini, II segno
delta magia fino al cinema (1963) y Cinema, lingua e scrittura (1968); G . P. B r u n e it a ,
Forma e parola nel cinema (1970), y E m ilio G a rroni, Semiótica ed estetica, del que se
tradujo el apéndice (presentado como ponencia a un congreso): La heterogeneidad del
objeto estético y los problemas de la crítica de arte, ya citado. El último libro de
G a r r o m , Progetto di semiótica (1972) no lo conozco aún."
19. A ñ o en que se publicó el libro, de J osé M aría E scudero , Cine español (Madrid,
Rialp); véanse las partes tercera y cuarta, pp. 106-221.
20. Sobre este tema está en prensa; J orge U rr utia , De l'enseignement du cinéma en
Espagne, en L’enseignement du cinéma dans le monde, Lyon, C.E.R.T. de l'Université
de Lyon, II.
21. Desde la ribera oscura (para una estética del cine), publicado primero en la
"Revista de Occidente” y recogido en El arte al cubo y otros ensayos, Madrid, Cuadernos
literarios, 1927, pp. 21-64.
22. Especialmente Arte, cine y sociedad (Madrid, Taurus, 1959) y El cine en la
sociedad de masas (Madrid, Alfaguara, 1966).
lamentaciones, exposiciones de principios (muy generales y poco
útiles) y comentarios en torno a... Repasar nuestras publicaciones
autóctonas sobre cine es obtener, según el carácter del lector, o un
delicioso rato de sonora comicidad, o un pesaroso lapso dramáti
co, nunca una reflexión provechosa sobre el hecho fílmico.23
Los críticos cinematográficos españoles siempre han pretendi
do convertirse en teóricos, gracias a un rápido proceso de pontifi-
cación. Christian Metz, en el primer capítulo de este libro, se re
fiere a los teóricos —personajes que, si en los primeros años de
la historia del cine fueron, importantísimos, resultan cómicos ahora
por su pedantería y real ignorancia de lo profundo— con unas lí
neas que voy a perm itirm e copiar aquí. Fije'monos en que se habla
del teórico en cuanto a individuo sabelotodo, crítico, historiador,
sociólogo, psicólogo, político, ideólogo, etc., y no del lingüista, del
esteta o del psicólogo, etc., que escriben sobre el cine:
«Lo que se ha llamado más frecuentemente un "teórico del cine"
es una especie de hombre-orquesta idealmente obligado a poseer
un saber enciclopédico y una formación metodológica casi univer
sal: se da por hecho que conoce los principales filmes rodados en
el mundo entero desde 1895, así como lo esencial de sus filiaciones
(y, por tanto, que es un historiador); tiene, igualmente, la obliga
ción de poseer un mínimo de luces acerca de las circunstancias
económicas de su producción (hele ahora economista); también
se esfuerza por concretar en qué y de qué forma un filme es una
obra de arte (se preocupa, pues, de estética), sin quedar dispen
sado de considerarlo como un tipo de discurso (esta vez es semió
logo); con bastante frecuencia se siente obligado, por añadidura,
a realizar numerosos comentarios acerca de los hechos psicológi
cos, psicoanalíticos, sociales, políticos, ideológicos, a los que aluden
los filmes en particular y de los que extraen su contenido propio:
y ahora se requiere, virtualmente, nada menos que una sabiduría
antropológica total.»
A veces los críticos españoles han realizado algún estudio de
lingüística, pero parecen olvidar que ningún campo del saber hu
mano es totalmente ajeno a los otros, y no suelen pensar que los
conceptos que aprendieron dentro o fuera de la Facultad de Letras
pueden aplicarse a la crítica cinematográfica. El estudiante de
nuestro país suele «descubrir», por ejemplo, la importancia de la
oposición lengua/habla en un articulillo de periódico, aunque un
23. Sería injusto olvidar, en cuanto a Ja psicología de los públicos cinematográficos,
el libro de J uan G arcía Y acüe, Cine y juventud (Madrid, Consejo Superior de Investi
gaciones Científicas, 1953).
profesor de lingüística lleve tres meses explicándoselo en clase.24
A esto debe añadirse que la escuela española de lingüística dirigió
sus estudios más hacia la historia de la lengua, la dialectología o
la crítica textual, que hacia el desarrollo de la ciencia anunciada
por Saussure o Peirce.
Comentando lo que han significado las Muestras Internaciona
les del Nuevo Cine celebradas en Pesaro, gracias a las cuales con
frontaron sus teorías los semiólogos italianos y franceses en unas
conversaciones de enorme importancia, la revista «Film Ideal» ata
caba la «mostra» por exigir una seriedad crítica y un conocimiento
lingüístico, por convertirse «en el festival de los ingenieros cine
matográficos especializados».25
Es verdad que la revista «Nuestro Cine» siempre se interesó
por esa m uestra de películas. Al autor de la crónica incluida en el
número 54 se le nota realmente marcado por las ponencias de Pa-
solini y Metz.26 Sin embargo, la del año siguiente se limita a dar
noticia del tema de las conversaciones y a alabar al realizador y
crítico italiano; aunque indica el interés de las comunicaciones,
prefiere sacudirse el problema prometiendo su publicación en la
revista.27
«Nuestro Cine» sólo reprodujo dos textos de Pasolini. El pri
mero fue ponencia el año 1965 y se publicó con el título Crítica y
cine nuevo, aunque debería haber sido Cine de poesía28 Lamenta
blemente, en la traducción se cometen errores como confundir
semiótica con semántica. El segundo texto de Pasolini publicado
fue Discurso sobre el plano-secuencia o el cine como semiología
de la realidad, aunque apareció con el título general de las terce
ras conversaciones de Pesaro: Lenguaje e ideología en el film .19 No
se publicaron las intervenciones de Christían Metz. La revista no
comprendió la importancia que hubiera tenido hacerlo. Si apare
cieron las páginas de Pasolini se debió, casi con seguridad, a su
personalidad como realizador política y estéticamente comprome
tido, conocida en España.
24. La desconfianza que sienten nuestros estudiantes hacia la mayoría de sus pro
fesores es, sin duda, una de las causas de la crisis universitaria.
23. V.‘ mostra internaziormle del nuovo cinema, “Film Ideal”, núms. 217-219, Madrid
(sin fecha), pp. 179-214; me refiero a un pasaje de la p. 180.
26. Pesaro. Año II, “Nuestro Cine", núm. 54, Madrid, 1966, pp. 41-55; véanse las
páginas 42-44.
27. Festival de Pesaro (Crónica. Las películas. Referéndum de la crítica), ‘ Nuestro
Cine11, núm. 64, Madrid, agosto 1967, pp. 52-64; el texto a que me refiero ocupa las
pp. 53-55; especialmente la p. 54.
28. Véase, más adelante, la ficha 20 de la bibliografía.
29. Véase, más adelante, la ficha 21 de la bibliografía.
Las publicaciones españolas sobre semiología del cine son las
siguientes:
II
37. S o quiero terminar sin agradecerle a María Teresa, mi m ujer, las horas pasa
das junto a mí comprobando, corrigiendo, soportando, ayudándome en este y tantos otros
casos. Y tres agradecimientos más. El primero para el profesor Antonio Prieto, director
de la colección junto al profesor José María Jover, que me encargó el trabajo y me
anima siempre con su confianza y su sonrisa. El segundo para Fernando Lara, buen
crítico de cine, continuamente dispuesto —al otro lado del teléfono, o en un bar, o en
la calle, o en casa— para proporcionar un dato, solucionar una duda, charlar. El terce
ro a Maite Gallego, por todo el francés que sabe. Los cuatro, María Teresa, Antonio,
Femando, Maite, son cuatro excepciones encontradas en los caminos de la tarde.
I. DENTRO DEL CINE, EL HECHO FILMICO
Existe otra dificultad, por otra parte más aparente que real. La
palabra «filme» en algunos de sus empleos fácilmente atestigua-
bles, designa algo distinto de un discurso significante. Puede in
dicar, por ejemplo, un objeto físico: la película enrollada en su
caja metálica; es entonces un ítem para la tecnología. En otros
contextos designará un hecho económico: el conjunto ideal cons
tituido por las transacciones comerciales sucesivas y/o simultá
neas de varias copias de una misma cinta original (véanse frases
como «Este filme ha rentado cuatro millones, sólo en la región de
Burdeos»).
Ya se comprende que el análisis semiológico no está directa
mente afectado por el «filme» en estas dos acepciones, ni por
otras varias del mismo tipo (existen bastantes), que no mencio
naremos. Si esta dificultad nos parece de poca importancia es
porque depende de las palabras y no de las cosas —entendámo
nos: del metalenguaje usual y no del lenguaje-objeto—, y nuestra
meta no es estudiar el léxico francés11 del cinematógrafo, que tam
bién es un conjunto-significante, sino otra (ver trabajos de Jean
Giraud y de Ginette Jacquinot): los aspectos de la experiencia so
cial apuntadas en estas acepciones por la palabra «filme» depen
den evidentemente de lo que Cohen-Séat llama el «hecho cinema
tográfico» y no de lo que llama el «hecho fílmico»; en este caso
es la lengua común la que es caprichosa y no la conceptualización
la que es incierta. Bastará con establecer que bautizaremos como
«filme», salvo indicación especial, a la película en cuanto discurso
significante (texto) o también en cuanto objeto de lenguaje: hecho
fílmico de Cohen-Séat.
La «filmología», bajo la influencia de Étienne Souriau, se ha
bía ocupado ya de aislar y circunscribir este aspecto de la pelícu
la que es pertinente para nosotros, y le había dado el nombre de
filmofanía“ (o nivel filmofánico), que designa a la película fun
cionando como objeto percibido por unos espectadores durante el
tiempo de su proyección. Digamos, pues, que llamaremos «filme»
a la película «filmofánica» y sólo a ella.
Sin embargo, la noción de hecho fílmico, en el sentido en que
acabamos de concretar, es aún demasiado amplia para definir por
sí sola un principio de pertinencia que conviene a la semiología
del filme.
Porque el mismo filme es, a su vez, un fenómeno «multidimen-
sional». Ciertos aspectos interesan de cerca a la psicología. Psicolo
11. El castellano puede evitar el problema si distingue entre película y filme. Pienso
que puede limitarse el uso de filme a la denominación de la película en cuanto discurso
significante, la "película filmofánica" a la que, inmediatamente, se va a referir Christían
Metz. Véase la Introducción. (N. del t.)
12. L’univers filmique (p. 6), París, Flammarion, 1953 (recopilación colectiva bajo la
dirección de Étienne Souriau).
gía de la percepción: la película como «Gestalt» perceptiva y espa
cio-temporal, el relieve binocular o monocular, el restablecimiento
mental de los colores en la película en blanco y negro,13 la persis
tencia en la retina, el «efecto phi», «el estímulo luminoso intermi
tente», el papel de los ocultamientos y de los movimientos, los
estudios filmológicos por electroencefalogramas, el «efecto de
pantalla», etc. Psicología de la intelección: experiencias acerca de
la comprensión de la película por niños, poblaciones no hechas
culturalmente al cine,14 individuos de diversas patologías; el filme
como test de nivel; el papel de la memoria inmediata y de las
reestructuraciones rápidas del campo perceptivo en la compren
sión de una secuencia continua, etc. Psicología de las funciones
afectivas: el filme como test proyectivo, proyección e identifica
ción, participación afectiva en el desarrollo fílmico, etc. Psicología
de la memoria: ¿cómo se recuerdan los filmes?, ¿durante cuánto
tiempo?, ¿qué se retiene de ellos? Y, naturalmente, psicología de
la función imaginativa: el filme entre lo real y lo imaginario, entre
el sueño y el espectáculo, entre el sueño nocturno y el ensueño
despierto; el problema de la «impresión de realidad» en el cine
y, más generalmente, de la «imaginación» en el sentido sartriano
de la palabra, etc. Recordemos que se han consagrado estudios, a
veces numerosos, a cada uno de los puntos de esta enumeración
(incompleta, sin embargo), y que la disciplina llamada filmología
se empleaba en gran parte en analizar la película según los méto
dos propios de la psicología: psicología experimental y psicología
social sobre todo. Es en este terreno, por otra parte, donde ha
alcanzado resultados más concretos.15
Por otra parte, el filme, en lo que a ciertos de sus aspectos más
evidentes se refiere, concierne directamente a la investigación so
ciológica. Si las encuestas de audiencia, influencia o acogida (y
también, en el otro extremo de la cadena, la descripción social de
los medios de decisión) corresponden al hecho cinematográfico
más que al hecho fílmico, no por eso tiene menos interés para la
sociología el conocer este último. Se interesa ésta, concretamente,
en el actual estado de cosas, por el contenido de las películas, cu
yos pormenores sociales (representaciones colectivas, estereotipos
de diferentes categorías, ideologías, propagandas, «imágenes» y
13. Puede verse sobre este tema: J o rg b U r r u t ia , Ensayos de lingüística externa cine-
matográfica, Madrid, Centro de Estudios Universitarios, 1972, pp. 30 y ss. (N. del t.)
14. El le cto r español puede acudir al libro de Aían uel V illegas L ópez , El cine en la
sociedad dezmaseis, Madrid, Alfaguara, 1966. (N. del t.)
15. Véanse, sobre todo, los primeros tomos de la “Revue Internationale de Filmo*
logie* (París), fundada en 1947.
«papeles» propuestos, etc.) son más inmediatamente aparentes de
lo que lo son cuando, en esas mismas películas, se trata de lo que
se llama la forma. El «análisis de contenido» (contení analysis) es
una de las tareas de la sociología de las comunicaciones (communi-
cation research) y sobre todo, de acuerdo con las presentes cos
tumbres de delimitación, de la sociología de las comunicaciones
llamadas «de masa» (por lo menos cuando el contenido analizado
es el del filme).
Está igualmente claro que el estudio del filme tiene pleno de
recho a interesar igualmente a la estética; la película es una «obra
de arte» e incluso lo es siempre, ya sea por su calidad y su éxito
(las «buenas películas»), ya, sencillamente, por su naturaleza: la
película «mala» no puede ser llamada así más que porque se su
ponga en su autor una intención estética y creativa, por muy poco
consciente de sí misma que ésta sea y por muy empañada por la
fabricación artesanal o por el «beneficio» comercial que esté; no
puede, por añadidura, parecer mala más que puesta en relación
con irnos criterios estéticos presentes, con más o menos claridad,
en la mente de quien la juzgue así. A este respecto, todo lo que
puede decirse de las artes oficiales se aplica igualmente al cine.
La disciplina llamada «historia del cine» (que no es, la m ayor par
te de las veces, más que la historia de la sucesión de las principa
les películas) es una ram a de la historia del arte, o por lo menos
merecería serlo, y sólo lo impiden, a veces, prejuicios irracionales
de legitimidad cultural, tocantes a la desigual «nobleza» de los di
ferentes medios de expresión, y que han analizado correctam ente
sóciólogos de la educación como Pierre Bourdieu y Jean-Claude
Passeron. Hablar de una dimensión estética a propósito del cine
no es afirmar que las nociones de determinada estética, como
«obra», «creación» o «autor» (por lo menos cuando se tom an estas
expresiones en su sentido sacralizante), tengan que revelarse muy
operantes para el estudio del filme; pero tampoco lo han sido para
el estudio de las demás artes. Lo que queremos precisam ente indi
car es que el filme se encuentra, frente a la estética —como quie
ra que se conciba esta última—, en la misma situación que el li
bro, la pieza musical o el cuadro. (Cierto es que los gravámenes
sociológicos, las coacciones externas, se hacen sentir aquí con ma
yor fuerza que en cualquier otro terreno16; pero esto es sólo una
16. Hemos examinado este punto coa detenimiento en un artículo de 1968 (El decir
y lo dicho en el cine, ¿hacia el declinar de un cierto verosímil?, del que existen varias
traducciones en castellano: en "Comunicación*, núm. 4, Madrid, Alberto Corazón, 1969;
en Lo verosímil, Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo, 1970, y en Della Volpb y otros.
diferencia de grado: de grado simplemente y de grado de inmedia
tez; y además siempre nos olvidamos de las noveluchas baratas, de
las marchas militares, de los cromos...)
El filme, por otra parte, ofrece rico material a estudios inspi
rados, de cerca o de lejos, por los métodos psicoanalíticos. En este
terreno, como en todos los demás, se encuentran ya disponibles
algunas investigaciones parciales y otras se han comenzado, obe
deciendo a «pertinencias» claramente asumidas.17
I I .l. « C i n e » e n o t r o s e n t id o
Queda por explicar por qué hemos hablado más de una vez de
«semiología del cine» —tan frecuentemente quizá como de «semio
logía del filme®—, en el mismo momento en que este estudio se
definía como consagrado al hecho fílmico y no al hecho cinemato
gráfico.
Es que la pareja terminología cine/filme sigue siendo muy útil,
incluso dentro de nuestra perspectiva «fílmica», con la condición,
naturalmente, de que se convenga en dar nuevo sentido a estas
dos expresiones. El «cine», en efecto, no es siempre (como en
Cohen-Séat) el conjunto de lo que va ligado al filme, permane
ciendo, a la vez, exterior a él; en el seno de un análisis fílmico,
cine sigue siendo una noción que se impone por sí misma a cada
paso, y que no hay manera de suprimir: lo que, en todos los usos,
(incluidos los más corrientes), se llama «cine» no es sólo esta no
ción de una totalidad de los entornos de un filme, que es como
se define en el fondo la acepción de Cohen-Séat: es también la
totalidad de los propios filmes, o también la totalidad de los ras-,
gos que, en los filmes, se suponen característicos de cierto «len
guaje» presentido. Existe también entre cine y filme la misma re
lación que entre literatura y libro, entre pintura y cuadro, entre
escultura y estatua, etc.: así se dirá de tal configuración de mon
taje que es propiamente cinematográfica, o que pertenece al len
guaje del cine. Y está claro —aunque sea paradójico— que el cine
así entendido se sitúa en el interior de lo que Cohen-Séat llama el
hecho fílmico.
Dentro de una perspectiva semiológica, interesa mucho dispo
ner de dos términos (ambos sencillos y manejables) para distin
guir estas unidades concretas de discursos —cada una de las cua
les se llama filme y se ofrece como una totalidad singular suscep-
tibie de ser directamente atestiguada— de esa especie de conjunto
ideal que se llama «cine», suma virtual de todas las películas e,
incluso, lugar presentido donde se supone que confluyen y se or
ganizan de modo coherente diferentes estructuras de significación
(«procedimientos», «recursos expresivos», «figuras», etc.) que —aun
que cada filme las utilice y reagrupe a su manera, aunque cada
filme sólo actualice una parte de ellas— no por eso dejan de ser,
en su fundamento, potencialmente comunes a todos los filmes, en
cuanto realizan una combinatoria general en la que todo filme
viene a servirse y que está unida a la adopción del propio vehícu
lo cinematográfico.
Ya en la lengua corriente, es decir, antes de todo intento de
fijación terminológica, cine y filme rechazan la sinonimia; y esto
es siempre cierto, y no sólo cuando la oposición de ambas palabras
se establece en el eje semántico comentado en el capítulo I. Des
de luego que hemos visto que filme se opone con frecuencia a cine
como un objeto de lenguaje (un discurso significante) a un con
junto de fenómenos de orden tecnológico, económico, sociológico e
industrial: diremos, así, que «el filme ejerce un poderoso influjo
afectivo» y que «el cine es una poderosa industria»; en todos los
casos de este tipo (que son muy numerosos) encontramos efecti
vamente la oposición de lo cinematográfico y de lo fílmico tal y
como la definió Gilbert Cohen-Séat. Pero también sucede, e igual
mente con frecuencia, que ambas palabras persisten en su oposi
ción en otros tipos de contexto, donde ambas apuntan a la evidencia
de los conjuntos de hechos que, en Cohen-Séat, serían exclusi
vamente «fílmicos»: en una frase como «La televisión y el cine com
parten algúnos de sus recursos expresivos», cine no puede susti
tuirse por filme; a la inversa, si encontramos «La emisión televi
sada y el filme sólo comportan algunos de sus recursos expresivos»,
filme no puede sustituirse por cine; ambas frases se refieren,
•sin embargo, a fenómenos eminentemente fílmicos, como pueden
serlo la existencia de «recursos expresivos» que se suponen espe
cíficos.
En este ejemplo, que podríamos reforzar fácilmente con otros
del mismo tipo, el filme es lo que corresponde a la emisión tele
visada, el cine lo que corresponde a la propia televisión. De modo
m ás general, está claro que a lo que se tiende es a colocar el filme
en la misma serie que el «libro», el «cuadro», la «estatua», etc., y
el cine en la misma serie que la «literatura», la «pintura», la «es
cultura», etc. En música se habla de las diferentes piezas musica
les; del mismo modo, cada filme es algo así como una pieza cine
matográfica. Se ve que la pareja léxica filme/cine, tal y como se
establece con frecuencia en la lengua corriente o en los escritos
relativos a la pantalla grande, corresponde con bastante precisión
(dentro del dominio «fílmico») a la diferencia establecida en esté
tica clásica entre la obra de un arte y cada una de las artes pro
piamente dichas, en sociología entre el producto (o el programa)
de determinado «media» y el propio media,1 en semiología, por
fin, entre el mensaje típico de cierto medio de expresión y ese me
dio de expresión propiamente dicho, cualquiera que sea la exacta
definición que este último deba recibir, a su vez, más adelante.
Si el filme —el mensaje— es un objeto «concreto», es porque
sus fronteras coinciden con las de un discurso efectivamente pro
nunciado, con las de una unidad que existía antes de la interven
ción del analista. El cine, por el contrario, se ofrece a la teoría
semiológica, bajo un aspecto problemático ya de entrada; es una
noción más difícil: conjunto «abstracto», puramente ideal, donde
el análisis presiente —o querría establecer— cierta unidad, que
está por determinar. El filme es un objeto de este mundo; el
cine, no.
Decir que lo que realiza la unidad de un filme es del orden de
lo dado, no es (no debe ser) ceder a un «realismo» un tanto chato
que olvide que las cosas no existen más que por los discursos que
se tejen en ellas, entre ellas y a su alrededor: la unidad profunda
de un filme, como la de todo objeto social, es, en último término,
una red de tipo sistemático, y la semiología de los hechos fílmi
cos, como se verá más adelante, debe ocuparse tanto de los filmes
en particular como del cine. Sí el filme es algo «dado», esto es
sólo en cierto sentido, pero tiene su importancia: sus contornos
exteriores, su extensión material, no son un problema para el ana
lista, pues han sido fijados por el cineasta y han sido un proble
ma para él. Cuando se trata, por el contrario, de cine, sencilla
mente el querer establecer una primera y somera lista de lo que
se conservará y de lo que se dará de lado es ya plantear el pro
blema teórico en toda su amplitud, es ya plantear la cuestión de la
pertinencia.1 En esta medida, filme y cine se oponen como un
objeto real y un objeto ideal, como el enunciado y la lengua.
1. Metz utiliza el término media como invariable. Pienso que es más exacto oponer
medium/media, etimológicamente. Media tiene aquí el sentido de "medios de comuni
cación de masa". (N. del t.)
2. El principio de pertinencia domina toda la investigación lingüística; fue formulado
muy claramente por André Martinet (Elementos de lingüistica general, Madrid, Gredos,
1965), cap. 2.5, pp. 42*43.
II.2. D e l a h o m o g e n e i d a d m a t e r i a l a l a h o m o g e n e id a d c ó d ic a :
INFERENCIAS APRESURADAS
Existe, sin embargo, como en suspenso en la opinión común y
en algunos escritos ingenuamente consagrados al «séptimo arte»,
una especie de teoría implícita que tiene como propiedad prestar
a la cosa llamada cine una unidad que permanece en cierto modo
sensible y concreta, una unidad que es de la misma categoría que
la del filme. No es raro ver el cine confusamente presentado como
un conjunto que por una parte fuera de naturaleza sistemática
—como un conjunto de hechos de código—, pero que a la vez pu
diera definirse directamente por la naturaleza física de los medios
de expresión que emplea, es decir, por su (o sus) materia(s) de la
expresión en el sentido que le da Louis Hjelmslev:3 dentro de esta
curiosa forma de ver las cosas —que, a pesar de sus contradiccio
nes internas, tiene para muchas mentes una vaga impresión de
evidencia—, el «cine» es el lenguaje que reposa sobre una com
binación de imágenes fotográficas que se mueven, de ruidos, de
palabras y de música; el «cine mudo» era el lenguaje que utiliza
ba únicamente el primero de estos cuatro elementos.
Dejaremos aquí de lado una variante particularmente temible
de este concepto, para la que el cine sonoro tendría gran interés
estético —y casi el deber— en convertirse, por encima de todo, en
un sistema basado, de modo privilegiado, sobre la combinación
dejas imágenes en movimiento, y donde el recurso a los otros tres
elementos no sería legítimo más que a cambio de su imperativa
subordinación estructural a las figuras del primero. No se trata
aquí ya de una tentativa implícita para definir al cine, sino de una
elección de orden normativo que tiende explícitamente a influir
en su evolución futura. Pero incluso si dejamos de lado esta ex
crecencia predicadora, no por eso deja de ser verdad que la de
finición del cine por la materia de la expresión corresponde a re
presentaciones bastante corrientes; el éxito de este concepto se
debe a que nos propone, para la cosa cinematográfica, un tipo de
unidad que es, si puede decirse, discretamente espectacular, un
tipo de homogeneidad que se basa directamente en lo sensorial y
en lo técnico, una coherencia de tipo material. No es asombroso,
por tanto, que las definiciones de este tipo coincidan, en una me
3. Para más precisiones bibliográficas véase el conjunto del capítulo X.l.
dida bastante amplia, con los repartos espontáneos que realiza la
ingenua percepción del usuario, y coincidan igualmente con las
clasificaciones sociales usuales: se distinguirán cierto número de
conjuntos que serán designados, la mayor parte de las veces, como
otros tantos «lenguajes», que se imaginarán alineados unos detrás
de otro a lo largo de un eje único y que mantendrán uniforme
mente, unos con otros, ese tipo de relaciones que los lógicos lla
man exclusión (= ausencia de toda zona común); encontraremos
así el lenguaje verbal, el lenguaje musical, el lenguaje pictórico, el
lenguaje de las flores, el lenguaje de los gestos, etc., y cada uno de
ellos, como el lenguaje cinematográfico, corresponderá a cierta
materia de la expresión o a determinada combinación de varias
materias de la expresión: en último término, habrá tantos lengua
jes como tipos físicos de significantes existan.
Dentro de este concepto, la unidad del cine tiende a aproxi
marse a la del filme. Cierto es que el filme permanece como un
objeto singular, mientras que el cine es un conjunto de objetos
singulares, es decir, es ya un objeto ideal; sin embargo, el cine
—como el filme y, simplemente, a mayor escala— se define tam
bién por el desarrollo paralelo y simultáneo de sus cuatro series
sensoriales (que son más bien cinco, pues se olvidan con frecuen
cia las menciones escritas), así como por los procesos tecnológi
cos a los que esta quíntuple cadena física debe su exacta defini
ción (en el sentido en que se dice que las imágenes televisivas, no
tienen todas la misma definición, es decir, el mismo número de
«líneas»): lo que es propio del cine es que las palabras se regis
tren en una banda de sonido (y no se transmiten, por ejemplo,
por teléfono, ni se oyen directamente), las imágenes son fotográ
ficas (y no magnéticas, o, por el contrario, realizadas a mano), etc.
Definido de este modo, el cine no es sino el conjunto de los men
sajes que la sociedad llama «cinematográficos» —o que llama
«películas»—, y llama así a todo mensaje que responda a cierta
determinación técnico-sensorial: técnica por parte de la emisión,
sensorial por parte de la recepción. Es cine todo lo que es mate
rialmente cine.
Hay'tjue confesar, por otra parte, que esta definición del cine,
reducida a sí misma, no es excesivamente molesta: se reduce, de
4. Louis D e l l u c , realizador y crítico francés (1890-1924). Fundador de los primeros
cine-clubs franceses. En su libro Cinéma et Cié (1919) escribe: “Asistimos al nacimiento
de un arte extraordinario: el único arte moderno tal vez, porque es, al mismo tiempo,
hijo de la máquina y del ideal humano." Otros libros: Photogénie (1920), Charlot (1921),
Drames de cinéma (1923), etc. (N. del t.)
5. V íc t o r P e r r o t y J ean D a m a s , articulistas franceses, fueron de los primeros que
hablaron del cine en términos de lenguaje, escritura, etc. Sus trabajos, no recogidos en
libro, son prácticamente desconocidos. Véase capítulo XI.6 de este volumen. (N. del t.)
6. R ic c io t to C an u d o , poeta, novelista y ensayista italiano, afincado en París (1879-
1923). Fue el creador de la expresión "séptimo arte". Fue realmente el primer pensador
del cine. Su libro póstumo es L'usine aux images (1927). Vicente Blasco Ibáñez dedica
un interesantísimo capítulo a comentar la figura de Canudo en su libro Estudios lite-
varios, Valencia, Prometeo, 1933. (tf. det t.)
7. Traduzco así el término signifiance (aspecto del signo que le permite entrar en
el discurso y combinarse con otros signos, según O. D ucrot y T. T odorov , Dictionnaire
encyclopédique des sciences du langage, París, Seuil, 1972). J ulia K ju s t e v a , segúa los
dos autores recién ciados, llama signifiance al trabajo de "diferenciación, estratifica
ción y confrontación que practica en la lengua, y deja sobre la línea del sujeto hablante
una cadena significante comunicativa y gramaticalmente estructurada*. (M. del t.)
hecho, a una proposición de sentido común que, en su terreno, no
es discutible, y que tampoco es falsa. La recogeremos más adelante,
de otra forma (véase el conjunto del capítulo X), para intentar
concretarla. Y en una primera delimitación —totalmente exterior
todavía, pero necesaria sin duda— está claro que el cine no puede
ser nada más que determinado sistema significante (supuesto) que
se distingue de los demás por la m ateria de la expresión: el cine,
para empezar, es, evidentemente, lo que no es ni pintura, ni escul
tura, ni teatro, etc.
Si la definición técnico-sensorial exige una crítica, es por algu
nos de sus prolongamientos demasiado tentadores y con frecuen
cia considerados como evidentes: de la idea de una homogeneidad
material se pasa en muchos casos a la impresión, e incluso a la
afirmación, de que debe evidentemente existir (por lo menos en
derecho) un sistema único —un código único— capaz de dar cuen
ta por sí solo de todas las significaciones localizables en los men
sajes cuya naturaleza física responde a la definición planteada:
de la unicidad material se pasa así a la unicidad sistemática, a
menos que ni siquiera se haya pensado en distinguirlas una de
otra: puesto que existe un conjunto de mensajes físicamente ho
mogéneos, existe forzosamente un «lenguaje» unitario. Lo que se
llama «cine» en este caso no es ya sólo la suma de los filmes: es
también el código único y soberano que se supone coextensivo a
todo el material semiológico ofrecido por estas mismas películas;
es la totalidad de los rasgos de los filmes, además de la totalidad
de los propios filmes; es todos los filmes, pero también todo lo de
los filmes; es una unicidad lógica postulada, además de la unici
dad material constatada.
Emilio Garroni ha analizado este deslizamiento de modo pe
netrante, y ha mostrado bien sus peligros.8 El «cine» así entendido
se convierte en un código único y total; cierto que no se afirmará
que este código es ya conocido, que el análisis ha dado ya buena
cuenta de su forma de funcionamiento, que sus paradigmas y sus
sintagmas (o sus modalidades de engendramiento) están ya esta
blecidos; pero a este análisis se le fijará como meta la dilucidación
del código del cine, aun a costa de llamar a este código «lenguaje»:
vocabulario donde se traduce el deseo confuso, propio de este con
cepto, de no renunciar ni a la unicidad m aterial ni a la unicidad
sistemática, ya porque se las juzgue inseparables, ya porque nunca
se haya pensado en separarlas.
8. Semiótica ed estítica (L'etcrogcnietá del linguaggio e il linguaggio cinematográfico)
Barí, Laterza, 1968.
Estas disposiciones mentales se traslucen de empleos corrien
tes de la palabra «cine»; así, puede oírse o leerse que «El cine es
un medio de expresión muy flexible» (siendo así que su «flexibili
dad» depende, por el contrario, de que varios sistemas, algunos de
ellos muy rígidos, cohabitan en su interior y dejan entre sí un
apreciable margen de funcionamiento), o que «El cine descuella
por designar las cosas sin nombrarlas» (siendo así que este rasgo
pertenece a la imagen, que no lo es todo en el cine, y que también
existe fuera de él), o que «El cine no tiene nada que corresponda
al "capítulo” en las novelas» (frase que es cierta en lo referente a
la narración cinematográfica, y no al cine), etc.; en todos los con
textos de este tipo, la palabra «cine» está, evidentemente, destina
da, por los que la emplean, para designar algo que no sólo es del
orden del código (es decir, no es del orden del mensaje), sino que
además constituye el código que reina sobre toda una esfera téc-
nico-sensorial, y sólo sobre esa esfera. Démonos cuenta de que tal
sugerencia está ya contenida en el empleo, tan frecuente, de la
palabra «cine», en singular y sin ningún determinante del tipo de
un epíteto, una proposición relativa o un complemento adnominal:
hay aquí una especie de empleo absoluto que aparece en las tres
frases antes citadas, así como en todas aquellas cuyo predicado
asevere tal cualidad o tal propiedad, achacándosela al «cine» (a
secas), sujeto del enunciado.
Ií:3. U n m is m o c ó d ig o e n v a r i o s « le n g u a je s » , v a r i o s c ó d ig o s e n
UN SOLO «LENGUAJE»
Es conveniente, pues, distinguir, mucho más estrictam ente de
lo que lo hacen las reflexiones comunes acerca del cine, entre dos
tipos de conjuntos ideales: los que reagrupan todos los mensajes
de cierto tipo sensorial sin coincidir forzosamente con un código
unitario, y aquellos cuya coherencia es de orden sistemático (es
decir, que son códigos o grupos de códigos). Estos últimos consti
tuyen también entidades abstractas, pues no hay ningún conjunto
«concreto» que no sea el mensaje; su unidad, además, no depende
ni siquiera ya de la naturaleza física del significante, que es tam
bién algo «dado»; es una unidad construida, no constatada, y no
existe antes del análisis. Aunque los códigos, en el estado actual
de la investigación semiológica, no sean todos (ni mucho menos)
modelos formales en el sentido fuerte y pleno que da a ésta no
ción la lógica moderna, son todos, por lo menos, unidades de aspi
ración a la formalización. Su homogeneidad no es sensorial: es
del orden de la coherencia lógica, del poder explicativo, de la cla
rificación, de la capacidad generativa. Si un código es un código,
es porque ofrece un campo unitario de conmutaciones, es decir,
un «dominio» (reconstruido) en cuyo interior variaciones del sig
nificante corresponden a variaciones del significado y determinada
cantidad de unidades adquieren su sentido las unas por su relación
con las otras. Un código es homogéneo porque ha sido querido así,
nunca porque haya sido constatado así.
Por fin (y sobre todo) el cine está entre los lenguajes dotados
de un poco de profundidad sociocultural. No es el único que esté
en este caso, y no es forzosamente el más «rico» de su categoría:
no se trata, por tanto, de hacer aquí una lista de sus méritos
—actividad siempre vana—, sino, sencillamente, de observar que
el cine, junto con otros lenguajes, se escapa de ese grupo de sis
temas significantes que podrían llamarse especializados: código
de las señales de carreteras, de los juegos de cartas, del ajedrez,
de los números de teléfonos o de la Seguridad Social, de los to
ques de trompeta y clarines, de los diagramas tecnológicos, de
los indicadores de líneas de autobús, de las banderas y luces de
la marina, de las señales ferroviarias, etc.
Se sabe que lingüistas y semiólogos sacan con frecuencia sus
ejemplos de semejantes sistemas (ver Biihler, Cantineau, Marti-
net, Prieto, Hjelmslev, Mounin, Buyssens, Peirce, Morris, Eco, y
nosotros mismos, etc.), y que, si obran así, es en virtud de la co
modidad para la demostración que presentan estos conjuntos res
tringidos para la elaboración de los conceptos de la semiología
general, mucho más que en nombre de alguna convicción en cuan
to a una real importancia antropológica de estos fenómenos en la
vida social; se sabe también, y sobre todo por el ejemplo de los
trabajos de Luis J. Prieto, que algunos progresos importantes de
la teoría semiológica han estado históricamente unidos al aná
lisis de estos modos «especializados» de la comunicación. No deja
por eso de ser cierto que su estudio no podría por sí solo ofrecer
a la semiología un objetivo suficiente (constituye más bien un
medio, permite análisis de escuela y ensayos y que la empresa
semiológica tendría poco alcance si su m eta verdadera no fuera
arrojar alguna luz acerca de la naturaleza y el funcionamiento de
los «lenguajes» social y humanamente más importantes.
En el caso de los sistemas especializados, la distinción entre
lenguaje y código tiende con frecuencia a borrarse: los mensajes
que constituyen un conjunto significante, tan restringido, están com
pletamente regidos por la acción de un único código (o bien, aun
que el resultado es finalmente más o menos el mismo, los diferen
tes códigos secundarios que se injertan en el código principal
tienen un alcance antropológico aún más reducido que este último
y bastante débil, pues, en nociones absolutas). No se puede negar,
en realidad, que el código de las señales de carreteras lleva cierto
número de sistemas anejos de orden connotativo o estilístico: las
diferentes circunstancias de una misma señal de circulación —si
se llama «señal de circulación» la unidad pertinente, el «invarian
te» de Hjelmslev—, pertinentes para el estudio del sistema prin
cipal, lo son también en relación con diferentes códigos expresivos:
la situación, por lo menos en el principio, es pues la misma que
para lenguajes más ricos, como el lenguaje fónico. Así, el pie de la
señal de circulación, será más o menos alto; el triángulo de metal
mayor o menor; la flecha dibujada, más o menos gruesa, etc.; pero
estas variaciones son de un interés lo bastante pequeño como para
que el código principal vigente sea coextensivo al conjunto del
«lenguaje».
Se constata pues, como es normal, que la cantidad de códigos
que entran en juego en un mismo lenguaje es tanto más elevada
cuanto que éste lenguaje es globalmente más «rico». Los sistemas
especializados, en uso sólo en ciertas circunstancias muy concre
tas de la vida social, se encuentran así protegidos contra las gran
des complejidades y las perpetuas alternativas propias de la vida
del sentido en las culturas.
El cine, como los demás lenguajes ricos, está, por el contrario,
ampliamente abierto a todos los simbolismos, a todas las repre
sentaciones colectivas, a todas las ideologías, a la acción de las
diferentes estéticas, al infinito juego de las influencias y las filia
ciones entre los diversos artes y las diversas escuelas, a todas las
iniciativas individuales de los cineastas («renovaciones»), etc. Por
tanto, es imposible tratar el conjunto de los filmes como si fuesen
los diferentes mensajes de un código único.
Conservaremos, pues, las tres, pero sólo en una de las dos acep
ciones entre las que las divide el uso común, y que a su vez necesita
una explicitación. Se convierten así en parasinónimas, puesto que
tienen en común el apuntar hacia códigos fílmicos, y sólo a aque
llos que se pueda m ostrar que son propios del filme: se remiten
a algo que, en adelante, llamaremos globalmente lo cinematográ
fico (adjetivo sustantivado); este cinematográfico no es ya el de
Cohen-Séat, puesto que está constituido por el conjunto de las con
figuraciones significantes que no aparecen más que en filmes (y
que, por consiguiente, aparecen en los filmes y son «fílmicas»).
Lenguaje cinematográfico, especificidad cinematográfica y cine.
las tres expresiones designan lo cinematográfico, pero iluminándo
lo desde diferentes ángulos: «lenguaje cinematográfico > lo desig
na como hecho semiológico, como hecho de discurso; «especifici
dad cinematográfica» lo designa en cuanto se opone a toda estruc
tura intrínsecamente no cinematográfica; «cine», por fin, lo desig
na como tal y sin ninguna otra precisión: por tanto es normal,
como hemos dicho antes (pp. 47 y 62), que esta ultima expresión
conserve, por otra parte, su acepción neutra y recapitulativa (= to
talidad de los filmes sumados), que no está en contradicción con
la que aquí decimos.
2. Movies es más familiar que 'ciném a’ en francés, sin corresponder, sin embargo,
a cine; los angiicistas ven en esta palabra un americanismo. Por otra parte, el inglés
mente, ya en el uso com ente, para designar diferentes hechos que
Cohen-Séat llamaría cinematográficos; movies y Kino sólo tienen
débiles resonancias fílmicas: evocan la industria, la tecnología,
la economía (como «cine»), pero muy pocas veces el discurso, el
lenguaje o la obra (contrariamente a «cine»). Por tanto, para de
signar el hecho fílmico de su mayor generalidad, el inglés y el ale
mán no disponen, en muchos contextos, más que de «filme» en
empleo absoluto. (Dejemos de lado el inglés motion pictures, cuya
situación es muy flotante.) En francés, por el contrario —y en
otras lenguas, como el italiano, cuyo comportamiento es bastante
semejante al francés a este respecto3—, la palabra «cine» designa
corrientemente hechos fílmicos (ejemplo: «El cine es un lengua
je»), mientras el sentido absoluto de la palabra «filme» también
se usa. El francés dispone, de este modo, de dos términos en la
zona semántica donde el inglés y el alemán no poseen, la mayor
parte de las veces, más que uno sólo, es decir, en el conjunto de
los casos en que se desea mencionar el hecho fílmico apartando
todo filme concreto; es sin duda esta dualidad, propia de ciertas
lenguas, la que explica que los dos términos se hayan especializado
y tiendan a repartirse el terreno, «cine» refiriéndose a los códigos,
y «filme» (en uso absoluto) al propio mensaje designado como
hecho general.
V.3. C ó d ig o s g e n e r a l e s y c ó d ig o s p a r t ic u l a r e s ( v o l v a m o s a l t e m a )
En el interior de los códigos cinematográficos la distinción de
los «generales» y de los «particulares» es algo brutal y no revela
los diferentes grados de generalidad que puede presentar exacta
mente un código cinematográfico; estos grados trazan un amplio
abanico, pues la cantidad total de filmes a que se aplica un códi
go es susceptible de representar, según el código de que se trate,
una proporción muy variable de la producción fílmica global: así,
entre los códigos comunes a todos los filmes (y por tanto muy
generales) y los que caracterizan al western italiano8 (= mucho
menos generales), se encuentran igualmente los que son propios
del western, y que corresponden, por consiguiente, a un grado in
termedio de generalidad. Pero si se dividen sencillamente los có
digos en generales y particulares, los del western y los del western
italiano se encuentran ambos, sin distinción, en la categoría de
los particulares.9
Debe quedar, pues, claro que los códigos cinematográficos ca
lificados como particulares son códigos «más o menos» particula
res, y, como corolario, que la bipartición de los códigos en genera
les y particulares no tiene más efecto (ni más meta, por otra par
te) que distinguir claramente de los demás aquellos sistemas cine
matográficos que presenten el grado máximo de generalidad. La
principal línea de reparto pasa, en efecto, entre los fenómenos
que se refieren a todos los filmes, y los que no se refieren a to
dos: cuando se está en estos últimos, las diferencias entre los
que se refieren a una cantidad algo más grande o algo menos gran
de no son, ni mucho menos, de una importancia comparable: se
trata, de todas formas, de fenómenos que, incluso auténticamente
cinematográficos, son de alcance diferencial, es decir, que oponen
determinados filmes a otros; los rasgos cinematográficos, por su
parte, oponen el filme a lo que no es el filme: su estudio plantea,
pues, muy directamente el problema del cine, mientras que esta
8. Se trata de un género que se ha desarrollado mucho desde hace unos años, con
cineastas como Sergio Leone o Sergio Solima. Hoy, la película más conocida del género
es Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone.
9. En España, el filme más conocido es La muerte tenía un precio, también de
Sergio Leone. (N. del t.)
bleciendo códigos particulares se abordan problemas que se plan
tean, por así decirlo, en el cine.
Pero si esto es asi se nos objetará, quizá, que los códigos par
ticulares no son verdaderamente cinematográficos, puesto que a
lo que van unidos no es al cine, sino a un grupo de filmes. Un
hecho no merece el nombre de cinematográfico más que si es pro
pio del cine, es decir, de todos los filmes; los únicos rasgos cine
matográficos serían entonces los que llamamos «cinematográficos
generales», e incluso esta apelación sería un pleonasmo; en cuanto
a la de «código cinematográfico particular», sería contradictoria
como expresión.
De hecho esto no es cierto, pues determinados rasgos presen
tan la notable propiedad de aparecer sólo en determinados filmes
y de no aparecer, sin embargo, más que en filmes (por lo menos
bajo la forma exacta que se puede constatar): he aquí, pues, unos
caracteres que, sin ser propios de todos los filmes, son, sin em
bargo, propios del cine. Los fenómenos de este tipo son numero
sos y corrientes, y, sin darnos cuenta, los encontramos a cada paso:
está claro, por ejemplo, que las formas «fuertes» del montaje, tal
y como han sido exploradas por los cineastas soviéticos del perio
do 1925-1930, son otras tantas estructuras propiamente cinemato
gráficas, aunque no hayan actuado más que en una pequeña canti
dad de filmes en comparación con todos los que existen. En resu
men: un rasgo cinematográfico no es forzosamente un rasgo que
aparezca en todos los filmes, pero es forzosamente un rasgo que apa
rece sólo en los filmes. Esto equivale a decir que existen varias
formas de cine, que el hecho-cine puede tomar varios aspectos;
cada uno de ellos no es más que una de sus caras: no afecta, por
tanto, a todos los filmes; sin embargo, es una cara del cine y no
de otra cosa. Esto es lo que sucede todas las veces que una figura
cinematográfica admite diversas variantes, un «procedimiento»
(como el campo-contracampo o el picado) varios «valores»: cada
variante es particular, puesto que existen otras, pero cada una es
cinematográfica, puesto que es la variante de una figura cinemato
gráfica. _
Cierto que en una definición del cine son los rasgos cinemato
gráficos generales los que tendrían que figurar en primera línea;
si la definición fuera breve, podrían ser incluso los únicos. La cosa
es concebible: definir un objeto no es enumerar todos sus rasgos.
De este modo imaginamos fácilmente una definición del cine que
incluyera el hecho del montaje, sin mencionar la forma particu
lar que le ha dado la escuela soviética de fines del mudo. Es, pues,
cierto que los rasgos cinematográficos particulares, aunque cine
matográficos, no pertenecen exactamente a la definición del cine;
su papel es más bien concretar esta definición, y sobre todo situar
las diferentes variantes bajo las cuales pueden manifestarse los
rasgos allí incluidos. Volveremos sobre este problema un poco
más adelante (cap. VII3), cuando veamos que los códigos genera
les y los códigos particulares mantienen entre sí una relación de
códigos con subcódigos.
V.5. ¿ « E s t r u c t u r a d e l m e n s a j e » o « e s t r u c t u r a d e l t e x t o »?
Abordemos un último punto de vocabulario, probablemente
más importante que los precedentes. Quizá se ha planteado la pre
gunta de si lo que llamamos «sistema singular» no podría ser lla
mado, más sencillamente, estructura del mensaje, como sucede
en ciertas discusiones semiológicas, y como lo hemos hecho, de
modo provisional, en ciertos párrafos del principio de este libro:
se considera a veces que está, por una parte, el código (que es por
definición algo general); por otra, el mensaje, siempre singular, y
que tiene, pues, su estructura propia.
Pero esta forma de decir las cosas es verdaderamente poco sa
tisfactoria. Hablar de una estructura del mensaje, en efecto, es
suponer que el mensaje tiene una estructura que le es propia, que
no se confunde con la del código. Ahora bien, el «mensaje» (o por
lo menos lo así designado con esta locución) no puede tener estruc
tura propia más que si varios códigos actúan conjuntamente en
él, pues la combinación de estos códigos, en este caso, instaura un
nivel de articulación autónomo, irreductible por definición a uno
u otro de los códigos presentes, y, por tanto, característico del
mensaje como tal. Pero se ve, a la vez, que este último está muy
mal denominado: ya no se trata de un mensaje, sino de un frag
mento que contiene en sí varios mensajes, puesto que hay varios
códigos; la estructura autónoma que se intenta aprehender no es,
pues, la «del mensaje», sino la de la combinación de mensajes. Al
contrario, para poder hablar justamente de estructura del mensa
je, en singular, habría que tener ante sí un fragmento que mani
festase un solo código (o también, lo que sería lo mismo, un frag
mento que se hubiera decidido analizar en relación con uno solo
de sus códigos). Sin embargo, este mensaje —por fin bien deno
minado— no tendría ya estructura propia, de manera que en el
momento en que la segunda mitad de la expresión se convirtiera
en exacta, la primera dejaría de serlo: en el caso que ahora con
sideramos, el analista, por hipótesis de trabajo, habría achacado
al código único todas las regularidades estructurales localizables
en el mensaje; existiría, pues, en efecto una estructura en el men
saje, pero no sería «la estructura del mensaje»: sería, por el con
trario, la estructura del código implícitamente presente en el seno
del mensaje. Así, cuando un discurso es el mensaje de un solo
código (o cuando está provisionalmente tratado como tal) no tiene
estructura que sea distinta de la del código; cuando se estudia
una lengua natural haciendo abstracción de todos los códigos de
connotación unidos a ella, la estructura que se encuentra en cada
enunciado no es más que una de las apariciones de la estructura
del idioma (— de su gramática, de su fonología, etc.), presente
en este enunciado como en cualquier otro, y que, por tanto, no lo
caracteriza en su singularidad; pero si se toman en consideración
otros códigos manifestados en este enunciado (códigos estilísticos,
entonativos, etc.), este último deja aparecer una estructura que
esta vez ya no se confunde con la de ninguno de los códigos allí
implícitos, puesto que consiste, por definición, en combinarlos de
cierta manera: es este tipo de estructura el que preferimos lla
m ar «sistema singular»; y lo correlativo de este sistema en el te
rreno de la manifestación (es decir, el discurso atestiguado en el
que este texto es localizable) no es el mensaje, puesto que con
tiene varios, sino el texto: entendamos el texto de este sistema, de
este sistema singular y global (pues cada uno de los mensajes in
teriores de este texto sigue siendo un texto, uno de los textos
del sistema correspondiente, que esta vez es un código).
Hablando estrictamente, no existe, pues, jamás una estructura
del mensaje. No es paradójico, sino simplemente lógico: sólo un
texto plural puede ofrecer un sistema singular. Encontraremos
este problema, bajo otro aspecto, en el capítulo VII.6.
VI2. E l s is t e m a d e l f i l m e c o m o « d e s p l a z a m ie n t o »
Se empieza a comprender m ejor por qué el estudio de los sis
temas singulares se encuentra constantemente «a caballo» entre
consideraciones específicamente cinematográficas y otras que no
lo son. Estas razones, tal y como las hemos evocado por el mo
mento, son dos, en resumidas cuentas: 1.°, si cada filme es singu
lar, es por lo que hay en él de no-cinematográfico tanto como por
lo que hay de cinematográfico; 2.°, un código no-cinematográfico
no se convierte en cinematográfico por la sola virtud de su pre
sencia en un filme.
Con estos dos puntos, sin embargo, no estamos todavía en el
centro del problema. Pues no se ha tratado hasta aquí más que de
los diversos códigos (cinematográficos o no, «cinematografizados»
o no) que testimonian de las diversas partes del filme, o de sus
diversos aspectos, o de sus diversos niveles de sentido; no se ha
tratado más que de estructuras cada una de las cuales es parcial
en relación con el propio filme, con el filme como texto de con
junto. Ahora bien, si es por esta últim a por la que nos interesa
mos, el principal objetivo del análisis es remontar (a través de la
^consideración de todos estos sistemas parciales, que sigue siendo
indispensable) hasta la estructura global, o también (según la «di
rección» del camino escogido) volver a bajar hasta estos sistemas
parciales a partir de la estructura global, inicialmente captada en
sus grandes rasgos, precisada y confirmada al final del estudio.4
De todas formas es esta estructura de conjunto la que, como lo
decíamos más arriba, constituye en cierto modo un sistema de
sistemas; es ella, y sólo ella, la que constituye, hablando con pro
piedad, «el» sistema singular del filme (por lo menos en los casos
en que sólo hay uno: para los demás véase cap. VI.4).
No se trata ya, pues, ahora de examinar individualmente cada
uno de los códigos que el filme porta en sí para preguntarse si es
o no de origen cinematográfico, y, en el caso de que no lo sea,
4. Sabido es q u e L u c ie n G o l d m a n n , a propósito de los textos literarios, era partida
rio de este segundo camino y no del primero (Structuralisme génétique et tmalyse sty-
listique, pp. 143-161, en Linguaggi nella societá e nella técnica, actas de un coloquio ce
lebrado en Milán e n octubre de 1968; Edizioni di Comunitá, Milán, 1970).
si el carácter fílmico de su manifestación ha tenido o no por
efecto inflexionar su estructura en el sentido de una mayor cine-
matograficidad. Lo que se considera ahora no son ya los sistemas
parciales integrados por el filme, sino la actividad de integración
(o de desintegración) —la operación de «escritura»— por la cual
el filme, apoyándose en todos estos códigos, modificándolos, com
binándolos, «interpretándolos» los unos por los otros, llega a cons
tituir su sistema singular, su principio último (¿o primero?) de
unificación y de inteligibilidad.
Ahora bien, cuando nos situamos en este nivel de conjunto,
a ciertas creencias en la especificidad del cine les cuesta desapa
recer. En nuestros días abandonan sin demasiado trabajo ciertas
estructuras parciales del filme en manos de un estatuto no-cinema
tográfico (y eventualmente «no-cinematografizado»), mientras se
las considera aisladamente; pero reivindican de buena gana como
constante y puramente cinematográfico el movimiento de conjunto
que las integra en el seno del filme. Es ésta una idea bastante ex
tendida entre los críticos de cine; no se expresa siempre bajo la
forma que acabamos de darle, pero está subyacente en muchas
afirmaciones normales más o menos sentidas como evidentes. Se
dirá, por ejemplo, que cada película saca sus materiales de donde
los encuentra (en la biografía del cineasta, en su entorno, en su
época, en influencias literarias, en la voluntad de lanzar un «men
saje», etc.), pero que su construcción de conjunto interesa al cine
y sólo a él; que lo propio del filme es integrar las más diversas
significaciones dentro de una «composición» cinematográfica; que
lo propio del cineasta es hacer cine (y no sólo «hacer filmes»)
con todo lo que se le venga a las manos; que no basta con tener
muchas cosas que decir para hacer buenos filmes, pero que hace
falta además ser capaz de hacerlos salirse de la pantalla y de «pen
sar en términos de cine», etc. Por otra parte, todas estas observa
ciones son justas en la medida que implican que la estructura de
cada filme es el resultado de una especie de interacción entre
factores propiamente cinematográficos y aportaciones exteriores;
pero son falsas porque todas ellas prejuzgan, y de forma muy abu
siva, que la última palabra de esta dialéctica corresponde al cine
de modo automático y unilateral («0 si no, es que el filme es
malo»...). Ahora bien, no existe la última palabra, y la interacción
es una interacción verdadera, sin vencedor ni vencido.
A partir del momento en que un texto reviste la forma de un
filme, los códigos cinematográficos (o algunos de ellos) están
siempre presentes en él, y su propia borrosidad (en último tému-
no su ausencia) tiene también un sentido que sigue siendo cine
matográfico: «escritura blanca», negativa de «hacer cine», recha
zo de determinados códigos en provecho de otros que no aparecen
aún como tales. (Es el caso de esos filmes de los que se nos dice
con regularidad que «hacen estallar el lenguaje cinematográfico»,
siendo así que este último, si creemos a los mismos análisis, ha
bía sido ya «enteramente destruido» por otro filme anterior en
algunos años.) Pero a partir del momento en que un filme habla
de algo —y no hay ningún filme que no hable de nada, a pesar de
las ilusiones formalistas a este respecto—, están siempre presen
tes en él códigos extracinematográficos, pues no se puede decir
nada que no tenga ninguna forma.
Igual que la obra literaria, que no puede, con todo, existir más
que gracias a la lengua, se construye sin embargo contra ella
más bien que en ella (puesto que es trabajo sobre la lengua y vive
de sus huecos tanto como de sus llenos), igualmente el sistema de
conjunto de un filme consiste esencialmente en un doble y único
movimiento: movimiento por el cual se encuentran «movilizados»
diferentes códigos sin los cuales el filme no tendría nada sobre
que apoyarse para tomar impulso; movimiento que rechaza a
estos mismos códigos hasta un lugar secundario, y por el cual el
sistema fílmico se destaca de ellos, por el cual nos dice que es
algo diferente de ellos: que es, estrictamente hablando, esta pro
pia diferencia, esta re-pulsión. Decíamos hace un rato que el ana
lista, cuando pasa del estudio de los códigos al de los sistemas fíl
micos, debe operar un cambio de pertinencia: se ve ahora que
esta conversión no se inscribe sólo en la actividad del analista, y
que está, por así decirlo, «preinscrita» en lo que se podría llamar
actividad del filme, es decir, en este movimiento por el cual el
filme, al afirmarse, rechaza la confusión con los diversos códigos,
que fuera de él son más generales que él, pero en él, más parcia
les que él.
Si se puede tratar a un código como a un objeto «inmóvil» es
en virtud de su anonimato: un código es un sistema que no con
cierne, propiamente, a ninguno de sus mensajes, que no va ligado
a ningún discurso particular; escapa así, y por definición, a todo
«compromiso» en el desarrollo de un texto, en su desplazamiento,
en su avance concreto; en este sentido un código es un sistema
«virtual» (véase más arriba, pp. 107-108), no es el sistema de un
texto. Un sistema fílmico, por el contrario, va unido ya desde el
principio a un texto y sólo a uno (incluso si este texto no lo revela
claramente); es, pues, un sistema que se hace, que se construye
mientras que el texto mismo se hace y se construye. (La diferencia
entre ambos, que permanece, reside en que el último se presenta
como un desarrollo observable por todos, mientras que el prime
ro —que preside, sin embargo, a este desarrollo— no podría ser
extraído de él más que por la actividad analítica.) Cuando el fil
me abandona en ruta un código por otro, el sistema ñlmico, en
este instante, es este propio abandono, este reemplazo; cuando el
filme aproxima voluntariamente dos códigos que están normal
mente más separados, el sistema fílmico, en este instante, es esta
propia aproximación. No es que baste haber tomado nota de la
aproximación para haber cumplido con el sistema del filme; pero
esta aproximación es uno de los elementos del sistema, uno de sus
rasgos pertinentes, mientras que los dos códigos objeto de la
aproximación no lo son: pues el hecho de que sean estos dos en
vez de otros concierne al máximo al sistema del filme.
VI.3. C in e m a t o g r á f ic o y e x t r a c in e m a t o g r á f ic o : de u n a d u a lid a d
A UNA «MIXTIDAD»
Puesto que definimos así los sistemas fílmicos singulares, qui
zá alguien se asombre de que persistamos en la negativa de consi
derarlo^ como instancias íntegramente dotadas de especificidad ci
nematográfica: el sistema singular, tal y como acaba de ser evo
cado, ¿no está profundamente unido al desarrollo del filme, a su
composición, a la disposición de sus imágenes y de sus sonidos?
En resumen: ¿no es algo cinematográfico de punta a punta?
Hay, efectivamente, una diferencia a este respecto —y es im
portante— entre los códigos que aparecen en los filmes y los sis
temas de estos mismos filmes. Entre los primeros, algunos, como
ya lo hemos dicho, son muy ampliamente extracinematográficos,
y puede incluso suceder que su inclusión en un filme no los afec
te en su estructura propia. El proceso de «cinematografización»,
para un código, no tiene nada de inevitable; en su ausencia, la
intervención del filme sobre el código modifica sólo la materia de
la expresión y opera así una renovación de la manifestación, a
través de la cual permanece intacta la forma, es decir, la red re-
lacional de las oposiciones y de las combinaciones. Así cuando
unos «efectos plásticos» frecuentem ente utilizados por la pintura
son recogidos tal cual por algunos filmes en color, preocupados
por las «bellas imágenes», en planos fijos ingenuamente ofrecidos
a una larga contemplación: el código no ha cambiado, solamente la
definición física de sus significantes: allá, la imagen coloreada fa
bricada a mano; aquí, la imagen coloreada obtenida por medio
de un aparato.
Los fenómenos de este tipo, por frecuentes que sean en los fil
mes, conservan sin embargo un aspecto paradójico. Se esperaría
más bien que el cambio de manifestación provocase un cambio
de forma; transformación que no se puede suponer siempre inte
gral, pero que por lo menos, parece ser, habría probabilidades de
que consistiera, con mucha frecuencia, en una serie de deforma
ciones, de desplazamientos y de inflexiones, cuyo conjunto basta
ría para establecer un código nuevo distinto del código inicial, in
cluso aunque se le parezca bastante. Acontece, sin embargo, que
ni siquiera sucede esto; es porque el código no es el filme, sino
sencillamente el material parcial del filme, de forma que su es
tructura interna no está forzosamente comprometida en el mo
vimiento general de desplazamiento al que el filme debe el ser el
filme: este último también puede contentarse con actualizar el có
digo al pasar (utilizarlo sin trabajarlo); y en este caso, si el
código inicial era extracinematográfico, lo seguirá siendo después
de haberse convertido en fílmico. Lo propio del sistema fílmico
es modificar los códigos que integra; sin embargo, se trata de una
modificación de conjunto que se establece a escala del filme en
tero; no implica, por tanto, que todo filme modifique todos sus
códigos, y deja subsistir este vasto espacio en que el analista en
cuentra tantos códigos fílmicos que permanecen extracinemato-
gráficos.
Pero todo cambia cuando fijamos la atención en el propio sis
tema del filme. Este sistema no es un material sobre el que el
texto se construye: es esta propia construcción; no es un elemen
to parcial del filme, sino una estructura coextensiva a todo él.
Si está o no comprometida en el sistema del filme, y hasta qué
punto, es algo que no constituye ya ni siquiera una pregunta, pues
to que es este trabajo. Por tanto, el sistema de un filme, difirien
do en esto de todo código fílmico (cinematográfico o no), no pue
de en ningún caso consistir en una «forma» que sea totalmente
extracinematográfica.
Pero de esto no se desprende que haya que pasar al otro ex
tremo; que haya que admitir, como se hace con demasiada fre
cuencia, que un sistema fílmico es una estructura enteramente
cinematográfica. Las diversas figuras que informan los filmes des
de fuera, que le vienen de un «más allá» cultural (de otras artes,
dé prácticas cotidianas significantes y ya organizadas, etc.), no
penetran en el filme por la única vía de sus códigos; no se percibe
la barrera, misteriosamente infranqueable, que pudiera impedirle,
introducirse en el filme por otro lado y hacer sentir su peso hasta
en la composición de conjunto que anima el filme. Sin embargo,
una diferencia permanece: es que, cuando su influencia se ejerce
a este nivel, va mezclada desde un principio con construcciones
cinematográficas; un código, en resumen, puede ser cinematográ
fico o extracinematográfico, mientras que un sistema fílmico es
siempre cinematográfico y extracinematográfico a la vez; es el
sistema de un filme y no de un libro, de un comportamiento so
cial, o de cualquier otro «texto»; pero este filme a su vez, no se
reduce a un producto «puro» del cine nada más. Los códigos son
de dos tipos; los sistemas fílmicos, de un solo tipo, que es mixto.
Una opinión extendida pretende que lo propio del filme es
organizar diversos materiales no cinematográficos en una cons
trucción cinematográfica. Lo que se afirma aquí es que lo propio
del filme es integrar códigos cinematográficos y códigos no-cine-
matográficos en una construcción de conjunto que conserva esta
dualidad al mismo tiempo que la rebasa en la unidad lógica y es
tructural de un sistema singular: que transform a la dualidad en
mixtidad.
VI.4. L a s « l e c t u r a s »: v a r io s s is t e m a s t e x t u a l e s pa ra , u n s o l o
TEXTO
Se oye decir con bastante frecuencia en las discusiones cine
matográficas que lo propio de los filmes algo complejos y profun
dos, de los filmes que nos conquistan y viven en nosotros, sería —a
la inversa de esta univocidad pesadamente insistente que marca la
totalidad de la producción fílmica— poder ser comprendidos de
varias maneras; ofrecer su simbolismo, futra de toda «castración»
semántica, a varios sistemas de interpretación; admitir varios
niveles de lectura. Es el tema de las «lecturas múltiples», que se
aplica al texto fílmico como a otros tipos de textos, y con mucha
razón.14
Pero la expresión de esta idea provoca a veces un malentendido
teórico que no deja de tener importancia. Sucede, en efecto, que
se coloca la pluralidad de las lecturas en relación con la plurali
dad de los códigos que constituyen el filme: el filme «rico» o eman
cipado sería aquel en el que trabajan códigos diversos (y su masa
así subiría mejor); el filme pobre o convencional sería el izado,
aprestado o hinchado por la tiranía de un código único, orgulloso
de su redundancia.
Lo que afirmamos aquí, por el contrario, es que cualquier fil
me, incluso el más vulgar, lleva en sí varios códigos, de forma que
la diversidad de las lecturas posibles en los filmes más elaborados
corresponde a una cantidad igual de sistemas textuales y no de
códigos.
Que varios códigos actúen en un texto es un hecho muy general,
como se ha intentado m ostrar en todo el principio de este libro,
14. En los orígenes de este tema esperaríamos encontrar autores concretos, como
Roland Barthes con la noción de lectura plural, o Umberto Eco con la de lectura
abierta, o Julia Kristeva con la de dialoguismo. Y es cierto que se invocan a reces en
las discusiones cinematográficas; pero es bastante poco frecuente y, en conjunto, muy
reciente. En el terreno del filme, la idea (mucho más vaga y general) de una multipli
cidad de niveles de interpretación se expresa con frecuencia sin referencia a tales auto
res, y se ha expresado anteriormente a ellos. Es un tema “indígena*.
y no es particularmente característico de los textos importantes.
Pero que varios sistemas textuales concurran en el mismo filme
—siendo así que el sistema textual es precisamente lo que unifica
y ensambla el filme, y que, por tanto, parece que por pleno derecho
debería permanecer único— es ya menos probable (y de hecho
muy poco frecuente), y tiene ya algo de milagroso que hace «tra
bajar» el texto del filme (al propio texto y al texto en nosotros)
de manera muy diferente.
Entre los textos fílmicos que coinciden con filmes y los que
son mayores o menores subsiste, sin embargo, una diferencia que
la evolución de los procedimientos de análisis 7io puede suprimir
y que no se aboliría más que con un profundo cambio en las
propias prácticas del cine. En la hora actual la producción cine
matográfica se realiza filme a filme. Por tanto, cuando el analista
toma por texto fílmico un filme, está seguro de que los contornos
externos de su texto, su extensión material, han sido ya fijados
por otra persona y preexisten a su voluntad de análisis. No hay
que exagerar el alcance de esta servicial objetividad, pues algunos
géneros o algunas secuencias tienen más realidad que algunos
filmes; sin embargo, existe aquí una especie de garantía que limi
ta la arbitrariedad.
Pero todo el problema consiste en saber si hay que sacar una
conclusión negativa de ello (= el rechazo de los textos plurifílmi-
cos o,'*por el contrario, fragmentarios), m ejor que una conclusión
positiva, que se resuma en una decisión de ser muy prudente en
la partición de estos textos un poco particulares, así como en un
respeto continuo de la pertinencia inicial ( = medir las conclu
siones según el acto de elección, sin el cual no existirían dentro
de las mismas fronteras). En este sentido, y como se ha dicho an
tes, tales análisis son siempre tentativas: no se trata exactamente
de afírm an ju e un género cinematográfico es un gran filme único,
sino más bieh de ver lo que de allí se saca si se decide tratarlo
como tal.
Entre la solución negativa y la solución positiva, no se dudará
en optar por la segunda, si se considera la importancia manifies
ta de fenómenos como el «género» (y más generalmente las rela
ciones interfílmicas) en la historia del cine, y, en el otro extremo,
la unidad muy fuerte de algunas secuencias de filmes que han per
mitido precisamente análisis textuales que cuentan entre los más
sólidos de los que se dispone hasta hoy.1
VII.4. T e n d e n c ia p a n s é m ic a d e a lg u n a s f ig u r a s
Las dos nociones distintas de subcódigo cinematográfico y de
sistema fílmico textual representan, sin duda, la mejor oportunidad
que se ofrece a la investigación, en su estado actual, para aportar
algo más de claridad a un problema importante que se plantea
desde hace años a aquellos que estudian el lenguaje cinematográ
fico. La mayor parte de ellos (y tras ellos el autor de estas líneas)
piensan que una de las grandes diferencias entre este lenguaje y
la lengua reside en que en el seno del primero las diversas unida
des significativas mínimas, o por lo menos algunas de ellas, no
tienen un significado estable y universal. En una lengua cada mor
fema (monema) tiene un significado fijo. A menos que tenga va
rios, pero también fijos (en el caso de las unidades polisémicas,
llamadas «de acepciones múltiples»). Este significado —o más bien
este valor, que es inseparable del sistema semántico de conjunto—
puede variar a través de la historia; pero es fijo en cada «estado»
sincrónico. Se encuentra modificado en direcciones diversas según
los efectos de contextos particulares de cada enunciado, según los
usos particulares propios de cada locutor o categoría de locuto
res, etc.; pero este margen de variación no excede de determinados
límites, por lo menos en cuanto se trate realmente de la misma
lengua (esta precisión quiere apartar el falso problema de los
«dialectos» muy desviados, que son, de hecho, otras lenguas, en
todo o en parte). Así, en francés moderno, la unidad sen tim en t
(= sintagma fijado de dos morfemas que constituyen lo que se
llama una «palabra»), por mucho que abarque una zona semánti
ca cuyos contornos, evidentemente, flotan de forma considerable
según los contextos y los locutores, no deja por eso de designar
en cualquier ocasión algo que entra dentro del orden de la im
presión o del afecto, y no llega nunca a indicar (por ejemplo) esta
reacción más violenta y más instantánea que se llama «cólera».
Ahora bien, no sucede así con los «procedimientos cinemato
gráficos», o por lo menos con algunos de ellos. Estos procedimien
tos se sitúan precisamente entre las unidades significativas míni
mas propias de los códigos cinematográficos (incluso aunque otras
unidades mínimas de estos códigos no correspondan a «procedi
mientos», lo cual es un problema diferente). Está claro, en efecto,
que las «figuras» cinematográficas —otra expresión consagrada—
poseen un sentido: son unidades significativas, y no distintivas;
está claro, igualmente —si se considera al propio procedimiento,
dejando de lado el espectáculo que se filma gracias o a través de
él—, que estas unidades significativas son mínimas: no se puede
cortar en dos (o en tres) un desenfocado, una imagen congelada;
no se puede conmutar una parte de trávelin —hacia adelante por
una parte de trávelin— hacia atrás: son los dos trávelins en blo
que los permutables.
Nos encontramos, pues, efectivamente ante unidades mínimas
de sentido, incluso aunque su lista exacta quede por fijar, e in
cluso aunque tuviéramos, más tarde, que considerar como una
combinación de varios «morfemas», en algunos puntos del inven
tario, tal o cual configuración tratada corrientemente como un
solo procedimiento. Entre los rasgos específicamente cinematográ
ficos se encuentran, entre otras cosas, figuras tales como movi
mientos de cámara (trávelins, panorámicas, «trayectorias» reali
zadas en grúa, etc.), las variaciones en el tamaño del plano (es de
cir, la «escala de los planos»: plano de conjunto, de medio con
junto, plano medio, plano «americano», etc.), los cambios en el
ángulo de la toma (llamados variaciones de incidencia angular:
encuadre frontal, encuadres inclinados, picado, contrapicado), los
«efectos ópticos» (ya se trate de trucajes o de procedimientos de
puntuación: fundidos, cortinillas, etc.), la cámara lenta, la de la
banda (= «secuencia pasada al revés»), el desenfocado, el iris, la
sobreimpresión, las imágenes simultáneas (= pantalla dividida en
varios «marcos» muy diferentes), y otras muchas intervenciones
del mismo tipo. No es éste el lugar para hacer una lista, sino para
constatar que, entre estas unidades, hay muchas que no poseen
un sentido fijo (aunque, como las otras, tengan siempre un sen
tido).
Es éste el famoso problema de los empleos, que ocupa un gran
lugar en la literatura consagrada al lenguaje cinematográfico. Por
ejemplo, la cámara lenta puede crear una atmósfera de irrealidad
onírica (como en Cero en conducta de Jean Vigo), pero puede tam
bién contribuir a la dramatización de breves instantes de violen
cia (como en las escenas de batalla de Grupy salvaje de Sam
Peckinpah), o también utilizarse en relación con el tiempo en la
misma función que la lupa en relación con el espacio (como lo
expresa muy bien la palabra alemana que designa este procedi
miento: Zeitlupe, «lupa temporal»): este último empleo es fre
cuente en las películas científicas y sobre todo en aquellas que
tratan de movimientos rápidos. La aceleración puede igualmente
aparecer en las películas científicas (con una función inversa a la
de la cámara lenta, y en resumidas cuentas bastante parecida),
pero sirve también para efectos cómicos (como en La línea gene
ral de Eisenstein), y puede, por fin, contribuir de modo no dudoso
a crear sentimientos de m alestar y de ansiedad en algunos filmes
de la(tradición fantástica, como el Nosferatu de Mumau (= escena
de la calesa negra). El trávelin-hacia adelante puede ser «descrip
tivo»3 (introduciendo al espectador en un paisaje nuevo que se le
presenta progresivamente, y no de golpe, en conjunto), pero puede
también «acompañar» a personajes que avanzan y que la cámara
quiere conservar en su campo a distancia constante (conservándo
los de espaldas), y puede, por fin —si se acerca a un rostro que
«crece» rápidamente bajo los ojos del espectador—, anunciar un
paso inminente a la subjetividad,4 e indicar así que los aconteci
mientos que van a desarrollarse en la pantalla no son más que
evocaciones mentales del personaje cuyo rostro está invadiendo
la imagen: es éste entonces el trávelin-hacia adelante llamado
«subjetivo», frecuentemente empleado (por ejemplo) en Breve
encuentro de David Lean. Los casos de este tipo se han catalos o
3. V éase M a rc e l M a r tin , La estética de la expresión cinematográfica, M ad rid , p,
1962^, p p . 55-56.
4. Véase M a rc e l M a r tin , o p . c it., p . 57, o H e n ri A cel, Le cinéma, París, Caster-
m a n , 1954, p . 62.
con frecuencia en los libros relacionados con los recursos del len
guaje cinematográfico. La conclusión que sacan de esto la mayor
parte de los autores es que las figuras cinematográficas (o algu
nas de ellas) adquieren un significado concreto en cada contexto,
pero que «tomadas en sí mismas» no tienen valor fijo; si se las
considera intrínsecamente, no se puede decir nada de su sentido:
se puede, como mucho, hacer una lista heterogénea de sus em
pleos particularmente frecuentes o particularm ente normalizados.
Nos parece muy útil una estricta distinción entre lo que es có
digo y lo que es subcódigo, en los análisis cinematográficos, para
dar cuenta de un hecho que se encuentra a cada paso y del que
hemos dicho algo en el capítulo IV.2. Las codificaciones cinema
tográficas no se oponen todas entre sí de la misma forma, sino de
dos maneras distintas. En ciertos casos no se refieren al mismo
punto del proceso de elaboración cinematográfica, no responden
al mismo problema, no intervienen en el mismo lugar fílmico y,
por consiguiente, no entran en competición, no se excluyen unas
a otras, son susceptibles de coexistir dentro de un mismo estilo
o de una misma estética cinematográfica: es entonces cuando ha
blamos de códigos diferentes (y no de subcódigos diferentes; entre
códigos diferentes las relaciones son pacíficas: no trabajan en el
mismo sitio y se reparten el territorio. Es la relación que existe,
por ejemplo, entre las codificaciones de la iluminación y las del
montaje. Evidentemente no se excluye, con esto, que algunas elec
ciones de iluminación (subcódigos) sean poco compatibles con
determinadas elecciones de montaje, o tengan, por el contrario,
afinidades privilegiadas con otras, como lo muestra tan frecuente
mente la historia del cine. Lo que sigue siendo cierto, y es lo único
que está implicado en nuestra definición, es que entre ion sub
código de iluminación y un subcódigo de montaje (cualesquiera
6. Ensayos sobre la significación en el cine, op. cit., sobre todo p. 158 y en el
conjunto del texto núm. 3 (El cine: ¿lengua o lenguage?), pp. 55-145.
que sean uno y otro) no hay nunca que elegir: el filme tendrá que
estar iluminado y tendrá que ser montado; el cineasta escogerá
forzosamente, de modo inconsciente o intuitivo, un subcódigo de
iluminación y un subcódigo de montaje. La iluminación y el mon
taje, como tales, no están entre sí en relación paradigmática (re
lación de sustitución), sino en una relación sintagmática que im
plica suma y combinación.
Entre dos estilos de iluminación, por el contrario, hay que ele
gir siempre: en un mismo filme —o más bien en un mismo punto
del filme— la luz no puede ser a la vez de contrastes y uniforme,
a la vez fuerte y débil. Una solución de compromiso (como existen
muchas en los ñlmes que vemos) no sería aquí una combinación
de dos elecciones (incluso correlativas) operadas en dos ejes dis
tintos, sino que constituiría en sí una tercera elección en el eje
único de la iluminación. Es en este caso —el de las codificaciones
cottcurrenciales, cuando se excluyen mutuamente, cuando no pue
den sustituirse unas por otras, puesto que tratan todas del mismo
problema, pero lo tratan de forma diferente— cuando hablamos
de una diversidad de subcódigos del mismo código, y no de una
diversidad de códigos.
Por tanto, estas diversidades no quieren decir lo mismo y no
responden a los mismos aspectos del hecho cinematográfico. La
pluralidad de los códigos corresponde a la intrínseca complejidad
de los problemas propiamente cinematográficos, que son, a su vez,
múltiples: montaje, movimientos de cámara, etc. (Acerca de este
punto véase el capítulo IV.2.) La pluralidad de los subcódigos de
pende de que las soluciones aportadas a estos problemas son, a su
vez, muy diversas: no es exactamente el carácter compuesto de lo
«cinematográfico» lo que refleja, sino su historicidad, sus varia
ciones de una época a otra, de un país a otro, de una escuela a
otra, etc. La suma ideal de los subcódigos (y no la de los códigos),
el juego de su concurrencia y de sus derrotas sucesivas, lo que
constituyen es la historia del cine, por lo menos en lo que tiene
de verdaderamente cinematográfico (pues se da este nombre con
frecuencia a la historia de los filmes, pero se trata entonces de
un abuso de lenguaje).
Imaginemos una frase que diga «El filme suele durar, la ma
yor parte de las veces, hora y media». ¿A qué vamos a decidir que
se «aplica»? Literalmente, es al texto, naturalmente, y sólo a él
(no podría decirse, en efecto, «El cine suele durar, la mayor parte
de las veces, hora y media»); no existe ningún código, subcódigo o
sistema textual que dure hora y media.
Dejaremos los sistemas textuales fuera de esta discusión, que
se refiere sólo a los rasgos fílmicos más o menos generales y, por
tanto, irrelevantes para todo sistema singular; llamaremos «códi
go» a cualquier sistema no-textual, código o subcódigo.
Lo propio del código es ser una construcción del analista y no
un discurso preexistente: el código consiste, pues, en un conjun
to de aseveraciones relacionadas con los textos y verificables sólo
en ellos: aseveraciones que enuncian caracteres del texto, pero
que precisamente por esto son proposiciones del código. Los ras
gos más o menos generales que «pertenecen» primeramente al
texto son aquellos mismos cuya lista y clasificación «pertenecen»
al código.
Sigue siendo cierto que es el filme, y no el cine, lo que dura
una hora. Pero el hecho de que el filme tenga por término medio
esta duración en vez de otra constituye un aspecto importante del
cine en cuanto hecho de código; y si —como es posible, como pa
rece ya anunciarse— la duración media del filme se hiciera poco
a poco más variable, menos uniforme, asistiríamos, evidentemen
te, a la evolución diacrónica de uno de los códigos cinematográfi
cos (o a la sustitución de un subcódigo por otro subcódigo, lo que
es también un hecho de código).
Se sabe, desde Saussure, que la «lengua» (el código) no posee
ningún carácter que le sea materialmente propio; que no puede
llegarse a ella más que a través de «el habla» (los textos); que
está completamente formada por determinados rasgos del habla
(los que son generales). Es ciertamente imposible decir «Los títu
los de crédito están, la mayor parte de las veces, al principio del
cine»; pero tampoco es posible decir que «El sujeto gramatical
está, la mayor parte de las veces, al principio de la lengua france
sa»: es al principio del enunciado donde se encuentra el sujeto, y
los títulos de crédito, al principio del filme. Y, sin embargo, esta
posición del sujeto en el texto lingüístico, de los títulos de crédito
en el texto fílmico, son, ambos, hechos de código: código de la
lengua francesa, código o subcódigo del cine. Igualmente, es uno
de los caracteres importantes del hecho literario, por lo menos en
una parte de su extensión (= subcódigo), admitir este tipo parti
cular de sintagma llamado el capítulo; pero para enunciar este
carácter se declara que «El libro está, con frecuencia, dividido en
capítulos», y no que «La literatura está, con frecuencia, dividida
en capítuips». Y, sin embargo, se ha hablado de la literatura.
Podría, pues, parecer lógico disponer dos palabras del lado sin
tagmático (= «lo» y «la») y una sola (que estaría por determinar)
del lado paradigmático, puesto que lo sintagmático y la sintagmá
tica designan dos instancias diferentes, mientras que lo paradig
mático y la paradigmática son, en este sentido, una única y misma
cosa. Pero esta lógica sólo sería aparente, pues tendría como pri
mer efecto hacer más difícil toda comparación entre la vertiente
sintagmática y la vertiente paradigmática, consideradas al mismo
nivel (= nivel de «lo» o nivel de «la»). Además, y sobre todo, ven
dría a ocultar el hecho de que la paradigmática y lo paradigmá
tico, contrariamente a lo que acabamos de decir, dejan de ser
una única y misma cosa en cuanto se hace variar el punto de vista.
La actividad paradigmática del analista está ya plenamente com
prometida en la explicación literaria de cada paradigma; pero
como este analista supone que los mismos paradigmas, aunque
no observables, tienen un papel real en el funcionamiento signi
ficante del texto, su esfuerzo para destacarlos (esfuerzo que cons
tituye la paradigmática) no se confunde con lo que se esfuerza
por destacar (es decir, con lo paradigmático).
Es, pues, interesante el mantener, tanto por la parte paradig
mática como por la parte sintagmática, una distinción lexicalizada
entre la formalización propuesta y los hechos que se encuentran
formalizados, incluso aunque éstos preexistan mucho menos a
ésta en materia paradigmática que en materia sintagmática.
IX.l. V a r i o s t i p o s d e u n id a d e s m ín im a s e n e l m is m o t e x t o
Desde que algunas investigaciones cinematográficas han adop
tado una perspectiva más o menos semiológica, es decir, desde
hace pocos años, algunos autores han planteado el problema de la
unidad mínima en el cine, y, a veces, han empezado a proponer
vías de solución. En la discusión así emprendida se oye incluso
decir con bastante frecuencia que la determinación de la unidad
mínima constituiría algo previo y podría, mientras no estuviera
zanjada, bloquear los progresos posteriores del análisis cinemato
gráfico.
Nos parece muy peligroso emprender así el debate. Esta pro
puesta, para empezar, tiene un temible poder de inhibición en la
medida en que sitúa, en la propia puerta de las investigaciones, y
como condición indispensable para su prosecución, un punto teó
rico de los más difíciles y cuya solución exigiría precisamente am
plias investigaciones anteriores. Pero no es esto lo más grave: si
esta situación, aunque fuera poco confortable, aunque fuera pro
visionalmente circular, correspondiese a la realidad, no habría
nada que objetar a los que la describen. (Saussure, en su tiempo,
observaba que el problema de unidad lingüística —lo que más
tarde se llamará el morfema— era a la vez de imprescindible so
lución y muy difícil de tratar.1) Es más importante subrayar que
el tema de la unidad mínima en las discusiones de semiología
cinematográfica reposa con frecuencia en una idea tácitamente
admitida, y que es precisamente la que exige la crítica más radi
cal: la idea de que existiría en cine una (sólo una) unidad mínima,
y que iría, pues, unida en propiedad a todas las manifestaciones de
la pantalla grande. Encontramos aquí, bajo una nueva forma, la
1. P. 181 del Curso de lingüistica general, op. cit.
quedan, forzosamente indicados por rasgos pertinentes fónicos, fo
nemas, ni siquiera semas, sino más frecuentemente por palabras
o grupos de palabras enteros, incluso por unidades mínimas que
pertenecen ya al orden del giro, es decir, por una inflexión espe
cífica que afecta en bloque a un largo segmento de palabras: así,
dentro del orden fónico, la pronunciación arrastrada, o relajada,
la forma de hablar «distinguida», etc.
La breve frase comentada hace un instante ofrecía, por otra
parte, un caso de este tipo. La lengua castellana interpretaba allí
el papel de código de denotación, y la «cortesía» era el código de
connotación. Un segmento como «Por favor» se encontraba allí
—de acuerdo con el célebre análisis de Hjelmslev— en función del
significante de la cortesía (significante de connotación), mientras
que en la lengua castellana es un significado que dispone a su vez
de sus propios significantes (el fragmento fónico /por fabór/). Así,
el significante de connotación moviliza todo el código de denota
ción con sus significantes y sus significados.
En Antropología estructural,2 Claude Lévy-Strauss ha indicado
que los códigos míticos, aunque se manifiestan siempre en una u
otra lengua, puesto que un mito no existiría si no fuese hablado
(= dos códigos en el mismo texto), poseen unidades específicas
que no son las del idioma portador, sino que hay que desprender
las separadamente por una serie de conmutaciones interiores de
los rasgos míticos del corpus y sólo de ellos. La narración de un
mito, tal y como la proporciona el informador indígena, puede
comprender morfemas equivalentes al castellano y, o, porque, etc.:
no son unidades del mito (al que, sin embargo, pertenecen mate
rialmente), sino sólo de la lengua que lo transporta. La misma
narración mítica inicialmente registrada (el mismo texto) manifes
tará también unidades propiamente míticas, como por ejemplo
—en los estudios de Lévy-Strauss— las que pueden ser dadas en
francés por princesse, vautour, chacal, etc. Unidad mínima del
código mítico estudiado, un ítem como princesse no es ya unidad
mínima en el idioma transportador, donde recobra por sí mismo,
en el terreno del significante, varios fonemas, y en el terreno del
significado, varios semas («familia real» + «sexo femenino», etc.).
2. La structure des mythes (ya citada), especialmente pp. 230-233.
1X2. V a r io s t ip o s de unidades cinem atográficas e n , e l f il m e
Los análisis así orientados son menos corrientes en los escritos
relacionados con el cine, donde se confunde de buen grado lengua
je con lengua, y donde los lingüistas, que estudian ésta, son con
siderados con frecuencia como si estudiaran aquél. Así se extien
de la idea de que el fonema, el morfema, etc., serían las unidades
mínimas del lenguaje hablado, que serían, pues, propias de todas
las manifestaciones de determinada materia de la expresión (la
fonía), y que, puesto que «el cine» se caracteriza también por la
materia de la expresión, debería tener, de la misma forma, una
unidad mínima específica o una batería específica de unidades mí
nimas integradas entre sí (= un sistema específico de varias articu
laciones). Se lanza uno a la búsqueda de la unidad cinematográ
fica mínima, que se cree encontrar a veces en el «plano»,3 o en el
fotograma, o en el objeto-filmado,4 o en un segmento de banda to
mado según criterios más complejos;5 se pregunta uno si el siste
ma del cine presenta dos articulaciones6 o más,7 o, por el contrario,
sólo una, etc.8
Ahora bien, todas estas proposiciones serían más interesantes
3. Ésta es (implícitamente) la posición tradicional y (explícitamente) la de Eisenstein
durante todo un período de su reflexión teórica (= todo el filme descansa sobre el
choque dialéctico de los planos entre sí). Para Pasolini (véase nota 6, más adelante) el
plano es la unidad de primera articulación. Para Sol Worth es la unidad fundamental
del cine; Worth lo llama videma, y distingue dos tipos: el cadema o “camera-shot" (= el
plano tal y como "sale* de la cámara) y el edema o "editing-shot" (= el plano después
del montaje); véase The development of a semiotic of film, "Semiótica", I, núm. 3, La
Haya, Mouton, 1969, pp. 282-321 (especialmente pp. 299 y ss).
4. O "cinema" en Pier Paolo Pasolini (véase nota 6, más adelante).
5. Como, por ejemplo, el "iconema" de Gianfranco Bettetini; véase Cinema: lingiia
e scritura, Milán, Bompiani, 1968, pp. 44-63, especialmente 48-52 y 54-55. Hay que indicar
que en este autor no es el iconema la unidad mínima, sino que es en relación con él
como se pueden delimitar las unidades mínimas.
6. Ésta es la postura de P i e r P aolo P a s o l in i , pp. 71-73 de La lengua escrita de la
acción (en “Comunicación", núm. I, Madrid, Alberto Corazón, 1969, pp. 11-51). La unidad
de segunda articulación es el "cinema’’ (= objeto filmado); la unidad de primera arti
culación, el plano. Con mucha más precaución, Gianfranco Bettetini (véase la nota an
terior) estima que se puede hablar en cierto sentido de una doble articulación en el
cine (pp. 52-60). El equipo Collectif Quazar (véase nota 10, más adelante) considera el
fotograma como una unidad de segunda articulación.
7. Idea de la triple articulación cinematográfica en Umberto Eco (cap. B.4.1 de La
estructura ausente, op. cit.). En este autor no es el cine en su conjunto el que ma
nifiesta tres articulaciones, sino sólo los códigos correspondientes a lo que se llama
la reproducción de la realidad.
8. En el artículo citado de J. U r r u t z a (Notas para una semiología del cine) puede
verse otra determinación de la unidad cinematográfica mínima, distinguiendo entre ima
gen y signo y determinando la imagen como un no-signo. (N. del t.)
—y su coexistencia provocaría menos confusión— si en lugar de
pretender aplicarse globalmente al «cine» se refiriesen claramente
a tal o cual código cinematográfico (o grupo de códigos cinemato
gráficos) expresamente designado.
Se tiene a veces la impresión de que cada autor posee su uni
dad mínima, y queda uno asombrado de que en tan pocos años de
investigaciones hayan sido propuestas tan gran número de unida
des mínimas (o de tipos de articulaciones), cada una de las cuales
pretende ser la única y verdadera; pero es que cada autor pensa
ba en un código particular o en un grupo particular de códigos, que
identificaba más o menos claramente con el hecho cinematográ
fico en su conjunto.
IX.3. D e t e r m i n a c i ó n d e l a s u n id a d e s m ín im a s y e s t u d i o d e c o n
j u n t o DE LA GRAMÁTICA
No es cierto que la identificación de la unidad mínima sea algo
previo que condicione el conjunto de las investigaciones de semio
logía cinematográfica. Conviene, por el contrario, para empezar,
intentar desprender y distinguir unos de otros —aislar— los prin
cipales códigos y subcódigos cinematográficos, o por lo menos al
gunos de ellos; y es dentro de la medida en que se los haya locali
zado mejor como se podrá determ inar (por conmutaciones inte
riores de cada cual de ellos, y no del «cine») la unidad mínima que
es propia de éste o de aquél.
El problema de las unidades mínimas no es una teoría autó
noma, que se podría liquidar con independencia de una reflexión
más general acerca de la «gramática cinematográfica», y antes de
meterse con esta última. La unidad mínima no existe fuera de los
conceptos que podemos tener de la gramática, y los ataca ya den
tro de sus grandes líneas: no constituye su prólogo. A la multipli
cidad de los códigos responde la multiplicidad de las unidades
mínimas. La unidad mínima no viene dada en el texto: es una he
rramienta de análisis. Tantos tipos de análisis, otros tantos tipos
de unidades mínimas. (Por «análisis» hay que entender tanto el
de los usuarios como el de los semiólogos, puesto que éste tiene
entre otras metas explicitar aquél.)
No existe el signo cinematográfico. Esta noción, como la de
«signo pictórico», «signo musical», etc., pertenece a una clasifica
ción ingenua que procede por unidades materiales (lenguajes) y no
por unidades de pertinencia (códigos): fanatismo de lo específico,
que no existe sin algo de metafísica, como hemos dicho a otro
respecto en II.4. No existe en el cine (ni en otra parte) un código
soberano que venga a imponer sus unidades mínimas, siempre las
mismas, en todas las partes de todos los filmes: estos filmes, por
el contrario, ofrecen una superficie textual —temporal y espacial
a la vez—, un tejido en el que códigos múltiples vienen a desarro
llar, cada cual para sí, sus unidades mínimas, que a lo largo del
discurso fílmico se superponen, se entrelazan, sin que sus fron
teras coincidan forzosamente entre sí.
La situación actual de la semiología cinematográfica, m arcada
por la ausencia de unidades mínimas reconocidas con seguridad
y con las que todo el mundo esté de acuerdo, no tiene, pues, nada
de particularmente desalentador, o no lo tendría, por lo menos,
si no vinieran a complicarla confusiones teóricas. El estudio de
los códigos puede empezar sin más tardar, y las unidades mínimas
quedarán establecidas por el camino. Lo esencial, ahora, como más
tarde, es no convertir nunca indebidamente en unidad mínima «del
cine» la unidad m ínim a de un código cinematográfico.
IX.4. V a r i o s t i p o s d e u n id a d e s e x t r a c i n e m a t o g r á f i c a s e n e l
FILM E
IX.5. U n id a d e s p e r t in e n t e s : d iv e r s id a d d e t a m a ñ o
Las unidades mínimas del filme (cinematográficas o no) no se
señalan sólo por su multiplicidad numérica, sino también —y esto
es la consecuencia de aquello— por la variedad de su definición
material y, sobre todo, de su amplitud sintagmática. Algunas son
de pequeño tamaño; otras, mucha más amplias; sin embargo,
cada una de ellas es mínima en relación con su código: «mínimo»
no quiere decir pequeño, sino que designa lo más pequeño que si
gue siendo conmutable (y puede ser bastante grande).
Hemos visto antes que la unidad mínima es, en ciertos casos,
el fotograma; en otros, el plano. Son éstos dos segmentos fílmi-
cos muy desiguales por su talla (= tamaño sintagmático), es decir,
por la cantidad material de superficie textual que vienen a ocupar
respectivamente (recordemos que esta superficie es también una
superficie temporal, puesto que el texto fílmico se inscribe en una
materia de la expresión que moviliza a la vez al espacio y al tiem
po). El plano lleva siempre varios fotogramas; a veces, un número
muy elevado: 144 para un plano de 6 segundos.
En algunos códigos psicoanalíticos susceptibles de interpretar
un papel en la pantalla, y de los cuales hemos evocado un breve
ejemplo en el capítulo precedente, la unidad pertinente es del
orden del tamaño del objeto filmado. Sucede lo mismo con los
códigos de denominaciones icónicos: llamaremos así a los sistemas
de correspondencias entre rasgos pertinentes icónicos y rasgos
pertinentes semánticos de las lenguas, que permiten a los espec
tadores de los filmes, usuarios, por otra parte, de tal o cual idio
ma, identificar las figuras visuales reconocibles y recurrentes y
aplicarles un nombre sacado de la lengua: le basta al espectador
hispanohablante ver en la pantalla un cuadrúpedo de rápida ca-
iTera y pelaje rayado para pensar «cebra», sin tener necesidad de
más amplias informaciones visuales; el reconocimiento no se ope
ra según el conjunto de la imagen, sino sólo según los rasgos per
tinentes del significado lingüístico (véanse a este respecto los aná
lisis de A. Julien Greimas, por una parte,20 y de Umberto Eco, por
IX.6. U n id a d e s p e r t i n e n t e s : d iv e r s id a d d e f o r m a
IX.7. C r í t i c a d e l a n o c i ó n d e « s ig n o c i n e m a t o g r á f i c o »
El capítulo IX, en su conjunto, quería insistir sobre tres carac
teres importantes de las unidades pertinentes localizables en el
filme: su multiplicidad numérica, la diversidad de su talla, la di
versidad de su forma sintagmática. Son éstas tres razones para es
tar en guardia contra la noción de signo cinematográfico (en sin
gular), por lo menos bajo la forma, más o menos claramente
afirmada (a veces, en último término, reductible a una espera),
que reviste con bastante frecuencia: es la idea que existiría, que
habría que buscar, un solo signo cinematográfico, o un solo tipo
cinematográfico de articulaciones; que este signo sería de un or
den de tamaño más o menos estable y más o menos familiar (nos
lo representamos con frecuencia, según el modelo del signo lingüís
tico, como relativamente «pequeño», como no muy diferente del
morfema; por ello buscamos más especialmente por el lado del
objeto-filmado, del fotograma o incluso del plano); que este signo,
en fin, como el morfema también, sería obligatoriamente segmen-
tal: razón suplementaria para pensar en el objeto o en la «imagen
fílmica», etc.
Estas tentaciones se hacen notar en algunos semiólogos o in
vestigadores influidos por la semiología. Pero no hay que descui
dar que, dentro de la medida en que introducen el análisis fílmico
hacia vías demasiado sencillas, demasiado pobres en relación con
la • diversidad concreta del material textual, corren el riesgo de
proporcionar argumentos a aquellos que, hostiles a toda formali-
zación y a la partición de unidades, cualesquiera que sean, se ba
san en la riqueza y en la variedad de las significaciones fílmicas
para mantener el empirismo y el impresionismo que han dominado
hasta ahora el discurso relacionado con las producciones de la
pantalla grande. Es precisamente al pretender o postular que exis
te en cine un tipo único de signo más o menos comparable al mor
fema de las lenguas cuando a estos espíritus les es muy fácil cons
tatar su ausencia y el sacar la conclusión, por generalización, de
que estas nociones mismas (mucho más amplias y diversas, sin
embargo) de unidad pertinente, mínima, suprasegmental, signifi
cativa, distintiva, etc., son algo vano. ¿Uno de sus argumentos
más constantes, y que no reposa sobre nada, no consiste preci
samente en poner en duda el acercamiento semiológico en nombre
de las diferencias manifiestas y considerables que separan al len
guaje cinematográfico de la lengua; en nombre del hecho, por
ejemplo, de que el cine no ofrece nada comparable a estas uni
dades estables, relativamente enumerables y todas del mismo tipo
que son los morfemas o (en m enor grado) las palabras? Y, cierta
mente, es una visión muy corta de la ambición semiológica el ima
ginarse que un utillaje conceptual inspirado en parte en la lingüís
tica no tiene más que una sola utilización posible: demostrar a
todo precio que los diferentes lenguajes se parecen rasgo a rasgo a
las lenguas. Estos conceptos, en verdad, son igualmente útiles
para demostrar lo contrario, y para demostrarlo verdaderamente,
puesto que nos tomamos el trabajo, esta vez, de m irar verdadera
mente cómo están hechas las lenguas. Pero también hace falta
para eso que el propio semiólogo, fiel a este arsenal de nociones,
se tome igualmente otro trabajo: el de m irar verdaderamente cómo
están hechos los textos de diferentes tipos, y, entre otros, los de
los filmes. Si no sucederá, a veces, que el detractor de la semiolo
gía, aunque sea ignorante de la lingüística, tenga en definitiva un
«sentimiento» global de la cosa cinematográfica que, incluso for
mulado sin gran rigor, sea más justo que el del semiólogo.
En resumen: la noción de signo cinematográfico (en el sentido
dicho) nos parece doblemente peligrosa: dentro de la perspectiva
del desarrollo interno de las investigaciones semiológicas y den
tro de las del debate público con sus adversarios.
X.l. « F o r m a / m a t e r i a / s u s t a n c i a » e n H j e l m s l e v
A lo largo de este libro se ha hecho un amplio uso de la noción
de materia de la expresión (o materia del significante), que está
tomada de Louis Hjelmslev. La materia de la expresión, como su
nombre indica, es la naturaleza material (física, sensorial) del
significante, o, más exactamente, del «tejido» en el cual se recortan
los significantes (pues se reserva la palabra «significante» a la
forma significante). Este tejido puede ser fónico (= lenguaje ha
blado), sonoro y no fónico (= música instrumental), visual y co
loreado (= pintura), visual y no coloreado (= fotografía en blan
co y negro); puede consistir en movimientos del cuerpo humano
(= lenguajes gestuales), etc. Como ya lo hemos dicho, el reparto
usual de los diferentes lenguajes (y, entre otros de las diferentes
«artes») reposa sobre criterios de materia de la expresión: cada
lenguaje posee en propiedad una materia de la expresión o una
combinación específica de varias materias de la expresión; el cine
sonoro y hablado (es decir, en el momento actual, el cine a secas)
está en el segundo caso.
Pero al llegar a este punto hay que entrar en más precisiones
en cuanto a la terminología hjelmsleviana. Una breve crítica de
textos será necesaria, pues la definición exacta de la materia, las
de la forma y la sustancia (a las que se opone «materia» en un
paradigma triple), así como de sus relaciones mutuas, no es siem
pre fácil de captar en los escritos de Hjelmslev, que a este respecto
presentan determinado número de variaciones y de imprecisiones,
donde veremos, por otra parte, el precio casi inevitable de todo
pensamiento algo nuevo y que «investigue» verdaderamente. La
introducción de la palabra «sentido» como sinónimo interm itente
de «materia» (llevando como corolario la existencia de un «sentido
1. Véase nota 20 de este capítulo.
de la expresión» frente al «sentido del contenido») no contribuye
a la simplificación de las cosas.
Existe, sin embargo, una interpretación del pensamiento de
Hjelmslev que nos parece más probable que otras, no sólo porque
evita sutilidades de noción cercanas a la contorsión, sino también
porque permite hallar una amplia concordancia entre numerosos
párrafos de los escritos del lingüista danés. Es la que se encuen
tra explicitada —con la palabra «sentido» en lugar de «materia»—
en el capítulo 13 de los Prolegómenos (pp. 73-89 en la versión es
pañola), donde Hjelmslev reprocha a Saussure (C. L. G., pp. 155-157)
haber dicho que lo que se encuentra «antes» de la forma es la
sustancia amorfa (más exactamente las dos sustancias amorfas:
la del sentido y la del sonido); Hjelmslev protesta (p. 76) dicien
do que la sustancia no es amorfa, que es la estricta correlación
de la forma, y que está, por definición, siempre conformada (pá
gina 78); existe, efectivamente, añade (pp. 76-77), una instancia
amorfa, independiente de la forma y que existe «antes» que ella;
pero no es la sustancia, es el sentido: sentido del contenido (o
«sentido» a secas) y sentido de la expresión (p. 82).
Conservaremos, por nuestra parte, la palabra «materia» como
Hjelmslev mismo en los Ensayos lingüísticos2 (sobre todo pági
nas 47-893), pues «sentido», que conviene muy bien para la m ate
ria del contenido, provoca dificultades completamente inútiles y
casi «preciosistas» cuando se trata de la materia de la expresión.
Por el contrario, «materia» («purport») presenta la ventaja de ser
»algo claro, a la vez en la expresión y en el contenido.
Volvamos al capítulo 13 de los Prolegómenos, donde se dice
que la forma es una püra red de relaciones; que la m ateria (bau
tizada aquí «sentido») representa la instancia inicialmente amor
fa en la cual se inscribe y se manifiesta la forma, y que la sus
tancia es lo que aparece cuando se proyecta la forma sobre la ma
teria «como una red extendida proyecta su sombra sobre una su
perficie ininterrumpida» (p. 84). Esta metáfora nos parece parti
cularmente clara: la «superficie ininterrumpida» es la materia;
la «red extendida», la forma, y la «sombra» de la red sobre la
superficie, la sustancia.
Por tanto —y contrariamente a una vulgata persistente—, la
oposición esencial en el pensamiento de Hjelmslev sería la de
la forma y la materia, y no la de la forma y la sustancia. El «ter
2. Op. cit.
3. En La estratificación del lenguaje (aparecido inicialmente en forma de artículo
en “Word", U.S.A., X, 1954, pp. 163-188).
cer» término, el que se deriva lógicamente, es la sustancia y no la
materia. La sustancia no es nada más que el resultado del encuen
tro entre la forma y la materia; la sustancia no tiene nada que
le sea propio: su naturaleza se la da la materia (así, en las lenguas
naturales, la sustancia de la expresión es el sonido fónico, es de
cir, que se confunde por su naturaleza física con la materia de la
expresión que es también el sonido fónico), y su organización
relacional se la da la forma: se sabe, en efecto, que para Hjelms
lev la sustancia (considerada por lo menos bajo el ángulo semio-
lógico) no tiene una forma especial: la forma que tiene es la que
le es impuesta —en todos los sentidos de la palabra— por la
«forma» a secas, que es la única forma semióticamente existente.
Esta interpretación tiene la ventaja de eliminar todo «tercer
término» misterioso, molesto o sobrante: la sustancia así enten
dida no constituye una tercera instancia, que viniera a añadirse
a la form a y a la materia: es, sencillamente, lo que aparece cuan
do una forma viene a organizar una materia, o cuando una mate
ria está organizada por una forma. La sustancia, dice también
Hjelmslev (p. 79 de los Prolegómenos), no es más que la materia
(aquí llamada «sentido»), pues lo propio de la m ateria es no pre
sentarse nunca más que como la sustancia de una forma; sin em
bargo, la sustancia se distingue lógicamente de la materia (p. 79),
pues se llama «sustancia» a la materia ya formada, mientras que
la palabra «materia» (o «sentido») designa por definición una ins
tancia aún no formada (= «amorfa» en Saussure); el resultado de
la imposición de una forma es transformar la m ateria en sustan
cia (p. 79).
Observaremos igualmente que esta interpretación concuerda
muy bien con lo dicho en los Ensayos lingüísticos (pp. 9Q-1064): la
lengua como «esquema» corresponde a la forma pura, y la lengua
como «norma» a la forma material; ahora bien, en otro párrafo de
los Ensayos (p. 405) Hjelmslev reprocha a los fonólogos de Praga
—equivocadamente, nos parece, pero esto es otro asunto— no ocu
parse de la «forma pura», sino de la forma en cuanto ya manifes
tada fónicamente (o de la manifestación fónica en cuanto ya for
mada): de los rasgos pertinentes, ciertamente, pero de los rasgos
pertinentes formulados en términos fónicos. Si comparamos estos
dos párrafos —y otros más—, se ve que las investigaciones de la
4. En Lengua y habla (aparecido micialmente, como artículo, en 'Cahiers F. de
Saussure1', 2, 1943, pp. 29-44). Existe otra traducción castellana en Ana M aría K b th o l
(ed.), Ferdinand de Saussure, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971.
5. En Análisis estructural del lenguaje (aparecido inicialmente, como artículo, en
"Studia Lingüistica”, I, 1948, pp. 69-78).
fonología se referían para Hjelmslev a la «forma material» (o la
«norma») del plano de la expresión, es decir, este lugar que no es
ni form a pura ni m ateria pura, sino muy exactamente sustancia
en el sentido definitivo que en nuestra opinión el autor daba a esta
noción por encima de varias diferencias de formulación. Las pá
ginas 47-49,6 de los Ensayos lingüísticos confirman este modo de
comprender la «sustancia», puesto que se dice allí que la materia
es la manifestante en general (incluso no formada), mientras que
la sustancia es sólo la manifestación ya formada.
Nos limitaremos, pues, en lo que a nosotros respecta, a una in
terpretación del pensamiento hjelmsleviano en la que sólo tenemos
dos instancias lógicamente primeras, la form a y la materia (que
con esta ocasión vuelven a una definición bastante próxima a la
que el uso corriente da a dos palabras respectivas), y en la que
la sustancia es sólo la materia formada, o la forma materializada.
Por tanto, la palabra «sustancia» no ha sido empleada en este
libro. Pero esto no quiere decir, ni mucho menos, que las consi
deraciones de sustancia se encuentren ausentes: volveremos a ha
blar de esto en X.8.
La forma es, por tanto, propia de los códigos; la materia, de
los lenguajes. Con este punto de vista nos hemos quedado, ya an
ticipadamente, desde el prim er capítulo.
Pero queda aún un punto por precisar. En los escritos de
Hjelmslev la distinción «forma/materia/sustancia» se combina cons
tantem ente con otra que opone la expresión al contenido (= plano
de los significantes y plano de los significados), y que es indepen
diente de la prim era, de forma que su separación se organiza como
un cuadro de doble entrada que lleva seis casillas terminales:
forma de la expresión, forma del contenido, materia de la expre
sión, m ateria del contenido, sustancia de la expresión, sustancia
del contenido.
Hay, pues, dos «materias». Y si en todo este libro sólo se ha
hablado de una de ellas (la de la expresión), es porque es la única
que distingue a unos lenguajes de otros. La m ateria del contenido,
como también lo observa Hjelmslev,7 es común a todos los fenó
menos semióticos (diríamos, por nuestra parte: a todos los len
guajes y a todos los códigos); existe en total una sola materia
del contenido, que es lo que se llama el sentido (el hecho mismo
del sentido, el tejido semántico). Lo que varía de un fenómeno
6. En La estratificación del lenguaje, op. cit.
7. Ibíd.
semiótico a otro es la separación de este tejido en unidades per
tinentes del significado —es decir, la forma del contenido, el sis
tema propio de los significados entre sí—, pero no la naturaleza
del propio tejido, que es siempre el sentido. Todos los sistemas
de significación, cualesquiera que sean, tienen la función de trans
mitir sentido. Pueden tomar sus significantes de esferas muy di
versas (visual, auditiva, etc.), pero sus significados pertenecen
siempre a la esfera semántica y sólo a ella: a esta «materia» ideal
—materia inmaterial, si puede decirse—, a esta materia psicosocio-
lógica que es el «sentido».
Sigue siendo cierto, sin embargo, que de un lenguaje a otro o
de un código a otro la m ateria del contenido puede variar mu
cho, si no en su naturaleza, por lo menos en su extensión. Hjelms
lev indica,8 que determinados códigos como las lenguas tienen una
materia del contenido que es coextensiva a la totalidad del tejido
semántico: permiten, en principio, expresarlo todo (sería quizá
más justo decir que los códigos o los lenguajes de este tipo tienen
una materia del contenido que es infinita en extensión, o por lo
menos indefinida: no se le pueden asignar límites concretos, no
existe ningún sector de sentido claramente delimitable en cuya
expresión estén especializados y confinados). Otros sistemas de
significación, por el contrario, como los toques militares, las luces
de balizaje marítimo, etc., tienen por función organizar y transmi
tir una cantidad precisa y restringida de informaciones semánti
cas, todas dentro del mismo sector de sentido: la materia de su
contenido, tomada en su totalidad, no es, pues, extensiva más que
a una pequeña parte del tejido semántico general. Este problema
ha sido ya examinado al final del capítulo II.3, donde se ha visto
que el cine no es un lenguaje especializado y que su materia del
contenido es indefinida. No es, pues, esta instancia, ni siquiera su
extensión en cierto modo cuantitativa, lo que permite distinguir el
cine del teatro, de la literatura, de la ópera, etc., o incluso de la
lengua. Los lenguajes «no especializados» son bastantes, concreta
mente en las artes, y si Hjelmslev no ha mencionado más que la
lengua es porque no deseaba tratar la cuestión con detalle. En el
caso del cine esta extensión indefinida del tejido semántico depen
de de dos causas diferentes, cuyo efecto se acumula: por una par
te, el cine engloba en sí un código —la lengua, en los filmes sono
ros— cuya sola presencia bastaría para autorizar las informacio
nes semánticas de los más variados tipos; en segundo lugar, los
*. Ibíd.
demás elementos del texto fílmico, y por ejemplo las imágenes,
son, a su vez, lenguajes cuya m ateria del contenido no tiene lími
tes concretos.
X.2. I n t e r f e r e n c i a s s e m i o l ó g i c a s e n t r e l e n g u a s
Hemos distinguido hasta aquí entre los códigos fílmicos los
que son específicamente cinematográficos y los que no lo son. La
existencia de estos últimos no plantea ningún problema; por lo
menos ningún problema de principio, pues hacer su lista exacta
sería un largo trabajo; pero su propio estatuto (su carácter no es
pecífico) puede establecerse sin dificultad en cada caso concreto,
con la única condición de dejar de lado, como hemos hecho en
varios párrafos de este libro, el tratamiento del código en el fil
me, que es distinto del propio código; que es, de hecho, la obra
de otros códigos, y que puede, en lo que a él se refiere, ser cine
matográfico si estos otros códigos lo son. Una vez tomada esta
precaución no hay ya nada aventurado en considerar como extraci-
nematográfica, por ejemplo, tal representación colectiva o tal ima-
go social (el seductor, la esposa-modelo, la juventud desequilibra
da, el «buen patrón», el aventurero, etc.) que aparece en los fil
mes tanto como en los libros, los periódicos, las conversaciones,
por lo menos en el interior de la misma área cultural. En cambio,
es mucho más difícil adquirir la certidum bre de que un código
¡dado es específicamente cinematográfico. Para esto, en efecto, ha
bría que establecer, si no que este código se manifiesta en todos
los filmes, puesto que los subcódigos son también específicos
(véase cap. V.3), por lo menos que no se manifiesta nunca más
que en filmes (este último punto exige ciertos comentarios que
vendrán en el capítulo X.4; pero sigue estando, sin embargo, de
forma evidente, unido de un modo u otro a la propia definición
de lo «específico»). Ahora bien, no hay que ir muy lejos para com
probar que algunos códigos (o artículos de códigos), sentidos in
tuitivamente como específicos y comúnmente considerados como
tales en los escritos relacionados con el lenguaje cinematográfico,
aparecen igualmente, bajo formas más o menos próximas, en los
«textos» que nos ofrecen otros medios de expresión. Los présta
mos, calcos, imitaciones, adaptaciones de figuras significantes (y
más generalmente todo el amplio terreno de lo que llamaremos
las interferencias semiológicas de un arte a otro) representan un
fenómeno bastante corriente, que es la regla y no la excepción:
algunas de las configuraciones que parecerían más evidentemente
cinematográficas reaparecen en las historietas ilustradas, o en li
teratura (por ejemplo, el «montaje alternante» en las novelas de
Faulkner); algunos de los efectos plásticos que parecían más liga
dos al arte pictórico han sido recogidos por los filmes expresionis
tas alemanes o suecos; la narración en prim era persona, construc
ción llamada «de esencia novelesca», se ha hecho corriente en las
películas posteriores a 1939,9 etc.
ción castellana, con el título Lingüística y poética, en R omán J akobson y otros, Et len
guaje y los problemas del conocimiento, Buenos Aires, Rodolfo Alonso editor, 1971, pági
nas 9-47, que no ofrece ninguna garantía: confunde, por ejemplo, connotativa con conativa.
En este fragmento el autor se preocupa sobre todo de las figuras poéticas unidas a
la gramática de las lenguas, y no a su fonología; pero en otros párrafos (por ejemplo,
pp. 240-243, acerca de la "figura fónica” reiterativa), Jakobson estudia lo que se podría
llamar (parafraseándolo) la "poesía de la fonología” y la "fonología de la poesía*.
como un conjunto de códigos, y no inmediatamente por la natura
leza material del significante. Es una referencia, de todos modos,
puesto que estos códigos, a su vez, no pueden declararse específi
cos más que si se los supone unidos, en su propia existencia, a la
materia de la expresión que es propia del cine; más que si se los
supone ausentes en otras materias de la expresión.
En resumen: la postura aquí adoptada tiene dos tiempos y no
uno solo: 1°, la especificidad que interesa a la semiología es la de
los códigos, no la especificidad «en bruto» de los significantes
físicos; 2.°, la especificidad de los códigos específicos depende, sin
embargo, de determinados rasgos de la materia de la expresión.
El prim er tiempo es necesario y suficiente para distinguir el
cine del filme, el código pluritextual del texto pluricódico, para
poner aparte los códigos que no son específicos. Pero llegamos
ahora al segundo tiempo, que es indispensable si queremos con
cretar en qué sentido exacto son específicos los códigos que de
claramos tales.
Las consideraciones de «materia», inicialmente eliminadas en
provecho de las consideraciones códicas, deben ser introducidas
de nuevo dentro de la exacta medida en que se refieren a los
propios códigos.
X.4. E l e n t r e m e z c l a m i e n t o d e l a s e s p e c if ic id a d e s : e s p e c i f ic id a d
M ÚLTIPLE, GRADOS DE ESPECIFICIDAD, MODOS DE ESPECIFICIDAD
Un código puede, pues, ser específico de varios lenguajes; pero,
como para esto hace falta que estos últimos tengan a su vez de
term inada cantidad de caracteres semejantes (= rasgos sensoria
les pertinentes), el sistema de significación que les es común pue
de, sin inconveniente, ser llamado «específico» de cada uno de
ellos: no será nunca más que una manera más sencilla de constatar
que va adherido, en propiedad, a su parte común (por ejemplo, los
códigos rítmicos son específicos de la temporalidad, que a su vez
£s común a varios lenguajes).
Esta noción de una especificidad eventualmente múltiple no es
paradójica más que en apariencia. La unicidad no es la única
form a de especificidad, y una multiplicidad circunscrita dibuja
igualmente un grupo específico; un campo específico no es forzo
samente un campo exiguo.
Habrá que concretar, por fin, también, que la pertenencia es
pecífica de algunos códigos a algunos lenguajes, o grupos de len
guajes, no tiene, en absoluto, como efecto el impedir transposi
ciones códicas globales (más o menos isomorfas) en otro lengua
je, o grupo de lenguajes, y aún menos préstamos localizados y más
o menos deformantes, que afectan a determinadas combinaciones
particulares autorizadas por el código.
De todo lo que acabamos de decir se desprende que en el pro
pio interior de los códigos específicamente cinematográficos se
encuentra una especie de jerarquía en la especificidad. Un código
«cinematográfico» puede serlo más o menos. El grado extremo de
especificidad es el del código que se manifiesta sólo en el cine:
se trata, pues, de un código de manifestación única, en el sentido
que se ha definido en el capítulo X.3: un código en relación con
el cual todos los rasgos de la materia de la expresión propia del
cine son pertinentes, de forma que no tiene ninguna posibilidad de
manifestación en otros lenguajes, ni siquiera en aquellos que se
aproximan al cine por su definición técnico-sensorial (o más exac
tamente, lo que viene a ser lo mismo para nuestro problema, un
código en relación con el cual son pertinentes todos los rasgos
materiales que no existen en ningún lenguaje que no sea el cine).
Luego, nos encaminamos progresivamente hacia grados más dé
biles de especificidad (sin hablar de los códigos no-específicos,
que quedan fuera por el momento y reaparecerán en el capítulo
X.7); existen códigos que son específicos de un grupo de lengua
jes que comprende el cine y un limitado número de medios dife
rentes de expresión: los rasgos materiales pertinentes para estos
códigos son los que son comunes a los lenguajes de este grupo,
y este grupo resulta ser poco numeroso. Pero, en otros casos,
puede serlo más, de modo que el cine (que sigue formando parte
de él) está allí algo más «ahogado»: llegamos entonces a códigos
que merecen aún ser llamados cinematográficos, pero cuyo grado
de cinematograficidad está en disminución. Todos los códigos cuya
especificidad no es máxima pertenecen a la categoría (definida en
X.3) de los códigos de manifestaciones múltiples pero no uni
versales: algunos rasgos físicos les son pertinentes (y por ello no
se manifiestan en todos los lenguajes, sino sólo en los de un gru
po), y otros rasgos físicos no van imidos para nada a su definición,
lo que les permite manifestarse en varios lenguajes materialmen
te diferentes, y no en uno solo. Los códigos específicos de especi
ficidad no-máxima son, pues, aquellos que van unidos en propie
dad, si no al cine y sólo a él, por lo menos a un grupo concreto
de lenguajes que abarcan el cine.
X .6. L e n g u a je c o m o c o m b in a c ió n d e c ó d ig o s
Los capítulos X.4 y X.5 han probado que lo que caracteriza
códicamente a un lenguaje dado no es un código, como lo querrían
los que buscan «el código del cine», sino una combinación de va
rios códigos. Este punto, como es sabido, ha sido desarrollado
con fuerza por Emilio Garroni en Semiótica ed estetica (véase
cap. II.3). Pero el autor italiano saca la conclusión de que no exis
te ningún código que sea específico de cualquier lenguaje: un
código no es nunca específico; sólo los lenguajes (es decir, las
combinaciones de códigos) lo son. E sta postura nos parece excesi
va y la hemos discutido en un artículo cuyas ideas quedan reco
gidas y sistematizadas a lo largo de este capítulo X.J1 El concepto
de las lenguas como combinaciones específicas de códigos, que es
seguramente el más satisfactorio, no implica que los códigos com
binados sean forzosamente no-específicos: algunos de ellos pueden
ser específicos, de modo que lo que se llama (globalmente) la es
pecificidad de un lenguaje es un fenómeno de dos pisos: la com
binación es específica, y lo son tam bién algunas de las entidades
combinadas. Idea ésta que es inseparable de una visión diferen
ciada de la propia especificidad, con sus variaciones de grado y
de modo, sus entrelazamientos de lenguaje a lenguaje (cap. X.4).
Pero, de hecho, el desacuerdo parcial que subsiste entre el
libro de Emilio Garroni y éste depende de un punto de teoría se-
miológica cuyo alcance es más general. Se admite aquí que la pro
pia forma (en el sentido de Hjelmslev), es decir, el código, va
unido a determinados rasgos de la m ateria de la expresión, o por
lo menos lo está en el caso de ciertos códigos, que por este solo
hecho (en un grado o en otro, por un motivo o por otro) pueden
considerarse específicos. Emilio Garroni, por el contrario, estable
ce una separación más absoluta entre la form a y la materia: una
forma, £ara él, es siempre una form a «pura» independiente de de
terminaciones materiales, de modo que todo código es susceptible
de manifestarse en toda m ateria (= en todo lenguaje), y que no
existen, por tanto, códigos específicos.
Esta divergencia, en definitiva, refleja a escala de semiología
general la que en lingüística opone la glosemática danesa (unida
a la forma pura) a la fonología praguesa o pospraguesa y a la
gramática generativa transformacional, que, por lo menos, están
de acuerdo en conservar determinados nexos entre forma y ma
teria. Estas cuestiones se evocan en el capítulo X.3.
XI.3. C in e y e s c r i t u r a c o m o « i m p r e n t a s »
Las nociones de grabación y de relevo, combinadas con la de
«imprenta», han conocido un auge particular con los conceptos
cinematográficos de Marcel Pagnol, expuestos en los dos manifies
tos redactados durante los primeros años del cine hablado,6 y
ampliamente repetidos en César, volumen autobiográfico de 1966.7
El autor resume sus puntos de vista del siguiente modo: el filme
mudo era el arte de imprimir, de fijar, de difundir la pantomima;
el filme hablado es el arte de imprimir, de fijar, de difundir el
6. Primer manifiesto en "Le Journal", 1930. Segundo manifiesto: Cinimaturgie de
París, en "Les Cahiers du Film", 15 diciembre 1933; recogido en la Anthologie du citiéma
de M a r c e l L a f i e r r e (París, L a Nouveile Edition, 1946), pp. 284-294.
7. Éditions de Provence. La parte de este volumen que aquí se trata es el^ capitu
lo I; se publicó como anticipo, con el capítulo II, en los "Cahiers du Cinéma (núm.
173, diciembre 1965, pp. 39-54), con el título Cinématurgie de Paris (como el manifiesto
de 1933, cuya sustancia recoge ampliamente).
teatro;8 «la unión de la ideografía bajo su forma cinematográfica
[se trata aquí del cine mudo o de la banda de imágenes del cine
hablado] y de la escritura fonética bajo su form a fonográfica
[= invención del fonógrafo en 1885, y elemento verbal del cine ha
blado] nos ha engendrado el filme hablado, que es la forma casi
perfecta y quizá definitiva de la escritura».5 Estas ideas se sitúan
en un contexto más amplio, cuyos otros aspectos nos conciernen
aquí menos directamente, que es una concepción general de lo que
el autor llama «el arte dramático»: éste habría revestido a lo largo
de su historia diversas formas parciales —coreografía (forma dan
zada de este arte), o también la pantomima, que es su «forma
muda»— y una forma completa, a la cual ya se aproximaba el
teatro, y que no es, por otra parte, exactamente el cine hablado,
pero se «realiza» técnicamente,10 se conserva y se transm ite gracias
a él.
En nuestra perspectiva todo esto requiere cuatro observaciones:
1. Resulta paradójico hablar de «escritura», incluso fonéti
ca, a propósito de la fonografía (fonógrafo propiamente dicho o
diálogos de filmes sonoros). La fonografía, en efecto, vuelve la es
palda a la escritura en su mismo principio; no es, en cierto sen
tido, nada más que una renuncia a la escritura. Las escrituras,
ideográficas y fonéticas, se dirigen a la vista, y consisten en signos
visuales (grafemas), lo que acarrea consecuencias estructurales.
Evidentemente, Marcel Pagnol se abstiene de toda comparación
entre la fonografía y la escritura ideográfica; está claro que la
primera sél opone a la segunda en cuanto no «escribe» su signifi
cado, sino que lo habla, aceptando así el rodeo mediante la fonía,
que rechaza la segunda, y aceptándolo incluso doblemente: en el
plano códico, porque pasa por la lengua, y en el plano sensorial,
porque da de esta lengua una inscripción que es, a su vez, auditi
va. Pero la fonografía se opone en la misma medida a la escritura
fonética, aunque el factor códico (la presencia de la lengua) sea
esta vez común a ambos modos de inscripción. La escritura fonéti
ca (véase cap. XI.2) recurre a un código especial y arbitrario para
relevar el habla mediante configuraciones visuales y gracias a esta
transposición elimina del habla lo que no era la lengua —Marcel
XI.4. C in e y e s c r i t u r a c o m o « c o m p o s ic io n e s »
XI.5. E l c i n e f r e n t e a la s « e s c ritu ra s » de « E l g ra d o c e ro de la
ESCRITURA»
Existe otro tipo de comparación que se podría establecer entre
el cine y la escritura. «Podría», pues no se ha hecho. Sería, sin
embargo, más clarificador, cualquiera que en fin de cuentas fuera
su punto de llegada, que muchas de las comparaciones corrientes.
Se referiría a otro tipo de escritura, la que ha definido Roland
Barthes en Le degré zéro de l'écritureP Recordemos que corres
ponde a un nivel de codificación cuyo grado de generalidad está
entre el de la lengua (común a todo el cuerpo social) y el del es
tilo, que es propio del individuo y se enraíza en las profundidades
biológicas de la idiosincrasia. Sólo hay estilo en cada escritor; la
lengua es única para un pueblo entero, pero encontramos entre
ambas cosas varias escrituras, cada una de las cuales es propia
de un conjunto de escritores de la misma época o de la misma
tendencia, y que son otros tantos rostros de la literalidad, marcas
que designan el discurso literario como tal.
22. París, Ed. du Seuil, 1953. Edición castellana: El grado cero de la escritura,
Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1967.
Ahora bien, el lenguaje cinematográfico también se distingue
de los estilos de cineastas: éstos, como ya lo hemos dicho en
VII.2, son o códigos o sistemas textuales, según la forma en que
se los considere, mientras que el primero es el conjunto de las
codificaciones específicas y sólo específicas. El lenguaje cinemato
gráfico, por otra parte, es muy diferente de una lengua, cuya
homogeneidad no posee ni su coherencia, ni su relativa estabilidad
en el tiempo (véase p. 179). El sistema individual de los cineastas
(o por lo menos de algunos de ellos), sus innovaciones deliberadas,
influyen mucho, y bastante de prisa, en la evolución del lenguaje
cinematográfico, algo así como la aportación personal de algunos
escritores influye en la historia de la escritura (de la que es, sin
embargo, diferente), pero no en la de la lengua, cuya «resistencia»
depende de que es empleada y forjada al mismo tiempo por toda
la masa hablante. Se puede, pues, decir, con palabras barthesia-
nas, que el lenguaje cinematográfico tiene más puntos comunes
con una escritura que con una lengua. Son los cineastas, y no la
población global, los que han hecho el cine, igual que son los es
critores los que han hecho la escritura. La lengua pertenece a todo
el mundo; el cine y la escritura son cosas de «especialistas», aun
que no se confundan con los idiolectos propios de cada uno de
ellos. Por ello el lenguaje cinematográfico evoluciona mucho más
de prisa que una lengua, y su evolución se despliega dentro de
una temporalidad, que no es de la misma escala que la de las dia-
cronías lingüísticas, y recuerda más bien la de las diacronías li
terarias.
#*
Sin embargo, esta comparación, un poco menos vaga que las
comparaciones precedentemente criticadas, no debe tampoco lle
varse demasiado lejos, so pena de caer de nuevo en las aproxima
ciones que se querría evitar. El lenguaje cinematográfico presen
ta determinados parecidos con la «escritura» definida por Roland
Barthes, pero no es esto decir que lo sea, ni siquiera transpuesta
en la sustancia audiovisual. Las escrituras, en efecto, están sepa
radas de la lengua y se añaden a ella (pues ésta existe), mientras
que el lenguaje cinematográfico es diferente —más que «separa
do»— de lo que sería una lengua, pero ocupa su lugar (pues aquí
ésta no existe).
La escritura está estrechamente articulada sobre otro código:
ese mismo del que hemos dicho que estaba separada (y del que
es, sin embargo, inseparable), aquel cuyo orden propio infringe
con frecuencia (pero que le es indispensable): el código de la
lengua, que presupone de forma absoluta. Es esta instancia ante
rior la que le falta al lenguaje cinematográfico, y éste no tiene
nada semejante para apoyarse; él es, a un tiempo, escritura y len
gua: lengua si se consideran sus códigos generales; escritura por
algunos de sus subcódigos, los que sobrepasan en amplitud el es
tilo de un cineasta único: los géneros, por ejemplo, o las principa
les escuelas, en la medida en que se las considera desde el ángulo
del subcódigo (= como clases de filmes) y no desde el ángulo
del sistema textual, como grupos de filmes (véase cap. VII.2).
Pero son justamente estos grados y estos modos los que dife
rencian la imagen cinematográfica del ideograma. Su diferencia es
algo importante. No es indiferente que la anotación afecte a los
36. París, Alean, 1924, p. 342.
rasgos pertinentes del reconocimiento y sólo a ellos, eliminando
así la inscripción material de los demás, como ocurre grosso modo
en el morfograma; o que, al contrario, el mismo «texto», como
ocurre en el cine, sólo ofrezca a la mirada los rasgos de identifi
cación mezclados con todos los demás, y sin indicación explícita
de su colocación: es cierto que el espectador, mientras comprenda
la imagen, hará por sí mismo el ideograma, pero también lo es
que es él quien tiene que hacerlo, mientras que la ideografía (por
caminos, por otra parte, muy variables) se lo presenta hecho. El
trayecto, en el cine, es un poco más largo, y también menos se
guro: el objeto es reconocido más o menos de prisa, más o menos
bien; hay falsas pistas y sorpresas, que no tienen ui* equivalente
morfogramático, pero que ciertos filmes explotan a voluntad (fil
mes fantásticas, filmes de terror, ciertos filmes de «suspense», etc.).
De una manera más general, si no se tiene en cuenta la dife
rencia entre los esquematismos del ideograma y los que perm iten
la percepción de la imagen fílmica, no se puede comprender el
potencial polisémico propio de esta última (cuya lectura, aun cuan
do decididamente no se «pierda», puede titubear o repartirse en
tre varias series simultáneas), ni sus trucajes (que nadie se tom a
el trabajo de confeccionar si no es porque el trucaje más funda
mental de los segmentos no trucados no aparece, y por eso nadie
truca un esquema ostensible), ni todos sus juegos sobre la impre
sión de realidad (= mixtificaciones realistas e irrealistas).
No es vano a este respecto recordar las semejanzas parciales de
la percepción fílmica con la percepción de la vida cotidiana (lla
mada a“yeces «percepción real»). No dependen de que la prim era
sea natural, sino de que la segunda no lo sea; la prim era está en
código, pero sus códigos son, en parte, los mismos que los de la
segunda. La analogía, como lo ha mostrado claramente Umberto
Eco,37 no está entre la efigie y su modelo; pero, por supuesto,
existe —sin dejar de ser parcial— entre ambas situaciones per
ceptivas, entre los modos de descifrar que conducen al reconoci
miento del objeto en situación real y aquellos que conducen a su
reconocimiento en situación icónica, en la imagen fuertemente fi
gurativa como la del filme (pero no como el ideograma).