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Una maravillosa señal había en Israel para advertir a quienes hablaban Lashón hará.
Inicialmente aparecían en las paredes de su casa manchas, las cuales debían ser revisadas
por el Cohén. Eso daba lugar a que el dueño de casa recapacitara y revisara sus actos. Si
hacía Teshubá la mancha desaparecía y la casa se purificaba; de lo contrario, la casa era
declarada impura y debía ser destruida. Luego las manchas afectaban las ropas y
nuevamente tenía la posibilidad de cambiar de actitud.
Si, Dios libre, el pecador continuaba aferrado en su falta, el Tzaraat aparecía sobre su propio
cuerpo. Durante el proceso de revisión y purificación, el afectado permanecía alejado de la
sociedad, sin poder estar en contacto con nadie.
Vemos entonces que el Nega Tzaraat se presentaba en tres etapas: primero la vivienda,
luego las ropas y por último el cuerpo del pecador. Surge la pregunta: ¿cómo es posible que
una persona, luego de perder su casa, no deponga su actitud pudiendo perder hasta sus
ropas y llegando al punto de sufrir las señales sobre su propia carne?
Solemos adaptarnos por costumbre a ciertas situaciones, por lo cual perdemos toda
sensación y sentimiento. No hay duda de que, cuando aparecían las manchas en la casa, el
pecador se conmovía, pero a fuerza de costumbre, aquella emoción se desvanecía
rápidamente.
Lo mismo sucedía cuando el mal llegaba a la ropa y hasta en su mismo cuerpo. Tales son los
efectos negativos que puede causar la rutina.
Dedicado Por Leilui Nishmat De:
5. Es cuando se es capaz de no tener "expectativas" en una relación, y damos de nosotros mismos por el
placer de dar.
6. Es cuando comprendemos que lo que hacemos, lo hacemos para nuestra propia paz.
11. La madurez espiritual es cuando somos capaces de distinguir entre "necesidad" y "querer" y somos
capaces de dejar ir ese querer.
12. Se gana la madurez espiritual cuando dejamos de anexar la "felicidad" a las cosas materiales!
El Rabino Shalom Dov de Lubavitch tenía un gran aprecio por las personas más simples.
Cierta vez, uno de sus adeptos, que era un comerciante en diamantes, le preguntó cuáles
eran las virtudes que veía en dichas personas. El Rabino le pidió que le mostrara algunos
de los diamantes que comerciaba, y escogió uno grande ponderándolo como una gema
muy hermosa, pero el adepto sonrió diciéndole que esa piedra estaba llena de defectos.
Al afirmar el Rabino que era más hermosa que las otras piedras, el adepto le remarcó que,
si bien el diamante era más grande que las otras piedras, sus defectos se podían ver con
una lupa y por tanto su valor era muy bajo. Escogiendo una piedra más pequeña, el
adepto dijo:
-”Usted ve, señor Rabino, esta piedra no es tan grande como la otra, pero es perfecta y su
valor es muy grande. Para saber el valor de un diamante hay que tener experiencia.” -
Entiendo -dijo el Rabino- pero lo mismo sucede con la personas, para valorarlas, hay que
tener mucha experiencia.
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