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Lectura 1
Lectura 1
En los último años hemos venido escuchando por diversos medios tanto internos como
externos de que el Estado debe reducirse solo a labores democráticas y sociales,
otros los más radicales van más allá de ello, piden prácticamente que desaparezca su
participación e interacción con el mercado y del entorno empresarial, para ello nos han
vendido la idea de planteamientos de lograr eficiencia en los servicios, una sustancial
reducción en el tamaño del Estado, el desmantelamiento de regulación y control de
precios, la ampliación de la participación de la competencia y una reducción de la
corrupción oficial, pero no se ha dicho el verdadero objetivo oculto de la privatización,
la de Aumentar los ingresos del sector oficial para que pueda mejorar los desembolsos
de intereses de la deuda externa.
Muchas saltaran a la palestra y dirán que no es cierto pero la realidad nos viene
demostrando la real, desnuda y cruel que es la neoliberalidad del mercado en la vida
social de un país como el nuestro y la renuncia tácita de un Estado a llevar a cabo su
verdadero rol de promover el desarrollo y crecimiento de una nación a que sea justa,
sana y humana, pero ello no solo fue error del Estado, ya que tampoco no fue
percibida su impacto socioeconómico por los organismos sociales, laborales, etc, hoy
vemos que la desmedida privatización ha conllevado a nuestro país a una situación de
seudo desarrollo y mayor pobreza aparte de su aberración conceptual en lo que a
conducción política se refiere, que incluye algunos efectos de hondo impacto, como el
aumento del desempleo, la pobreza, inseguridad ciudadana, el analfabetismo y la
informalidad; la concentración de capital en manos de pocos monopolios financieros
nacionales y un aumento exponencial en la riqueza de las multinacionales que deciden
participar con gran ventaja en la subasta y remate de los activos estatales, cuyos
hechos han sido denunciados por la misma Cepal.
Más aún somos participes de una inhumana política denominada libertad laboral, la
que consiste simplemente en golpear o eliminar los derechos adquiridos por los
trabajadores a lo largo de muchos años de lucha, especialmente a nivel sindical. Y si
bien es cierto que muchos sindicatos de trabajadores han sido prácticamente
colonizados por actores o pensadores de ideas extremas, desvirtuando con ello lo que
debería ser la función esencial de su existencia, no es menos cierto que ellos han
protegido en cierta forma a quienes los integran, de la voracidad insana de
muchísimos empleadores que quisieran haber vivido en los siglos del feudalismo.
Para ahondar este escenario negativo, las medidas del Banco Mundial pretenden dar
mayor autonomía a los empleadores, ofreciéndoles la posibilidad de entregar menores
beneficios salariales y de mayores recortes de prestaciones de protección y seguridad
social a los trabajadores. Asimismo, cada día se fortalece el subempleo disminuyendo
el costo de la mano de obra a niveles incipientes. Un ejemplo más dramático de esto
se encuentra en nuestro país en el sector industrial, civil, público, manufacturero,
agroindustrial y de la salud, en donde sus trabajadores, han venido perdiendo sus
prestaciones, sus niveles de ingreso y su misma posición social, al considerarse al
sector como una enorme fuente de ingresos para el grupo de capitales nacionales y
extranjeros.
No obstante, existen doctrinas tan importantes como la de la Iglesia Católica que han
planteado la obligación social del Estado en aspectos tan importantes como el bien
común, la solidaridad, la sujección de los medios de producción al trabajo humano ( y
no a la inversa) y la dignidad humana por encima de cualquier tipo de beneficio
mezquino de algunos pocos.
Existen documentos tan trascendentes como las Encíclicas Quadragesimo anno (Pío
XII 1931), Pacem in terris (JUan XXIII 1963), Populorum progressio (Paulo VI 1967) y
Centrodimus Annus (Juan Pablo II 1991), son solamente algunos de los que defienden
el bienestar y bien común por encima del beneficio particular y privado de grupos
específicos que han precipitado con su inhumano egoísmo y desaforado apetito
económico y de poder una desigualdad social que solamente culminará en una
desgracia para todos.
Repasemos y observemos el horizonte hacia los países que han sufrido la desmedida
locura neoliberal veremos una imagen social poco alentadora, por ello es importante
mencionar el planteamiento de la Comisión de Deuda Social del Parlamento
Latinoamericano, cuyos miembros han urgido la necesidad de una "mejor distribución
de la riqueza", pues los fenómenos de la globalización han pauperizado y afectado
negativamente a quienes constituyen los elementos más débiles de la sociedad,
especialmente las mujeres y los niños. Todo esto, para mostrar la vergüenza de la
impresionante cifra de ciento diez millones de pobres absolutos en nuestro continente.
Ante tan triste y volátil escenario, preocupados los ideólogos neoliberales por el
polvorín social que implica y conllevaría esta situación, se ha hablado de una inversión
social, creando fondos y empresas que en lugar de acabar con la pobreza,
simplemente la administran, con criterios asistenciales transitorios y fines clientelistas
del ejecutivo, como vemos en los programas manejados por el Ministerio de la
Presidencia y el de la Mujer.
Veo con temor y asombro afirmaciones como la del "libertario" Robert Nozick, quien
sin ruborizarse plantea que "Nadie puede exigir un derecho al ingreso por el simple
hecho de necesitarlo para sobrevivir, pues al hacerlo, se coarta la libertad de alguien
más". E incluso los extremos de otros libertarios extremistas, como Murray Rothbard y
David Friedman, para quienes los pobres tienen la culpa de su propio destino.
Luchar por el apoyo político para la reforma neoliberal, aún a sabiendas del
efecto desastroso sobre la población.
Pero en el Perú buena parte de la clase política, del empresariado y de los medios de
comunicación sigue pensando que el Estado es el demonio. Hemos llegado a tal punto
que la Constitución de 1993 dice que no debe haber empresas públicas (Art. 60). Si
algunas aún no se han vendido, eso se debe al rechazo de la población, mas no a la
voluntad gubernamental. Lo que es peor. No las dejan invertir y desarrollarse, lo que
nos perjudica a todos. Es el caso de ENAPU y las grúas en el Callao; de EGEMSA y la
II Etapa de la central de Machu Picchu; de Petroperú en la Refinería de Talara. Yo
pongo como ejemplo la diversidad de proyectos viables que se encuentran durmiendo
el sueño de los justos que las pocas empresas estatales que a pesar de todos los
obstáculos y medidas que le han venido poniendo para su gestión y desarrollo
autoridades del Estado que vienen de ellas mismas a través de sueldos, aportaciones,
dietas, etc., aún ante ello arrojan utilidades y coadyuvan a controlar los desmedidos
apetitos de las empresas privadas, como por ejemplo en el sector energético.
Otra es el dogma anti-Estado no significa que se haya dejado de usarlo para hacer
negocios: si no revisemos como nos trae a recordar es el DS 120 94; exoneraciones
tributarias; contratos de estabilidad tributaria. En una palabra, el “buen” Estado es el
que está al servicio de los intereses privados.