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Apuntes sobre la
neutralización de la izquierda en tiempos de crisis política.”
Revista Rosa, 25 de febrero.
Es notoria, entre quienes se declaran de izquierda, la ausencia de una acción que tienda
a caminos de enfrentamiento y no sólo de malestar o negación sin respuesta. Lo
contingente, el capitalismo y su desigualdad clasista, lo inteligimos como una tragedia,
sobre la cual podemos llamar la atención, pero no modificar sus bases. Carecemos de
alternativa, pero es un dato de décadas. De lo que más carecemos es del sentido de
urgencia de que no tenemos alternativa. Se perdió no solo la estrategia, sino para qué
elaborarla. En el camino, generaciones de militantes se formaron en un idealismo
respecto de qué se trataba hacer política de izquierda. Hoy se carece de un diagnóstico
sobre la situación capitalista, pero que también sincere el esperanzador dato de que
siempre hay algo más que resistencia. Certezas mínimas pero que se constituyan en el
dato innegable que hasta los más desposeídos están en todo momento desarrollando
formas de pasar a la ofensiva, de vencer; no solo para mejorar la posición individual,
sino para poner el mundo al revés. Para que se formen clases, tiene que haber lucha de
clases, enfrentamiento constante entre grupos estructurados crucial, pero no
exclusivamente, en relaciones de producción. Para Thompson, “clase y la conciencia de
clase son siempre las últimas, no las primeras, fases del proceso real histórico“.
La política moderna, no es que esté en crisis, está muerta y no hay marcha atrás. Todo lo
que hoy se supone dinamiza la política, es en realidad el simulacro del enfrentamiento.
La ritualización del enfrentamiento -a pedradas o a votos, sin norte claro, ni menos
significación en las trayectorias colectivas y personales- constituye espacios medidos y
contenidos de una liturgia sobre el conflicto. No son simulacros, pero casi. Aunque
todavía potente, la política de los partidos y las elecciones tiende a perder importancia.
La gimnasia electoral y la lucha callejera resultan algo más parecido a evasiones del
problema de conquistar poder real; peor, evasiones al problema de tener ese problema.
Las formas de la neutralización emergen del error de subestimar la barbarie del orden,
de la ausencia de un realismo respecto de aquello que se dice enfrentar y la capacidad de
las fuerzas necesarias para ello. La tentación de ofrecer respuestas es otro teatro. Se
acabó la era de las grandes voces. Ya nadie cree en mesías o caudillos. Sin democracia
ni política moderna, reyezuelos y cortes pomposas se padecen más de lo que se apoyan.
Tal vez, se pueda comenzar más atrás, por una empatía práctica con la desconfianza
popular en la democracia existente, de la política como juego viciado. Volver a esa
certeza roja según la cual la única política que puede tener sentido emancipatorio es una
que parta de decretar que la contingencia de la política moderna ya terminó. Debe
observar y trazar caminos desde la llanura de los trabajadores y plantearlo como una
realidad que puede -y debe- ser transformada.