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RESEÑAS

Anales del Seminario de Historia de la Filosofía


ISSN: 0211-2337
http://dx.doi.org/10.5209/ASHF.55674

Fernández Liria, Carlos, En defensa del populismo, Catarata, Madrid, 2016, 240 pp.

La proliferación de discursos orales y escritos con la palabra “populismo” en múltiples


contextos, el académico y, fundamentalmente, el de los medios de comunicación,
denota que no solo podemos decir que el término “está de moda”, sino también que
necesita reconsideración, análisis y comprensión.
El contexto político actual no solo exige la aclaración y el estudio de aquello
que sea el populismo con fines divulgativos, sino también una discusión en torno al
mismo de la manera más rigurosa posible. Entre las aportaciones más notables a la
polémica en torno al populismo cabe resaltar el libro En defensa del populismo de
Carlos Fernández Liria.
¿De qué hablamos cuando hablamos de populismo? El libro trata de contestar
esta pregunta, y, más concretamente, plantea la cuestión de a qué necesidad responde
un proyecto político populista. El autor, que sostiene la necesidad de defender este
proyecto, lo vinculará con una problemática mucho más antigua y radical, a saber,
qué posibilidad tiene la verdad en un mundo político compuesto por seres humanos
que, lejos de ser meramente racionales, son sobre todo seres nacidos del sexo y sin
saber hablar. Dicho de otra forma: «¿Cómo explicar lo que es la luz en el lenguaje
de las sombras?» (30).
En este ensayo el autor, siguiendo con su defensa de la Ilustración que destaca a lo
largo de toda su obra, desarrolla su hilo argumental de la mano de autores tales como
Marx, Régis Debray, Freud y Lacan. Con ellos pretende dar cuenta de las “malas
noticias” –o “derrotas”– que el capitalismo y el inconsciente han traído al proyecto
político ilustrado, generando por tanto una necesidad paradójica: «Mientras la razón
no sea mitológica – decían [citando a los jóvenes Hegel, Schelling y Hölderlin]–
ningún interés tendrá para el pueblo. Mientras que la mitología no sea racional, el
filósofo tendrá que avergonzarse de ella. Necesitamos – concluían– una “mitología
de la razón” o una “razón mitológica”»(141).
Para dar cuenta de la necesidad del populismo, Fernández Liria ubica el
concepto dentro de la solución a un problema previo. El populismo no es más que
la respuesta a un entramado de dificultades propias del ser humano y por tanto del
mundo político y social, que tiene que ver con que éste no está tejido de razones
sino más bien de síntomas. Desde el psicoanálisis se demuestra que los síntomas no
se combaten diciendo la verdad, pues estos son la señal de algún desajuste entre un
deseo inconsciente y la imposibilidad de satisfacerlo. Se manifiestan de múltiples y
extrañas maneras como pueden ser las fobias o las obsesiones, que lejos de responder
a razones “objetivas” responden a otro tipo de mecanismo conformado por deseos
y “pulsiones” inconscientes. Para explicar en qué medida ésta es una mala noticia
para la política, el autor recurre a Lévi-Strauss y lo relaciona con Freud. Para el
antropólogo francés, las sociedades “neolíticas” se mantienen en un equilibrio, en
un tiempo cíclico de ritos y costumbres capaces de resistir al paso del tiempo, lo que
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conforma la cultura. Si decimos que en nuestras sociedades también hay estructuras


capaces de resistir a la historia, lo que llamamos tradición, podemos decir, ahora sí,
de la mano de Freud, que en el ámbito individual sucede algo parecido. El síntoma
vendría a ser lo equivalente a los ritos, mitos y costumbres pero de carácter privado.
Los síntomas neuróticos componen nuestra identidad, no grupal, sino individual,
nuestros rasgos de carácter. Si los ritos y mitos –tanto privados como grupales–
cumplen una función, la religión también, pues, como afirma Freud en Tótem y Tabú,
ésta no es más que una neurosis colectiva. Así pues, en contra de todo pronóstico
ilustrado, Fernández Liria nos recuerda la fatalidad que conlleva ser seres humanos:
«Contra todas las previsiones, la secularización y, en último término, el ateísmo
no nos han hecho menos supersticiosos, sino todo lo contrario. La minoría de edad
religiosa ha sido sustituida por un conglomerado informe de ritos privados y síntomas
neuróticos. Los ritos colectivos pretenden tener razón. Los ritos privados no. Los
primeros tienen al menos el correctivo de la razón, porque pretenden tenerla. Los
ritos privados, en cambio, son como síntomas neuróticos. Ni siquiera pretenden tener
razón y, por lo tanto, son inmunes y sordos respecto de cualquier argumentación»
(71). Dicho esto, se puede comprender de qué manera se afirma insistentemente a lo
largo del libro que el discurso político no tendrá que atenerse simplemente a decir la
verdad, pues los receptores no son meramente racionales, son hijos e hijas con una
lengua materna, unas lógicas de pertenencia, unas costumbres e identidades plurales
y con una historia familiar que han tenido que “superar”, a través de las cuales
sienten el mundo (y no solo lo piensan racionalmente –para lo cual sólo bastaría con
educación–). La complejidad a la cual el autor apunta reside en el hecho de que los
sujetos políticos, lejos de ser capaces de regirse únicamente por su razón, son a la vez
sujetos con identidades diversas, y fundamentalmente “Edipos” intentando alcanzar
la felicidad: «Si estamos afirmando la importancia de Freud es porque pensamos
que Freud descubrió a este respecto un elemento sin el cual era imposible tomarse
verdaderamente enserio el problema de la minoría de edad, es decir, el problema de
la incrustación del sexo en el lenguaje»(168).
El libro trata de asumir un diagnóstico social y antropológico desalentador, pero
severamente realista para cualquier proyecto político que pretenda ser hegemónico.
El análisis que se realiza, en gran parte de los capítulos, acerca del material
antropológico con el que todo proyecto político transformador tendrá que contar para
disputar la hegemonía a los poderes fácticos resulta, en mi opinión, la aportación
más relevante. Podría decirse que su aportación reside no solo en establecer una
articulación en torno al pensamiento de autores como Lévi-Strauss, Freud y Régis
Debray para diagnosticar el universo político y social en el que nos movemos,
sino también en dar una lección política en forma de ensayo académico a aquellos
proyectos y discursos construidos en torno a las ideas marxistas más mecanicistas y
deterministas, que consideran que solo con decir la verdad bastaría para combatir los
errores en los que cae “el pueblo” al elegir una u otra alternativa política.
«Cuanto más ateísmo más religión» (46), es decir, «la gente deja de ser católica y
empieza a ser piscis o sagitario. Se deja de ir a la iglesia y se comienza a asistir a una
terapia de día en los centros de salud»(45). Así de duras y provocadoras pueden sonar
algunas afirmaciones a lo largo del libro, aunque lo cierto es que nada de rigor le faltan
a la luz de las conclusiones extraídas de la lectura de Régis Debray en la Crítica de
la razón política, a la cual se le dedican algunas páginas para explicar aquello que
se denominó “la lógica de pertenencias”. De esta lógica se desprendería que los
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seres humanos, lejos de sentirse “hermanados” por una república cosmopolita, se


identifican con un grupo bien determinado por una particularidad tribal, supersticiosa,
nacional, racial, etc. Es decir, «la lógica de los colectivos y su organización tiene
una sintaxis religiosa»(47), por lo que sería necesario levantar una verticalidad
para cerrar organizativamente el grupo y ésta podrá ser carnal, simbólica, física o
mítica. La mala noticia podría resumirse en que, frente a lo que podría suponer el
pensamiento ilustrado, «lo político no puede prescindir de lo religioso»(48), puesto
que, como se intenta demostrar en el libro, todo cierre organizativo en el más acá
exige postular un más allá.
Si la religión forma parte de la condición material de lo colectivo, la cuestión a
la que le corresponde el siguiente paso a tratar pasa a ser la hegemonía, la batalla
cultural: «el aspecto hegemónico de la cuestión es crucial: la hegemonía se ejerce,
fundamentalmente, apropiándose de lo que solemos llamar “el sentido común”»(51).
¿Cómo ganar la batalla discursivamente de tal forma que un “pueblo” se reconozca
a sí mismo como sujeto en un proyecto político?, ¿cómo construir identidad de
“pueblo”?, ¿cómo generar un “nosotros” y por tanto un “ellos” de sentido común?
La respuesta del autor está dada. El republicanismo es irrenunciable y el populismo
es la vía necesaria para moverse en ese universo de síntomas afectivos imprevisibles:
«Se trata, sencillamente, de reivindicar los derechos e instituciones clásicas del
pensamiento republicano, al mismo tiempo que se demuestra que son enteramente
incompatibles con la dictadura de los mercados financieros en la que estamos
sumidos»(127). Fernández Liria sitúa la solución en una consigna: “Más Kant y
menos Laclau”, pero sin prescindir de Laclau, pues hará falta toda una estrategia
discursiva capaz de conectar con el sentir general, para saber demostrar algo de
sentido común, a saber, que el Parlamento bajo condiciones capitalistas es una estafa.
La verdadera apuesta teórica y política del autor no consiste en elaborar
exhaustivamente una teoría populista. Sin embargo, esto no le resta ni un ápice
de importancia a cualquier lector que se interese por el fenómeno populista. La
importancia del libro reside en la capacidad de dibujar un mapa conceptual que por
un lado revive y actualiza a los autores clásicos y que, por el otro, arroja luz sobre
por qué se hace necesario hoy más que nunca un proyecto populista. Si bien es cierto
que el autor no se hace cargo hasta las últimas consecuencias de la teoría de Laclau,
autor que desde luego se ha introducido con fuerza en el debate académico y político
en estos últimos años, cabe resaltar que la indudable riqueza de este libro reside en
la brillantez con la que Carlos Fernández Liria expone sus argumentos. Esto tiene
que ver con su capacidad para desenmarañar los problemas teóricos y políticos de
relevancia, que permite a su lector ubicar las piezas elementales en su sitio de la mano
de autores fundamentales de la historia de la filosofía. En definitiva, esta obra nos
ofrece, con una virtuosa sensatez y rigor, un marco de sentido y contextualización a
una problemática de innegable relevancia social, política y académica.

Adara Cifre Eberhardt

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