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La era

DEL CAPITAL,
1848-1875

BibliótecajE. J. Hobsb.awm de Historia Contemporánea


T ítu lo O riginal
THE ACE OT CAPITAL
1848-187}
W eidcnfcld an d N icolson, Lonches

H o b sb a w m . Eric
l.a e r a d e l c ap ital: 18*18-1875. • 6 a e d . 2 a reim p. - B u e n o s A irea : C ritica, 2010.
3 6 0 p . ; 2 1 x 1 5 cm . - (B iblioteca £ , j H o b sb a w m d e H istoria C o n te m p o rá n e a )

T rad u cció n d e : A. G a rc ía Fluixá y C arto A: Cararvci


ISBN 9 7 8 -9 8 7 -9 3 1 7 -1 6 -7
A M arlene. A ndrew y Julia
1. H istoria C o n te m p o rá n e a I. G a rc ía Flutxá. A., trad. II. C aran c i. C ario A ., trad.
III. Título.
COD 909

6“eJidáfi. 2007
2 ' reim presión, 2010

Rcdiscño d e tapa: G ustavo Macri


Ilustración: Detalle de E l Banquero, óleo sobre tela de Q uentin Metsijs
Traducción d e A. GARCÍA FLUIXÁ y CARLO A. CARANCI

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de lo» titu lara del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción
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© 1975: E.J. Hobsbawm


© 1W8, d e la traducción castellana pan» Esparta y América:
G u ip o Editorial Planeta S.A.I.C. / Crítica
© 2010 Paidós / Crítica
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Q ueda hecho d depósito que previene la Ley 11.723


Im preso en la Argentina • P rinied in Argentina

Im preso en Buenos Aires Ptint,


Sarmiento 459. Lanús. en febrero de 2010
Tirada: 1000 ejemplares

ISB N 978-987-9317-16 7
1. «LA PRIMAVERA DE LOS PUEBLOS»
Lee por favor los periódicos con mucho cuidado; ahora m e­
rece la pena leerlos ... Esta revolución cambiará la hechura de la
tierra — ¡como tema que ser!— . Vive la République!
E l p o e ta G e o r g W e e r t h a s u m a d r e . 11 d e m a r z o d e 1 8 4 8 !

Verdaderamente, si yo fuera más joven y rico de lo que por


desgracia soy, emigraría hoy mism o a América. Y no por cobar­
día — ya que los tiempos pueden hacerme tan poco daño personal
com o ellos— . sino por el insuperable disgusto que siento ante la
podredumbre moral que — usando la frase de Shakespeare—
apesta hasta el alto cielo.
E l p o e ta JosE PH v o n ElCHENDORFF a u n c o r r e s p o n s a l,
1 d e a g o s to d e 1 8 4 9 2

A principios de 1848 el eminente pensador político francés Alexis de Toc-


queville se levantó en la Cámara de Diputados para expresar sentimientos que
compartían la mayor parte de los europeos: «Estamos durmiendo sobre un
volcán ... ¿No se dan ustedes cuenta de que la tierra tiembla de nuevo? Sopla
un viento revolucionario, y la tempestad se ve ya en el horizonte». Casi al
. mismo tiempo dos exiliados alemanes, Karl Marx y Friedrich Engels, de trein­
ta y dos y veintiocho años de edad, respectivamente, se hallaban perfilando los
principios de la revolución proletaria contra la que Tocquevillc advertía a sus
colegas. Unas semanas antes la Liga Comunista Alemana había instruido a
aquellos dos hombres acerca del contenido del borrador que finalmente se
publicó de modo anónimo en Londres el 24 de febrero de 1848 con el título
(en alemán) de Manifiesto del Partido Comunista, y que «habría de publi­
carse en los idiomas inglés, francés, alemán, italiano, flamenco y danés».*
A las pocas semanas, de hecho en el caso del Manifiesto a las pocas horas,

* En realidad, se tradujo también al polaco y ai sueco en el transcurso de aquel mismo


afio. si bien hay que advertir que, fuera de los pequeños círculos de los revolucionarios alem a­
nes, sus ecos políticos fueron insignificantes hasta que fue reimpreso a principios de U década
de 1870.
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las esperanzas y temores de los profetas parecían estar a punto de convertir­


se en realidad. La insurrección derrocó a la monarquía francesa, se proclamó n
la república y dio comienzo la revolución europea.
En la historia del mundo moderno se han dado muchas revoluciones ma­ La revolución triunfó en todo el gran centro del continente europeo, aun­
yores, y desde luego buen número de ellas con mucho más éxito. Sin embar­ que no en su periferia. Aquí debemos incluir a países demasiado alejados o
go, ninguna se extendió con tanta rapidez y amplitud, pues ésta se propagó demasiado aislados en su historia com o para que les afectara directa o inme­
com o un incendio a través de fronteras, países e incluso océanos. En Francia, diatamente en algún sentido (por ejemplo, la península ibérica, Suecia y Gre­
centro natural y detonador de las revoluciones europeas (La era de la revolu­ cia); o demasiado atrasados com o para poseer la capa social políticamente
ción, capítulo 6, pp. 126-127), la república se proclamó el 24 de febrero. El explosiva de la zona revolucionaria (por ejemplo, Rusia y el imperio otoma­
2 de marzo la revolución había llegado al suroeste de Alemania, el 6 de mar­ no); pero también a los únicos países ya industrializados cuyo juego político
zo a Baviera, el 11 de marzo a Berlín, el 13 de marzo a Viena y casi inme­ ya estaba en movimiento siguiendo normas más bien distintas, Gran Bretaña
diatamente a Hungría, el 18 de marzo a Milán y por tanto a Italia (donde una y Bélgica.* Por su parte, la zona revolucionaria, compuesta esencialmente por
revuelta independiente se había apoderado ya de Sicilia). En aquel tiempo, Francia, la Confederación Alemana, el imperio austríaco que se extendía has­
el servicio informativo más rápido de que disponía un grande (el de la banca ta el sureste de Europa e Italia, era bastante heterogénea, ya que comprendía
Rothschild) era incapaz de llevar las noticias de París a Viena en menos regiones tan atrasadas y diferentes com o Calabria y Transilvania, tan desarro­
de cinco días. En cuestión de semanas, no se mantenía en pie ninguno de lladas com o Renania y Sajonia, tan cuitas com o Prusia y tan incultas como
los gobiernos comprendidos en una zona de Europa ocupada hoy por el Sicilia, tan lejanas entre sí como Kiel y Palermo, Perpiñán y Bucarest. La ma­
todo o parte de diez estados;* eso sin contar repercusiones menores en otros yoría de estas regiones se hallaban gobernadas por.lo que podemos denomi­
países. Por otro lado, la de 1848 fue la primera revolución potencialmente nar ásperamente com o monarcas o príncipes absolutos, pero Francia se había
mundial cuya influencia directa puede delectarse en la insurrección de Pcr- convertido ya en reino constitucional y efectivamente burgués, y la única re­
nambuco (Brasil) y unos cuantos años después en la remota Colombia. En pública significativa del continente, la Confederación Suiza, había iniciado el
cierto sentido, constituyó el paradigma de «revolución mundial» con la que año de la revolución con una breve guerra civil ocurrida al final de 1847. En
a partir de entonces soñaron los rebeldes, y que en momentos raros, como, número de habitantes, los estados afectados por la revolución oscilaban entre
por ejemplo, en medio de los efectos de las grandes guerras» creían poder los treinta millones de Francia y los pocos miles que vivían en los principados
reconocer. D e hecho, tales estallidos simultáneos de amplitud continental de opereta de Alemania central; en cuanto a estatus, iban desde los grandes
o mundial son extremadamente excepcionales. En Europa, la revolución poderes independientes del mundo hasta las provincias o satélites con gobier­
de 1848 fue la única que afectó tanto a las regiones «desarrolladas» del con­ no extranjero; y en lo que se refiere a estructura, desde la centralizada y uni­
tinente com o a las atrasadas. Fue a la vez la revolución más extendida y la forme hasta la mezcla indeterminada.
de menos éxito. A los seis meses de su brote ya se predecía con seguridad su Sobre todo, la historia — en su sentido de estructura social y económica—
universal fracaso; a los dieciocho meses habían vuelto al poder todos menos y la política dividieron la zona revolucionaria en dos partes cuyos extremos
uno de los regímenes derrocados; y la excepción (la República Francesa) se parecían tener muy poco en común. Su estructura social difería de modo fun­
alejaba cuanto podía de la insurrección a la que debía la existencia. damental, si bien con la excepción de la preponderancia sustancial y casi uni­
Las revoluciones de 1848, pues, tienen una curiosa relación con el con­ versal del hombre rural sobre el hombre de la ciudad, de los pueblos sobre
tenido de este libro. Porque debido a su acaecimiento y al temor de su rea­ las ciudades; un hecho que fácilmente se pasaba por alto, ya que la población
parición, la historia euríjpea de los siguientes veinte años habría de ser muy urbana y en especial las grandes ciudades destacaban de forma despropor­
distinta. El año 1848 está muy lejos de ser «el punto final cuando Europa fa­ cionada en política.** En Occidente los campesinos era legalmente libres y
lló en el cambio». Lo que Europa dejó de hacer fue embarcarse en las sen­ los grandes estados relativamente insignificantes. En muchas de ias regiones
das revolucionarias. Y com o no lo hizo, el año de la revolución se sostiene orientales, en cambio, los labriegos seguían siendo siervos y los nobles terra-
por sí mismo; es una obertura pero no la ópera principal; es la entrada cuyo
estilo arquitectónico no le permite a uno esperar el carácter de lo que descu­ * Tenemos asimismo el caso de Polonia, dividida desde 1796 entre Rusia. Austria y Pru­
briremos cuando penetremos en este estudio. sia. que íin duda hubiera participado en U revolución de no haber sido porque sus gobernan­
tes rusos y austríacos lograron con éxito movilizar al campesinado contra los revolucionanoi.
(Véase p. 28.)
• Francia. Alem ania occidental, Alem ania O riental, Austria, Italia. Checoslovaquia, D e los delegados al «prepariamento» alemán procedentes d e Renania. cuarenta y
Hungría, parte de Polonia, Yugoslavia y Rumania. Los efectos políticos de la revolución pueden cinco representaban a ciudades grandes, veinticuatro a pueblos pequeños y únicamente diez a la
considerarse también IguaJ de graves en Bélgica. Suiza y Dinamarca» zona rural, en donde vivía el 73 por 100 d e la población.1
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tenientes tenían muy concentrada la posesión de las haciendas (véase el capí­ moderados se hallaban enredados en una batalla de cálculos complejos cuya
tulo 10). En Occidente pertenecían a la «clase media» banqueros autóctonos, base esencial era el temor de la democracia, a la que creían capaz de igualar
comerciantes, empresarios capitalistas, aquellos que practicaban las «pro­ la revolución social. Allá donde las masas no habían derrocado aún a los prín­
fesiones liberales» y los funcionarios de rango superior (entre ellos los cipes hubiera sido inseasato alentarlas para que minaran el orden social, y en
profesores), si bien algunos de estos individuos se creían miembros de una donde ya lo habían conseguido, hubiera sido deseable apartarlas o sacarlas
clase más elevada (haute bourgeoisie) dispuesta a competir con la nobleza de las calles y desmantelar las barricadas que eran los símbolos esenciales de
hacendada, al menos en los gastos. En Oriente la clase urbana equivalente 1848. A sí que la cuestión consistía en a cuál de los príncipes, paralizados pero
consistía sobre todo en grupos nacionales que nada tenían que ver con la no depuestos por la revolución, se podría persuadir para que apoyara la bue­
población autóctona, como, por ejemplo, alemanes y judíos, y en cualquier na causa. ¿Cómo podría lograrse exactamente una Alemania o Italia federal
caso era mucho más pequeña. El verdadero equivalente de la «clase media» y liberal, con qué fórmula constitucional y bajo los auspicios de quién? ¿Po­
era el sector educador y/o de mentalidad negociadora de los hacendados ru­ dría contener al rey de Prusia y al emperador de Austria (com o pensaban los
rales y los nobles de menor categoría, una variedad, asombrosamente nume­ moderados «alemanes superiores», a los que no hay que confundir con
rosa en determinadas áreas (véase La era de ¡a revolución, pp. 24, 188-189). los demócratas radicales que por definición eran «grandes alemanes» de una
La zona central desde Prusia en el norte hasta la Italia septentrional y central especie distinta), o tendría que ser la «pequeña Alemania», excluyendo a
en el sur, que en cierto sentido constituía el corazón del área revolucionaria, Austria? Del mismo modo, los moderados del imperio de los Habsburgo
de diversas maneras era una combinación de las características de las regio­ practicaban el juego de inventar constituciones federales y plurinacionales,
nes relativamente «desarrolladas» y atrasadas. proyectos que únicamente cesaron cuando se desmoronó en 1918. Allá don­
Políticamente, la zona revolucionaria era también heterogénea. Si excep­ de estallaba la acción revolucionaria o la guerca, no había mucho tiempo para
tuamos a Francia, lo que se disputaba no era simplemente el contenido polí­ la especulación constitucional. Donde no había tales brotes, com o sucedía
tico y social de los estados, sino su forma o inclusive su existencia. Los ale­ . en la mayor parte de Alemania, la especulación contaba con amplio campo.
manes se esforzaban por construir una «Alemania» — ¿unitaria o federal?— Puesto que una gran proporción de liberales moderados de este país se com ­
partiendo de una asamblea de numerosos principados alemanes que variaban ponía de profesores y funcionarios civiles —e l 68 por 100 de los represen­
en extensión y carácter. De modo similar, los italianos trataban de convertir tantes en la Asamblea de Frankfurt eran oficiales y el 12 por 100 pertenecían
en una Italia unida lo que el canciller austríaco Metternich había descrito, a las «profesiones libres— , a los debates de este parlamento de corta vida se
despectiva pero no erróneamente, com o «mera expresión geográfica». Am­ les aplicó un epíteto que designaba la inteligencia fútil.
bos estados, con la habitual visión parcial de los nacionalistas, incluían en Las revoluciones de 1848, pues, requerían un detallado estudio por estados,
sus proyectos a pueblos que no eran ni se consideraban frecuentemente ale­ pueblos y regiones, para el que no disponemos aquí de lugar. Digamos, no obs­
manes o italianos, com o, por ejemplo, los checos. Alemanes, italianos y en tante, que tuvieron mucho en común, como, por ejemplo, que ocurrieron casi
realidad todos los movimientos nacionales implicados en la revolución, apar­ simultáneamente, que sus destinos se hallaban entrelazados y que todas ellas
te del francés, chocaron contra el gran imperio multinacional de la dinastía poseían un talante y estilo comunes, una curiosa atmósfera romántico-utópica
de los Habsburgo que se extendía hasta Alemania e Italia, a la vez que com ­ y una retórica similar, para la que los franceses inventaron la palabra quaran-
prendía a checos, húngaros y una porción sustancial de polacos, rumanos, te-huitard. Cualquier historiador lo reconoce inmediatamente: las barbas, las
yugoslavos y otros pueblos eslavos. Algunos de éstos, o al menos sus porta­ chalinas y los sombreros de ala ancha de los militantes, los tricolores, las ubi­
voces políticos, consideraron que el imperio era una solución con menos falta cuas barricadas, el sentido inicial de liberación, de inmensa esperanza y de
de atractivo que la absorción por parte de algunos nacionalismos expansi­ confusión optimista. Era «la primavera de los pueblos», y com o tal estación,
vos como el de los alemanes o los magiares. «Si Austria no hubiera existido no perduró. Echemos ahora una breve ojeada a sus características comunes.
— se cree que dijo el profesor Palacky, representante checo— , hubiera sido En primer término todas ellas prosperaron y se debilitaron rápidamente, y
necesario inventarla.» La política, pues, funcionó a través de la zona revolu­ en la mayoría de los casos de manera total. Durante los primeros meses fueron
cionaria en diversas dimensiones simultáneas. barridos o reducidos a la impotencia todos los gobiernos de la zona revolucio­
Se reconoce que los radicales defendían una solución simple: una repú­ naria. Virtualmente, todos se desplomaron o se retiraron sin oponer resistencia.
blica democrática, unitaria y centralizada en Alemania, Italia, Hungría o del Sin embargo, al cabo de un período relativamente corto la revolución había
país que fuera, formada de acuerdo con los probados principios de la Revo­ perdido la iniciativa casi en todas partes: en Francia, a finales de abril; en el
lución francesa sobre las ruinas de todos los reyes y príncipes, y que impon­ resto de la Europa revolucionaria, durante el verano, aunque el movimiento
dría su versión tricolor que, según el ejemplo francés, era el modelo básico de conservó cierta capacidad de contraataque en Viena, Hungría e Italia. En Fran­
la bandera nacional (véase La era de la revolución, p. ¿ 35). Por su parte, los cia el primer signo de resurgimiento conservador fueron las elecciones de abril.
26 LA ERA DEL CAPITAL. 1848-«875 «LA PRIMAVERA DB LOS PUEBLOS. 27

en las que el sufragio universal, si bien eligió únicamente a una minoría de mo­ co logro, si bien reconocidamente importante, 1848 aparece como la única
nárquicos. envió a París una gran mayoría de conservadores votados por un revolución de la historia moderna de Europa que combina la mayor prome­
campesinado que, más que reaccionario, era políticamente inexperto, y al que sa, la más amplia meta y el éxito inicial más inmediato, con el más rápido y
la izquierda de mentalidad puramente urbana no sabía aún cóm o atraer. (De he­ completo fracaso. En cierto sentido recuerda a aquel otro fenómeno masivo
cho, en 1849 ya habían surgido las regiones «republicanas» e izquierdistas de de la década de 1840, el movimiento cartista en Gran Bretaña. Finalmente
la Francia rural familiares a los estudiantes de la posterior política francesa, y se consiguieron sus objetivos específicos, pero no por la revolución o en un
es aquí —por ejemplo, en Provenza— donde encontramos en 1851 la más en­ contexto revolucionario. Tampoco desaparecieron sus aspiraciones más am­
carnizada resistencia a la abolición de la república.) El segundo signo fue el plias, pero los movimientos que las iban a adoptar y a llevarlas adelante
aislamiento y la derrota de los obreros revolucionarios en París, vencidos en la serian totalmente distintos de los de 1848. N o es accidental que el documento
insurrección de junio (véase p. 29). de aquel año que ha tenido el efecto más duradero y significativo sobre la his­
En la Europa central el momento decisivo se produjo cuando el ejercito de toria del mundo fuese el Manifiesto comunista.
los Habsburgo, con más libertad de maniobra debido a la huida del emperador Todas las revoluciones tuvieron algo más en común, que en gran parte
en mayo, tuvo ocasión de reagruparse para derrotar en junio una insurrección fue la causa de su fracaso. De hecho, o com o inmediata anticipación, fue­
radical ocurrida en Praga, no sin el apoyo de la moderada clase media checa y ron revoluciones sociales de los trabajadores pobres. Por eso a los liberales
alemana; así reconquistó las tierras de Bohemia, el corazón económico del moderados a quienes habían empujado al poder y la hegemonía, e inclusive
imperio, mientras que poco después volvía a obtener el control del norte de a algunos de los políticos más radicales, les asustó por lo menos tanto como a
Italia. Por su parte la intervención rusa y turca dominaba una revolución tardía los partidarios de los antiguos regímenes. Unos años antes (en 1846) el conde
y de corta vida acaecida en los principados del Danubio. Cavour del Piamonte, futuro arquitecto de la Italia unida, había puesto el
Entre el verano y el final del año los viejos regímenes recuperaron el po­ dedo en esta llaga:
der en Alemania y Austria, si bien se hizo necesario recurrir a la fuerza de
las armas para reconquistar en octubre la cada vez más revolucionaria ciudad Si se v iera d e verdad am en azad o el o rd en so cial, si c o rrie ra n u n grav e riesgo
de Viena, al precio de unas cuatro mil vidas. Después de esto el rey de Pru­ los g ran d es p rin cip io s so b re lo s q u e e s e o rd e n descansa.* e n to n c e s m u ch o s d e los
sia reunió el valor suficiente para restablecer su autoridad sobre los rebeldes m ás d ec id id o s o p o sic io n istas, d e lo s rep u b lican o s m á s en tu sia stas, e sta m o s c o n ­
berlineses sin dificultades, y el resto de Alemania (con la excepción de cier­ v e n cid o s d e q u e se ría n los p rim e ro s e n in c o rp o ra rse a las fila s d el p a rtid o
ta resistencia en el suroeste) siguió el mismo camino, dejando que, en tanto conservador.*
aguardaban el momento de su disolución, prosiguieran sus discusiones el
parlamento alemán, o más bien la asamblea constitucional elegida en los espe- Por tanto, quienes hicieron la revolución fueron incuestionablemente los
ranzadores días de primavera, y las otras asambleas prusianas más radicales. trabajadores pobres. Fueron ellos quienes murieron en las barricadas urbanas:
En el invierno sólo dos regiones seguían todavía en manos de la revolución: en Berlín se contabilizaron sólo unos 15 representantes de las clases educa­
algunas zonas de Italia y Hungría. Después de un reavivamiento más modesto das y alrededor de 30 maestros artesanos entre las 300 víctimas de las luchas
de acción revolucionaria ocurrido en la primavera de 1849, hacia mediados de marzo: en Milán se encuentran únicamente 12 estudiantes, oficinistas o
de aquel mismo año fueron también reconquistadas. hacendados entre los 350 muertos de la insurrección.’ Era su hambre lo que
Después de la capitulación de húngaros y venecianos acaecida en agosto potenciaba las demostraciones que se convertían en revoluciones. La zona ru­
de 1849, murió la revolución. Con la única excepción de Francia, todos los ral de las regiones occidentales de la revolución se hallaba relativamente en
antiguos gobiernos habían recuperado el poder — en algunos casos, com o en calma, aunque el suroeste de Alemania observó mucha más insurrección de
el del imperio de los Habsburgo, con mayor autoridad que nunca— . y los re­ campesinos que lo que se recordaba comúnmente. Sin embargo, por todas
volucionarios se desperdigaron en los exilios. De nuevo con la salvedad de partes el temor a la revuelta agraria era lo suficientemente agudo com o para
Francia, virtualmente todos los cambios institucionales, todos los sueños po­ situarse en su realidad, si bien nadie necesitaba utilizar mucha imaginación
líticos y sociales de la primavera de 1848 desaparecieron pronto, e inclusive en zonas semejantes al sur de Italia, donde los labriegos de cualquier lugar
en Francia la república contó solamente con otros dos años y medio de vida. organizaban espontáneamente marchas con banderas y tambores para divi­
No obstante, hubo un grande y único cambio irreversible: la abolición de la dir los grandes estados. Pero el miedo solo bastó para concentrar de forma
servidumbre en el imperio de los Habsburgo.* Con la excepción de este úni­
había producido en el período revolucionario francés y napoleónico (1789-1815). si bien algu­
* Hablando en términos generales, la abolicidn de la servidumbre y de los derechos seño­ nos restos de dependencia en Alemania se abolieron en 1848. La servidum bre en Rusia y
riales sobre los campesinos en el resto de la Europa occidental > cen tral (incluida Prusia) se Rumania duró hasta la década de 1860 (véase el capítulo 10).
28 LA ERA DEL CAPITAL, 1848-1875 «LA PRIMAVERA DB LOS PUEBLOS. 29

prodigiosa las mentes de los terratenientes. Asustados por falsos rumores Desde el instante en que se levantaron las barricadas en París, todos los libe­
respecto a una gran insurrección de siervos al mando del poeta S. Petófi rales moderados (y, com o observó Cavour, una considerable proporción de
(1823-1849), la dicta húngara — una opresiva asamblea de hacendados— radicales) fueron conservadores potenciales. A medida que la opinión m ode­
votó la inmediata abolición de la servidumbre el 15 de marzo, pero sólo rada cambiaba más o menos rápidamente de bandos o se retiraba, los traba­
unos días antes el gobierno imperial, que pretendía aislar a los revoluciona­ jadores, los intransigentes de los radicales democráticos, quedaban aislados
rios partiendo de una base agraria, decretó la inmediata abolición de la ser­ o, lo que era mucho peor, frente a una unión de los viejos regímenes con
vidumbre en Galitzia, la abolición de los trabajos forzados y de otras obli­ fuerzas conservadoras y anteriormente moderadas: un «partido del orden»,
gaciones feudales en tierras checas. N o cabía duda del peligro que corría el como lo llamaban los franceses. El año 1848 fracasó porque resultó que la
«orden social». confrontación decisiva no fue entre los viejos regímenes y las unidas «fuerzas
Dicho peligro no era exactamente igual en todas'partes. Ocurría a veces del progreso», sino entre el «orden» y la »revolución social». La confronta­
que algunos gobiernos conservadores sobornaban a los campesinos, especial­ ción crucial no fue la de París en febrero, sino la de París en junio» cuando los
mente cuando sus señores o los comerciantes y prestamistas que los explota­ trabajadores, manipulados para que pareciera una insurrección aparte, fueron
ban pertenecían a nacionalidades no tan «revolucionarias» com o la polaca, la derrotados y asesinados en masa. Lucharon y murieron cruentamente. Alre­
húngara o la alemana. Es improbable que a las clases medias alemanas, entre dedor de 1.500 cayeron en las luchas callejeras; los dos tercios de dicha can­
ellas los confiados negociantes que prosperaban en Renania, les preocupara tidad pertenecían al bando gubernamental. La ferocidad del odio de los ricos
terriblemente cualquier posibilidad inmediata de comunismo proletario, o in­ hacia los pobres queda reflejado en el hecho de que después de la derrota fue­
clusive el poder proletario, que apenas tuvo consecuencias, salvo en Colonia ron asesinados unos 3.000 más, en tanto que eran detenidos 12.000 para ser
(donde Marx instaló su cuartel general) y en Berlín, donde un impresor co­ deportados casi todos a los campos de concentración argelinos.**
munista, Stefan Bom, organizó un movimiento obrero importante. No obstan­ Por consiguiente, la revolución sólo mantuvo su ímpetu allá donde los ra­
te, al igual que las clases medias europeas de la década de 1840 creyeron re­ dicales eran lo bastante fuertes y se hallaban lo suficientemente vinculados
conocer el carácter de sus futuros problemas sociales en la lluvia y el humo al movimiento popular com o para arrastrar consigo a los moderados o no ne­
de Lancashire, también creyeron reconocer otra concepción del futuro detrás de cesitar a éstos. Esta situación era más probable que se diera en países en los
las barricadas de París, esas grandes iniciadoras y exportadoras de revolucio­ que el problema crucial fuese la liberación nacional, un objetivo que reque­
nes. Por otro lado, la revolución de febrero no sólo la hizo «el proletariado», ría la continua movilización de las masas. Esta es la causa de que la revolu­
sino que la concibió com o consciente revolución social. Su objetivo no era ción durara más tiempo en Italia y sobre todo en Hungría.**
simplemente cualquier república, sino la «república democrática y social». Los moderados italianos reunidos en tomo del rey antiaustríaco del Pia-
Sus dirigentes eran socialistas y comunistas. Su gobierno provisional incluyó monte. a quienes después de la insurrección de Milán se les incorporaron los
además a un obrero de verdad, un mecánico conocido con el nombre de Al- principados menores con considerables reservas mentales, se hicieron cargo
bert. Durante unos días existieron dudas respecto a si la bandera debería ser de la lucha contra el opresor, al mismo tiempo que seguían muy pendien­
la tricolor o la roja de la revuelta social. tes de los republicanos y la revolución social. Sin embargo, debido a la debili­
Salvo en los lugares en donde se litigaban cuestiones de autonomía o in­ dad militar de los estados italianos, a las vacilaciones del Piamonte y, posible­
dependencia nacional, la moderada oposición de la década de 1840 ni había mente sobre todo, a su negativa a pedir ayuda a los franceses (quienes, casi
querido ni había procurado seriamente la revolución, e inclusive en lo concer­ con seguridad, hubieran reforzado la causa republicana), fueron enérgica­
niente a la cuestión nacional los moderados habían preferido la negociación mente den-otados por el reagrupado ejército austríaco en Custozza, en el mes
y la diplomacia a la confrontación. Sin duda que hubieran preferido más, de julio. (Debemos anotar aquí de pasada que el gran republicano G. Mazzini,
pero se hallaban totalmente dispuestos a permitir concesiones que. se argu­
mentaba de modo razonable, todos menos los más estúpidos y autoconfiados
de los absolutismos, como, por ejemplo, el del zar, se verían forzados antes o * 1.a revolución de febrero en París había costado unas 360 vidas.
•* En Francia no estaba en litigio la unidad y la independencia nacionales. El nacionalis­
después a otorgar; o a aceptar los cambios internacionales que, más pronto mo alemán se hallaba preocupado por la unificación d e numerosos estados separados, pero el
o más tarde, hasta la oligarquía de los «grandes poderes» que decidía en tales obstáculo no era la dominación extranjera, sino -—aparte de intereses particulares--- la actitud de
asuntos tendría que admitir. Empujados a la revolución por las fuerzas de los dos grandes poderes que se consideraban a sí mismos alemanes, Prusia y Austria. Las aspira­
pobres y/o el ejemplo de París, intentaron lógicamente sacar el máximo pro­ ciones nacionales eslavas tropezaron en primer térm ino con las de las naciones «revoluciona­
rias» com o Alemania y Hungría y por lo mismo fueron silenciadas, eso incluso en los casos en
vecho a una situación que de manera inesperada los favorecía. Con todo, al que no apoyaron a la contrarrevolución. Hasta la izquieida checa consideró que el imperio de
final, y muchas veces desde el principio, les preocupaba muchísimo más el los Habsburgo era una protección contra la absorción en una Alemania nacional. Los polacos,
peligro que les podía venir por su izquierda que el dc*los viejos regímenes. por su parte, no intervinieron demasiado en esta revolución.
30 LA ERA DEL CAPITAL. 1848-1875 «LA PRIMAVERA DE LOS PUEBLOS» 31

1805-1872, con su infalible instinto para lo políticamente fútil, se opuso a re­ como sociales. Los campesinos consideraron que no había sido el emperador
currir a los franceses.) La derrota desacreditó a los moderados y la jefatura quien les había dado la libertad, sino la revolucionaria dieta húngara. Este
de la liberación nacional pasó a los radicales, quienes consiguieron el poder fue el único lugar de Europa en el que, a la derrota de la revolución, le
en varios estados italianos durante el otoño para finalmente establecer de ver­ siguió una especie de guerrilla rural que mantuvo durante varios años el
dad una república romana a principios de 1849, lo que proporcionó amplia famoso bandido Sandor Rósza. Cuando estalló la revolución, la Dieta, que
oportunidad a la retórica de Mazzini. (Venecia, que al mando del sensato consistía en una cámara alta de magnates comprometidos o moderados y en
abogado Daniele Manin, 1804-1857, se había transformado ya en república una cámara baja dominada por nobles y juristas radicales de la zona rural, no
independiente, se mantuvo al margen del problema hasta que los austríacos tenía más que intercambiar propuestas de actuación. Y lo hizo de buena gana
la reconquistaron inevitablemente hacia finales de agosto de 1849, más tarde bajo la dirección de Lajos Kossuth (1802-1894), capaz abogado, periodista
incluso que a Hungría.) Los radicales no eran enem igo militar para Austria; y orador, que se iba a convertir en la figura revolucionaria de 1848 más co ­
cuando lograron que el Piamonte declarara otra vez la guerra en 1849, los nocida intemacionalmente. Hungría, a la que gobernaba una coalición mo­
austríacos conquistaron fácilmente Novara en marzo. Además, aunque se ha­ derada-radical autorizada de mala gana por Viena. fue a efectos prácticos un
llaban más decididos a expulsar a Austria y a unificar Italia, por lo general autónomo estado reformado, al menos hasta que los Habsburgo pudieran re­
compartían el miedo de los moderados a la revolución social. Inclusive Maz­ conquistarla. Después de la batalla de Custozza creyeron que ya estaba en
zini, que con todo su celo de hombre de mando prefería limitar sus intereses sus manos, y con la cancelación de las leyes de reforma húngaras de marzo
a las cuestiones espirituales, detestaba el socialismo y se oponía a todo lo que y la invasión del país consiguieron que los húngaros afrontaran la disyuntiva
pusiera trabas a la propiedad privada. Después de su fracaso inicial, por tan­ de la capitulación o la radicalización. Consecuentemente, en abril de 1849
to, la revolución italiana vivió con tiempo prestado. Irónicamente, entre los Hungría al mando de Kossuth quemó sus naves con el derrocamiento del em ­
que la reprimieron se hallaban los ejércitos de una Francia por entonces ya perador (si bien no se proclamó formalmente la república). El apoyo popular
no revolucionaria, que reconquistó Roma a principios de junio. La expedi­ y el generalato de Górgei permitieron a los húngaros hacer algo más que
ción romana fue el intento francés de reafirmar su influencia diplomática resistir frente al ejército austríaco. Y sólo fueron derrotados cuando Viena,
en la península frente a Austria. Además, contó con la ventaja incidental de desesperada, recurrió a la última arma de la reacción: las fuerzas rusas. La in­
ser popular entre los católicos, en cuyo apoyo confiaba el régimen posrevo­ tervención de éstas resultó decisiva. El 13 de agosto se rindió lo que queda­
lucionario. ba del ejército húngaro, pero no a los austríacos, sino al comandante ruso.
Al contrario de Italia, Hungría era ya una entidad política más o menos Entre las revoluciones de 1848, la húngara fue la única que no sucumbió o
unificada («las tierras de la corona de san Esteban»), con una constitución pareció sucumbir debido a debilidades y conflictos internos; la causa de su
efectiva, un grado de autonomía considerable y muchos de los elementos de caída fue la derrota ante un ejército muy superior. Hay que reconocer desde
un estado soberano a excepción de la independencia. Su debilidad consistía luego que. después del fracaso de todas las demás, sus posibilidades de evitar
en que la aristocracia magiar que administraba esta vasta región agraria, no tal derrota eran nulas.
sólo gobernaba al campesinado de la gran llanura, sino a una población cuyo Aparte de esta débacle general, ¿existía alguna otra alternativa? Casi se­
60 por 100 aproximadamente constaba de croatas, serbios, eslovacos, ruma­ guro que no. Como hemos visto, de los principales grupos sociales implica­
nos y ucranianos, aparte de una minoría alemana sustancial. A estos pueblos dos en la revolución, la burguesía, cuando había por medio una amenaza a
no les desagradaba una revolución que liberaba de la servidumbre, pero la la propiedad, prefería el orden a la oportunidad de llevar a cabo todo su pro­
negativa de la mayoría de los radicales de Budapest a hacer concesiones a su grama. Enfrentados a la revolución «roja», los liberales moderados y los
diferencia nacional de los magiares les convirtió en enemigos, ya que sus conservadores se unían. Los «notables» de Francia, o sea, las familias res­
portavoces políticos estaban hartos de la feroz política que se seguía contra petables, influyentes y ricas que administraban los asuntos políticos del país,
ellos para transformarlos en magiares y de la incorporación a un estado ma­ abandonaron sus anteriores rencillas para apoyar a los Borbones, a los
giar, centralizado y unitario, de regiones fronterizas que hasta entonces habían Orleans, o inclusive a una república, y adquirieron conciencia de clase
sido autónomas. La corte de Viena, que secundaba la máxima imperialista nacional a través de un nuevo «partido del orden». Las figuras clave de la
de «divide y gobierna», Ies ofreció ayuda. Pero sería un ejército croata al restaurada monarquía de los Habsburgo serían el ministro del Interior, Ale-
mando del barón Jelacic, amigo de Gaj, el pionero del nacionalismo yugosla­ xander Bach (1806-1867), anterior liberal moderado de la oposición, y el
vo, el que guiara el asalto contra la revolucionaria Viena y la revolucionaria magnate comercial y naviero K. von Bruck (1798-1860), personaje sobresa­
Hungría. liente en el próspero puerto de Trieste. Los banqueros y empresarios de
No obstante, dentro de aproximadamente la actual Hungría, la revolución Renania que favorecían el liberalismo burgués prusiano hubieran preferido
contó con el apoyo masivo del pueblo (magiar), tanvp por razones nacionales una monarquía constitucional limitada, pero s e instalaron cómodamente en
32 LA ERA DEL CAPITAL 1848-1875 -LA PRIMAVERA DE LOS PUEBLOS. 33
su condición de pilares de una Prusia restaurada que evitaba a toda costa el expresado en la demanda de «un estado de constitución democrática, fuera
sufragio democrático. Por su parte, los regímenes conservadores restaurados constitucional o republicano, recibiendo ellos y sus aliados los campesinos
se hallaban muy dispuestos a hacer concesiones al liberalismo económico, una mayoría, a la vez que el gobierno local democrático que les permitiera
legal e incluso cultural de los hombres de negocios, en tanto en cuanto no controlar la propiedad municipal y una serie de funciones que entonces de­
implicara ningún retroceso político'. Como veremos más adelante, en térmi­ sempeñaban los burócratas»,7 si bien la crisis secular, por un lado, que ame­
nos económicos la reaccionaria década de 1850 iba a ser un período de libe- nazaba la tradicional forma de vida de los maestros artesanos y de sus se­
ralización sistemática. En 1848-1849, pues, los liberales moderados hicieron mejantes, y la depresión económica temporal, por otro, le proporcionaban un
dos importantes descubrimientos en la Europa occidental: que la revolución especial carácter de amargura. El radicalismo de los intelectuales tenía raíces
era peligrosa y que algunas de sus demandas sustanciales (especialmente las menos profundas. Como se vio temporalmente, se basaba sobre todo en la in­
económicas) podían satisfacerse sin ella. La burguesía dejaba de ser una fuer­ capacidad de la nueva sociedad burguesa de antes de 1848 para proporcionar
za revolucionaria. suficientes cargos de adecuado estatus a los instruidos que producía en pro­
El gran conjunto de las clases medias bajas radicales, artesanos descon­ mociones sin precedentes y cuyos beneficios eran mucho más modestos que
tentos. pequeños tenderos, etc., e incluso agricultores, cuyos portavoces y sus ambiciones. ¿Qué les sucedió a todos aquellos estudiantes radicales
dirigentes eran intelectuales, en su mayoría jóvenes y marginales, constituían de 1848 en las prósperas décadas de 1850 y 1860? Pues que establecieron la
una significativa fuerza revolucionaria pero raramente una alternativa políti­ tan familiar y aceptadísima norma biográfica en el continente europeo; por
ca. Por lo general, se hallaban en la izquierda democrática. La izquierda ale­ lo cual puede decirse que los jóvenes burgueses dieron rienda suelta a sus
mana exigía nuevas elecciones porque su radicalismo se mostró muy fuerte excesos políticos y sexuales durante la juventud, antes de «sentar la cabeza».
en muchas provincias a finales de 1848 y principios de 1849, si bien carecía Y hubo numerosas posibilidades para sentar la cabeza, especialmente cuan­
por entonces de la atención de las grandes ciudades, a las que había recon­ do la retirada de la vieja nobleza y la diversión de hacer dinero por parte de
quistado la reacción. En Francia los demócratas radicales obtuvieron 2 mi­ la negociante izquierda burguesa aumentaron las oportunidades de aquellos
llones de votos en 1849, frente a los 3 m illones de los monárquicos y los cuyas aptitudes eran primariamente escolásticas. En 1842 el 10 por 100 de
800.000 de los moderados. Los intelectuales producían sus activistas, aunque los profesores de liceos franceses procedían aún de los «notables»; en cam­
quizás fuera únicamente en Viena donde la «legión académica» de estu­ bio, en 1877 ya no había ninguno de éstos. En 1868 Francia apenas produ­
diantes formó verdaderas tropas de combate. Es erróneo denominar a 1848 cía más titulados de enseñanza media (bacheliers) que en la década de 1830,
la «revolución de los intelectuales». Porque entonces no sobresalieron éstos pero muchos de ellos tenían acceso entonces a los bancos, el comercio, el
más que en la mayoría de las otras revoluciones que ocurrieron en países periodismo de éxito y, después de 1870, la política profesional.®
relativamente atrasados en los que el grueso de la clase media se componía Por otra parte, cuando se enfrentaban con la revolución roja, hasta los
de personas caracterizadas por la instrucción y el dominio de la palabra es­ radicales más bien democráticos tendían a refugiarse en la retórica, dividi­
crita: graduados de todos los tipos, periodistas, maestros, funcionarios. Sin dos por su genuina simpatía hacia «el pueblo» y por su sentido de la pro­
embargo, no hay duda de la importancia de los intelectuales: poetas como piedad y el dinero. Al contrario de la burguesía liberal, ellos no cambiaban
Petófi en Hungría; Hcrwegh y Freiligrath en Alemania (fue miembro del con­ de bando. Simplemente vacilaban, aunque nunca se acercaban demasiado a
sejo editorial que publicó la obra de Marx titulada Neue Rheinische Zeitung)', la derecha.
Victor Hugo y el consecuente moderado Lamartine en Francia; numerosos En cuanto a los pobres de la clase obrera, carecían de organización, de ma­
académicos (principalmente del bando moderado) en Alemania;* médicos durez, de dirigentes y, posiblemente, sobre todo de coyuntura histórica para pro­
com o C. G. Jacoby (1804-1851) en Prusia; A dolf Fischhof (1816-1893) en porcionar una alternativa política. Aunque lo suficientemente poderosa como
Austria; científicos com o F. V. Raspail (1794-1878) en Francia, y una gran para lograr que la contingencia de revolución social pareciera real y amena­
cantidad de periodistas y publicistas de los que el más famoso era por aquel zadora. era demasiado débil para conseguir otra cosa aparte de asustar a sus
tiempo Kossuth y el más formidable sería Marx. enemigos. Concentrados los obreros en masas hambrientas en los sitios políti­
Individualmente, tales personas podían desempeñar una función decisiva; camente más sensibles, como, por ejemplo, las grandes ciudades y sobre todo
en cambio, no era posible decir lo mismo considerados com o miembros de la capital, sus fuerzas eran desproporcionadamente efectivas. Sin embargo, es­
una clase social específica o com o portavoces de la pequeña burguesía radi­ tas situaciones ocultaban algunas debilidades sustanciales: en primer lugar, su
cal. Puede calificarse de genuino el radicalismo de los «pequeños hombres» deficiencia numérica, pues no siempre eran siquiera mayoría en las ciudades
que, por lo general, incluían únicamente una modesta minoría de la población,
* Aunque sospechosos para los gobernantes. los m aestros franceses habían permanecido y en segundo lugar, su inmadurez política e ideológica. Entre ellos el grupo
quietos durante la monarquía de julio y daban la sensación de adherirse al «orden» en 1848. activista más políticamente consciente eran los artesanos preindustriales, enten-
LA ERA DEL CAPITAL. 1848-1875
34 «LA PRIMAVERA DE LOS PUEBLOS»
35
dicndo el termino en el sentido contemporáneo británico que lo aplicaba a los
con unos cuantos miles. Con bastante frecuencia incluso, los gremios de los
oficiales de los distintos ramos, los artífices, los especialistas manuales de ta­ hábiles pioneros del sindicalismo aparecieron por primera vez durante la re­
lleres no mecanizados, etc. Introducidos en la revolución social e inclusive en
volución: los impresores en Alemania, los sombrereros en Francia. Los so­
las ideologías socialistas y comunistas de la Francia jacobina y sans-culotte, sus
cialistas y los comunistas organizados contaban con un número más exiguo
objetivos en calidad de masa eran mucho más modestos en Alemania, como todavía: unas cuantas docenas, o com o mucho unos pocos centenares. Sin
descubriría en Berlín el impresor comunista Stefan Bom. Los pobres y los
embargo, 1848 fue la primera revolución en la que los socialistas o, más pro­
peones en las ciudades y, fuera de Gran Bretaña, el proletariado industrial y
bablemente, los comunistas — porque el socialismo previo a 1848 fue un mo­
minero como un todo, apenas contaban todavía con alguna ideología política
vimiento muy apolítico dedicado a la creación de utópicas cooperativas— se
desarrollada. En la zona industrial del norte de Francia hasta el republicanismo
colocaron a la vanguardia desde el principio. No sólo fue el año de Kossuth,
realizó escasos progresos antes del final de la Segunda República. El año 1848
A. Ledru-Rollin (1807-1874) y Mazzini, sino de Karl Marx (1818-1883),
fue testigo de cómo Lille y Roubaix se preocupaban exclusivamente de sus pro­
Louis Blanc (1811-1882) y L. A. Blanqui (1805-1881) — el austero rebelde
blemas económicos y dirigían sus manifestaciones, no conua reyes o burgueses,
que únicamente salía de la cárcel cuando lo liberaban por poco tiempo las
sino conua los aún más hambrientos obreros inmigrantes de Bélgica.
revoluciones— , de Bakunin, incluso de Proudhon. Pero ¿qué significaba el
Allá donde los plebeyos urbanos, o más raramente los nuevos proletarios,
socialismo para sus seguidores, aparte de dar nombre a una clase obrera
entraban dentro de la órbita de la ideología jacobina, socialista, democrática
consciente de s í misma y con aspiraciones propias de una sociedad diferente
republicana o, como en Viena, de los estudiantes activistas, se convertían en
del capitalismo y basada en el derrocamiento de éste? N i siquiera su enemi­
una fuerza política, al menos com o manifestantes. (Su participación en las
go estaba claramente definido. Se hablaba muchísimo de la «clase obrera»
elecciones, era todavía escasa e impredecible, al contrario de los explotados
c inclusive del «proletariado», pero en el curso de la revolución no se men­
obreros de las empobrecidas regionales rurales, quienes, com o en Sajonia o cionó para nada al «capitalismo».
en Gran Bretaña, se hallaban muy radicalizados.) Paradójicamente, fuera de
Verdaderamente, ¿cuáles eran las perspectivas políticas de una clase tra­
París esta situación era rara en la Francia jacobina, mientras que en Alema­
bajadora socialista? N i Karl Marx creía que la revolución proletaria fuese una
nia la Liga Comunista de Marx proporcionaba los elementos de una red na­
cuestión a tener en cuenta. Hasta en Francia «el París proletario era todavía
cional para la extrema izquierda. Fuera de este radio de influencia, la clase
incapaz de ir más allá de la república burguesa aparte de en ideas, en imagi­
obrera era políticamente insignificante. nación». «Sus necesidades inmediatas y admitidas no lo condujeron a desear
Desde luego que no debemos subestimar el potencial de una fuerza so­
la consecuencia del derrocamiento de la burguesía, por la fuerza, ni tampoco
cial com o el «proletariado» de 1848, a pesar de su juventud e inmadurez y
contaba con el poderío suficiente para esta tarea.» Lo más que pudo lograrse
de que apenas tenía conciencia aún de clase. En cierto sentido su potencial
fue una república burguesa que puso de manifiesto la verdadera naturaleza de
revolucionario era mayor de lo que sería posteriormente. La generación de
la lucha futura que existiría entre la burguesía y el proletariado, y uniría, a su
hierro del pauperismo y de la crisis antes de 1848 había alentado en unos po­
vez, al resto de la clase media con los trabajadores «a medida que su posición
cos la creencia de que el capitalismo podía depararles condiciones decentes
fuera más insostenible y su antagonismo con la burguesía se hiciera más agu­
de vida, y que incluso dicho capitalismo perduraría. La misma juventud y de­
do».’ En primer lugar fue una república democrática, en segundo lugar la tran­
bilidad de la clase trabajadora, todavía surgiendo de entre la masa de los
sición desde una burguesía incompleta a una revolución popular proletaria y.
obreros pobres, los patronos independientes y los pequeños tenderos impe­
por último, una dictadura proletaria o, en palabras que posiblemente tomara
dían que, aparte de los más ignorantes y aislados, concentraran exclusiva­
Marx de Blanqui y que reflejan la intimidad temporal de los dos grandes
mente sus exigencias en las mejoras económicas. Las demandas políticas sin
revolucionarios en el transcurso de los efectos inmediatos de 1848, «la revo­
las cuales no se lleva a cabo ninguna revolución, ni siquiera la más pura­
lución permanente». Pero, al revés de Lenin en 1917, a Marx no se le ocurrió
mente social, se hallaban incorporadas a la situación. El objetivo popular
sustituir la revolución burguesa por la revolución proletaria hasta después
de 1848, la «república democrática y social», era tanto social como política.
de la derrota de 1848; y, aun cuando entonces formuló una perspectiva com ­
Por lo menos en Francia, la experiencia de la clase obrera introdujo en ella
parable a la de Lenin (comprendió «el respaldo a la revolución con una nue­
elementos institucionales originales basados en la práctica del sindicato y la
va edición de la guerra de los campesinos», según dijo Engels), no mantuvo
acción cooperativa, si bien no creó elementos tan insólitos y poderosos como
tal actitud durante mucho tiempo. En la Europa occidental y central no iba a
los soviets de la Rusia d e principios del siglo xx. haber una segunda edición d e 1848. Como él mismo reconoció en seguida, la
Por otra parte, la organización, la ideología y el mando se encontraban en clase trabajadora tendría que seguir un camino distinto.
un triste subdesarrollo. Hasta la forma más elemental, el sindicato, se hallaba
Por consiguiente, las revoluciones de 1848 surgieron y rompieron como
limitado a grupos con unos pocos centenares de»miembros, o com o mucho.
grandes olas, y detrás suyo dejaron poco más que e l mito y la promesa. «De­
36 LA ERA DEL CAPITAL. 1848-1875 «LA PRIMAVERA DE LOS PUEBLOS» 37
bieran haber sido» revoluciones burguesas, pero la burguesía se apartó de En lo sucesivo las fuerzas del conservadurismo, del privilegio y de la opu­
ellas. Podían haberse reforzado mutuamente bajo la dirección de Francia, im­ lencia tendrían que defenderse de otra manera. En la gran primavera de 1848
pidiendo o posponiendo la restauración de los antiguos gobiernos y mante­ hasta los oscuros e ignorantes campesinos del sur de Italia dejaron de apoyar
niendo acorralado al zar ruso. Pero la burguesía francesa prefirió la estabili­ al absolutismo, actitud que venían manteniendo desde cincuenta años atrás.
dad social en la patria a los premios y peligros de ser una vez más la grande Cuando fueron a ocupar la tierra, casi ninguno manifestó hostilidad hacia «la
nalion, y por razones análogas, los dirigentes moderados de la revolución constitución».
dudaron en pedir la intervención francesa. Ninguna oirá fuerza social fue lo Los defensores del orden social tuvieron que aprender la política del pue­
bastante fuerte para darles coherencia e ímpetu, salvo en los casos especiales blo. Esta fue la mayor innovación que produjeron las revoluciones de 1848.
en los que la lucha era por la independencia nacional y contra un poder polí­ Incluso los prusianos más intolerantes y archirreaccionarios descubrieron a lo
ticamente dominador; pero inclusive en estas ocasiones también fallaron, largo de aquel año que necesitaban un periódico capaz de influir en la «opi­
puesto que. las luchas nacionales se producían aisladamente y en todos los ca­ nión pública», concepto en sí mismo ligado al liberalismo e incompatible con
sos su debilidad les impidió contener la fuerza militar de los antiguos regí­ la jerarquía tradicional. Otto von Bismarck (1815-1898), el más inteligente
menes. Las grandes y características figuras de 1848 desempeñaron su papel de los archirreaccionarios prusianos de 1848, demostraría posteriormente su
de héroes sobre el escenario europeo durante unos cuantos meses hasta que lúcida comprensión de la naturaleza de la política de la sociedad burguesa y
desaparecieron para siempre, si bien con la única excepción de Garibaldi, su dominio de estas técnicas. Con todo, las innovaciones políticas más signi­
quien doce años más tarde viviría un momento aún más glorioso. Aunque se ficativas de este tipo ocurrieron en Francia.
les premió al final con un lugar seguro en sus panteones nacionales, Kossuth En dicho país la derrota de la insurrección de la clase obrera acaecida en
y Mazzini pasaron mucho tiempo de sus vidas en el exilio, sin poder con­ junio había dejado el camino libre a un poderoso «partido del orden», capaz
tribuir directamente gran cosa a la obtención de la autonomía o unificación de vencer a la revolución social, pero no de conseguir demasiado apoyo de
de sus países. Ledru-Rollin y Raspail no volvieron a conocer otra ocasión de las masas o incluso de muchos conservadores que, con su defensa del «or­
celebridad com o la de la Segunda República, y los elocuentes profesores del den», no deseaban comprometerse con aquella clase de moderado republi­
parlamento de Frankfurt se retiraron a sus estudios y auditorios. De los gran­ canismo que estaba ahora en el poder. La gente se hallaba todavía dema­
des planes y gobiernos rivales que idearon los apasionados exiliados en la siado movilizada para permitir la limitación en las elecciones: la exclusión
neblinosa Londres durante la década de 1850, nada sobrevivió sino la obra de del voto por pertenecer a la sustancial partida de «la multitud detestable»
los más aislados y menos típicos: Marx y Engels. — esto es, alrededor de un tercio en Francia, aproximadamente dos tercios
Y. sin embargo, 1848 no fue meramente un breve episodio histórico sin en el radical París— no se produjo hasta 1850. Sin embargo, si en diciem­
consecuencias. Porque si bien es verdad que los cambios que logró no fue­ bre de 1848 los franceses no eligieron a un moderado para la nueva presi­
ron los deseados por los revolucionarios, ni tampoco podían definirse fácil­ dencia de la República, tampoco eligieron a un radical. (N o hubo candida­
mente en términos de regímenes, leyes e instituciones políticas, se hicieron, to monárquico.) El ganador, que obtuvo una aplastante mayoría con sus
no obstante, en profundidad. A l menos en la Europa occidental, 1848 señaló 5,5 millones de votos de los 7.4 m illones registrados, fue Luis Napoleón, el
el final de la política tradicional, de la creencia en los patriarcales derechos sobrino del gran emperador. Aunque resultó ser un político de extraordina­
y deberes de los poderosos social y económicamente, de las monarquías que ria astucia, cuando entró en Francia a últimos de septiembre no parecía te­
pensaban que sus pueblos (salvo los revoltosos de la clase media) aceptaban, ner más posesiones que un nombre prestigioso y el respaldo financiero de
e incluso aprobaban, el gobierno de las dinastías por derecho divino para pre­ una leal querida inglesa. Estaba claro que no era un revolucionario social,
sidir las sociedades ordenadas por jerarquías. Como irónicamente escribió el pero tampoco un conservador; de hecho, sus partidarios se burlaban en cier­
poeta Grillparzer, que no tenía nada de revolucionario, acerca de. segura­ ta medida de su juvenil interés por el sansimonismo (véase p. 68) y de sus
mente, Mettemich: supuestas simpatías por los pobres. Sin embargo, ganó básicamente porque
los campesinos votaron de modo unánime por él bajo el lema de «N o más
Aquí yace, olvidada toda la celebridad impuestos, abajo los ricos, abajo la República, larga vida al emperador»; en
del famoso don Quijote legítimo otras palabras, y com o observó Marx, los trabajadores votaron por él con­
quien, al trocar la verdad y los hechos, se consideró sabio tra la república de los ricos, ya que a sus ojos Luis Napoleón significaba «la
y acabó creyéndose sus propias mentiras; deposición de Cavaignac (quien había sofocado el levantamiento de junio),
un viejo tonto, que de joven había sido bribón:
el rechazo del republicanismo burgués, la anulación de la victoria de ju­
ya era incapaz de reconocer la verdad.*®
nio»," la pequeña burguesía por cuanto él no parecía representar la gran
burguesía.
38 LA ERA DEL CAPITAL. 1348-1875

La elección de Luis Napoleón significó que inclusive la democracia del


sufragio universal, es decir, la institución que se identificaba con la revolu­
ción, era compatible con el mantenimiento del orden social. N i siquiera una
masa de abrumador descontento se hallaba dispuesta a elegir gobernantes
consagrados al «derrocamiento de la sociedad». Las mejores lecciones de
esta experiencia no se aprendieron inmediatamente, ya que. si bien Luis
Napoleón jamás olvidó las ventajas políticas de un sufragio universal bien di­
rigido que volvió a introducir, pronto abolió la República y se hi20 a sí m is­
mo emperador. Iba a ser el primero de los modernos jefes de estado que go­
S egunda parte
bernara no por la mera fuerza armada, sino por esa especie de demagogia
y relaciones públicas que se manipulan con mucha más facilidad desde la
jefatura del estado que desde ningún otro sitio. Su experiencia no sólo de­ D E SA R R O L L O S
mostró que el «orden social» podía disfrazarse de forma capaz de atraer a los
partidarios de «la izquierda», sino que, en un país o en una época en la que
ios ciudadanos se movilizaban para participar en la política, tenía que en­
mascararse así. Las revoluciones de 1848 evidenciaron que. en lo sucesivo,
las clases medias, el liberalismo, la democracia política, el nacionalismo e in­
clusive las clases trabajadoras, iban a ser rasgos permanentes del panorama
político. Es posible que la derrota de las revoluciones los eliminaran tempo­
ralmente de la escena pero cuando reaparecieran determinarían incluso la ac­
tuación de aquellos estadistas a los que no caían nada simpáticos.
2. EL GRAN «BOOM»

A quí el hombre poderoso en las armas de la paz, el capital y


la maquinaria las utiliza para proporcionar comodidad y placer
al público, de quien es su siervo, y de este modo se hace rico al
tiempo que enriquece a otros con sus bienes.
W i l u a m W h e w e l l , 1852 1

Cualquier pueblo puede conseguir bienestar material sin lác­


ticas subversivas si es dócil, trabaja mucho y se entrega constan­
temente a su autosupcración.
D e lo s e s ta tu to s d e la S o c ié té c o im e l ’Ig n o r a n c c
d e C l e r m o n t -F e r r a n d . 1 8 6 9 2

La zona habitada del mundo se extiende rápidamente. Nuevas


comunidades, esto es. nuevos mercados, surgen a diario en las hasta
ahora regiones desérticas del Nuevo Mundo en Occidente y en las
islas tradicionalmente fértiles del Viejo Mundo en Oriente.
P h ilo p o n o s . 1 8 5 0 *

En 1849 pocos observadores hubieran predicho que 1848 sería la última


revolución general en Occidente. Con excepción de la «república social», las
demandas políticas del liberalismo, el radicalismo democrático y el naciona­
lismo iban a satisfacerse gradualmente a lo largo de los próximos setenta años
en la mayoría de los países desarrollados sin grandes trastornos internos. Y la
estructura social de la pane desarrollada del continente iba a demostrar su ca­
pacidad de resistencia frente a los catastróficos golpes del siglo xx, al menos
hasta la fecha. La razón principal radica en la extraordinaria transformación y
expansión económica de los años comprendidos entre 1848 y principios de la
década de 1870 que es el tema de este capítulo. Este fue el periodo en el que
el mundo se hizo capitalista y una significativa minoría de países «desarrolla­
dos» se convirtieron en economías industriales.
EL GRAN «BOOM,. 43
42 LA ERA DEL CAPITAL, 1848-1875

Como es probable que los sucesos de 1848 la contuvieran temporalmen­ y 1857.5 N o es de gran necesidad multiplicar estadísticas, si bien los hombres
te, esta época de avance económico sin precedentes em pezó con un auge que de negocios, especialmente los promotores de las compañías, las leían y las
fue de lo más espectacular. La última y quizá la mayor crisis económica de difundían con avidez.
la especie antigua, perteneciente a un mundo que dependía de las vicisitudes La combinación de capital barato con un rápido aumento de los precios
de las cosechas y las estaciones, había precipitado las revoluciones. El nue­ logró que este esplendor económ ico fuera tan satisfactorio para los nego­
vo mundo del «ciclo comercial», que únicamente los socialistas reconocían ciantes ansiosos de beneficios. En el siglo xix los retrocesos (del tipo del ci­
entonces com o ritmo y modo básico de operación de la economía capitalista, clo comercial) significaban siempre descenso de los precios. Los auges eco­
contaba con su propio sistema de fluctuaciones económicas y sus peculiares nómicos era inflacionarios. Aun así, la subida de alrededor de un tercio en el
dificultades seculares. Sin embargo, a mediados de la década de 1840 la os­ nivel británico de precios, ocurrida entre 1848-1850 y 1857, fue extraordina­
cura e incierta era del desarrollo capitalista parecía estar llegando a su fin, riamente grande. Los beneficios que aguardaban a productores, comerciantes
y con ello empezaba el gran salto hacia adelante. Los años 1847-1848 su­ y, sobre todo, a los promotores eran por esa causa casi irresistibles. A lo lar­
frieron un grave retroceso en el ciclo comercial, probablemente empeorado go de este sorprendente período hubo un momento en que llegó al 50 por 100
por la coincidencia con problemas de la especie antigua. N o obstante, des­ la proporción de beneficios sobre capital librado de la crédit mobilier, de Pa­
de una situación puramente capitalista, se trató de una caída más bien seria rís, la compañía financiera que simbolizaba en esta época la expansión capi­
dentro de lo que ya parecía ser una curva de negocios muy boyante. James talista (véase el capítulo 12).6 Y no eran únicamente los hombres de negocios
de Rothschild, quien a principios de 1848 observaba la situación económ i­ los que se aprovechaban. Como ya se ha mencionado, los puestos de trabajo
ca con notable complacencia, era un sensato negociante, aunque también un aumentaban a pasos agigantados, tanto en Europa com o en ultramar, adonde
mal profeta político. Parecía que se había pasado lo peor del «pánico» y que emigraban los hombres y mujeres en cantidades enormes (véase el capítu­
existían halagüeñas perspectivas a largo plazo. Y, sin embargo, aunque la lo 11). No sabemos casi nada sobre el desempleo real, pero incluso en
producción industrial se recuperaba con rapidez, e incluso se sacudía la vir­ Europa un solo dato será decisivo. Entre 1853 y 1855 la importante subida
tual parálisis de los meses revolucionarios, el ambiente general seguía siendo en el precio de los cereales (el principal elemento en la bolsa de la compra)
incierto. Difícilmente podemos fechar d principio del gran esplendor mundial ya no produjo disturbios de gente hambrienta en ninguna parte excepto en
antes de 1850. algunas regiones muy atrasadas com o en el norte de Italia (el Piamonte) y
Lo que continuó fue tan extraordinario que los hombres se perdían en la España, donde probablemente contribuyó a la revolución de 1854. Los nu­
búsqueda de un precedente. Nunca, por ejemplo, las exportaciones británicas merosos puestos de trabajo y la disposición a conceder elevaciones tempora­
habían aumentado con más celeridad que en los primeros siete años de la dé­ les del salario donde era necesario, mellaron el filo del descontento popular.
cada de 1850. A sí los artículos de algodón británicos, vanguardia de la pe­ Para los capitalistas, empero, la abundante mano de obra que ahora había en
netración en el mercado a lo largo de casi medio siglo, incrementaron su el mercado resultaba relativamente barata.
índice de crecimiento por encima de las anteriores décadas. Entre 1850 y 1860 La consecuencia política de este esplendor económico fue trascendental,
se habían doblado aproximadamente. En cifras absolutas los logros son to­ porque a los gobiernos sacudidos por la revolución les proporcionó un inesti­
davía más sorprendentes: entre 1820 y 1850 estas exportaciones se habían ci­ mable respiro, y a la inversa, hizo naufragar las esperanzas de los revolucio­
frado en alrededor de 1.000 millones de metros, mientras que en la década narios. En una palabra. la política entró en un estado de hibernación. En Gran
que va únicamente de 1850 a 1860 habían alcanzado más de los 1.200 mi­ Bretaña desapareció el carlismo, y el hecho de que su muerte fuera más pro­
llones de metros. El número de operarios del algodón que había aumentado longada de lo que solían suponer los historiadores no modifica en absoluto su
alrededor de 100.000 entre 1819-1821 y 1844-1846, dobló dicha cifra du­ final. Incluso Emest Jones (1819-1869), su dirigente más pertinaz, abandonó,
rante la década de 1 8 5 0 / Y estamos hablando aquí de una gran industria hacia finales de la década de 1850. el intento de reavivar un movimiento in­
establecida de antiguo que, además, en esta década había perdido ventas en dependiente de las clases obreras y, al igual que hicieran la mayoría de los
los mercados europeos debido a la rapidez de los desarrollos de las industrias viejos cartistas, unió su suerte a la de aquellos que deseaban organizar a
locales. Por todas partes podemos encontrar evidencias similares de auge los trabajadores com o grupo de presión en la izquierda radical del liberalis­
económico. La exportación de hierro desde Bélgica se dobló de sobra entre mo. I-a reforma parlamentaria dejó de preocupar a los políticos británicos du­
1851 y 1857. En Prusia, durante el cuarto de siglo anterior a 1850 se fun­ rante un tiempo, con lo que se vieron libres para representar sus complicados
daron sesenta y siete sociedades anónimas con un capital total de 45 m illo­ números parlamentarios. Hasta Cobden y Bright, los radicales de la clase m e­
nes de táleros, en tanto que sólo entre 1851 y 1857 se establecieron 115 dia que consiguieron la abolición en 1846 de las leyes de cereales, eran ahora
— aparte de las sociedades ferroviarias— con un capital total de 114,5 mi­ una aislada minoría en política.
llones; casi todas ellas durante los eufóricos años comprendidos entre 1853 Aún era más importante el respiro para las monarquías restauradas del
44 LA ERA DHL CAPITAL, 1848-1875 EL GRAN «BOOM» 45

continente y para aquel hijo no deseado de la Revolución francesa, el S e­ con su equivalente. Los gigantescos y nuevos rituales de autocomplacencia, las
gundo Imperio de Napoleón III. Éste recibió las mayorías electorales impre­ grandes ferias internacionales, fueron los que iniciaron y subrayaron la era de
sionantes y genuinas que dieron color a su pretensión de ser un emperador su victoria mundial; cada uno de los certámenes se celebró en un magnífico
«democrático». Para las viejas monarquías y principados el respiro supuso la monumento dedicado a la riqueza o al progreso técnico: el Crystal Palace, de
disposición de tiempo para la recuperación política y la legitimación de la es­ Londres (1851), la Rotonda («más grande que la de San Pedro de Roma»), en
tabilidad y la prosperidad, que en aquellos momentos era políticamente más Viena; cada uno de ellos mostraba un número creciente y variado de artículos
significativa que la legitimidad de sus dinastías. También les proporcionó manufacturados; todos atraían turistas locales y extranjeros en cantidades as­
ingresos sin necesidad de consultar a asambleas representativas y a otros fas­ tronómicas. Catorce mil firmas exhibieron sus productos en Londres en 1851
tidiosos intermediarios y dejaron que sus exiliados políticos se mordieran las — la moda quedaba inaugurada de forma apropiada en la patria del capitalis­
uñas de rabia y se atacaran mutuamente de forma brutal en el impotente des­ mo— . 24.000 en París; 29.000 en Londres, en 1862; 50.000 en París, en 1867.
tierro. En el transcurso del tiempo se vieron debilitados para los asuntos in­ Debido a sus pretensiones, la mayor de todas fue la que conmemoraba el cen­
ternacionales, pero fuertes internamente. Hasta el imperio de los Habsburgo, tenario de Filadelfia y que se celebró en 1876 en Estados Unidos; la inauguró
que sólo por la intervención del ejército ruso había quedado restablecido el presidente ante el emperador y la emperatriz del Brasil —cabezas coronadas
en 1849, por primera y única vez en su historia era ahora capaz de adminis­ que ahora se inclinaban habitualmente en presencia de los productos industria­
trar todos sus territorios — entre ellos el de los recalcitrantes h ú n g a ro s- les— y 130.000 ciudadanos jubilosos. Eran los primeros de 10 millones que en
com o un simple absolutismo burocrático centralizado. dicha ocasión pagaron su tributo al «progreso de la época».
Este período de calma llegó a su término con la depresión de 1857. Ha­ ¿Cuáles fueron las causas de este progreso? ¿Por qué se aceleró tan es­
blando en términos económicos, este suceso fue una mera interrupción de la pectacularmente la expansión económica en nuestro período? La pregunta de­
edad de oro del crecimiento capitalista que se reanudó, a mayor escala inclu­ bería hacerse en realidad al contrario. Lo que nos choca retrospectivamente
sive, en la década de 1860 y que alcanzó su cima en el auge de 1871-1873. de la primera mitad del siglo x ix es el contraste que existía entre el enorme
Políticamente transformó la situación. Se está de acuerdo asimismo en que de­ y rápido aumento del potencial productivo de la industrialización capitalista y
fraudó las esperanzas de los revolucionarios, quienes, aun admitiendo que «las su incapacidad para ampliar su base, para romper los grillos que la encade­
masas se iban a aletargar extraordinariamente como consecuencia de esta pro­ naban. Sin tener en cuenta ahora su capacidad de generar puestos de trabajo
longada prosperidad»,7 habían esperado que produciría otro 1848. Sin embar­ a un ritmo comparable o con salarios adecuados, la industrialización capita­
go, la política resurgió. Al poco tiempo las antiguas cuestiones de la política lista creció espectacularmente, pero se mostró incapaz de ampliar el mercado
liberal se hallaban de nuevo en el temario: las unificaciones nacionales italia­ para sus productos. En cuanto a los puestos de trabajo, alecciona recordar
na y alemana, la reforma constitucional, las libertades civiles, etc. En tanto que inclusive a finales de la década de 1840 las observadores inteligentes e
que la expansión económica de 1851-1857 se había producido en medio de un informados de Alemania —en vísperas de la explosión industrial en aquel
vacío político, prolongando la derrota y el agotamiento de 1848-1849, después país— podían presumir aún, com o hacen en las naciones subdesarrolladas,
de 1859 coincidió con una actividad política cada vez más intensa. Por otro que ninguna industrialización concebible era capaz de proporcionar empleo
lado, y aunque diversos factores extemos como la guerra civil norteamericana a la vasta y creciente «población sobrante» de la clase pobre. Por esa razón
de 1861-1865 rompieron el discurrir de la década de 1860, este período fue en las décadas de 1830 y 1840 habían sido un período de crisis. Los revolucio­
el aspecto económico relativamente estable. El siguiente retroceso del ciclo co­ narios habían confiado en que fuera el final, pero los hombres de negocios
mercial (que de acuerdo con la tendencia y la región ocurrió en algún momento habían temido que pudiera paralizarse su sistema industrial (véase La era de
de 1866-1868) no fue ni tan concentrado, ni tan mundial, ni tan dramático la revolución, capítulo 16).
como el de 1857-1858. Resumiendo, la política resurgió en un período de Por dos motivos no tenían fundamento estas esperanzas o miedos. En pri­
expansión, pero dejó de ser la política de la revolución. mer lugar, y gracias a la presión de su propio capital acumulado rentable, la
temprana economía industrial descubrió lo que Marx denominó su «logro su­
premo»: el ferrocarril. En segundo término, y en parte debido al ferrocarril,
n al buque de vapor y al telégrafo «que representaban finalmente los medios de
comunicación adecuados a los modernos medios de producción»,* la exten­
Si Europa hubiera vivido todavía en la era de los príncipes barrocos se sión geográfica de la economía capitalista se pudo multiplicar a medida que
hubiera llenado de mascaradas espectaculares, procesiones y óperas repre­ aumentaba la intensidad de sus transacciones comerciales. Todo el mundo se
sentando a los pies de sus gobernantes alegorías del triunfo económ ico y del convirtió en parte de esta economía. Probablemente, el desarrollo más signi­
progreso industrial. En realidad, el mundo triunfante del capitalismo contaba ficativo de nuestro período sea esta creación de un solo mundo aumentado
46 LA ERA DEL CAPITAL. I $48-1875 El. ORAN «BOOM* 47

(véase el capítulo 3). Desde la perspectiva que le proporcionaba casi medio rigor inútil, ya que hizo disminuir los intereses y estimuló la expansión del
siglo transcurrido. H. M. Hyndman, negociante Victoriano y marxista (aun­ crédito. Al cabo de los siete años la provisión de oro mundial había
que sin brillantez en ambas funciones), comparó con absoluto rigor los diez aumentado entre seis y siete veces, y la cantidad de monedas de oro que
años que van de 1847 a 1857 con la era de las grandes conquistas y descu­ acuñaron Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos pasó de una inedia anual
brimientos geográficos de Colón, Vasco de Gama, Cortés y Pizarro. Pese a de 4,9 m illones de libras en 1848-1849 a 28,1 millones de libras en cada
que no se realizó ningún otro descubrimiento espectacular y a que, con ex ­ uno de los años comprendidos entre 1850 y 1856. Aún hoy sigue siendo
cepciones relativamente pequeñas, se llevaron a cabo pocas conquistas por motivo de apasionado debate la función que desempeñaron los lingotes de
nuevos conquistadores militares, a efectos prácticos se añadió un mundo eco­ oro en la econom ía mundial, debate en el que no necesitamos entrar. Pro­
nómico completamente nuevo al viejo y quedó integrado en él. bablemente. su ausencia no originó tantos inconvenientes comerciales com o
Esta circunstancia fue particularmente crucial para el desarrollo eco­ entonces se pensó, puesto que ya se estaban extendiendo con facilidad y
nómico porque sirvió de base a aquel gigantesco auge exportador — en capi­ aumentando a ritmo considerable otros medios de pago com o, por ejemplo,
tales y hombres— que desempeñó tan importante papel en la expansión de los cheques — un nuevo y buen recurso— , las letras de cambio, etc. N o obs­
Gran Bretaña, todavía en aquel tiempo el mayor país capitalista. Salvo quizá tante, la nueva provisión de oro fue en tres aspectos razonablemente incon­
en Estados Unidos, la economía de consumo masivo era aún cuestión del fu­ trovertible.
turo. El mercado interior de los pobres, aun cuando no quedaba abastecido En primer lugar contribuyó, quizá crucialmente, al origen de aquella situa­
por los campesinos y los pequeños artesanos, no se consideraba todavía con ción algo rara que se produjo entre 1810 más o menos y el final del siglo xtx,
grandes posibilidades para conseguir un avance económico realmente espec­ una época de precios en ascenso o de inflación moderada, aunque fluctuante.
tacular.* Desde luego que no se le conceptuaba despreciable, en un tiempo en Básicamente, la mayor parte de este siglo fue deflacionaria, debido en gran
que la población del mundo desarrollado crecía rápidamente y es probable que medida a la persistente tendencia de la tecnología a abatatar los productos ma­
mejorara su nivel medio de vida (véase el capítulo 12). Con todo, era ya in­ nufacturados. y a la existencia de nuevas fuentes de alimentos y de materias
dispensable la enorme extensión colateral del mercado debido a los bienes de primas que depreciaban (si bien con más oscilaciones) los productos prima­
consumo y, quizá principalmente, a los bienes precisos para construir las nue­ rios. La deflación a largo plazo, o sea, la presión sobre los márgenes de b e­
vas plantas industriales, fundar empresas de transporte, establecer los servicios neficios. no ocasionó gran extorsión a los negociantes, ya que éstos produ­
públicos y desarrollar las ciudades. El capitalismo terna ahora a su disposición cían y vendían cantidades vastísimas. Sin embargo, hasta después del final de
a todo el mundo, y la expansión del comercio internacional y de la inversión nuestro periodo no benefició gran cosa a los trabajadores, porque o bien sus
internacional mide el entusiasmo con el que se aprestó a conquistarlo. El co­ costes de vida no bajaban en la misma medida o sus ingresos eran demasiado
mercio mundial entre 1800 y 1840 no se había doblado por completo. Entre escasos para permitirles que se beneficiaran de forma significativa. Por otro
1850 y 1870 aumentó el 260 por 100. Se vendía todo lo vendible, inclusive ar­ lado, com o la inflación elevaba indudablemente los márgenes de beneficios
tículos a los que los países receptores ofrecían clara resistencia, com o ocurría, estimulaba también los negocios. Nuestro período fue básicamente un inter­
por ejemplo, con el opio, cuya exportación desde la India británica a China se cambio inflacionario en un siglo deflacionario.
dobló de sobra en cantidad y casi se triplicó en valor.** Hacia 1875 Gran Bre­ En segundo lugar, la disponibilidad de lingotes de oro en grandes canti­
taña había invertido 1.000 millones de libras en el extranjero — tres cuartos dades contribuyó a crear un sistema monetario estable y de confianza basado
desde 1850—, mientras que las inversiones francesas fuera de sus fronteras se en la libra esterlina (ligada a una paridad del oro fija), sin el cual, y como
multiplicaron más de diez veces entre las décadas de 1850 y 1880. demuestra la experiencia de las décadas de 1930 y 1970, el comercio inter­
Algunos observadores contemporáneos, con los ojos puestos en aspec­ nacional es más difícil, complejo e imprevisible. En tercer lugar, los mismos
tos menos fundamentales de la econom ía, casi seguramente que hubieran aluviones de buscadores de oro abrieron nuevas regiones, sobre todo en las
subrayado un tercer factor: los grandes descubrimientos de oro en Califor­ costas del Pacífico, e intensificaron la actividad económica. De este modo
nia, Australia y otros lugares después de 1848 (véase el capítulo 3). Esta «crearon mercados de la nada», según le dijo tristemente Engels a Marx.
circunstancia multiplicó los medios de pago disponibles a la economía Y hacia mediados de la década de 1870 ni California, ni Australia ni otras zo­
mundial y eliminó lo que muchos hombres de negocios consideraban com o nas situadas en la nueva «frontera del mineral» eran ya insignificantes. Entre
todas sumaban muy bien más de los tres millones de habitantes, con mucho
* En tanto que las exportaciones de artículos de algodón británicos se triplicaron en can­ más dinero en metálico disponible que otras poblaciones de envergadura
tidad entre 1850 y 1875. el consum o de algodón por el m ercado británico interior aumentó sim­
plemente unos dos tercio*.* comparable.
** El número medio de cofres de Bengala con opio de Malwa que se exportaron anual­ Los contemporáneos habrían, sin duda, subrayado también la contribu­
mente en 1844-1849 fue de 43.000. y en 1869-1874 de 87.000/° ción de otro factor más: la liberación de la empresa privada, el motor que, se­
48 LA ERA DEL CAPITAL. 1848-1875 EL GRAN «BOOM» 49

gún acuerdo común, potenciaba el progreso de la industria. Nunca ha habido aunque mantuvo las barreras arancelarias — al menos en teoría— únicamente
una unanimidad tan aplastante entre economistas o entre políticos y admi­ para efectos fiscales. Sin embargo, apañe de la eliminación o reducción de las
nistradores inteligentes acerca de la fórmula del crecimiento económico: el restricciones, etc., sobre las vías fluviales internacionales como, por ejemplo,
liberalismo económico. Las restantes barreras institucionales que se oponían el Danubio (1857) y el estrecho entre Dinamarca y S uecia además de la sim­
al movimiento libre de los factores de producción, a la empresa libre y a todo plificación del sistema monetario internacional mediante la creación de zo­
lo que posiblemente podía impedir su operación rentable, cayeron ante una nas monetarias mayores (por ejemplo, la Unión Monetaria Latina de Francia,
embestida furiosa realizada a nivel mundial. Este levantamiento general de Bélgica, Suiza e Italia, en 1865), una serie de «tratados de libre comercio»
barreras resulta tan singular porque no se limitó a los estados en los que redujeron sustancial mente las tarifas arancelarias entre las principales nacio­
triunfaba o siquiera influía el liberalismo político. Si es posible, fue más nes industriales en la década de 1860. Hasta Rusia (1863) y España (1868)
drástico en los restaurados principados y monarquías absolutos de Europa se integraron en cierta medida en el movimiento. Sólo Estados Unidos, cuya
que en Inglaterra, Francia y los Países Bajos, ya que en aquéllos quedaba to­ industria confiaba grandemente en un mercado interior protegido y muy poco
davía mucho por eliminar. El control de los gremios y las corporaciones so­ en las exportaciones, continuó siendo un baluarte del proteccionismo, y
bre la producción artesana, que seguía siendo fuerte en Alemania, dio lugar aun así se produjo allí también una ligera mejoría a principios de la década
al Gewerbefreiheit — libertad para iniciar y practicar cualquier actividad co ­ de 1870.
mercial— en Austria en 1859, y en la mayor parte de Alemania en la pri­ Podemos incluso ir un poco más lejos. En nuestro período, hasta las más
mera mitad de la década de 1860. Por último se estableció completamente en atrevidas y despiadadas economías capitalistas habían dudado en confiar en­
la Federación Alemana del Norte (1869) y en el imperio alemán, provocando teramente en el mercado libre con el que de modo teórico se hallaban com­
el desagrado de numerosos artesanos que 3 partir de entonces desarrollarían prometidos, sobre todo, en la relación entre patronos y obreros. Y ni siquiera
una creciente hostilidad hacia el liberalismo y a su debido tiempo proporcio­ en este terreno tan delicado se retiró ninguna obligación no económica. En
narían la base política a los movimientos dereclustas desde la década de 1870. Gran Bretaña se cambió la ley del «amo y el siervo», y se estableció igual­
Suecia, que había abolido los gremios en 1846. estableció la absoluta liber­ dad de tratamiento para las violaciones de contrato entre ambas partes; que­
tad en 1864; Dinamarca abolió la vieja legislación gremial en 1849 y 1857; dó abolido el «vínculo anual» de los mineros del norte de Inglaterra, y cada
Rusia, cuya mayor parte jamás había conocido ningún sistema gremial, eli­ vez se fue más al contrato de trabajo favorable a los obreros que podían ter­
minó los últimos vestigios de uno en los pueblos (alemanes) de sus provin­ minarse con la mínima notificación. Pero hay algo que todavía sorprende
cias del Báltico (1866), si bien por razones políticas siguió restringiendo el más a primera vista: que entre 1867 y 1875 todos los significativos obstácu­
derecho de los judíos a practicar el comercio y los negocios a una zona espe­ los legales a los sindicatos obreros y al derecho de huelga fueron abolidos
cífica, la llamada «limitación de establecimiento». con muy pocas protestas (véase el capítulo 6). Muchos otros países dudaban
Esta liquidación legal de los periodos medieval y mercantilista no se res­ todavía en otorgar tal libertad a las organizaciones obreras, si bien Napo­
tringió a la legislación de los oficios. Entre 1854 y 1867 las leyes contra la león III suavizó de modo significativo la prohibición legal de los sindicatos.
usura, letra muerta desde tiempo atrás, quedaron suspendidas en Gran Breta­ N o obstante, la situación general en las naciones desarrolladas tendía ahora
ña, Holanda, Bélgica y la Alemania del Norte. El estricto control que los a ser com o se la describe en la Gewerbeordnung alemana de 1869: '«Quedan
gobiernos ejercían sobre la minería — incluido el funcionamiento de las determinadas mediante contrato libre las relaciones entre quienes de manera
minas— quedó virtualmente sin efecto, por ejemplo, en Prusia entre 1851 independiente tengan un comercio o negocio y sus oficiales y aprendices».
y 1865, de modo que, contando con el permiso gubernativo, cualquier patrón Únicamente el mercado regiría la compraventa de mano de obra, como gober­
podía ya defender su.derecho a explotar cualquier mineral que encontrara, así naba las demás cosas.
com o dirigir sus operaciones según le apeteciera. De manera similar la for­ Es indudable que este vasto proceso de liberalización estimuló la empre­
mación de compañías de negocios (especialmente sociedades anónimas con sa privada y que la liberalización del comercio contribuyó a la expansión
responsabilidad limitada o su equivalente) se realizaba ahora con mucha más económica, aunque no debemos olvidar que era innecesaria mucha liberali­
facilidad y disfrutaban de independencia con respecto al control burocrático. zación formal. Ciertos tipos de libre movimiento internacional que hoy se
Gran Bretaña y Francia fueron las primeras, pero Alemania no estableció el controlan, en especial los concernientes al capital y a la mano de obra, o sea,
registro automático de las compañías hasta 1870. La ley comercial se adap­ la emigración, hacia 1848 se daban com o normales en el mundo desarrolla­
tó a la imperante atmósfera de boyante expansión de los negocios. do y apenas se discutían siquiera (véase el capítulo 11). Por otro lado, la cues­
N o obstante, en cierto sentido la tendencia más sorprendente fue el mo­ tión de qué parte institucional o cambios legales juegan en la promoción o el
vimiento hacia la completa libertad comercial. D e todos es sabido que sólo entorpecimiento del desarrollo económ ico es demasiado compleja para la
Gran Bretaña (después de 1846) abandonó de foijna total el proteccionismo. sencilla fórmula de la mitad del siglo xix: «la liberalización crea el progreso
50 LA ERA DEL CAPITAL 1848-1875 EL ORAN -BOOM. 51

económico». Inclusive antes de la abolición en Gran Bretaña de las leyes de La convicción intelectual, empero, es pocas veces más poderosa que e l pro­
cereales, ocurrida en 1846, había comenzado ya la era de la expansión. No pio interés. Con todo, lo cierto es que la mayoría de las economías indus­
hay duda de que la liberalización proporcionó toda suene de específicos re­ trializadas vieron durante este período dos ventajas en el libre comercio. En
sultados positivos. Consecuentemente, Copenhague empezó a desarrollarse primer lugar, la expansión general del comercio mundial, que fue realmente
con mayor celeridad com o ciudad cuando se suprimió el «Peaje del estre­ espectacular en comparación con el período anterior a la década de 1840,
cho», que retraía a los barcos de entrar en el Báltico (1857). Mas debe quedar ya que, si bien benefició de manera desproporcionada a los británicos, resul­
en el aire el interrogante respecto hasta qué punto el movimiento mundial tó ventajosa para todos. Evidentemente era deseable tanto un gran comercio
de liberalización fue causa concomitante o consecuencia de la expansión exportador sin trabas com o un abastecimiento abundante y sin estorbos de
económica. La única cosa cierta es que, cuando faltaban otras bases del de- comestibles y materias primas que se conseguiría donde fuese preciso con
sanollo capitalista, dicho movimiento no conseguía demasiado por sí mis­ importaciones. Y aunque afectara adversamente a determinados intereses, a
mo. Nadie liberalizó de forma más radical que la República de Nueva Gra­ otros, sin embargo, les convenía la liberalización. En segundo lugar, y cual­
nada (Colombia) entre 1848 y 1854, pero ¿quién se iba a atrever a decir que quiera que fuese la futura rivalidad que existiera entre las economías capi­
las grandes esperanzas de prosperidad de sus estadistas se realizarían inme­ talistas, en esta etapa de la industrialización iba a ser muy útil para Gran
diatamente o algún día? Bretaña la ventaja de contar con el equipo adecuado, los recursos y el cono­
N o obstante, en Europa estos cambios indicaron una profunda y asom­ cimiento de cómo llevarlo a término. Puesto que basta un ejemplo para de­
brosa confianza en el liberalismo económico que, pese a todo, pareció estar mostrarlo, consideremos el cuadro siguiente:
justificado para una generación. Dentro de cada país esto no sorprendió de­
masiado, puesto que la libre empresa capitalista floreció claramente de for­ Exportaciones británicas de hierro, acero y maquinaria para ferrocarril
ma impresionante. Después de todo, incluso la libertad de contratación para (totales quinquenales: miles de toneladas) ' 1
los obreros, además de la tolerancia de sindicatos obreros tan fuertes que se
podían establecer mediante el absoluto poder de negociación de sus trabaja­ Hierro y acero
<Je carril Maquinaria
dores, apenas daban la impresión de amenazar la rentabilidad, puesto que el
«ejército de reserva del trabajo» (según lo llamaba Marx), compuesto princi­ 18 4 5 -1 8 4 9 1.291 4.9 (1 8 4 6 -1 8 5 0 )
palmente de masas de campesinos, ex artesanos y otros que se trasladaban a 18 5 0 -1 8 5 4 2 .8 4 6 8,6
las ciudades y. regiones industriales, parecían mantener los salarios a un ni­ 18 5 6 -1 8 6 0 2 .3 3 3 17,7
vel satisfactoriamente modesto (véanse las capítulos 11 y 12). El entusiasmo 1S61-1865 2 .067 22,7
por el libre comercio internacional es en primer lugar más sorprendente, sal­ 18 6 6 -1 8 7 0 3 .0 8 9 2 4 ,9
vo entre los británicos, para quienes significaba en primer término que se les 1870-1875 4 .0 4 0 44,1
permitía vender libremente a bajo precio en todos los mercados del mundo,
y en segundo lugar, que ellos estimulaban a los países subdesarrollados para
que les vendieran, a precios económ icos y en grandes cantidades, sus pro­ El hierro y la maquinaria de ferrocarril, que fueron exportados en gran­
ductos, sobre todo alimentos y materias primas, y de este modo podían in­ des cantidades desde Gran Bretaña, no imposibilitaron la industrialización de
gresar el dinero con el que comprar las manufacturas británicas. otros países, sino que la facilitó.
Pero ¿por qué los rivales de Gran Bretaña, con la excepción de Estados
Unidos, aceptaron este acuerdo evidentemente desfavorable? (En cambio re­
sultaba muy atractivo para los países subdesarrollados que no buscaban en III
absoluto la competencia industrial: por ejemplo, los estados sureños de Esta­
dos Unidos estaban contentísimos con tener un mercado ilimitado para su Consecuentemente, la economía capitalista recibió de forma simultánea
algodón en Gran Bretaña, y por lo mismo siguieron muy ligados al libre co ­ (lo que no quiere decir de modo accidental) una serie de estímulos poderosí­
mercio hasta que fueron conquistados por el Norte.) Es decir demasiado que simos. ¿Cuál fue el resultado? La expansión económica se mide de manera
el libre comercio internacional progresó porque, en este breve período, la más adecuada con estadísticas y sus medidas más características en el si­
utopía liberal entusiasmaba de modo genuino hasta a los gobiernos, aunque glo xtx son los caballos de vapor (ya que el motor de vapor era la forma
sólo fuera con la fuerza de lo que ellos consideraban com o su histórica ine- típica de potencia) y los productos asociados de carbón y hierro. La mitad
vitabilidad; sin embargo, no existe duda de que en ellos influyeron los argu­ del siglo xtx fue sobre todo la época del humo y el vapor. Durante mucho
mentos económicos que parecían tener casi la fuerza de las leyes naturales. tiempo la producción de carbón se había medido en millones de toneladas.
52 LA ERA DEL CAPITAL. 1S4S-I873 EL GRAN «BOOM. 53

pero ahora se hacía preciso contarla por decenas de millones en cada país, y de vapor productiva había empezado a rezagarse gravemente. Mientras que
por cientos de millones en iodo el mundo. Aproximadamente la mitad de di­ en 1850 contaba aún con más de un tercio de la potencia de motor mundial
cha producción — y algo más al com ienzo de nuestro período— procedía de (de «motores fijos»), en 1870 tenía menos de un cuarto: 900.000 CV de un
Gran Bretaña, sin duda el productor mayor y sin comparación posible. La total de 4,1 millones. En cantidades absolutas, Estados Unidos eran un poco
producción de hierro en Gran Bretaña había alcanzado cifras de m illones en mayores en 1850 y dejaron muy atrás a Gran Bretaña en 1870 con más del
la década de 1830 (en 1850 llegó a los 2,5 millones de toneladas), cantida­ doble de potencia de motor que el viejo país, pero la expansión industrial
des no conseguidas en ninguna otra parte. Sin embargo, en 1870, Francia, norteamericana, aunque extraordinaria, parecía menos asombrosa que la de
Alemania y Estados Unidos produjeron, cada uno por separado, entre 1 y 2 Alemania. La potencia de vapor fija de esta nación había sido muy modesta
millones de toneladas, si bien Gran Bretaña, todavía el «taller del mundo», en 1850: en total unos 40.000 CV, mucho menos que el 10 por 100 de la bri­
continuó destacada en cabeza con casi 6 millones de toneladas, o alrededor tánica. En 1870, sin embargo, era de 900.000 CV o aproximadamente los
de la mitad de la producción mundial. A lo largo de estos veinte años la pro­ mismos que los británicos, distanciándose incidentalmente de Francia, que
ducción mundial de carbón se multiplicó por unas dos veces y media, y la había sido mucho mayor en 1850 (67.000 CV). pero que no llegó a más de
producción mundial de hierro por unas cuatro veces. La potencia de vapor to­ los 341.000 en 1870. más de dos veces menos que Bélgica.
tal, empero, se multiplicó por cuatro veces y media, ya que de los 4 millones La industrialización de Alemania fue un hecho histórico importante.
de caballos de vapor de 1850 se pasó a los 18,5 millones en 1870. Aparte de su significación económica, sus implicaciones políticas fueron de
Estos datos, escuetos, indican poco más aparte de que la industrializa­ gran alcance. En 1850 la Federación Alemana tenía aproximadamente los
ción progresaba. El hecho significativo es que su progreso era ahora geo­ mismos habitantes que Francia, pero contaba con una capacidad industrial in­
gráficamente mucho más amplio, aunque también muy desigual. La difusión comparablemente menor. En 1871 el imperio unido alemán era algo más po­
de los ferrocarriles, y en menor medida de los barcos de vapor, estaba in­ puloso que Francia, pero su poder industrial era mucho mayor. Y com o aho­
troduciendo la potencia mecánica en todos los continentes y en países inclu­ ra la potencia política y militar se basaban cada vez más en el potencial in­
sive no industrializados. El advenimiento del ferrocarril (véase el capítulo 3) dustrial, la capacidad tecnológica y la pericia, las consecuencias políticas del
fue en sí mismo un sím bolo y un logro revolucionarios, ya que la transfor­ desarrollo industrial eran más importantes que anteriormente. Esto lo de­
mación mundial en una sola econom ía interactiva fue en muchos sentidos el mostraron las guerras de la década de 1860 (véase el capítulo 4). A partir de
aspecto más logrado y desde luego el más espectacular de la industriali­ entonces ningún estado pudo mantener su sitio en el club de los «grandes
zación. Sin embargo, el «motor fijo» hacía espectaculares progresos en la poderes» sin el mencionado desarrollo industrial.
fábrica, la mina o la fundición. En Suiza, donde no habían más que 34 de Los productos característicos de la época eran el hierro y el carbón, y su
dichos motores en 1850, contaban con casi un millar en 1870. En Austria el símbolo más espectacular, el ferrocarril, combinaba ambos. En comparación,
número ascendió de los 671 de 1852 a los 9.160 de 1875, con un aumento los artículos textiles, el producto más típico de la primera fase de la industria­
en caballos de vapor de más de quince veces. (En comparación, un país lización, se desarrollaron menos. El consumo de algodón durante la década
europeo realmente atrasado com o Portugal tenía aún en 1873 sólo 70 moto­ de 1850 fue alrededor de un 60 por 100 más elevado que en la de 1840, perma­
res con un total de 1.200 CV.) La potencia total de vapor de Holanda se neció prácticamente estático durante los años sesenta (debido a que la guerra
multiplicó por trece. civil norteamericana paró la industria) y aumentó un 50 por 100 más o menos
Por otro lado, existían regiones industriales menores y algunas economías en la década de 1870. La producción de lana a lo largo de la década de 1870
industriales europeas, com o la sueca, que apenas habían empezado la indus­ fue aproximadamente el doble de la de los años cuarenta. Sin embargo, la pro­
trialización masiva. No obstante, el hecho más significativo era el desarrollo ducción de carbón y de hierro en barras se multiplicó por cinco, en tanto que
desigual de los centros mayores. Al principio de nuestro período Gran Bre­ por vez primera se hacía posible la producción masiva de acero. En realidad,
taña y Bélgica eran los únicos países en donde la industria se había desarro­ a lo largo de este período las innovaciones tecnológicas en la industria del
llado intensamente, y ambos continuaron con la más elevada industrialización hierro y el acero desempeñaron una función análoga a la de las innovaciones
per cápita. Su consumo de hierro por habitante en 1850 fue de 77 kg y textiles de la época anterior. En el continente (con la única excepción de Bél­
41 kg, respectivamente, en tanto que en Estados Unidos fue de 26 kg: en gica, en donde seguía predominando), el carbón de piedra reemplazó al carbón
Francia, de 17 kg, y en Alemania, de 13 kg. Bélgica era una economía pe- vegetal com o combustible principal en la fundición durante la década de 1850.
queña, aunque relativamente importante: en 1873 todavía producía alrededor Los nuevos procedimientos que surgían por todas partes — el convertidor de
de un 50 por 100 de hierro más que Francia, su vecina mucho mayor. Desde Bessemer (1856), el homo regenerativo de Siemens-Martin (1864)— posibili­
luego que Gran Bretaña era el país industrial por excelencia y, com o hemos taban la manufacturación de acero barato, que sustituía casi definitivamente al
visto, se las arreglaba para mantener su posición^ relativa, si bien su potencia hierro forjado. N o obstante, su importancia radica en el futuro. En 1870 sólo
54 LA ERA DEL CAPITAL. 1848-1875 EL GRAN «BOOM- 55
el 15 por 100 del hierro terminado que produjo Alemania, salía en forma de atrasados que dispusieran de un buen sistema educativo les sería más fácil
acero, menos del 10 por 100 del que se fabricaba en Gran Bretaña. Nuestro desarrollarse, como, por ejemplo, Suecia.*
período no era todavía una época de acero, ni siquiera en lo que se refiere a Es evidente el valor práctico de una buena educación primaria para tec­
armamentos, que fueron los que proporcionaron al nuevo material un impulso nologías con base científica, tanto económicas com o militares. Entre las ra­
significativo. Fue una edad de hierro. zones por las que los prusianos derrotaron con tanta facilidad a los franceses
Con todo, y aunque posibilitó la tecnología revolucionaria del fururo, la en 1870-1871 no es la menor la superior cultura de los soldados prusianos.
nueva «industria pesada» no fue particularmente revolucionaria, salvo quizás Por otro lado, lo que el desarrollo económico precisaba 3 niveles más eleva­
en la escala. Hablando en términos generales, la revolución industrial hasta dos no era tanto la originalidad y la sofisticación científica — que podían to­
los años setenta aún se movía a impulsos de las innovaciones técnicas de marse prestadas— com o la capacidad-para captar y manipular la ciencia: el
1760-1840. N o obstante, las décadas centrales del siglo desarrollaron los «desarrollo»-más que la investigación. Las universidades y las academias téc­
tipos de industria basados en una tecnología bastante más revolucionaria: la nicas norteamericanas que no contaban con el renombre de — digamos—
química y la eléctrica, ésta en lo relativo a las comunicaciones. Cambridge o la Polytcchnique, eran superiores económicamente a las britá­
Con pocas excepciones, las principales invenciones técnicas de la prime­ nicas porque proporcionaban a los ingenieros una educación sistemática que
ra fase industrial no requirieron un gran conocimiento científico avanzado. todavía no existía en el viejo país.** Eran asimismo superiores a las france­
Afortunadamente para Gran Bretaña, tales inventos habían estado al alcance sas. porque de sus aulas salían promociones de ingenieros de grado adecua­
de hombres prácticos con experiencia y sentido común com o George Ste- do en vez de formar a unos pocos de excelente inteligencia y bien prepa­
phenson, el gran constructor del ferrocarril. Pero a partir de la mitad del si­ rados. En este aspecto los alemanes confiaban en sus magníficas escuelas
glo esta situación em pezó a cambiar. La telegrafía fue estrechamente liga­ secundarias en lugar de en sus universidades, y en la década de 1850 inicia­
da a la ciencia académica a través de hombres com o C. Wheatstone (1802- ron la Realschule, escuela secundaria de orientación técnica y moderna.
1875), de Londres, y Wiiliam Thompson (lord Kelvin) (1824-1907). de Glas­ Cuando en 1867 se pidió a los «educadísimos» industriales de Renania que
gow. Aunque su primer producto (el color malva) no recibió el beneplácito contribuyeran a la celebración del cincuenta aniversario de la Universidad de
universal desde el punto de vista estético, la industria artificial de los colo­ Bonn, todas menos una de las catorce ciudades industriales consideraron la
rantes, un triunfo de la síntesis química masiva, pasó del laboratorio a la fá­ renuncia debido a que «los eminentes industriales locales no habían recibido
brica. Lo mismo o c u t t í ó con los explosivos y la fotografía. Por lo menos una una educación académica (wissenschaftlich) superior en las universidades, ni
de las innovaciones cruciales en la producción de acero, el proceso «básico» hasta entonces se la habían proporcionado a sus hijos».13
Con todo, la tecnología tenía base científica y es de notar lo rápida y am­
de Gilchrist-Thomas, surgió de la educación superior. Como evidencian las
pliamente que se adoptaron las innovaciones de unos pocos pioneros científi­
novelas de Julio Veme (1828-1905), el profesor se convirtió en un personaje
cos, siempre que pensaban en términos de fácil transformación en maquinaria.
industrial mucho más significativo que en épocas pasadas: los productores de
Por esa causa nuevas materias primas, que con frecuencia sólo se encontraban
vino de Francia, ¿no recurrieron al gran L. Pasteur (1822-1895) para que les
fuera de Europa, adquirieron una importancia que únicamente estaría clara en
resolviera un problema difícil? (véase el capítulo 14). Por otro lado, el labo­
el período posterior del imperialismo.*'*'* Por eso el petróleo, que ya había
ratorio investigador era ahora parte integral del desarrollo industrial. En
atraído la atención de los ingenieros yanquis y lo utilizaban como combustible
Europa se hallaba ligado a universidades o instituciones similares — el de
Emst Abbe, en Jena. desarrolló realmente los famosos trabajos de Zeiss— ,
* Analfabetismo en determinados países europeos (varones, en porcentajes).'2
pero en Estados Unidos el laboratorio puramente comercial había aparecido
ya com o consecuencia de las compañías telegráficas. Y pronto lo iba a hacer Inglaterra (1875)° 17 Suecia (1875) b \
Francia (1875) * - 18 Dinamarca (1859-1860) * 3
famoso Thomas Alva Edison (1847-1931). Bélgica 23 Italia (I87S) b 52
(1875)*’
La entrada de la ciencia en la industria tuvo una consecuencia significa­ Escocia (1 875)6 9 Austria (1875)* 42
tiva: en lo sucesivo el sistema educativo sería cada vez más decisivo para el Suiza (1879)* 6 Rusia (1875)* 79
desarrollo industrial. Gran Bretaña y Bélgica, pioneras de la primera fase in­ Alemania (1875)* 2 Esparta (1877) b 63
dustrial, no contaban con los pueblos más cultos y sus sistemas de educación a Novios analfabetos; b reclutas analfabetos.
tecnológica y superior (si exceptuamos la escocesa) estaban muy lejos de ser •* Hasta 1898 la única forma de entrar en la ingeniería británica era mediante el apren­
competentes. A partir de ahora, al país que le faltara una educación general dizaje.
y adecuadas instituciones educativas superiores le sería casi imposible con­ También tuvieron gran esplendor los depósitos europeos de maíerias primas químicas.
As/ los depósitos alemanes de potasa produjeron 58 000 to re a d a s en 1861-1865, 455.000 tone­
vertirse en una economía «moderna»; y, al contrario, a los países pobres y ladas en 1871-1875 y más de I millón de toneladas en 1881-1885.
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para lámparas, con procedimientos químicos adquirió rápidamente nuevos com o granjeros y costureras (la máquina de coser), en oficinas (la máquina de
usos. En 1859 se habían producido solamente 2.000 barriles, pero en 1874 casi escribir), artículos de consumo com o relojes de pulsera, pero especialmente
11 millones de barriles (extraídos sobre todo en Pennsylvania y Nueva York) armas pequeñas y muiüciones de guerra. Tales productos seguían siendo algo
facilitaron ya a John D. Rockefeller (1839-1937) el establecimiento de un con­ especializados .y no comunes. Aunque preocupaban a los europeos inteligen­
trol completo sobre la nueva industria mediante el control de su transporte a tes que ya habían notado en la década de 1860 la superioridad tecnológica de
través de su Standard Oil Company. Estados Unidos en la producción en serie, no inquietaban todavía a los «hom­
N o obstante, estas innovaciones parecen ser ahora más significativas de lo bres prácticos», que simplemente pensaban que los norteamericanos no ten­
que lo fueron en su tiempo. Después de todo, a finales de la década de 1860 un drían que molestarse en inventar máquinas para producir artículos inferiores,
experto creía aún que los únicos metales que tenían futuro económico eran los si ya tenían a mano una serie de artesanos diestros y versátiles com o los
que conocían los antiguos, es decir, el hierro, el cobre, el estaño, el plomo, el europeos. Después de todo, ¿no pretendía un funcionario francés a principios
mercurio, el oro y la plata. En cambio, sostenía que el manganeso, el níquel, de la década de 1900 que mientras Francia no pudiera competir con otros paí­
el cobalto y el aluminio «no parecen destinados a desempeñar una función tan ses en la industria de producción en serie, sí que podía afirmarse en la indus­
importante com o sus mayores».14 Fue sin duda notable el aumento de las im­ tria en donde la inventiva y la habilidad artesana eran decisivas: la manufac-
portaciones de caucho a Gran Bretaña, ya que de los 385.000 kg de 1850 se turación de automóviles?
pasó a los 8 millones de 1876, pero inclusive estas cantidades eran insigni­
ficantes comparadas con las cifras de veinte años más tarde. Este material
— que aún se recogía predominantemente en bruto en América del Sur— se IV
empleaba principalmente para impermeables y clásticos. En 1876 existían
exactamente 200 teléfonos funcionando en Europa y 380 en Estados Unidos, El negociante que a principios de la década de 1870 echaba una ojeada a
y en la Feria Internacional de Viena causó sensación el funcionamiento por su alrededor podía, por tanto, mostrar confianza, cuando no complacencia.
electricidad de una bomba. Echando la vista atrás podemos ver que el despe­ Pero ¿estaba justificada? Porque si bien continuó c incluso se aceleró la gi­
gue decisivo se hallaba muy cerca: el mundo estaba a punto de entrar en la gantesca expansión de la economía mundial, asentada ahora firmemente en
era de la luz y la potencia eléctrica, del acero y de las rápidas aleaciones con la industrialización en diversos países y en una densa y total riada de artícu­
acero, del teléfono y el fonógrafo, de las turbinas y del motor de combustión los, capitales y hombres, el efecto de las específicas inyecciones de energía
interna. Sin embargo, hacia mediados de la década de 1870 todavía no se ha­ que había recibido durante la década de 1840 no perduraba. El Nuevo Mun­
bía entrado en la citada era. do abierto a la empresa capitalista seguiría creciendo, pero ya no sería abso­
Aparte de las bases científicas ya mencionadas, la mayor innovación in­ lutamente nuevo. (En efecto, en cuanto productos tales com o el grano y el
dustrial fue probablemente la producción en serie de maquinaria que se había trigo de las praderas y pampas americanas y de las estepas rusas empezaban
construido en realidad con métodos de artesanía, com o locomotoras y barcos a inundar el viejo mundo, según sucedió en las décadas de 1870 y 1880, des­
que aún siguieron fabricándose así. La mayor pane de los progresos en la pro­ barataban e inquietaban la agricultura de las naciones viejas y nuevas.) Du­
ducción en serie de ingeniería procedía de Estados Unidos, donde se había in­ rante una generación continuaría la construcción de los ferrocarriles del
ventado el revólver Colt, el rifle Winchester, el reloj producido en serie, la mundo. Pero ¿qué ocurriría cuando esa construcción fuera menos universal
máquina de coser y (debido a los mataderos de Cincinnati y Chicago en la dé­ porque la mayoría de las líneas ferroviarias se hubieran terminado? El
cada de 1860) la moderna cadena de montaje, esto es, el transporte del objeto potencial tecnológico de la primera revolución industrial, la revolución bri­
de producción de una operación a otra. La esencia de la máquina productora de tánica del algodón, el carbón, el hierro y los motores de vapor, parecía ser
máquinas (que implicaba el desarrollo de las modernas herramientas automá­ vastísimo. Además, antes de 1848 apenas se había explotado fuera de Gran
ticas o semiautomáticas) era que se la necesitaba en cantidades estandarizadas Bretaña y sólo de modo incompleto dentro de dicha nación. Se podría per­
mucho mayores que a cualquier otra máquina, es decir, por individuos y no donar a una generación el que comenzara a explotar más adecuadamente este
por firmas o instituciones. En 1875 quizá habría en el mundo 62.000 loco­ potencial y lo considerara inacabable. Mas no lo era, y en la década de 1870
motoras, pero ¿qué era esta cifra comparada con los 400.000 relojes de ya fueron visibles los límites de este tipo de tecnología. ¿Qué pasaría si se
latón producidos en serie en Estados Unidos en un solo año (1855), y con los dejaba exhausto?
rifles que precisaban los tres millones de soldados federales y confederados A medida que el mundo entraba en la década de 1870 estas pesimistas re­
que movilizó la guerra civil norteamericana entre 1861 y 1865? De ahí que flexiones parecían ser absurdas. Sin embargo, y como se descubrió más tarde,
los artículos con más probabilidad de producción en serie fueran aquellos el proceso de expansión era curiosamente catastrófico. A los auges astronómi­
que podían ser utilizados por grandes cantidad^ de productores pequeños cos les sucedían agudas depresiones de cada vez mayor amplitud mundial y en
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ocasiones dramáticas; y todo ello hasta que los precios caían lo bastante como nal de la época, no era tanto el modelo del crecimiento económ ico, el de­
para que quedaran vacíos los mercados abarrotados y aclarados los motivos de sarrollo político, el progreso intelectual y el logro cultural que persistiría
la quiebra de las empresas, hasta que los hombres de negocios empezaban a in­ — sin duda con adecuadas mejoras— en el indefinido futuro, sino más bien
vertir y a extenderse para renovar el ciclo. En 1860, después de la primera un tipo especial de intermedio. Con todo, sus consecuciones fueron impre­
de estas depresiones mundiales (véase p. 78), la economía académica, en la sionantes. En esta era industrial el capitalismo se convirtió en una economía
persona del brillante doctor francés Clement Juglar (1818-1905), reconoció y genuinamente mundial y por lo mismo el globo se transformó de expresión
calculó la periodicidad de este «ciclo comercial* que hasta entonces única­ geográfica en constante realidad operativa. En lo sucesivo la historia sería
mente habían considerado los socialistas y otros grupos heterodoxos. Así pues, historia del mundo.
aunque estas interrupciones eran dramáticas para la expansión, también eran
temporales. Éntre los hombres de negocios jamás había sido la euforia tan
grande como a principios de la década de 1870, los famosos Gründerjahre (los
años de la promoción de las compañías) en Alemania, la era en que los pro­
yectos más absurdos y claramente fraudulentos de una compañía encontraban
dinero ilimitado para ir adelante. Eran los días en que. según un periodista vie­
nes, «se fundaban las compañías para transportar la aurora boreal en tuberías
hasta St. Stcphcn’s Square y para conseguir ventas masivas de nuestras cremas
de calzado entre los nativos de las islas del Mar del Sun».1*
Entonces se produjo el colapso. Hasta para el paladar de un período al
que le gustaban las elevadas alturas y los subidos colores de sus auges eco­
nómicos, resultaba demasiado dramático: 39.000 km de ferrocarril norte­
americano quedaron paralizados por la quiebra, los valores alemanes bajaron
alrededor de un 60 por 100 entre la cumbre del esplendor económ ico y
1877, y — lo que es peor-— pararon casi la mitad de los altos hornos de los
principales países productores de hierro. El aluvión de emigrantes al Nuevo
Mundo se quedó en riachuelo. Cada año de los comprendidos entre 1865
y 1873 arribaban al puerto de Nueva York más de 200.000 emigrantes, pero
en 1877 sólo llegaron 63.000. Además, y al contrario de lo ocurrido con las
anteriores depresiones del gran auge secular, ésta no parecía tener fin. Nada
menos que en 1889 un estudio alemán que se calificaba a sí mismo de «in­
troducción a los estudios económ icos para funcionarios y negociantes» ob­
servaba que «desde el colapso de la bolsa de 1 8 7 3 ..., la palabra “crisis”, con
sólo breves interrupciones, ha estado constantemente en la mente de todos».1*
Y esto se decía en Alemania, el país cuyo crecimiento económ ico a lo largo
de este período siguió siendo muy espectacular. Los historiadores han pues­
to en duda la existencia de lo que se ha llamado la «Gran Depresión» de 1873
a 1896, y, desde luego, no fue ni mucho menos tan dramática com o la de
1929 a 1934, cuando la.econom ía del mundo capitalista casi se detuvo por
completo. Sin embargo, a los contemporáneos no les cabía la menor duda de
que al gran auge le había sucedido la gran depresión.
Una nueva era histórica, política y económica se abre con la depresión de
la década de 1870. Aunque se halla fuera de los límites de este volumen, po­
demos indicar de pasada que minó o destruyó los fundamentos del liberalismo
de mediados del siglo xix que parecían estar tan firmemente establecidos. El
período comprendido entre el final de la década de 1840 y mediados de la
de 1870 demostró que, al contrario de lo que sostenía la sabiduría convencio­

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